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Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura

VIAJE AL MONASTERIO DE GUADALUPE DEL REY DON SEBASTIÁN. DICIEMBRE 1576-ENERO 1577

Posted on 7 diciembre, 20257 diciembre, 2025

Jesús Alonso Dávila

Resumen:

Tras expresar un agradecimiento inicial a D. Antonio Ponz por su magna obra —en la que dedica una atención destacada a Extremadura—, se subraya la importancia y riqueza de la literatura de viajes, incluyendo una breve reflexión sobre el curioso origen etimológico de la palabra viaje en español y travel en inglés.

A continuación, se justifica la elección para la comunicación del viaje realizado por el rey portugués Don Sebastián para entrevistarse con su tío Felipe II en el monasterio de Guadalupe durante las Navidades de 1576. Este viaje destaca por su trascendencia histórica y cuenta con el valor añadido de disponer de una doble crónica detallada: por el lado español, la llamada «relación del músico toledano», y por el portugués, el testimonio del sacerdote y gran bibliógrafo D. Diogo Barbosa Machado.

Tras un breve perfil biográfico de los reyes se detalla el itinerario del rey Sebastián desde Lisboa hasta Guadalupe, con paradas en Évora, Estremoz, Elvas, Badajoz-Talavera la Real, Mérida, Medellín y Madrigalejo. Finalmente, se describen tanto las reuniones mantenidas por los dos monarcas y sus acompañantes en el monasterio durante los diez días de su estancia conjunta, como las ceremonias religiosas, los copiosos banquetes y las diversas actividades lúdicas que acompañaron aquel encuentro de enorme valor político y simbólico.

Palabras clave: Rey Don Sebastián, Felipe II, Guadalupe

 

1.- AGRADECIMIENTO A D. ANTONIO PONZ FERRER.

En primer lugar, queremos expresar nuestro sincero agradecimiento al abate Ponz, autor de la magna obra Viage de España, cuya conmemoración por el tricentenario de su nacimiento ha inspirado la temática de los Coloquios Históricos de Extremadura en este año 2025. Gracias a ello, se dedica esta edición a un asunto tan amplio y sugestivo como Los viajes y viajeros por Extremadura.

“Conviene recordar que El Viaje de España, de Antonio Ponz, consta de 18 volúmenes publicados entre 1772 y 1794. Está redactado en forma de cartas, en las que el autor describe su recorrido por gran parte de la península, reflejando una mirada ilustrada sobre el patrimonio artístico, histórico y social del país.

En su extensa obra, Ponz dedica especial atención a Extremadura en dos volúmenes. En el tomo VII, publicado en 1778, visita localidades como Guadalupe, Plasencia, Yuste, Trujillo, Medellín, Las Batuecas y Las Hurdes. Y en el tomo VIII, también de 1778, recorre nuevamente Plasencia, así como Béjar, Coria, Oliva, Alcántara, Cáceres, Mérida, Montijo, Badajoz, Jerez de los Caballeros, Fregenal y Zafra.

Ambos tomos fueron impresos por Joaquín Ibarra, uno de los grandes tipógrafos del siglo XVIII.”

 

2.- BENEFICIOS Y SUPLICIOS DE LA LITERATURA DE VIAJES.

Mucho se ha reflexionado y escrito sobre la literatura de viajes y previamente sobre la idea misma del viaje. Es evidente que, desde un punto de vista existencial, se puede vivir sin viajar en sentido estricto, es decir sin desplazarse fuera del ámbito geográfico en el que uno nace y vive. Pero, incluso en este caso se puede también entender que el propio discurrir vital constituye un viaje. Jorge Manrique lo expresó con versos inmortales en sus Coplas por la muerte de su padre, al proclamar: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”.

Ahora bien, el viaje en sentido estricto —es decir, el desplazamiento físico hacia otros lugares, culturas y pueblos— encierra un valor didáctico y un poder enriquecedor difícilmente superables. Desde luego, quien puede emprender el trayecto por sí mismo accede a un conocimiento directo, sin intermediarios. Sin embargo, esta no es la única vía, ni siempre la más conveniente, especialmente cuando el “filtro” ajeno resulta valioso. Porque si se tiene la fortuna de acceder a las enseñanzas y experiencias de otros viajeros —dotados de capacidad para observar, comprender y comunicar lo vivido—, el lector, ese “viajero en casa”, puede evitar los inconvenientes del desplazamiento físico y, aun así, alcanzar una comprensión profunda y enriquecedora del mundo.

Así lo entendió el viajero, escritor y dibujante inglés Richard Ford quien hacia la mitad del siglo XIX viajó por España durante más de dos años, incluyendo en sus itinerarios Extremadura. Sus crónicas las recogió en varias obras que tuvieron un gran éxito en el Reino Unido y precisamente el título de su obra más conocida indica esa doble finalidad de sus escritos: Manual para los viajeros en España y para los lectores en casa.  Handbook for Travellers in Spain, and Readers at Home.

Estas crónicas fueron publicadas en 1845 en dos volúmenes y no solo constituyen una guía de viajes, sino también sintetizan una reflexión profunda sobre la historia, la cultura, el arte y las costumbres de España. Por cierto, que la comida que más le gustó de Extremadura fue el jamón de Montánchez que califica como un manjar exquisito.

Es claro, por otra parte, que el buen escritor de viajes debe de tener la habilidad de destacar lo más singular de los lugares que visita y a veces esta necesidad de resultar original e ingenioso se convierte en un suplicio para él. Así lo destaca con su agudo sentido del humor el gran Julio Camba que tantos libros de viajes nos legó.

En el prólogo de Aventuras de una peseta, titulado “advertencia leal contra los libros de viajes”, reflexiona con ironía y lucidez sobre las dificultades del escritor de viajes. Su tono es desenfadado, pero detrás hay una crítica muy aguda al género y a las expectativas del lector.

Uno de los pasajes más citados dice: “Los libros de viajes son una impostura, porque el escritor (…) habla únicamente de las cosas que no ve, es decir, que no ve como tales cosas, sino como crónicas periodísticas o como capítulos de novela”.

En otro de sus libros, la Rana viajera, Camba ironiza sobre la presión de encontrar “exotismo” donde no lo hay, y lo absurdo de tener que escribir una crónica apasionante de un sitio que, en realidad, puede no tener nada de especial. En cierto modo, es una crítica a la artificialidad del género cuando no se aborda con autenticidad o sentido del humor.

Procuremos pues, para evitar esos riesgos, que en el viaje cuyo análisis proponemos hoy sepamos proyectar una mirada veraz, con autenticidad y con una saludable dosis de ironía.

3.- SIGNIFICACIÓN DEL ORIGEN DE LA PALABRA ESPAÑOLA VIAJE Y LA INGLESA TRAVEL.

Sin desviarnos de nuestra ruta viajera con extensas consideraciones lingüísticas, resulta pertinente dedicar algunas reflexiones al origen de la palabra viaje en español y a su equivalente en inglés: travel.

La generalización del término viaje en la lengua española no se produce hasta la Edad Moderna. Con anterioridad, eran más comunes expresiones como caminos, andanzas, jornadas, peregrinaciones e incluso, como veremos más adelante, trabajos.

