Domingo Quijada González.
Se puede afirmar que la artesanía comenzó en el momento en que el hombre primitivo dio forma a diversas materias primas que ofrece la naturaleza (piedra, madera, huesos, pieles, etc.), con la finalidad de obtener utensilios que facilitasen sus tareas (caza, almacenamiento de alimentos, cocina, fabricación de vestidos, etc.) o para que le sirviesen de adorno.
Las diferentes civilizaciones que a lo largo de la Prehistoria y de la Historia han poblado la Tierra fueron descubriendo otros materiales y usaron diferentes técnicas en la modificación de su estructura y en la consecución de formas, obteniendo así una gran variedad de productos artesanales tanto de uso práctico como decorativo.
Los países que han servido de asiento a un número mayor y variado de pueblos –caso de España– son los que tienen una artesanía más rica y variada, pues cada uno de ellos transmitía a la población autóctona sus conocimientos artesanales, a la vez que asimilaba técnicas nativas que les eran desconocidas. Todo ello fue transmitiéndose de generación en generación, con mayor o menor intensidad (según la época y otras circunstancias), hasta nuestros días. España se vio así favorecida por las continuas colonizaciones, desde la Prehistoria hasta la Edad Media (más las aportaciones posteriores).
Desde esa etapa, y hasta finales de la Edad Moderna (cuando fueron abolidos), serán los Gremios quienes asuman el protagonismo artesanal, ya que tenían como objetivo lograr un equilibrio entre la demanda de obras y el número de talleres activos, garantizando el trabajo a sus asociados, su bienestar económico y los sistemas de aprendizaje. Pero sólo se desarrollan en las ciudades, quedando el ámbito rural al margen.
Con la Revolución Industrial (en España, a partir de mediados del s. XIX) la artesanía sufre su primer y gran retroceso. Y un siglo después padece su última gran crisis: prácticamente desaparecida en gran parte del mundo rural durante muchos años y «borrada» de los núcleos urbanos, parece vivir en la actualidad un discreto resurgir que está permitiendo la conservación y recuperación de algunas de las tradiciones más valiosa de nuestra cultura.
Muchas de las actividades artesanas en Extremadura tienen un origen remoto, heredado de los pueblos que se han asentado en estas tierras, cuyos secretos y buen hacer han ido pasando de padres a hijos. Lo mismo sucede en esta comarca, así como en nuestra localidad.
2. CONCEPTO ACTUAL DE ARTESANÍA
Existe un amplio campo de definiciones acerca del concepto sobre la actividad artesanal y, como consecuencia, del artesano.
Según la ley que regula la actividad artesanal en Extremadura1, se considera Artesanía la actividad de creación, producción, transformación o reparación de bienes y la prestación de servicios realizadas mediante un proceso en el que la intervención personal constituye un factor predominante y que da como resultado un producto final individualizado no susceptible de una producción industrial totalmente mecanizada o en grandes series, teniendo la actividad desarrollada un carácter preferentemente manual.
Según la mentalidad popular, se considera artesanal a todo aquel producto que goza de individualidad con una clara ausencia de uniformidad con respecto a los demás productos. Si además se une el hecho de que para su elaboración se emplean técnicas y herramientas catalogadas como antiguas o tradicionales, el valor agregado de estos productos será el reflejo de las manifestaciones más visibles de la diversidad cultural de una comunidad, que, con el paso del tiempo, ha ido tomando distintos matices en relación a su producto final. Así, podemos distinguir distintas modalidades artesanales ajustándonos a dos conceptos fundamentales: artesanía tradicional o popular, basada fundamentalmente en trabajos destinados a tareas domésticas y bienes de consumo; y artesanía artística o creativa, con trabajos puramente ornamentales.
La Artesanía, según los conceptos expuesto anteriormente, comprende todo el proceso de fabricación manual de utensilios de uso común o decorativo, con apenas utilización de maquinaria (pero sí de herramientas), mediante la transformación de materias primas.
Como resultado de este concepto, podemos definir la figura del artesano como aquella persona que desarrolla una actividad preferentemente manual, transformando diferentes tipos de materias primas en objetos de uso doméstico o decorativo, imprimiéndoles un sello personal.
3. ARTESANÍA CACEREÑA
Al haber sido la provincia de Cáceres lugar de asentamiento de pueblos tan antiguos como Celtas y Tartesios; o de civilizaciones como la fenicia, romana, árabe, cristiana y judía; de cada una de ellas ha recibido su legado artesanal. En algunos casos se perpetuó con escasas variantes, pero en otros se modificó al contactar con las peculiaridades locales.
Las influencias centenarias –incluso milenarias– de esas civilizaciones que habitaron nuestra provincia le han proporcionado una rica artesanía, como muestran sus numerosas manifestaciones: la del cobre y latón de Guadalupe, las pipas de brezo o de piedra de volcán del Gasco, la artesanía del corcho de Martilandrán, el encaje de bolillo y la talla de madera en la Sierra de Gata. La artesanía del mimbre, la cestería del castaño de Baños de Montemayor, la talla de madera y los muebles de Hervás, son sobradamente conocidas. La filigrana alcanza su máximo exponente en la orfebrería y el orive, remontándose su influencia a la época tartésica y fenicia. Los talleres en los que se realizan adere- zos típicos, como el galápago y los zarcillos, pulseras, collares, sortijas, cadenas, broches, horquillas… están repartidos por las localidades de Cáceres, Torrejoncillo, Torrecillas de la Tiesa, Ceclavín, Valencia de Alcántara y Zarza la Mayor. Así mismo, al hablar de artesanía es obligado mencionar la alfarería de Ceclavín, la cerámica de Arroyo, los telares de Torrejoncillo; o las gorras, campanas y cencerros de Montehermoso. No podemos finalizar este pequeño rec rrido por la amplia oferta artesanal de la provincia sin recordar, el curtido de pieles, la artesanía del cuero, bordados, forja del hierro, talla de mármol y alabastro (Jerte) y calderería que en numerosos pueblos cacereños gozan de una merecida fama.
