Oct 011976
 

Antolín Abad Pérez.

Fue el P. Juan de Plasencia, a quien dedicamos la conferencia en el Congreso de ESTUDIOS EXTREMEÑOS DE PLASENCIA, el que con toda razón podremos llamar el iniciador de toda la cultura filipina; él promovió la reducción de los nativos a poblado fundando pueblos, a los que organizó y cristianizó utilizando la vieja ordenación de los barangais, codificó sus antiguas costumbres de tagalos y pampagos, fomentó la creación de escuelas en todos los pueblos, con el fin de que se capacitaran los filipinos para gobernarse a si mismos y entraran por las vías de la civilización, sentando de esta macera las bases de buen gobierno y administración de justicia, que fueron observadas por los españoles hasta el cambio de administración por la nueva Potencia ocupante, Estados Unidos en 1898.

Para fijar sus ideas y pensamiento en pocas normas a su propuesta en el Capítulo de 1580, se acordó que los misioneros no se limitarán a la conversión de los indígenas, sino que fijando su residencia en lugar determinado y céntrico, obligaran a aquellos por la persuasión y convencimiento a establecerse en el lugar por ellos fijado, los prepararan para el mejor cultivo de los campos, les ensañaran artes y oficios, además de leer, escribir, contar y rezar y para ello construir en todos ellos escuelas, a cuya asistencia debían concurrir todos.

Con tales normas algunos misioneros se dedicaron a abrir caminos para facilitar las comunicaciones y accesos a través de los bosques – tender puentes, que unieran los barrios y zonas – Fr. Francisco de Gata y Lorenzo de Santa María; otros cultivaron la música y la enseñaron a los indios – San Pedro Bautista, Pr. Keroniao de Aguilar y Beato Juan de Santa Marta; y otros, como los PP. Juan de Plasencia, Jerónimo Montes, Pedro de San Buenaventura, Francisco Orejita, José de Santa María, Miguel de Talavera y Alonso de Santa Ana, escribieron gramáticas, diccionarios libros de devoción y de catequesis para instrucción de los misioneros y de sus neófitos. Todo ello fue la idea y plan educador que trazó y consiguió llevar a la práctica nuestro P. Plasencia. El, como adelantado en toda su empresa, escribió el Primer Catecismo hispano-tagalo, el Primer Vocabulario y el primer Arte (1) – AIA.III,1915, 388-400-14,1920,52 – 75).

Este plan fue continuado por San Pedro Bautista y de modo especial por el P. Juan de Garrovillas, elegido Provincial en 1594, cuando ya se había abierto la misión de Japón pero que luego hubo de sostenerla con toda su autoridad y después del martirio de aquellos fundadores defender su memoria y abrir el proceso informativo para iniciar los de beatificación y canonización. En su segunda etapa, como Provincial -l6o6 – es cuando hizo la fundación del Colegio de Música y canto de Lumbang, donde él había sido Guardián y cuya iglesia y convento había engrandecido enormemente. Para ello destinó al Beato Juan de Santa María a dicho convento y que allí, adonde le enviarían 3 niños de cada uno de los pueblos de nuestra administración, enseñara la música a todos ellos. De este modo el Beato Juan de Santa Marta se encontró con 400 niños, a los que, no tan sólo enseñó música, sino hasta a fabricar instrumentos músicos y tocarlos. Una vez instruidos estos niños, volvieron a sus respectivos pueblos, donde organizaron las capillas y coros, que mantuvieron el culto con dignidad y hasta con suntuosidad ,en frase de algunos escritores, igual o superior al de nuestras Colegiatas y Catedrales.

Esta escuela y su peso se dejó sentir hasta bien entrado el siglo XVIII, en que el Arzobispo de Manila, Fr. Pedro Martínez de Arilaza, también franciscano, creo en dicha ciudad la Escuela de canto catedralicia, pero siempre bajo la dirección franciscana. Murió el Arzobispo Arilaza en 1755. El Beato Juan de Santa Marta, no solo enseñó el arte de canto, sino que además montó allí uno de los mejores órganos del Archipiélago y luego en las cárceles de Japón aun se recordó de sus discípulos y para ellos compuso en las horas de aquellos meses de cárcel una misa a 9 voces, que pudo remitirles como obsequio y despedida antes de ser martirizado (AIA. 3,1915,395).