Esta incorporación relativamente tardía se explica porque viaje no proviene directamente del latín clásico, sino que entra en el castellano a través del catalán viatge, forma ya evolucionada del latín viaticum. Este último término, en su origen, se refería a las provisiones necesarias para el camino, aunque más tarde comenzó a designar también el trayecto en sí.

En el castellano medieval, influido por la fonética catalana, se adopta la forma viage, que se mantiene durante siglos, como puede verse en textos de autores como nuestro recordado Antonio Ponz. No será hasta el siglo XVIII, con las reformas ortográficas impulsadas por la Real Academia Española, cuando se consolide la forma moderna con j, más acorde con la pronunciación fricativa del español moderno.

Así pues, y aunque pese a quienes insisten en destacar el hecho diferencial, la palabra viaje nos llega al castellano a través del catalán, al igual que otros términos como reloj, capicúa, peseta, o incluso español.

Resulta curioso que la palabra inglesa travel, por su parte, tenga un origen latino más directo, pero con una connotación muy distinta: nos remite a las dificultades del desplazamiento. Proviene del francés antiguo travail (trabajo, esfuerzo, sufrimiento), que a su vez deriva del latín vulgar tripalium, un instrumento de tortura compuesto por tres palos. Es revelador que, en este caso, el español —y también el francés moderno con voyage— adopten un término vinculado al trayecto y la preparación, mientras que el inglés conserve una palabra asociada al esfuerzo físico y al sufrimiento.

 

 Imagen 01. Origen de la palabra trabajo

Como decíamos, no vamos a extendernos en disquisiciones etimológicas, pero conviene añadir dos observaciones. La primera es que, antes de la generalización del término viaje, también se empleaba en castellano la palabra trabajos, como lo evidencia el título de la obra póstuma de Cervantes: Los trabajos de Persiles y Sigismunda, cuyos protagonistas, por cierto, pasan por Trujillo y, más tarde, por Guadalupe en su tortuosa peregrinación hacia Roma.

La segunda observación se refiere a nuestros vecinos portugueses, quienes incorporaron bastante más tarde el término viagem, probablemente por estar menos expuestos a la influencia del catalán. Así, en el viaje del rey Sebastián que describiremos a continuación, las fuentes españolas emplean la palabra viaje, mientras que las portuguesas prefieren jornadas.

 

4.- DIFICIL ELECCIÓN DE UN VIAJE POR EXTREMADURA DIGNO DE MENCIÓN, DIFUSIÓN Y REFLEXIÓN.

La propia obra del abate Ponz merecería una investigación específica porque dedica un amplio espacio a sus viajes por Extremadura destacando sus carencias y enormes posibilidades. Es realmente asombroso que con los medios existentes en el siglo XVIII pudiera obtener y dejar constancia de tan copiosa información. La mayor parte obtenida de primera mano, aunque a veces ayudándose de algún colaborador como he podido constatar al leer las referencias a la casa de Santa María que los padres jerónimos del monasterio de Guadalupe tenían en Madrigalejo a la que luego nos referiremos.

En efecto Ponz se refiere así a Madrigalejo:

“CARTA CUARTA. No quiero cerrar esta carta sin hablar a V. de Madrigalejo, á cuyo lugar no fui por no alterar el plan de mi viage, y porque D. Francisco Forner, Médico de este Monasterio [Guadalupe], sujeto de particular instrucción y recogedor de memorias antiguas, especialmente de Extremadura, que piensa publicar, me dio diferentes noticias de aquel pueblo”.

Otro viaje de sumo interés es precisamente ese último que hizo el Rey Fernando a finales del año 1515 desde el palacio de Sotofermoso que el Duque de Alba había mejorado con magníficos jardines en Abadía en el norte de la provincia de Cáceres. El rey se dirigía a Guadalupe para presidir la reunión de la orden militar de Alcántara antes de ir a Sevilla. Pasó por Plasencia y Trujillo practicando la caza a pesar de que se encontraba enfermo. En Abertura se agravó la enfermedad y decidieron trasladarlo a la Casa de Santa María que los monjes jerónimos de Guadalupe tenían en Madrigalejo. Allí se vivieron momentos de gran tensión histórica porque se quería que el Rey otorgara un nuevo testamento dejando clara la sucesión de su hijo Carlos como futuro rey de los reinos que se habían unificado. El Rey un día antes de su muerte, que se produjo el 23 de enero de 1516, firmó el testamento ante el protonotario del reino resolviendo el problema sucesorio y consiguiendo lo que proclaman hoy en Madrigalejo: “En Madrigalejo murió el Rey y nació España”.  Es tan clara la significación histórica de ese viaje que era también un viaje digno de un estudio pormenorizado.

También hemos mencionado ya los viajes de Richard Ford a mitad del siglo XIX. En su obra Las Cosas de España, dejó comentarios atinados sobre Extremadura que es pertinente recordar. Dice así: “En muchas provincias de España los cerdos son más numerosos que los burros. Como los de Extremadura, la Jamonópolis de la Peninsula, son los más estimados, los citaremos especialmente. Esta región, a pesar de ser la menos visitada por los españoles y los extranjeros, es interesantísima para arqueólogos y naturalistas”. Y, refiriéndose específicamente a los jamones, añade: “Los de Galicia y Cataluña son también muy famosos, pero no pueden ni por asomo compararse con los de Montánchez, propios para ser servidos a la mesa de un emperador”.

Otro viaje más moderno digno de estudio es el que hizo por Extremadura en los primeros años del s. XX D. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca. La crónica de este viaje recogida en la obra Viajes por tierras de Portugal y España ha sido muy criticada por algunos extremeños por estimar que el rector daba una visión muy negativa de la región. No comparto esa opinión. D. Miguel apreciaba la parte occidental de España y la vecina Portugal. De hecho, sobre Trujillo dejó escrita la siguiente valoración absolutamente vigente: “Es Trujillo una ciudad abierta, clara, confortable, regularmente bien urbanizada, apacible y que da una cierta sensación de bienestar de hidalgo campesino”.  Salamanca, noviembre de 1909.»

Sinceramente no creo que sea una crítica negativa. Reflejaba el mejor momento de Trujillo que había conseguido traer el agua corriente a la ciudad desde la sierra de las Villuercas en el año 1900 y que, gracias a la labor ejemplar de su arquitecto municipal D. Eduardo Herbás Baeza, fallecido también en 1900, ofrecía un ordenado urbanismo de cuyos planteamientos nos estamos todavía beneficiando.

Otro viaje, muy estudiado y también digno de mención por cumplirse este año el 75 aniversario de su realización lo constituye el que en 1950 hizo a Deleitosa el fotógrafo norteamericano Eugene Smith y que inmortalizó en el conocidísimo reportaje publicado en la revista LIFE con el título A Spanish Village. Afortunadamente el ayuntamiento de Deleitosa y la Asociación Cultural Deleitosa Spanish Village se están ocupando de mantener viva la memoria de este viaje gráfico.

