Dic 092017
 

María del Carmen Martín Rubio.

El emperador Carlos V y Francisco Pizarro fueron dos grandes caudillos del siglo XVI, un siglo en el que las naciones europeas buscaban su identidad mediante interminables luchas y en el que se comenzaba a colonizar el Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón apenas tres décadas antes, entonces llamado las Indias. Las crónicas coetáneas recogen que estos dos grandes caudillos se admiraron mutuamente en algunos momentos y que en otros se distanciaron. En las presentes páginas, junto con la descripción de algunos de sus más relevantes hechos, se trata de analizar si ese distanciamiento se produjo a nivel personal o sólo fue político.

Francisco Pizarro

Francisco Pizarro, con sólo diecisiete años, formó parte de los Tercios españoles que en 1495 luchaban en Italia a las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. En 1502 se trasladó a las Indias y durante siete años trabajó en la isla Española, o Santo Domingo, como un soldado anónimo a las órdenes del gobernador Nicolás de Ovando. Al cabo de este tiempo, como la isla quedó pacificada, no tendría nada que hacer allí un hombre que durante toda su corta vida había sido militar, de ahí que el anónimo soldado decidiría enrolarse en la expedición que el navegante Alonso de Ojeda preparaba para explorar Veragua, territorio situado al este de la actual Colombia, donde había sido nombrado gobernador. Es muy conocido que Ojeda fue herido de gravedad por los aborígenes en el golfo de Urabá y que, no pudiendo curarse, hubo de regresar a Santo Domingo; mas no es tan conocido que antes de partir nombró a Pizarro jefe de la expedición con el grado de teniente y que, después de pasar muchas penalidades, los expedicionarios llegaron al golfo del Darién, donde el gobernador Enciso fundó la ciudad de Santa María del Darién[1].

El trujillano conoció allí al intrépido jerezano Vasco Núñez de Balboa y con él participó en el descubrimiento del Mar del Sur, luego llamado océano Pacífico, el 25 de septiembre de 1513 y, al recorrer parte de la costa norte del mar recién descubierto, oyó decir a los aborígenes que mucho más al sur había un reino muy rico. Francisco Pizarro no olvidó aquellas noticias y al corroborarlas en otras expediciones que, ya como capitán realizó por el Atlántico, sintió el anhelo de llegar al rico reino; sobre todo cuando años más tarde, viviendo en Panamá, tuvo acceso a un informe del inspector Pascual de Andagoya en el que el inspector verificaba que el rico reino existía y se llamaba Birú. Pero descubrir aquel reino no era fácil: los indios del Caribe eran muy belicosos, habían matado a muchos españoles en las exploraciones efectuadas hasta entonces, por aquellos parajes no había riqueza y se necesitaba un gran capital para preparar una expedición.

Por entonces Pizarro había llegado a ser alcalde de Panamá y compartía negocios de vacas y una encomienda con otro soldado llamado Diego de Almagro, que también soñaba con llegar al Birú, por tanto ambos disfrutaba de una buena posición social y de una economía holgada; pero con el dinero que generaban sus negocios no podían armar dos navíos y sufragar los gastos de la expedición. Tuvieron la suerte de que se interesara por el proyecto el clérigo Hernando de Luque, maestrescuela de la catedral de Santa María de la Antigua; un hombre culto que tenía muy buenas relaciones sociales, mediante las cuales consiguieron varios préstamos para iniciar la construcción de un navío. Seguidamente crearon entre los tres verbalmente la Compañía de Levante, con el fin de depositar en ella el dinero que obtuvieran y pagar las deudas contraídas. A Pizarro no le importó endeudarse, ni perder su cargo de alcalde; por el contrario, debió de sentirse muy feliz cuando, a sus cuarenta y seis años, el 24 de noviembre de 1524 iniciaba la navegación en busca del anhelado Birú[2].    .

El emperador Carlos V      

Si la vida de Francisco Pizarro fue complicada hasta 1524, por aquellas fechas no era menos la del emperador Carlos V. El emperador había llegado a España en 1517 y durante los tres años siguientes recorrió las ciudades de Castilla, Aragón y Cataluña para ser jurado rey, como Carlos I. En 1520 tuvo que viajar a los Países Bajos con el fin de ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y sus súbditos, especialmente los castellanos y valencianos, quedaron sumidos en un profundo descontento: no habían comprendido bien los afanes del monarca extranjero por conseguir la corona imperial, ni habían aceptado los nuevos tributos que por tal motivo había impuesto y mucho menos que sólo tuviera diecisiete años de edad y que hubiera llegado de Flandes rodeado de nobles flamencos a los que, sin conocer las características y costumbres del pueblo español, había entregado los cargos principales del gobierno. Tampoco entendieron que mandara a Alemania a su hermano Fernando, a quien por haberse criado en Castilla consideraban el verdadero sucesor de Fernando el Católico, y que al marchar hubiera dejado el reino en manos de su preceptor Adriano de Utrech; tan gran descontento había provocado revueltas aún antes de que Carlos saliera de España y, estando ya en los Países Bajos, desembocó en los movimientos llamados de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en Valencia[3]. Además el joven monarca hubo de enfrentarse a otros graves problemas: convulsiones en Austria y el imparable avance de una nueva doctrina en Alemania, en contra de la religión católica, predicada por el fraile agustino Martín Lutero la cual, como paladín de la cristiandad desde que había sido elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, estaba obligado a frenar.

Carlos hizo frente a todos estos problemas desde Bruselas y aunque no le fue posible poner fin a la situación austriaca, ni pudo terminar con la doctrina de Lutero, en España consiguió vencer a los rebeldes estrechamente coordinado con el regente Adriano de Utrech, por lo que cuando volvió en 1522, convertido en emperador, dio un perdón general y, pese a que aún quedaban algunos rescoldos entre los agermanados valencianos y mallorquines, el reino quedó prácticamente pacificado. Sin embargo, el emperador no tuvo sosiego, ya que le asediaron nuevas guerras; la primera con Francia: el territorio navarro había sido invadido en 1521 por Francisco I y, aunque en 1522 en su mayor parte estaba recuperado, todavía permanecía en su poder la ciudad de Fuenterrabía. Carlos V, consiguió liberarla en 1524 tras una dura campaña en la que se halló presente, pero el monarca francés no conformándose con la pérdida de Navarra continuó su ofensiva bélica: ese mismo año derrotó en Marsella al ejército imperial y después dirigió sus tropas al norte de Italia con intención de apoderarse de aquellos estados y, además, a todas estas ofensivas bélicas, se unió la amenaza turca en el Mediterráneo y el descontento de los príncipes austriacos que no veían bien ser gobernados por su hermano Fernando[4].

Pero tan graves problemas no fueron óbice para que el emperador tuviera siempre muy presentes sus dominios indianos: ya en 1519 Fernando de Magallanes le propuso buscar un paso entre el océano Atlántico y el Mar del Sur descubierto seis años antes por Núñez de Balboa; Carlos aceptó su propuesta y puso a su disposición cinco naves que salieron del puerto de Sevilla el 20 de septiembre de ese mismo año y, aunque Magallanes murió durante aquella aventura, uno de sus compañeros, Juan Sebastián El Cano, tomó el mando de la expedición y consiguió regresar a San Lúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 con tres grandes noticias: en el istmo de Panamá habían encontrado el paso que unía el océano Atlántico con el Mar del Sur, desde entonces conocido por océano Pacífico, paso al que emperador dio orden de estudiar en febrero de 1524, habían descubierto un conjunto de islas de hermosas playas, después llamadas Filipinas, y habían comprobado la esfericidad de la tierra. Asimismo Hernán Cortés, que en 1504 había salido hacia el Nuevo Mundo, en 1519 comunicó al emperador que al norte de Santo Domingo y Cuba había conquistado una serie de tribus entre las que se encontraban los tlaxcaltecas y los poderosos nahuatls o mexicas, y que en aquellos grandes territorios había fundado un reino al que llamó Nueva España; ante tan gran noticia, Carlos premió su hazaña en 1522 nombrándole gobernador y capitán general. A su vez, en 1523 Pedro de Alvarado, que junto con Hernán Cortés había participado en la conquista de Nueva España, incursionó al mando de un pequeño ejército en los territorios mayas y el 25 de julio de 1524 fundó la ciudad de Santiago de los Caballeros en Guatemala.

Como se ha visto el 24 de noviembre de en ese mismo año, Francisco Pizarro comenzaba a navegar desde Panamá con el fin de explorar la costa sur del océano Pacífico. Carlos V que, según el historiador García Mercadal[5], se hallaba entonces en Madrid para curarse, con su buen clima, de fiebres palúdicas contraídas en Valladolid, no supo nada de la aventura que iniciaba el intrépido trujillano; tardaría cinco años en enterarse, debido a que la exploración fue muy difícil y requirió mucho tiempo.

En busca del Birú

El capitán Francisco Pizarro y ciento doce expedicionarios que le acompañaban habían salido eufóricos del puerto de Panamá; daban por hecho que muy pronto iban a llegar al fabuloso reino mencionado por el inspector Pascual de Andagoya mas, a los pocos días de haber iniciado la navegación, su euforia se convirtió en un total desanimo ya que, conforme avanzaron, sólo encontraron tierras desérticas, pantanosas, sin vegetación, agua y comida. A principios de 1525 habían muerto muchos expedicionarios de hambre y por picaduras de mosquitos; los que quedaban estaban enfermos y hambrientos ya que, según el cronista Cieza de León, casi no tenían agua y sólo podían comer dos mazorcas de maíz por día y su situación aún fue peor unos meses más tarde, porque ni siquiera tenían maíz: sólo se podían alimentar con algún marisco, que encontraban en las playas, y plantas que sabían a ajo[6]. En esas circunstancias, un día los famélicos expedicionarios divisaron a lo lejos un fortín en lo alto de un cerro y vieron que estaba vacío por lo que entraron en las casas, comieron cuanto pudieron y decidieron pasar allí la noche; no habían llegado a sospechar que los nativos estaban muy cerca y que les habían tendido una trampa. Se apercibieron de madrugada cuando, de repente, cayó sobre sus cuerpos, sin corazas, una lluvia de lanzas, flechas y piedras. Aunque se defendieron, murieron muchos y la mayoría de los que quedaron con vida tenían graves heridas. El mismo Pizarro recibió siete, al decir del cronista Francisco de Jerez, tan profundas que los nativos, pensando que había muerto, le dejaron tirado en el suelo; pero el trujillano no estaba muerto y cuando los sobrevivientes pudieron huir, le recogieron y llevaron al navío, donde poco a poco le fueron curando las heridas.[7]

Diego de Almagro, que unos meses después salió de Panamá llevando setenta hombres de repuesto y alimentos, también fue atacado en el mismo lugar; no murió en el feroz ataque, pero para el resto de su vida quedó tuerto y sin tres dedos en una de sus manos. Sin embargo, cuando al fin se reunió con su socio, ninguno de los dos quiso abandonar la exploración, como pedían todos los expedicionarios ya que, al no poder pagar las deudas contraídas, en Panamá les esperaba la cárcel; por el contrario decidieron que Pizarro continuara explorando y que Almagro regresara en busca de nuevos hombres y alimentos. De ahí que mientras Almagro conseguía los nuevos refuerzos, Pizarro navegó durante otro año, tiempo en el que volvieron a morir muchos hombres por hambre, dolencias o ataques de los aborígenes: de los ciento ochenta y dos que habían formado la expedición, sólo cincuenta se hallaban con vida y muchos de ellos padecían enfermedades.

Almagro regresó en mayo de 1526 con otros ciento diez expedicionarios, entre los que se hallaba un piloto llamado Bartolomé Ruiz, y en junio, un poco repuestos con los víveres que llevó, todos juntos continuaron explorando en sus dos buques. Los primeros días volvieron a encontrar parajes de selva intrincada y ciénagas, pero, al fin, el 24 de ese mes llegaron al río de San Juan, en la parte central de la actual costa colombiana; allí las tierras eran algo más fértiles, pero sus belicosos pobladores les infringían continuos ataques y después huían; sin embargo, después de recorrer sus márgenes, pudieron asentarse en un pequeño poblado. Como para entonces habían vuelto a morir muchos expedicionarios y otros estaban heridos o enfermos, los dos socios convinieron en que no podían seguir navegando con tan pocos hombres, que Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos, que Pizarro se quedara atendiendo a los heridos y enfermos y que mientras tanto el piloto Ruiz continuara explorando la costa hacia el sur.

Pizarro y el pequeño grupo de expedicionarios se quedaron esperando setenta días en el río de San Juan; fue una espera muy dura pues, además de recibir feroces ataques de los nativos, las incesantes lluvias mojaban sus ropas y las cabañas donde se guarecían para evitar las grandes plagas de mosquitos que martirizaban sus cuerpos. Casi todos estaban enfermos y cansados, menos Pizarro que parecía de hierro y ayudaba a sus compañeros en cuanto podía.

Un día, cuando la desesperación del pequeño grupo era máxima, vieron que se acercaba un navío: era el del piloto Bartolomé Ruiz Estrada que volvía después de haber recorrido ciento cincuenta leguas. El piloto contó que durante el trayecto había visto muchos pueblos rodeados de tierras de cultivo y traía tres muchachos que había encontrado en una balsa de velas, la cual llevaba ricos objetos de oro, plata, tejidos y ovillos de lana para comerciar con aquellos pueblos. Los muchachos decían ser originarios de una gran ciudad llamada Túmbez y, por señas, hablaban de un lugar muy rico que se llamaba Q`osqo. Como es de suponer, ante la vista de los tumbecinos y de los ricos objetos que transportaban, a Pizarro no le cupo le menor duda de que habían encontrado su soñado Birú[8].

En febrero de 1527 nuevamente regresó Almagro con otros cuarenta hombres. No había podido reclutar más porque le Empresa de Levante, el nombre que tenía la expedición, estaba muy desprestigiada por tantas muertes como habían sucedido. Encontró que Pizarro y sus compañeros sólo tenían huesos pegados a la piel, que estaban amarillos, seguramente por tantas picaduras de mosquitos, y que todos querían regresar a Panamá: sin embargo, como él y su socio determinaron que debían seguir hacia adelante pues ya tenían muestras de la existencia del Birú, volvieron a navegar. Pasaron por varias islas sin detenerse por ser de tierra muy caliente y hallarse deshabitadas; al fin llegaron a una gran ciudad llamada Atacamez, en el actual Ecuador, y al ver que era muy grande y sus habitantes muy belicosos, decidieron que Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos y que Pizarro, con el pequeño grupo de exploradores que sobrevivía, ya que en el derrotero que acababan de efectuar habían muerto otros muchos, se quedara esperando en alguna de las islas que habían encontrado y eligieron una a la que por su forma llamaron del Gallo. En ella sucedió el famoso motín en el que todos los expedicionarios, excepto trece, abandonaron a Pizarro y regresaron a Panamá.

Los trece hombres, luego conocidos por “Los trece de la fama”, y el capitán Pizarro pasaron milagrosamente seis meses más en otra isla a la que llamaron Gorgona, ya que sólo podían alimentarse con cangrejos, monos, gatitos y carne de grandes culebras: el cronista Garcilaso de la Vega Inca dice que sobrevivieron milagrosamente y que se podía decir que Dios los sustentó[9]. Al cabo de ese tiempo Almagro, que había conseguido una nueva licencia del gobernador de Panamá para seis meses, envió al piloto Ruiz y a cuatro o cinco marineros con uno de los dos navíos de la Compañía de Levante y, aunque eran muy pocos hombres, Pizarro no dudó en continuar navegando con ellos. Pronto llegaron a la ciudad de Túmbez, donde fueron recibidos pacíficamente por sus habitantes; desde allí continuaron explorando por el litoral del sur y hallaron poderosas y ricas ciudades; al llegar a una llamada Santa, pensaron que se necesitaba mucha gente para poblar aquellos inmensos territorios y que debían de regresar a Panamá para reclutar a otros expedicionarios.

En septiembre de 1528, ante el asombro de los vecinos, el trujillano desembarcaba en la ciudad, cuatro años después de haber salido de ella, acompañado por los tres muchachos tumbecinos y de unas ovejas muy diferentes a las castellanas: las llamas y su asombro se convirtió en euforia cuando él y sus trece acompañantes contaron que habían descubierto ciudades de piedra, con torres cuadradas y gentes ataviadas con ropa de algodón adornada de oro y plata. Los tres socios, Almagro, Luque y Pizarro, se reunieron para acordar cómo debían de continuar el descubrimiento y poblar los territorios hallados, ya que al ser de tan gran magnitud iban a necesitar muchos hombres, navíos, caballos y víveres y al no contar con el capital necesario, ya que en la exploración realizada habían consumido todo el que tenía la Compañía de Levante e incluso más dinero prestado por algunos vecinos, decidieron hablar con el gobernador Pedro de los Ríos; pero éste, pese a que vio a los muchachos tumbecinos, las llamas y el oro y plata hallados, no quiso ayudarles. Ante su respuesta negativa, los tres socios convinieron en que alguien tenía que ir a España para que Carlos V conociera el descubrimiento y avalara la empresa y, tras acordar pedir el título de gobernador para Pizarro, el de adelantado para Almagro y el de obispo para Luque, encomendaron la misión al trujillano.

El encuentro entre Francisco Pizarro y Carlos V

El capitán Francisco Pizarro llegó a Sevilla en enero de 1529 y rápidamente fue apresado a causa de una demanda de deudas, de cuando había trabajado en Santa María de la Antigua del Darién con Vasco Núñez de Balboa, presentada por el bachiller Fernández de Enciso. Carlos V, al serle notificado el encarcelamiento, mandó ponerle en libertad y ordenó que se le facilitara viajar a Toledo, donde se hallaba desde el 16 de agosto de 1528 junto a la emperatriz Isabel y sus dos pequeños hijos Felipe y María; deseaba conocer personalmente el descubrimiento que su vasallo había realizado, del que ya había sido informado por el Consejo de Indias, y también el proyecto que tenía para colonizar aquellos territorios.

Pizarro inició el viaje el 6 de febrero acompañado por Pedro de Candia, uno de los Trece de la Fama, de los tres muchachos tumbecinos, con algunas llamas, telas y objetos de oro y plata. Sobre un mes después llegaron a la ciudad y según el contador López de Caravantes, el emperador les recibió enseguida. Es de suponer que ambos sentirían una gran curiosidad: el trujillano por conocer al monarca que dominaba casi toda Europa y el Nuevo Mundo y el emperador por ver a quien, según se decía, había realizado tan grandes hazañas. Por su parte, el César encontraría a un hombre mayor: Pizarro tenía entonces cincuenta y un años, lleno de cicatrices a consecuencia de tantas heridas como había recibido, pero de mirada penetrante e intrépida. A su vez Francisco Pizarro vería a un monarca de aspecto más maduro del que correspondía a sus veintinueve años; observaría que llevaba el cabello corto debido a los muchos dolores de cabeza que padecía, cuando la moda de entonces era llevarlo largo y, a pesar de que era feliz en su matrimonio y con sus dos hijos Felipe y María, en su rostro advertiría una sombra de amargura provocada por los ataques de gota que ya empezaba a sufrir y también por los muchos problemas que continuamente le acosaban.

Carlos V: el líder de Europa

En tal sentido recuérdese que Francisco I en 1525 intentó apoderarse de Nápoles, pero que había sido derrotado en la batalla de Pavía y hecho prisionero en Madrid, donde en 1526 consiguió su liberación tras la firma del Tratado de Madrid, en el cual se comprometía a entregar Borgoña al emperador y renunciaba a ocupar el Milanesado, a invadir, Flandes, Italia y Navarra. Pero muy poco después no cumplió el tratado y unido en la liga de Cognac a Enrique VIII de Inglaterra, al papa Clemente VII y a las repúblicas de Venecia, Milán y Florencia, declaró la guerra a Carlos V en forma de desafío personal. Consecuentemente, las tropas de la Liga entraron en Lodi, Lombardía, pero en julio de 1526 el ejército del emperador también llegó a Lombardía y venció al duque de Milán, quedando derrotados los franceses en el norte de Italia pero, como no hubo dinero para pagar a los soldados, éstos obligaron a su jefe, el duque de Borbón, a ir sobre Roma. Consecuentemente la saquearon a primeros de junio de 1527 y el papa Clemente VII tuvo que huir al castillo de Sant Angelo, donde permaneció prisionero durante seis meses. Aunque el emperador no había ordenado aquellos hechos, le acarrearon tan fuertes críticas en toda la cristiandad que le dejaron un tanto amargado por el daño causado a la sede del cristianismo y porque, además veía alejarse su sueño de ser coronado por el papa, al igual que Carlomagno. En los Países Bajos también tenía problemas: el 29 de agosto de 1526 Solimán el Magnífico había vencido a su cuñado Luis de Hungría en la batalla de Moacs y se había apoderado de gran parte de aquel reino. Por otro lado, Martín Lutero continuaba imponiendo su nueva doctrina y los turcos amenazaban con invadir ciudades en el Mediterráneo. Por si fuera poco, en 1527 un ejército francés sitió Nápoles, pero tuvo que retirarse por las enfermedades que contrajeron los soldados y el papa, que seguía ligado con Francisco I, hizo todo lo que pudo para resistir a Carlos, mas viendo su gran fuerza, en julio de 1528 abandonó a los franceses y le entregó Génova. Pero todos estos problemas no impedirían que, en la entrevista de Toledo[10]., el emperador viera en Francisco Pizarro al caudillo que había hecho grandes proezas: “… sin vestido, ni calzado, los pies corriendo sangre, nunca viendo el sol sino lluvias truenos y relámpagos, muertos de hambres, por manglares y pantanos, sujetos a la persecución de los mosquitos, que sin tener con qué defender las carnes, nos martirizaban, expuestos a las flechas emponzoñadas de los indios tres años por serviros, Majestad, por engrandecer vuestra corona por honra de nuestra nación”[11]. El encuentro debió de ser muy cordial: el emperador agradeció a su vasallo el servicio que había hecho, se maravilló ante la presencia de los muchachos tumbecinos y al ver sus raros objetos; sobre todo, le fascinó la descripción que Candia hizo de Túmbez; por todo ello, expresó su pesar ante el desinterés del gobernador Pedro de los Ríos, acogió muy bien que aquellas tierras pasaran a formar parte de su Corona, al igual que las de Nueva España, y prometió a Pizarro todo su apoyo y ayuda. Posiblemente[12]sería entonces cuando el trujillano pidió los cargos de gobernador, adelantado y obispo para él y sus dos socios.

A partir de ese momento, el emperador no volvió a ver a Pizarro ya que necesitaba preparase para ir urgentemente a Italia porque, aunque sus tropas habían obtenido algunos triunfos, temía perder aquellos territorios; de ahí que el 8 de mayo saliese de Toledo. Antes encargó al conde de Osorno, presidente del Consejo de Indias, que oficialmente realizara las gestiones con las que la Corona avalaría y daría luz verde a la Empresa de Levante y el día 24, desde Barcelona, aprobó todas las propuestas pedidas por Pizarro, incluso los cargos para los tres socios, y además ordenó concederle el hábito de la Orden de Santiago, lo que demuestra que el trujillano le había causado una gran impresión.


Las capitulaciones de Toledo

Sin embargo, como el Consejo de Indias tardó cuatro meses en realizar los trámites pertinentes, hasta el 26 de julio Pizarro no obtuvo autorización para continuar explorando y poblando los lejanos territorios que había descubierto. Por fin, ese día la emperatriz Isabel firmó las llamadas capitulaciones de Toledo; en ellas se le nombraba gobernador, adelantado y capitán general, a Diego de Almagro hidalgo y alcalde de la fortaleza de Túmbez, a Hernando de Luque obispo de la misma ciudad y a los Trece de la fama, se les daba el título de hidalgos. El Consejo de Indias estimando que no era conveniente nombrar gobernador y adelantado a dos personas distintas en una misma gobernación, acumuló los cargos en el trujillano, pero asimismo le señaló muchas obligaciones: debía contar con los navíos, aparejos, mantenimientos y otras cosas que fueren menester para el el viaje y población, más doscientos cincuenta hombres y todo ello debía de prepararlo antes de seis meses[13]. Seguramente que esta última condición sería el motivo por el que permaneció en Toledo otros tres meses reclutando gente y que sólo al cabo de ese tiempo pudiera ir a Trujillo, su tierra natal. Allí fue recibido como un gran héroe y se le unieron sus tres hermanos: Hernando, Juan, Gonzalo y algunos vecinos, pero como ni aún con ellos alcanzó el número de hombres asignado en las Capitulaciones, tuvo que permanecer otra larga temporada en Sevilla para reclutar más gente y como tampoco lo consiguió, en enero de 1530, desde la isla Gomera, inició furtivamente la navegación hacia Panamá.

El emperador en Italia y Alemania

Por su parte, Carlos V se hallaba un poco más tranquilo desde que salió de Toledo pues, a la pacífica actitud de Clemente VII, el 15 de junio de 1529 se unió la firma de un armisticio con Enrique VIII y el 29 del mismo mes consiguió otro por el que el papa le permitía ir a Roma para ser coronado. Aún continuaba la guerra con Francisco I en suelo italiano, pero como nuevamente había sido vencido por sus tropas, mientras que en Barcelona preparaba la flota que debía llevarle a Italia, encomendó a su tía Margarita de Austria que negociara la paz con Luisa de Saboya, la madre del monarca francés. Una vez dispuesta la flota puso rumbo a Génova, donde entró el 12 de agosto; para entonces su tía Margarita y Luisa de Saboya habían firmado la Paz de Cambray, o Paz de las Damas, por tanto, ya tenía cercana la ansiada coronación papal que refrendaría la de Aquisgrán de 1520. Pero de repente se vio amenazada con otros gravísimos problemas: Solimán el Magnífico había lanzado una gran ofensiva contra Viena y su hermano Fernando le pedía que fuera a defenderla; además Barbarroja había atacado Argel, amenazaba las plazas norteafricanas y las mismas costas españolas. Felizmente, ni Viena ni las costas españolas fueron atacadas y el 5 de noviembre Carlos pudo entrar en Bolonia donde le esperaba Clemente VII mas, como antes tuvo que conquistar y entregarle Florencia, firmar un acuerdo con Venecia y reponer en Milán a la familia Sforza, hasta el 22 de febrero de 1530 no fue cornado emperador.

A partir de ese momento Italia estaba pacificada, pero en Alemania problemas muy graves pedían su presencia: Viena continuaba en peligro de caer en poder de Solimán el Magnífico, y además había que impedir el avance de la doctrina de Martín Lutero e imponer la unidad cristiana. Por ello el 21 de marzo salió de Bolonia; dos meses después llegó a Augsburgo y tras escuchar la Confesión de los luteranos, en la que volvieron a afianzar su doctrina, el emperador convocó una Dieta e impuso un Interim conciliador, que tampoco fue aceptado. Un tanto decepcionado, se desplazó a Bruselas desde donde, junto con su hermana María, reorganizó el gobierno de los Países Bajos y en enero de 1532 volvió a Alemania porque los turcos nuevamente amenazaban a Viena con doscientos cincuenta mil combatientes. Aunque hasta entonces el ejército imperial no había dejado de luchar en todos los frentes abiertos, Carlos V se había dedicado a hacer una política de pactos con todos sus vecinos; sin embargo desde ese momento decidió entrar personalmente en los combates y, como dice Manuel Fernández Álvarez, fue entonces cuando “el estadista de Europa, daba paso al soldado” [14]

En efecto, a partir de 1532 el emperador acompañó a sus tropas en los campos de batalla, a pesar de que tuvo un mal comienzo porque de camino a Viena sufrió una caída del caballo que le produjo heridas en las piernas y una fuerte erisipela que le ocasionó grandes dolores y le mantuvo enfermo varios meses. Seguramente que durante aquellos días se daría cuenta de lo dura que era la vida del soldado y tal vez recordó las penalidades que había sufrido Francisco Pizarro en su recorrido por el Océano Pacífico. Pero todo ello no impidió que, una vez restablecido, mientras Andrea Doria atacaba a los turcos en el Mediterráneo, el 23 de septiembre de 1532 entrase en Viena capitaneando un gran ejército compuesto por unos cien mil infantes y veinte mil caballos, ante el que Solimán se retiró antes de atacar a la ciudad. Sin entrar en combate, el emperador había vencido a las tropas turcas.

Pero, aunque se vio inmerso en tan graves problemas, Carlos nunca se olvidó de sus dominios indianos, como lo demuestra el hecho de que desde Bruselas mantuviera comunicación con el Consejo de Indias en septiembre de 1531 y desde Ratisbona el 25 de junio de 1532 sobre asuntos concernientes a la colonización y evangelización de aquellos territorios y sobre problemas suscitados en Nueva España con el nombramiento de capitán general hecho al marqués del Valle, Hernán Cortés[15]. Sin embrago, en estas comunicaciones no se dice nada de Francisco Pizarro ¿qué había sucedido con el trujillano durante ese tiempo?

Francisco Pizarro en el Tahuantinsuyo.

El gobernador y capitán general de la Nueva Castilla había conseguido armar tres buques y en uno de ellos salió de Panamá el 1 de enero de 1531 hacia el sur de Océano Pacífico; su impaciencia por volver a explorar aquella costa no le permitió esperar a que se terminaran los preparativos en los otros dos buques. Muy pronto recaló en la isla de las Perlas donde, algunos días más tarde se le unieron sus compañeros y juntos navegaron hacia la ciudad de Túmbez. Durante la navegación encontraron pueblos en los que les hacía frente gente armada, pero un día llegaron a un pueblo llamado Coaque, actual Guaques en Ecuador, en el que sus habitantes no opusieron resistencia; como no tenían alimentos y había abundante comida, decidieron quedarse una temporada en él para reponer fuerzas. Los aborígenes no debieron de aceptar que se quedaran y se rebelaron mas, después de ser vencidos, el cacique les entregó quince mil pesos en oro, plata y esmeraldas, por lo que acordaron que Almagro y dos buques regresaran en busca de refuerzos a Panamá, llevando parte de aquel tesoro y que Pizarro esperara allí su vuelta con los demás expedicionarios. Consecuentemente esperaron durante cinco meses y en ese tiempo murieron sesenta hombres debido a las enfermedades que contraían por el insano clima de aquel lugar, las cuales en venticuatro horas les hacían perder la vida, y sobre todo por una epidemia de verrugas, tan grandes como huevos, que invadían sus cuerpos.

Durante ese tiempo llegó un pequeño navío con treinta hombres al mando del extremeño Sebastián de Benalcázar quien, al ver a tantos enfermos, debió de convencer a Pizarro para que abandonaran Coaque y continuaran navegando juntos. En septiembre iniciaron la navegación hacia la ciudad de Túmbez con la doliente tropa y, cuando después de pasar otras muchas penalidades la encontraron en mayo de 1532, hallaron que la ciudad había sido casi destruida por una etnia enemiga y que sus antiguos amigos ahora eran enemigos. En aquel trayecto Pizarro fundó en la zona de Piura una ciudad a la que llamó San Miguel y también en ese trayecto se les unió el capitán Hernando de Soto quien, con doscientos hombres, llegaba de Nicaragua; la presencia de aquel grupo constituyó un gran refuerzo, dado que quedaban pocos expedicionarios por las muchas muertes acaecidas. Al fin, después de pasar nuevas peligrosas jornadas, el 15 de noviembre de 1532, los ciento sesenta y ocho hombres, que se hallaban vivos, llegaron a Cajamarca, ciudad donde tras haber realizado algunos contactos, se iban a encontrar con Atahualpa, el monarca que en aquellos momentos regía el gran estado inca llamado Tahuantinsuyo. Es bien sabido que el encuentro se produjo al día siguiente y que el Inca fue vencido y capturado; que durante siete meses estuvo encarcelado y que el 25 de julio de 1533 fue juzgado y ejecutado.

Como, durante el tiempo en que Atahualpa estuvo prisionero, entregó un gran tesoro de oro y plata, el 8 de junio de 1533, Juan de Sámano, el secretario de Pizarro, escribió una carta a Calos V en la que le anunciaba que Hernando Pizarro, hermano del gobernador, estaba a punto de viajar a España para llevarle la parte que le correspondía del tesoro por sus reales quintos: doscientos sesenta y cuatro mil ochocientos cincuenta y nueve pesos y, en efecto, el 14 de enero de 1534, cuando el emperador se hallaba en Zaragoza, el tesoro llegaba a Sevilla. Mientras Hernando estaba en España, Pizarro siguió explorando el territorio andino y fundando ciudades: el 11 de agosto de 1533 salió de Cajamarca y el 11 de octubre llegó al valle de los huancas, donde fundó la ciudad de Jauja; el 14 de noviembre entró en Qosqo[16], Cusco, la capital del estado inca y el 24 de marzo de 1534 la refundó en ciudad española; después, tras volver a la costa, el 18 de enero de 1535 fundó la Ciudad de los Reyes o Lima, y el 5 de de marzo de 1535 Trujillo de la Nueva Castilla.

Recompensas de Carlos V

El emperador debió de quedar muy satisfecho con el tesoro recibido, porque en marzo de 1534 otorgó una real cédula a Pizarro por la que ampliaba su gobernación Nueva Castilla, con setenta leguas, y en 1537, tras regresar a España convertido en un auténtico soldado triunfador: había vencido en Túnez a Barbarroja, el general de la flota de Solimán el Magnífico, y a Francisco I en Provenza, debió de valorar muy positivamente que el trujillano hubiera liberado Cusco y Lima de las tropas de Manco Inca, ciudades que el monarca andino mantuvo sitiadas entre 1536 y 1537, y también debió de valorar muy positivamente la labor fundacional que estaba realizando, como se le había encomendado en las Capitulaciones de Toledo, porque el 10 de octubre de ese año, estando en Valladolid junto con su esposa Isabel y sus dos pequeños hijos Felipe y María, le recompensó con el título de marqués, título que aunque carecía de nombre por no conocerse el repartimiento al que se debía anexionar, se acompañaba de dieciséis mil vasallos.

Las dificultades del marqués

Sin embargo, por entones, el marqués tenía un panorama muy difícil; el dinero obtenido con los tesoros de Cajamarca y Cusco lo había gastado en la preparación de nuevas expediciones: además de San Miguel, Jauja, Cusco y Lima en 1536 había fundado San Juan de los Chachapoyas; sabía que debía de seguir explorando por el sur, pero no disponía de capital y la Compañía de Levante que, como se ha visto era propiedad suya y de Diego de Almagro, desde finales de 1535 también carecía de recursos económicos, ya que además de los gastos acarreados por las expediciones, el 1 de enero de 1535, estando en Pachacamac, habían tenido que entregar cien mil pesos al gobernador de Guatemala, Pedro de Alvarado, para que le vendiera su ejército y abandonara los territorios que había ocupado en la serranía de Quito aduciendo que no pertenecían a la Nueva Castilla y a tan difícil situación se unía el descontento que tenía la tropa, ya que la mayoría de aquellos hombres que habían ido al Nuevo Mundo en busca de una mejor vida, se hallaban pobres y únicamente les mantenía la esperanza de encontrar metales preciosos en otros lugares. Por todo ello, Pizarro necesitaba que el emperador siguiera valorando su empresa, de ahí que en diciembre de 1537 mandase de nuevo a su hermano Hernando, que había regresado de España, con otra remesa de metales preciosos correspondientes a los quintos reales de los tesoros hallados en Cusco y en su comarca; mas cuando ya estaba en camino, le hizo volver porque en aquellos momentos la tierra estaba muy alterada y necesitaba tenerle a su lado hasta que estuviera pacificada aunque, según el contador de la Real Hacienda, López de Caravantes[17] no dejó de mandar con otras personas, a buen recaudo, setecientos cincuenta y siete mil ciento cuarenta y cinco ducados.

Guerra con Almagro

Por su parte, Diego de Almagro intentando que los hombres que le seguían consiguieran alguna riqueza, después de reunirse con Pizarro en Cajamarca, organizó una expedición a Chile, pero fue un fracaso total ya que al encontrar solamente tierras estériles, los expedicionarios, entre los que se hallaban integrados los soldados de Pedro de Alvarado, regresaron todavía más empobrecidos por las deudas que habían contraído para participar en la expedición. Ante la dramática situación, sus capitanes optaron por apoderarse de Cusco el 8 de abril de 1537, alegando que la ciudad estaba dentro de la Nueva Toledo, la gobernación que Carlos V había adjudicado a su jefe, y según los cronistas quitaron sus casas y tierras a los vecinos, encarcelaron a las autoridades junto con los hermanos del gobernador: Hernando y Gonzalo y mataron a cuantos se les opusieron.

Pizarro no podía consentir que le arrebataran la gran ciudad del Cusco, porque estaba convencido de que se hallaba dentro de su gobernación, pero como sus límites eran imprecisos encargó determinarlos a varias autoridades e incluso se entrevistó con su socio en dos pueblos de la costa mas, Almagro y sus capitanes, que también querían apoderarse de la Ciudad de los Reyes, no llegaron a ningún acuerdo, por el contrario, se retiraron a Cusco y declararon la guerra. Ante ello, Pizarro preparó un ejército, que puso a las órdenes de su hermano Hernando, a quien había conseguido liberar en una de las entrevistas mantenidas en la costa; éste derrotó a Diego de Almagro el 26 de abril de 1538 en la batalla de las Salinas y le hizo prisionero. Seguidamente, tras ser acusado en un juicio de varios delitos, Hernando ordenó su ejecución el 8 de julio.