Puedes bien, todos esos logros y realizaciones hallaron acogida y sanción legal en las diversas redacciones de nuestras Constituciones, de modo especial en las de los años 1697, 1705, más ampliamente en las de 1726 y 1732; pero donde vemos desarrollado todo el plan educativo y forjador de los filipinos es en las de 1696, año en que fue electo Provincial otro extremeño, el P. Alonso de Zafra (Peres, Const.360-3).

Este llegó a Filipinas en l688 y rigió la Provincia desde 6 de junio de 1696 al 6 de junio de 1699, muriendo en Bocaue el 7 de julio de 1706 (Huerta, Estado, 464 n.50).

1-. Como escritores de léxico y gramáticas por hijos de Extremadura aduciremos los nombres de tres franciscanos, que siguen la huella del P. Plasencia, le mejoran y enriquecen; será el primero el P. DOMINGO DE LOS SANTOS. Fue natural éste de Torrejoncillo y profesó en la Provincia de San Gabriel, de la que salió para Filipinas, a donde llego en l665; dedicado al estudio del tagalo pronto destacó por su profundización en él, aunque su ocupación fue varia, pues administró en las parroquias de Santa Cruz, Morong, Pakil, Siniloan, Lucban, Bocaue, Mabitac, Paete, Santa Ana de Sapa y Tayabas, donde imprimió su Diccionario de la lengua tagala, que fue impreso en 1700, bien cuando ya había muerto. También Arte de la lengua tagala, en 1703, aprobada en 1693, pero que hubo de esperar varios años para su impresión. Después ha conocido otras ediciones como las de 1774 y 1835. El P. Andrés Serráno, S.I., censor de la misma decía así: «Bien puede su Autor levantar bandera entre los muchos y grandes maestros que ha dado al tagalismo su sagrada Familia, pues a ninguno es inferior en la erudición, y ninguno le es superior en el magisterio.

En esta obra hay una quintaesencia de los primeros que hallaron en esta gran lengua sus antecesores y sobre esta eminencia ha tenido su Autor reales que añadir a aquellos primores. Muchos escribieron de esta materia, que a esta santa Provincia de San Gregorio fueron corona y singular ornamento de su celo; más en este Arte el P. Fr. Domingo es la flor de los escritores en que se recopila una flor de sus fragancias y una cifra de sus más relevantes observaciones; la elocuente abundancia de Fr. Pedro de San Buenaventura, la claridad de Fr. Juan de Oliver, lo nervioso de Fr. Jerónimo del Monte, lo alto del estilo de Fr. Diego de la Asunción, lo elevado de Fr. Alonso de Santa Ana, lo profundo de Fr. Miguel de Talavera, lo grave de Fr. Juan de Plasencia, lo suave de Fr. Antonio de San Gregorio, lo dulce de Fr. José de Santa María y lo lacónico de Fr. Agustín de la Magdalena. Esto es haber juntado tantas flores en una flor, no para que se marchiten con el tiempo, sino para que se eternice con la fama (» Huerta, Estado, p. 5l8 n.76). Murió en 1695.

2.- Podemos aducir también aquí el nombre de otro extremeño, el P. Blas de Plasencia, nacido allí en 1710, profeso en la Provincia de San Gabriel en 1730 y que aún estudiante vino a Filipinas en 1732. Sin embargo su dedicación al estudio fue intensa y su preparación nada común, pues en 1738 era predicador conventual de Manila, de donde pasó a Baras, Morong y Nagcarlang, después volvió a Manila y Sampaloc y finalmente a Dilao, de donde volvió a España en 1757 (AIA.35,1932,293). De él solo se conocen impresos algunos sermones y la Vida y Novena a San Antonio de Padua, pero su penetración del tagalo queda claro con el párrafo siguiente de valoración y aprobación de la obra del P. Sanlucar, que dice así: «Es el R. P. Maestro Pedro de Sanlúcar en el idioma tagalog el Ave fénix de la

Arabia, por único; y un San Jer6nimo de Stridón, por singular; a este limitó en traficar provincias, penetrar montes, navegar mares, y limarse los dientes para aprender lengua, que había de servir para mejor explicar y con sólido fundamento persuadir las verdades de nuestra católica Religión. Al primero imitó en ser único en el tagalog, elegante, claro, abundante, inteligible para todos y para los doctos enigmático, metafórico, sin olvidarse del aliciente de poesía, que es bocado de buen gusto para los peritos en la lengua, cuya ignorancia de algunos en los acentos nace de la que se tiene del verso o «tula», que así llaman, y casi todo tagalo tiene núnem poético (Serrano Laktaw, VII-IX).