Después de considerar la relevancia de esos viajes, finalmente he seleccionado el que, a mi modo de ver, ha tenido mayor significación histórica: El viaje que en diciembre de 1576 hizo al Monasterio de Guadalupe el rey Sebastián de Portugal para mantener una serie de vistas (entrevistas en el lenguaje actual) con su tío el poderoso Rey de España Felipe II.

Las razones por las que he elegido este viaje son las siguientes:

Primera. Su transcendencia. El Rey Sebastián propuso ese viaje con dos objetivos: uno militar y otro matrimonial. En el área político militar D. Sebastián pretendía que el reino de España, se sumara al reino portugués en la campaña que pretendía dirigir para dominar el norte de África y concretamente el reino marroquí. En el área personal y dinástica el segundo motivo del viaje era concretar el futuro matrimonio de D. Sebastián con la infanta española Isabel Clara Eugenia hija predilecta de Felipe II que a la sazón tenía sólo 10 años.

Segunda. Su escaso reconocimiento. En mi opinión este viaje real por partida doble no ha sido suficientemente valorado y conocido. Por eso toda acción que pueda contribuir a su difusión debe de ser realizada y estas jornadas son una buena oportunidad para hacerlo.

Tercera. Su detallada documentación. Existen documentos históricos, tanto desde el lado español como desde el portugués, que describen pormenorizadamente el viaje. Y no sólo sus antecedentes, el itinerario del viaje y el desarrollo de las “vistas” sino otros muchos detalles sobre la intendencia, los aposentos, la gastronomía y el talante de las comitivas de los dos monarcas.

Cuarta. Su consecuencia: La unificación de las coronas de Portugal y España tras la muerte del rey Sebastián sin descendencia. Como es sabido, el ejército capitaneado por el rey portugués sufrió en 1578 una aplastante derrota en la batalla de Cazalquivir en la que murieron la mayoría de los nobles portugueses y el propio rey Sebastián, aunque su cuerpo no fue encontrado. El reinado portugués fue asumido por su tío el cardenal D. Enrique que murió sin descendencia en 1580. Felipe II reclamó su preferencia a la sucesión y fue proclamado rey de Portugal en las cortes de Tomar en 1580.

Quinta. El descubrimiento de hechos y personajes sorprendentes asociados con estos acontecimientos. Entre otros, la trayectoria política religiosa de Dª. Juana de Austria madre del rey Sebastián y hermana de Felipe II, la vida de Doña Catalina de Austria abuela y tutora de D. Sebastián, y la importante participación en las reuniones y en los hechos posteriores del III Duque de Alba, D. Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, (1507–1582).

Sexta. La conveniencia de aproximar y enriquecer las relaciones históricas de España y Portugal y muy en especial las de Extremadura, tan próxima y a veces tan alejada, destacando la vinculación de las casas reales castellana y portuguesa con el Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe.

Por todas estas razones, entiendo que merece la pena detenerse en este viaje real de 1576 lo que haremos tras presentar brevemente a los reyes y a los personajes más relevantes.

 

5.- LOS PERSONAJES DEL DRAMA (DRAMATIS PERSONAE).

Los dos actores fundamentales son, como es obvio, los reyes D. Sebastián I y D. Felipe II. A pesar de tener vínculos sanguíneos de una consanguinidad múltiple, los dos monarcas no podían ser más diferentes.

  1. Sebastián había nacido el 20 de enero de 1554, por lo que en 1576 contaba con 22 años. En 1568, a los 14 años, empezó a gobernar por sí mismo, aunque en realidad seguía siendo un adolescente con una fuerte influencia de tutores religiosos, militares y cortesanos, especialmente los jesuitas y consejeros místicos que alimentaron su idealismo cruzado. A partir de entonces, su obsesión con una empresa militar en el norte de África comenzó a tomar forma.

Hay muchos pasajes de la vida de D. Sebastián que nos prueban su personalidad mística y aventurera. Pero destaca uno que nos da idea exacta de sus ensoñaciones. Se trata de la visita del rey Sebastián I al Monasterio de Batalha en un acto cargado de simbolismo político y espiritual, que encajaba perfectamente con su personalidad marcada por el idealismo, el misticismo y el sentido de misión.

Durante su visita al Monasterio de Batalha, alrededor de 1572, el rey Sebastián I de Portugal ordenó exhumar el cadáver del rey Juan I (Dom João I), su ilustre antepasado y fundador de la dinastía de Avis. Dom João I (1357–1433), rey de Portugal, fue quien derrotó a Castilla en Aljubarrota y consolidó la independencia de Portugal. La exhumación no fue una irreverencia, sino un acto solemne y simbólico.

En el ámbito más personal la relación del rey Sebastián I de Portugal con las mujeres fue prácticamente inexistente en el plano amoroso. Mucho se ha especulado al respecto indicándose desde sus las inclinaciones sexuales hasta una enfermedad venérea. Lo que sí podemos afirmar es que el rey Sebastián cultivó una imagen de castidad caballeresca y casi ascética, inspirada en ideales religiosos y cruzados. Se veía a sí mismo como un «rey de Cristo», dedicado a una misión divina que no debía ser desviada por pasiones mundanas.

En cualquier caso, su negativa a casarse y tener descendencia directa fue uno de los factores clave en la crisis dinástica que estalló tras su desaparición en 1578.

Felipe II por su parte 1576 tenía 49 años y tras de sí una vida llena de experiencias, responsabilidades políticas y un auténtico interés por las manifestaciones artísticas y culturales.

En 1543, a los 16 años fue nombrado regente de España. Cuando cumplió 21 su padre, el emperador Carlos I, le envió a realizar lo que se dio en llamar “El felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe don Felipe». En esa gran travesía, entre 1548 y 1551, el príncipe Felipe recorrió muchas ciudades de Italia, incluyendo Nápoles, Roma y Milán, y varias ciudades de Alemania y de Flandes.

Por otra parte, en 1556 Carlos I abdicó en favor de Felipe II que asumió oficialmente el trono como rey de Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia y los Países Bajos.

Sus características personales eran radicalmente distintas a las de su sobrino el impetuoso rey Sebastián. Frente a las ensoñaciones del joven Sebastián, Felipe II, llamado el prudente, era reservado, meticuloso, trabajador y un gran amante de la botánica, el arte y la arquitectura.

En el plano personal, Felipe II llevó una vida marcada por los compromisos dinásticos que le imponían sus responsabilidades como monarca. En 1576, mientras el rey Sebastián permanecía soltero, Felipe estaba casado con doña Ana de Austria, su cuarta esposa, tras haber enviudado de María Manuela de Portugal, de su tía María Tudor, reina de Inglaterra, y de Isabel de Valois.

Por otro lado, está ampliamente aceptado que mantuvo una relación amorosa —que hoy podríamos calificar, con cierta ironía, de “fija discontinua”— con la noble y culta Isabel de Osorio, quien nos dejó a la posteridad el hermoso palacio de Saldañuela, situado cerca de Burgos. Algunos autores sostienen que Felipe II pidió al maestro veneciano Tiziano que se inspirara en el cuerpo de doña Isabel para las figuras desnudas de algunos cuadros mitológicos de tema erótico que integraron la colección privada del rey.

