Oct 011992
 

Mercedes Pulido Cordero y Montaña Pulido Cordero.

Resulta bastante llamativo, el escaso eco que en los repertorios bibliográficos han tenido los libros de carácter pedagógico. Los catálogos de “librerías de viejo” sólo excepcionalmente ofrecen alguna publicación de este tipo, por lo que es difícil localizar tratados teóricos de pedagogía o textos escolares, especialmente los que estuvieron vigentes durante el siglo pasado. Es claro que agotado su momento de servicio, perdida su actualidad metodológica, su interés académico, fueron desechados y olvidados para, en el mejor de los casos, ocupar silencioso y oscuro espacio en desvanes y doblados; no volvieron a inspirar interés y mucho menos curiosidad, no digamos al profesional de la enseñanza o al estudioso de la historia de la Pedagogía o a quien pretende localizar las claves que determinan los comportamientos de una sociedad, sino que también han sufrido la indiferencia de bibliógrafos y de bibliófilos. Y sin embargo, y no es nuestra intención justificar su importancia, esta bibliografía  es una parcela a tener muy en cuenta, tanto por el pedagogo como por el interesado en la ciencia histórica al ofrecer adecuada información sobre las exigencias y necesidades de la sociedad de un tiempo sin olvidar que ilustra sobre una actividad intelectual.

Hemos seleccionado para estos Coloquios una pequeña muestra de la actividad desarrollada por algunos buenos maestros y pedagogos extremeños en el campo de las publicaciones didácticas y de la teoría pedagógica. Estos trabajos tienen unas notas comunes: se trata de textos escolares editados en Cáceres durante el siglo XIX, son de corta extensión, están escritos con un estilo sencillo que pretende sobre todo la claridad en la exposición y sus autores ejercieron su profesión en Cáceres.

Algunos datos de carácter biográfico acompañan a estos autores que citamos a continuación por orden alfabético:

Antonio Beltrán, maestro de la escuela gratuita de Cáceres, fue pensionado para estudiar en la Central de Madrid. Ejerció desde 1856 como profesor de Gramática y Aritmética en la Normal de Maestros de la que llegó a ser director. Y como profesor de Lectura y Escritura en el Instituto hasta su fallecimiento en 1858. En algún momento debió desempeñar el puesto de inspector de escuelas.

Es autor del método didáctico titulado: Juego Ortológico o Nuevo Método de Lectura redactado por Don , segundo maestro de la Escuela Normal Provincial. Este método se publicó en Cáceres en 1846. Los maestros de la época hacen verdad aquello de «cada maestrillo con su librillo» y no sólo desarrollan en su escuela el resultado de su experiencia sino que divulgan y publican su método. En este caso, el aprendizaje de la lectura comprende el de la adecuada articulación de los sonidos y de las palabras. Posteriormente publicó Complemento al Manual de Lectura.

Luís Codina Sánchez era, en 1846, profesor de Instrucción Primaria en Navalmoral de la Mata y es en este mismo año cuando publica Reflexiones sobre la reforma de la profesión de Instrucción Primaria (Imp. de Concha y Cª, Cáceres). Veinte años después lo encontramos de director de la Escuela Normal de Maestros; por entonces publica en El Eco de Extremadura, periódico de Cáceres, una serie de artículos bajo el título “Necesidades y medios de mejorar la educación de los pueblos”. También es autor de Cartas a Floro (Imp. de Nicolás Mª Jiménez, Cáceres, 1864). En 1885, ya próximo a su jubilación, era Regente de la Escuela de Práctica Aneja a la Normal de Cáceres.

Es autor del texto escolar, Lecciones de Urbanidad e Higiene para uso de las Escuelas primarias de ambos sexos. Cáceres. Imp. de Nicolás Mª Jiménez, 1885, que se implantó en las escuelas cacereñas y que debió tener bastante éxito pues esta edición de 1885 era la tercera.

La necesidad de que los alumnos adquirieran «porte y modales decorosos» incitó a Luís Codina a escribir este tratado de urbanidad, muy breve de contenido pues  es presentado en pequeño formato, de treinta páginas más índice y en el que siguiendo la forma habitual de preguntas y respuestas, se dan las elementales normas de convivencia haciendo especial hincapié en las que deben conocer y respetar las niñas.