4. ARTESANÍA DE LA COMARCA
Sin desmerecer a Coria (con una destacada artesanía textil, sobre todo) y otros núcleos de población menores, tres localidades acaparaban la actividad en el Valle del Alagón y sus alrededores: Montehermoso, Torrejoncillo y Ceclavín (de norte a sur). Lo que tampoco nos debe extrañar, ya que eran las poblaciones más populosas en el pasado; contando, además, con una tradición que se transmitía de padres a hijos, así como una reconocida laboriosidad.
Como hemos anticipado en el apartado anterior, en Torrejoncillo sobresalía la artesanía textil, la elaboración de paños, la alfarería, los curtidos y los trabajos de orfebrería. Aunque, al contar con una elevada población y tener una base agraria, las labores artesanas relacionadas con esa actividad (herreros, carpinteros, etc.) debían ser abundantes.
Lo mismo sucedía en Ceclavín, que duplicó la población a la que tiene en la actualidad. La tradición, la presencia de materias primas y la llegada de inmigrantes de origen portugués hicieron que destacara también en alfarería (con su cerámica “enchinada”) y orfebrería (tema similar al de Torrejoncillo). Del mismo modo que en la localidad anterior, con una economía preferentemente agropecuaria, no es de extrañar que en él estuviera concentrada también la artesanía de aperos de labranza.
Incluso en el caso de Coria, donde –de acuerdo con el Catastro del Marqués de la Ensenada2– el grupo de artesanos que ejercen su trabajo en la ciudad representaba en 1753 un 10% del total de la población registrada. Por comparación, la estructura profesional puede describirse por su naturaleza eminentemente agraria, pues a este escaso porcentaje podemos contraponer el 54% compuesto por la población agrícola activa. El resto eran eclesiásticos, pobres, inactivos y otros. Pero, al margen de la artesanía textil, poco aportó a la posteridad (aunque se desarrollaría la de servicio agrario y doméstico, como es evidente).
5. EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA ARTESANÍA EN MONTEHERMOSO
Al ser Montehermoso uno de los pueblos más grande de la comarca, tras Plasencia y algunos del Valle del Alagón, superando a Coria en diversas fases históricas (como en 1845), no debe extrañarnos mucho lo que vamos a exponer a continuación.
Además, al basarse económicamente en la agricultura (de acuerdo con los diferentes datos que nos aportan los diversos “Catastros” o “Interrogatorios”, como el mencionado de Ensenada o el de la Real Audiencia de Extremadura de 1791), y según lo que exponíamos en la introducción, es evidente que las primeras manifestaciones artesanales se basaban en satisfacer las herramientas y utensilios para la vida diaria: herreros, carpinteros, curtidores, cerrajeros, carreteros, alfareros, albarderos, sastres, objetos para el hogar, etc.
Igualmente, al estar ubicado Montehermoso en la confluencia de varios Cordeles ganaderos de la Mesta (el de Coria y Morcillo, el que procedía de ambos Guijos o el de Pozuelo y Villa del Campo) que se unían en la laguna de San Sebastián para encaminarse en dirección a Santibáñez, Ahigal y el puente de Guijo de Granadilla, donde cruzaba el Alagón para unirse a la Cañada Real (en Otoño recorrían el camino de vuelta por la misma ruta), otros oficios se unirían a los anteriores: destacando el de los campanillos o cencerros, del que ya hay constancia a finales del siglo XVIII.
Y no olvidemos el tradicional aislamiento, sin puentes ni carreteras que nos enlazara con los principales centros fabriles y comerciales (caso de Plasencia). Unido a otra serie de factores, que convertirán a la localidad en una referencia señalada dentro del apartado artesanal: éste y otros aspectos han convertido a Montehermoso en la “Cuna del tipismo extremeño”…
Según el Catastro del Marqués de la Ensenada3 (1749-1756), Montehermoso contaba ya con 5 lagares de aceite, 1 de cera, 9 molinos harineros, 1 batán de paños, 1 horno para cocer tejas (en la Dehesa Boyal, junto a la laguna del Tremal), 2 cereros, 3 capaceros, 6 carpinteros y 2 oficiales, 4 albañiles y canteros, 5 zapateros, 2 albarderos, 22 herreros y 3 oficiales, 23 tejedores de lienzo, 12 sastres y 11 molineros-
Unos años después, en 1787, se lleva a cabo el Censo de Floridablanca4, donde aparecen 61 artesanos en Montehermoso.