Además de esos dos primeros actores hay otros tres personajes significativos. Primero, Doña Juana de Austria la hermana menor de Felipe II y madre de Don Sebastián, luego Doña Catalina la abuela de Don Sebastián, y acabaremos con D. Fernando Alvarez de Toledo III Duque de Alba.

Doña Juana de Austria (1535-1573) fue una infanta de España, hija del emperador Carlos V y de Isabel de Portugal. Hermana menor del rey Felipe II, fue una figura destacada del siglo XVI tanto por su papel político como por su belleza y profunda religiosidad.

En 1552 se casó con el príncipe heredero de Portugal, Juan Manuel, pero quedó viuda al poco tiempo, embarazada de su único hijo: Sebastián I de Portugal, quien nacería en 1554. A los pocos meses del parto, regresó a España al ser nombrada regente de España por su hermano Felipe II mientras él se encontraba en Inglaterra tras su matrimonio con María Tudor. Don Sebastián quedó bajo la tutela de su abuela Doña Catalina y, a pesar del cariño que se demostraron a distancia madre e hijo no volvieron a verse desde su separación a los pocos meses del nacimiento de Don Sebastián.

Juana también fue fundadora y primera protectora del convento de las Descalzas Reales de Madrid, donde se retiró en sus últimos años. Y tal fue su vínculo con los jesuitas, especialmente con San Francisco de Borja, que consiguió que la aceptaran como miembro de la orden bajo el seudónimo de Mateo Sánchez. Murió en 1573.

Doña Catalina, la abuela paterna de Don Sebastián, también tuvo una biografía singular. Fue hija póstuma de Felipe el Hermoso y Juana “la loca”. Su infancia la pasó en el castillo de Tordesillas donde estaba recluida su madre por su supuesta enajenación mental. Solo salió de su confinamiento en 1525 para casarse con Juan III de Portugal, su primo, y fue reina consorte hasta la muerte de su esposo en 1557. Como ya hemos señalado, ejerció la tutela de Don Sebastián.

El tercer personaje que queremos mencionar es el III Duque de Alba, D. Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel. Es de sobra conocida su intervención para dominar la rebelión de los Países Bajos, pero lo es mucho menos su determinante intervención en las reuniones de Guadalupe. Felipe II le llevó como su más próximo asesor y consiguió la máxima admiración por parte de Don Sebastián debido a su brillante carrera militar. Sin duda parte de esa buena comunicación se debió a la ascendencia portuguesa del Duque por parte de su madre. Posteriormente, en el año 1580, el duque consiguió derrotar en la batalla de Alcántara a los nobles portugueses que se oponían a que Felipe II fuera proclamado rey de Portugal.

 

6.- LAS CRÓNICAS Y LOS CRONISTAS DEL VIAJE DEL REY SEBASTIÁN.

Como hemos señalado, una de las razones para elegir el viaje del rey Sebastián es la existencia de dos crónicas detalladas del mismo. Una portuguesa y otra española.

El cronista portugués está perfectamente identificado. Fue Diogo (Diego en español) Barbosa Machado (Lisboa, 31 marzo 1682 – 9 agosto 1772) un sacerdote católico, escritor, historiador y, sobre todo, el primer bibliógrafo de Portugal. Por cierto, también religioso y coetáneo de nuestro abate Antonio Ponz.

En el tomo IV de sus Memorias de la Historia de Portugal, publicado en 1751, dedica cuatro capítulos al viaje de su joven rey. El V en el que se refiere al intenso debate entre los consejeros del rey que eran partidarios del viaje y los que lo desaconsejaban. El capítulo VI que relata la partida del rey desde Lisboa y el detalle pormenorizado del itinerario hasta el monasterio. El capítulo VII que describe la llegada del rey a Guadalupe. Y el VIII que da cuenta de las “conferencias” de los reyes y su despedida.

El problema con que nos encontramos para estudiar esta crónica fue el de poder localizar un ejemplar de ese libro de Diogo Barbosa. El original se encuentra en Brasil pues se llevó allí junto con la biblioteca real para evitar su destrucción por parte del ejército napoleónico en 1807. La verdad es que hubiera sido una excusa perfecta para conocer Brasil, pero no encontré apoyo familiar para esa jornada. Sí encontré un ejemplar en la Biblioteca Nacional de España, pero había que solicitar su consulta con antelación y realizarla en la sede de la biblioteca lo que no me era factible. Afortunadamente, el profesor Juan Gil Montes, autor de muchos estudios relacionados con el Geoparque Villuercas, Ibores, Jara, me sugirió que localizara el libro en una edición digital y con gran satisfacción la encontré y la he podido disfrutar y consultar cómodamente.

Por otra parte, la facilidad con que un español comprende el portugués —especialmente en su forma escrita— representa una ventaja considerable. No en vano, como se ha repetido tantas veces, “el portugués es el español sin huesos”. Cabe señalar que, en las conversaciones entre ambos monarcas, no se necesitaban traductores ni dispositivos de interpretación: a la proximidad de las lenguas se sumaba el hecho de que don Felipe era hijo de la portuguesa doña Isabel, y don Sebastián, de la española doña Juana de Austria.

La crónica desde el lado español no tiene autor identificado y además hay más de una edición. En el año 1896 se incluyó por Francisco R. de Uhagón, en una obra titulada Relaciones Históricas de los siglos XVI y XVII publicada por la Sociedad de Bibliófilos españoles. Con el número trece de esas relaciones se reproduce la titulada “Las Vistas del Rey de Portugal y el de Castilla en nuestra señora de Guadalupe, año 1576, diciembre”. De esta obra se puede localizar una edición digital de fácil acceso.

Sin embargo, como decimos, esa edición no es la única porque de los acontecimientos históricos de esa época se redactaban distintas versiones en formas de cartas o crónicas. Esa diversidad de originales suele despertar el interés de los bibliófilos como el extremeño Antonio Rodríguez Rodríguez, posteriormente Antonio Rodríguez Moñino, destacado erudito, filólogo, bibliotecario y bibliógrafo español.  Uno de los asuntos que le interesaron desde que terminó sus estudios universitarios fue precisamente el viaje a España del rey don Sebastián. Hasta el punto de que seleccionó este tema para una tesis doctoral que no pudo terminar por su intensa y polémica actividad durante la Guerra Civil como responsable de la protección e incautación de fondos bibliográficos y artísticos.

Rodríguez Moñino localizó otra versión de la relación publicada por la Sociedad de Bibliófilos Españoles y dejó constancia de su entusiasmo tras el hallazgo en la Colección Salazar de la Real Academia de la Historia. Así lo expresó:

“Dimos con un manuscrito lleno de tachaduras y enmiendas, de borrones y entrelineados, cuyo texto llamó poderosamente nuestra atención y fue leído cuidadosamente. Era una relación de la estancia de D. Sebastián en Guadalupe, tan lleno de interés y de datos nuevos que inmediatamente formamos el propósito de darlo a la estampa.”