Joaquín Cuadrado Retamosa nació en 1839, posiblemente en Trujillo, pues aquí vivía ya jubilado, en la calle García de Paredes nº 25, por los años 1910 y 1911, año en que falleció. Es, además, el autor de la letra del himno a la Virgen de la Victoria de Trujillo. Fue profesor de Instrucción Primaria, y maestro de una de las  Escuelas Públicas de Cáceres en 1887.

Escribió una Cartilla Agraria en verso para uso de las escuelas de primera enseñanza. Imp. de Nicolás M. Jiménez,  Cáceres, 1887, 64 págs más cubierta. Cuadrado Retamosa, asesorado por Juan Campón y Valiente, catedrático de Agricultura en la Escuela Normal Superior de Maestros de Cáceres, publica estas lecciones en verso con la finalidad de que los alumnos las aprendieran «al recitado», método memorístico muy en boga entonces. No dejan de ser curiosas las costumbres  que describe e igualmente los términos agrícolas empleados en este tratado.

Juan Daza Malato era natural de Valencia de Alcántara y se estableció en Cáceres en 1852 para ejercer su título de licenciado en Derecho. Aquí se manifiesta  como hombre inquieto y activo a juzgar por las actividades a que se dedicó y que quedaron interrumpidas por su fallecimiento pocos años después. Fue representante en la provincia de “La Protectora”, sociedad de seguros contra la muerte e inutilidad completa de los ganados de carga y tiro, dirigió y redactó El Regenerador Extremeño, periódico que se editaba en Cáceres  en los años 1852 1856, fue poeta, novelista, autor de teatro (estrenó la comedia en verso  “Seis años después o favores por agravios», estrenada el 30 4 1853) y primer bibliotecario de la Biblioteca Provincial de Cáceres.

Entre otros trabajos de temática diversa, escribió una Cartilla Geográfico Estadística de Extremadura. Cáceres. Imprenta de la Viuda de Burgos e Hijos, 1854. Se trata de un folleto, de 16 páginas que contiene lecciones de Geografía y de Estadística sobre Extremadura y que posiblemente, según Vicente Barrantes, fue declarado texto para las escuelas por el Consejo de Instrucción Pública. Aparece dividido en 8 lecciones en las que se formulan preguntas muy concretas y se responde a las mismas con excesiva brevedad.

Vicente Barrantes reproduce esta obra en el tomo II de su obra Aparato Bibliográfico para la Historia de Extremadura. Madrid, 1870. Y Víctor Chamorro también la incluye en el tomo III de su Historia de Extremadura.

José Gerber de Robles se nominaba doctor en ciencias médicas, fue catedrático de Historia Natural en el Instituto de Segunda Enseñanza de Cáceres hasta su fallecimiento en 1849. Perteneció a la Sociedad Económica de Amigos del País de Cáceres y a otras corporaciones científicas y literarias.

Es el autor de Elementos de Historia Natural, que imprimió Lucas de Burgos en Cáceres en 1843.

Alejo Leal y Jiménez. En 1855 era segundo maestro interino en una escuela de Cáceres. Antes de 1881 ejercía en Cáceres como maestro de primeras letras. Mantuvo una escuela particular en la Plaza de los Golfines de Cáceres y ejerció, en 1891 y en 1904, el cargo de secretario de la Junta de Instrucción Pública de la Provincia. Sus alumnos aprendieron Geografía en un texto de título larguísimo, que él escribió en verso para facilitar la retención de lo leído. Es el siguiente:Geografía Descriptiva en verso. Comprende un vocabulario geográfico, la Geografía general de Europa, la general y particular de España y la general de Asia, África, América y Oceanía. Cáceres. Imprenta de Nicolás M. Jiménez, 1881.

Oct 011987
 

Montaña Pulido Cordero.

Los primeros conocimientos que tuve de Sorapan de Rieros, se los oí a mi padre, digo se los oí porque era el tema de charla favorito con su médico.

Entonces me llamó la atención la sonoridad del apellido, que causo un verdadero impacto en mi memoria. Hoy, es un personaje al que admiro profundamente.