Curiosamente destaca nuestro P. Blas de Plasencia la importancia del acento en la lengua tagala, junto en que los especialistas y el propio P. Sanlúcar, conceden la máxima autoridad al P. domingo de los Santos, de quien el anterior escribió lo siguiente:

«La cosa más ardua en esta lengua es dar reglas fijas acerca de los acentos, y siendo tan difícil, la dificultan más muchos autores con sus explicaciones y con la variedad de numerarlos y notarlos…».

Y más adelante añade: «Los PP. Domingo de los Santos y Pedro Lope, que son los que han hablado más sucintamente esta materia y con más claridad, ponen cuatro, a quienes sigo y he estudiado en este Vocabulario, acerca de los acentos, y les seguiré en su explicación, y muchas veces en sus mismos términos (Diccionario Serrano Laktaw, XXVII nota l8).

3.- El siglo pasado también Extremadura otro benemérito del tagalog en el ilustre P. Joaquín Gil y Montes, más conocido por el P. Coria, pueblo donde vio la luz en l8l5, profesó en la Provincia de San Gabriel en 830 y pasaba a Filipinas al año siguiente. Nombrado Procurador de Manila ante las Cortes de Madrid y Roma en 1866, salió poco después para la Península y quedó de Presidente del Hospicio de San Antonio del Puerto de Santa María, que hubo de abandonar ante mandato de la Junta de gobierno revolucionaria del mismo pueblo en 1868. A él se debe la apertura del Colegio de Consuegra en el mismo año y la publicación de un Catecismo en tagalog y una Relación muy interesante sobre la actuación franciscana en Filipinas. Pero lo que le dio fama y renombre es la publicación de la Gramática teórico-práctica del Tagalog, Madrid 1872, que él preparó para la recién creada Cátedra del mismo idioma en la Universidad de Madrid, que recayó en él en 5 de enero de l871. Ejemplares de la misma se hallan en las Bibliotecas de Pastrana y Guadalupe, también existe el original manuscritos en el citado Archivo (AIA.27,1967,20 nota 60).

Pero en Filipinas, mediado el siglo XVIII trazó la Provincia de San Gregorio un vasto plan para la conquista espiritual de los montes del Norte de Luzón y en esa gran aventura destacó, entre otros, aunque especialísimamente, el extremeño P. Manuel de Jesús María, natural de Olivenza, quien recorrió todos aquellos montes en un viaje, que los cronistas dominicos cantan en tonos elevados. Dice así el P. Fonseca: «El P. Olivenza, acompañado de tres cristianos atrevidos de la antigua Misión de Baler, emprendió por la montaña aquel viaje peligroso, caminando siempre al borde de precipicios espantosos y abriéndose pasó en todas partes por breñas inaccesibles. Desde la contracosta del Pacifico vino el gran Ministro atravesando una cadena de collados, rocas, picos, y gargantas y bramadores torrentes, que ningún oto mortal había registrado en sus quebradas; y después de salvar grandes distancias, erizadas de trabajos y peligros, apareció, finalmente como una visión fantástica en los pueblos isinayes, que echaron a vuelo las campanas, por disposición de los misioneros dominicos para celebrar su advenimiento y la empresa colosal de aquel viaje fabuloso (Ferrado-Fonseca. Historia de los PP. Dominicos, Lib. IX, cap. VIII,591).

Para explicación de los que me escuchan, ya que no creo la conozcan con precisión, intentaré aquí fijar los límites de tal expedición, que aclaren su importancia. Arrancando desde Binangonan de Lamón, contracosta del Pacífico, allí donde también se halla la pequeña Baler, que dió lugar a la épica defensa de su iglesia y a escribir sus defensores los nombres en la historia patria con letras de oro, se llegaron hasta el Cabo de Enhaño y desde la Pampanga alta, antigua Provincia de Ituy, subiendo por la ribera del río Inabag, que es llamado por les ilongotes Casignan, tocaron en la Provincia de Cagayán (L. Péres, Misiones Franciscanas, 17-l8).

Lograda la formación de pueblos con el aglutinamiento y reunión de las familias dispersas y tribus montareces, quedaba por crear los instrumentos aptos para su instrucción cristiana; para ello era indispensable, no solo hablarles en su lenguaje, sino escribir las gramáticas y Vocabularios y Catecismos, por los que, sobre todo los que debían continuar la empresa, debían enseñar a sus neófitos y catecumentos, tarea que emprendió y llevo a feliz término el P. Francisco de la Zarza, natural de Zurita, Obispado de Coria entonces; este, con mucha dedicación y una voluntad e inteligencia nada comunes, preparó los siguientes libros:

– Arte del idioma Egongot;
– Catecismo de la Doctrina cristiana en egongot, y
– Ritual de Sacramentes en egongot (Lorenzo Pérez, Aetas e ilongotes en Filipinas).