Rodríguez Moñino cumplió ese propósito publicando el texto en su obra Viaje a España del Rey Don Sebastián (Editorial Castalia, 1956, Valencia), donde incluyó la transcripción del manuscrito bajo el título “Relación del músico toledano”. Aunque no logró identificar al autor, Rodríguez Moñino dedujo, por algunas referencias del propio texto, que se trataba de un músico de Toledo, que servía a su señor como capellán y tañedor en su capilla.

Con estas dos fuentes y perspectivas —la portuguesa y la española— procederemos a analizar brevemente la preparación del viaje, las distintas etapas del itinerario y el desarrollo del encuentro entre ambos monarcas, que tuvo lugar durante diez días en el Monasterio de Guadalupe.

 

7.- LA PREPARACIÓN DEL VIAJE. DEBATE SOBRE SU CONVENINECIA ENTRE LOS CONSEJEROS DEL REY SEBASTIAN Y PREPARATIVOS DE LOS APOSENTOS EN GUADALUPE.

Cuenta Barbosa Machado que, en las vísperas del viaje a Guadalupe, D. Sebastián convocó al consejo de estado y que sus miembros se dividieron en dos grupos. Uno partidario de dar gusto al Rey porque entendían lo importante que sería conseguir la ayuda del poderoso Felipe II para la campaña africana y otro contrario al viaje porque temían que el mayor poder y experiencia de Felipe II pondría en inferioridad negociadora a su vehemente sobrino.

Según relata Barbosa Machado, prevalecieron los consejeros que favorecían la conveniencia del viaje, y así se lo hicieron saber a Felipe II, quien —»valiéndose de su natural astucia», en palabras del propio autor— ordenó que en todos los lugares por donde debía pasar don Sebastián se le recibiera con las máximas ceremonias, sin establecer distinción alguna entre su persona y la de su sobrino, pues el afecto con que le amaba era, según dijo, tan profundo como el vínculo de parentesco que los unía.

Por su parte, D. Felipe, que ya estaba en Guadalupe, se ocupaba personalmente de elegir y disponer las estancias que iban a constituir el aposento de D. Sebastián. Y cuenta el cronista toledano la siguiente anécdota que tiene su lado cómico y nos manifiesta el distinto talante de la delegación portuguesa y los alabarderos castellanos y cómo el rey se cuidaba de hasta el más mínimo detalle.  Dice así: “anticipose un aposentador de Su Alteza a venir a ver el aposento de su rey; y como llegó a la hospedería y vio el aderezo tan rico que en ella había, preguntó a unos alabarderos castellanos, qué hacían allí, y dijeronle que guardaban aquellos aposentos para el rey de Portugal, y el replico: Ainda vos digo que naom dexeis entrar se non fore a o fillo de Deus y el dicho se ha reido; pero en castigo de esta presunción, entró un gato en la cama que estaba más adentro de la del rey, y como no hallase cosa más acomodada se ensució, de manera que en ninguna de las del mundo se pudo aprovechar de aquella cama; mandó Su Majestad que los pasasen a otro más obscuro y allí estuvo algo disimulada” .

 

8.- EL VIAJE A GUADALUPE.

 Imagen 02. Plano del itinerario del viaje

  1. Sebastián sale de Lisboa el martes 11 de diciembre de 1576 acompañado de una amplísima comitiva cuyo número no está claramente establecido pero que, entre nobles, caballeros y sirvientes debían ser varios centenares. Una copla burlona de la época decía “nao vem mais de oitocentos, que a la ligera venía”. Hay que tener en cuenta que se trataba de un viaje de Estado y que la obsesión de los portugueses era que su país estuviese bien representado.

La primera etapa del viaje consistió en la travesía en barco para cruzar el estuario del Tajo, desde Lisboa hasta Aldea-Gallega. La identificación de esta localidad no resultó sencilla, ya que las poblaciones que hoy conservan ese nombre no se sitúan al sur del estuario. Solo tras diversas búsquedas —y casi por azar— logré determinar que Aldea-Gallega cambió de nombre hacia 1930 y que en la actualidad se conoce como Montijo.

Al día siguiente el cortejo se dirigió al pequeño pueblo de Landeira, a cinco leguas de Aldea-Gallega y el jueves 13 a Montemor.

El viernes 14 se dirigieron a la importante ciudad de Évora, con catedral y universidad, donde además de las autoridades civiles y religiosas le aguardaba el Cardenal Don Enrique y donde tuvo un entusiasta recibimiento.

El sábado 15 de diciembre almorzaron: carne para don Sebastián y pescado para sus acompañantes, siguiendo una diferenciación que se repetirá en varias ocasiones y cuya razón de ser no hemos podido esclarecer. Luego partieron hacia Estremoz, donde fueron recibidos por el duque de Braganza y algunos caballeros, aunque —según testimonio del cronista toledano— “con bien poco sentimiento de alegría”.

El domingo pensó D. Sebastián no caminar por ser festivo, pero dada la frialdad con que lo habían recibido en Estremoz, poniendo de manifiesto las reservas de parte de la nobleza portuguesa respecto al viaje, adelantó su marcha hacia Elvas ciudad fortificada próxima a la frontera que le dispensó un recibimiento bien diferente. Aquí aguardaba a S.M una gratísima sorpresa para quien como él estaba obsesionado por la idea guerrera. Elvas había dispuesto en un llano de la entrada, cuatrocientos hombres de armas con picas y ciento cincuenta arcabuceros que a la entrada del Rey le hicieron salva de honor y le llevaron a la ciudad. Tan satisfecho estaba por su recibimiento que demoró su salida hacia España hasta el martes 18.

El martes 18 llegó a Badajoz donde tuvo un gran recibimiento por parte del obispo y el cabildo y, según nos cuenta Barbosa Machado, después de oír misa en la catedral “con aplauso de todo el pueblo, que concurrió multitudinariamente a gozar de su presencia, y montado a caballo partió para Talaveruela” nombre que entonces tenía la villa de realengo que desde 1640 recibe el nombre más decoroso de Talavera la Real. En esta población se aposentó en casas lujosamente adornadas y con expresa orden de Don Felipe para que de ahí en adelante todos los gastos de la comitiva portuguesa corrieran por cuenta del rey de Castilla.

Al día siguiente, 19 de diciembre, después de oír misa, partió sin demora para Mérida donde fue recibido “con sumo aplauso” y conducido bajo palio al templo mayor.

 

El día 20 partió de Mérida rumbo a Medellín, y nos cuenta el “músico toledano” que, en un pequeño lugarejo intermedio, de escasos vecinos, salieron a recibirle cuatro hombres: tres con picas y uno con arcabuz. Llevaban su bandera y tamboril, algo que agradó mucho al rey. Este lugar no ha sido identificado con certeza, pero me atrevo a pensar que podría tratarse del actual pueblo de colonización llamado Yelbes, cuyo nombre, curiosamente, era una de las formas antiguas de referirse a la ciudad de Elvas. Sin embargo, en dicho pueblo no hay constancia alguna de esta posible visita, ni siquiera de que por allí pasara el camino hacia Guadalupe, que se encuentra a unos 90 kilómetros. Lo que sí hay es un cartel indicando el llamado “camino mozárabe” a Santiago de Compostela, a 800,1 km de distancia. Está claro que los gallegos han hecho un excelente trabajo de comunicación. Ahí lo dejo.