La actividad del emperador

Francisco Pizarro había hecho partícipe a Carlos V de aquellos hechos en varias cartas, pero el emperador nunca contestó, ni tampoco contestó para agradecer la gran suma de dinero que le había enviado en 1537. Es verdad que durante ese año estuvo muy ocupado en preparar la paz con Francia y que en 1538 también tuvo mucha actividad, ya que junto a su hermano Fernando, rey de Hungría y Bohemia, programó con Roma y Venecia una nueva cruzada contra los turcos, llamada Liga Santa, para rescatar Constantinopla, por lo que en junio hubo de viajar a Francia para entrevistarse en las cercanías de Niza con Paulo III y en las deltas del Ródano con Francisco I, lugar donde ambos monarcas acordaron una tregua de paz por diez años[18].

Repercusión de la ejecución de Almagro en España

Es de suponer que estos problemas no habrían impedido que el emperador se enterarse de la ejecución de Diego de Almagro a finales de 1538, ya que se hallaba en España cuando el capitán Diego de Alvarado llegó y denunció irregularidades cometidas por Hernando Pizarro en el juicio y en la ejecución de su jefe y también que Francisco Pizarro se había negado a entregarle la gobernación de Nueva Toledo a su pupilo Diego de Almagro el joven, a quien él representaba por ser aquel menor de edad. Seguramente que Carlos no aprobó la ejecución y tal vez temió que en Perú se complicara la situación como había sucedido en Nueva España, por ello, a partir de entonces, debió de cortar todas las comunicaciones con Pizarro y comenzó a preparar la ida de un inspector real para que aclarara lo sucedido.

Pizarro, que por entones ignoraba la repercusión que en la Península estaban teniendo aquellas denuncias, el 27 de febrero de 1539 escribía al emperador diciendo que hacía más de un año que le había concedido el título de marqués, pero que en todo ese tiempo no había sido anexionado a ningún territorio por lo que proponía anexionarlo a la región de los Atavillos y en la misma carta le decía que el territorio conquistado era muy grande y le suplicaba que lo dividiera en dos gobernaciones: que la suya se extendiera desde Túmbez hasta Charcas, incluyendo Arequipa, donde él tenía sus “granjerías” y repartimientos, y la otra, correspondiente a la provincia de Quito, que se la diera a uno de sus hermanos: Hernando o Gonzalo, por los muchos servicios realizados en el descubrimiento, colonización y conservación de aquellos territorios para su cesárea majestad. Y tal vez, para contrarrestar las denuncias formuladas en la corte por Alvarado y otros capitanes almagristas, al día siguiente, o sea el 28 del mismo mes, envió a la emperatriz Isabel seis esmeraldas desde Cusco y a mediados de aquel año también mandó con su hermano Hernando un abundante “donativo gracioso”, reunido entre los conquistadores para cumplir con una petición hecha por los oficiales reales en nombre del emperador. Pero, como a pesar de todo ello no llegaba ninguna respuesta sobre su marquesado, ni tampoco aprobación de la creación y adjudicación de las dos gobernaciones, Pizarro volvió a escribir a Carlos V quejándose del agravio que estaba cometiendo con él, pues había descubierto, conquistado y pacificado muy grandes territorios a su costa y los había puesto bajo su Corona. Sin embargo, pasó el tiempo y tampoco recibió ninguna contestación; fue a principios de junio de 1540 cuando le llegó información sobre las nuevas gobernaciones establecidas y con gran asombro comprobó que la suya no estaba en la zona de Charcas y Arequipa. Como no lo podía creer, a los siguientes seis días volvió a escribir al emperador y entre otras quejas le dijo: “…e a mí me abate y pone en el hospital cargado de deudas por sostener la tierra…”[19] pero tampoco esa vez obtuvo contestación a su carta.


Carlos V otra vez en guerra

Es muy posible que el emperador no llegase a tener noticias de aquellas cartas porque en 1539 Gante se había alzado en contra del gobierno de su hermana María de Hungría, debido a los muchos impuestos que había soportado en 1537 por la guerra con Francia y, al no poder admitir que se le rebelase la ciudad que le había visto nacer, resolvió castigarla personalmente; de ahí que en el otoño de 1539 iniciara el viaje hacia los Países Bajos. La paz con Francisco I le permitió atravesar Burdeos, Poitiers y Orleans y que el 19 de diciembre se dirigiese a París acompañado por el monarca francés, donde durante bastantes días fue obsequiado con cacerías, torneos, banquetes y bailes. Después, en enero de 1540 entró en los Países Bajos y para festejarlo también se le hicieron innumerables festejos, mas ello no impidió que, al mando de cinco mil mercenarios alemanes, llegase a Gante el 14 de febrero. Ya en la ciudad ordenó que los tribunales de justicia investigaran los hechos acaecidos e hizo ejecutar a los que habían participado en el motín; seguidamente la privó de libertades y privilegios, arrasó una de sus emblemáticas zonas y sobre sus ruinas mandó erigir un castillo para sujetarla. Una vez castigada Gante, el emperador se dirigió a Alemania con objeto de dar solución al problema religioso creado por los protestantes y con tal fin, a principios de abril de 1541 estableció conversaciones durante dos meses con sus representantes en Hagenau, Worms y Ratisbona pero, como no logró obtener ningún acuerdo, llegó a la conclusión de que los problemas religiosos debía tratarlos con la violencia y que tenía que empezar por dominar a los turcos. Consecuentemente, el 15 de octubre llegó a Palma de Mallorca y cinco días después estaba en África con el propósito de tomar Argel; sin embargo, aunque la sitió y sus tropas vencieron en algunas escaramuzas, no pudo apoderarse de la ciudad, porque una enorme tormenta destrozó su escuadra y no tuvo más opción que levantar el asedio y regresar a España. El 26 de noviembre de 1541 estaba en Palma de Mallorca y tras algunos días de camino llegó a Ocaña, donde estaban sus hijos, Felipe, María y Juana; su esposa, la emperatriz Isabel había fallecido el 1 de mayo de 1539[20].

Los días más amargos de Francisco Pizarro

Mientras el emperador protagonizaba estos hechos, Francisco Pizarro había continuado su labor descubridora y colonizadora por el sur del continente sudamericano, durante dieciséis meses más, fundando las ciudades de San Juan de la Frontera, La Plata y Arequipa. De regreso a Los Reyes, además de comprobar que Carlos V continuaba sin responder a sus cartas, fue informado de que había sido enviado un juez para que inspeccionara la situación existente en Perú y de que ya se hallaba en la isla Española. En efecto, el Consejo de Indias había enviado al licenciado Cristóbal Vaca de Castro con el fin de que pusiera orden en los lejanos territorios. Esas noticias causaron gran intranquilidad a Pizarro: sabía que su hermano Hernando, a consecuencia de las denuncias realizadas por los capitanes de Diego de Almagro, había sido desterrado a África y que en esos momentos le habían conmutado la pena y se hallaba preso en Madrid; tal situación, más las quejas que cuando llegase a la Ciudad de los Reyes le darían los partidarios de Almagro el Joven, le inquietaban; por ello el 15 de junio de 1541 escribió otra vez a Carlos V reiterando la necesidad de establecer las dos gobernaciones, como había expuesto en sus anteriores cartas, para el mejor gobierno de la tierra y para que Vaca de Castro las encontrara establecidas. Esta vez, su tono era exigente:”…yo he descubierto e pacificado e sustentado e pagado e gastado en ello toda mi hacienda e como a primer descubridor e poblador e sustentador Vuestra Majestad como señor agradecido tiene obligación a darme el galardón que se me debe…”[21]; pero tampoco obtuvo respuesta a esa carta y el juez no llegaba.

Vaca de Castro había salido de San Lúcar de Barrameda el 5 de noviembre de 1540, pero no pudo desembarcar en la Española hasta el 30 de diciembre debido a una gran tormenta y desde allí había pasado a Nombre de Dios y a Panamá, ciudades donde llevaba órdenes de crear audiencias. Terminada esta labor, en marzo de 1541embarcó hacia Perú mas, como también un fuerte temporal le impidió seguir navegando, hubo de proseguir el viaje por tierra desde Buenaventura y antes de llegar a Perú, en Popayán, fue informado de que el 26 de junio de aquel año de 1541, Francisco Pizarro había sido asesinado por los seguidores de Diego de Almagro “el Joven”.

Es de suponer que el licenciado notificaría la muerte del gobernador al Consejo de Indias lo antes que pudo pero que, como entonces las comunicaciones eran muy difíciles, quizás hasta dos o tres meses después, la noticia no se sabría en España y que seguramente Carlos V no la conocería hasta diciembre, cuando después de sufrir la derrota de Argel, llegó a Castilla. No se sabe qué sintió en aquel momento en que se hallaba deprimido: tal vez evocó la entrevista de Toledo y volvió a ver la imagen del maduro e intrépido soldado que le había enviado tan grandes cantidades de dinero y que sólo con sus propios medios había agregado a la Corona española más de cinco mil kilómetros. Ese sería su último encuentro.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

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Vega, de la Garcilaso: Comentarios reales de los Incas. Editorial Universo S.A. Lima. Perú.

 

 

 

 

 

 

[1]Martín Rubio, María del Carmen: Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 78. Ediciones Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014.

[2] Martín Rubio: Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 113. Ediciones Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014.

[3] Mexía, Pedro: Historia del emperador Carlos V. Edición Juan de la Mata Carriazo, pg. 263. Espasa Calpe Madrid 1945.

[4] Sandoval, fray Prudencio: Historia de la vida y hechos del emperador Carlos. Parte I. Edición Seco Serrano. Madrid 1955.

[5] García Mercadal, José. Carlos V y Francisco I, pg. 156. Librería General. Zaragoza 1943.

[6] Cieza de León: Descubrimiento y conquista del Perú, pg. 35. Editorial Dastin. Madrid 2001.

[7] Jerez, Francisco: Verdadera relación de la conquista del Perú, pg. 196. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[8] Jerez, Francisco: Verdadera relación de la conquista del Perú, pg. 199. Biblioteca Peruana. Lima 1968.

[9] Vega, de la Garcilaso: Comentarios reales de los Incas, t. III, pg. 46. Editorial Universo S.A. Lima. Perú.

 

[10] Fernández Álvarez: Carlos V. Un hombre para Europa, págs. 87- 92. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid. 1976.

[11] Maticorena, Miguel. Información inédita de Francisco Pizarro. Diario El Comercio. Lima 19 I 1992.

[12] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg. 29. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.

[13] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg.37. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.

 

[14]Fernández Álvarez: Carlos V. Un hombre para Europa, pg. 107. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976.

[15] Martín Rubio. María del Carmen. Carlos V. Emperador de las islas y tierra firme del mar Océano, págs. 98-104. Ediciones Atlas. Madrid 1987.

[16] Busto, José Antonio del. Francisco Pizarro. El Marqués Gobernador, págs. 179- 191. Librería Studium. Lima 1978.

[17] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg.53. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.

 

 

[18] Fernández Álvarez, Manuel. Un hombre para Europa, págs. 133-134. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976.

 

[19] Martín Rubio, María del Carmen. Francisco Pizarro. El hombre desconocido, págs.323-326. Editorial Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014

[20] Fernández Álvarez, Manuel. Un hombre para Europa, págs. 141-146. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976

[21] Lhomann Villena, Guillermo. Francisco Pizarro. Testimonio, págs. 63-65. CSIC. Madrid 1986.

Dic 072017
 

Teodoro Martín Martín (UNED).

 

Introducción

 

Situado a la entrada de esta población del Campo Arañuelo por la carretera de Casas de Belvis, perteneció a la orden de Santo Domingo en su rama femenina. Fue fundado en la segunda mitad del siglo XVI y permaneció abierto hasta la exclaustración del siglo XIX.

Para su estudio nos hemos servido de las siguientes bases documentales:

  1. Fuentes:

.Archivo General de la Orden de Predicadores en Roma. Serie IX carpeta 60.

.Archivo Diocesano de Plasencia. Sección Pleitos civiles caja 418; sección Capellanías caja 833; sección Conventos exclaustrados: Relación de fincas del año 1847.

.A.H. N. Madrid. Clero regular, legajo 1404 expediente 2 (años 1495-siglo XVIII). Contiene información preferentemente económica.

.Lamentablemente hay bastante documentación de Santa Ana de Belvís dispersa por el territorio nacional. Sea una prueba de ello que en mayo de 2017 salió a la venta en una librería de antiguo en Madrid: “una escritura de convenio y concordia otorgada por Santa Ana de la villa de Belvís con fecha 30 de julio de 1660, 3 folios con un sello de 78 maravedís”. Al interesarme por el documento me dijeron que había sido adquirido por la Junta de Extremadura.

.Actas de los capítulos de la provincia de España (1595-1998).

.Biblioteca Nacional: Libro antiguo registro de la provincia de España. Orden de Predicadores 1758-1777, mss.7424.

.Bullarium Ordinis Fratum Predicatorum. Roma. 1729-1740. 8 volúmenes.

.Catastro de Ensenada. Respuestas Generales, pregunta 39 de Belvis de Monroy. Leg. 152 en A. G. Simancas.

.Catastro de Ensenada. Libro de propiedades de religiosos en Aldeanueva de la Vera, sito en el Archivo Parroquial de esta localidad de la provincia de Cáceres.

.Censos de población de España; de 1589 (obispos) y 1591 (millones).

.Contribución de los conventos de la provincia de España, Orden de Predicadores, a la aportación de 7 millones de reales en 1796. En Martín Martín Teodoro: El convento de Santa Catalina de la Vera. Ed. San Esteban, Salamanca 2002, apéndices.

.Hernández Martín Ramón: Libro registro de la provincia de España, orden de predicadores. En Archivo Dominicano (II). Salamanca 1981.

.Hernández Martín Ramón: Actas de los capítulos de 1581, 1585, 1587, 1591, 1593 y 1595. En Archivo Dominicano nº 35 y 36. Salamanca 2014 y 2015.

.Hernando del Castillo: Historia de Santo Domingo y su Orden de Predicadores. Valladolid 1612; 1ª y 2ª parte.

.Hoyos Manuel Mª de: Registro historial de la provincia de España. Orden de Predicadores. 3 vol. Madrid 1966-68.

.Hoyos Manuel Mª de: Registro documental de la provincia de España. Orden de Predicadores. 3 vol. Madrid 1961.

.López Juan: Historia de Santo Domingo y de su Orden de Predicadores. Valladolid 1621; 3ª 4ª y 5ª parte.

.Salvador y Conde José: Historia de la provincia dominicana de España. Ed. San Esteban. Salamanca 1991, 3 vol.

.Salvador y Conde José: Índice alfabético de los conventos dominicos que aparecen en las actas capitulares de la provincia de España de la orden de predicadores (1250-2000). Madrid 1998.

  1. Bibliografía

-Sobre Extremadura

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.Sánchez Loro Domingo: Historias placentinas inéditas. Cáceres 1982, 3 volúmenes.

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.Velo y Nieto Gervasio: Castillos de Extremadura: Cáceres. Madrid 1968.

-General

.Adámez Antonio: El convento de San Benito de Orellana la Vieja. Historia de su fundación. Madrid 2008.

. Atienza López Ángela: Tiempos de conventos. Marcial Pons Madrid 2008.

.Barrado Barquilla José: Las dominicas de San Sebastián el Antiguo. Ed. San Esteban. Salamanca 2001.

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Orígenes y Fundación

 

La génesis de este cenobio, por los datos que nos proporcionan las fuentes consultadas, es producto de dos iniciativas: De una parte la existencia de un beaterio previo, de otra una fundación específica hecha por el abad de Cabañas, hijo del séptimo señor de Belvis y primer conde de Deleitosa.

El padre Alonso Fernández nos dice al respecto. “En tiempos del obispo Francisco Tello de Sandoval (1578-1580) se fundó en la villa de Belvis un monasterio de monjas de la orden de Santo Domingo, que se llamó Santa Ana. Fue patrón don Fernando de Monroy, hijo del primer conde de Deleitosa, don Francisco de Monroy y le dotó de su hacienda. Es bien edificado y acabado, con buena iglesia, oficinas, dormitorios, claustro y todo lo que un convento ha menester. Es grande la observancia con que viven las religiosas, y la clausura y encerramiento; y así tienen grande opinión y crédito de su santidad en toda aquella tierra. Ha sido priora doña Francisca Monroy y Zúñiga, hija del fundador, casi cuarenta años y de algunos años a esta parte es vicario de este monasterio el prior del convento de San Vicente de la orden de predicadores de Plasencia”.[1]

  1. J. Timón García, cronista de la villa, señala que el fundador era hijo natural de don Francisco de Monroy y Zúñiga, primer conde de Deleitosa. Fue creado en 1586 por testamento del ya citado don Fernando. Al morir este dejó como único heredero al convento.[2] Este autor lo localiza en los restos conocidos popularmente como La Henera, pues hoy mismo son utilizados como pajar o almacén de heno. Se conserva parte de una gran iglesia, a la que se accedía por un precioso arco de medio punto, formado por grandes dovelas, aún conservado. En la fachada aparecen restos de decoración esgrafiada. Este arco era la entrada principal a la nave de la iglesia, cubierta por un tejado a dos aguas, aunque de ella solo quedan algunos muros de mampostería más la fachada y arco referidos. La nave estaba separada del ábside por un arco de medio punto, hoy tapiado, siendo esta cabecera la parte mejor conservada. En su interior, y en el paño frontal, aparecen interesantes restos de decoración esgrafiada, distinguiéndose un guerrero armado bajo cuyos pies aparece otra figura. Esta parte estaba iluminada por una estrecha ventana lateral. Refuerzan el conjunto dos contrafuertes, uno a cada lado de la cabecera. En uno de ellos aparece el escudo de los Monroy. Las dependencias del convento estarían adosadas a este conjunto aunque ya han desaparecido.[3]

El padre Manuel Mª de los Hoyos también nos proporciona información sobre nuestro convento. Tras señalar que el fundador era hijo del conde de Deleitosa y señor de la villa de Belvis, nos recuerda que de esta dependían 5 aldeas: Mesas de Ibor, Valdecañas, Valdehúncar, Campillo y Casas de Belvis. “Don Fernando fue capellán mayor y testamentario de la princesa doña Juana de Austria, hermana de Felipe II. Posteriormente tras la muerte de ésta fue capellán del propio Rey. Consta la fundación por dos escrituras fechadas en Belvis, una el 7 de octubre de 1572, la otra el 21 de abril de 1586. Recabó autorización don Fernando del padre maestro general, fray Serafino Caballi y de los padres provinciales de España, Esteban Coello y Juan de las Cuevas. Tuvo así mismo el consentimiento del obispo de Plasencia y la licencia del nuncio Sega, como consta en un breve fechado en Madrid el 28 de abril de 1580, octavo año del pontificado de Gregorio XIII”.[4]

Es posible que una copia de la segunda escritura sea la que hemos hallado en la sección clero del A. H. N. de Madrid. Es un documento sin fecha y ante 13 monjas reunidas en capítulo, en el que el escribano Alonso Arias, les lee la dotación y donaciones que les hizo don Fernando de Monroy. Se testifica también ante los padres Diego de Contreras y Pedro Lozano, prior y vicario del convento de Santa Catalina de la Vera.[5] Todos ellos aceptan la fundación en nombre del padre Juan de las Cuevas, provincial de España. Están presentes como testigos dos criados de don Fernando y el citado escribano de la villa de Fresnedoso, sitos en la villa de Belvis. Las condiciones son 7.[6]

.Por costumbre las que profesaren serán limpias de sangre y no de moros o judíos, de buena fama y se haga información previa.

.No sean viejas y si lo son sean de gran calidad y linaje.

.El número de religiosas sea 33 y no más y lleven su dote cada una.

.Se reserva el fundador incorporar 2 monjas sin dote.

.Las monjas sin dotes las elegirá el fundador de donde quiera, pero que sean en este orden: de la Abadía de Cabañas de la Peña[7], Deleitosa, Fresnedoso y Belvis por este orden de pueblos.

.Nombra priora perpetua a Francisca de Monroy.

.El monasterio ha de estar y permanecer para siempre en Belvis y no puede ser trasladado; y si se destruyese fuere recuperado en el mismo lugar.

Fernando de Monroy vivía en Roturas y Berzocana y fue abad de Cabañas hasta su fallecimiento el 17 de abril de 1590. Le sucedió en la abadía entre 1591 y 1593 Juan del Castillo, obispo de Cuba.

Hemos señalado la existencia de un beaterio previo al convento fundado por el abad. Así lo manifiesta Vicente Barrantes cuando habla de la fundación del convento de Santa Ana, que dice fue promovido por la venerable Juana de San Francisco. Esta era de Casatejada y creó el cenobio que andando los días pasó a poder de las religiosas dominicas.[8] Pero es que además hemos hallado un manuscrito, en el legajo 1404 del A. H. N. que consta de tres páginas, en el que hace su ingreso como beata Francisca de Santa María, está fechado en Belvis el 7 de septiembre de 1579.[9]

Por esta carta de obligación la mencionada beata entrega todos sus bienes a favor “de la casa de señoras de Santa Ana y digo que por cuanto las demás beatas mis hermanas hicieron donación a este monasterio de señoras de Santa Ana de la orden de Santo Domingo con ciertas condiciones”. Una de las cuales es que si se muriese dentro de dos años, su marido disponga de ellos a no ser que hubiese muerto. Renuncia a todo tipo de derechos en favor del monasterio y lo firma en Belvis ante dos testigos y ante el escribano Juan de Ayala.

Estas referencias nos hacen pensar que en sus orígenes aquel fue un beaterio en el que profesaban, bajo ciertos votos, determinadas señoras de estos lugares y que lo que hace don Fernando de Monroy es integrarlas bajo una misma comunidad; pero ya como convento sometido a la segunda regla de la orden dominicana, que él dota y promueve. Ahora bien, previamente existía esta casa de señoras, también denominada Santa Ana.

“Los beaterios femeninos, caracterizados todos ellos por una extrema pobreza, tuvieron que enfrentarse al recelo de lo oficial, temerosos de fomentar en estas rebeldes nuevas experiencias religiosas susceptibles de escapar a una regularidad disciplinar”.[10] El mundo de los beaterios es muy complejo. No es cierto que en su totalidad se parecieran a los beguinatos de Bélgica. En su gran parte estos beaterios estaban dependiendo de órdenes religiosas, de concejos, incluso a veces eran independientes.[11]

La ofensiva enclaustradora postridentina fue realmente notable. En muchas casas de beatas se resistieron con mayor o menor empeño al encerramiento. Pero también hubo casos de beaterios que se presentan más espontáneos y naturales, y que no parecen condicionados por intervenciones de terceros, ni intermediaciones algunas. La diversidad marcó los comportamientos.[12] Pero también hay que señalar que con las reformas del Concilio de Trento los conventos se convirtieron en verdaderos institutos de perfección, alejados de injerencias familiares y sociales. Al desaparecer estos vínculos la función del confesor adquirió mayor protagonismo en la vida personal y comunitaria de los conventos. Sobre todo en la confesión y en la dirección espiritual.[13]

El 8 de septiembre de 1579 tomaron posesión del convento las religiosas, dice el padre Hoyos. Estas fueron las siguientes: Madre Francisca de Monroy y Zúñiga[14], religiosa profesa del convento de San Blas de Cifuentes, era de la casa del fundador y fue priora perpetua por condición impuesta por este. La madre Catalina de los Ángeles y la madre Ángela de Santa Ana para cantoras. Esta murió presto y vino en su lugar la madre María de Hermosilla. También entraron en dicho día, por petición de la condesa de Deleitosa, doña Beatriz, 14 beatas de la orden de San Francisco, que vivían en comunidad en una casa llamada de San Miguel de dicha localidad. Fueron admitidas al hábito conforme a la antigüedad que tenían en el beaterio.

En documento que se conserva en el Archivo General de Roma figuran los nombres y orígenes de estas primitivas religiosas. También se halla una enumeración completa de las reliquias que en el convento se guardaban, como igualmente una descripción del sepulcro del fundador, que desde luego no tenía apariencia de suntuoso, puesto que se hallaba a ras de tierra en el centro de la capilla mayor de la iglesia. Así mismo se conserva una lista de los vicarios primitivos que tuvo la comunidad. Se hace particular mención de una talla muy devota del Santo Cristo de los Dolores. Todos estos datos los especificó en 1668 el vicario del monasterio, padre Dionisio Ruíz. Se dice también que en las actas del capítulo provincial de 1581, celebrado en Valladolid, se encuentra por primera vez mencionado este convento con ocasión de asignarle un confesor que lo fue el hermano Juan Díaz.[15]

Comprobamos por otras historias de cenobios femeninos el paralelismo en la problemática de su fundación. Por ejemplo, las dominicas de San Sebastián el Antiguo de la capital donostiarra también fue iniciativa de unos fundadores y de la preexistencia de un grupo de beatas, mujeres sencillas, pobres, analfabetas, pero muy religiosas. Este será el embrión del convento.[16] Algún parecido en sus orígenes hallamos en otra institución dominicana de la rama femenina, véase al respecto el trabajo sobre el convento de Orellana la Vieja.[17]

 

Vida en común

 

La vida conventual se desarrolló a lo largo de casi tres siglos bajo la dirección de la priora, la cual regía la existencia religiosa en el interior del claustro y actuaba en los asuntos legales, económicos y de representación, siempre bajo la tutela de la Orden de Predicadores. Hemos hallado las siguientes prioras y subprioras en los distintos documentos utilizados: Francisca de Monroy y Zúñiga, desde 1579 es superiora casi cuarenta años a perpetuidad. Regía el convento en 1627 Isabel del Corpus Christy. En 1637 lo es María de San Francisco y como subpriora Benita de la Concepción. En 1669 lo era Catalina de San Raimundo, que muere con opinión de virtud. En 1689 muere la subpriora María de Santa Teresa. En 1690 es priora Magdalena de Santa Inés. En 1698 Francisca de San Jerónimo es priora y Ana Mª de Jesús subpriora. Ya a fines del siglo siguiente fue priora de 1798 a 1802 Mª de la Cruz de Santa Rita.

A son de campana se reunían los capítulos del convento. Además de la superiora y la subpriora había una depositaria y la maestra de novicias. Aunque no tenemos datos al respecto es de suponer que la vida interior del claustro se desarrollaría con sosiego y orden, salvo algún acontecimiento exterior o alguna rencilla, esto último inherente a toda vida en comunidad.

Estaba estipulado que el ingreso de las novicias tuviera lugar antes de los 19 años; la duración del noviciado era de 12 meses prorrogables. La toma de hábitos podía hacerse al empezar el noviciado, durante el mismo o el día de la primera profesión. En esta se prometía obediencia y consagración a Dios, con los votos correspondientes. Además eran figuras importantes en todo convento femenino:

  1. a) El vicario nombrado, a propuesta o con el visto bueno de la comunidad, en el capítulo provincial o por el provincial. Su duración era de dos años prorrogables. Su tarea era dirigir espiritualmente a las religiosas, trasmitir el espíritu de la orden y las orientaciones de los capítulos.
  2. b) El procurador que colaboraba con el vicario. Se ocupaba de la administración de los bienes materiales que estaban fuera de la clausura, los censos, propiedades, rentas, etc. y del trato con las gentes en toda clase de asuntos.
  3. c) El confesor dirigía la conciencia de cada una de las monjas. A veces este cometido lo desempeñaba el vicario. Poco a poco este personal se fue reduciendo e incluso algunos de ellos desaparecerán de los conventos.[18]

“La superiora era la imagen de autoridad suprema dentro del recinto claustral…Sin embargo ella es solo mera referencia, puesto que el convento femenino depende siempre de las comunidades masculinas de la misma orden. En el entramado de subordinación y obediencias debidas, la figura del confesor adquiere una importancia especial. Su papel no es el de mero veedor, ni vigilante, pero es indudable que se convierte en el eje del universo claustral femenino…Fueron muchas las mujeres que por consejo de sus confesores escribieron sus memorias y obras literarias…En síntesis podemos decir que la salud mental de la comunidad femenina pasa a depender, casi de forma directa, del confesor, que ayuda a paliar la rigurosa exigencia de clausura y encerramiento formulada por el Concilio de Trento”.[19]

Las actas de los capítulos de la provincia de España que hemos consultado nos proporcionan bastante información, sobre estos nombramientos de sacerdotes dominicos para colaborar con las comunidades femeninas. Hasta el capítulo de 1581, celebrado en Valladolid, no hallamos referencias a Santa Ana. Ese año se nombra como primer confesor del mismo a Juan Díaz, del convento de Atocha de Madrid. En el de 1585 se nombra confesor y también vicario a Pedro Lozano del convento de la Vera. Dos años después ambas responsabilidades recayeron en Juan de Manzaneda del convento de Cáceres.[20]

He aquí algunas muestras de nombramientos para Santa Ana, que hemos hallado en las actas de la provincia citada desde 1591:[21]

Año            Capítulo               cargo                    persona                 procedencia

1591           Burgos        Vicario y confesor    Domingo Salinas     Medina del Campo

1593         Ocaña                     Vicario             Juan Román             Ocaña

1595         Segovia                   Vicario             Domingo Salinas   Medina del Campo

1601         Madrid         Vicario y confesor     Martín de Ugarte   Azpeitia

1623         Burgos       Confesor y procurador Ildefonso Gómez   Plasencia

1625     Benavente   Confesor y procurador Ildefonso Gómez   Plasencia

1627           Toro         Confesor y procurador Gabriel González   Orellana

1629     Benavente   Confesor y procurador Luis de Escobedo   Yepes

1651           Toro               Vicario             Jacinto de Montemayor Potes

1653      Benavente           Vicario                Pedro de Salinas         Plasencia

1655           Toro                 Vicario             Francisco Gómez         Plasencia

1659           Toro               Vicario             Ambrosio de Spínola Monbeltrán

1681     Benavente           Vicario             Gaspar Vivas                Segovia

1681     Benavente       Procurador     Benedicto Gutiérrez      Segovia

1683           Toro               Vicario           Martín de León        Sto. Domingo Madrid

1683             Toro           Procurador     Benedicto Gutiérrez    Segovia

1695             Toro             Vicario           Andrés Gutiérrez           Valverde

1695             Toro          Procurador     Francisco Fernández       Mérida

1697     Benavente           Vicario         Gaspar Flóres                   Mérida

1707         Toledo               Vicario       Domingo Rubio              Salamanca

1707          Toledo           Procurador   Juan de Villaseñor        Valladolid

1709       Benavente         Vicario          Domingo Rubio              Valladolid

1709       Benavente     Procurador     Juan de Villaseñor          Valladolid

El libro Antiguo Registro de la provincia de España, orden de predicadores, se formó en 1777 y comprendía desde el año 1758. En él hemos hallado los siguientes datos de nombramientos para Santa Ana:[22]

En 1772 vicario a José Piqueras de Plasencia

En 1773 procurador a Pedro Sierra de Salamanca

En 1773 vicario a Manuel Vicente de Segovia

En 1775 vicario a Pedro Rodríguez Arroyo de Galisteo.

El último capítulo en el que se nombra vicario y confesor de Santa Ana es el de Toro de 1801, el cargo recae en Gabriel Toledo. A partir de entonces y en los sucesivos capítulos de Benavente, Valladolid, Trianos y Palencia (dos) no hay nombramientos para Belvis.

Sin embargo en la relación de miembros de la junta de Guerra de Belvis, creada el 26 de junio de 1808, aparecía como miembro de la misma el vicario del convento de Santa Ana, fray Miguel Martín de Plasencia. Y en 1810, según el libro de casados de la parroquial de Belvis, actuó como párroco fray Alonso Rodríguez Blanco de la orden de predicadores y vicario de las monjas de nuestro convento.[23]

Durante la guerra de la Independencia, Timón García nos señala que en diciembre de 1808 las monjas de Santa Ana huyeron y la soldadesca se acomodó en los conventos del pueblo. Este saqueo se repitió el 4 de agosto de 1809, tras la batalla de Talavera.

Las actas antes referidas nos señalan también el número de fallecimientos de monjas de Santa Ana y algunos rasgos de los mismos. Veamos algunas muestras: En 1629 2, en 1631 3, en 1633 1, en 1637 1, en 1646 2, en 1647 1, en 1651 2, en 1653 3, en 1655 3, en 1661 3, en 1662 3, en 1665 6, en 1669 4, en 1671 2, en 1673 1, en 1675 4, en 1677 3, en 1679 2, en 1681 3, en 1683 1, en 1685 2, en 1687 3, en 1689 1, en 1691 4, en 1693 2, en 1695 1, en 1697 3, en 1701 3, en 1703 1, en 1705 1, en 1707 2 y en 1709 2 religiosas.

Si bien el número de 33 religiosas era elevado en el siglo XVI, poco a poco va descendiendo hasta los 10 o 12 de media que había en el siglo XVIII. En el siglo anterior, el XVII, su media rondaría las 15 monjas. Teniendo en cuenta el posible índice de mortalidad que nos dan los datos de las actas, deduciríamos que el convento se mantuvo bastante poblado en aquella centuria. Los picos de mayor mortalidad se dieron en los decenios de los sesenta con 14 fallecimientos, seguido de los setenta con 12, los ochenta con 10 y así en línea descendente. Comprobamos como las crisis en el siglo del Barroco también tiene incidencia al menos numérica en los conventos femeninos.

En cuanto a la edad de los decesos algunas son jóvenes novicias, a veces llamadas laicas, pero la mayoría son de edad avanzada, unas septuagenarias otras octogenarias. Bastantes de las mismas “cum opinione virtutis”. Otras c. o. v. “quae mortem suam predixit”.

Cabe reseñar lo que se dice de una de las 4 que fallecen en 1691 Magdalena de Santa Inés: “Cum magna opinione virtutis. Nam septenio completo religionem imgressa, usque ad quinquagessimum secundum aetatis suae in quo vitam finivit, intra clautra vixit, & in statu religioso mirifice profecit. Nam regularis observantia exactissima custos religionis iura ad unguem usque fervavit: quim infirmitates, quibus continuo vexabatur illam a sequela Chori, aliisque pietatis operibus dimoverent. Immo illas ita constanter ferebat, ut inter maiores dolores illud crebius usurparet: Domine hic feca, hic non parcas ve in aeternum parcas”.[24] Que en síntesis viene a resaltar la observancia regular y continua que esta religiosa llevó a cabo en todas las actividades conventuales, coro incluido. También las muchas flaquezas y enfermedades que la atormentaron, las superó y probaron su amor y devoción por el Señor, el cual la premió con una muerte digna y el gozo de una resurrección eterna.

Las actas capitulares del siglo XIX apenas nos dan referencias de nuestro convento. Solo hemos hallado en las del capítulo de Valladolid de 1815 noticias del fallecimiento de 4 religiosas, dos octogenarias, una de 40 y otra de 34, esta era laica. Todas ellas cum opinione virtutis.

Las monjas de Santa Ana no estuvieron libres de pleitos. Por ejemplo en 1627 ingresa con una dote de 200 reales al año Ana Iñiga de Villagutierre, natural de Pasaron de la Vera. Así lo establece su padre Alonso Lázaro. Pues bien los herederos, a la altura de 1655, se niegan a pagar la dote y esta falta de pago ascendía en la dicha fecha a 1750 reales. La orden tiene que recurrir a la amenaza de excomunión ante la reiteración de no pagar hecha por los herederos del donante.[25]

 

 

 

Economía conventual

 

Los conventos de dominicas, al contrario que sus homónimos de hombres, tenían que tener un patrimonio económico, ya que no podían solicitar limosnas en las calles, ni obtener ingresos por oficios religiosos. La subsistencia económica de un monasterio se basaba mucho en el trabajo de las monjas dentro de la casa, pero sobre todo en las dotes de las que entraban, en las donaciones de diversa índole y en las limosnas, parcas o espléndidas. Unido a ello fue la austeridad de vida, el ahorro y una buena gestión administrativa lo que ayudó al colectivo a seguir adelante.[26]

No se conserva la escritura de donación que llevó a cabo el abad de Cabañas, don Fernando de Monroy. Por ello no podemos conocer de su patrimonio inicial, que entendemos no debió ser muy nutrido. Pero sí tenemos un estadillo de los censos que tenía el convento el 6 de marzo de 1696. En función del mismo Santa Ana ingresaba:[27]

Población                         Nº de Censos   Importe por réditos

———————————————————————————

Belvis                                       49                   1.685,24   reales

Casatejada                               24                   1.929       reales

Valverde de la Vera                   4                     638,10 reales

Puente del Arzobispo               3                     605,30   reales

Mesas de Ibor                                                     568,04   reales

Villanueva de la Vera                                        556,13   reales

Viandar de la Vera                                             536,30   reales

Almaraz                                       6                     513,31   reales

Navalmoral de la Mata             11                     454,15   reales

Le seguían 8 en Casas de Belvis, 6 en Saucedilla, 3 en Peraleda, 2 en Millares y otros en Torrijos, El Gordo, Calzada, Deleitosa, Valdecañas, Valdehúncar, Frenedoso, Castañar, Candeleda, Madrigal de la Vera, Robledillo, Cuacos, Aldeanueva de la Vera y otros lugares. Importaba el total de ingresos por censos 11.494 reales y 26 maravedís. Si tenemos en cuenta que la media de ingresos del convento a lo largo de estos años era de 15.000 reales de renta, deducimos que la mayor parte de los ingresos procedían de censos.