De estos puedo decir el comentario recogido por el investigador americano Cruishen, cuando hace dos años me lo encontré en Pastrana en los días 9 al 11 de diciembre.

4.- En otro de los campos de aquella inmensa área misional, la Indochina actual, entonces el Imperio de Annan -que abarcaba los estados de Cambodja, Cochinchina y Champa)- contamos con el P. Francisco Hermosa de San Buenacentura, natural de Plasencia, donde nació en 1711, pasó a Filipinas en 1744 y en 1749 fue destinado a Cochinchina, de donde fue desterrado al año siguiente en la celebrada persecución, provocada por las trapisondas de un mercader francés Poivre, pero se detuvo en Macao en espera de hallar ocasión de volver al teatro de sus afanes, como lo logró en 1751. Por su ascendiente con Reyes y Mandarines, fue comisionado para entablar relaciones con Manila y allá volvió haciendo de timonel, pues embarcado en un bajel, para el que no había timonel, nuestro P. Hermosa lo solucionó actuando como tal. Despachaba felizmente su embajada, tornó a Cambogja y en 30 de agosto de 1752 hizo tránsito a Kankio, pero los temporales desviaron el barco a Siám, en la Provincia de Chumpon, donde fue preso desde enero a abril, en que logró escapar, volviendo a Siám, para ser allí también detenido. Fugado nuevamente, se refugió en Kankao.

En 1761 es nombrado Comisario de la Misión, cargo que desempeñó hasta septiembre de 1768, en que renunció por querer necesario pasar a Manila para informar de las extorsiones que les hacían los misioneros franceses; pero allí no fue atendido ni escuchado, por lo que hubo de tener paciencia y espera, a que terminara el mandato del Provincial. Efectivamente, entrado nuevo Ministro en el cargo, aceptó las razones del P. Hermosa y le dejó pasar a España, pero en la travesía fue víctima del escorbuto y falleció en alta mar en 1780. Este religioso, que dejó largas Relaciones de su actuación misional e informes varios sobre su gestión, escribió otros muchos trabajos; pero creo será más convincente dejarle hablar a él. Decía así al final de su gran Diario misional:

«No obstante estos trabajos, enfermedades y viajes, he estado continuamente con la pluma en la mano, escribiendo más de siete años, y tal vez, puede ser, que dicha tarea de escribir fuese la causa de dichas enfermedades.

Primeramente enmendé y acrecenté muchos vocablos al Vocabulario antiguo de la lengua cochinchina. Tengo compuesto otro nuevo en cinco años y medio, a cuya empresa no se atrevió ningún Padre hasta ahora, aunque ha habido muchos Padres mejores lenguas que yo, por razón del inmenso trabajo que cuesta. Mandé sacar también un traslado de éste, por si acaso se perdía el original, y para corregir dicho traslado, gasté cuasi cuatro meses.

Tengo interpretado por escrito en lengua española la Doctrina cristiana y varios Confesonarios de la lengua cochinchina para los nuevos misioneros. También tengo escrito lo suficiente, para que los nuevos misioneros evangélicos se puedan imponer en la lengua de Cambodja, de la cual tengo aprendido también mucha parte de ella.

De la lengua malaya también tengo escrito mucho, pues aunque no sirve para hacer misión, por ser mahometanos los malayos, quienes no admiten la predicación del santo Evangelio, puede servir mucho a los misioneros, porque en todos los reinos de este archipiélago filipino se habla, y aun en Cochinchina hallará muchos chinos, que no le entenderán en otra lengua, y lo mismo en Batavia y en otros lugares.

También tengo escrito en Siám mucho del idioma de aquel reino, lo cual puede servir para hacer misión en el reino de Laos, porque allí se habla el mismo idioma que en Siám ….».

(Cf. Lorenzo-Pérez, AFH. vv. XXVI-XXVII, años 1933-34, en Diario del P. Hermosa, mis. de Cochinchina (1744-68).

Y con esta figura relevante acabo mis notas y estas palabras.

Creo les he ofrecido una panorámica de lo que algunos de los franciscanos extremeños significaron en la bibliografía hispano oriental.

Nada más. Madrid, 11-IX-1976.

Fr. Antolín Abad Pérez, ofm.

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