La bibliografía existente sobre este extremeño es escasa, voy a enumerar a grandes pasos aquellos investigadores que han buceado en su vida al fin de aportar datos concretos sobre su figura.

Pascual Madoz, en el “Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico”, en el artículo correspondiente a la villa de Logrosán (en tiempos de Sorapán, lugar de la jurisdicción de Trujillo), correspondiente al tomo X (año 1847), se dice: “… que este pueblo es patria de Don Juan Sorapán de Rieros, que redujo los preceptos de la medicina española a proverbios vulgares”. Puede ser que el corresponsal de Madoz exagerase un tanto al generalizar tan sensiblemente esa modesta y recogida reducción, pero no deja de pensarse, que ese corresponsal o quien fuese, no dejó de estimar y reconocer en el Doctor Sorapán, cierto mérito personal, digno de tenerse en cuenta.

En las mismas fechas de Madoz, D. Francisco de Paula Mellado, en su “España Geográfica, estadística y pintoresca” (Madrid, 1b45) escribe en la página 253 lo mismo que Madoz y exactamente con las mismas palabras, por lo que hay que atribuir a Mellado la primicia, entre ambos, de este anodino juicio, que vino a colocar a Sorapán en un lugar destacado dentro de una especialidad médico-literaria-folklórica.

Pero el artículo que consagró al doctor Sorapán en la Revista de Extremadura se debe a D. Mario Roso de Luna, en el cuaderno correspondiente al mes de enero de 1900, fija el lugar de nacimiento de Sorapán en la villa de Logrosán, el día 28 de marzo de 1572, fecha que tramite de la partida de nacimiento, por lo Que la fecha real debe ser dos o tres días antes.

Como dato también importante cita la fecha de la fundación por el doctos Sorapán y su mujer, dona María de Linares, de una capellanía en la Iglesia de Logrosán (parroquia de San Mateo), cuando transcurría agosto de 1630, agregando que por entonces vivía en Cáceres.

Roso dedica a Sorapán un comentario en el que el análisis y la crítica tienen su principal parte, en el que, si bien no lo muestra como un genio, sus postulados son tan oportunos, discretos y fundamentados que nos denuncian su gran cultura y excepcional talento.

Don Vicente Barrantes, en su “Aparato Bibliográfico para la historia de Extremadura”, se ocupa (Tomo 24, pág. 155) poco de la obra de Sorapán. En realidad muestra que tenía muy pocos antecedentes y formación de juicio sobre el doctor extremeño. Ello no tiene otra explicación que la de que su figura, hoy poco más relevada que hacia 1875, fecha en que se publicó ese segundo tomo, careció casi siempre de la notoriedad necesaria para dedicarle estudios y atenciones que, en realidad, todavía están por hacer en cualquiera de sus facetas, derivadas, bien de su profesionalismo científico, bien, de su particularismo en cuanto al orden interior de su vida social y moral.

Por cierto que Barrantes alude a una segunda obra de Sorapán, aunque solo por referencia que encuentra en el Padre Tovar. Esta obra, la titula “Escritores de Extremadura” por Juan Sorapán de Rieros, médico y familiar del Santo Oficio de la Inquisición de Llerena y Granada y su Real Chancillería. Es posible que tal obra no exista y solo sea alguna separata o impreso aparte en el que se reproduzcan las paginas que dedica a extremeños ilustres o sean primicias de escritor, antes de escribir los Proverbios.

D. Nicolás Díaz y Pérez, hombre de talento e historiador ameno y despreocupado, lleno de aciertos y lleno de errores, en su voluminosa obra “Diccionario… de autores, artistas y extremeños ilustres” (Pérez y Boix, Madrid, 1884), tiene en cuenta a Sorapán, si bien, es poco interesante lo que dice en su corta referencia. Lo hace natural de Llerena y reproduce, con la tacha de errónea, la versión de Don Pedro José Pidal que lo hizo granadino.

Algo nuevo, sin embargo, aporta el autor (que tratándose de Díaz y Pérez…). Cita cierto pleito que sostuvo largos años con su hermano que parece ser fue el motivo de ir a Granada, donde se estableció en el año 1610. Algún año más cita, pero no merece la pena tener en cuenta pues Díaz y Pérez no tiene acostumbrados a inventar sistemáticamente en estos aspectos, aunque generalmente sale del paso ante la ausencia de esta clase de datos.