La época de esplendor de los censos se sitúa entre mediados del siglo XVI y los años cincuenta del siguiente siglo, cuando los tipos de interés eran altos. En el XVIII estos bajaron. Para muchos conventos de monjas la inversión en rentas mobiliarias, censos consignativos y títulos de la deuda, fue preferida a otras modalidades de inversión, dada su fácil administración y su aparente seguridad al llevar la garantía de un inmueble. La mayor parte de los censatarios de los conventos femeninos eran pequeños propietarios agrarios, como vemos por las localizaciones de los antes citados.[28]

Por todo ello deducimos que los excedentes de los conventos femeninos no debieron ser muy abundantes, no adquiriendo lógicamente nuevas propiedades y tendiendo a la supervivencia y mantenimiento exclusivo de la comunidad. No es cierto que los censualistas pretendieran apropiarse de los bienes territoriales hipotecados al suscribir el censo. En Extremadura, Rodríguez Grajera[29], señala que la cuantía de los préstamos dados al censatario era escasa y los réditos anuales muy bajos. El interés se mantuvo en el 5% (20.000 al millar). Un ejemplo puede ser ilustrativo. En el libro de propiedades de eclesiásticos del Catastro de Ensenada, en Aldeanueva de la Vera, Santa Ana tenía un censo. Era de 588 reales y 8 maravedís de principal que obligaba a Bernardo Fontiveros, vecino de la localidad, como censatario a pagar 17 reales y 22 maravedís al año.[30] Ello nos confirma lo diminuto de esta forma de préstamos a campesinos de las comarcas circundantes, Campo Arañuelo, la Vera, Ibor, etc.

Los problemas económicos de la comunidad se agudizaron en determinadas épocas. Por ejemplo el 21 de abril de 1766 piden y la orden les concede licencia al mes siguiente para obtener un censo de 10.000 reales para “atender a las necesidades inminentes del citado convento”.[31]

En 1798 la priora sor Mª de la Cruz de Santa Rita, hace un estudio de los ingresos del convento para el comisionado regio de la diócesis de Plasencia. De esta relación obtenemos el siguiente estadillo de sus posesiones: [32] Una heredad al Malagón de 20 fanegas con 45 olivos y morales, un aprovechamiento en los Melonares de la Vega que produce 1.802 reales, un olivar a los Mártires con 130 olivos y morales, otro al Cristo con 106 olivos, la huerta de la casa con 35 olivos, 11 heredades en distintos pagos, 5 prados y cercas, más 2 olivares y 2 viñas. Todo ello en Belvis y su tierra.

Poseía también 8 suertes de tierra en Campillo de Deleitosa y Fresnedoso, heredades en Millares, 3 castañares en Madrigal de la Vera, un cañal en la ribera del Tajo y un molino de aceite o lagar en Belvis que rinde al año 1060 reales.[33] Ahora bien, toda esta hacienda, señala la priora arriba citada, tiene contra ella 2 censos de 10.000 reales a favor de las agustinas de La Calzada y la Pía Memoria que en Trujillo fundó doña Jerónima de Monroy, que importaban 600 reales de réditos.

Señala también que es preciso deducir los gastos de 1.040 reales que importaban las 230 misas, que tiene de carga este convento, las 115 rezadas, más la limosna de 14 reales que debe abonar por compromiso previo. Todo ello hace que de la renta inicial de ingresos que asciende a 17.701,31 reales le deducimos 1.796,09 reales de gastos contraídos nos dan un líquido para aquel año de 15.905 reales y 26 maravedís. En nota marginal señala la religiosa: “He empleado en este inventario seis días”.

A lo largo de estos años la documentación empleada nos habla de la adecuación del patrimonio original a la nueva situación económica rentista. Por ejemplo el 30 de agosto de 1582 el convento vende una casa en Berzocana, donada por su patrón el abad de Cabañas, pero compra otra casa en 1622 en Belvis. En 1632 compra un olivar en Casatejada y un herrenal en Belvis. Dos olivares en esta población en 1637 y en 1698. Ya en 1786 adquieren un huerto y un herrenal a la Fuente de Zabayo en la misma villa. En 1798 venden parte de un batán en Jarandilla.

Los cambios son continuos; por ejemplo el 20 de abril de 1769 se dio licencia a la priora para vender dos herrenales en Fresnedoso, de una fanega y media de cabida, para comprar otro mayor en Belvis. El 22 de febrero de 1772 se otorgó autorización al convento para que hiciese un trueque con un vecino de Millares, dando la comunidad la hipoteca que tiene en dicho lugar y el sobredicho vecino la que tiene en nuestra villa, junto a la heredad de nuestro convento.[34] Este trasiego de propiedades tiene como meta acercar el patrimonio conventual a Belvis.

Las dotes de ingresos por profesión que llevarían las postulandas también serían objeto de adecuación, bien en forma de rentas dinerarias, las menos, o de tierras, las más. Respecto a los censos la tendencia en el siglo XVIII es asegurarse los más “vivos” o rentables. En una nota marginal la autora de uno de los escritos dejará esta frase: “No puedo escribir de tanto frío como tengo”. Este apunte es de 1698.

En el legajo 1404 hay también una relación de gastos de mantenimiento de comienzos del siglo de la Ilustración. El cual nos dice por ejemplo: por dos religiosas 2.200 reales, “por 21 monjas que hay hoy” 19.162,17 reales, por dos donadas 1.500. Al mayordomo cobrador se le dan 1.460, un ama y su muchacha 1.232,17 reales, un aperador 994,17 reales, un gañan 918, un carretero 670, un pastor 670, un muchacho guarda cerdos 522, un hortelano 912,17, un mozo para la huerta 533 reales y así sucesivamente.

Bien el fundador o posteriores concesiones regias otorgaron privilegios específicos a las religiosas de Santa Ana. Por ejemplo, una provisión real de 15 de noviembre de 1581 establece que en ninguna ciudad, villa o lugar puedan embargar o tomar por el tanto de trigo ni las demás cosas necesarias para el sustento de este convento. Disposición firmada por Pedro Zapata de la Cámara de Su Majestad. Otra disposición de 8 de septiembre de 1615 establecía que nuestro cenobio tiene el privilegio de no pagar la cuarta funeral por el maremagnum, dictaminado en el concilio de Trento, lo cual está rubricado y por escrito en los libros de privilegios.[35] Precisamente el privilegio que tenía el convento de estar exento de pagar las sisas municipales en las cantidades precisas para su manutención, hace que de 1694 a 1699 mantengan un pleito con el Ayuntamiento de Belvis. Este se zanjará por un auto de 1699 que reduce a 70 arrobas de vino y 40 de aceite lo exento por la llamada “moderación del señalamiento de la reflacción” de estos productos.[36]

 

Evolución histórica del convento

 

Como ya hemos señalado Santa Ana permaneció abierto como comunidad de dominicas hasta la exclaustración de 1836. Sin duda sus mejores años fueron los de la primera centuria en que las rentas ofrecidas por el fundador y las vocaciones colmaron las posibilidades del mismo. Los años de crisis de mediados del seiscientos hicieron meya en su vida. Aunque se observa un cierto renacer en la primera mitad del siglo XVIII la decadencia se vuelve a manifestar en los últimos años del siglo de la Ilustración y sobre todo en la centuria del liberalismo.

El censo de Castilla de 1591 nos da una población total para la villa de Belvis y Casas de 262 vecinos, de los cuales 244 eran pecheros, 6 hidalgos y 6 clérigos. El número de religiosas de Santa Ana era de 25.[37] Este era uno de los 116 conventos femeninos existentes en las cuatro provincias dominicanas españolas. La de España a la que pertenecía tenía 45, uno de ellos era el de Belvis.[38]

Las respuestas generales del Catastro de Ensenada de 1752 nos dan para esta villa los siguientes datos: Es una población de señorío perteneciente al condado de Oropesa. Tiene tres conventos, uno de franciscanos, otro de franciscanas y el de dominicas. “Este se llama de Santa Ana y se compone de 13 religiosas de coro, dos novicias, la una lega y dos legas profesas, con dos criadas para su asistencia, dos religiosos sacerdotes, el uno vicario el otro procurador. Cuyo convento no tiene número fijo de religiosas en su fundación.”[39]

En la visita de 1761-62 que hace el padre general Juan Tomás Boxadors se nos dice que en Santa Ana de Belvis viven 19 monjas, y que su renta asciende a 10.164 reales al año.[40] Antonio Pons en su viaje de España también menciona de pasada el convento pero nada nos dice sobre sus habitadoras y rasgos artísticos.[41]

En la distribución que la provincia hace en 1796 para colaborar en la guerra contra Francia, consistente en el reparto de 7 millones de reales entre los conventos de aquella, le correspondían pagar a Santa Ana 258 reales y 32 maravedís, ya que su renta o cantidad subsidiable se estimaba en 13.520 reales anuales. [42]

El Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura de 1791 nos indica que el convento tenía 10 religiosas de las 33 de su fundación, correspondiendo su mantenimiento de réditos de censos y fincas raíces de pan llevar, olivos y viñas, y una acción por vida de nuestro monarca el señor don Carlos IV de 7.500 reales anuales, en cuyo convento se paga de dote al recibir las monjas 800 ducados…En ninguno de los tres cenobios de la localidad se enseña pública ni privadamente, si no es en el de franciscanos del Berrocal, pero solo a sus estudiantes del curso de Moral. [43]

Por una nota advertencia firmada en Belvís de Monroy el 9 de septiembre de 1851 por el párroco Antonio Narciso Díaz, obtenemos la siguiente información: “Por disposición del gobierno las religiosas dominicas de Santa Ana se trasladaron al de la Encarnación Plasencia el año 1836. Todos los principales bienes del convento que son de bastante mérito los posee don Felipe Lozano, vecino de Navalmoral, a excepción de dos viñas que posee doña Camila Sánchez Yáñez de Casatejada, y algunas de inferior calidad que no se vendieron las posee la Nación”[44].

Sabemos de la exclaustración de las religiosas en 1836, no en anteriores épocas revolucionarias como el Trienio Liberal. Las leyes de Mendizábal expropiaron sus rentas y derechos, que pasaron a particulares. Sus bienes, en forma de pequeñas propiedades y censos, suponemos que serían compradas por pequeños propietarios locales de los pueblos comarcanos. Los grandes propietarios de la zona, el notario Urbano González Corisco, el XV duque de Frías, el Marqués de la Romana, don Pedro Caro, por poner algunos ejemplos, no creo que se beneficiaran del pequeño patrimonio de Santa Ana. Al menos nada hallamos en los trabajos hoy existentes sobre la desamortización en Cáceres.[45]

A la altura de 1847 quedaban por vender pequeñas propiedes de Santa Ana. Por ejemplo: Tres heredades en distintos pagos, más una casa habitación del vicario y un cañal de pesca sobre el río Tajo. También prados a la Carnicería, los Campillos, los Malagoncillos, las Hoyas, las Mondongalas, Pajonal, Cordova, El Tejar o la Risca entre otros. Al no ser vendidas en el año precitado salen en arriendo en subasta pública, varias de ellas no tuvieron ni siquiera oferta de arriendo.[46]

Pascual Madoz en su célebre Diccionario de 1849, ya tras la desamortización, en la voz Belvis nos dice lo siguiente: Existen dos conventos de monjas, uno de la orden de Santo Domingo, fundado por don Fernando de Monroy, y otro de San Francisco, ambos suprimidos y casi arruinados.[47]

Ya redactado este artículo he tenido conocimiento de la presentación en los XXIII Coloquios Históricos del Campo Arañuelo, en año 2016, de un artículo de Francisco Javier Timón García sobre nuestro tema. Su título es “Aproximación a la historia del convento de Santa Ana de Belvis (1586-1836)”. Desconozco su contenido, pero conste aquí su existencia como propuesta a tener en cuenta.

 

Coda

 

Por todo lo expuesto anteriormente, deducimos que las dominicas de Santa Ana en la villa de Belvis fue uno más entre los muchos conventos femeninos que inundaron la geografía española en el Antiguo Régimen. Su origen estuvo en un beaterio, al que se suma la fundación llevada a cabo por don Fernando de Monroy. La vida conventual se caracterizó por el silencio, la oración y una vida activa, en la que lo material siempre estaba sometido a la regla fundada por Santo Domingo de Guzmán y que se remonta al siglo XIII en Prulla.

Sus bases económicas estaban en una economía censal y algunas propiedades en Belvis y comarcas colindantes. Fueron desamortizadas en el periodo de Mendizábal y Espartero al no contar con 20 religiosas profesas.[48] La exclaustración de la misma época las alejó de su convento y éste, tras ser vendido en subasta pública, inició un lento pero progresivo deterioro. Su actual estado, dada su historia anteriormente expuesta, precisaría de una cierta protección histórico artística, que evite una mayor ruina y con ello la desaparición de la memoria de una institución importante en la historia de Belvis de Monroy.

 

 

 

[1] Alonso Fernández: Historia y anales de la ciudad y obispado de Plasencia. Plasencia 2006 pág. 233.

[2] Timón García F. Javier: Belvis de Monroy; señorío y villa. Belvis de Monroy 1992 pág. 57.

[3] Timón García F. Javier: Ob. Cit. pág. 57 y 58.

[4] De los Hoyos Manuel Mª: Registro historial de la provincia de España. Orden de Predicadores. Madrid 1966-68 Vol. II pág. 171-173.

[5] Sobre este convento véase la obra de Martín Martín Teodoro, publicada en Salamanca en 2002 por la editorial San Esteban.

[6] A. H. N. Madrid. Sección clero regular. Legajo 1404 expediente 2. Comienza “Mª de Santa María…”

[7] La Real Abadía de Cabañas la integraban las localidades de Solanas, Roturas, Retamosa y Cabañas, más otros pequeños núcleos. Agrupaba las iglesias de estas localidades. Fue del Patronato Real al que estaba agregada. El rey nombraba abad entre una terna propuesta por el obispo de Plasencia. A este abad correspondían los diezmos mayores y menores de este estado. La real abadía era de tipo religioso, los señores jurisdiccionales de Cabañas lo fueron los Monroy y luego los Oropesa. El censo de los obispos de 1589 daba a este territorio 6 pilas (parroquias) y 339 vecinos. Según Sánchez Loro Domingo, la abadía rentaba cada año 2.000 ducados de oro. Historias inéditas placentinas. Vol. A. Cáceres 1984 pág. 215.

[8] Barrantes Vicente: Aparato bibliográfico para la Historia de Extremadura. Madrid 1873. Vol. I pág. 336.

[9] A. H. N. Madrid. Clero regular. Leg. 1404 exp. 2. Comienza: “Sepan cuantos esta…”.

[10] Duby Georges y Perrot Michelle: Historia de las mujeres. Barcelona 1992. Vol. III pág. 581. Sobre este tema y el de los beguinatos europeos son interesantes los demás volúmenes de esta clásica obra.

[11] Atienza López Ángela: Tiempos de conventos. Marcial Pons. Madrid 2008 pág. 95.

[12] Atienza López Ángela: Ob. Cit. pág. 96.

[13] Duby G. y Perrot M.: Ob. Cit. Vol. III pág. 191.

[14] Esta religiosa, después de muchos años de regular observancia, fue escogida para ser la fundadora del convento de Belvis. Fue tenida siempre como modelo de superioras. Estaba en su punto siempre la observancia y el recogimiento. La pobreza era estrechísima. A ninguna permitía dádivas o distinciones. La jerga de sus hábitos se tejía en el monasterio de lana vasta. Los tocados eran gruesos y toscos. Se molía y amasaba el pan en el convento, trabajando las monjas en común. Así lo expresan Manuel Mª de los Hoyos y José Antonio Casillas García en las obras mencionadas en la bibliografía.

[15] Hoyos Manuel Mª de los: Registro historial de la Provincia de España. Orden de Predicadores. Madrid 1966-68. Vol. II pág. 171-173. La documentación de Santa Ana, sita en el convento de Santa Sabina de Roma, sede del Archivo General de la orden, se remonta a 1512, posible fecha del beaterio integrado en la fundación del posterior convento. Véase la reseña del capítulo de 1581 que hace Ramón Hernández Martín en Archivo Dominicano nº 35. Salamanca 2014 pág. 13.

[16] Barrado Barquilla José: Las dominicas de San Sebastián el Antiguo. Ed. San Esteban. Salamanca 2001.

[17] Adámez Antonio: El convento de San Benito de Orellana la Vieja. Madrid 2008.

[18] Salvador y Conde José: Historia de la provincia dominicana de España. Ed. San Esteban. Salamanca 1994. Vol. III pág. 61 y 62.

[19] Duby G. y Perrot M.: Ob. Cit. Vol. III pág. 575-577.

[20] Hernández Martín: Ramón: Actas capitulares de la provincia de 1581, 1585 y 1587. En Archivo Dominicano nº 35 pág. 13, 29 y 47.

[21] Actas de los capítulos de la provincia de España, Orden de Predicadores, que van de 1591 a 1998. Varios tomos. En Archivo del Convento de San Esteban de Salamanca. Agradezco al padre Lázaro Sastre la ayuda que me proporcionó en el citado centro documental.

[22] Libro Antiguo Registro de la Provincia de España, Orden de Predicadores. Biblioteca Nacional. Madrid mss. 7424.

[23] Timón García F. Javier: Don Manuel Talaván Mateos (1757-1813). El Cronista accidental. XLIV Coloquios históricos de Extremadura. Trujillo 2015. pág. 620 y 635.

[24] Actas del Capítulo de Toro de 1691 pág. 33.

[25] Archivo Diocesano de Plasencia. Pleitos civiles caja 418.

[26] Así se expresa el padre Barrado Barquilla en su obra antes citada, pág.73.

[27] A. H. N. Madrid Sección Clero Regular Leg. 1404 exp. 2.

[28] Martínez Ruíz Enrique: El peso de la Iglesia; 4 siglos de órdenes religiosas en España. Actas Editorial . Madrid 2004. pág. 346 y siguientes.

[29] Rodríguez Grajera Alfonso: La Alta Extremadura en el siglo XVII. Cáceres 1990 pág. 195 y siguientes.

[30] Archivo Parroquial de Aldeanueva de la Vera. Libro de propiedades de religiosos del Catastro de Ensenada pág. 134.

[31] Archivo Diocesano de Plasencia. Sección Pleitos civiles caja 418.

[32] A. H. N. Clero regular leg. 1404 exp. 2.

[33] La respuesta 17 del Catastro de Ensenada efectivamente nos dice que de los 5 molinos de aceite de una viga que existían en Belvis, uno de ellos era de Santa Ana, el cual muele 60 días al año y rentaba 1020 reales.

[34] Libro Antiguo Registro de la Provincia de España. Biblioteca Nacional mss. 7424.

[35] A. H. N. Clero regular leg. 1404 exp. 2.

[36] Archivo Diocesano de Plasencia sección Pleitos civiles caja 418.

[37] Censo de Castilla de 1591. I. N. E. Madrid 1984-86 2º volumen pág. 780.

[38] López Juan: Historia de Santo Domingo y de su orden de predicadores. 4ª parte. Valladolid 1615 pág. 988.

[39] Catastro de Ensenada. Respuestas generales de Belvis de Monroy. Legajo 152 pregunta 39.

[40] Archivo General de la Orden de Predicadores. Roma. Serie IX carpeta 60.

[41] Viajar por Extremadura. Editorial Universitas. Badajoz 1983, Vol. I pág. 86.

[42] Martín Martín Teodoro: El convento de Santa Catalina de la Vera. Ed. San Esteban Salamanca 2002. Apéndices.

[43] Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura. Partido de Plasencia. Ed. Asamblea de Extremadura. Mérida 1994 pág. 126.

[44] Archivo Diocesano de Plasencia. Capellanías caja 833.

[45] García Pérez José: La desamortización eclesiástica y civil en la provincia de Cáceres. El Brocense. Cáceres 1994. Sánchez Marroyo Fernando: Dehesas y terratenientes en Extremadura. Ed. Asamblea de Extremadura. Mérida 1993.

[46] Archivo Diocesano de Plasencia. Conventos exclaustrados. Año 1847.

[47] Madoz Pascual: Diccionario geográfico estadístico e histórico de España. Madrid 1847. Vol. IV pág. 149.

[48] Martín Martín Teodoro: La desamortización textos político jurídicos. Ed. Narcea. Madrid 1973 pág. 99 y siguientes.

Dic 062017
 

 Jacinto J. Marabel. 

 1. Introducción. 2. Las sábanas de Wellington. 3. La fiebre del campamento. 4.Bibliografía.

 

  1. Introducción.

 

En nuestra anterior comunicación, presentada en la XLVI edición de los Coloquios Históricos de Extremadura, tratamos la penosa marcha emprendida por el Ejército británico en retirada tras la batalla de Talavera. Quisimos dejar constancia entonces de un hecho que la propaganda bélica trató de ocultar, pues en las postrimerías del verano de 1809 en nada convenía a la estrategia de los aliados que los franceses supieran del estado de enfermedad y abandono en que se encontraban aquellas tropas.

 

Desorganizadas, famélicas y extenuadas, tal y como recogieron en sus diarios los capitanes Charles O’Neil y William Stother, los tenientes Andrew Leith-Hay y Edward Costello, así como el sargento Thomas Garrety, entre otros, consiguieron acampar en las inmediaciones de Trujillo, donde finalmente fueron abastecidas antes de continuar el vergonzante repliegue hasta la frontera portuguesa. El otoño se prometía apacible en Badajoz, donde los británicos establecieron su cuartel general, celebraron galas y disfrutaron con el acogimiento dispensado por los vecinos, hasta que una terrible e implacable epidemia de tifus se desató en los campamentos.

 

Según las estimaciones de los propios servicios médicos, alrededor de diez mil hombres habrían enfermado de distinta gravedad en apenas seis semanas. Y más de quinientos de ellos, entre oficiales y simples soldados, murieron como consecuencia de las fiebres padecidas. Estas cifras representaban la tercera parte del Ejército británico desplazado a la Península, por lo que en aquellos momentos su debilidad era extrema. El contingente pasó el otoño oculto, sin posibilidad de maniobrar, pues en caso de haberse conocido su situación, los cuerpos del Ejército francés que ocupaban el norte de Extremadura, Castilla-La Mancha y Andalucía, habrían caído sobre ellos cambiando el curso de los acontecimientos y, probablemente, el resultado de la Guerra de la Independencia. No es arriesgado afirmar que la historia de Europa y la hegemonía que el Imperio británico sustentó en sus ejércitos durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, no habría sido posible si en el otoño de 1809 el contingente liderado por Lord Wellington hubiera sido aniquilado a orillas del Guadiana.

 

En el presente trabajo trataremos de acercarnos a aquellos días, a través de las impresiones que dejaron registradas en sus diarios algunos de estos hombres. Como tendremos ocasión de comprobar, la mayor parte de aquellos que durante este tiempo residieron o visitaron Badajoz, pasaron de exaltar su clima, su patrimonio o sus gentes, a relatar el horror, la enfermedad y la muerte que se adueñó de sus contornos en los últimos días de aquel nefasto 1809.

 

Los británicos abandonaron la ciudad a su suerte, desatendiendo sus compromisos con el Ejército español y no volvieron hasta dos años más tarde, cuando irremediablemente cayó en manos francesas. Le pusieron un cerco en abril de 1811 que hubieron de levantar a los pocos días, para hacer frente al mariscal Soult en La Albuera. Pese a que sobre aquellos campos se dejaron más de siete mil hombres, volvieron a cercar Badajoz. Pero tras dos fallidos ataques al fuerte de San Cristóbal y otros quinientos muertos, nuevamente hubieron de internarse en Portugal. Regresaron finalmente con toda la rabia acumulada en abril de 1812 y, tras sucumbir ante sus muros poco menos de cuatro mil británicos, la ciudad fue finalmente tomada y arrasada en el transcurso de dos días y tres noches de ebria vorágine e impía depravación.

 

En el corto período de dos años y medio, la ciudad de Badajoz acabó con la vida de cuatro mil británicos, doblando estos números los que sufrieron la agonía de las lesiones, heridas o enfermedades derivadas de los asaltos. Las bajas se contaron por millares y la ciudad acabó por representar para la opinión pública británica un lugar execrable e infame. El episodio que hoy presentamos supone probablemente el primer eslabón de este marchamo de calificativos que el imaginario colectivo trató de resolver, tal y como apuntamos en nuestro anterior trabajo, a través de una catarsis editorial sin precedentes.

 

  1. Las sábanas de Wellington.

 

El 7 de octubre de 1809 Lord Wellington celebró una velada en el Palacio del Conde de la Torre del Fresno, la residencia que le fue proporcionada por las autoridades españolas durante su estancia en Badajoz, con ocasión de imponerle la Orden del Baño al teniente general John Coape Sherbrooke. La gala se prolongó hasta altas horas de la madrugada gracias a la intervención de notables damas de la ciudad, encargadas de entretener con bailes y canciones a lo más granado de la oficialidad británica, por lo que el general irlandés habría dormido escasas horas cuando al día siguiente emprendió camino de Lisboa. Acompañado del jefe de sus ingenieros, el teniente coronel Richard Fletcher, se dirigía a inspeccionar sobre el terreno el proyecto de reductos que, con el nombre de líneas de Torres Vedras, tan buen resultado acabaría por cosechar en los meses sucesivos.

 

Dejó de apoderado al propio Sherbrooke y concedió al destacamento acantonado en los apacibles contornos de Badajoz un merecido descanso, antes de verificar la estrategia defensiva que había planeado para su vuelta. Pero jamás llegaría a imaginar el siniestro panorama que habría de encontrarse tres semanas más tarde.

 

Y es que, después de meses de agotadoras marchas y contramarchas, las tropas habían agradecido abandonar finalmente la campiña para detenerse en este, en apariencia, idílico lugar situado a cientos de kilómetros del enemigo. Como referimos en nuestro anterior trabajo, cerca de veinte mil hombres acamparon por entonces en poblaciones próximas a Badajoz, mientras que algunos privilegiados batallones, los dos de Guardias, así como el tercero y el primero del 27º y 40º regimientos de infantería ligera respectivamente, junto a una compañía de fusileros del 60º y otra de ingenieros reales, unos dos mil tres cientos cincuenta soldados, pasaron a ocupar los conventos intramuros en las primeras semanas de octubre.

 

Los comandantes de las unidades exigieron residir agrupados en un único edificio, por lo que no sin algún estorbo hubo que plegarse a sus condiciones. Se decidió entonces albergarlos en un magnífico inmueble, quizás el mejor de la ciudad por entonces: el Hospicio de Nuestra Señora de la Piedad. El instituto había sido fundado por Fernando VI mediante Real Orden de 12 de abril de 1757 para acoger expósitos y huérfanos, mujeres de mala vida y pobres de solemnidad, aunque no fue sino en tiempos de Carlos III y en 1773, cuando tras derribar las casas de don Gonzalo de Carvajal y del marqués de Velamazán, situadas entre el seminario diocesano y el Hospital de Caridad de San Sebastián u Hospicio Viejo, se erigiera finalmente un edificio, finalizando las obras a la par que el siglo. El 6 de octubre y en contra de la voluntad del director del mismo, Francisco Vior, los papeles del archivo y contaduría fueron trasladados al Hospicio Viejo[1], dejando espacio para los muebles y enseres que serían entregados seis días más tarde a fin servir al alojamiento del mando británico.

 

Los oficiales de la brigada de Guardas, conocidos como los hijos de los lores por la gran cantidad de aristócratas que formaban esta unidad de élite, fijaron su residencia en la casa de Ordenandos u Hospicio de Nuestra Señora de la Piedad y obligaron a los seminaristas, según el general Henry Mackinnon, a mudarse al Palacio de Godoy, levantado apenas tres lustros antes sobre las ruinas de la familia de los Rocha Calderón[2].

 

Por su parte, cuando debían realizar algún trámite u obtenían licencia para su asueto, los oficiales adscritos a las unidades acantonadas en las localidades próximas, fueron acogidos en casas particulares. A todo ellos les llamó la atención la notable apariencia de los edificios, plazas y jardines de Badajoz, la bondad de su clima y la cordialidad de sus gentes. El teniente Andrew Leith-Hay, llegó a confesar que

 

Nada de lo que he experimentado iguala este delicioso, calmo y placentero clima, cuya perfección se alcanza durante el crepúsculo de una tarde de septiembre en la Alameda de Badajoz[3].

 

Esta era “el prado o paseo público cerca del río, donde los habitantes de todos las clases se congregaban por las tardes para tomar el aire”, según el capitán William Stother[4].

 

Para el general Henry Mackinnon “Badajoz presenta infinitamente más apariencia de capital que cualquiera de las ciudades que he visto en España. Aquí hay jardines y paseos públicos, que jamás había visto[5]. Espacios de la localidad que también llamaron la atención del cirujano Charles Boutflower, quien encontró en el lugar una “pureza superior a todo lo que había observado hasta el momento en Portugal[6].

 

Sin duda, queriendo ser partícipes de esta idílica atmósfera y alentados por el escaso celo de sus superiores, facciones de incontrolados acantonados en las inmediaciones vagaron merodeando, hasta que finalmente y a mediados de septiembre se atrevieron a asaltar algunas casas y un negocio particular. El general Arthur Wellesley resolvió el asunto de inmediato:

 

“Ha llegado a conocimiento del Comandante de la Fuerzas que anoche varios soldados entraron en la ciudad de Badajoz y saquearon una panadería, así como las casas de varios vecinos. El Comandante de las Fuerzas muestra gran consternación por el mal comportamiento de los soldados, determinado que, por difícil que sea, debe ponerse fin al mismo. Se pasará lista en las diferentes unidades de la IV División, cada hora y hasta nueva orden, pues el Comandante de las Fuerzas desea que a ningún soldado y por ningún motivo, se le permita salir de sus líneas, excepto permiso de un oficial.

 

El Preboste General sancionará a todos aquellos que desobedezcan esta orden. Un piquete de guardia será colocado en la puerta de la ciudad y todo soldado que trate de pasar será hecho prisionero. El Preboste General expulsará de inmediato de la ciudad a todos los soldados que aún pudieran encontrarse en ella”[7].

 

El Ejército británico tan solo estaba facultado para realizar labores de policía tendentes a mantener la disciplina de sus tropas, por lo que no podía extralimitarse en las atribuciones conferidas a la guarnición española de la Plaza. En este sentido, puede referirse el incidente propiciado el 25 de noviembre por dos tenientes del 27º regimiento de infantería ligera en la casa donde se alojaban, así como el robo de unas mulas por parte de un capitán de la misma unidad que, pese a ser enjuiciados, fueron sumariamente resueltos con un exiguo apercibimiento en ambos casos[8].

 

Salvo conflictos puntuales, en general la convivencia resultó pacífica durante este período. A los británicos, le sorprendieron tanto las demostraciones de folclore y tradiciones populares como las muestras de patrimonio y liturgia católica que encontraban a cada paso, pero mientras aquellas eran asimiladas a un seductor exotismo, estas eran rechazadas como rémoras de incomprensibles arcaísmos.

 

Al puritano Boutflower le molestaba sobremanera el tañido de las campanas:

 

“Las campanas de las iglesias están continuamente repicando, mientras los feligreses entran y salen constantemente de los templos. En todas las casas se puede escuchar a las familias implorando largas oraciones. Y en las calles, a cada tanto puede observarse alguna muestra de devoción[9].

 

El 1 de noviembre asistió a misa y, un mes más tarde, quedaría impresionado con el funeral de un personaje principal de la ciudad:

 

“El día de Todos los Santos se celebra aquí con extrema solemnidad. Sobre las ocho de la mañana me sentí atraído por unas voces femeninas procedentes del convento de Santa Catalina. Al entrar, descubrí gran número de monjas arrodilladas ante el altar, entonando con gran dulzura; poco después, pasaron a un capilla, tras cuyo enrejado recibieron la comunión. A medida que fue clareando tuve la oportunidad de escrutar sus rostros y, para mi sorpresa, se revelaron todas ellas muy ancianas, ninguna aparentaba menos de sesenta años.

 

Alrededor de las nueve se celebró la misa mayor en la Catedral con gran asistencia de personas de ambos sexos. El trasfondo musical consistía en una refinada melodía compuesta para órgano y violín, acompañada de otros instrumentos y apoyada un excelente coro de laicos reunidos al efecto. La selección de maestros como Pleyel y otros fue realmente bien ejecutada y encontré gran placer en ello. Una vez celebrada la liturgia, el sacerdote predicó un sermón que, por mi desconocimiento de la lengua, apenas pude seguir.

 

Esta tarde [5 de diciembre de 1809] tuve oportunidad de presenciar el funeral de una persona principal. Encabezaban la procesión gran cantidad de clérigos y monjes de diferentes órdenes, seguidos de los familiares y amigos varones del difunto. El cuerpo fue transportado en una especie de medio ataúd, vestido con los hábitos que habría llevado en vida. Durante la procesión el clamor de todas las campanas se trababa de manera inarmónica, de tal modo que un italiano de fino oído habría envidiado al propio difunto. Al entrar en la Iglesia el cadáver fue colocado sobre una mesa y sus allegados se coloraron alrededor, portando cada uno de ellos una gran vela de cera. Seguidamente, se celebró una solemne misa en la que con frecuencia se invocaba la intercesión de la Virgen María. Al finalizar, el cadáver fue depositado en una tumba, cubriéndolo de tierra tras taparle pudorosamente el rostro. En las iglesias se entierran tanto pobres como ricos, aunque tan solo a estos se les permite hacerlo cerca del altar. No hay costumbre de sepultar al fallecido en un ataúd, como hacemos en Inglaterra[10].

 

Tres días más tarde, el capitán Stother asistió a la liturgia para conmemorar el Día de la Virgen en la Catedral:

 

“Es esta una fiesta que los españoles celebran siempre con gran suntuosidad y boato. Se ofició una solemne misa en la catedral, que es de arquitectura árabe y está toda adornada en su interior con cortinajes de terciopelo carmesí, ribeteado con encajes de oro. La ceremonia, grave e impresionante en todo momento, fue repentinamente interrumpida a causa del desvanecimiento de uno de los oficiantes, un venerable sacerdote de ochenta y cinco años de edad que, después de ser llevado al exterior, acabó por recuperarse[11].

 

En un lugar de la Catedral que no llegó a precisar, Charles Boutflower encontró una lista de libros prohibidos por la Inquisición, entre los que le llamó la atención las cartas de Lord Chesterfield y de Lady Mary Wortley Montagu, así como una recopilación del pensamiento de Neckar[12].

 

La mayor parte de los visitantes quedaron deslumbrados por la belleza de las mujeres de Badajoz y por su galante manera de vestir[13]. Entre ellos, el comandante del 29º regimiento de infantería de línea, el coronel Charles Leslie, que fue autorizado a hospedarse el día 5 de noviembre de 1809 en una casa de la localidad.

 

“Era una vivienda muy notable, al igual que la señora de la misma. Además de interesante, era una mujer realmente joven y bella. Me recibió afablemente, esforzándose por hacerme cómoda la estancia y asegurándome que su marido estaría feliz de acogerme en su casa. Pregunté a qué se dedicaba su marido y respondió que era un coronel retirado. Expresé mi sorpresa, pues no acababa de entender cómo una mujer tan joven podía ser la esposa de un pensionista, y con gran ingenuidad respondió que, efectivamente, aunque se encontraba jubilado, su marido aún conservaba todo su vigor y constantemente le ofrecía muestras del gran afecto que le profesaba. Me pareció, con todo, que mi anfitrión se encontraba más cerca de los sesenta que de los cincuenta.

 

En todo caso, ambos fueron obsequiosos en extremo y aquella noche dispusieron una cena donde pude servirme varias raciones de ternera, fruta y vino. A la mañana siguiente me agasajaron con un excelente desayuno, instándome a pasar otro día en su casa. Pero el deber me impelía continuar con mi cometido[14].

 

Según el general Henry Mackinnon, los oficiales que puntualmente fueron autorizados a pernoctar en la ciudad, reseñaron con malicia las numerosas “atenciones que les prodigaron generosamente las mujeres españolas[15]. Incluso el puritano Boutflower quedó,

 

Particularmente sorprendido de la gran superioridad que presentan las mujeres españolas sobre las portuguesas, tanto en comportamiento, como en distinción y apariencia. En cuanto a esto último, las portuguesas son por lo general descuidadas en el vestir, mientras que las españolas están dotadas de una elegancia natural, un porte y gravedad que jamás había observado en ningún otro lugar[16].

 

Y casi en idénticos y elogiosos términos se expresó el capitán Stother, muy crítico por el contrario con el arquetipo ignorante y sumiso al que contribuían la mayor parte de nuestras féminas por aquel entonces.