Y en 1791 se efectúa el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura5, en cuya pregunta nº 11 se nos dice que “no hay más fábricas que de campanilleros y de herramientas, y éstas particular cada oficial en su casa…”. Dado que en la cuestión 3ª de dicho documento constan 530 vecinos (unos
2.500 habitantes), y que en la 10ª nos informan que “no comprende en este pueblo, ni hay necesidad de feria ni mercado”, unido al aislamiento a que esta- ba sujeto, es evidente que esos talleres de herramientas y otros elementos arte- sanales serían destacados.
Menos detallado es el referente a 1857 (con datos de 1848), cuando Pascual Madoz6 nos facilita los datos de Montehermoso. Respecto a las industrias existentes, señala que “se fabrican efectos de hierro y metal, para los aperos de labranza y para las cocinas y usos domésticos”.
En ese mismo siglo Antonio de Benavides7, en su “Descripción del reconocimiento hecho en todos los pueblos…”, asevera que “había hombres de todos los oficios necesarios y hasta dos armeros”.
Resumiendo, al margen de la norma general que afectaba a los municipios en el tema artesanal, en todo ese proceso influía la existencia de materias primas, la inclinación hacia ese sector de ciertos ciudadanos y la inmigración de artesanos (como la de portugueses en Ceclavín; o la de los Rivera en Montehermoso, según veremos). Pero también la herencia: los hijos y nietos heredan las técnicas, los diseños y la habilidad que sus mayores le transmiten. Casa y taller están muchas veces vinculados estrechamente, según se decía en reseñado Interrogatorio de la Real Audiencia.
5. OBJETOS ARTESANALES MÁS COMUNES DE LA LOCALIDAD
Tradicionalmente –y hasta hace muy poco, pues hemos conocido estas artesanías en activo; incluso algunas de ellas aún continúan haciéndolo–, en Montehermoso destacaban los siguientes instrumentos8 (al margen de la artesanía gastronómica, como los quesos, conservas y derivados de la matanza):
Sombrerería: Gorras y objetos varios que utilizan la misma técnica: paja de centeno trenzada, con posterior decoración con lana de color y otros aditivos (botones de nácar, fieltro de colores y lentejuelas). De la fabricación artesanal y sencilla de antaño se pasó en el siglo XX a la introducción de varios elementos nuevos y que, curiosamente, son los que más fama le han dado (caso del espejo en la gorra, con su leyenda –como la del espejo roto…
Productos metálicos:
– Campanas: surgen a mediados del siglo XIX, como veremos.
– Objetos de cerrajería y herrería: indispensables y de elaboración local an- tes. Además de las diversas y necesarias herramientas, sobresalían las rejas de ventanas y barandillas de balcón, todas ellas artesanales; así como los cerrojos y llaves para puertas.
– Campanillos o cencerros: ya constan en el año 1791, al menos.
– Hojalatería: candiles y faroles, cantarillas, medidas para líquidos y objetos domésticos variados.
Alfarería: Con numerosos talleres en el pasado, y que ya sólo se hacen testimonialmente. Famosos fueron sus cántaros, barriles y tinajas para el agua y otros usos; así como así como los útiles para la cocina (platos, pucheros, etc.) y otras labores (como macetas). Sin olvidar las baldosas, tejas y ladrillos.
Láms. 5 y 6. Teja árabe y cántaro.
Madera: Muebles y útiles domésticos o para el trabajo. Se incluye la ebanistería. Y también la confección de objetos de Mimbre (cestas) y Anea (asiento de sillas), o los propios silleros.
Láms. 7 y 8. Cesta de mimbre y trillo.
Piel: Curtidores: con presencia en el pasado, pero que desaparecieron paulatinamente.
– Guarnicionero o talabartero: albardas y aparejos (colleras y serones y otros enseres de esparto) para caballerías o el trabajo, que todavía se efectúan en el seno de una familia.
Láms. 9 y 10. Collarín y serón de esparto.
Textil: Hubo telares en Montehermoso hasta bien avanzado el siglo XX. Ya han desaparecido. Aquí incluimos también el trabajo de bordadoras y encajeras. O el que antes hacían los sastres y modistas.
Láms. 11 y 12. Antiguo telar y rueca.
7. LA ARTESANÍA MÁS POPULAR Y ORIGINAL (Y DE LAS MÁS RECIENTES)
En los tres últimos siglos surgen labores artesanales novedosas, que no ap recían en los registros antes mencionados. Y que hoy constituyen la representación artesana más conocida fuera de la localidad, proporcionando por otro lado substanciales ingresos económicos. Se trata de la elaboración de campanas, cencerros y gorras. Con sus diferentes variantes en los tres casos, incluyendo a los esquilones y almireces en las fundiciones; y sobre todo en el último, pues esa prenda femenina se modificará en el siglo XX, según adelantábamos.
Láms. 13 y 14. Gorras de Montehermoso y cencerros o campanillas.
Hoy vamos a centrarnos en un caso especial: en la historia de la fundición de campanas de la familia Rivera, pues se aleja de lo habitual (otro día hablaremos de otros ejemplos bien significativos).