En Medellín, según nos cuenta el “músico toledano”, le tenía preparado el conde, D. Rodrigo de Portocarrero, un “muy escogido recibimiento, con muchos toros y juegos de cañas” pero que no se llevaron a cabo porque no gustaron a su majestad D. Felipe II para que no se señalara el conde tanto como él. También nos dice el cronista que el conde dispuso para Don Sebastián una extremada cama que fue de su madre Doña Juana de Austria y que obsequió a su alteza y a los caballeros que le acompañaban con una copiosa cena. También cuentan las crónicas que con la cena les sirvió nieve y que ello les produjo “tal desconcierto de estómago” que se sintieron morir, habiendo quedado según indican la expresión “nieve de Medellín” para referirse a alguna comida o bebida que produce gran indisposición. Tengo que manifestar que en Medellín donde he preguntado por tal expresión no la recordaban o por lo menos eso decían.

El viernes 21 partió el rey hacia Madrigalejo pasando por Villanueva de la Serena donde tuvo un vistoso recibimiento por el vicario y “doscientos arcabuceros y otros tantos jinetes “. A las cuatro de la tarde llegó su Alteza a la llamada casa de Santa María que los monjes jerónimos del Monasterio de Guadalupe tenían en esa población donde “halló un mediano aposento, cubierto de brocado, que fue donde murió su bisabuelo D. Fernando el Católico”.

Y aunque el refrán advierte que no hay que ser supersticioso —porque eso trae mala suerte—, no podemos evitar recordar que a Fernando el Católico un astrólogo le aconsejó en su día que evitara viajar a Madrigal (de las Altas Torres) cuna de Isabel la Católica. El rey fue muy precavido con respecto a ese lugar, pero su triste destino fue morir en una aldea de nombre casi idéntico: Madrigalejo..

El sábado 22 partió Su Alteza bien de mañana y en ayunas hacia la venta las dependencias del extenso olivar llamado El Rincón de Valdepalacios de los padres jerónimos de Guadalupe. Un día antes habían llegado “cuatro religiosos de los de más canas y autoridad, juntamente con el mayordomo mayor del Monasterio para servir el almuerzo del rey”. Siguiendo la pauta de las comidas anteriores al rey se lo dieron muy regalado de carne y a los caballeros de pescado. En este caso con muchas truchas que por este propósito les envió el duque de Béjar. También nos da detalle Barbosa Machado de que se sirvieron vinos selectos, que tenían gravadas en las garrafas la tierra que los produjo y el año de su antigüedad. Durante toda la comida “dieron música, unas veces tañendo instrumentos bajos, otras cantando cosas que para aquel propósito tenían estudiadas”.

 Imagen 03. Mapa de la finca El Rincón

De allí pasó a Puertollano, que, según relatan las crónicas, no era más que una “ruin venta”, un paraje humilde y sin lustre. Sin embargo, en aquella ocasión había sido transformado con esmero por el regimiento de Talavera, que lo engalanó con todo el decoro exigido por la dignidad del visitante. Como bien recordaba hace poco el profesor Juan Gil Montes, no se trata aquí de la Talavera extremeña de Badajoz, sino de la toledana Talavera de la Reina, a cuyo término pertenecía entonces el Monasterio, pues en ese punto se encontraba la línea divisoria entre el territorio de Trujillo y el de Talavera, establecida en 1268 por el rey Alfonso X.

Esa misma tarde, se produjo por fin el encuentro entre los dos reyes como relatan con todo detalle tanto el cronista toledano como el portugués Barbosa Machado. Según este último, Felipe II le saludó con estas palabras “Sea Vuestra Majestad muy bienvenido a estos sus reinos”, a lo que contestó D. Sebastián “Señor, hacía mucho tiempo que deseaba que Nuestro Señor me hiciese esta merced, que hoy gracias a la Virgen Nuestra Señora de Guadalupe consigo”. De todas las presentaciones, destacaremos las palabras del Duque de Alba que según Barbosa “después de fijar sus ojos en el semblante de nuestro Príncipe, rompió en lágrimas y dijo: bendito sea Dios que me ha dejado ver reliquias tan verdaderas del emperador mi Señor”. Una emocionada referencia al parecido de Don Sebastián con el emperador Carlos I.

En el atrio del Monasterio aguardaba la comunidad de monjes, con la reliquia del lignum crucis alzada y seis religiosos revestidos con capas de brocado, cada uno portando preciosos relicarios. Tras la ceremonia religiosa, el Rey de Castilla condujo a nuestro príncipe hasta la cámara que había sido preparada para su recepción. Y para que podamos apreciar el lujo de los preparativos y la fastuosidad lusitana, nos refiere Barbosa que se dispuso una mesa “en la que se halagaba al mismo tiempo el paladar con la delicadeza de los manjares y los ojos con su vista deleitosa y amena”. Insuperablemente portugués.

En este punto del relato, el cronista toledano se recrea en la descripción de la indumentaria portuguesa. Aunque los españoles tenían instrucciones expresas de Su Majestad de no murmurar sobre ninguna costumbre lusa, él no pudo resistirse al cotilleo. Ya se sabe —como apuntó algún cínico ilustre— que “la mejor forma de vencer la tentación es caer en ella”. Veamos, pues, lo que refiere. Asegura que el rey venía vestido muy a la castellana, habiendo traído sastres desde Castilla. Los demás portugueses vestían de negro, con adornos de terciopelo del mismo color, botas y lechuguillas “de las mayores que en mi vida he visto”. Y añade, no sin sorna, que llevaban unas gorras de rizo “muy desproporcionadas de grandes, como hombres que se las ponen a deseo”

 

El domingo 23 empezó, como no podía ser de otra manera, con una solemne misa cantada. Y para que veamos la importancia de las formalidades protocolarias nos cuenta el cronista toledano que Felipe II cuidaba siempre que su sobrino estuviese al lado derecho, porque al no estar frente al altar sino al lado, y por lo tanto el de Portugal más cerca y después el de Castilla, siempre que Don Sebastián iba a arrodillarse pasaba por delante de Felipe II y le daba la espalda antes de que D. Felipe fuese a arrodillarse también. Tras la misa volvió su majestad a su aposento y el uno y el otro comieron retirados. Según el musico toledano esa tarde tuvieron una primera vista los dos monarcas y posteriormente el Duque de Alba mantuvo una larga conversación con Don Sebastián.

El lunes 24 por la mañana el rey portugués estuvo en sus aposentos despachando diversos asuntos. Después de descansar un poco tras la comida, el prior del Monasterio, Fray Alonso de Talavera, y los monjes más ancianos fueron a ver al monarca portugués y le ofrecieron un regalo digno de quien lo hacía y para quien era. Lo que hoy llamaríamos una enorme cesta de Navidad. Según la relación del cronista,” la cesta” contenía lo siguiente:

“Seis gamas muy gruesas, tres venados bien grandes,

dos jabalíes escogidos, cien perdices, cien gallinas, doscientos

conejos, cien palomas, por caza; cuatro docenas de

perniles añejos, una arroba de manteca de vacas, otra de

diacitrón de lo más transparente, dos de confitura, cada

una de su manera, cien cuerdas de uvas largas, maravillosas,

seis canastas de camuesas, otras tantas de manzanas,

y habíaseme olvidado seis

cueros de vino de Ciudad Real, que les costó la arroba á

veintiséis reales; y este descuido, no me le eche vuestra

merced como á músico, sino téngame por disculpado,

como á quien bebe agua”.