 

“Encontré bastantes mujeres bonitas, de encantadoras figuras y engalanadas presencias, que destacaban por el gracejo de sus andares. El velo con el que se cubrían enmarcaba sus bellos rostros. Y todo atavío del que hacen gala, sencillo y elegante en su conjunto, está dispuesto de manera admirable y sutil a fin de estilizar sus bonitas figuras… En general, las damas españolas están refinadamente educadas, pero muy pocas hablan otro idioma que no sea el propio y su cultura es, como por otra parte la de los varones, extremadamente limitada[17].

 

Por el contrario, algunas damas organizaban tertulias en sus casas. El cirujano Boutflower dejó escrito que una de las principales familias de Plaza celebraba todas las tardes una “pertiglia” (sic) en su casa.

 

“Allí se reúnen las más distinguidas personas de ambos sexos junto a algunos oficiales británicos. Llama la atención el número de oficiales congregados porque la mayor parte de ellos desconocen el idioma y, además, consideran tediosas las conversaciones con los españoles. Cuando no tengo otra cosa mejor que hacer, suelo acercarme a estas reuniones, porque me parece una ocasión inmejorable para practicar el idioma. Mis frecuentes visitas me han ofrecido la oportunidad de conocer a muchas damas del lugar, que me han confirmado la superioridad de las mujeres de mi país sobre el resto. Por costumbre y mal ejemplo, las mujeres de aquí, incluso las del más elevado rango, muestran una absoluta falta de dialéctica y entendimiento que incluso llegaría a horrorizar a las más abandonadas de Inglaterra[18].

 

Las tertulias entretuvieron las tardes de aquel otoño en Badajoz. Las damas más ilustres de la ciudad pujaron organizando fastuosas veladas para atraerse a lo más selecto de la oficialidad británica. Sin duda, una de las más célebres era la que tenía lugar todas las noches en casa de Ignacio Payno, antiguo corregidor de la Plaza, y que era organizada por su esposa, conocida entre los británicos como Lady Payna, como detalló el capitán Stother en sus cartas.

 

Según el mismo, en esta reunión, además de comentar los avatares cotidianos, los españoles debatían sobre la actualidad política y los pormenores del conflicto, mientras los oficiales británicos se dedicaban a beber y jugar a las cartas. Por encima de la anfitriona, en todo momento dos damas se encargaban de mantener la atención de los invitados: la Marquesa de Almeida y la viuda doña Manuela.

 

El general Wellesley solía asistir a estas veladas, siendo especialmente recordada la del 28 de octubre, a la que se incorporó nada más llegar de su viaje a Lisboa y que daría origen a algún que otro velado y mordaz comentario. Es especial, aquellos referidos a los entretenimientos privados a los que se abandonó el vizconde de Wellington durante su estancia en la ciudad, pues esa noche,

 

Sobre las diez, llegó el Comandante de las Fuerzas seguido de su Estado Mayor. La viuda doña Manuela, acompañada a la guitarra por el señor Fuentes, cantó una balada española con exquisitas maneras y complaciente estilo. Siguieron después unos bailes, al cabo de los cuales doña Josefa Vázquez nos deleitó con un bolero, tocando al mismo tiempo las castañuelas con elegante destreza. Esta misma joven, junto a doña Payna, entretuvieron a los concurrentes el resto de la velada con impresionantes muestras de su baile nacional, el fandango[19].

 

Probablemente el general Wellesley gozó de una amante en Badajoz. Pese a que el coronel Gurwood dejó constancia de su inagotable capacidad para dictar diariamente extensas cartas, órdenes y despachos, no hay registro de activad epistolar alguna en la jornada que sucedió a aquella velada. Durante todo ese tiempo, Lord Wellington permaneció en sus aposentos dando pábulo a una serie de suspicaces rumores que, no mucho después, pasaron a ser difundidos en Gran Bretaña, como llegó a confesar la madre del coronel Charles Napier, Lady Sarah Lennox, en una carta[20].

 

En aquellas escasas biografías de Arthur Wellesley que dejan translucir algún apunte sobre sus aficiones privadas, se muestra una tendencia al galanteo que le habría causado no pocos problemas desde muy temprana edad. Se dice que el joven Wellesley, que no llegaba al metro setenta y cuyo rasgo más definitorio era la nariz aquilina que marcaba su largo y pálido rostro, mantuvo relaciones con Jemina Smith, hija del vicegobernador de Madrás, mientras estuvo destinado en La India. A su regreso en 1805 pudo desposar finalmente a Catherine Dorothea Sarah Pakenham, conocida como Kitty en su círculo íntimo, después de haber sido desautorizado en dos ocasiones por su padre el barón de Longford, quizás porque eran públicamente conocidas sus relaciones con la afamada cortesana Harriet Wilson.

 

Fue esta una actriz, nacida el 2 de febrero de 1786, hija del relojero suizo Jean Dubochet establecido en la ciudad seis años antes. Aunque no era especialmente bella, hacía gala de unas dotes amatorias que traían de cabeza a la aristocracia londinense, incluido el mismísimo Príncipe de Gales. Uno de sus más afamados clientes fue Walter Scott, quien no obstante disfrutar de sus servicios, nunca llegó a considerarla “especialmente hermosa, sino más bien una chica descarada con unos ojos bonitos, el pelo oscuro y las maneras de un colegial salvaje[21].

 

En 1825, abandonada por todos aquellos hombres poderosos, publicó unas memorias que fueron un escándalo en la época[22]. Harriet tenía veinte años y el joven coronel Wellesley treinta y seis cuando se conocieron. Tuvieron relaciones de manera ininterrumpida durante meses, después el gobierno tory le nombró Secretario para Irlanda y partió a Dublín, donde el 3 de febrero de 1807 nació su primogénito, Arthur Richard, casi un año después, el 16 de enero de 1808, nacería Charles.

 

Sus relaciones conyugales, probablemente acabaron aquí, pues tras dirigir una expedición contra Copenhague, puso rumbo a La Coruña siguiendo al Ejército de John Moore y, cuando fue llamado a Londres a fin de que un tribunal militar evaluara las favorables estipulaciones que había firmado en Sintra, no dudó en acudir de nuevo a Harriet.

 

Finalmente, exonerado por aquella corte marcial, Arthur Wellesley fue nombrado comandante del Ejército de Portugal. Llegó a Lisboa el 22 de abril de 1809 y pasó seis años combatiendo en la Península en los que, sin duda, volvería a ser infiel a su esposa. Precisamente, el cronista Charles Greville, que describió mejor que nadie el carácter privado del duque de Wellington, dejó escrito que:

 

“Este era de difícil trato y nunca expresó verdadero afecto por nadie, hombre o mujer, en los últimos años de su vida desde la muerte de Mrs. Arbuthnot[23], a quien estuvo muy unido y en la que sin duda confió. Nunca gozó de una vida doméstica porque su esposa se le hacía insufrible, pese a que decorosamente mantuviera las apariencias. De todos fue conocido que buscó entretenimiento en otras damas de la sociedad y gozó de una gran variedad de caprichosos romances que, ya en la edad madura, representaron un escándalo tras otro, pero que él siempre justificó como fruto de su refinada inclinación…. En su juventud fue muy partidario de estas galanterías y tuvo gran éxito con las mujeres que, particularmente en España, obtuvieron gran influencia sobre él y llegaron a ponerlo en serios aprietos”[24].

 

Así pues, no es descabellado pensar que Josefa Vázquez o alguna otra dama badajocense compartieran su lecho en aquellas jornadas. Esta teoría explicaría, en parte, la demora de las operaciones militares durante meses. En todo caso, lo cierto es que Lord Wellington comenzó a plantear la estrategia defensiva de Torres Vendras cuando fue fehacientemente informado de la derrota de Austria. Fue entonces cuando se decidió a escribir a su hermano Richard para decirle que, dado que el Gobierno británico había resuelto defender Portugal, consideraba “muy difícil, si no imposible, ligar la defensa de Portugal a la de España[25].

 

Con este fin, el 8 de octubre cruzó la frontera con el comandante de sus ingenieros, continuando inmediatamente después, salvo los cuatro días que paró en Badajoz, hasta Sevilla. Aquí debía encontrarse con su hermano Richard, marqués de Wellesley, que acababa de ser nombrado embajador por su viejo amigo George Canning, en sustitución del prudente John Hookham Frere. El mayor de los Wellesley, que era partidario de una alianza con los españoles, traía sin embargo órdenes para someter a estos a ciertas presiones encaminadas a remover los mandos militares, reformar las instituciones políticas y satisfacer las rutas comerciales británicas.

 

Y en estas intrigas por la Regencia, en las que el duque de Infantado y el general Palafox por un lado y el marqués de La Romana por otro trataron de atraérselo a su partido, se entretuvo hasta que el 11 de noviembre fue llamado a Londres por la nueva administración de Spencer Perceval. Por entonces, el general Wellesley se encontraba en Badajoz haciendo frente a una crisis sanitaria sin precedentes.

 

  1. La fiebre del campamento.

 

Desde mediados de septiembre, una epidemia de tifus comenzó a extenderse entre las distintas unidades. En Campomayor, donde se encontraba acantonada la IV División, la compañía del capitán Leslie, del 95º regimiento de infantería de línea, llegó a perder casi todos sus efectivos[26]. La situación llegó a agravarse en los días sucesivos, de modo que a mediados de octubre una tercera parte del Ejército británico de la Península, salvo cuatro batallones guarnicionados en Lisboa, Abrantes y Santarem, se encontraba enfermo en distinto grado de consideración.

 

En términos absolutos, esto quiere decir que las bajas en aquel momento alcanzaban ochenta y ocho oficiales y nueve mil dieciséis soldados, de los cuales, ocho mil ochocientos veintisiete habían enfermado de gravedad. En las semanas siguientes, los casos más graves aumentaron un 50%: del 15 de octubre al 1 de noviembre, los enfermos terminales pasaron de dos mil trescientos cincuenta y siete a tres mil ciento setenta y tres; sin contar que en tan solo esos quince días también murieron seiscientos cincuenta y cinco hombres[27].

 

En tres meses, el Ejército británico había perdido la mitad de sus efectivos. El 10 de noviembre de 1809, el general Rowland Hill aseguraba en una carta a su hermana que el Ejército había quedado reducido a trece mil hombres y que, “en las últimas semanas, han muerto un promedio de cincuenta hombres al día[28].

 

La enfermedad afectó por igual a los comandantes de todos los cuerpos del Ejército. El propio Wellington, llegó a temer por la vida de sus generales: John Coape Sherbrook, se encontraba incapaz de valerse por sí mismo y Charles William Stewart había empeorado gravemente desde mediados de agosto, por lo que llegó a escribir al embajador británico en Lisboa para que facilitara la llegada de su mujer, Lady Catherine, hasta el hospital general de Elvas[29].

 

Ambos generales acabarían regresando a Gran Bretaña, siguiéndoles al poco tiempo multitud de oficiales, como el teniente Andrew Ley-Hay, que acompañó al capitán Tucker, después de que un comité médico recomendase su traslado[30], o el mismo coronel Leslie, que hasta diciembre no pudo montar a caballo y permaneció convaleciente en Badajoz[31].

 

El 13 de noviembre el general Wellesley regresó de Sevilla y comenzó a tomar medidas. Escribió al conde de Liverpool solicitando más oficiales médicos[32] y ordenó que todos los cirujanos regimentales, junto a sus asistentes, se trasladaran al hospital general instalado en el convento de San Pablo de Elvas[33]. Pero aquí se encontraban muchos de los heridos aún convalecientes de la batalla de Talavera que, desprotegidos, fueron fatalmente contagiados por los enfermos de tifus y, débiles como estaban, gran parte de ellos acabaron muriendo[34].

 

El 20 de noviembre, Lord Wellington dictó un plan para evacuar aquellos doscientos cincuenta heridos que aún no se encontraban enfermos de gravedad a Estremoz. Con ello se trataba de dejar sitio para otros cuatrocientos procedentes de Talavera, Lobón y Montijo. Cada día, las asistencias médicas subían a los enfermos en quince carros y los trasladaban Badajoz, donde eran evaluados antes de ser enviados de nuevo a Elvas en grupos de cincuenta y hasta completar cuatrocientos[35].

 

En Elvas, los enfermos fueron apiñados en el convento de San Pablo, como dejó escrito el sargento Edward Costelo tras haber sido trasladado desde el campamento de Campomayor. En su diario aseguraba que habían muerto ya unos trescientos hombres de su regimiento y, precisamente en el convento portugués, hubo de probar los violentos métodos empleados para tratar a los pacientes, que

 

Fundamentalmente consistían en arrojarles agua fría procedente de las cantinas o de los comedores, tantas veces como fuera posible. En ocasiones, este remedio resultó eficaz y creo que en mi caso llegó a curarme. Sin embargo, debo reconocer que mi estancia fue corta porque afortunadamente me repuse de la enfermedad en poco menos de seis semanas, gracias a mi buena constitución y no a ninguno de aquellos salvajes que en el transcurso de los delirios frebriles llegaban a golpearme furiosamente con el palo de una escoba.”

 

Por su parte, al sargento William Lawerence, convaleciente en el mismo lugar, le impresionaron

 

“Las decenas de carretas con muertos que salían de la ciudad cada día para ser enterrados en el suelo más allá de las fortificaciones. Cuando al cabo de seis semanas reuní fuerzas suficientes para poder pasear por los terraplenes, quedé impresionado por una terrorífica visión. Los muertos eran sacados de los conventos completamente desnudos y después de ser apilados en carretas como vulgares troncos de madera, unos rufianes los lanzaban a fosas en las que apenas cabían todos los cuerpos.

 

Esta desagradable manera de dar sepultura a los muertos la realizaban convictos portugueses y era sorprendente ver a estos hombres realizar dicha tarea. Agarraban un cuerpo al mismo tiempo, poniéndole las piernas sobre los hombros, mientras la cabeza colgaba detrás y, cuando llegaban a las fosas, como el agujero era demasiado estrecho para el enterramiento, empacaban su carga con maestría.

 

Sin duda esta visión fue la mejor de la curas, pues con tal de escapar a la siniestra labor de estos hombres y regresar a Badajoz con mi regimiento, aceleré mi restablecimiento lo más pronto posible[36].

 

De este siniestro espectáculo también fue testigo el sargento Costello. En su diario contó que una vez repuesto del proceso febril le pasaron

 

A unos barracones donde con frecuencia estábamos obligados ver las pilas de cadáveres que iban a ser enterrados. En esta horrible sala donde recibíamos asistencia, éramos forzados espectadores del desagradable acarreo de cientos de muertos hasta las carretas en las que eran transportados para darles sepultura. A las afueras de la ciudad, un poco más allá de los glacis, fueron cavadas unas fosas que, a la postre, se antojaron demasiado pequeñas para los cuerpos, por lo que dos fornidos portugueses se encargaban de doblegar los cadáveres uniendo la cabeza con los talones. Y realmente estos bárbaros parecían haber nacido para la labor, pues puedo asegurar que nunca antes había visto a dos rufianes trabajar con tanto placer.

 

Sin duda fue repulsivo asistir al grotesco espectáculo de aquella pareja que doblegaba los cuerpos antes de ser apilados en carros; cada uno de ellos portaba un pellejo de vinagre con el que se rociaban el cuello y la cara; después, ayudados por algún que otro desgraciado, agarraban el cadáver por los hombros y, sin ningún tipo de miramientos y desnudo como vino al mundo, lo lanzaban a la carreta como si de un tronco se tratase.

 

Las mujeres que, no obstante, también cayeron víctima de aquella terrible epidemia, no recibieron un trato especialmente privilegiado. Si acaso y a modo de sudario, algunas de ellas fueron cosidas y envueltas en lienzos de algodón, para acabar arrojadas en el mismo agujero que los hombres. Reconocí entre ellos a muchos de mis camaradas, desnudos como los vieran sus padres, y hube de soportar con resignación las burlas soeces que les dirigían sus indignos sepultureros[37].

 

Los muertos continuaron aumentado hasta las primeras semanas de diciembre, con el tiempo frío y seco[38], puesto que tras las lluvias siguieron “los malos efectos de las nieblas de los distritos de Badajoz[39]. El 6 de diciembre, el general Rowland Hill escribió a su hermana desde Montijo, confesándole que en los últimos dos meses había perdido sesenta hombres de su División y que, teniendo en cuenta el estado de los enfermos más graves hospitalizados, probablemente esta cifra alcanzaría los cien[40].

 

Los diarios de Lisboa recogieron que el 87º regimiento de infantería ligera, compuesto de novecientos veinte hombres al desembarcar, había quedado reducido a doscientos sesenta, y de los casi mil efectivos con que contaba el 33º regimiento tan solo quedaban doscientos. Entretanto, en los hospitales de Elvas, Campomayor y Badajoz, el número de enfermos sobrepasaba con creces los cinco mil[41].

 

Casi con toda seguridad los hombres enfermaron en las montañas del norte de Extremadura. El agotador y apresurado repliegue que sucedió a la batalla de Talavera, sumado al calor y las insalubres condiciones que debieron afrontar, durmiendo a la intemperie, hacinados en las estrecheces de la sierra y comidos de las garrapatas, focalizó la aparición de terciarias a finales de agosto.

 

El tabardillo, más conocido como fiebre del campamento, se extendió después entre la tropa acantonada en las proximidades de Badajoz, debido entre otras causas y como aseguró el coronel Leslie, a que con las lluvias de otoño las maniobras fueron suspendidas y los hombres permanecieron durante muchas jornadas apiñados en barracones, con el solo amparo de sus mantas sobre el frío suelo de ladrillo o arcilla[42].

 

Según el sargento Thomas Garretty, aunque en los últimos tres meses la disentería había acabado con las vidas de más de cinco mil hombres[43], la enfermedad comenzó a remitir a mediados de diciembre, fecha en la que Lord Wellington pudo finalmente ordenar la marcha del Ejército. El 14 de diciembre escribió al conde de Liverpool para informarle que,

 

Pese a que el número de enfermos en el Ejército sigue siendo muy grande, en los últimos días la epidemia parece haber remitido, por lo que creo que la marcha hará bien al Ejército. En todo caso me veo obligado a pedirle al menos treinta cirujanos, que deberán ser enviados a Portugal lo antes posible”[44].

 

Con la mayor parte de los hombres recuperados, comenzaron los preparativos para iniciar la marcha. Por fin, el día de los Santos Inocentes el general Arthur Wellesley dictó las ansiadas órdenes de partida y los británicos abandonaron la ciudad maldita y sus contornos. El Ejército británico escapó a Portugal, alegando que sus cuentas estaban saldadas[45] y que no debían nada a Extremadura[46]. Esto no era del todo cierto, puesto que como señalamos en la introducción a este trabajo ostentaron desde entonces un resentimiento visceral hacia Badajoz. Después de su particular otoño de padecimiento, intentarían tomar la ciudad dos veces más, acumulando despecho y muertos a partes iguales, hasta que finalmente descargaron aquel turbio y feroz rencor en los indefensos badajocenses que tan noblemente les acogieran en el otoño de 1809. Pero esa historia ya ha sido contada.

 

  1. Bibliografía.

 

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  • GÓMEZ VILLAFRANCA, Román. Extremadura en la Guerra de la Independencia. Memoria Histórica y Colección Diplomática. Badajoz, 1908.
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  • STOTHER, William. A narrative of the Principal Events of the Campaigns of 1809,1810 & 1811. Londres, 1812.
  • WILSON, Harriette. Memoirs of Harriette Wilson, written by herself. Londres, 1825.

 

 

 

 

[1]GÓMEZ VILLAFRANCA, Román. Extremadura en la Guerra de la Independencia. Memoria Histórica y Colección Diplomática. Badajoz, 1908; pp. 241-243

 

[2]MACKINNON, Henry. A Journal of the campaign in Portugal and Spain. Londres, 1812; p 41. Lamentablemente el diario de Mackinnon se interrumpe con la llegada a Badajoz. Su labor como Inspector General de Hospitales debió abarcarle todo el tiempo que pasó en esta ciudad y dirigiendo el Hospital General de Elvas los últimos meses del año. El siguiente registro de su diario es de 2 de enero de 1810, ya en Beira.

 

[3]LEITH-HAY, Andrew. A Narrative of The Peninsular War. Volumen I. Edimburgo, 1831.

  1. 183-184.

 

[4]STOTHER, William. A narrative of the Principal Events of the Campaigns of 1809,1810 & 1811. Londres, 1812; p. 122.

 

[5]MACKINNON, Henry. A Journal…., Ob. cit; pp. 39-40.

 

[6]Además del aire, el facultativo del 40º regimiento que el día 10 de septiembre acababa de entrar en España procedente de Elvas, “encontró notables diferencias entre los habitantes de ambas nacionalidades en la corta distancia que separa Elvas de Badajoz, pues hay un celo tal, e incluso odio entre ellos, que cada cual evita cuidadosamente imitar los usos y costumbres de su vecino”. BOUTFLOWER, Charles. The Journal of an Army Surgeon during the Peninsular War. Manchester, 1912; p. 14.

 

[7]CLOVES, William (Editor). The Principles of War, exhibited in the practice of the camp; and as developed in a series of general orders of Field Marschal the Duke of Wellington, K.G. Londres, 1815; p. 65-66.

 

[8]GURDWOOD, John. Supplementary Dispatches, Correspondence and Memoranda of Field Marshal the Duke of Wellington. Volumen VI. Londres, 1860; pp. 348 y 437.

 

[9]BOUTFLOWER, C. The Journal…, Ob.cit; p. 18.

 

[10]Ibid; pp. 20, 25-26.

 

[11]STOTHER, W. A Narrative…, Ob.cit; p. 135.

 

[12]BOUTFLOWER, C. The Journal.., Ob.cit; p. 19.

 

[13]SIDNEY, Edwin. The Life of Lord Hill, G.C.B. late Commander of the Forces. Londres, 1845; p. 118.

 

[14]LESLIE, Charles. Military Journal of Colonel Leslie. Aberdeen, 1887; p. 176.

 

[15]MACKINNON, H. A Journal…., Ob. cit. p. 41.

 

[16]BOUTFLOWER, C. The Journal…, Ob.cit; p. 14.

 

[17]STOTHER, W. A Narrative…, Ob.cit; pp. 121-122. Además, refiere con sarcasmo que “un español no tendrá obstáculo para poder ver a su amada al menos una vez al día, si ciertamente no se indispone para poder acudir a la iglesia. El ama aún es parte esencial de los hogares españoles y dispone de cierta autoridad y privilegios. Una dama de cierto rango nunca saldrá de casa sin una doncella que la asista, aunque si es joven, podrá proveerse de una de su misma edad, más proclive a sus deseos que aquella otra mayor rígida sermoneadora de sus acciones.”

 

[18]BOUTFLOWER, C. The Journal…, Ob.cit; p. 17.

 

[19]STOTHER, W. A Narrative…, Ob.cit; pp. 123-124.

 

[20]MURRAY, John. The life and letters of Lady Sarah Lennox. Volumen II. Londres, 1901; p. 228.

 

[21]LOCKHART, John Gibson. Memoirs of the life of Sir Walter Scott. Volumen III. Paris, 1837; p.338

 

[22]Vid. WILSON, Harriette. Memoirs of Harriette Wilson, written by herself. Londres, 1825.

 

[23]Se refiere a Harriet Arbuthnot, esposa del provecto diputado tory Charles Arbuthnot. Entablaron una pública e íntima amistad que, a partir de la segunda década del siglo, dio pábulo a numerosos rumores en los que, ambos amantes llegaban a compartir lecho con el consentimiento explícito de su esposo.

 

[24]ROSE, James Anderson. A Collection of Engraved Portraits. Volumen II. Londres, 1894; p. 350.

 

[25]GURWOOD, J. The Services.., Ob.cit; p. 112.

 

[26]SMITH, Harry. The autobiography of Harry Smith. Londres, 1903; p. 20.

 

[27]GURDWOOD, J. Suplementary…, Ob.cit; p. 420.

 

[28]SIDNEY, E. The Life of Lord Hill…, Ob.cit; pp. 116-117.

 

[29]GURDWOOD, J. Suplementary…, Ob.cit; p. 378 y 383.

 

[30]LEITH-HAY, A. A Narrative…, Ob.cit; pp. 186-188.

 

[31]LESLIE, C. Military Journal…, Ob.cit; p. 180.

 

[32]GURDWOOD, J. Suplementary…, Ob.cit; p. 311.

 

[33]Ibid; p. 282.

 

[34]LESLIE, C. Military Journal…, Ob.cit; p.176.

 

[35]GURDWOOD, J. Suplementary…, Ob.cit; pp. 296-297.

 

[36]LAWRENCE, William. The Autobiography of Sergeant William Lawrence, a hero of the Peninsular and Waterloo campaigns. Londres, 1886; pp. 57 y 58.

 

[37]COSTELLO, Edward. The adventures of a soldier. Londres, 1841; p. 38.

 

[38]LESLIE, C. Military Journal…, Ob.cit; p. 179.

 

[39]Vid. Gazeta de Madrid, de 3 de diciembre de 1809.

 

[40]SIDNEY, E. The Life of Lord Hill… Ob.cit; p.120.

 

[41]Vid. Gazeta de Madrid, de 6 de diciembre de 1809.

 

[42]LESLIE, C. Military Journal…, Ob.cit; pp. 175-176.

 

[43]GARRETTY, T. Memoirs of a Sergeant…, Ob.cit; p. 76.

 

[44]GURDWOOD, J. Supplementary Dispatches.., Ob.cit; p. 358.

 

[45]Se tiene por cierta la fecha de partida a partir del último oficio del vizconde de Wellington dando conocimiento de ello al embajador británico en Lisboa, fechado en Badajoz el 27 de diciembre de 1809. GURWOOD, J. Supplementary Dispatches…, Ob.cit; pp. 378 y 379.

 

[46]Vid. Oficio dirigido por Lord Wellington a la Junta Suprema de Extremadura, de 7 de diciembre de 1809, publicado en la Gazeta de la Regencia, de 14 de diciembre de 1809.

 

Dic 042017
 

 Laura Maestro Mateos

 

  • Introducción

 

Diversos periodos se han ido sucediendo en los arcaicos tiempos que tras nosotros se desvanecieron en los que las libertades intrínsecas y sus manifestaciones fueron prohibidas o moderadamente toleradas. En la época moderna, en Extremadura, así como en el resto de España, el reconocimiento a la libertad religiosa puede ser entendido como un vestigio de reacción ante el reformismo protestante.

Puesto que Derecho y pensamiento filosófico comparten rasgos consustanciales en cuanto a su creación, siendo el primero el origen a partir del cual el segundo se forja, el sistema de derechos a la libertad religiosa y la filosofía de la época moderna han avanzado al unísono atravesando ambas épocas de tolerancia, libertad religiosa y separación Iglesia-Estado.

La necesidad de paz interior y el deseo de impulso de las civilizaciones europea y española que afectaba, por tanto, a Extremadura, así como el pensamiento ilustrado, ejercieron su influencia en la praxis administrativa relativa a los asuntos religiosos[1].

El hombre sale, con la Ilustración, de su “inmadurez culpable” y, a través del pacto social, los individuos reservan para sí la libertad religiosa como un derecho natural sin cederlo al poder; obteniendo, como consecuencia, que la autoridad no pueda intervenir en las convicciones religiosas internas de los individuos, sino únicamente en sus manifestaciones externas mediante la regulación de su tolerancia. La fe, creencias o la negación de ambas pertenecen a la dimensión interna del derecho a la libertad religiosa, una dimensión que imposibilita su limitación por entes ajenos al propio individuo incapaces de ejercer control alguno sobre la conciencia del mismo. La dimensión externa, por ser manifestación de las creencias anteriormente mencionadas y comportamiento cotidiano acorde con estas, sí serán susceptibles de limitación por agentes externos ajenos al propio individuo. Será la limitación de la misma la que determine el grado de tolerancia religiosa de un Estado o el contexto histórico en el que nos encontramos; pues no será infrecuente encontrar, en cortos periodos de tiempo, significativos cambios en la moderación de la permisibilidad hacia la libertad religiosa.

Resulta determinante, por tanto, para el derecho a la libertad religiosa el siglo XVIII. La libertad religiosa será entendida en la Filosofía política como un derecho individual que el hombre tiene hacia el Estado y hacia la Iglesia.

Comenzó a verse en España y, por ende, en Extremadura que debía ser competencia del Estado garantizar el mantenimiento de la paz entre las confesiones y así asegurar el derecho a la libertad religiosa[2]. De mayor importancia es destacar el papel que algunos pensamientos filosóficos jugaron en nuestra región en este siglo de Las Luces, dícese del jurista y filósofo Pufendorf y Thomasius cuyas doctrinas se basaron en promulgar que, si bien es cierto que el poder secular tendría una hegemonía de poder en diversos campos de la realidad social, este dominio no debería extenderse a las cuestiones relacionadas con la fe.

Como ejemplo de las raíces de esta evolución hacia la tolerancia y el derecho a la libertad religiosa en Extremadura, se manifiesta en el saber la presencia de Federico el Grande, rey prusiano que siguió a Voltaire viendo su tolerancia, llegando a promulgar que cada uno podrá salvarse a su manera, con la connotación hacia la libertad religiosa que este mensaje conlleva. Federico el Grande afirmaba que, puesto que en lo moral ninguna diferencia sustancial puede ser encontrada entre las religiones, todas podrán ser igualmente consideradas ante el Gobierno.

De un modo similar los vestigios del pensamiento de Kant se hospedaron en nuestra región cuando afirmaba que el Gobierno, debía tener como principal propósito que sus súbditos fuesen dóciles y de buena moral, siendo independiente la religión a la que perteneciesen, ya que las Iglesias guardaban entre sí el factor común de inducir al temor ante Dios o el obligatorio cumplimiento de las leyes[3].

Con la Reforma, aparecen las primeras muestras de tolerancia, que dará paso a la libertad individual en cuestiones religiosas. Sin duda alguna, el origen de dichas muestras será cristiano y encuentran su razón de ser en la relación personal y directa que el individuo establece con Dios sin necesidad de intervención de la Iglesia que, aun pudiendo actuar como mediadora entre ambos, no resultará imprescindible para que exista el individualismo teleológico entre la divinidad y sus creyentes. Tras lo expuesto, se manifiesta de forma aparente una contradicción, puesto que la idea de libertad religiosa por la mayoría es pensado que pertenece a la oposición de las confesiones, sin embargo, sus raíces provienen de las mismas: del propio cristianismo y no por ello anticristianas[4].

Con el paso del siglo XVIII, se prolongarán cambios en Extremadura que afectarán y modificarán la vida y costumbres de diversos colectivos así como minorías religiosas, que verán mermadas su libertad bajo el manto del Santo Oficio.

  

  • Extremadura, Ilustración y Manuel Godoy

 

Con la influencia de los reformistas del siglo XVIII, España y, a su vez, Extremadura, sufrió durante decenas de años una regeneración social destacable como consecuencia del siglo reformista que atravesaba.

Las autoridades borbónicas, tuvieron presente una tríada de objetivos que estuvieron presentes en su política social: clases privilegiadas minoritarias pero bien preparadas para ser socialmente dirigentes, clases medias abundantes y laboriosas para aumentar la renta nacional y, finalmente, una ofensiva declarada contra la marginalidad social y a favor de la honorabilidad del trabajo[5]. Tuvieron que ser decisivos estos objetivos sociales para la apertura a la tolerancia y posterior libertad religiosa. Poseer una estructura social libre de marginalidad y con abundancia laboral, supone una mínima cualificación de pequeños sectores de la sociedad para el desempeño de dichas labores. Por otro lado, este tipo de evolución trae consigo un cambio de mentalidad progresivo con una leve apertura a nuevos aspectos; si bien es cierto que España (y más aún Extremadura) nunca se caracterizó (ni actualmente se caracteriza) por asumir en sus calles innovaciones y evoluciones significativas propias esta evolución si supuso que los acontecimientos que se sucedían en países vecinos como Francia calasen en pequeñas dosis en gentes que comenzaban a construir el laborioso puente hacia la libertad religiosa.

Pese a las reformas sociales que se preveían en el siglo XVIII, poco cambio fue palpable en tierras extremeñas si al clero nos referimos. La clerecía representaba el 2% de la población, sin embargo, puesto que se encontraba desigualmente repartida por el territorio español en los núcleos urbanos, en Extremadura este porcentaje se reducía considerablemente por nuestro sistema rural. El clero continuaría sobrellevando el control en la educación por lo que fue difícil la apertura ideológica por esta vía[6].

A la renovación social anteriormente mencionada le sumamos una regeneración cultural severa. La innovación de la vida intelectual española no podría esperar para la mayoría de pensadores y políticos de la Ilustración. La modernización de nuestra región requería que la reforma económica y social y el reforzamiento del Estado estuvieran acompañados también de un riguroso esfuerzo de revitalización de la vida religiosa.

El programa cultural ilustrado tendría como ejes vertebradores el pensamiento crítico y una visión secularizada del mundo, al objeto de conseguir el progreso humano. El programa sería llevado a cabo por gentes procedentes de todos los grupos sociales, fundamentalmente por la baja nobleza, las clases medias urbanas y por destacados personajes de clerecía[7].

Así, dicho programa conducía a la tolerancia y libertad religiosas cuando se promulgaban los valores del pensamiento crítico. La sociedad forjaba su propio pensamiento, criticaba y desechaba otros eligiendo su idea individual. Esta nueva permisibilidad para que los sujetos ganasen en autonomía individual sería clave en la reclamación de la tolerancia religiosa en Extremadura, que comenzará su progreso en este siglo, y se prolongará hasta nuestros días con la apertura ideológica progresiva hacia la libertad religiosa.

En reiteradas ocasiones hemos mencionado la región de Extremadura y su relación con el siglo XVIII. A estos efectos, destaca como figura trascendental en la Ilustración un personaje cuyos actos tuvieron gran repercusión tanto en Extremadura como el resto de España, cuyo nombre ha pasado a la Historia con connotaciones frecuentemente negativas: Manuel Godoy.

Como noble y político extremeño y español, ministro y mano derecha de Carlos V, concentró su mayor actividad a finales del siglo XVIII. Salpicado por diversos escándalos sociales se mantuvo en el exilio no sin antes poseer un destacado papel en la España de dicho siglo.

Sin centrarnos demasiado en sus hazañas de índole agrario, pues no son objeto alguno de este estudio, Godoy simbolizó para la sociedad extremeña la rebeldía y el reformismo. Como ejemplo de esta afirmación, es destacable el talante gallardo con que el Príncipe de la Paz (como era conocido Godoy) presentó batalla a los obstáculos tradicionalmente opuestos a la liberación de las mentes mediante la difusión de la cultura moderna. Nos referimos a su valiente actitud frente al más temible de esos obstáculos, el Tribunal de la Inquisición. El mismo Jovellanos, que luego tan adverso se mostraría al Príncipe de la Paz,-pese a cuanto le debía-aplaudió alborozado la decisión con que Godoy procedió a recortar los privilegios del célebre tribunal, obligándole “a entrar en las miras del Evangelio y en las lindes de la moral cristiana, de que jamás debiera haber salido”. Y, en efecto, la intrepidez de Godoy ante los inquisidores llegó tan lejos, que no sólo les arrebató la causa de un sujeto, sino que hizo publicar una Real Orden “prohibiendo a la Inquisición proceder en prisiones contra nadie sin consultar al Rey y obtener su permiso soberano”[8].

Este acto, a priori no excesivamente relevante, significó el suceso de rebeldía determinante para el Siglo de las Luces. Lo consideramos el proyecto de tolerancia y posterior reconocimiento a la libertad religiosa materializado aunque bruscamente sucedido. Su importancia descansa en el gran peso de la Inquisición y su fuerza como Tribunal. Como sabemos, el siglo XVIII significó tiempo de evolución en diversos aspectos-contrario a lo que los ilustrados franceses opinaban de nuestro proceso reformista-y el respecto al ámbito religioso no fue una excepción. Por ello resulta significante la rebeldía de Godoy ante la Inquisición consumada en la Real Orden, que significó la supremacía del Rey respecto a la Iglesia; siendo imprescindible el consentimiento del primero para privar el segundo de libertad a cualquier sujeto.

En definitiva, el Príncipe de la Paz unió a su esfuerzo a favor del progreso científico la libertad de pensamiento. Como la élite ilustrada, tenía Godoy fe plena en la cultura, creyéndola medio infalible de regeneración social[9]. Relacionando de esta manera la culturización y el progreso con la apertura hacia la tolerancia religiosa, significó Manuel Godoy un personaje de suma relevancia en el siglo XVIII: ideas reformistas y revolucionarias materializadas en disposiciones de obligado cumplimiento en un contexto social hostil que comenzaba su andadura hacia la meta de la liberalización.

Como sucesor de Manuel Godoy, Jovellanos también defendía los objetivos de los ilustrados: nuevas ideas y modernización. Su difusión se realizó mediante las universidades no oficiales, academias y las Sociedades Económicas de Amigos del País. Sólo lo útil tendría importancia para los ilustrados, defendiendo así la necesidad de enseñar ciencias modernas, historia natural, matemáticas, etc.