8. LA ARTESANÍA CAMPANERA DE MONTEHERMOSO
Según decíamos, y como veremos a continuación, surge a mediados del siglo XIX por medio del linaje de los Rivera. Y está basada en la tradicional técnica de elaboración de campanas y similares (como los cañones de guerra), que utiliza un tipo de bronce como metal (el llamado popularmente “metal de campana”), en una proporción aproximada de tres partes de cobre con una de estaño. Pero el artesano se encargaba de modificar ligeramente y en base a su experiencia esa aleación, según el tipo y tono de campana que deseara –o le encargaran– hacer: siendo el tono más grave y profundo cuanta mayor cantidad de cobre posee la mezcla. La mena principal que utilizaban los maestros campaneros –y artilleros– era la estannita: un sulfuro de cobre, estaño y hierro (Cu2FeSnS4).
Me llama la atención que los artesanos montehermoseños que veremos en el apartado siguiente nos describen gran parte del proceso de elaboración de las mismas, incluyendo las dimensiones, peso, equivalencias, etc. Pero no reflejan las proporciones de metales usadas, ni los pasos que seguían desde que iniciaban hasta que la campana estaba ultimada (puede que todo ello formara parte del “secreto profesional”, que había que proteger para que su porvenir y el de su familia no peligrara…).
De todos modos, el método lo transmitirían generación tras generación, y diferirá muy poco del que aún utilizan (y del que luego hablaremos).
9. LA SAGA DE LOS RIVERA
Para realizar este trabajo me han servido de gran utilidad los datos proporcionados por mi buen amigo Máximo Rivera Calvo –tataranieto del fundador de la saga Rivera en Montehermoso–, que en parte emanan de algunos documentos9 que se conservan de los fundadores de esa conocida labor artesanal; así como las informaciones de sus primos Eleuterio y Gabriel Rivera, que son los continuadores de la actividad artesanal de campanas. Pero hemos intentado que la obligada objetividad se imponga sobre la supuesta subjetividad que pudiera surgir de la amistad y el cariño por los temas locales.
Lám. 15. Sello de los Rivera.
La familia Rivera no era originaria de Montehermoso en primera instancia, a tenor de los datos demográficos que sobre ellos hemos recopilado: pues no constan en los Libros Parroquiales anteriores a la primera mitad del siglo XIX, según investigué hace unos años10. Además, en la página 2 del Libro de Notas que Gabriel Rivera (el primero de ellos que llega a la localidad) redactó para su uso profesional y personal11, así lo refleja: “vezino de Navageda” (o Navajeda, municipio de Emtrambasaguas, Cantabria; situado en las cercanías de Solares). Y, por si lo anterior no bastara, releyendo sus escritos se aprecia perfectamente que ni su lenguaje ni las expresiones empleadas son montehermoseñas…
Es decir, como sucedía en otros casos artesanales ya comentados, los inmigrantes fueron determinantes en algunos sectores artesanales: a menudo cambiaban de asentamiento, buscando un lugar para ejercer su trabajo (bien porque excedieran en su pueblo de origen, profesión que no existía en otras localidades, o por ambas condiciones: como pudo ser este tema de los Rivera en Montehermoso).
En la fecha mencionada debió llegar a Montehermoso, en compañía de Antonio de la Riva12: quien, en opinión de Máximo Rivera, era originario de Muruelo (o Meruelo, Cantabria, en la histórica comarca de Trasmiera). Y es muy creíble esa conjetura, ya que esa localidad cántabra posee una larga y profusa tradición campanera. Para aseverar lo anterior nos basamos en los propios datos publicados por el propio Ayuntamiento de Meruelo13:
“Desde la segunda mitad del siglo XVI, y hasta mediados del siglo XIX, hay documentados más de novecientos campaneros procedentes de Siete Villas14, que ejercieron su arte por toda la Península Ibérica, incluido Portugal, el Sur de Francia y la América española.
A mediados del Siglo XIX, había censados 128 maestros campaneros en este municipio.
Actualmente se conoce la existencia de unos 1.500 fundidores de campa- nas en las nueve poblaciones que componen la Junta de Siete Villas. Es de destacar que en 1753 una cuarta parte de los vecinos artífices de la Junta se dedicaban al viejo arte de ‘fundir metales y reducirlos a campanas’, en total 75 maestros más sus aprendices, convirtiéndose en la zona más importante de Europa y destacando por sus aportaciones.
En el ‘Diccionario biográfico-artístico’ publicado bajo el patrocinio del Excmo. Ayuntamiento de Meruelo en el año 1994, aparece una nómina de ciento veintiocho campaneros documentados nacidos en Meruelo hasta mediados del siglo XIX, cantidad que a merced de las últimas investigaciones históricas se ha visto aumentada.
Las tres campanas más grandes España (Toledo, Pamplona y Santiago de Compostela) fueron obra de maestros de Siete Villas.
La importancia de la tradición campanera en nuestra zona, ha hecho que desde el Ayuntamiento de Meruelo se planteara la creación de un Museo de la Campana, que ya es una realidad.
El Museo se encuentra ubicado en las antiguas Escuelas de San Mamés, en un edificio de planta rectangular de 280 metros cuadrados, donde se puede conocer todo el proceso de fabricación de una campana, desde la realización de los moldes hasta que se cuece en un horno de ladrillo macizo, barro y paja”.
* * *
Como nos dice el reiterado tataranieto de Gabriel Rivera, “son conjeturas, pero no es descabellado pensar que mi antepasado viniera acompañando al Maestro Campanero (Antonio de la Riva), como aprendiz o ayudante y recal ran en Montehermoso en su andadura itinerante. Y que, tras aprender el oficio, se independizara”.