 

A las tres bajó su Majestad por su huésped para asistir a distintas oraciones en el coro. Tras el canto de las vísperas estuvieron departiendo con los monjes que cantaron el Magnificat. Después subieron juntos al aposento de su Majestad esperando a los maitines.

 

Martes 25, día de Pascua. Primero asistieron a una procesión y después almorzaron juntos. A las 6 fue al aposento de su alteza el duque de Alba y estuvo con él hasta cerca de las ocho. Siguiendo a Rodríguez Moñino, parece oportuno recordar aquí una anécdota recogida por los cronistas sebásticos referida al Duque de Alba. Dicen, pues, que procuró por todos los medios disuadir a Don Sebastián, haciéndole ver los grandes contingentes africanos con los cuales habría de enfrentarse y la dificultad de una operación en terreno extraño sin posibilidades de seguro aprovisionamiento. Cercado por los razonamientos contundentes de Don Fernando, dio escape D. Sebastián a su cólera, exclamando impremeditada e injustamente: Duque ¿De qué color es el miedo? A lo que el encanecido vencedor en cien batallas respondió: Señor, del de la prudencia”.

Por otra parte, y tratándose del día de Navidad, se prestó especial atención a la música. El cronista español, a pesar de ser músico —o quizá precisamente por ello—, no pareció otorgarle un valor destacado. En cambio, el cronista portugués elogió con entusiasmo la calidad de los intérpretes lusos, afirmando que “fue tal la suspensión que causó en los oídos castellanos la suavidad de sus voces e instrumentos, que la música portuguesa fue aclamada como la más acorde de todas las naciones”.

Asimismo, se representó un auto en el que figuraban numerosos castrados vestidos como pastores, lo que provocó un júbilo desmedido entre los espectadores. Como puede verse, los castrati ya comenzaban a ocupar un lugar destacado en las representaciones de la época.

Miércoles 26, segundo día de Pascua. Los reyes asistieron a misa y oyeron, según nos dice el cronista toledano, un sermón del mismo que les había predicado el domingo pasado; pero fue sin comparación muy mejor, con haber sido el otro muy bueno. También nos cuentan que entre diversas reuniones “entretuvieron a Su Alteza, unas muchachas del lugar, danzando razonablemente y mandolas dar cien reales”. También detallan que el duque de Pastrana hijo del consejero portugués Rui Gomes y su esposa la princesa de Eboli presentó al rey Sebastián una serie de regalos que le enviaba la reina Ana que no había podido desplazarse al monasterio. Aunque no hay un inventario preciso de los obsequios nos dice el cronista que había muchos damascos, terciopelos y sedas, decenas de pares de guantes aderezados de ámbar y otras infinitas cosas de valor y curiosidad, sin que hubiese ese día otra cosa notable, que él supiese.

 

Jueves 27, tercer día de Pascua. Ese día los reyes participaron, aunque por separado porque Don Sebastián se había sentido indispuesto, en las diversas actividades religiosas del monasterio.

 

Lo más notable de la jornada fue la invitación del Duque de Alba a los caballeros de Portugal a un almuerzo en el que “fueron regalados extraordinariamente” y no es de extrañar” porque como mayordomo mayor y duque de Alba, cuando quiere puede mucho”. Quedaron los portugueses tan contentos del regalo con el duque los trató, que nunca acababan de celebrarle y respetarle. Y, añade el cronista, “y esa consideración la hace más que ninguno su rey, por tenerle en idea de un gran personaje; y, en no teniendo ocupación, luego envía por él, y gusta de hablarle dos y tres horas, y este día estuvieron juntos desde las cuatro hasta las siete”.

 

Está claro el interés de Don Sebastián en cultivar la relación con el Duque quien, como

experimentado militar, tanto le podía enseñar y ayudar en sus futuras campañas.

 

Viernes 28, día de los Inocentes.

 

Los caballeros portugueses estaban deseosos de invitar a los castellanos y quisieron que el convite fuese ese día ya que habían recibido la noche anterior veinte acémilas de pescados frescos de Portugal y así comieron juntos y los sirvieron con gran abundancia. El cronista portugués especifica la variedad de los pescados más delicados entre los que había “salmones, salmonetes, besugos, lenguados y acedías”. Y comenta la admiración de los invitados por ese pescado tan fresco como si se hubiera sacado una hora antes a pesar de las muchas leguas de distancia en que se encontraba el mar. Sin duda el tiempo invernal ayudaba a lo que hoy llamamos cadena del frio. Por su parte dice que el rey Felipe mostró también su asombro por la abundancia de tantos pescados y lo expresó con estas palabras: “Lo cierto es, que el Rey mi sobrino es el Señor de los mares”.

 

Sábado 29. Cuenta las crónicas que los caballeros portugueses tornaron otra vez a convidar a los de Castilla, por la abundancia de los pescados que les sobraron el día pasado.

 

Los reyes mantuvieron otra entrevista y después recorrieron diversas dependencias del monasterio interesándose en “uno y otro oficio, mirándolo todo”, informándole Su Majestad, como buen anfitrión, “como si fuese religioso de esa casa”. 

 

Domingo 30. Después de la misa fueron los reyes a ver el sagrario y las reliquias y comenta el cronista toledano que Don Sebastián encontró que eran inferiores a las del monasterio de los jerónimos de Belén en Portugal porque “en ninguna manera sufre que haya monasterio mejor que él”. También indica el cronista que Don Sebastián mantuvo una entrevista con el duque de Alba de una hora y media porque es “el caballero de los castellanos que más ha visitado a su Alteza como ya dije en otra parte”.

 

Lunes 31. Ese día no se produjeron hechos relevantes y por eso aprovecha el cronista toledano  para contar un donaire, o anécdota, que le pasó a un caballero castellano con otro portugués y que nos da idea del distinto talante de los dos. La historia es así:

 

“Acuérdaseme de un donaire que le pasó á un caballero

castellano con otro portugués, el día que he dicho que

Su Alteza vio la casa, y fué que como se paseasen los

dos juntos por el claustro, y el rey pasase á ver el refitorio,

el castellano, echándole de ver antes, advirtió al otro di-

ciendo:—Aquí viene el rey;—el portugués volvió á mirar y

dijo:—¿Qué rey?— El otro replicó:—El de Portugal;—y el

portugués dijo:

De oje perdíante nan le chaméis se non

Deus de a térra”.

 

Martes 1, día de año nuevo.

 

De nuevo tuvieron una reunión los dos monarcas de cuyo contenido no hay constancia. Lo que sí detallan pormenorizadamente son los muchos regalos que hicieron a alguno de sus acompañantes, empezando por una cadena de oro que pesó cuatrocientos escudos que regaló Don Felipe a un loco de Requiem (bufón) que acompañaba a Don Sebastián.