Siendo Jovellanos hombre de profundas convicciones reformistas, en su famoso discurso en Asturias, con la fecha de 1782, expresó sus propósitos por dotar de utilidad a las ciencias y facilitar el conocimiento al resto mediante becas de investigación, propuestas novedosas en el siglo que, acompañadas por su moderada crítica hacia la religión católica, forjaban los principales caracteres de las personalidades ilustradas.

Es esta moderada crítica citada la que marcó una gran diferencia con la Ilustración del resto de Europa: los ilustrados españoles eran firmemente católicos y fue una minoría la que se atrevió a romper definitivamente con el credo que les había acompañado desde su nacimiento. Aunque es cierto que se encontraban a favor de reformas político-sociales, compartiendo ideas con ilustrados extranjeros mediante documentos que permanecían ocultos a la Inquisición por ser contrarios a ella, nunca fueron radicalmente críticos como esta como sí lo hicieron los ilustrados franceses. Por ello, Voltaire advertía a los ilustrados españoles de la magnitud de su mayor enemiga: la religión católica. Pese a ello, estos últimos no rompieron con su credo definitivamente, lo que suscitó críticas por los ilustrados europeos que llegaron a afirmar que en España nunca hubo una verdadera Ilustración[10].

Debido a las duras acusaciones que los filósofos franceses vertían sobre el catolicismo, gran parte de sus obras fueron censuradas en España. La Inquisición se encargó de que estos documentos no fueran accesibles a la sociedad española del siglo XVIII, de forma que cualquier sospecha de la existencia de ellos sería juzgada y condenada por sus Tribunales.

Un ejemplo de ello es el caso que analizaremos a continuación, que consta de un proceso de fe de un capellán del Regimiento de Caballería del Príncipe y originario de Llerena por libros prohibidos. La causa incluía habérsele encontrado al acusado siete tomos de Voltaire sin tener este facultad para leer libros prohibidos.

El principio de esta causa comenzó con una carta que el Tribunal recibió en 1776 en la que el delator afirmaba que el capellán tenía en su poder obras de Voltaire y que le dijo que tenía licencia para leerlas por Bulas Pontificias. El delator comprobó que en los libros venían contenidas varias herejías y proposiciones escandalosas, lo que le llevó a reprochar al capellán su prohibición.

Tras un registro al reo, se le recogieron siete tomos de Voltaire. El reo declaró que hacía unos meses una persona le confesó tener unos libros que creía prohibidos y que se los llevase para reconocerlos. Pero el reo, al no entender la lengua francesa, no pudo averiguar esta posible prohibición hasta que un calificador le aclaró que sí lo estaban. El reo, conociendo que los capellanes del ejército puedan tener libros prohibidos así los guardó, omitiendo que existen excepciones, al no contener la mejor doctrina y serle aparentemente inservibles por estar en francés.

El Fiscal concluye la inexistencia de la facultad del capellán de poder tener en posesión dichas obras, declarándolo incurso en las censuras y penas impuestas por el Santo Oficio[11].

 

  • Censura a la libertad religiosa

 

El Siglo de las Luces puede definirse como el siglo del cambio. Diversos flujos conservadores y reformistas formaron parte de los momentos históricos que lo compusieron: personalidades reformistas introducían conceptos innovadores en la realidad política y social y una gran parte conservadora obcecada en detener cualquier muestra de regeneración ideaba métodos para su represión.

Al mismo tiempo que ilustrados como Godoy mostraban sus intenciones reformistas e incluso rebeldes, iba creciendo en torno a sus seguidores la idea regeneracionista hasta convertirse en realidad.

De igual forma que ha sucedido a lo largo de la historia-y en la realidad social del siglo XXI- el temor a lo desconocido y los intereses contrarios de aquellos que veían en la evolución la posible pérdida de poder político o económico, sucedió en Extremadura la censura respecto a diversas formas de libertad religiosa. Perseguidos y condenados fueron aquellos que mostraban ideas contrarias al derecho canónico o exteriorizaban su pertenencia a religiones distintas a la católica.

 

  • La Masonería en Extremadura.

 

“…Un masón está obligado, por su misma condición, a obedecer a la ley moral. Y si entiende exactamente el Arte, no será nunca un ateo estúpido, ni un libertino irreligioso”

                                                     El Libro de las Constituciones, 1723.

Así como sucedió en el resto de España, en Extremadura el origen de la masonería sigue siendo, hasta nuestros días, misterioso y, en parte, legendario. De esta forma, los tres primeros grados de la masonería simbólica-que agrupa los grados de Aprendiz, Compañero y Maestro-, nacieron por cooptación honorífica de miembros no operativos pero aceptados de las corporaciones tradicionales de canteros y carpinteros; aunque es más lógico admitir que el origen de estos altos grados deriva de las órdenes de caballería existentes entonces.

La masonería se nos presenta como una sociedad de pensamiento, relativamente secreta, extendida hasta nuestros días por el mundo entero. Basada en la libertad de pensamiento y la tolerancia, se fijó como objetivo la búsqueda de la verdad en todos los campos y el perfeccionamiento material y moral de la humanidad. Como principal característica, sus adherentes se agrupaban en logias, capítulos o areópagos que constituían obediencias[12].

A finales del siglo XVIII y principios del siglo XX, una minoría extremeña comenzaba a expresar que un estado que tenía como centro político, económico y social la religión tomaba esta como referencia para resolver el resto de controversias. Que una religión fuese tan valorada únicamente podría significar división, pues sus intereses estarían irremediablemente dirigidos a aquellos que manifestaran ser sus seguidores. Por esta razón, la Casa del Pueblo socialista o el club republicano marcaron límites y se postularon como anticlericales, contrarios a la Restauración y semejantes a los masones, caracterizándose por su idea tradicional anticatólica.

Con la Restauración, se configura en Extremadura un modelo de sociedad que va a permanecer en sus rasgos altamente estable. Se trata de una sociedad agraria y ruralizada, caracterizada por la existencia de relaciones de dependencia consecuencia de los desequilibrios patrimoniales[13]. Tradicionalmente, y hasta nuestros días, Extremadura ha sido una región rural. Durante estos años, abundaban en nuestras tierras los modestos propietarios rurales y jornaleros, cuyas posibilidades de acceder a los puestos de dirección del sistema político canovista eran prácticamente nulas y en los años siguientes estas barreras no pudieron ser superadas, fracasando cualquier pequeño intento de modificar esta situación de desigualdad.

Así, la masonería en Extremadura optó por unas instituciones laicas que se defendieran del omnipotente elemento eclesiástico. Por medio de los masones más caracterizados se hacen unas incursiones en la telaraña política, abogando por unos principios republicanos que asegurasen el verdadero epicentro de la filosofía masónica: Igualdad, Libertad, Fraternidad[14]; coincidente por entero con el lema de la Revolución Francesa y sobre la que existen varias teorías que afirman un papel decisivo de la masonería en el conflicto.

Puesto que la masonería estaba compuesta por asociaciones profesionales, estas corporaciones poseían secretos del oficio que transmitían a sus miembros, secretos sobre operaciones manuales, habilidades y distintas sutilezas. Así, en los lugares en que los albañiles, por ejemplo, iniciaban una obra, encontraban aprendices, formados en la logia del lugar, que no se limitaba a ser un simple taller, sino que servía como emplazamiento para el descanso o la enseñanza.

Tras un periodo de evolución, las logias se transformaron en sociedad de pensamiento, y las ceremonias transfirieron al plano intelectual[15]. De esta manera, concluimos que el proceso transformador de las masonerías comienza como centro de aprendizaje individuales entre unos oficios y otros, donde se formaba a los futuros trabajadores de cómo realizar su trabajo, pasando por la adhesión de nuevos instructores y finalizando con la creación de corporaciones de pensamiento, traspasando el fin formativo centrando el objetivo en el desarrollo intelectual de sus aprendices.

En cuanto al ámbito geográfico por el que se distribuían las masonerías en Extremadura, encontramos los grandes focos en Mérida y Badajoz, así como en Llerena y Fregenal de la Sierra.

Cuatro talleres y dos Capítulos Rosa Cruz son las ubicaciones de Mérida y Badajoz conjuntamente. La solidaridad y ayuda mutua entre sus miembros es una de las constantes en la documentación de las logias extremeñas. La masonería no fue una sociedad cooperativa, aunque ayudarse entre los masones era una norma fundamental heredada desde la Edad Media, donde se convirtió en ley de oro en el ámbito de los constructores. Las obligaciones económicas de las logias extremeñas se encaminaban a la beneficiencia tanto del mundo profano como del masónico, aunque el grueso de sus actividades caritativas iban destinadas a los componentes de la institución masónica[16].

A partir del siglo XX, la masonería comenzaba una profunda época de decadencia en Extremadura. Existieron numerosos intentos por reconstruir los cimientos construidos en el siglo anterior, pero cualquier intento fue en vano, pues no se conseguían reunir los requisitos necesarios para la creación de logias. Hasta tal punto llegó la necesidad de regeneración, que se produjo durante este siglo un intento de creación de una logia en Cáceres. Intento que concluyó en desistimiento por parte de sus propulsores por considerar que Cáceres no estaba dispuesto a recibir ningún centro masónico.

Cierto es, que no ha de sorprendernos este fallido intento, pues en la actualidad y fuera del ámbito religioso, numerosos proyectos no son llevados a cabo en Cáceres por su escasa recepción o por no contar con las condiciones adecuadas. En general, tradicionalmente, siempre se ha tenido a Cáceres como núcleo poco reivindicador en comparación a Badajoz, pues no sólo fue erróneo el intento de implantar el movimiento masónico, sino otros como el republicano tampoco encontraron cabina en esta zona.

Varios masonólogos que se ocupan hoy de rescatar la masonería en España y el peso específico que esta tuvo en las diferentes regiones que la forman, constatan que a partir de 1934, con el fracasado intento de revolución, la represión desencadenada en el país contra instituciones como el movimiento obrero afectó a muchas logias, principalmente provinciales. Fue aquí donde comienza a dar sus primeros pasos la brutal represión que sufrieron los masones en el periodo franquista[17], sin olvidar que ya en el siglo XVIII, con la Ilustración, los masones eran censurados por representar los nuevos pensamientos de la época y su recelo contra la Iglesia.

Puesto que la francmasonería constituye la reflexión, la búsqueda de la verdad, la filosofía y moralidad, no ocupaba lugar en el siglo XVIII; este tipo de corporaciones eran vistas con recelo e incluso temor para las autoridades eclesiásticas, por ver peligrar a sus fieles y por las grandes personalidades que gozaran de los mayores poderes-que en muchos casos pertenecían también a la Iglesia-por la posibilidad de perder su favorecedora y privilegiada posición.

Así, los Tribunales de la Inquisición comenzaron a ser estrictos con los casos de masonería, justificando sus pensamientos e ideas con acusaciones de herejía y apostasía e introduciendo en la sociedad las connotaciones negativas que, hasta nuestros días, son usadas hacia este colectivo de forma despectiva.

 

3.2.1 Francmasonería en el Monasterio de Guadalupe

Archivo Histórico Nacional. Inquisición, 3724, expediente 176.

El supuesto es encuadrado en los primeros años del siglo XIX, dentro del territorio de la región de Extremadura y juzgado por el Tribunal de Llerena. Puesto que corresponde a un caso ejemplificativo de las trabas a la libertad religiosa de la época, los testimonios expuestos a continuación muestran la repulsa y gravedad que para la sociedad era el pronunciamiento de ciertas expresiones en contra del catolicismo. Archivo Histórico Nacional

El sujeto acusado de injurias en contra de la religión católica recibe el nombre de Antonio Catalá, cuya profesión se encuentra relacionada con aspectos militares y del que diversos testigos afirman haber escuchado expresiones opuestas a su religión. La acusación no sólo se centra en dichas expresiones, si no que afirma que el sujeto pertenece a la logia de los francmasones, acusación esta que podría constituir para el acusado un delito en su mayor grado.

Comienza la acusación con el testimonio del hermano Ramón Martín, donado en el Monasterio de Guadalupe. El delator dice de forma expresa:

“…que las expresiones que se estampa en un escritorio deben entenderse según el significado formal que ellas pretendan pues no aseguran que sean las mismas palabras materiales idénticas. Lo ratifica”[18]

Destaca la testificación de otros sujetos, como Fray Martín Jiménez, profano en el Monasterio de Guadalupe dijo al Tribunal de la Inquisición que presumía de saber sobre ciertas expresiones que en una oración oyó a un militar que entró en el monasterio, y preguntando por ellas dijo que tal militar acudió al monasterio acompañado de otro militar, y una de las proposiciones que pronunció fue que lo le entraba eso de que un hombre tuviese que referir sus pecados a otro hombre como él y que no creía que la Virgen pudiese hacer milagros para impedir que le quitasen la ropa interior, concluyendo de tal modo que se reía de los milagros. Añadía además que el acusado proclamaba que no oía misa, pero si cruzase con su tropa por un lugar donde se acostumbra a oírla, haría que estos la oyesen. Concluye el testimonio afirmando que apenas quedaban artículos de su creencia que no atacase. Añadía que por su conversación daba pruebas de que no tenía religión alguna y que le parecía haberle oído hablar de su señor Jesucristo como fundador de una santa religión.

Seguía el testimonio afirmando haber oído que Jesucristo fue fundador de la religión católica, equiparándolo con Mahoma o Calvino, así como estos fueron fundadores de las suyas.

Finalizada su manifestación, adjunta que estas proposiciones no habían sido oídas por él mismo como se decía, pero que por lo declarado por el sujeto acusado y su desenfado en materias pertenecientes a la religión, no le quedaba al testigo duda de que las había proferido al escuchar las afirmaciones del resto de concurrentes.

El segundo testigo, Fray Jerónimo Villanueva, predicador del mismo Monasterio de Guadalupe. Dijo que presumía que fuese por un oficial de capitán que se encontraba en la celda y cuyo apellido era Catalá quien se explicó varias veces en términos escandalosos y libres tales que le obligaron al señor a ausentarse de la concurrencia y preguntando por las proposiciones que dijo respondió: que como se ha pecado muy cerca de un año no podía decir determinadamente las literales expresiones por las que podrá dar razón el donado Ramón quien disputaba frecuentemente con él.

Del acto que únicamente se acordaba fue que hablando de la necesidad de una religión daba a entender que cualquiera era buena. En la ratificación afirmó que dicha afirmación se la oyó a José de la Fuente.

Añadía que también fueron ridiculizados los milagros pues dijo que nuestra señora de la Virgen de Guadalupe jamás habría consentido la despojasen de la ropa interior con que apareció, añadiendo que si se la entregasen a él pronto la desnudaría.

Siempre que se hablaba de religión lo hacía con desprecio a ella y, concluyó, que un sujeto llamado José de la Fuente le confesó que en la celda, el reo le confió que era francmasón y que le hubiera gustado ser confesor porque “esos tienen mucho adelantado para aprovecharse de las mujeres siendo fácil conquistarlas”. Ratificó.

El siguiente testigo afirmó que por marzo de 1819, se presentó en su celda un capitán llamado Antonio Catalá manifestando que el jamás se había confesado ni hacia caso a los santos sacramentos ni creía en lo relacionado con los milagros. El odio contra el Señor parecía desmesurado, pero aún más contra el santo oficio, diciendo contra él fuertes expresiones declarando al testigo ser francmasón habiendo recibido en Francia el grado de doctor en la secta de los francmasones en virtud la cual había pasado las pruebas necesarias para recibir mencionado título.

También dijo el testigo que el reo afirmó que no existía gloria ni infierno suponiendo que las almas transmigraban de unos cuerpos a otros quedando al cuidado de Dios remunerarlas haciendo que las almas ricas pasasen a los cuerpos de los pobres para que se comprendieran unos a otros.

Por último, el Tribunal le preguntó al testigo si había oído al acusado negar la virginidad de la Madre de Dios, a lo que el testigo respondió que no, pero añadió que no sería extraño que viniesen estas palabras de un hombre que se mostraba incrédulo de toda religión reveladora; ratificándose posteriormente.

Fray Diego de Almadén, por otro lado, afirmó que en la misma celda nombrada, escuchó como todo lo hablado por el reo era escandaloso, mofándose de los milagros y añadiendo que si la Virgen había impedido que la despojasen de su ropa interior él mismo se ofrecía para hacerlo. Afirmaba este testigo haber escuchado al reo jactarse de no haberse confesado en muchos años, que no dejaba el proceder al Santo Oficio el modo de enjuiciar las causas y de no manifestar al reo el delator. Dijo además el reo que era francmasón y cuando se le ataca afirmaba que Jesucristo era el inventor de la religión comparándolo con Mahoma; su testimonio finalizó ratificándose no sin antes pronunciar que Catalá era bebedor de vino.

El último de los testigos, dijo que oyó en una de las celdas a un militar que se llamaba Catalá afirmar que Jesucristo fue un hombre sectario y fundador de la religión que llamamos católica como Mahoma de la suya, que este nunca se confesaba porque era una locura querer que un hombre le dijese los pecados a otro hombre y otros pensamientos sobre las vestimentas de la Virgen.

Antonio de Pérez añadió, convencido de ello, que oyó en la celda decir al reo que los mismos que afirmaban que la Virgen parió virgen a él no le podían convencer porque no entendía de religión, oyó que el reo no se confesaba ya que estando este una vez enfermo fue recomendado para confesarse negándose el mismo, alegando que lo primordial sería la cura y no el hecho de la confesión. Le pareció al testigo haber oído al reo decir que a Jesucristo le ajusticiaron por haber fundado la religión católica y que, habiendo sido el reo llamado a declarar por esta causa, le hicieron jurar ante un crucifijo decir la verdad, pero este dijo lo que quiso, ignorando el objeto.

Don Ángel de Rías, presente en el monasterio, confirmó haberse hallado en varias ocasiones en la celda donde un militar intercambiaba proposiciones con don Ramón, pero justificó su ignorancia para saber lo que habían hablado en estar pendiente de otras labores. Pero sí le oyó repetir que la religión era frívola, que no era necesaria y otras expresiones semejantes; pronunciamientos a los que se oponía el donado encontrando siempre la oposición del reo, del que no oyó decir nada bueno ofendiendo en todos sus términos.

Del reo nada dijo el P Castro, añadiendo que todos los sacerdotes eran caracterizados por su buena fe aunque no todos de igual instrucción. Otro PE añadió que en el monasterio era huésped y no le convenía roce con ninguno pero sí señaló que las restantes declaraciones se habían caracterizado por la sumisión a Dios y el temor ante el Santo Tribunal.

Tras los testimonios anteriores, se procedió a juzgar al reo, otorgándole el grado vehementi, siendo esta la pena más alta que el Tribunal podía imponer justificándola con los delitos de hereje, apóstata, escandaloso, blasfemo, obsceno e injurioso.

Este caso fue firmado como auto de prisión, tras el que el reo ingresaría en la misma[19].

Este es, como tantos otros, un ejemplo de cosa juzgada por el Tribunal de la Inquisición de Llerena donde podemos puntualizar diversos aspectos. En primer lugar, no era infrecuente que los pensadores ilustrados o reformistas perteneciesen a altas clases sociales, pues entendemos que para contar con la posibilidad de expresar un pensamiento contrario al común uno debía creer tener un poder que solo la economía podía dar. Por ello, el sector más pobre, si bien tenían bastantes quehaceres como para ocuparse de sus propias reflexiones, nunca se hubiera atrevido a expresar sus ideas inducidos por el temor que ello podía conllevar.

Por otro lado, supone una inevitable evidencia la censura a la libertad religiosa que se dicte auto de prisión, suponiendo esto la máxima pena impuesta, el hecho de manifestar pensamientos contrarios a la religión católica, lo que inducía al temor y obligaba de forma directa a profesar el catolicismo o, al menos, aparentarlo. Aunque el siglo XVIII supuso el comienzo de la tolerancia religiosa donde personalidades como Manuel Godoy marcaron la evolución en este ámbito, el peso de los Tribunales de la Inquisición y el miedo fundado ante cualquier manifestación contraria a la religión católica seguían siendo la tónica en la sociedad extremeña.

Es destacable el papel testifical en los juicios celebrados por el Tribunal Inquisitorial puesto que la mayor parte de aquellos que contribuyen a la culpabilidad del reo emiten testimonios infundados, sin poder asegurar sus palabras, suponiéndolas e incluso dudando de su propia veracidad. Supone gran dificultad justificar el papel de estos testigos, ¿con qué propósito un conocido del reo querría acusarle con argumentos infundados conociendo cual podía ser su inmediato desenlace? No es complicado imaginar el clima de miedo y tensión forjado por la Inquisición con la consecuente psicosis colectiva que llevaba a los sujetos a lanzar falsas acusaciones para paliar esta frustración.

  • Judíos en Extremadura

 

“Y las hogueras ardieron, a veces, ante un público menos convencido de que debían arder” Caro Baroja, Julio.

 

Es usual, al documentarse sobre la religión judía, leer sobre persecuciones y censura. A lo largo de las diferentes épocas históricas no es complicado encontrar ejemplos de los supuestos anteriores. Comúnmente, la persecución y exterminio más destacado corresponde al siglo XX. Y así fue, años negros para la humanidad.

Sin embargo, no serán estos ruborosos años los únicos difíciles para la religión judía. En la época en que la Inquisición poseía poder cuasi hegemónico sobre la realidad social, de modo similar a los casos de masonería apuntados, el colectivo judío padeció censura, exclusión y persecución.

De esta manera, en el siglo XIII, en diversos ordenamientos españoles dictados en la época, fueron establecidas normas de comportamiento entre los colectivos dominantes. Una de dichas normas se basó en la prohibición del matrimonio entre judíos y cristianos: el hebreo que mantuviera contacto mediante relaciones sentimentales con una cristiana sería castigado con pena de muerte y, si era demostrada la virginidad de la joven, sería despojada de la mitad de sus bienes.

Siendo el anterior un contexto histórico donde la tolerancia y libertad religiosas no eran tan siquiera un propósito de futuro, era palpable de qué forma sería repartido el poder en los próximos siglos, un poder que llegaría-en forma consuetudinaria- hasta nuestros días.

En tiempos en que los Tribunales de la Inquisición llevaban el grueso del orden social, llegaban a ellos diversos casos relacionados con judíos conversos que habían vuelto a practicar estas oscuras artes, la repulsa social sería un factor a sumar a la usura que practicaban, por lo que era necesario tomar posturas severas y contundentes ante dichas controversias.

Durante el siglo XVIII, se produjeron, comenzando en la segunda mitad del siglo XVII, un aluvión de conversiones forzadas como único medio para salvar la vida. La mayoría de estos conversos no estaba preparada para aceptar una doctrina que les era extraña y por la que se había forjado un ancestral desprecio, pero no encontraban alternativa para poder evitar dicha conversión.

El procedimiento inquisitorial al que eran sometidos los sospechosos incluía la delación, basadas en la denuncia contra el acusado. Posteriormente, procedía la calificación, consistente en recabar información. En tercer lugar, se procedía a la detención del reo y su encierro en las cárceles secretas inquisitoriales. A los tres días de ingresar, se le daban al reo las tres audiencias. Por último, el reo sería condenado; la pena máxima era la quema en la hoguera, aunque existían diversos niveles condenatorios[20].

En Extremadura, encontramos un marcado carácter antisemita en las décadas centrales del siglo XVII. En estos años, hubo un hostigamiento casi constante para esta minoría, lo que nos permite asegurar que la sociedad extremeña participó de forma activa en la oleada de antisemitismo que se había desencadenado en suelo hispano.

En cuanto a la participación del Tribunal de Llerena en este aspecto, su actividad se inició en el año 1643, coincidiendo con el de comienzo de la actuación antisemita desarrollada por los Tribunales de Portugal. Esto ocasionó una oleada de desplazamientos de judíos hacia Extremadura o sus fronteras, donde pasarían desapercibidos más fácilmente. Las siguientes décadas fueron para Extremadura relativamente tranquilas, con la excepción de mediados del siglo XVIII, donde se reactivó la persecución y el hostigamiento contra esta minoría religiosa, llevándose a cabo un gran número de juzgados y condenados[21].

De esta manera, la región extremeña no contaba con una gran población de judíos en el siglo XVII, sino que aquello que ganó fue consecuencia de la persecución de estos en Portugal, lo que les obligó a huir de este país hacia el lugar más cercano donde poder encontrar un refugio más seguro: Extremadura. Por su dispersa y ruralizada población la población judía podría camuflarse entre la población a la espera de la llegada de años más relajados.

La mitad del siglo XVII fue de relativa calma, a pesar de la insurrección de Portugal, que hizo aumentar el resentimiento de los cristianos viejos hacia los conversos portugueses, a los que se comenzó a considerar como enemigos dentro de la patria. Dado el clima antisemita del momento, la población judía, en su mayor parte, pudo volver a Portugal de nuevo, puesto que con los problemas bélicos internos los Tribunales habían dejado a un lado las persecuciones antisemitas[22].

Las siguientes décadas no destacaron por una gran represión, los primeros años de este siglo fueron de esperanza para los judíos que quedaban en España y Extremadura, durante los reinados de Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, viene a eliminarse el “problema judío” en términos oficiales. Son oscuras las razones internas por las que el “judaizante” comienza a no aparecer en los archivos de la Inquisición. Encontramos dos explicaciones fundadas para ello, en primer lugar, el cambio en las actitudes de los tribunales, vigilando otros aspectos considerados de mayor importancia como las prácticas supersticiosas y blasfemias y, en segundo lugar, la huída de aquellas grandes familias judías tras la Guerra de Sucesión que habían estado luchando a favor del Archiduque Carlos[23].

Existen fuentes documentales que afirman que entre 1720 y 1730, la represión antisemita se llevo a cabo con un grado tan alto de violencia difícilmente inimaginable. La segunda década del siglo XVIII, caracterizada por una gran actividad de los Tribunales de la Inquisición, coincidentes con el Siglo de las Luces y el temor de la Iglesia ante la oleada de crecimiento de las minorías, que podía hacer peligrar su privilegiada posición. Ante ello, diversas minorías fueron buscadas, reprimidas y juzgadas. Gran importancia tuvo la persecución hacia los judíos, donde familias enteras eran condenadas, generación tras generación; el clima tenso fundado por el temor social de poder ser procesado por causas posiblemente desconocidas o ante acusaciones infundadas precipitaban que, en no pocas ocasiones, los falsos testimonios entre conocidos se produjesen, para asegurarse así de que al que se acusaba no podría más adelante hacer lo mismo con el delator y eliminar posibles conflictos futuros con el Tribunal.

 

  • Francisca Gutiérrez, la judía de Trujillo

 

Archivo Histórico Nacional. Inquisición 3725, expediente 70.

Expondremos, a continuación, un proceso contra una mujer por judía, en la década de 1740, habitante de la localidad de Trujillo.

El documento data de 1744, el Inquisidor Fiscal dirige la acusación a Llerena contra Francisca Gutiérrez, nacida en Santibáñez aunque residente en Trujillo; con la edad de 44 años, viuda de Francisco Bentura Pastor cuyos padres son difuntos y castigados por el Santo Tribunal de Valladolid por judaizantes.

El primer testigo fue un preso por dicho tribunal y por el mismo delito: F. Muella, de 28 años, cuyo oficio era zapatero y, en audiencia de 11 de marzo de 1744 dijo que había trabajado en casa de Francisco Bentura, marido de la reo, al que conocía por haberle declarado en Jarilla, tierra de Plasencia por observante a la Ley de Moysés, diciéndole que andaba huyendo de la Inquisición por haber preso a su mujer, suegra y cuñada en Hoyos, respondiéndole dicho Bentura que huía a lo mismo.

En Albalá, siguió el testigo, el dicho Bentura y su mujer se volvieron a declarar la penitencia que había sacado la mujer al declarante, que Francisco Paz había sido preso por la Inquisición de Valladolid, y en septiembre de 1743 había preguntado la reo y su marido si era aquel el mes del ayuno grande, que habiendo dicho la reo que le había buscado su mujer Beatriz Álvarez para que se presentase no le habló palabra, y estando presentes Juan de San Marcos y Anna Hache, estando Bentura y la reo en la cocina dijeron a esta: “Mal te quiere tu mujer cuando quiere que te presentes a Isabel”; a lo que Bentura, en presencia de la reo le dijo: “No me hagas que avise a Juan Marcos y salgamos a matarte al camino”.

La siguiente testigo, llamada Beatriz Álvarez, mujer de F. Mella, después de salir de las cárceles secretas ya reconciliada en audiencia voluntaria en febrero de 1744, dijo que yendo a buscar a su marido lo encontró en casa de la reo, quien luego entró y le hizo agasajos, y entendiendo que la reo iba a que su marido se presentase en la Inquisición le dijo: “¿Sabes si yo y mi marido estamos culpados en el Santo Oficio?”, y respondiendo la testigo que no lo sabía la reo dijo que aunque andaban haciendo cosas ya se habían dejado algunas y que si habían tenido a su marido en casa era por ser conocidos, y el marido de la reo dijo que si ella se tenía que acordar que la reo y su marido observaban la ley de Moysés.

El testigo siguiente, llamado Manuel Pérez, de oficio zapatero de Abertura, con 25 años de edad, preso en dicho tribunal por judaísmo en audiencia a 31 de agosto de 1751, dijo que sabía que eran observantes de la ley de Moysés la reo y su marido por haber estado estos en su casa del testigo 6 o 7 años hacía el día del Corpus, y declarándose con él de tales observantes, presentes su madre y su hermana mutuamente y sin ceremonia alguna, con el mismo tiempo trabajado en casa de la reo, los tres se declararon varias veces observantes a la dicha ley.

Por otro lado, Francisca Gutiérrez, hermana de la reo y de oficio costurera, de 38 años de edad, que fue presa en la Inquisición de Valladolid por judaísmo en audiencia voluntaria el 27 de agosto de 1740, dijo que estando en Salamanca sabe que Gabriel López, Francisco Bentura, la reo y Joseph García, marido de la testigo, hicieron un ayuno y lo sabe aunque no concurrió porque la reo y los demás se lo dijeron, que todos habían quedado por observantes y creyentes a la Ley de Moysés y que venían huyendo de la Inquisición Beatriz, María Matos su madre y Manuel Álvarez. Que estos estuvieron en casa de la reo en Salamanca donde decidieron todos los pro observantes de la misma ley y en audiencia se ratificaron, dijo ser la reo comprendida en lo que llevaba dicho.

En otra audiencia del años 1737, en el mismo Salamanca, Joseph García, María Rodríguez, la testigo, la reo y el dicho Bentura se declararon recíprocamente por observantes a la misma ley que siendo llevados a declarar y en audiencia que se dio a la testigo el 5 de noviembre de 1740 dijo haberse declarado con la reo de observante a la citada ley, como declararon otros testigos ser esta reo observante a la ley de Moysés y los cuatro antecedentes se ratificaron sin novedad. En este estado, a instancia fiscal y a 19 días del mes de diciembre de 1754 se votó a prisión y secuestro de bienes y que se le siguiese la causa hasta la definitiva, reconociéndose en su causa los registros de las Inquisiciones de Castilla y Portugal, haciéndose especial prevención a la de Valladolid para el reconocimiento del proceso de María Gutiérrez que se confirmó en el Consejo: “que presa en cárceles secretas en febrero de 1755 y hecha la reconciliación resultó del Valladolid en la audiencia ordinaria de febrero de 1755 y después de dicho su nombre, edad, patria y vecindario y declarada su genealogía dijo que sus padres fueron presos por la Inquisición de Valladolid y que por lo mismo serían de casta judía. Así, la reo y sus colaterales no habían sido aún castigados por el Santo Oficio. La reo se declaró bautizada, confesa y comulga en sus tiempos, dando una relación detallada de su nacimiento, vida y lugares donde había habitado.

En primera audiencia, afirmó la reo que el Santo Oficio disponía de justificación para acusarla, pero pidió que no se incurriera en falso testimonio. En segunda y tercera audiencia, la reo no añadió nada, pero sí lo hizo en la audiencia voluntaria del 16 de mayo: declaró que, su difunto marido, Francisco Bentura, le aconsejó que ayunase al Gran Dios de Israel, manteniéndose todo el día sin comer hasta la noche. Llegada la noche, debería comer pescado y legumbres procediendo antes a lavarse las manos y enjuagarse tres veces la boca. Otros requisitos del ayuno eran no trabajar en lo que durase, no encender lumbre y, antes de comenzar a comer, ofrecer al Dios de Israel el ayuno.

En el ritual de lavarse las manos y enjuagarse la boca, recitaban la siguiente oración: “Este ayuno que hoy he hecho, Gran Dios de Israel, a mi vida os ofrezco porque me libréis de cárceles, prisiones y cosas malas de este mundo, amén. Bendito seáis señor de Israel, amén”.

A 27 de marzo de 1756, afirma la reo haber confesado cuanto tiene en su memoria. En esta fecha dijo su abogado que por haber confesado la reo en sus audiencias haber sido observante de la Ley de Moysés y sin hacer defensa alguna de la reo, concluyó pidiendo que se usase la benegnidad con la reo como el Tribunal acostumbraba a hacer con los buenos confidentes siendo la reo uno de estos.

De esta manera, hemos de resaltar la represión hacia la minoría judía, llevando a juzgar a familias por entero coaccionando así todo intento de tolerancia religiosa. Una vez más, planteamos la otra cara del siglo XVIII, frente al pensamiento ilustrado, que intentaba con sus ideas evolucionar hacia nuevos caminos donde podemos incluir la tolerancia religiosa, la Inquisición reprimía todo intento, aunque tímido, de cambio[24].

  • Conclusiones

 

Es indudable el significativo protagonismo del siglo XVIII en la Historia de Extremadura. Tiempos de cambio, regeneración y temor que ayudan a comprender las costumbres de aquellas gentes que conformaban las minorías afectadas de alguna forma por el inevitable avance del hombre hacia el sendero del futuro.

Contó este siglo con dos planos bien diferenciados. De un lado, la innovación, evolución, enseñanza y pensamientos novedosos de los ilustrados marcados por su inevitable adhesión a su credo. De otro, la represión y la censura hacia las minorías, obligándoles así a modificar su forma de vida: huídas, silencio, misterio y miedo fueron la tónica entre judíos, masones, ciudadanos católicos que poseían libros prohibidos u hombres carentes de las anteriores características con el temor fundado de que cualquier dedo acusador del que se ignorase su existencia pudiese involucrarles sin precedente alguno en causas del Tribunal Inquisitorial.

El recorrido realizado a través de judíos, descubriendo sus rituales con el análisis de las causas inquisitoriales, las ideas cruzadas con el catolicismo de las masonerías, cuyo origen y funcionamiento aun conforman oscuros enigmas en nuestros días y el interés de miembros de la religión católica por descubrir los entresijos del pensamiento ilustrado europeo, son muestras de la existencia en este siglo de una minoría con ánimo reformista y revolucionario, aunque precisamente ser minoría conllevó, como tradicionalmente ha sucedido y sucede, una desventaja y marginalidad por ser contrarios a la idea general social impuesta.

El francmasón, el capellán y la judía estudiados en este trabajo, cuyo factor común fue el misterio, bien podrían ser aquellos renglones torcidos de Dios que tanto incomodaban al Santo Oficio, rodeados de la inexistencia de toda tolerancia religiosa por la que luchaban, marcando un tímido comienzo hacia el camino de la libertad.

 

Referencias bibliográficas

 

  • STARCK Christian: (1996) Raíces históricas de la libertad religiosa moderna. Base de datos Dialnet.

 

    • FERNÁNDEZ R. (2009): La España de la Ilustración. Madrid, editorial Anaya.
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  • Archivo Histórico Nacional.

 

  • AMBELAIN R: (1987) El secreto masónico. Editorial Martínez Roca, Barcelona.
  • FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ P.V, (1989): La masonería en Extremadura. Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz.
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  • BLÁZQUEZ MIGUEL, J. (1990) Madrid: Judíos, herejes y brujos. El Tribunal de Corte (1650-1820).
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  • TESTÓN NÚÑEZ I. Minorías étnico religiosas en la Extremadura del siglo XVII. Base de datos Dialnet.

 

[1] STARCK Christian: (1996) Raíces históricas de la libertad religiosa moderna. Página 13. Base de datos Dialnet.

[2] STARCK Christian. (1996): Raíces históricas de la libertad religiosa moderna. Página 14. Base de datos Dialnet.

[3]Ibidem.

[4] STARCK Christian. (1996): Raíces históricas de la libertad religiosa moderna. Página 14. Base de datos Dialnet.

[5] FERNÁNDEZ R. (2009): La España de la Ilustración. Editorial Anaya, Madrid. página 86.

[6] Ibidem.

[7] FERNÁNDEZ R. (2009): La España de la Ilustración. Editorial Anaya, Madrid. Página 107.

[8] LA PARRA LÓPEZ E: (2001) Manuel Godoy y la Ilustración. Editorial Regional de Extremadura. Página 52-53.

[9] Ibidem.

[10] ARMESTO SÁNCHEZ J, et all. (2003): Historia de España .Comentario de textos históricos. Port- Royal Ediciones, Granada.

 

[11] Archivo Histórico Nacional. Inquisición 3727, Expediente 83.

[12] AMBELAIN R: (1987) El secreto masónico. Editorial Martínez Roca. Página 31-32.

[13] FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ P.V, (1989): La masonería en Extremadura. Diputación Provincial de Badajoz. Página 25.