Lo cierto –y que tenemos documentado por partida doble15–, es que en 1850 ya aparece residiendo en Montehermoso16. Pues, en compañía del maestro Antonio de la Riva –como nos dice en la primera página del Libro de Notas señalado17–, se asienta en la localidad: lleva fecha de su inicio como fundidor de campanas, 3 de diciembre de 1850.
“Empezó con él a hacer las primeras campanas en el lugar donde solicita- ban repararse o hacerse. Allí acudían el campanero y el abuelo Gabriel”… “Hacían los moldes, preparaban un horno y disponían todo lo necesario para la fundición de la campana o campanas, pues en más de una ocasión fundieron varias a la vez”18.
Mientras, tomaba notas minuciosas de buena parte del proceso de elaboración, que nos ha legado gracias al esmero familiar (a través del Manuscrito citado): por cierto, en él no describe meticulosamente cómo las hacían (los pasos a seguir), sino que anota aquellos datos que él necesitaba en cada momento, según el tipo o tamaño de campana que debía realizar, en base a la experiencia acumulada o la enseñanza transmitida (por Antonio de la Riva y otros).
Láms. 16 y 17. Inicio de la memoria de Gabriel Rivera y Detalle de la descripción sobre la elaboración de campanas.
Poco después toma dos importantes decisiones: se independiza de su maestro (algo muy natural en el proceso artesanal, incluso en otros sectores produc- tivos), aunque no nos dice cuándo (puede, incluso, que estuviera motivado por el siguiente paso que da) y contrae matrimonio19 con María Gutiérrez, natural de Montehermoso y perteneciente a una familia de alfareros20. Un año después (10 de julio de 1853) tendrán su primera hija (de los nueve que conocemos21), Amalia Rivera Gutiérrez, que y morirá dos años después. Profesión ésa muy desarrollada antes en la localidad, de acuerdo con lo que hemos expuesto. Ambos darían origen a la saga local de los Rivera, que se perpetúa hoy muy profusamente en el lugar (y fuera de él, incluso en el extranjero, pues algunos emigraron a Argentina…).
A Eloy Rivera le transmitieron que su bisabuelo llegó a trabajar como alfarero con la familia de su mujer22, lo que no le sería muy difícil de ejercer (dadas las relaciones ya comentadas por el tema de los moldes). Pero sería coyunturalmente, porque después vuelve a su anterior profesión de fundidor de campanas.
El mismo Eloy nos dice que “marcha a Madrid, y posteriormente a Barcelona, donde encontró una fundición en la que entró a trabajar. En ella hacían varios utensilios de bronce (como almireces, pero no campanas). Allí estuvo unos dos años y aprendió el oficio”23.
Después regresa y se establece definitivamente en el pueblo. Y comienza a fundir sus primeras campanas, ya con el conocido lema de “Rivera me fecit”24, que sus descendientes han perpetuado (aunque con algunas varianzas, según veremos). Sin embargo, la primera campana hecha por él y que esté catalogada lleva fecha de 1858, y se encuentra en la parroquia del pueblo cacereño de El Bronco25.
Regresando a las fuentes orales mencionadas (que nunca hay que desdeñar), “una vez que conoció bien los secretos de la fundición de las campanas, que se independiza e instala por su cuenta, Gabriel Rivera monta el primer taller de fundición fijo en Montehermoso. Estaba situado en la calle Quintana (en el barrio del Castillo, donde al parecer tenía la familia de su esposa la primitiva alfarería a la que hemos hecho alusión). Allí se fundían solamente las campanas, pues otro tipo de utensilios que también trabajaban como almireces, esquilas, hebillas, etc. se hacían en lo que llamaban ‘La fragua’ (en la actual calle Argüelles, cerca del actual Parque Municipal)”.
En su vejez (concretamente, en 1884, de acuerdo con una nota familiar que se conserva) formó una sociedad con sus hijos (Julián y Galo Rivera Gutiérrez)26, que perduró hasta su muerte. En esa etapa firman las campanas como “Rivera et filii fecerunt me”: según prueba una de ellas de 1900, instalada en la iglesia de Otero (Salamanca); u otra que se conserva en el propio taller, de 1899, destinada al futuro Museo que se pretende instalar en Montehermoso.
Por causas que desconocemos –aunque suponemos, pero por partida doble–, Galo Rivera abandona más tarde la sociedad y se marcha a vivir a Zarza de Granadilla (Cáceres), donde contrae matrimonio y cambia de actividad laboral.
Láms. 18-20. Campana elaborada por Gabriel Rivera. 1862 (recuperada para el futuro Museo); datos sobre dimensiones y peso (cuartas, dedos, arrobas y libras) de un tipo de campana (“romana”, o románica…); y detalle para la elaboración de almireces, tan demandados entonces.
La siguiente generación la formó su hijo Julián Rivera Gutiérrez (el tercero de sus hijos y el primero varón, nacido el 16 de marzo de 1857), que queda sólo al frente del negocio (pues Galo se marchó a Zarza de Granadilla, como decíamos). Julián fue el que montó el taller en la Calle Moreno Nieto, local que compró su padre, Gabriel. En ese lugar se realizaban ya todas las tareas de fundición: no sólo campanas, sino todos los demás utensilios que fundían (esquilones, almireces, etc.).