 

También cuenta el cronista toledano que Don Sebastián no fue muy generoso y solo donó a los monjes “cincuenta arrobas de azúcar en la isla de Madeira y por hacerles merced mandó se les diese puesto en Lisboa; aunque lo hizo con mal talle y ruin y obscura letra. Tan decepcionados debieron quedar los monjes con la escasez del regalo que nos dice el cronista “que apenas alzan los ojos del suelo”. Y apostilla y “es penoso el mirar al suelo de lo sucio que lo han dejado los portugueses”. Y luego se extiende en los quebrantos producidos por los alborotados huéspedes no muy distintos de los gamberros de nuestros días:

 

“Juntamente con esto, han padecido los frailes terribles infortunios y grandes demasías; porque como la casa ha sido franca para que todos, á cualquiera hora pudiesen entrar, no los han dejado dormir con el ruido que traían, no sólo para ir donde les importaba, sino haciéndole de industria por molestarlos”.

 

Miércoles 2 de enero de 1577.

 

Este fue el último día de la estancia conjunta de los dos monarcas en Guadalupe. El cronista español es bastante parco y superficial en su relato. Habla de la despedida de los reyes y sus caballeros, señalando que el Duque de Alba no estuvo porque se había despedido la noche anterior lo cual nos indica la especial relación que tuvo con el monarca portugués. Luego indica que el rey de Portugal fue a comer a la finca del Rincón, “donde los frailes le tenían aparejado un gran banquete, con la esperanza de que con aquella gracia suya les quisiera dar lo que no les había dado”. Por contraste, señala que, vuelto al monasterio Don Felipe mandó llamar al prior “y dijo que le diesen trescientos ducados, para dotación de aceite con que ardiese el fanal de la galera capitana de la armada que venció el señor Don Juan (de Austria) en Lepanto y tienenle puesto en medio de la iglesia”. El cronista toledano, muy pendiente de destacar el trato de Don Felipe, concluye su crónica diciendo: “finalmente, digo que si su Alteza no es muy mal contentadizo, no se puede quejar de que Su Majestad no le haya tratado lo más amigablemente que él pudiera imaginar”.

 

Don Diego Barbosa, sin embargo, es mucho más extenso. Por un lado, relata la tensión protocolaria que se produjo antes de la marcha y luego se refiere a los resultados de las vistas.

El incidente, aparentemente menor a nuestros ojos, pero de gran gravedad para Don Sebastián, fue el siguiente: Don Felipe se despidió la noche anterior a la partida del rey portugués, con el propósito de evitar levantarse por la mañana para darle el adiós. Esta actitud fue interpretada por Don Sebastián como una “grave desatención”, lo que provocó su airada reacción: ordenó que todo estuviese preparado para partir a las cuatro de la madrugada.

Un caballero portugués, al tanto del notable enfado del joven monarca, avisó a Don Felipe. Entonces, el rey español —“nunca más prudente que en esta ocasión”— se levantó de inmediato y, hacia las tres y media de la madrugada, se presentó en los aposentos de Don Sebastián, despertándolo con estas palabras: “Es mucho dormir para quien ha de caminar”.

Aquel gesto afectuoso calmó el ánimo del rey portugués. Ya reconciliados, montaron a caballo y salieron de Guadalupe, y “abrazándose con gran ternura, se despidieron el uno del otro”.

En cuanto al primer objetivo de la visita que era el de obtener el compromiso matrimonial futuro de Don Sebastián con la infanta Isabel Clara Eugenia el cronista portugués dice que acordaron dilatar el anuncio del compromiso hasta que la infanta contase con los años necesarios para el matrimonio ya que en aquel momento sólo había cumplido diez años. Esta promesa de futuro satisfizo plenamente al rey portugués que dijo: “Vuestra Majestad me ha hecho merced de quererme dar por esposa a la señora infanta Isabel su hija mayor a quien tanto estimo”. Como es conocido ese matrimonio no se llegó a celebrar por la muerte de Don Sebastián dos años después. En uno de esos sorprendentes giros históricos la infanta Isabel Clara Eugenia se casaría con su tío Alberto que había sido cardenal y que había dado la primera comunión a la infanta en Guadalupe cuando aún tenía esa condición religiosa. Ambos fueron gobernadores de los Países Bajos.

El segundo objetivo era conseguir la participación de Castilla en la campaña de Don Sebastián para dominar el reino de Marruecos. La determinación de Don Sebastián era total y, sin embargo, su tío tenía serias reservas sobre el éxito de la campaña y mucha preocupación por las negativas consecuencias de esa acción en las difíciles relaciones con los turcos. Diego Barbosa nos da cuenta del compromiso en los siguientes términos: “para que no se apartase descontento de su presencia, Don Felipe le prometió, con la aprobación del Duque de Alba, cincuenta galeras y cinco mil hombres a su costa, con tales condiciones, que tácitamente mostraban la repugnancia que le producía su promesa”. Otra vez más la suspicacia del cronista portugués. Por su parte Don Sebastián, menos retorcido, significó  con agradecidas expresiones su satisfacción por el socorro prometido y, como esta fuese la causa principal que le obligó a entrevistarse con su tío, concluida esta cuestión, determinó restituirse a Portugal.

Con ello concluyeron las vistas entre los dos soberanos partiendo uno hacia Lisboa por el mismo itinerario que había recorrido para su viaje a Guadalupe y el rey Felipe, por su parte, se dirigió a dormir al pueblo de Alía con intención de ir a pasar la festividad de los Reyes a Talavera de la Reina.

Los hechos posteriores son de sobra conocidos y exceden con mucho el objeto de este trabajo. El Rey Sebastián emprendió la campaña de Marruecos en 1578 y el 4 de agosto de ese año en el norte de Marruecos, cerca del río Lucus (Lukus) tuvo lugar la batalla llamada por los portugueses Alcácer-Quibir, y por los españoles, Cazalquivir o Alcazarquivir.  El combate fue devastador para las tropas portuguesas muriendo hata el propio rey Sebastián I, aunque su cuerpo nunca fue identificado con certeza. Las consecuencias de este desenlace fueron dos. La primera, el fin de la dinastía de Avís en Portugal, al morir Sebastián sin descendencia. Y la segunda el inicio de una crisis sucesoria en Portugal que culminaría con la Unión Ibérica (1580), bajo la cual Felipe II de España fue reconocido como rey de Portugal, uniendo ambas coronas durante 60 años.

La batalla de Alcazarquivir se convirtió en un trauma nacional para Portugal, origen del mito del Sebastianismo, según el cual el joven rey no habría muerto y regresaría algún día para restaurar la gloria de la nación.

Y aquí concluye esta breve descripción de un viaje que tanto me ha cautivado y cuyo conocimiento desearía que contribuyera a estrechar los lazos entre España y Portugal, dos países que, pese a su cercanía geográfica sobre todo para los que tenemos la suerte de vivir en Extremadura, a menudo parecen distantes.

 

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