[14] FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ P. V, (1989): La masonería en Extremadura. Diputación Provincial de Badajoz. Página 26

[15] AMBELAIN R, (1987): El secreto masónico. Editorial Martínez Roca, Barcelona. Página 33.

[16] FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ P.V, (1989): La masonería en Extremadura. Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, página 47.

[17] Ibidem.

[18] Archivo Histórico Nacional. Inquisición, expediente 3724 expediente 176.

[19] Archivo Histórico Nacional. Inquisición 3724. Expediente 176.

[20] BLÁZQUEZ MIGUEL, J. (1990) Madrid: Judíos, herejes y brujos. El Tribunal de Corte (1650-1820).

[21] TESTÓN NÚÑEZ I. Minorías étnico religiosas en la Extremadura del siglo XVII. Página 266. Base de datos Dialnet.

[22] TESTÓN NÚÑEZ I. Minorías étnico religiosas en la Extremadura del siglo XVII. Base de datos Dialnet.

[23] CARO BAROJA, J: (1986) Los judíos en la España moderna y contemporánea. Madrid, ISTMO. Página 23.

[24] Archivo Histórico Nacional. Inquisición, 3725. Expediente 70.

Dic 022017
 

Beatriz Maestro Mateos.

 

INTRODUCCIÓN

En una Extremadura carente de todo y disidente de nada, donde dominaban los caciques que controlaban los caminos polvorientos que conformaban localidades con térreas iglesias, sumergidas en la monotonía que suscitan las tabernas y el campo, luchaban los pueriles infantes, sucios y harapientos, por aprender algunas de las letras que componían sus nombres. Durante el periodo de tiempo comprendido entre finales del siglo XIX y el siglo XX, la educación escolar suponía un verdadero lujo para los hijos de aquellos jornaleros que únicamente se preocupaban de que todos llevasen algo a casa y la comida no faltase en el puchero. Esta situación se convirtió en endémica en los municipios que conforman la Sierra de Gata, donde el hambre de tierras y la supremacía de las familias dominantes provocaban que unos desamparados aldeanos no pudiesen firmar por ellos mismos.

A este lamentable escenario social se unían, para empeorar aún más la situación del desmesurado analfabetismo en Extremadura, las rivalidades entre Iglesia y Estado por controlar la educación. A principios del siglo XIX la Iglesia argumentaba que tenía el mandato divino de enseñar, mientras que el Estado afirmaba que los fines de una y otra institución eran diferentes: “una tenía la vista fija en el más allá y el otro en el más acá”[1]. Tras la creación del Plan Pidal en el año 1845 la secularización de las escuelas comenzó a ser una realidad y la Educación quedó en manos del Estado, quien procuró crear una amplia red de institutos de segunda enseñanza[2]. Como consecuencia, se iniciará un fenómeno de concentración del conocimiento en las grandes ciudades, quedando cada vez más marginadas las zonas rurales. El siglo XIX comenzó con una tasa de escolarización en torno al 23% para la población juvenil de los seis a los trece años[3], en Extremadura y fundamentalmente en la Sierra de Gata, esta cifra no alcanzó siquiera dicha cota. Por otro lado, la mayoría de los maestros que se destinaban a las zonas rurales deprimidas eran simples aficionados con remuneraciones mezquinas.

Los enfrentamientos entre Iglesia y Estado continuarán en el siglo XX, con idas y venidas sobre el control de la educación en las escuelas, ralentizando aún más el proceso de escolarización del país. Las buenas intenciones por aumentar el nivel cultural de los hijos de jornaleros sirvieron de poco, era imposible maquillar con pinceladas de cultura a un pueblo mayoritariamente analfabeto. Por otro lado, el Estado no fue capaz de competir en medios e instalaciones con los colegios confesionales, donde se formaban los alumnos más selectos[4], por lo que en resultados nada o poco había cambiado desde el siglo pasado.

En la Sierra de Gata, lugar de montañosa orogenia y soplo cristalino, se encuentran agrarios municipios donde la tierra estaba vilmente repartida, y donde los ricos tenían cada vez más y los pobres cada vez menos. Con el transcurrir de los años fue aumentando en esta comarca el número de escuelas públicas a cargo de los Ayuntamientos, y con ellas el número de maestros y maestras de primeras letras. El siglo XIX finalizará con un hálito esperanzador para los pueblos del norte de Extremadura, donde los gobiernos regeneracionistas intentarán poner remedio a la ignorancia jornalera y al abuso caciquil. Sin embargo, las escuelas, cuyas blancas paredes se veían adornadas únicamente por enormes grietas y humedades, y el mobiliario que contenían se basaba casi exclusivamente en bancos y pupitres derrengados, se veían sumergidas en un absentismo escolar que comenzaba generalmente cuando los alumnos alcanzaban la temprana edad de siete u ocho años, cuando se encontraban capacitados para las labores del campo o el cuidado de los animales. Asimismo, la situación que vivían los maestros no era mucho mejor, donde en algunas localidades, para poder vivir modestamente, debían someterse a las pretensiones del alcalde o cacique de turno.

En este trabajo, se pretende abordar el contexto histórico y social que acaecía en los municipios que conforman la fastuosa Sierra de Gata, analizando las causas del enorme analfabetismo que existía, y explicando la realidad social que sumergía a los serragatinos en la desdicha de una vida obcecada en hallar primero pan, y luego cultura.

 

 

LAS ESCUELAS DEL SIGLO XIX

El proceso de secularización de la enseñanza en España se inició con ahínco en la segunda mitad del siglo XVIII, acompañado de la secularización de la vida pública. De entre los cambios y reformas que se pretendieron llevar a cabo, la educación cobró un protagonismo primordial. Sin embargo, a pesar de algunos intentos constitucionales por desarraigar el analfabetismo que predominaba en todo el país, la falta de interés que demostraban las autoridades y políticos extremeños por la educación de los infantes se podía percibir en las escuelas que habilitaban para el desempeño de la docencia. En la mayoría de los casos se facultaban escuelas en desvanes, conventos inhabitables, bodegas, subterráneos húmedos, suelos con permanentes charcos y locales sin ventilación[5]… en el mejor de los casos, en el peor, directamente se carecía de escuela.

A principios del siglo XIX Extremadura poseía los peores aularios de una España pobre y escuálida. Sin embargo, y a pesar de esta circunstancia, allá por el año 1835 se llevó a cabo una inspección por todo el partido de Gata a cargo del alcalde mayor D. Ignacio González Olivares. De este examen se obtuvo como conclusión que en la localidad de Hoyos, tanto los alumnos como el profesor particular de la escuela, D. Gabriel Luis de la O, excedían las expectativas de quienes allí se presenciaban[6]. Desconocemos los motivos por los cuales esta escuela y sus individuos gozaban de la admiración de las autoridades y los inspectores que la examinaron, probablemente las instalaciones exhibían un mejor aspecto que las escuelas colindantes, se llevaba un mayor control de los exámenes realizados a los alumnos, y el nivel cultural de los mismos superaba las expectativas del alcalde mayor. En cualquier caso, la localidad de Hoyos comenzaba a destacar intelectualmente por encima del resto de pueblos serragatinos, hecho que se verá consumado en el siglo XX.

La situación general que sufrían los maestros no era, en algunos casos, muy diferente de la de sus alumnos, no sólo porque el lugar de trabajo era el mismo, sino porque en ciertos lugares los maestros podían ser considerados como parias que sufrían las torpezas de los Ayuntamientos, los cuales abonaban al docente un mísero sueldo, cuando lo abonaban. Así, los maestros, sumidos a veces en la miseria, descuidaban su labor y desahogaban su frustración contra unos inocentes alumnos que centraban su atención más en la vara que en la lección. En el año 1853 se localizaban vacantes en las escuelas de instrucción de casi toda la comarca de la Sierra de Gata: en Trevejo se ofrecía una vacante por 300 reales más la retribución correspondiente, en Acebo la vacante pertenecía a la escuela de niñas e incluía un suelo de 1386 reales, el alquiler de una casa, la retribución que se designase y 300 reales para útiles[7]. Como se puede ver, a pesar de encontrarse muy próximas ambas localidades, las condiciones de vida de un maestro o maestra en una y otra eran muy diferentes.

Otras localidades serragatinas ofrecían también vacantes con el fin de poder procurar una educación que librase del analfabetismo a los infantes, tal es el ejemplo de Villamiel, Torre de Don Miguel, Moraleja y Santibáñez el Bajo, donde las condiciones de trabajo eran semejantes pero con un sueldo ligeramente inferior a Acebo[8]. Las dotaciones de todas estas escuelas se abonaban en metálico, con fondos municipales y por trimestres. Los aspirantes debían remitir la solicitud para optar a la vacante acompañada de una serie de documentos, entre los cuales destacaban la fe de bautismo legalizada, demostrar tener más de veinte años de edad, y una certificación del ayuntamiento y del cura párroco del pueblo donde residía para acreditar su buen comportamiento[9].

Como incentivo a la problemática social, es necesario destacar que el salario de un maestro era bastante superior al salario de una maestra, así ocurría en San Martín de Trevejo. En el año 1882, el maestro de la escuela de niños de la localidad, Julián Muñoz Pacheco, cobraba una dotación de 85 pesetas con 93 céntimos al mes por su labor. Sin embargo, la maestra de la escuela de niñas de instrucción primaria, Candela Gordillo Gómez, obtenía la modesta retribución de 57 pesetas con 29 céntimos[10] por llevar a cabo la misma labor. Eran sueldos moderados que, comparados con el de los jornaleros serragatinos a quienes no se les llegaba a pagar una peseta por jornal, podían permitir a sus beneficiarios disfrutar de una vida alejada de la miseria. Para hacernos una idea del nivel económico de la zona, mencionamos que en el municipio de Eljas los precios de los productos básicos oscilaban entre los 20 céntimos y las 3 pesetas. A finales del siglo XIX un kilo de arroz costaba 0,75 pesetas, mientras que el kilo de tocino alcanzaba la desmesurada cantidad de 2.20 pesetas[11]. Teniendo en cuenta que el kilo de patatas valía 0.20 pesetas, nos hacemos una idea de la alimentación que los infantes serragatinos estilaban.

Para la selección de profesores se recurrió, en un primer momento, al sistema de oposición basado en la previa convocatoria de la Dirección General de Estudios (más tarde convertida en la Dirección General de Instrucción Pública). En ellas se exigía presentar y defender un programa, con indicación de textos y autores, y posteriormente se sometía el opositor a las preguntas orales que llevaba a cabo el tribunal[12]. Sin embargo, la falta de maestros opositores obligó a colocar en las zonas rurales más deprimidas los conocidos como “maestros improvisados”, pues a falta de profesionales, mejor era que un aficionado sacase del analfabetismo a unos infantes condenados a vivir en la ignorancia. El censo general de estadísticas del año 1864 afirmaba la existencia de un 81% de analfabetismo para la provincia de Cáceres[13], con estos datos, se puede percibir el elevado nivel de analfabetismo de Extremadura con respecto a otras regiones de España.

En ocasiones, los mismos padres que sufrían al ver el hambre en las miradas de sus hijos y las durezas de sus pies descalzos eran adversos a los buenos deseos del maestro, pues es preciso destacar que la escuela era inútil donde no se había comido. La mayoría de los días el número de alumnos que asistía a clase era mucho menor del total de matriculados en la escuela, el maestro olvidaba incluso los rostros de algunos pupilos y a mitad de curso descubría otros nuevos. En San Martín de Trevejo, la lista de niños matriculados en la escuela elemental completa durante el curso correspondiente a los años 1889-1900 ascendía a un total de 87 niños: Valentín Domínguez Gómez, Leocadio Baile Perera y Agustín Aparicio Paino son algunos de los pupilos que asistían irregularmente al aula del profesor Felipe Martín[14], cuyas dependencias correspondían a cualquier edificio del municipio en desuso que no se encontraba destinado a ningún fin concreto.

Sin embargo, el entorno laboral de los maestros de esta localidad, y probablemente de la mayoría de municipios que conformaban el partido judicial de Gata[15] (denominado a partir de 1840 partido judicial de Hoyos), mostraban ciertas ostentaciones en comparación con otros lugares de la región, debido a la cortesía de las autoridades de la zona, quienes otorgaban un moderado presupuesto para las escuelas. En el libro de cuentas del año 1882 que redactó la maestra de la escuela pública de niñas de San Martín de Trevejo, Felicitas Elena del Rey, aparece la cantidad de 103 pesetas y 12 céntimos como suma otorgada por el Ayuntamiento para gastos materiales del segundo semestre de dicho año, gastos que fueron distribuidos e invertidos de la siguiente manera[16]:

  • Tres cargas de cisco para templar el local (4 pesetas y 50 céntimos).
  • Una resina de papel pintado y media de blanco (14 pesetas y 25 céntimos).
  • Varillas de hierro puestas a las ventanas de la escuela (4 pesetas).
  • Aseo y limpieza del local (6 pesetas).
  • Géneros de trabajo y demás utensilios empleados en cortinas para balcones y ventana de la escuela (9 pesetas).
  • Un libro de contabilidad, otro de visitas para inspección, otro de correspondencia, seis libros titulados “Flora o la educación de una niña” doce libros de “Principios de lectura” y por plumas y tinta (27 pesetas y 50 céntimos).
  • Trabajo y materiales empleados en blanquear la escuela (9 pesetas y 90 céntimos).
  • Un cuerpo de carpintería (20 pesetas).
  • Derechos de habilitación en el semestre (8 pesetas y 94 céntimos).
  • Para jubilaciones (10 pesetas y 31 céntimos)La imposición de la disciplina y la labor moralizante que se llevaba a cabo en las escuelas era desarrollada por la figura del maestro. Situado su prestigio por detrás del cura, el farmacéutico y el médico de la localidad, el maestro gozaba de cierta reputación en la villa donde ejercía, pero no de demasiada autoridad. Su superioridad con respecto al resto de habitantes quedaba reflejada en el agradecimiento que los padres de alumnos le mostraban por su incesante labor mediante ofrendas de productos de huertas y granjas, en la medida de lo que buenamente podían. Como norma general, eran los maestros quienes decidían el horario de comienzo y finalización de las clases, por lo que en una misma villa era muy probable que las jornadas lectivas de niños y niñas fuesen muy diferentes, eso sí, armonizaban conjuntamente en las obligaciones religiosas. A pesar del espíritu innovador que se germinó con la constitución de 1868, lo cierto es que en los municipios de la Sierra de Gata la actividad religiosa se perpetuaba como quehacer principal por encima de la educación escolar. La secularización de la actividad educativa no había logrado el laicismo de las mentes serragatinas, quienes otorgaban una primacía desmesurada a las festividades y deberes religiosos. Así ocurrió en el año 1889, cuando los pueblos de la zona vivieron un resurgir del espíritu religioso mediante misiones llevadas a cabo por la Compañía de Jesús[20]. Mientras que en el resto de lugares la Iglesia había ido perdiendo terreno a medida que la sociedad civil se hacía cargo de las principales funciones de una comunidad, en la Sierra de Gata del siglo XIX reinaba nuevamente un fervor religioso que atrás dejaba la estela de la razón y las luces, y es que, por aquel entonces, España contaba con unos 160.000 religiosos que disfrutaban de 9.093.400 fanegas de tierras, sin olvidar las ganancias procedentes de propiedades inmuebles, ganados y censos[23]. La Iglesia se aferraba a sus últimos reductos y mediante el control de la educación ambicionaba renacer de sus cenizas.
  • Para concluir este apartado, en el siguiente cuadro[24] resumimos el panorama educativo de la Sierra de Gata a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Como se puede observar, había cierta homogeneidad con respecto al tipo de emplazamiento educativo existente en prácticamente todas las localidades, a excepción de una minoría que destacaban por la tenencia de clases auxiliares o de clases/escuelas incompletas de ambos sexos. Estas últimas, se caracterizaban fundamentalmente por la sucesión de una larga lista de inconformes maestros, los cuales, en ocasiones, o bien no llegaban a ocupar el cargo, o bien cobraban un salario pobre que componía una dotación económica muy inferior al resto de maestros de la comarca.
  • Para hacer alegoría del éxito de la reevangelización de estos lares, se organizó por orden del obispo una peregrinación al pueblo de Acebo por parte de todos los municipios misionados con el fin de celebrar la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Esta peregrinación fue acogida con entusiasmo en toda la comarca, por lo que los quebrantados caminos de la sierra se vieron plenamente concurridos, sintiendo sus altas montañas el eco repetido de los coros, que entonaban durante el trayecto devotos cantares. Se calcularon un número aproximado de 6000 peregrinos procedentes de Gata, Torre de Don Miguel, Valverde del Fresno, Villasbuenas, Hoyos, Perales, Cadalso, Cilleros y San Martín de Trevejo[21]. Los peregrinos de dichos lugares colmaron las calles de Acebo en dirección a la casa del Cura para recibir la bendición del mismo[22]. Niños y adultos de estas localidades participaron en tal festividad demostrando la primacía de los corazones católicos sobre los pensamientos liberales que entendían como corrompidos, la Sierra de Gata continuaba siendo un fuerte bastión de la Iglesia, donde la educación llevada a cabo por maestros laicos se encontraba en un segundo plano a pesar de los esfuerzos de las autoridades civiles.
  • Los castigos estaban a la orden del día, pero también los premios. En San Martín de Trevejo, en el año 1894, se redactaba un escrito donde el maestro explicaba a la Junta local los premios y castigos que se llevaban a cabo por aquel entonces como método de enseñanza para sus alumnos[17]. De entre los premios de la escuela de niños de ese año se encontraba la entrega de vales correspondientes a puntos del uno al diez que se tendrían en cuenta en el examen general, nombrar inspector del orden en una o más clases a quien fuese un alumno destacado, además de presentarle a los demás como modelo ejemplar. Otra forma de premiar era proponer a la Junta Local los hijos de padres pobres que mejor asistencia y comportamiento habían tenido[18]. Por otro lado, los castigos consistían en retirar los vales conseguidos o colocar a los indisciplinados un tiempo de rodillas, así como encerrar a los reincidentes. Las reprimendas públicas y la prohibición de disfrutar del recreo eran cotidianas. Cuando el comportamiento de los infantes sobrepasaba los límites de conducta que el profesor consideraba desmesurados se procedía a expulsar al alumno temporal o definitivamente con aprobación de la Junta Local[19]. Con estos datos, se percibe el afán interventor de unas autoridades que comenzaban a preocuparse por el trato otorgado a los alumnos, interés que desembocaría en una agitada actividad legislativa llevada a cabo en el siglo XX.
  • Con todos estos gastos semestrales podemos deducir las óptimas condiciones de las que gozaba la escuela pública de niñas por aquel entonces, donde una sala bien blanqueada, limpia, ventilada y vestida acogía a unas alumnas que contaban con un total de dieciocho libros que compartían en dicha aula mientras las adoctrinaban para convertirse en dóciles esposas e inmejorables amas de casa.
 

PUEBLOS

(S.XIX-XX)

Escuela elemental niños Escuela elemental niñas Clase elemental niños Clase auxiliar niños Clase/escuela incompleta ambos sexos
Acebo X X
Cadalso X
Cilleros X X X
Descargamaría X X
Eljas X X
Gata X X
Hernán Pérez X
Hoyos X X
Perales X X
Robledillo X X
S. Martín de Trevejo X X
Santibáñez el Alto X X
Torrecilla de los Ángeles X
Torre Dº Miguel X X
Valverde del Fresno X X
Villasbuenas X X
Villamiel X X
Villanueva de la Sierra X X

Cuadro 1. Fuente: Pérez Parejo et al. (2013). Catálogo para el estudio de la educación primaria en la provincia de Cáceres durante la segunda mitad del siglo XIX. Universidad de Extremadura

  

LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XX

Con la contienda librada entre Iglesia y Estado, se inicia un nuevo siglo que arrastrará muchos de los problemas sociales y políticos heredados de la época anterior. En el año 1900 existió un movimiento renovador urgido por poderes tanto intelectuales como políticos que fomentaron la secularización progresiva y sin retorno en el ámbito de la enseñanza[25]. Sin embargo, la Iglesia continuaba respaldada por la posesión de numerosos centros de educación primaria y sería ardua tarea despojarla del poder casi absoluto que la izaba desde siglos pasados. A comienzos del siglo XX el número de analfabetos comenzó a disminuir insensiblemente[26] mientras que existía un gran déficit de maestros y maestras, la causa directa puede encontrarse en que para continuar el sistema productivo existente no se necesitaba el aprendizaje de la lectura y la escritura por parte de la mano de obra, pues las técnicas de trabajo se aprendían por vía oral[27]. En definitiva, la realidad no era otra que la existencia de un índice de analfabetismo desmesurado a comienzos del nuevo siglo: en el municipio de Eljas, que contaba en el año 1910 con 1798 habitantes[28], el analfabetismo aglutinaba a la mayor parte de la población en un porcentaje del 72,32%, siendo únicamente superado en la Sierra de Gata por la localidad de Trevejo, que contaba con un porcentaje del 75,5% de población analfabeta[29].

El interés de las instituciones por la enseñanza se traduce en el aumento de control legislativo de la misma, claro ejemplo de ello es el decreto promulgado en el año 1913 con la intención de prohibir definitivamente los castigos corporales y los azotes, que, si bien se venían controlando desde hacían algún tiempo, este sería un claro intento de renovar las viejas usanzas de maestros que día tras día se apegaban a la vara. La inspección y regulación de la educación incluía también la ordenación del magisterio y de sus actividades, así, se exigía a los maestros de toda la España el envío por correo de sus datos personales, el sueldo que recibían, el pueblo y la provincia donde ejercían su labor y la antigüedad que poseían en el servicio de la docencia para elaborar una lista general en el año 1906[30]. Cabe decir, que la participación de los maestros en este reclamo fue más bien escasa y se demandaron reiteradamente los datos mencionados a los maestros de la mayoría de los pueblos de la Sierra de Gata: Acebo, Perales, Eljas, Gata, San Martín de Trevejo, Torre de Don Miguel y Moraleja[31]. Los instructores prefirieron hacer caso omiso al reclamo, convirtiéndose la provincia de Cáceres en una de las zonas con menos participación en el proyecto de toda España.

Sin embargo, estos maestros sí participaban en requerimientos para mejoras del mobiliario de sus aulas, así se demuestra en el hecho acontecido en el año 1915, donde se dotó de nuevos materiales a las escuelas nacionales de nueva enseñanza que solicitaron con insistencia estas reformas. Robledillo de Gata fue uno de los municipios amparados donde los infantes que acudían a la escuela nacional de niños pudieron disfrutar de mesas-pupitres bipersonales de nuevo uso[32]. Los arrojos, el ahínco y la constancia de los maestros de la comarca de la Sierra de Gata por mejorar las condiciones materiales del entorno donde ejercían su labor se tradujeron, en San Martín de Trevejo, en una carta redactada por el alcalde y los concejales que conformaban el Ayuntamiento en el año 1917 en la cual se ensalza la labor del maestro de la villa, quien desempeñó su labor durante más de veinticinco años, y en la fecha citada abandonaría San Martín para ascender al cargo de inspector de primera enseñanza que había adquirido mediante oposición. El objetivo expresado en dicho comunicado era lograr el nombramiento del estimable maestro como hijo predilecto de la villa, y otorgarle a una de las calles principales de la misma su nombre[33]. De este modo, consideraba el Ayuntamiento rendir digno homenaje a un maestro por sus esfuerzos educadores e instructores.

Parece ser, que la vocación que caracterizaba a ciertos profesores de la comarca trascendía más allá de los agradecimientos por parte del vecindario. Durante la segunda década del siglo XX el activismo del profesorado de Sierra de Gata se tradujo en arduas luchas intestinas por lograr la regeneración pedagógica tal y como se había llevado a cabo ya en casi todo el magisterio cacereño. Una sagaz decisión llevada a cabo por maestros de Eljas y Hoyos, basada en la creación de un círculo pedagógico para este partido judicial, logrará iniciar un importante proceso reformador educativo que sería llevado a cabo en la zona. Diez maestros y tres maestras, procedentes estas últimas de Eljas, Valverde del Fresno y Hoyos, se esforzarán por conseguir la actualización pedagógica que tanto hacía falta en la comarca, para ello consideraron imprescindible dividir el partido en cuatro secciones integradas por Descargamaría, Robledillo, Torre de Don Miguel y Cadalso la primera; Torrecilla de los Ángeles, Hernán Pérez y Santibáñez el alto la segunda; Gata, Villasbuenas, Acebo, Perales y Hoyos la tercera; y Cilleros, Trevejo, Villamiel, San Martín de Trevejo, Eljas y Valverde la última de ellas[34].

A pesar del aparente desinterés que las autoridades mostraron en un primer momento ante este proyecto, las reuniones del círculo de maestros de toda la Sierra de Gata continuaron produciéndose, organizadas fundamentalmente por los maestros de Eljas y Hoyos, quienes fomentaban incansablemente este espíritu educativo renovador entre el magisterio rural. Las batallas libradas con las autoridades y las numerosas reuniones que los maestros tuvieron concluyeron con un exitoso final para las aspiraciones del magisterio serragatino: el día 3 de octubre de 1929 comenzó a funcionar una nueva escuela en la localidad de Perales[35], dotada de modernas infraestructuras. A partir de este momento, proliferarían las escuelas de nueva plata en toda la Sierra de Gata.

Sin embargo, a la par que se presentían las ansias de remodelación y progreso que presagiaban la II República, los reductos monárquicos que encontraban cobijo en la Sierra de Gata bajo el manto de la Iglesia se esforzaban por continuar adoctrinando a unos infantes que acudían inocentemente a los actos públicos que en honor a la reina regente se organizaron en la comarca con motivo de la súbita defunción de ésta en el año 1929. Así ocurrió en San Martín de Trevejo, donde el cura párroco de la villa organizó un acto por el alma de María Cristina al que asistieron los miembros del Ayuntamiento, el juez municipal, el Comité de Unión Patriótica, los Somatenes, y el Sindicato Agrícola. Entre todos ellos, se encontraban los niños de las escuelas, quienes fueron llevados al acto portando banderas enlutadas[36]. Durante el evento, el cura párroco se encargó de recordar las excelsas virtudes de la reina como modelo a seguir por todas las madres. Acto seguido, el alcalde telegrafió al mayordomo mayor de palacio comunicándole lo acontecido y reiterando su inquebrantable adhesión a la monarquía[37]. San Martín de Trevejo se posicionaba férreamente a modo de precaución ante acontecimientos venideros.

 

 

 

LA EDUCACIÓN DURANTE LA II REPÚBLICA

La cuestión educativa, fundamentalmente en todo lo concerniente a la educación primaria, causó enormes desasosiegos a todos los gobiernos republicanos. En el año 1931 había un total de 32,4% de personas analfabetas con respecto a los 25 millones y medio de españoles que existían[38]. Asimismo, el porcentaje de mujeres analfabetas superaba con creces al de hombres, debido a la formación que como amas de casa recibían las niñas desde sus primeros años de vida. Para lograr la obtención de datos reales se enviaban, como en épocas anteriores, telegramas a todas las localidades que poseían escuelas, gracias a lo cual se calculó para el año 1932 un total de 32680[39] colegios en todo el país.

La tasa de analfabetismo en más de la mitad de las poblaciones serragatinas era superior al cincuenta por ciento, por ende, la administración se centró en la creación de centros de primera enseñanza en todas las localidades que carecían de ellos. Para ello, el Ministerio trazó un plan quinquenal por el que se crearían 5000 escuelas cada año, exceptuando el primero, donde se instaurarían alrededor de 7000[40]. Consecuencia de ello fue la rápida propagación de escuelas de nueva planta en la Sierra de Gata, donde destacó fervientemente el colectivo de maestros de primera enseñanza, quienes desde un primer momento apoyaron la laicidad del estado y la universalización de la educación, ideales que apuntalaron con gestos como la eliminación de imágenes del rey en las aulas. En el año 1930 ya se había creado en Villasbuenas de Gata un edificio con destino a dos escuelas unitarias, una para niños y otra para niñas, mediante la concesión de una subvención de 18000 pesetas[41]. Ese mismo año se concedió la dadivosa subvención de 16000 pesetas para la construcción de dos escuelas unitarias, una de niños y otra de niñas en la villa de Gata[42]. Este sería el comienzo de un largo periodo de renacer de los centros educativos serragatinos, que, si bien fue satisfactorio a nivel numérico, no lo fue tanto con respecto al primer objetivo de la República: erradicar el analfabetismo endémico de las zonas rurales.

Como medidas de erradicación el Gobierno dispuso una serie de ordenaciones para organizar el proceso de construcción de nuevas escuelas fundamentalmente, y para la reforma y mejora de las ya existentes. El 16 de septiembre del año 1932 se promulgó el decreto por el que cada pueblo debía contribuir a la creación de sus centros en función de la riqueza que poseía cada ayuntamiento. El hecho de abrir una escuela requería tanto la posesión de un local como la existencia de un maestro, lo primero debía facilitarlo el ayuntamiento, mientras que lo segundo era tarea del Estado. San Martín de Trevejo fue una de las villas más beneficiadas de este impulso pedagógico: en el año 1932 se creó una escuela de niños y otra de niñas[43] y tan sólo tres años después se dictaminó la creación de nuevos edificios escolares[44], concretamente, se aprobó la creación de un edificio de nueva planta con destino a cuatro escuelas unitarias, dos para niños y dos para niñas por una cantidad de 95610 pesetas con 67 céntimos[45]. Un año antes ya se había aprobado una subvención al ayuntamiento de Moraleja para la construcción de nuevas escuelas[46].

La República elevó la jerarquía del maestro dentro de la escala de prestigio social de la localidad donde desempeñaba su labor, hecho aparejado al aumento económico de los sueldos de los mismos, sin embargo, podemos considerar este acto como un incentivo a la labor del docente quien a partir de ese momento debía hacerse merecedor de su salario. Para asegurarse de ello, el Gobierno instó a los inspectores a vigilar escrupulosamente los libros de texto y las normas pedagógicas que en cada escuela se empleaban, a fin de cerciorar el laicismo en el aulario[47]. Los maestros y maestras de la Sierra de Gata solían tener un carácter itinerante dependiendo de los resultados de la oposición a la que se habían presentado, así, el 19 de septiembre de 1932 se nombró a María Mercedes Montero como maestra en propiedad de la escuela nacional unitaria número dos de niñas de la villa de Gata, con el haber anual de 3000 pesetas, al haber quedado la número 752 de la segunda lista supletoria de las oposiciones convocadas en el año 1928, siendo tenido muy en cuenta para la baremación la realización de las prácticas que llevó a cabo en la escuela de niñas de Monte Arruí, en Marruecos[48].

Como se puede observar, la creación de escuelas unitarias en la Sierra de Gata fue una de los grandes propósitos de este periodo, con el objetivo de fomentar una educación primaria laica, gratuita y obligatoria donde los maestros se encontrasen en la posición de funcionarios públicos. Sin embargo, la Iglesia interpretó como un ataque hacia las escuelas católicas la acción de incluir los principios de la escuela única en la Constitución de 1931. De este modo, se hizo un reclamo a los profesores y maestros católicos para alertarlos contra la escuela única, proclamando que ésta era una escuela comunista, y se encontraba impuesta por la masonería. Para los católicos, la escuela única era la absorción total de la enseñanza privada por la oficial[49]. Mientras las tradicionales rivalidades entre Estado e Iglesia sobre el control de la educación se endurecían, sobrevino la Guerra Civil y sus pavorosas consecuencias para aquellos que tanto se habían implicado en una época anterior de progreso y libertad, así ocurrió con los maestros de primera enseñanza de la Sierra de Gata, donde un gran número de ellos poseían valores republicanos, y sufrieron la depuración de posguerra[50]: Pedro Rivero Ramos, maestro de San Martín de Trevejo fue fusilado en 1937, corrió la misma suerte que Enrique González Obregón y Vicenta González Llano, de Valverde del Fresno.

Se iniciaba así una etapa de dura represión en una comarca que desde tiempos pretéritos se había considerado fuertemente monárquica y declarado públicamente su fidelidad a los sucesivos soberanos del pasado. La Sierra de Gata se encontró prácticamente desde el inicio de la contienda sometida al bando nacional.

 

 

 

DICTADURA Y ANALFABETISMO

Una vez finalizada la Guerra Civil, los vencedores comprendieron muy bien que la educación podía convertirse en un importante instrumento propagandístico de la política que pretendían instaurar: era necesario desmantelar el espíritu y la obra anterior, para lo que se hacía necesario crear un nuevo soplo educativo al servicio del Régimen. El nacionalcatolicismo sería la pedagogía reinante en las aulas, donde se hacía imprescindible colocar una serie de maestros que tuvieran como principal objetivo redirigir el futuro de la educación y la patria. El nuevo modelo educativo debía adaptarse fielmente a las premisas del Régimen para difundir una nueva ideología totalmente opuesta a todo lo que existía anteriormente, y este privilegio difusor sería repartido entre la Iglesia y la Falange.

A partir del año 1950 se intensificó la creación de una red de escuelas nacionales de enseñanza primaria acompañada de la dotación de modernos aularios y nuevas plazas para maestros y maestras, siendo la Sierra de Gata uno de los focos de interés para este proyecto. Consecuencia de ello fue la implantación de una escuela de párvulos en el casco del Ayuntamiento de San Martín de Trevejo[51], donde el nuevo espíritu nacional, en ocasiones, calaba con dificultad en los infantes que ayudaban a sus padres en las labores del campo. Se denominaba a estos discentes “niños del agua”, alumnos víctimas del absentismo escolar, que únicamente acudían a la escuela los días de lluvia, cuando no era posible ir al campo a trabajar y el aulario se encontraba prácticamente abarrotado. En el censo escolar de párvulos de San Martín de Trevejo del año 1955 se contaba con un total de 54 alumnos, los cuales asimilaban la nueva formación religiosa que caracterizaba al clima escolar del momento.

Un importante aspecto a destacar de la educación que se llevó a cabo en Sierra de Gata durante el periodo de la Dictadura, fue su incansable lucha contra el analfabetismo, que, si bien esta actitud fue recogida de épocas anteriores, los métodos para erradicar este persistente problema de la sociedad española serían ahora bien diferentes. En San Martín de Trevejo la preocupación por el analfabetismo se centró tanto en adultos como en infantes, así, el tres de agosto del año 1963 se elaboró una relación de todos los analfabetos de la villa que se encontraban entre los doce y los veintiún años de edad recogiéndose un total de veintiún jóvenes víctimas del analfabetismo, en algunos casos, se puede apreciar a todos los hijos miembros de una misma familia incluidos en esta lista.

Un tiempo después, en el año 1966 el alcalde anunció un comunicado para que todos los varones de edades comprendidas entre los 14 y los 60 años se presentasen en el ayuntamiento para inscribirse obligatoriamente en la clase para adultos que se había habilitado en el municipio, si no se sometían a este precepto, deberían abonar una multa. Para las mujeres de entre 14 y 50 años también se aplicaba este comunicado[52].

Como resultado de esta iniciativa se compuso el veinte de enero de 1966 un padrón con el número de habitantes analfabetos que habían respondido a este llamado. Este censo se encontraba compuesto por un total de cuarenta y cuatro personas, divididos en tres secciones en función de la edad y el sexo, tal y como observamos en el siguiente cuadro[53]:

 

 

 

 

Analfabetos 1966 DE 14 A 21 AÑOS DE 21 A 45 AÑOS DE 45 A 60 AÑOS DE 45 A 50 AÑOS
HOMBRES 8 16 0
MUJERES 8 11 1

   Cuadro 2. Fuente: elaboración propia a partir de AHM de San Martín de Trevejo (Caja 3.8 Educación)

 

Analizando estos datos, obtenemos la conclusión de que a muchos de estos habitantes les interesaba mayormente abonar una sanción económica antes que perder su rutina diaria de trabajo agrícola. Todos estos mañegos, como se denomina a los habitantes de San Martín de Trevejo, fueron inspeccionados por la Comisión examinadora de alfabetización constituida por los miembros de la Junta Municipal de Enseñanza Primaria. La encargada de esta Escuela Especial de Alfabetización fue la maestra María del Carmen Barrantes Pérez, quien se hizo cargo de la preparación para las pruebas de lectura y escritura a las cuales deberían someterse los alumnos[54]. Superadas las pruebas estos pupilos adquirían la categoría de alfabetizados.

Y así transcurrieron los años de la Dictadura, a caballo entre el afán pedagógico por el patriotismo y el catolicismo y la lucha contra el analfabetismo como problema intestino de la sociedad española. Esta última actividad comenzó a intensificarse en las zonas rurales a partir de los años cincuenta y puede deberse a la incipiente diligencia obrera y estudiantil que se vivía en las ciudades, junto con el desgaste de la familia tradicional que hasta entonces había sustentado con pies de plomo el Régimen. Sin embargo, durante toda la Dictadura, los libros escolares pasaban por el filtro de los poderes eclesiásticos en todo lo relacionado con la doctrina religiosa, y en las escuelas se integraron instituciones como la Santa Infancia o las Misiones[55]. Para que esta maquinaria nacional-católica se mantuviese vigente fue necesario que los maestros demostrasen un respeto filial a la Iglesia con el consecuente adoctrinamiento de unos infantes, que, a pesar de la pobreza, asistían a una escuela que poco o nada podía hacer para liberarles de la miseria.