Al igual que su padre, también redactó una pequeña obra en la que iba anotando sus experiencias, métodos, tamaños y equivalencias de las campanas, tipos de las mismas que fundían (grandes, o “romanas”; y más pequeñas, o “esquilonadas”), datos de sus hijos, etc. He analizado detenidamente ambas y varios pasajes son idénticos o similares. Lo que es natural, pues decíamos que las actividades artesanales se transmitían de padres a hijos.
Y, como novedad, introduce la norma de numerar las campanas que fundía Lo que nos ha proporcionado cierta información acerca de su prolífera obra).
Aunque la presencia de faltas ortográficas parezcan indicar lo contrario, en su obra se intuye un cierto bagaje cultural, algo muy habitual en la familia (antes y después).
Láms. 21-22. Dibujo personal de Julián sobre los dos modelos de campana que fundía (diseño de la “tarraja”); y c ampana del taller de Julián Rivera. 1896
En el apartado demográfico, el número de hijos que tuvo fue parecido al de su progenitor, ya que en la Memoria citada refleja los datos de ocho (con la fecha de nacimiento de los mismos): Luciano Rivera Calvo (8-I-1883), Francisco (10-X-1884), una niña muerta (21-VIII-1886), Eusebio (3-XI-1888), Cesáreo (25-II-1891), Mariana (17-X-1893), Rufina (7-IV-1897) y Mª Concepción (14-XII-1899).
El hijo de Julián, Cesáreo Rivera Calvo, continuó con el taller artesanal de campanas y demás elementos de fundición, a pesar de no ser el mayor de los hijos: en un principio también trabajaron sus hermanos (Luciano, Francisco y Eusebio) con el padre; pero, en opinión de Eloy Rivera, dos de ellos27 emigraron a Argentina en aquellos años 20 (1920…) tan propensos a la emigración (además, ya eran bien adultos, por lo que tal vez se marchan para desarrollar en aquel país sudamericano la tradición campanera, como hicieron otros muchos artesanos de Meruelo). Y Francisco cambió de profesión, por motivos que ignoramos: eran demasiados para un mercado que posiblemente tenían ya acoplado…
Éste fue quien, sobre el taller, construyó la vivienda: en la referida calle de Moreno Nieto.
Sin embargo, y de acuerdo con lo que ya antes hemos apuntado, Cesáreo también ingresó en el Seminario de Coria al despuntar el siglo XX (al igual que su primo Salustiano y su tío Celestino). Pero a los seis años de permanecer allí se vino para casa y empezó a trabajar con su padre.
Esa estancia le dio una cultura apreciable, como aún recuerda su nieto (Máximo Rivera): “mi abuelo Cesáreo tenía máquina de escribir y la utilizaba, así como papel de carta timbrado con el emblema de la empresa. Tuvo la ocurrencia de mandarle una carta a la mayoría de los curas (con los que mantenía relaciones, por su permanencia en el Seminario y el hecho de tener dos familia- res sacerdotes) de las diócesis de Coria, Plasencia, Salamanca, Ávila, etc. ofreciéndoles sus servicios y dándoles la oportunidad de reparar todas las campanas que estuviesen rotas. Esto le dio bastante trabajo y buenos beneficios”…
En la fotografía que adjuntamos (de los “felices años 20”), aparece con un joven ayudante (labor que después harán sus hijos) haciendo dos campanas «gemelas»: éstas se hacen con el mismo molde y llevan las mismas dimensiones. Esto supone que, después de fundidas, tendrán idéntico toque (o, al menos, muy similar): siempre que echen el mismo metal…
El personaje y su trabajo quedaron marcados entre los recuerdos más señalados de la niñez de quien esto escribe. Imaginen por un momento a un niño muy curioso, observando desde la puerta del obrador esas labores que para mí eran mágicas: sobre todo cuando se rompían los moldes de arcilla, mostrando la campana en todo su esplendor. A veces, consciente de mi curiosidad, me permitía Cesáreo acceder al recinto y que contemplara su trabajo con mayor proximidad (supongo que lo haría cuando existía menos riesgo…).
Al igual que su padre, numera las campanas que realizaba. Pero no todas: hemos hallado algunas hechas por él que carecen de numeración, sin que sepamos el motivote ello.
Colaboraban en el oficio artesanal los hijos de Cesáreo: Eloy (a quien vemos en una imagen colocando una campana, en los años 60, en la parroquia de Valencia de Alcántara, Cáceres), Gabriel, Julián y Cesáreo Rivera Domínguez. Hasta que a la muerte del padre, ocurrida en el año 1.970, hubo un reajuste familiar y de bienes.
Láms. 23 y 24. Cesáreo y su ayudante en los años veinte; y Eloy Rivera en Valencia de Alcántara
Y damos fin a la etapa de Cesáreo con el comentario de su referido nieto: “recuerdo bien, siendo yo un niño, pues pasaba todo el tiempo libre en el taller, que aunque el peso principal del trabajo del moldeado de la campana lo llevaban mi padre y mis tíos, en los momentos delicados y complicados, como la fundición propiamente dicha, estaba él siempre presente. Al menos hasta el año 1962 siguió dirigiendo la empresa. Continuó mi tío Gabriel”.