Don Teodoro Fernández, publicó en la Revista de Guadalupe (número de marzo-abril de 1965) una nota biográfica del doctor Sorapán, de la que tomo lo siguiente, que es casi todo:

«Juan Riero Sorapán o Xarapán, hijo de Gonzalo Riero y María – González, nació en Logrosán el 25 de marzo de 1572, bautizólo dos días después el párroco de San Mateo don Francisco Martínez, según el Libro 12 de Bautismos hoy existente y al que en 1520 se trasladaron oficialmente los datos del libro original de 1520, por deterioro de este.

Estudió en las Escuelas de Guadalupe, donde lo cita Nicolás Pérez Jiménez como uno de los que tuvieron mayores éxitos en analizar las fuentes medicinales (Cfr. Virgen y Mártir, I, l77).

En fecha ignorada casó con doña María de Linares y con ella fundó en 1630 una capellanía en Logrosán”.

Y prosigue el Sr. Fernández: «Encomendándole el César delicados cometidos. Médico de la Inquisición en Llerena. A los 42 años profesor en Granada, donde escribió su libro, impreso en 1616 y reeditado en Madrid en 1876.

Luego, residió en Cáceres algún tiempo, (como prueban los documentos presentados a los Coloquios del pasado año), y el 7 de noviembre de 1638 otorgó testamento en Trujillo y falleció en esa misma fecha, creemos que en su pueblo natal, donde se encontrarán sus cenizas”.

Tomás Pulido en un trabajo titulado “Algunas noticias biográficas sobre Sorapán de Rieros”, opina que no es posible testar en Trujillo el 7 de noviembre y fallecer en esa misma fecha en Logrosán. Casi podría afirmarse que testando en Trujillo, hallándose en salud, pudo morir días, meses o años adelante, falleciendo en Logrosán, y, claro es, ser enterrado allí. Pero lo probable es que si Sorapán testó estando enfermo, la experiencia de Tomás Pulido al haber visto miles de testamentos de esta época, casi garantiza su fallecimiento inmediato.

De ello se puede deducir que murió en Trujillo, y aquí recibiría sepultura, cosa fácil de comprobar. En Trujillo se encuentran seguramente los documentos fehacientes del caso que nos ocupa.

Como se puede observar no deja de haber noticias, incluso perfectamente documentadas, sobre la vida del doctor Sorapán. Solo falta una mano de investigador que bucee en los archivos y saque a la luz las conclusiones que este insigne medico extremeño merece.

Oct 011986
 

Montaña Pulido Cordero.

No debo ni puedo iniciar estos comentarios, sin aclarar y declarar que todos los datos que voy a mencionar son consecuencia de la labor investigadora que Tomás Pulido realizó en el Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Mi aportación a estos Coloquios no es otra que la de haber estudiado estos datos, relacionarlos y comentarlos.

Ya se comprenderá que no pretendo ni siquiera tratar de bosquejar una biografía del doctor Sorapán, sino la de aportar unos datos documentales que pueden contribuir a reforzar en alguna medida la estructura de un trabajo biográfico con más pretensiones.

Estas pequeñas noticias, inéditas, aunque carentes de trascendencia, no pueden esclarecer la figura médica -que es la que en definitiva importa- sobre todo si se tiene en cuenta que son de carácter común y sin otro asomo de originalidad que la de descubrir, o al menos confirmar, ciertas aficiones o actividades de Sorapán al margen de su carrera científica, ya románticas, ya instintivamente comerciales, ya totalmente vulgares como procedentes de relaciones de familia o de intereses, en las que, generalmente, huelgan datos que, expuestos en escrituras públicas a su vez vulgares, puedan interesar suficientemente a ilustrar los aspectos de una vida profesional que fue la base de su personalidad.