Parvulitos de Valverde del Fresno en el año 1964.

Fuente: álbum familiar

 

CONCLUSIÓN

En definitiva, podemos destacar que, con el transcurrir de los años, fue aumentando en la comarca de la Sierra de Gata el número de escuelas públicas a cargo de los Ayuntamientos, y con ellas el número de maestros y maestras de primeras letras.  El siglo XIX finalizó para la Sierra de Gata con un total de treinta y cinco escuelas, dentro de las cuales se ausentaban las de nivel superior y de párvulos. Hasta bien entrado el siglo XX estas últimas no comenzarán a expandirse por la comarca.

Sin embargo, los enormes esfuerzos y las grandes inversiones económicas que las autoridades serragatinas llevaron a cabo, nunca fueron suficientes para lograr la desaparición del analfabetismo endémico que caracterizaba a esta zona. Quizá, la fuerte influencia que la doctrina católica ejercía desde tiempos inmemoriales en todas las localidades, unida a la constante rivalidad Iglesia-Estado que se mantenía por el control de la educación en todo el país, influyeron, o no, en que la Sierra de Gata se posicionase durante los siglos XIX y XX como una de las zonas con mayor tasa de analfabetismo de Extremadura.

La realidad fue que, a pesar de poder disfrutar de numerosas y acondicionadas escuelas, los infantes serragatinos debían su existencia a unos padres generalmente jornaleros, quienes para llevar alimento al hogar necesitaban de la ayuda de sus hijos en las faenas agrícolas. La lectura y la escritura no saciaban las hambres, y no las saciaría nunca, pues al terminar la escuela elemental estos trabajadores no podían ofrecer a sus hijos la posibilidad de continuar con sus estudios. Así, los serragatinos se encontraban, por ende, desde temprana edad, sumidos en la desdicha de tener que hallar, primero pan, y luego cultura.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Chamorro V. (1983): Historia de Extremadura. IV Desterrada. De 1900 a la dictadura de Primo de Rivera. Cabe-Carde S.A, Valladolid.

Delgado Criado B. et all. (1994): Historia de la educación en España y América. Volumen 3: La educación en la España contemporánea (1789-1975). Ediciones SM, Madrid.

Frades Gaspar D. (1985): A Divina Pastora. Notas sobre um-a ermita y devoción. (Manuscrito personal del autor)

López Martín R. et all. (1999): Estudios sobre la política educativa durante el franquismo. Universidad de Valencia, Valencia.

Luzuriaga L. (1919): El analfabetismo en España. Madrid

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Rodríguez Arroyo J.C.: II República, movimiento obrero y represión franquista en Sierra de Gata, 1931-1939. Grupo de estudio de Historia Contemporánea de Extremadura.

Rodríguez Arroyo, J.C. (2010): Movimiento obrero y represión franquista en Sierra de Gata (1931-1936). Muñoz Moya, Editores Extremeños.

Ruíz Rodrigo C. (1993): Política y educación en la II República (Valencia, 1931-1936). Universitat de Valencia, Valencia.

Ruiz Berrio J. et all. (1994): Historia de la educación en la España contemporánea: 10 años de investigación. Centro de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid.

 

[1] Delgado Criado B. et all. (1994): Historia de la educación en España y América. Volumen 3: La educación en la España contemporánea (1789-1975). Ediciones SM, Madrid.

[2] Ibídem

[3] Ruiz Berrio J. et all. (1994): Historia de la educación en la España contemporánea: 10 años de investigación. Centro de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid.

[4] Delgado Criado B. et all. (1994): Historia de la educación en España y América. Volumen 3: La educación en la España contemporánea (1789-1975). Op. Cit.

[5] Chamorro V. (1983): Historia de Extremadura. IV Desterrada. De 1900 a la dictadura de Primo de Rivera. Cabe-Carde S.A, Valladolid.

[6] La Revista española (Madrid). 23/8/1835, página 3.

[7] La Esperanza (Madrid. 1844). 9/3/1853, página 4

[8] Ibidem

[9] Ibidem

[10] Archivo Histórico Municipal de San Martín de Trevejo (en adelante AHM de San Martín de Trevejo): Caja 3.8 Educación.

[11] Frades Gaspar D. (1985): A Divina Pastora. Notas sobre um-a ermita y devoción. (Manuscrito personal del autor)

[12] Delgado Criado B. et all. (1994): Historia de la educación en España y América. Volumen 3: La educación en la España contemporánea (1789-1975).Ediciones SM, Madrid.

[13] Chamorro V. (1983): Historia de Extremadura. IV Desterrada. De 1900 a la dictadura de Primo de Rivera. Cabe-Carde S.A, Valladolid.

[14] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[15] Tras disolverse la Orden de Alcántara en 1591 se conformó el partido judicial de Gata, que incluía las localidades de Acebo, Cadalso, Cilleros, Descarga-María, Eljas, Gata, Hernán-Pérez, Perales, Robledillo, San Martín de Trevejo, Torrecilla, Torre de Don Miguel, Trevejo, Valverde del Fresno, Villamiel, Villas-Buenas y Hoyos, convertido en la cabeza del partido a partir del año 1840.

[16] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[17] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[18] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[19] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[20] El Siglo futuro: 23/10/1889, N. º 4.392, página 3.

[21] El Siglo futuro: 23/10/1889, N. º 4.392, página 3.

[22] El Siglo futuro: 23/10/1889, N. º 4.392, página 3.

[23] Pérez Galán M. (1988): La enseñanza en la Segunda República. Mondadori España S.A. Madrid.

[24] Archivo Histórico de la Universidad de Salamanca, LR 282, Cáceres. Provisión de escuelas desde el 1 de enero de 1882.

[25]Delgado Criado B. et all. (1994): Historia de la educación en España y América. Volumen 3: La educación en la España contemporánea (1789-1975). Op. Cit.

[26] Luzuriaga L. (1919): El analfabetismo en España. Madrid

[27] Pérez Galán M. (1988): La enseñanza en la Segunda República. Op. Cit.

[28] Frades Gaspar D. (1985): A Divina Pastora. Notas sobre um-a ermita y devoción. Op. Cit.

[29] Rodríguez Arroyo J.C.: II República, movimiento obrero y represión franquista en Sierra de Gata, 1931-1939. Grupo de estudio de Historia Contemporánea de Extremadura.

[30] Suplemento a La Escuela moderna. 6/1/1906, n.º 949, página 16

[31] Suplemento a La Escuela moderna. 6/1/1906, n.º 949, página 16

[32] Suplemento a La Escuela moderna. 23/6/1915, N. º 1.936, página 5.

[33] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[34] Diario de la Provincia de Cáceres. Año IV Número 828, 6/5/ 1929.

[35] Diario de la Provincia de Cáceres. Año IV. Número 695, 15/10/1929.

[36] La Nación (Madrid). 8/4/1929, página 10

[37] La Nación (Madrid). 8/4/1929, página 10

[38] Pérez Galán M. (1988): La enseñanza en la Segunda República. Op. Cit.

[39] Ibidem

[40] Pérez Galán M. (1988): La enseñanza en la Segunda República. Op. Cit.

[41] Suplemento a La Escuela moderna. 3/9/1930, Nº 3.512, página 3.

[42] El Sol (Madrid. 1917). 29/8/1930, página 2

[43] Suplemento a La Escuela moderna. 321932, n.º 3.658, página 7

[44] Diario La Voz (Madrid). 29-11-1935, pp. 3.

[45] La Construcción moderna. 15121935, n.º 24, página 6

[46] Suplemento a La Escuela moderna. 1/8/1931, n.º 3.605, página 1

[47] Pérez Galán M. (1988): La enseñanza en la Segunda República. Op. Cit.

[48] Suplemento a La Escuela moderna. 1/10/1932, n.º 3.727, página 8

[49] Ruíz Rodrigo C. (1993): Política y educación en la II República (Valencia, 1931-1936). Universitat de Valencia, Valencia.

[50] Rodríguez Arroyo, J.C. (2010): Movimiento obrero y represión franquista en Sierra de Gata (1931-1936). Muñoz Moya, Editores Extremeños.

[51] Boletín oficial de la provincia de Cáceres, Nº 4. 5-1-1951.

[52] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[53] Ibidem

[54] AHM de San Martín de Trevejo: Caja 3.8 Educación.

[55] López Martín R. et all. (1999): Estudios sobre la política educativa durante el franquismo. Universidad de Valencia, Valencia.

Nov 302017
 

Teodoro A. López López. Provisional.

  • La documentación de la Orden de Santiago

 

La Orden de Caballería de Santiago de la Espada ha sido gloria para la Historia y la Iglesia de España   desde su nacimiento y aprobación por Alejandro III el 5 de julio de 1175 hasta   su extinción canónica con la Bula “ Quo gravius” de Pío IX, el 14 de julio de 1873.

La Orden de Santiago, representada por dos grandes prioratos, el de Santiago de Uclés y el de San Marcos de León y por el convento de Sevilla. Conviene distinguir tres grandes etapas en la documentación del Priorato de San Marcos y su Provincia de León que es la que nos ocupa.

Primera etapa que va desde sus orígenes hasta los Reyes católicos (1175-1494).

Segunda etapa se extiende desde la supresión por la Santa Sede de los grandes Maestres de las Ordenes Militares (Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa) con la concesión de este título a los Reyes católicos hasta al supresión de las casas matrices el 25 de octubre de 1820 y sucesivas leyes desamortizadoras. (1494-1820)

Tercera etapa va desde la desamortización hasta la extinción canónica de las Ordenes Militares. (1820-1873).

Nos limitamos al Priorato de San Marcos y su Provincia de León en Extremadura, aunque sea extensible al Priorato de Uclés.

 

  • La documentación medieval del Real Convento de San Marcos y su provincia

 

Los estudios del siglo XX sobre la Orden de Santiago del Priorato de San Marcos de León, referidos a la Edad Media no es posible realizarlo en tanto no se publiquen catálogos que den a conocer la abundante documentación inédita conservada en archivos y bibliotecas españolas. En efecto, el Profesor Rodríguez Blanco en su obra La Orden de Santiago en Extremadura en la Baja EdadMedia (ss. XIV-XV) recoge un apartado dedicado a “Fuentes y Bibliografías”[1]. Podemos afirmar que no se encuentra   documentación medieval alguna en nuestros archivos pacenses; ya que la primera mitad catalogada por mi antecesor D. Fernando Castón, archivero (1922-1951), y revisada actualmente. También se ha ordenado y catalogado la otra mitad por Teodoro A. López (2006-2017,) llegando a la misma conclusión. Hay una pequeña colección en el Archivo Histórico Nacional y en el convento de San Marcos a mediados del siglo XVII, pertenecientes en su día al priorato de San Salvador de Villar de Domas. José Mª Fernández Catón, archivero diocesano de León lamenta no conocer los fondos diocesanos de Badajoz y los parroquiales, cual hubiera sido imposible en su totalidad al no concluir la guía el 2017.

  • La documentación del Real Convento de San Marcos de León y su Provincia   desde los Reyes Católicos hasta la desamortización del s. XIX.

 

Con la incorporación a la Corona de España de los maestrazgos de las Ordenes Militares, gracias a la concesión de Alejandro VI en 1494 a favor de los Reyes Católicos, convierten a éstos y sus sucesores en Maestres y Administradores Perpetuos de las Ordenes, asumiendo el cargo de Maestre de la orden de Santiago a la muerte del maestre don Alonso de Cárdenas en 1499. Al siguiente año se crea el Consejo de las Ordenes Militares, en nombre del Rey para afrontar todos los asuntos, como tribunal de justicia en última estancia en causas criminales y mixtas de las ordenes y caballeros de las ordenes: con sus dos salas: la de Gobierno y la de Justicia, originándose nuevos tipos documentales, que conservamos hoy en los Archivos Eclesiásticos del Arzobispado de Mérida-Badajoz debidamente separado de los fondos catedralicio, diócesis originaria, diócesis post bula “Quo gravius”, Alcántara y parroquiales anteriores al siglo XX.

La nueva estructura jurídica y administrativa de las Ordenes Militares no está exenta de dificultades para historiar el priorato de san Marcos; por una parte la extensión geográfica del priorato, como ocurre en Extremadura y por otra, la falta de una catalogación detallada de documentación,en la que ahora estamos trabajando. Si añadimos las relaciones de la Corona y la Orden en la segregación y venta de territorios en su extensa geografía bajoextremeña, a saber, el convento de san Marcos, sede del priorato y de los territorios de su jurisdicción en tierras leonesas, gallegas y asturianas, en Castilla la Vieja y en la llamada “Provincia de león” que comprendía territorios de Extremadura y Andalucía. Concretamente fueron en Montemolín, Monesterio, Fuente de Cantos, Medina de las Torres, Calzadilla, Almendralejo y Guadalcanal. Carlos V y Felipe II justificaban las enajenaciones   en la defensa de la fe católica, sin embargo, también subyacía la quebrada situación de la hacienda regia, originada por la política de expansión europea. En 1594 Felipe II devolvería algunas propiedades a sus primitivos propietarios[2].

  1. La documentación del Real Convento de san Marcos de León y su Provincia   desde la   desamortización hasta la extinción de las Ordenes Militares.

Llegamos al periodo trascurrido desde 1820 hasta la promulgación de la bula Quograviuspor Pío IX en 1873. Los gobiernos que se sucedieron en los reinados de Fernando VII, Isabel II, Amadeo de Saboya y de la primera República y de sus relaciones con la Santa Sede para dar una solución definitiva a los efectos producidos por la desamortización, surge una nueva documentación en las sedes de Llerena y Mérida y en las vicarias de Santa María de Tudía y Jerez de los Caballeros.

Los conventos y colegios de la Ordenes Militares fueron suprimidos por el Decreto de las Cortes de 1 de octubre de 1820; la ley de 25 del mismo mes y año suprimía también las casas matrices de la orden de Santiago de Uclés y de San Marcos de León, quedando extinguida a nivel nacional. No fue muy rigurosa al existir una real cédula de Fernando VII fechada el   16 de junio de 1823 para la regencia del Reino durante la cautividad el rey. Es comunicada el 27 de septiembre de 1824 por el Real Consejo de Castilla para que el 1º de cada año se entone el canto de acción de gracias “Te Deum” por la liberación del trienio revolucionario. El Prior perpetuo del real convento de San Marcos y su provincia, D. José Casquete y de Prado, obispo de Císamo, cuando se encuentra girando visita pastoral en Berlanga pasa la carta circular a todas las parroquias de la provincia de León en Extremadura.

El Real Decreto de 8 de marzo de 1836 suprime todos los monasterios, conventos, colegios … de las Ordenes Militares. Al siguiente año la Real Orden de aplicación: Así mismo se aplicarán a los archivos, cuadros, libros y demás objetos pertenecientes a ciencias y artes, a las bibliotecas provinciales, museos, academias y demás establecimientos de instrucción pública. (art. 25). Después pasará parte a Madrid y parte a la diócesis de Badajoz.

En el 1849 se encarga al clero secular la administración de los bienes de las encomiendas y maestrazgos vacantes de las Órdenes Militares. Esto propició la firma del concordato de 1851 en un mayor entendimiento entre la Santa Sede y el Estado Español.

El art. 9 del Concordato establece crear una Prelatura nullius, cuyo territorio agrupe simbólicamente los territorios de las cuatro Órdenes Militares, regio por un obispo prior y formaría un “Coto Redondo”, coincidiendo con los límites de la provincia de Ciudad Real. El coto comprendía 23 partidos judiciales, entre ellos estaban: Montánchez, Mérida, Almendralejo, Llerena, Fuente de Cantos   y otros prioratos de Ordenes Militares, ascendiendo a seiscientas mil habitantes, cuya capitalidad se establecía en Ciudad Real.

El 18 de noviembre de 1875 se estableció por bula Ad Apostolicam la jurisdicción exenta mediante la formación de un coto redondo en el que se sustituyen todas las jurisdicciones dispersas correspondientes al Consejo de las Órdenes, enmarcándolas la nueva diócesis-priorato de las Órdenes Militares en la provincia de Ciudad Real.

Tradicionalmente había tenido la condición de Priorato de la Órdenes Militares, disueltas el 29 abril de 1931 hasta la creación del título de obispo de Ciudad Real en 1980 y los titulares de la diócesis recibían el título de obispos de Dora.

El prior de las Órdenes Militares está revestido de la dignidad episcopal con la particularidad de ejercer su ministerio episcopal sin estar sujeto a ningún arzobispo metropolitano, dependiendo directamente del Papa: vere et proprie nullius dioecesis.

La documentación desde 1837 hasta 1859 pasó en poder de la Administración Principal de Propiedades y Derechos del Estado de cada provincia y se hace selección de documentos que han de pasar a Madrid sobre todo los de interés para la Hacienda Pública. Esta documentación es la que hoy se conserva en el Archivo Histórico Nacional. Algunos se han perdido, con toda probabilidad, cuando ahora en la catalogación de los documentos entregados a la diócesis de Badajoz no aparecen.

  • La Bula “Quo gravius” y la supresión canónica de la orden de Santiago por Pío IX.

 

Para ejecutar el art. 9 del Concordato de 1851 que creaba el “coto redondo” que llamaría Priorato de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, tenían que ser estas suprimidas y pasar sus jurisdicciones eclesiásticas a territorios diocesanos   según la Bula “Quo gravius” 14 de julio de 1873 y por la Bula “Ad Apostolicam”, dada el 18 de noviembre de 1975, que crea el Priorato de la Ordenes Militares con sede en Ciudad Real y estaría gobernada por un Prior, investido de dignidad episcopal.

El 1874 la documentación del Convento de San Marcos de León y su provincia fue trasladada a otros archivos en donde hoy se conservan, como es el Archivo Histórico Nacional y los archivos diocesano de León y Badajoz, principalmente. Los libros propios de los archivos parroquiales anteriores a 1900, de cada una de sus parroquias – registros sacramentales, fábrica….- se conservaron en pueblos hasta que el año 2013 fueron concentrados en los Archivos Eclesiásticos del Arzobispado de Mérida–Badajoz, sito en calle Obispo San Juan de Ribera nº 13, Badajoz.

El Cardenal Moreno, como ejecutor de la bula pontificia, se dirige a todos los obispos donde radicaban territorios sujetos a las cuatro Ordenes Militares, y establece el procedimiento jurídico-administrativo a seguir para que cesase la jurisdicción exenta, pasando a la jurisdicción episcopal; en nuestro caso, Mons. Ramírez y Vázquez, Subdelegado Pontificio, en nombre del cardenal Moreno,   con fecha el 25 de febrero de 1875 en la diócesis de Badajoz.

La construcción del edificio de San Marcos y los sucesivos traslados del convento en del siglo XVI a La Calera y Mérida y su retorno a León

Mientras se construía el majestuoso edificio plateresco de San Marcos de León, la casa matriz del  priorato, es traslada a la Provincia de León en Extremadura.

Los estudiosos especulan sobre la posible ubicación entre Mérida y Llerena, el hecho incuestionable es que el conventual recae en La Calera. Ni Mérida, como centro cabecera de la encomienda más rica del territorio extremeño, ni el ofrecimiento de mejor acomodo que decía Llerena fue su destino.

El primer destino fue según el Capítulo General de Toledo-Madrid, cuando ya se conocía la intención del Consejo de las Órdenes de trasladar la sede prioral a Extremadura, aunque sin precisar el lugar exacto de su ubicación. De ello nos ha quedado constancia en el Archivo Municipal de Azuaga, concretamente en el Libro de Actas de 1561, sesión del 21 de febrero[3], en la que los capitulares azuagueños recibieron a Juan de Palencia, vecino y regidor de la villa de Llerena. Se presentó el regidor llerenense como comisionado por su cabildo, con el poder correspondiente y una propuesta que el escribano azuagueño tuvo a bien incluir en el acta, después de escucharla. Por este testimonio sabemos que Juan de Palencia puso en conocimiento de sus oficiales de que el cabildo de Llerena le había encomendado visitar todos los pueblos del partido para comunicarles que S.M. y el Consejo de Órdenes habían tomado la decisión de trasladar el convento de San Marcos desde la ciudad de León a Extremadura, advirtiéndoles que sería de gran utilidad y provecho para todas las villas de la comarca que dicho convento se ubicara en Llerena, como pueblo de mejor asiento. Por ello, en la villa maestral estimaban conveniente que los concejos de su entorno elevaran memoriales a S.M. reclamando la ubicación del conventual en Llerena, cuyo concejo se haría cargo de todos los gastos que fuesen precisos. Advertía que si el convento pasaba a Mérida, sería en beneficio de dicha ciudad y en perjuicio de Llerena y pueblos de su entorno, pues el prior y su juzgado se trasladarían a dicha población, así como el gobernador y su audiencia, con las costas adicionales que la distancia implicaría entre el vecindario del partido.

En principio el convento se instaló en la villa de Calera. Más adelante, teniendo en cuenta la ubicación tan descentrada de esta villa respecto al resto del territorio santiaguista en Extremadura, así como lo reducido del conventual, Felipe II propuso su traslado a Mérida, aunque, como antes indicamos, no debemos descartar que también se lo hubiese propuesto a Llerena. En cualquier caso, tenemos constancia de que nuevamente se postuló Llerena para albergarlo en 1568, que así se lo hizo saber su cabildo a Felipe II, ofreciendo para la obra del convento el solar y 300.000 ladrillos en 6 años, a razón de 50.000 cada año. Añadían que los ladrillos serían de calidad y buen barro, bien labrados, cocidos y cortados según el marco establecido por las ordenanzas municipales. Es más, estimando que S.M. aceptaría la propuesta, el cabildo llerenense convocó un concurso público para la elaboración de dichos ladrillos, presentándose numerosas ofertas de vecinos de Llerena y su entorno, como la que se refleja en el texto que sigue:

En la villa de Llerena (28/04/1568), en presencia del escribano (…) pareció Bernal Díaz, vecino desta villa de Llerena, y dijo que por quanto el concejo, justicia y regimiento desta villa de Llerena ha suplicado a S. M. le haga merced de trasladar el convento de San Marcos de León que agora reside en la Calera a esta villa de Llerena, y para ello el dicho concejo se ofreció a dar cantidad de ladrillos para dicha obra, como se contiene en el documento y escritura que sobre ello ay…[4]

Felipe II desestimó la oferta de Llerena, bien por ser menos atractivas que la de Mérida o porque ya tuviese decidida su ubicación en esta ciudad, repartiendo las cuestiones administrativas de la Orden entre los dos concejos extremeños más significados: la administración de los asuntos temporales seguiría ubicada en Llerena (tesorerías de los servicios reales y de la mesa maestral), mientras que la de los asuntos espirituales los situaba ahora en Mérida. Siguiendo estas decisiones, en 1580 ya estaban asentados el prior y los clérigos santiaguistas en esta última ciudad, donde permanecieron sólo hasta 1604.

Desconocemos la fecha exacta de las obras del nuevo convento de San Marcos, ni la de su traslado a Extremadura, y si este traslado fue el monasterio y convento de Tudía, antes de pasar a La Calera. El 1532 el Rey Carlos I y en su nombre la reina Juana, ordena a Juan Riero, freyle de la Orden de Santiago y vicario de monasterio y convento de Ntra. Sra. de Santa María de Tudia, que el real convento real de San Marcos se construya en la villa de la Calera según acuerdo del capítulo general de la Orden, celebrado en Valladolid, en 1527, y se prevea construir el claustro y oficinas[5]. El libro de gastos de la construcción del conventual de La Calera no se encuentra en nuestro archivo de Badajoz desvaneciendo las esperanzas puestas de en Fernández Catón.

El capitulo general de 1573 ordena el traslado de La Calera a Mérida, cuando Felipe II dona la fortaleza de Mérida para sede del nuevo “conventual”. El traslado se paulatinamente a pesar de ser el espacio reducido y no central en la geografía santiaguista extremeña. Tampoco podemos aportar desde los fondos santiaguistas pacenses y archivos parroquiales de La calera documentación alguna al respecto.

Después de muchas deliberaciones, el capitulo general celebrado en Madrid en 1600 decide que: el convento de S. Marcos que reside en la ciudad de Mérida, en Extremadura, se passe, vuelva y restituya a su antiguo sitio y casa cerca de la ciudad de Leon, trayendo de su Santidad la facultad y recaudos que se hallasse ser menester, y en esta conformidad ordenamos y mandamos, que el dicho convento de S. Marcos que está en Mérida …….buelba a León lo más presto que ser pueda y goce el dicho convento de todos sus frutos y rentas, como hasta aquí las ha tenido, sin disminución ninguna”[6].

       La orden real del 15 de octubre de 1602 mandaba que el real convento de S.Marcos, que residía en Mérida, pueda trasladarse a León. Ninguna documentación hemos encontrado en la última catalogación final, que custodiamos.

Por lo tanto, la designación de Mérida como sede prioral también fue efímera, pues ya en 1598 se oyeron las primeras voces reclamando desde la ciudad de León el retorno del conventual, alegando el excelente estado del remozado convento de San Marcos. Y ahora se interesaban, aparte los estamentos más privilegiados de esta ciudad leonesa, el valido y otros nobles de la corte de Felipe III, personajes y entidades de mucha influenza, que definitivamente consiguieron su objetivo en el Capítulo General de 1600, de tal manera que a finales de 1604 nuevamente estaban los clérigos santiaguista, sus archivos y bienes muebles en León, en el remozado conventual de San Marcos.

Naturalmente, el retorno a León contó con la oposición de las villas extremeñas, que durante años no dejaron de reivindicar el asentamiento del conventual en su territorio. Así, en una sesión capitular correspondiente al mes de mayo de 1619, los oficiales azuagueños, conociendo de la presencia de S.M. en la ciudad de Mérida, acordaron enviar a uno de sus capitulares con la finalidad de besarle la mano en nombre de la villa y aprovechar la ocasión para suplicarle que el convento retornase a tierras extremeñas. Entendían que su proximidad convenía a los intereses de Azuaga y otras villas de su entorno santiaguista, especialmente teniendo en cuenta la gran distancia y costosas dietas que por desplazamiento a la ciudad de León habría que hacer cuando fuese necesario arreglar asuntos tocantes a la jurisdicción religiosa[7].

Como consecuencia tomada en el capítulo de la orden en 1600 queda Llerena como sede del vicario general del priorato y sus órganos de gobierno con dos provisores, uno en Llerena y otro en Mérida y las vicarias en la llamada Provincia de León. Esta nueva estructura administrativas y jurídica da origen a una rica documentación que hoy conservamos es de 2555 cajas. Comprende esta documentación la erección, supresión y provisión de curatos, beneficios, capellanías, fundaciones, hospitales; relaciones con los obispos residenciales por razón del ejercicio de esta jurisdicción y la concesión de dimisorias para ordenes sagradas o concesión de licencias ministeriales; visitas de los priores, vicarios generales, provisores y visitadores. Son abundantes los pleitos civiles, beneficiales, decimales y los matrimonios apostólicos sus bulas de dispensas.    Contenido de la documentación del Real Convento de San Marcos de León y su Provincia, conservada actualmente en el archivo histórico de Badajoz

La entrega de la documentación a la diócesis de Badajoz fue 1875

Sobre los fondos recibidos Fernando Castón el año 1909 escribe textualmente: “Archivo de los extinguidos Prioratos de San Marcos de León, Calatrava y Alcántara. Encontrándose estos actualmente en completo desorden y sin prejuicio de    hacer en lo sucesivo las divisiones de materias que pudiera convenir para su restablecimiento y ordenación provisionalmente se dividirán en los siguientes Negociados:

  1. Diócesis primitiva de Badajoz hasta 1874. A este pertenecen todos los documentos que aún se hallan entre los de los Prioratos que fueron extinguidos en 1874. 2. Capellanías. Documentos conteniendo fundaciones de las mismas o colación alos respectivos opositores y patronos. 3. Censos. Documentos en que conste su institución y los diversos estados de los mismos.4.Civiles. Causas o pleitos contenciosos sobre toda clase de dominios.5. Criminales. Causas seguidas contra eclesiásticos y seglares por la autoridad prioral. 6. Cuentas. Tanto de fábrica como de capellanías, patronatos, obras pías o memorias de misas. 7. Divorcios (separaciones). Tramitados y en tramitación. 8. Escrituras públicas.9.Gubernativos. Disposiciones de Priores, gobernadores y secretarios e cámara sobre el personal y sobre las iglesias particulares. 10. Matrimonios. Terminados o por terminar.11. Obras Pías y Patronatos. En este debe incluirse las memorias de misas y los aniversarios relictos por personas piadosas a favor de la iglesia. 12. Oratorios. Públicos y privados. 13. Patrimonios eclesiásticos.14. Registros. Libros de capellanías, patronatos y obras pías. 15. Traslación de restos. Licencias. 16. Testamentos. 17. Reales cédulas. Deben incluirse en esta sección Las comunicaciones del Gran Consejo de las Órdenes con los priores, gobernadores y secretarios, la de los reyes con los mismos.18. Ilegibles. Los que lo sean o sólo contengan algo importante que pueda ser útil en lo sucesivo, aún cuando al presente por el momento no pueda leerse. 19. Secularizaciones (exclaustraciones) de clérigos o monjas. 20 Monjas. Badajoz 1º de fº 1909”[8]. .
  2. En el 1922 Castón Durán acomete este trabajo con la documentación santiaguista con el siguiente cuadro de clasificación en seis apartados: Iglesias, ermitas y conventos; Ordenes Sagradas; Capellanías; Asuntos matrimoniales; Asuntos civiles; Asuntos criminales.
  3. La razón de encontrarse   actualmente en el Archivo Histórico Diocesano de Badajoz la documentación de la Provincia de León en Extremadura es efecto del acto jurídico ejecutado por una única autoridad competente de Pío IX al suprimir la Orden de Santiago, al igual que   Alejandro III constituyera   jurídicamente su fundación.

La documentación de la Edad Media se encuentra en el Archivo Histórico Nacional. Existe alguna copia incorporada a pleitos. No obstante, nosotros conservamos sólo la abundantedocumentación posterior (1500-1874) , la que los años (1922-1950) el archivero pacense Fernando Castón cataloga una primera mitad en series nominales, que ahora hemos denominado Serie Mixtura conservándose la misma enumeración en legajos y expedientes que le fuere, tal como se iban encontrando los legajos que fueron entregados y en los que no existía ni separación de series, ni se observaba un orden cronológico como aconseja la Archivística y otra mitad ultima se encontró mezclada con la del propio Archivo Histórico Diocesanoy una vez separada, se ha podido inventariar (2006-2017) en series reales para que pudiera reflejar el orden que primitivamente tenía en los archivos de Llerena y Mérida, dentro de los mismos seis bloques la documentación se ordenó siguiendo un orden cronológico, al encargarme el Sr. Arzobispo la concentración y reorganización de los Archivos Eclesiásticos de Mérida-Badajoz. El archivero leonés Fernández Catón añora el no conocer los archivos de la Provincia de León en Extremadura, cuyos territorios pertenecían al Priorato de San Marcos. A todo llega su hora.

1.- El Gobierno del Real Convento de San Marcos de León y su Provincia  

El gobierno del priorato de San Marcos sufre un cambio sustancial   desde que el maestrazgo de la Ordenes Militares lo asumen por   concesión pontificia, primero los Reyes Católicos y los   sucesivos monarcas de la corona de Castilla y León.

Con la muerte de Don Alonso de Cárdenas el 1499 asumen la administración de la Orden D. Fernando y Dª Isabel, grandes Maestres. El Consejo de las Ordenes, que lo componían Ministros Consejeros, Caballeros profesos en representación de las cuatro Ordenes, un Fiscal   y un Procurador general, Caballero profeso de las Ordenes. Los subalternos y dependientes: Secretario, Secretaría, Cancillería, Relatoría y Escribanía de Cámara.

               Juzgados eclesiásticos.

Toda la jurisdicción recae en los dos obispos Priores en León y Uclés. En sus vacantes un Gobernador eclesiástico, con audiencia en la casa de la ciudad de Llerena y de Uclés.

El prior en Santiago de la Espada (suprimido) y el de Montalván (vacante). Tres Provisores en Llerena, Mérida y León, respectivamente.

Los priores rigen el convento de San Marcos de León hasta la desamortización y de él dependían prioratos menores, conventos y vicarías. Desempeñaban el cargo trienalmente y no a perpetuidad como era anteriormente. Podían utilizar el báculo y otras insignias pontificales. En ausencia le suplía un sub prior y caso de renuncia del prior electo un gobernador presidente.

Es en el capitulo general de 1600, celebrado en Madrid, cuando se crea la figura del vicario general de la Orden para la Provincia de León en Extremadura con residencia en Llerena, con presentación al Rey y nombramiento del prior del convento de San Marcos es por un trienio. La capitalidad está en Llerena con la plena potestad de los Priores.

El provisor es teniente del vicario general y le suple en sus ausencias. Es el juez ordinario para las causas del Provisorato. Fue creado el 1603. Actuaba   en la audiencia de Llerena con los partidos de Segura y Hornachos y la de Mérida con el partido de Montánchez. La jurisdicción de los lugares pertenecientes a la Provincia de León del convento de San Marcos en Extremadura y Andalucía también la asumía. Las relaciones del vicario general residente en Llerena y los provisores de Llerena y Mérida se vieron empañadas en algunas ocasiones por asuntos de jurisdicción.

Las 18 Vicarias son las siguientes:

  1. Barrueco Pardo. Barceo, Barceino y Barreras, filiales de Barrueco Pardo, filiales de Barrueco Pardo; Cerezal de Peñahorada, Milano, Paralejos; Saldeana; Saucedilla; Valderodrigo( Salamanca) y Villas nuevas, filiales de Barrueco Pardo. Sufragánea de S. Marcos.
  2. Beas de Segura .(Jaén): Beas y Chiclana.Verenullius.
  3. Benamejí: Benamejí y Palenciana. Sufragáneas de S. Marcos.
  4. Caravaca: Realengo de Murcia. Archivel, Barranda, Bejar, Benablón, Benizar, Bullas y Gehegin, Caravaca,Cehegin, Entredicho, Erguera, Inazares, ,Moral, Pellizar, Poyos, Rogativa,Sabinar, San Juan, Singla, Torrregolla y Tartanuro. Verenullius.
  5. Destriana. Suprimida.
  6. Yeste: Murcia. Aldea   englobada a Segura de la Sierra. Ferez, Ermita de Villares, Yeste, Letur, Nerpio, Socobos.Verenullius
  7. Villanueva de los Infantes. (Ciudad Real) Alambra, Albaladejo, Alcubillas, Almedina, Cañamares, Carrizosa, Castellar de Santiago, Cozar, Fuentellana, Infantes, Membrilla, Montiel, Osa de Montiel. Puebla del Príncipe, San Carlos del Valle, Santa Cruz del Cáñamos, Solana, Terrinchez, Torre de Juan Abad, Torrenueva, Villamanrique, y Villahermosa.Verenulluis.
  8. Jerez de los Caballeros. (Badajoz): Jerez, Matamoros y Valle de Santa Ana. Sufragánea de S. Marcos.
  9. Porto.
  10. Santa María de Tudía. (Badajoz). Arroyomolinos de León, Cabeza la Vaca, Calera, Cañaveral, Fuente de Cantos, Fuentes de León, Monesterio, filial de Montemolin, Pallares, Nava, filial de Montemolin y Segura de León, sufragáneas de S. Marcos.
  11. Segura de la Sierra. (Jaén). Benatae, Genave, Orcera, Ornos, Puerta, Santiago de la Espada, Segura de la Sierra, Siles, Torres Albanchez y Villarodrigo. Verenullius.
  12. Totana y Aledo.   (Murcia) Abarán, Aledo V. Totana, Blanca, Lietor, Ojos, Olea y Villanueva, Priego, Ricote, Totana y Villanueva, verenullius.
  13. Villanueva del Ariscal. (Sevilla). Venazuza, Villamanrique y Villanueva del Ariscal.
  14. Villalba de Lalampreana.
  15. Villar de Donas.
  16. Villar de Santos.
  17. Guadalcanal.
  18. Sancti Spiritus de Salamanca.

                

                         Juzgados seculares  

Los componían 6 Gobernadores seculares, caballeros de orden para los suprimidos partidos de Ocaña, Llerena, Mérida, Jerez de los Caballeros, Villanueva de los Infantes y Ciezar.

Otros 46 Alcaldes mayores para las villas de la orden y un Corregidor para Guadalcanal.

 

             Establecimientos dependientes del Consejo de las Ordenes

Monasterios de religiosas comendadoras: Santa Fe en Toledo, Santa Cruz en Valladolid, Santiago el Mayor en Madrid, Junqueras en Barcelona y Madre de Dios en Granada.

Archivos: El de Santiago en Uclés y Toledo.

Hospitales: Santiago en Cuenca, Junqueras en Barcelona, Santa María de las Tiendas y Santiago en Toledo.