Como atestiguan sus hijos y sobrino, no desaparece la artesanía en cuestión pues, aunque algunos de los hijos se centran en el sector del automóvil, otro de ellos, concretamente Gabriel Rivera Domínguez, prosiguió con la fundición en un local de la carretera de Pozuelo, a las afueras de Montehermoso, donde se mantuvo hasta 1996.
Los hijos de este último, Eleuterio y Gabriel Rivera, continuarán la tradición familiar. En el año 2001 se trasladan al Polígono Industrial de Montehermoso, dando a la industria un enfoque más acorde con los tiempos actuales, lo que redunda en una mayor producción y una gama más variada. Les agradecemos las aportaciones que nos han proporcionado.
Lám. 25. Gabriel Rivera Domínguez, penúltimo artesano de “Campanas Rivera”.
Actualmente, la citada empresa elabora campanas de diversos tamaños y básicamente de dos estilos: “Gótico” y “Románico”; siguiendo rigurosamente un proceso artesanal, similar al tradicional: es decir, al que ya utilizaba el primer Rivera (y que él lo aprendió de Antonio de la Riva, y que era el método usual en esta artesanía).
Para realizarlas, hay que seguir una serie de pasos, que resumimos a conti- nuación:
– En primer lugar, se corta un patrón en madera (llamado tarraja). Se cuelga ese patrón de una viga (el “zintrel”, o cintrel, que escribía el primer Gabriel Rivera en sus notas) y se comienza a construir encima, con ladrillo y barro, el primer molde.
– Una vez que está acabado el primer molde, se hace encima la llamada “falsa campana”: es decir, otro molde a base de barro y cera superpuesto sobre el primero.
– Cuando está terminada y seca la “falsa campana”, se moldea de nuevo encima de ella, quedando entre el primer y tercer molde.
– Acabado ese proceso, se levanta con cuidado el tercer molde, el de fuera, quedando al descubierto la citada “falsa campana”, que se elimina.
– Cuando ha finalizado esa operación, se coloca el tercer molde sobre el primero. Como es evidente, al faltar la “falsa campana”, queda un hueco entre ambos. Y es en ese espacio donde se introduce el bronce (según hemos descrito ya, en una proporción aproximada al 75% de cobre y 25% de estaño; variando un poco según el tono y timbre que se desee dar a la campana). Pero, antes, se cubren o entierran las campanas –pues suelen hacerse varias a la vez, para aprovechar la fundición– con tierra, para que una vez echado el bronce no se rompan los moldes y se enfríe el metal lentamente (bajo tierra).
– Y, cuando termina esa operación, estando ya el metal endurecido y frío, queda terminada la campana. Ya sólo falta romper el tercer molde, el de fuera, y ya tenemos la campana.
– La última operación –que es muy delicada y precisa– es la afinación de la nota musical de la campana, el citado tono y timbre. Ahí radica el verdadero y auténtico secreto del campanero (además de las proporciones de cobre y estaño utilizado).
– Para que aparezcan letras o dibujos en la campana, hay que grabar los mismos en el primer molde; cubriéndolos después con cera, para que la “falsa campana” no se incruste en ellos. Cuando se elimina ese segundo molde, se quita la cera. Y, al verter el bronce líquido, quedan rellenas las letras y los signos que se desea que aparezcan en la campana.
– Por último, ya sólo falta limpiarla y añadir los complementos: yugo (para que se pueda soportar en la torre), badajo (o mazo, en las más modernas de percusión eléctrica con control remoto), etc.
Lám. 28. Modelado de la “Falsa Campana”, con cera y arcilla, por Eleuterio Rivera.
Lám 30. Vaciado del bronce en los moldes enterrados.
Lám. 32. Las campanas ya están listas, con soporte (“yugo”) y todo.
Lám. 33. Carillones instalados.
Muchas anécdotas podrían adjuntarse a este trabajo, siendo la más conocida la siguiente:
La campana “bomba” de la torre de Montehermoso la fundió Cesáreo Rivera en el año 1919 y la llevaron del taller a la torre en un carro para colgarla en su lugar. Esto sucedía el día 26 de Agosto del citado año y, como los mozos estaban salientes de las fiestas patronales, se unieron a la tarea de acarrear y echar una mano. En el acontecimiento acabó participando todo el pueblo, y se dice que desde ese año cuentan las fiestas de San Bartolomé con tres días de celebración, pues hasta entonces solo eran festivos el 24 y el 25 de Agosto.
Y así finalizamos esta ponencia sobre la artesanía de las campanas en Montehermoso que, desde hace 160 años, cinco generaciones de Riveras se han encargado de diseminar por toda la península. Siendo uno de los cinco talleres de fundiciones de campanas que existen en toda España: Quintana, de Palencia; Portilla, de Santander; Rivera, de Montehermoso (Cáceres); Ocampo, de Caldas de Rei (Pontevedra); y Rosas, de Torredonjimeno (Jaén). Según se nos ha informado, las tres primeras son las de mayor producción.
Lám. 34. Campana actual con destino a Corea del Sur.
Una referencia a nivel nacional. Y una actividad que hoy es inherente al patrimonio cultural y artesanal de Montehermoso.
A lo largo de la historia, su exclusivo tañido y repicar han convertido a las campanas en el sistema de comunicación comunitaria por excelencia: nos mar- can el correr del tiempo, nos anuncian las conmemoraciones –tristes y alegres–, actos civiles y religiosos, festividades, avisos (llamamientos, catástrofes, incendios…), etc. Y, en este apartado, Montehermoso –a través de la familia Rivera– desempeña una misión muy destacada.