Sobre Sorapán de Rieros han escrito, aunque siempre demasiado poco, ya que nuestro médico deberá estar en Granada, como en Llerena, en Logrosán como en Guadalupe, en Zorita como en Trujillo… y en Cáceres, escritores bien preparados por sus talentos o circunstancias, como el doctor Castillo de Lucas, o don Pedro José Pidal, que le hizo granadino en sus “Estudios Literarios”; Roso de de Luna, vinculadísimo a Logrosán; Nicolás Pérez Jiménez, médico y medio contemporáneo de Sorapán…

Don Teodoro Fernández, antiguo párroco de Zorita, pueblo muy cercano a Logrosán, publicó en la Revista de Guadalupe (núm. de marzo-abril de 1965) una amplia nota biográfica del doctor Sorapán, en la que proporciona noticias documentadas sobre su vida. Ellas nos enteran de su naturaleza, la fecha de su nacimiento e, incluso, de la de su testamento en Trujillo y, razonablemente, aunque no tan precisa, la de su fallecimiento. Y, desde luego, también hace mención a la residencia en Cáceres, del doctor Sorapán, por “algún tiempo”, medida temporal que quizá resulte bastante escasa, ya que ese “algún tiempo” se convierte en los documentos aportados a continuación en unos diez años aproximadamente, pues en 1623 ya se encontraba en la villa cacereña ligado a su Concejo por un concierto de servicios profesionales en calidad de médico asalariado.

Hay, por tanto, en la escasa biografía que hoy poseemos sobre Sorapán de Rieros, alguna que otra duda, fácilmente superable pues parece claro que solo obedecen, antes que a dificultades en su investigación, a una falta de preocupación, de curiosidad y de interés por desentrañar los problemas que la personalidad histórica en cualquiera de sus aspectos y puedan salir al paso.

Los documentos aportados a continuación no merecen un orden de clasificación por materias, como es natural, dado su escaso número y su naturaleza -como instrumentos públicos que no pasan de corrientes- y sólo he atendido a su cronología, que al fin y al cabo, algo se proyecta sobre la biografía del médico Sorapán. Esta cronología oscila entre los años 1623 y 1632 sin que se pueda asegurar que nos puede servir cronométricamente como tiempo real de residencia de Sorapán en Cáceres. No es posible trasladar aquí, completos y en su forma textual, estos documentos, pues es inútil pretender sorprender entre la prosa notarial que ni siquiera nos muestra valores personales en juego capaces de ilustrar en algún aspecto que nos ayude a un enjuiciamiento sobre la ciencia, la competencia profesional, o las intimidades del pensamiento de don Juan Sorapán.

Cáceres, 6 de diciembre de 1623.
Escribano Juan Maderuelo.

El escribano grafía el apellido del doctor extremeño con este término: “Solapán”. Sin duda, es todavía demasiado nuevo en la villa, y su verdadero apellido, dada su particularidad, aún no acierta a escribirlo correctamente. “El doctor Juan Solapán de Rieros, médico asalariado desta villa de Cáceres residente en ella…”otorga poder a Pedro Mexía, vecino del lugar de Logrosán, para cobrar; en la Puebla de Santa María de Guadalupe, los maravedíes que se le deben y para recoger de Pedro Tomás, escribano de la dicha Puebla, las escrituras que están ante él dadas en favor del otorgante.

Esta escritura nos entera de algunas cosas y nos sugiere otras. El detalle de su fecha hace afirmar que es la primera conocida en el tiempo que duró su estancia en Cáceres, por lo que hay que suponer que debió otorgarla recién llegado a esta villa, detalle que parece corroborar el mismo contenido del poder en el que da comisión a Pedro Mexía para hacerse cargo de las escrituras que Pedro Tomás, escribano de Guadalupe, tenga en su protocolo otorgadas en favor del otorgante, lo que no tendrá otro motivo que el abandono de sus negocios, intereses y derechos, en realidad obligaciones de pago por ventas aplazadas, referentes a granos y ganados y que dejó e gestionar antes de hacerlas efectivas a causa de no haber tenido tiempo de realizar su liquidación ante el traslado de él, su caga y su familia a Cáceres por exigencia del contrato con el Ayuntamiento cacereño.

Cáceres, 2 de noviembre de 1624.
Escribano Juan Maderuelo.

Es una carta de arrendamiento que otorga el Ldo. Francisco Ojalvo Pacheco, presbítero, capellán de la capellanía que fundó el doctor Don Bernardino de Carvajal, como heredero que es en la dehesa del Hierro de Juan de la Peña (linde con el río Tamuja y con el Hierro de los Frailes) y en nombre de los demás herederos, da en arrendamiento al Ldo. Gabriel Gutiérrez del Prado… (sigue un espacio en blanco bastante amplio que sin duda fue destinado para rellenarlo con las condiciones o cláusulas del contrato de arrendamiento), y a continuación, en anormal formulismo, tal vez por concurrir circunstancias que impidieron cierta unidad de acto y redacción más ajustada, se cierra el contrato de este modo:

“En la villa de Cáceres, a dos días del mes de noviembre de 1624 anos, testigos que fueron presentes Benito Michel y Diego de Estrada y el Ldo. Don Ujenio (sic) Sorapán, vecinos y estante en la dicha villa…”.

Todavía se puede observar otra anomalía, o más bien, una irregularidad de tipo mecánico: entre el encabezamiento y el pie se interponen dos folios que corresponden a otra u otras escrituras, sin duda por inadvertencia en orden al cosido, que lógicamente se haría más adelante, al término del año o del cuaderno.

En realidad esta escritura nada tiene que ver con la persona del doctor Sorapán de Rieros, pero sin embargo, no deja de tener alguna relación con él, y no sólo porque en el documento aparezca como testigo un hijo del doctor, sino porque no parece que su intervención sea absolutamente casual, sobre todo conjugándola con otras escrituras estudiadas.

Don Eugenio Sorapán era uno de los dos hijos del doctor. Pese a haber transcurrido un año, al menos, desde que su padre residía en Cáceres, este don Eugenio debía estar recién llegado, pues el documento no lo hace ni vecino ni residente, sino solamente le da la condición de estante. Desconozco porqué el escribano o el propio don Eugenio aparece en su mención como testigo con la titulación académica de Licenciado. En nuevas alusiones no aparece tal título, y es seguro que siendo licenciado en algún estudio o facultad, no perdonase tal denominación, y más aún en aquella época en que no abundaban estas graduaciones. Un detalle, insignificante, desde luego, que puede confirmar una tendencia hacia el mejoramiento social de ambos hermanos, es el uso del “don” como señal de distinción o de categoría social y jerárquica que a todas luces no les correspondía ni por tradición familiar ni por propios méritos personales. Don Eugenio era clérigo de menores órdenes, don Tomás, su hermano… no era nada, y aunque hubiese llegado a disfrutar, por su mujer, el mayorazgo de D. Sancho de Sande y la consideración personal inherente a su disfrute, tampoco hay razones en que apoyar ese uso, siempre, aún entre gente muy empingorotadas, muy difícil de conseguir en aquella época.

Cáceres. Varias fechas, 1624.
Escribano: Juan Maderuelo.

Se trata de cincuenta y cinco escrituras que son obligaciones de pago que otorgan a favor del doctor don Juan Sorapán de Rieros diferentes conventos y vecinos de la villa procedentes de la compra de puercos que por si o por sus administradores han hecho al mencionado doctor con pago aplazado. Las operaciones de venta alcanzan a unos cien cerdos y generalmente, los compradores son artesanos. Las compras se refieren a una sola cabeza, los conventos adquieren de la media docena en adelante.

Cáceres, 3 de abril de 1632
Escribano: Juan Vega.

Se refiere a un poder para testar que otorga el Ldo. Fernando Higuero a favor de los Licenciados Rodrigo Martín Berrocal, clérigo presbítero, y García de Pizarro, en cuya escritura son testigos llamados y rogados Thomas de Sanabria, García Sánchez de Velasco, clérigo, y los doctores Juan de Sorapán (sic) de Rieros y Gonzalo Conejero médicos y Thomé González. El otorgante no pudo firmar por la gravedad de su estado y lo hizo el médico Conejero.

Este poder no tiene otro interés, en este caso, que el servir de cómputo por su fecha para establecer la estancia mínima de residencia en la villa de Cáceres del doctor Sorapán, dato que es indudable tiene importancia dentro de la relatividad del valor histórico de la biografía del autor de “La Medicina en Proverbios…”.

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