1 www.turismocaceres.org/index.php?option=com…
2 http://pares.mcu.es/Catastro/
3 Catastro del Marqués de la Ensenada. Respuestas Generales del Concejo de Montehermoso. Sección de Rentas del Archivo General de Simancas (1752) Ministerio de Cultura. Portal de Archivos españoles: http://pares.mcu.es/Catastro/servlets/Servlet Controller?accion=4&opcionV=3&orden=1&loc=7679&
4 Datos del Censo de Floridablanca publicados por el INE
5 Interrogatorio de 1791 de la Real Audiencia de Extremadura. Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Respuestas del concejo de Montehermoso. BARRIENTOS ALFAGEME, Gonzalo y RODRÍGUEZ CANCHO, Miguel: “Versión del Interro- gatorio de la Real Audiencia de Extremadura”. Asamblea de Extremadura. Mérida, 1995.
6 MADOZ e IBÁÑEZ, Pascual (1845-50): “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar” (16 tomos). Madrid.
7 BENAVIDES, Antonio de: “Descripción del reconocimiento hecho en todos los pueblos, caminos, veredas, ríos, arroyos, puentes, vados, bosques y Sierra de Gata en la frontera de Extremadura con el reyno de Portugal desde la margen derecha del río Alagón hasta su encuentro con el Tajo y continuación de éste a el Herja, línea divisoria de todo el reyno”. Biblioteca Nacional. Sección de Manuscritos. Madrid.
8 En el Centro de Iniciativas Turísticas local hay un Museo Etnográfico, con una exposición perma- nente de los objetos artesanales que se hacían y utilizaban antiguamente en la localidad. Además, cada año, desde 2000, se realiza un Mercado Rural Artesano el domingo antes del día de San Barto- lomé (24 de Agosto), con asistencia de artesanos de toda la zona y de fuera de ella.
9 Manuscritos sin paginar de Gabriel y Julián Rivera.
10 QUIJADA GONZÁLEZ, Domingo: “Los apellidos de Montehermoso y su trasfondo histórico y demográfico”. XXXV Coloquios Históricos de Extremadura, 2006. http://www.chde.org/
11 Importante Manuscrito aportado por la familia Rivera Calvo, que nos ha servido de gran utilidad a
la hora de realizar y analizar esta ponencia.
12 “El mi maestro”. Según escribe en la página 1 de ese documento.
14 Inicialmente la componían los municipios de Bareyo, Arnuero, Noja, Meruelo, Argoños, Escalante y Santoña.
15 QUIJADA GONZÁLEZ, Domingo: “Los apellidos de Montehermoso…”. Y en el Manuscrito citado.
16 Aún no se había casado: Así pues, supongo que eligen este lugar como base al ser un gran pueblo desde el que se desplazarían a varias comarcas o zonas cercanas: Valle del Alagón, Tierra de Granadilla, Sierra de Gata, Las Hurdes y Portugal.
17 Con muy buena grafía, por cierto.
18 Comentario de Máximo Rivera Calvo, a quien se lo transmitió su padre, Eloy Rivera Domínguez.
19 En 1852. Ese acto, registrado en el Libro de Casamientos de la parroquia de Nuestra Señora de Asunción de Montehermoso (documentos que hoy se hallan en el Archivo Diocesano del Obispado de Coria-Cáceres), es el primero en el que encuentro a un Rivera en la localidad.
20 Profesión relacionada con la de campanero, ya que los moldes hay que hacerlos de barro. La familia de María “hacían cántaros, tinajas, pucheros, etc.; en barro, cocidos al horno” (según recuerda su biznieto, Eloy Rivera Domínguez)
21 La relación completa de sus hijos, además de la citada, es ésta: Salustiana (nacida en 1855 y muerta en 1858), Julián (continuador del taller, del que luego hablaremos), Galo (nació en 1859), Salustiana (nacida en 1862 y fallecida –como la difunta hermana del mismo nombre– cuatro años después), Martina (nacida en 1864), Celestino (nació en 1867), Nicasio (nacido y fallecido en 1869) y otro niño que nació muerto en 1873. Rasgos demográficos muy comunes entonces.
22 Puede que fuera entonces cuando se desliga de Antonio de la Riva…
23 Intuyo que, de ser cierto ese viaje, lo hizo para perfeccionar la técnica y aprender otras nuevas (como el tema de los almireces). Sobre todo tras la separación de Antonio de la Riva. Pues el oficio ya lo conocía.
24 Imitando, tal vez, la tradición de los campaneros de Meruelo, que su maestro le transmitió.
25 Es lógico que antes habría fundido alguna más pero, o no lleva fecha (algo que a veces omitían), o se han deteriorado (algo que sucede a menudo), o aún no se han hallado…
26 El otro hijo, Celestino, ingresaría en el Seminario y se hizo sacerdote. Más adelante haría lo mismo un hijo de Galo (Salustiano), y un hijo de Julián (Cesáreo, aunque después lo deja). Imagino que las relaciones con el sacerdocio le vendría muy bien a la familia, profesionalmente hablando…
27 Luciano y Eusebio Rivera Calvo.
28 Sin olvidar los almireces y otros objetos, sean prácticos o decorativos.