                  Población: Vecinos 170,240 y Habitantes 913.955.[9]

 

 

APROXIMACIÓN A LA GUIA DOCUMENTAL SANTIAGUISTA

 

Iª PARTE: SERIES NOMINALES [10]

 

TABLA I

PROVISORATO DE LLERENA
PUEBLO/ EXPEDIENTES Fechas extremas IGLESIA, ERMITA,CONVENTOS

COFRADÍAS Y DIEZMOS

ORDE-NES

SAGRA-DAS

CAPELLA-NIAS

OBRAS

PIAS, CENSO

ASUNTOS MATRIMO-NIOS ASUNTOS

CIVILES

ASUNTOS

CRIMI-NALES

Ahillones 1534-1874 71 150 196 209 110 76
Azuaga 1507-1874 91 394 1118 447 23 16
Berlanga 1520-1874 161 515 623 464 379 178
Bienvenida 1533-1839 174 320 402 366 317 118
Calzadilla de los Barros 1529-1871 65 95 415 99 171 89
Campillode Llerena 1500-1874 36 84 124 167 90 46
Cantalgallo 1788 1 0 0 0 0 0
Cardenchosa, AnejoAzuaga 1758 0 0 0 0 0 0
Casas de Reina 1595-1869 31 52 112 80 37 28
Fuente del Arco 1583-1873 67 70 192 138 77 45
Fuente del Maestre 1529-1873 121 308 561 165 156 67
Granja 1533-1873 47 133 263 222 105 90
Guadalcanal 1530-1871 98 78 109 75 69 14
Higuera, anejo de Valencia de las Torres 1877-1871 23 18 39 29 27 4
Hinojosa del Valle 1504-1874 48 24 29 35 54 28
Hornachos 1559-1873 11 26 131 99 10 5
LLera 1546-1874 35 30 140 82 50 28
Llerena 1501-1863 839 921 13189 1129 2377 547
Maguilla 1589-1871 56 24 26 47 41 14
Malcocinado, anejo de Guadalcanal 1815-1873 10 0 1 28 2 1
Puebla del prior 1512-1873 46 54 51 50 75 30
Reina, anejo a Fuente del Arco 1557-1873 69 18 39 67 34 10
Retamal de Llerena 1527-1872 40 26 92 58 26 30
Ribera del Fresno 1508-1874 183 219 979 227 451 121
Santos de Maimona, Los 1532-1873 203 349 1006 455 36 153
Trasierra, anejo de Reina 1542-1873 30 14 13 66 26 13
Valencia de las Torres 1556-1856 72 26 235 30 144 60
Valverde de Llerena 1538-1873 40 101 135 127 45 36
Usagre 1562-1873 104 94 471 164 148 74

 

Tabla II

PROVISORATO DE MERIDA
PUEBLO/ EXPEDIENTES Fechas Extremas IGLESIA,ERMITA

CONVENTOS

COFRADÍAS Y DIEZMOS

ORDE-NES

SAGRA-DAS

CAPELLA-NIAS

OBRAS

PIAS Y CENSO

ASUNTOS MATRIMO-NIOS ASUNTOS

CIVILES

ASUNTOS

CRIMI-NALES

Alange 1536-1874 12 7 11 38 8 1
Albalá 1636-1873 8 4 3 37 1 0
Alcuéscar 1631-1872 8 26 15 77 3 5
Aljucén y Carrascalejo 1608-1869 5 2 1 8 1 2
Almendralejo 1559-1873 41 27 52 105 17 26
Almoharín 1585-1869 4 6 22 0 2 0
Arroyo de San Serván 1528-1871 20 18 57 37 10 9
Arroyomolinos de Montánchez 1560-1873 12 2 0 94 0 7
Aceuchal 1559-1872 24 0 15 93 6 16
Benquerencia 0 0 0 0 0 0
Botija 1574-1862 3 4 0 8 0 1
Calamonte 1692-1873 6 6 6 108 0 0
Carmonita, anejo de Cordovilla 1731-1863 3 1 0 3 1 0
Cordovilla 1792-1863 3 1 0 12 0 0
Carrascalejo. anejo de Aljucén 1622 1 0 0 1 1 0
Casas de D. Antonio 1566-1869 2 1 0 23 34 0

 

Don Alvaro 1549-1867 3 3 3 26 3 0
Esparragalejo 1567-1873 2 0 1 15 1 1
Garrovilla 1630-1870 4 3 3 9 2 1
Lobón 1559-1873 14 6 13 28 4 3
Mérida 1530-1873 94 58 61 68 35 11
Mirandilla 1554-1872 2 2 5 22 2 5
Montijo 1616-1873 47 47 48 136 14 4
Montánchez 1628-1874 33 0 2 24 11 5
Nava, La 1539-1870 3 3 0 10 1 0
Oliva de Mérida 1603-1866 3 11 8 19 4 1
Palomas 1530-1870 11 6 19 4 12 5
Puebla de la Calzada 1543-1874 13 36 19 86 4 10
Puebla de la Reina 1529-1872 18 7 14 19 5 4
Salvatierra de Santiago 0 0 0 0 0 0
San Pedro de

Mérida

1792-1871 1 2 1 2 1 0
Torre de Santa María 1525-1873 3 5 8 43 1 5
Torremavor 1627-1871 4 4 3 5 1 2
Torremejía 1572-1864 5 1 0 4 0 1
Torremocha 1631-1873 9 8 6 29 3 0
Trujillanos 1623-1869 7 0 7 9 3 0
Valdefuentes 1792-1870 4 3 1 62 2 0
Valdemorales 1749-1849 1 4 0 38 2 0
Valverde de Mérida 1634 0 0 1 0 0 0
Villafranca de los Barros 1624-1862 55 79 152 1307 47 24
Villagonzalo 1628-1870 6 11 9 21 1 2
Zarza de Montánchez 1588-1873 5 1 2 42 0 1
Zarza de Alange 1544-1874 8 20 14 51 4 4

 

 

Tabla III

 

   VICARIA DE TUDÍA
PUEBLOs/Expedientes. FECHAS EXTREMAS IGLESIA,

CONVENTOS

COFRADÍAS

ORDE-NES

SAGRA-DAS

CAPELLA-NIAS

OBRAS

PIAS

ASUNTOS MATRIMO-NIOS ASUNTOS

CIVILES

ASUNTOS

CRIMI-NALES

Arroyomolinos de León 1532-1835 0 2 18 0 6 0
Cabeza de Vaca 1530-1873 47 77 134 109 19 12
Calera de León 1585-1862 29 117 136 114 46 15
Cañaveral de León 1764 4 0 0 0 0 0
Fuente de Cantos 1520-1873 234 415 653 218 286 136
Fuentes de León 1589-1864 34 123 210 186 35 24
Monasterio, filial de Montemolín 1537-1874 45 171 247 97 72 60
Montemolín 1564-1871 61 187 501 112 104 47
Pallares 1596-1869 8 0 1 2 0 4
Nava de Sta. María. filial de Montemolín 1781- 1870 03 0 0 0 0 0
Segura de León 1561-1869 132 241 703 154 130 42

 

La documentación de la tabla III recibida en el archivo diocesano en 1875 se incrementa el 30 de septiembre de 2013 al llevar a cabo la concentración de los archivos parroquiales. En el Dossier del archivo parroquial de Segura de León en el apartado XI (2): Documentos Procedentes de otras instancias: VICARÍA DE TUDÍA. Al no ejecutarse parcialmente la Bula “Quo gravius”, de Pío IX en el 1873 se lleva a cabo el 2013. Recogemos los contenidos principales que puedan servir de guía a los investigadores.

  1. Correspondencia y despachos (1804-58). 2. Audiencia, distrito y conflictos de jurisdicción ((1428-1874. Conflictos con la (tenencia de) Vicaría de Guadalcanal (1781-1884), Provisorato de Llerena y Priorato de San Marcos de León (1640-1856)   3. Ahillones. Correspondencia. (1845). 4. Almonaster la Real (1842-56). 5. Arroyomolinos de León. Separaciones matrimoniales (1792-1856). 6. Bienvenida. Correspondencia. (1854). 7.Bodonal de la Sierra. Correspondencia (1852-70). 8. Cabeza la Vaca. Separaciones matrimoniales y   escrituras notariales. (1761-1867). 9. Cala. Dispensas matrimoniales. (1726-1860). 10. Calera de León. Matrimonios y separaciones. Monasterio de Tudía (1717-1868). Capellanía, Encomienda de Tudía (1726-1833). 11. Calzadilla de los Barros. Capellanía (1785-1852).12. Cañaveral de León. Autos y visitas. Matrimonios. (1792-1869). 13. Cumbres Mayores. Dispensas matrimoniales. (1857-64). 14. Fregenal de la Sierra. Capellanía, dispensas matrimoniales y correspondencia. (1734-1870). 15. Fuente de Cantos. Autos, diligencias, correspondencia, censos y matrimonios. (1792-1832). 16. Fuentes de León. Autos, querellas, instancias, obras pías, solicitudes, demandas, escrituras notariales, correspondencia, matrimonios y separaciones. (1792-1869). 17. Guadalcanal. Reales provisiones, demandas, dispensas y otras diligencias matrimoniales. (1662-1850). 18. Monasterio. Testamento fundacional, edictos expedientes de censo, correspondencia, diligencias, matrimonios y separaciones. (1608-1867). 19. Montemolín. Expedientes instruidos, correspondencia, y dispensas matrimoniales (1817-50). 20. Ribera del Fresno. Correspondencia. (1852). 21. Santa Olalla. Correpondencia. (1843). 22. Usagre. Correspondencia. (1854).

 

Tabla IV

VICARIA DE JEREZ DE LOS CABALLEROS
CAJA AÑOS       CONTENIDOS
1 1600 Capellanías y causas beneficiales
2 1600-1800 Asuntos varios
3 1600 Asuntos varios
4 1600 Asuntos varios
5 1700 Asuntos varios
6 1600 Escrituras y Testamentos
7 1600 Capellanías y causas beneficiales
8 1700 Capellanías y causas beneficiales
9 1600 Causas beneficiales
10 1600 Causas beneficiales
11 1700 Causas beneficiales
12 1700 Pleitos y Autos
13 1700 Capellanías y causas beneficiales
14 1700 Capellanías y causas beneficiales
15 1700 Autos y Capellanías
16 1700 Capellanías y causas beneficiales
17 1700 Pleitos y Autos
18 1700 Asuntos varios
19 1700 Asuntos varios
20 1700 Pleitos y Autos
21 1700 Causas beneficiales
22 1700-1800 Causas beneficiales
23 1800 Asuntos varios
24 1600-1700 Censos
25 1700 Asuntos varios
26 1700 Asuntos varios
27 1700 Asuntos varios
28 1700 Asuntos varios
29 1700 Asuntos varios
30 1800 Causas beneficiales

 

Jerez de los Caballeros se da a la Orden del Temple el 1240 hasta que es disuelta por Clemente V el 1312. Los templarios se resisten y son degollados por los Caballeros, pasando a ser Ciudad de realengo bajo el dominio de la Corona y se le reconoce a nombrar procuradores en las Cortes de Castilla. Después pasó a manos de los portugueses hasta 1330. El Rey Enrique II cedió a la Orden de Santiago la Ciudad, quien la mejora notablemente, aunque se conserva poca información.

Será a finales del siglo XVI, concretamente 1594, cuando comienza un periodo álgido al formar parte de la “Provincia de León” santiaguista en Extremadura, figurando Jerez de Badajoz, el Valle de Matamoros y el lugar de Santa Ana, conjunto que agrupaba 1963 vecinos pecheros.

Con la supresión de las Ordenes Militares por la Bula “Quo gravius” de Pío IX no se incorpora la documentación de la Vicaría jerezana al archivo diocesano de Badajoz como era preceptivo hasta la concentración de los archivos parroquiales el 24 de julio de 2013. Sirva de guía para los investigadores la tabla anterior a futuros estudios. Actualmente se ubican entre los fondos parroquiales de Jerez, aunque forman parte del archivo santiaguista, ya cerrado desde el año 1873.

 

IIª PARTE: SERIES REALES

El motivo de esta separación dentro de los fondos santiaguistas se debe que los expedientes desordenados y mezclados con otra documentación diocesana se ha llevado a cabo los años (2008-2016) según las normas archivísticas actúales, ordenadas por series reales, legajos, expedientes, pueblos, años y una breve descripción. Sintetizamos en esta guía en la tabla siguiente:

 

Tabla V [11]

PUEBLOS Y CAJAs IGLESIAS COFRADÍAS CONVENTOS ORDENES S. OBRAS PÍAS MATRIMONIOS CENSOS DIEZMOS CRIMINAL CIVIL CAPELLANIAS
Aceuchal 1556 1636 1636 2013 1757-61 2054 2064 2072 2106 2276-80
Ahillones 1556 1626 1655 2013 1762-66 2054 2064 2073 2107-09 2281-82
Alange 1557 1656 2014 1767-68 2054 2064 2074 2110 2283-85
Albalá 1557 1626 1656 1769-70 2076 2110 2286
Alcuescar 1557 1626 1656 2014 1771-73 2054 2064 2074 2111 2287-94
Aljucén y Carrascalejo 1557 1774 2111 2294
Almendralejo 1558 1626 1636 1657-58 2014 1775-85 2054-55 2064 2074 2111-15 2295-2304
Almoharín 1559 1626 1659-60 2015 1786-88 2055 2074 2116 2305
Arroyo de San Serván 1559 1661 2015 1789-90 2055 2064 2074 2116-17 2306-07
Arroyomolinos de Montánchez 1559 1662 2015 1790 2118 2308
ArroyomolinosDe León 1559 1636 1662 1791-94 2118 2308
Azuaga 1560-61 1627 1636 1663-66 2015 1795-1800 2055 2064 2075-77 2118-25 2310-25
Benamejí 1561 1667 1801-02 2080 2186
Benquerencia de Montánchez 1562 1667 1803 2064 2186 2325
Berlanga 1562-63 1627 1636 1668-72 2016 1803-11 2055 2064 2078-79 2126-33 2326-48
Bienvenida 1564 1628 1636 1673-75 2017 1812-16 2064 2080 2134-40 2349-51
Botija 1564 1628 1676 1817 2064 2081 2141 2352
Cabeza la Vaca 1565 1676 2017 1818 2056 2081 2141 2352-55
Calamonte 1565 1628 1676 2017 1819-21 2056 2064 2081 2141 2356
Calera de León 1565 1628 1677 2017 1822-23 2065 2081 2141-42 2357
Calzadilla de los Barros 1566 1628 1637 1678 2017 1824-25 2065 2081 2143-44 2358-63
Campillo de Llerena 1567 1628 1679 2018 1826-27 2065 2082 2145-46 2364-65
Cañaveral de León 1567 1628 1827 2146 2366
Cantagallo 2366
Cardenchosa, anejo a Azuaga 1827 2366
Carmonita, anejo de Cordovilla 1568 2018 1827 2146 2366
Carrascalejo. anejo de Aljucén 2148
Casas de D. Antonio 2146 2366
Casas de Reina 1568 2018 1828 2056 2065 2082 2147 2367
Cordovilla de Lácara 2056 2366
Destriana
Don Alvaro 1568 1628 2065 2148 2368
Esparragalejo 1568 2082 2148 2368
Fuente de Cantos 1569-71 1629 1637-38 2018 1681-84 2065 2083-84 2149-56 2368-81
Fuente del Arco 1572 1629 2018 2065 2083-84 2157-59 2386-88
Fuente del Maestre 1574-75 1630 1639 1686-895 2019-20 2057 2066 2085 2160-65 2389-2417
Fuentes de León 1573 1630 1640 1690 2020 2057 2066 2085 2166-67 2382-85
Garrovilla 1574 1631 2057 2176 2423
Granja de Torrehermosa 1576 1630 1691 2021 2057 2066 2086 2168-69 2418
Guadalcanal 1577 1630 1640 1692 2057 2066 2086 2170-71 2419-20
Higuera, anejo de Valencia de las Torres 1578 1630 1693 2066 2087 2172 2420
Hinojosa del Valle 1578 1630 1693 2066 2087 2172-73 2420
Horcajo de Santiago
Hornachos 1579 1631 1640 1693-94 2057 2066 2088 2174-75 2421-22
Llera 1582 1631 1642 1698 2058 2066 2087 2182 2438
Llerena 1583-98 1631-32 1642-48 1699-1714 2025-28 2058-59 2067 2088-91 2183-2229 2439-73
Lobón 1580 1695 2029 2092 2424-25
Maguilla 1599 1715 2060 2068 2094 2230 2473
Malcocinado, anejo de Guadalcanal 1715 2094
Medina de las Torres 1600 1633 1648 1715 2029 2060 2068 2095 2231-34 2473-75
Mérida 1601-04 1633 1649-50 1716-18 2029 2060 2068 2235-46 2476-95
Mirandilla 1605 1719 2029 2061 2068 2096 2243 2495-97
Monesterio 1605-06 1633 1650 1719-20 2029 2061 2068 2096 2243-44 2498-2502
Montánchez 1607 1693 1650 1720-22 2029 2061 2068 2097 2245 2502-05
Montemolín 1607 1633 1722-23 2030 2061 2068 2097 2246-47 2506-11
Montijo 1608 1633 1651 1724-25 2030 2061-62 2064 2097 2248 2506-11
Nava de Santiago, La 1580 1695 2092 2424-2425
Oliva de Mérida 1608 1633 1726 2031 2062 2069 2098 2249 2518-19
Palenciana 1726 2031
Pallares 1608 2031 2249 2520
Palomas 1608 1726 2031 2062 2249 2520-21
Puebla de la Calzada 1608 1727 2031 2062 2069 2098 2249 2521-22
Puebla de la Reina 1609 1727 2031 2062 2069 2098 2249 2521-22
Puebla de Sancho Pérez 1610 1633 1651 1728-29 2062 2070 2099 2251-53 2524-29
Puebla del Prior 1611 2062 2070 2099 2254 2529-30
Reina, anejo a Fuente del Arco 1633 2032 2070 2099 2254 2530-31
Retamal de Llerena 1611 1634 2070 2100 2255
Ribera del Fresno 1612 1634 1651 1730-31 2032 2062 2070 2101 2255-60 2531-35
Salvatierra de Santiago 1613 1634 1732 2063 2071 2102 2261 2535-36
San Pedro de Mérida 1612 1732 2262 253
Santos de Maimona, Los 1580-81 1631 1641 1695-97 2022-23 2060 2068 2093-94 2177-81 2426-37
Segura de León 1614 1634 1652 1732-34 2032 2063 2071 2102 2262-63 2537-44
Torre de Santa María 1615 1735 2033 2063 2264 2544-45
Torremavor 1615 1735 2033 2063 2102 2264 2545
Torremejía 1615 1735 2063 2264 2545
Torremocha 1615 1634 1653 1735 2033 2102 2264 2546-49
Trasierra, anejo de Reina 1615 1634 1735 2033 2102 2264 2549
Trujillanos 1615 1736 2033 2071 2265 2550
Usagre 1616 1635 1653 2033 2063 2071 2103 2265-69 2551-64
Valdefuentes 1617 1737 2063 2270 2564-65
Valdemorales 1617 1737 2063 2071 2270 2565-66
Valencia de las Torres 1617 1635 1737 2034 2063 2071 2103 2270-71 2566-67
Valverde de Llerena 1618 1738 2034 2063 2071 2104 2272 2567-69
Valverde de Mérida 1618 1738 2034 2063 2104 2272 2569-72
Villafranca de los Barros 1619 1635 1653 1739-40 2034 2063 2071 2105 2273-74 2572-80
Villagonzalo 1620 1741 2003-04 2063 2105 2274 2580
Villanueva del Ariscal 1620 1741
Zarza de Alange 1620 1742 2034 2005-07 2063 2105 2275 2580-86
Zarza de Montánchez 1620 1742 2034 2008 2063 2071 2105 2275 2587

 

Varios pueblos Obras Pías Censos Erario Curia de Llerena Curia de Mérida
Signatura antigua/cajas 2009-12 2035-53 2588-90 2591-92 2593-2600

 

ANEXO

EDICTO EPISCOPAL

Nos  Don Fernando Ramírez y Vázquez por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica. Obispo de Badajoz, prelado  doméstico de  Su Santidad. Asistente  al Sacro Solideo Pontificio  etc. Etc.

Hacemos saber al clero y fieles del suprimido territorio  de San Marcos de León: Que para llevar a cabo  la agregación  a esta Diócesis  de los pueblos dicho Priorato en esta  provincia, con nueve más de la de Cáceres, dimos  comisión al reverendo  Presbítero D. Angel Saénz de Villuerca, Beneficiado de  esta Santa Iglesia, fiscal  general del Obispado, profesor de nuestro Seminario, quien en desempeño de su cometido se trasladó a Llerena,  capital del expresado territorio , y notificó en forma el despacho de comisión  al también Presbítero Sr. D. Francisco Maesso y Durán, que entonces ejercía la jurisdicción en el mismo, negándose a  hacer entrega de los sellos, libros y objetos existentes  en su Tribunal, vista su resistencia, fue  declarado   incurso  en las  censuras señaladas en la Bulas  Apostólicas  “Quo gravius” y “Apostolicaesedis”; y    como quiera que el citado Sr. Maesso, lejos de arrepentirse y de reconocer nuestra autoridad, continuara en su  pertinencia, excitando a otros  a desobedecer  las órdenes y los mandatos de  nuestro Santo Padre, nuestro  Subdelegado, vio se precisado a denuncias   por edicto  y excomulgarlo  nominatim:   a cuyo efecto  Nos remitió el siguiente que aceptamos en todas sus partes  y lo publicamos  como nuestro en esta forma.

Nos & Hacemos  saber: Que habiéndose  trasladado  a la ciudad de Llerena, capital de dicho Obispado Priorato, para la ejecución de nuestro  cometido, ante   Escribano público que diera fé, se  notificó  al M.I. D. Francisco Maesso y Durán, Teniente del Gobernador, que entonces ejercía la jurisdicción eclesiástica en los territorios, ciudades y pueblos del Priorato el auto por el cual el Emmo. Cardenal Moreno, Arzobispo de Valladolid  Delegado  especial  de la santa Sede  para la ejecución de la Bula “Quo gravius” declara abolida e incorpora a la diócesis de Badajoz la mencionada jurisdicción  de San Marcos de León, de cuya notificación   el citado D. Francisco Maesso quedó enterado y firmó, aunque manifestando su  disconformidad  con lo contenido en el auto, contra lo cual protestó por escrito. Se le ofició enseguida, a fin de que manifestara  si estaba pronto a ordenar  a sus (sic) hasta saber el Gobierno eclesiástico, y no habiendo contestado a estas  comunicaciones, se personó  el Subdelegado  del Ilmo. Sr. Obispo,  acompañado de Escribano público en  la  oficina del palacio en donde  con sus oficiales  se encontraba el Sr.   D.   Francisco Maesso, a quien mandándole la entrega  de todo lo susodicho , se negó absolutamente y llamada su atención  sobre la  aplicación de la  censuras eclesiásticas  señaladas en la Bula   “Quo gravius” e insistiendo en su negativa y obstinación  de no ceder ni entregar  cosa alguna de lo que se exigía, y le declaramos incurso en dichas censuras  canónicas.

Con temerario empeño  ha seguido   el Sr. Maesso ejerciendo la  jurisdicción  que ya no tenía, ayudado del Notario mayor  primero, del Notario segundo y del  Archivero, y esforzándose  a desviar de la senda de obediencia a los Eclesiásticos de las dos  parroquias de Llerena, que con sus  Párrocos a la cabeza  habían ya reconocido y prestado sumisión al auto del  Emmo. Cardenal Moreno, les mando se congregasen  en el Palacio del Gobierno que aún habita, e hizo que se le prestasen obediencia, cayendo algunos  en el gran delito de volver  a reconocerle por  Prelado suyo.  Todavía más adelante pasó con su temeridad  el Sr. Maesso, dictando auto de prisión  contar los dignos  párrocos, de Santa María de la Granada y del Apóstol Santiago, y para llevar a efecto, impetró y obtuvo auxilio de la Autoridad popular  y de la fuerza armada, mediante la cual fueron  conducidos los  dos  respetables Párrocos a la cárcel de corona  en medio de guardias  civiles  y seguidos de gran número de fieles, escandalizados   de tan irritable  espectáculo.

Faltaba aún el Sr. Maesso dar otro paso atrevido y le dio, impetrando auxilio del Sr. Alcalde popular para impedir la notificación  que el Subdelegado  del  Rvdo. Sr. Obispo  quería ejercutar  a todos los pueblos agregados por medio de circulares, que fueron secuestardas por el mismo Sr. Alcalde. Impetró y obtuvo el Sr. Maesso auxilio de las Autoridad popular  para intimar por medio de oficios al Subdelegado  del Ilmo.  Sr.: primero, para que  cesase en la continuación del expediente de incorporación  y segundo, para que en el termino de veinte y cuatro horas saliese de Llerena, en  la inteligencia quede  no verificarlo, se tomarían otras  medidas; por cuyas intimaciones y amenazas el Subdelegado  del  Rvdo. Sr. Obispo ha juzgado prudente  trasladarse  en el día veinte y tres del corriente, al pueblo inmediato de Villagarcía, para seguir evacuando su comisión.

Ahora bien: de todos estos hechos que son muy notorios y que consta en el expediente  ante  Escribano público, se deduce evidentemente que el Sr. D. Francisco Maesso y Durán ha incurrido en excomunión a jure, latas y reservadas  al Papa, ha incurrido en excomunión mayor impuesta por la Bula  “Apostolicaesedis” contra los que  substraen de la obediencia del Romano Pontífice, como lo ha hecho el Sr. Maesso, negándose  al cumplimiento  de la  Bula  “Quo gravius”, ha incurrido la impuesta eclesiástica en estos territorios  incorporados a la diócesis de Badajoz: ha incurrido  en la impuesta por la misma Bula, contra los que recurren a la  potestad laical para impedir  la ejecución de letras  apostólicas , que emanan de la Santa Sede , o de sus Legados o Delegados, como lo ha verificado y sigue verificándolo el Sr. Maesso, no solo negándose  a cumplimentar   lo que se ordena  en el auto dictado   por el  Emmo. Cardenal Moreno, Delegado  especial de la  Santa Sede, sino oponiendo obstáculos, impetrando auxilio de la autoridad popular y fuerza armada  y todo cuanto está  a su alcance, para impedir que el  Subdelegado  del  Ilmo. Sr. Obispo de Badajoz ponga en ejecución su cometido de ejecución.

Nos, pues, en nombre y con las facultades especiales del M. R. Obispo de  esta Diócesis anunciamos por edictos y nominatim  excomulgados  al Sr. D. Francisco Maesso y Durán,  que según las palabras del Vicario de Jesucristo  ha incurrido en la indignación de Dios Omnipotente y de los  Bienaventurados Pedro y Pablo. Queda  en fin denunciado el Sr. Maesso excomulgado vitando, privado de toda jurisdicción eclesiástica, y de toda  comunicación de cosas sagradas  y aún políticas con los fieles de esta manera que todos los que comuniquen  con el citado D. Francisco Maesso y Durán in crimine criminoso, esto es, dándole  auxilio y favor, cooperando o actuando por su orden en lo que se refiere al ejercicio de la jurisdicción de que se halla privado, incurriendo también  en  excomunión  mayor, reservada a Su santidad.

Así lo declaramos; y mandamos  a los Sres. Curas Párrocos, que este mismo  Edicto  sea fijado en las puertas de la  Iglesia por el tiempo que crean preciso, para que su contenido llegue  a noticia de los fieles.

Dado en  Villagarcía  a 25 de febrero  de 1874.

En su virtud, mandamos  a los Párrocos  de los pueblos últimamente agregasobrdos a nuestra Diócesis, que   tan luego como llegue  a sus manos y hagan  publicación  de él al ofertorio  de la  Misa Mayor del primer día  festivo, después de recibido, lo fijen en  las puerta de sus respectivas Iglesias, por el término de   un mes, poniéndose de ello testimonio por cualquier Notario eclesiástico o civil. Dado en Badajoz, firmado de Nos, sellado  con el mayor  de nuestras armas  y refrendado por nuestro infrascrito  Secretario de Cámara interino a 4 de Marzo de 1874.

Fernando, Obispo de Badajoz.  Sello episcopal. Por mandato de S.S.I., el obispo, mi señor Dr. Demetrio  Gudiño. Secretario interino[12].

“La cesión de los territorios, edificios, bienes y jurisdicción de la Orden de Santiago a   los Prelados diocesanos era un legítimo derecho de la Santa Sede y, consecuentemente   los Prelados diocesanos están a su vez en pleno derecho para poder reclamar sus bienes que la Santa Sede y el Gobierno Español un día, en forma más solemne, les reconocieran   como únicos y exclusivos propietarios”[13].

 

Finalmente, el presente trabajo con esta guía pretende ser el primer instrumento de trabajo para investigadores y estudiosos hasta la publicación del Catalogo-inventario de los fondos santiaguistas que preparamos, como hiciéramos con la publicación de los fondos documentales de la Orden de Alcántara en el partido de la Serena, correspondiente a los prioratos de Magacela-Villanueva de la Serena y Zalamea de la Serena, respectivamente. Se guardan en el archivo diocesano- hoy Archivos Eclesiásticos del Arzobispado de Mérida- Badajoz.

 

Badajoz 1 agosto 2017

 

[1]Rodríguez Blanco, Daniel. La Orden de Santiago en Extremadura en la Baja Edad Media. Badajoz. 1985.

[2]Rodríguez de Diego, José Luís. El testamento de Felipe II, Madrid 1997, 31 y 37.

[3]Archivo Municipal de Azuaga, Sec. AA. CC., lib. de 1561 (21/02/1561), leg. 1, fol. 7, fot. 23 de la edición digital.

[4]Maldonado Fernández, Manuel. “Expolios en los archivos históricos de Llerena”, en Revista de Feria y Fiestas, Llerena, 2007.

[5] Fernández Catón, o.c. Documento 122. 2ff. Carpetilla sirviendo de cubiegrta: en la previsión real se hace mención de los deseos de la Orden de Santiago de construir el convento en una ermita de la villa de Bienvenida, en lugar de la de Calera, alo que se opusieron otras villas vecinas, ordenándose el definitivo emplazamiento en La Calera.

[6]Establecimientos y Regla de la orden de caballería de Santiago aprobados en el Capitulo general que dio comienzo en Madrid en 25 de octubre de 1551 y se concluyó en Valladolid en

9 de mayo de 1554. León 1555. Edición 1627, f. 116r.

[7]AMA, Sec. AA. CC., leg. 5, lib. de 1619, fol. s/n, fot. 26 de la edición digital.

[8]A.E.M.B. Fondos Alcantarinos. Caja 257, exp. 2. Catalogo-inventario, Fondo Orden de Alcántara. Priorato de Magacela y Zalamea. Badajoz 2017,pág. 10.

 

[9]G Galiano, Manuel. Reseña histórica del origen y función de las Ordenes Militares y bula de incorporación a la Corona de España. Madrid 1851.

[10] Archivos Eclesiásticos de Mérida-Badajoz. Fondos de la Orden de Santiago. Sala 2, Compacto 21-29.

[11] Archivos Eclesiásticos de Mérida-Badajoz. Sala 3ª Compacto 7, 8 y 9

[12] Archivo E0clesiásticos de Mérida-Badajoz. Fondos Santiaguistas. Impresos.

[13] Fernández Catón, José María. Catálogo del Archivo Histórico Diocesano de León, III, León 2006, pág. XXXVII.

Nov 142017
 

Mª Teresa Hidalgo Hidalgo.

INTRODUCCIÓN

La creación de una nueva institución educativa, no sólo en los niveles básicos, que de respuesta a las necesidades diversas de la población en un determinado momento, suele ser un proceso largo y expansivo. Casi un siglo después de la puesta en vigor de la conocida como Ley Moyano (1857) la educación española aún no había logrado frenar los altos índices de analfabetismo y la educación básica no terminaba de llegar a todos los colectivos[1], incluyendo a aquellos niños y niñas que residían en pequeñas poblaciones sin centro educativo y con dificultades de transporte a centros urbanos, así como a los que se encontraban ultradiseminados por diferentes territorios, pues habitaban en lugares como cortijos y caseríos. Para dar respuesta a la necesidad imperante de atender a este tipo de alumnado surgirá a mediados del siglo XX, una nueva institución educativa; la escuela hogar. Estas escuelas se extenderán poco a poco por la Comunidad Autónoma de Extremadura, su proceso de creación y posterior puesta en marcha en nuestra comunidad se desarrolla con una serie de singularidades, las cuales se presentarán y analizarán en la presente comunicación.

La primera referencia legislativa en relación a este tipo de centros se recoge en la Ley de Educación Primaria de 1945 incluyéndolas dentro del régimen de escuelas especiales, tal y como se cita en el texto «Siempre que las circunstancias de población diseminada y dificultad de trasporte o los casos de infancia huérfana, desvalida o necesitada de protección especial lo exijan, las corporaciones públicas, los particulares o el propio estado, deberán o podrán en su caso crear las instituciones escolares que en régimen de internado, similar todo lo posible al hogar, protejan y eduquen a sus beneficiados según las normas docentes de esta ley[2].” Dadas las condiciones que se mencionan en este primer texto, y la situación social y educativa de Extremadura durante esta década, se entiende que el territorio constituye una franja idónea para la creación de estas primeras escuelas, pues cuenta en estos años con un alto índice de analfabetismo, población disgregada en núcleos rurales con poca accesibilidad a núcleos urbanos y población ultradiseminada en campos y cortijos. Pero a pesar de esta primera iniciativa legal, no será hasta el año 1965 cuando empiecen a dar sus primeros pasos en España y posteriormente en Extremadura, debido principalmente a problemas de tipo económico. Será el Decreto 2240/1965[3], de 7 de julio, por el que se regula la creación de escuelas-hogar y la designación de su personal, del Ministerio de Educación Nacional, el que dará el impulso final para su puesta en marcha, junto con los medios que proporcionará el Fondo Nacional para el Fomento del Principio de Igualdad de Oportunidades[4]. Sin embargo y como se analizará posteriormente, en el caso de Extremadura además de este impulso legislativo y económico, tendrán una importancia vital la implicación de diferentes sectores sociales y la iniciativa de algunos maestros/as e inspectores de la comunidad guiados por un nuevo movimiento de renovación pedagógica que tenía como objetivo principal la lucha contra el analfabetismo y el establecimiento de una educación para todos.

Con el paso de los años y debido a la migración de la población rural hacía los núcleos urbanos fueron poco a poco desapareciendo y a mediados de los ochenta fueron sustituidas por otro tipo de centros. Aunque en la actualidad son pocas las escuelas hogar en activo en Extremadura, no podemos olvidarnos de la gran transcendencia que su creación tuvo durante algunas décadas, pues sin ellas un gran número de población infantil habría quedado sin alfabetizar.

PROCESO DE CREACIÓN Y EXPANSIÓN DE ESCUELAS HOGAR EN EXTREMADURA

En el artículo primero del Decreto 2240/1965 se establecía que «las escuelas hogar son centros de Enseñanza destinados a la educación en régimen de internado de niños residentes en zonas de población ultradiseminada, en las que la insuficiencia de censo escolar y la carencia de vías de comunicación impiden la creación de escuelas en el lugar de residencia del alumnado[5]«. Las condiciones de estos centros debían de asemejarse todo lo posible a las del hogar a la vez que incluir todos los requisitos necesarios para la impartición de enseñanza de un centro de educación primaria. Debemos tener en cuenta que el resto de centros educativos de la época no daban respuesta a estas condiciones, pues se encontraban divididos de la siguiente manera: escuelas maternales (hasta los cuatro años), escuelas de párvulos dirigidas a niños y niñas de 4 a 6 años. Escuelas para alumnado a partir de los 6 años, en las que se pueden enumerar algunos tipos; el primero de ellos el colegio nacional de enseñanza primaria en el caso de darse un maestro para cada uno de los ocho cursos que incluía la enseñanza primaria y el segundo la escuela graduada cuando el número de maestros del mismo sexo es superior a uno e inferior a ocho. La escuela unitaria por su parte, era atendida por un sólo maestro y se creaba cuando el censo escolar de la localidad incluyendo a aquellos de otras localidades aledañas que acudían en transporte no fuera superior a treinta alumnos. En otro sentido se debe referir que las escuelas de enseñanza primaria se encontraban divididas en escuelas de niños y de niñas, pudiendo darse el caso de escuelas mixtas cuando el núcleo poblacional no permitiera crear un grupo superior a 30 alumnos. Cuando las condiciones así lo requerían, se creaban además agrupaciones escolares con aulas localizadas en diferentes edificios en el radio de un kilómetro o escuelas comarcales en el caso de que los alumnos procedieran de diferentes localidades. El transporte escolar se inició en España en 1962 produciéndose de una manera paralela las concentraciones escolares en aquellos municipios que normalmente eran la cabecera de la comarca.

Sin embargo, los centros anteriormente citados, recogidos por la legislación educativa del momento no terminaban de incluir al alumnado en situaciones más desfavorecidas. Tal y como recoge Francisco Pérez Segura “ciertamente, algunos colectivos, tuvieron mayores dificultades para poder acceder a la educación, entre los que podemos citar, la mujer, los discapacitados tanto psíquicos como físicos o sensoriales, así como la población infantil que habitaban en áreas de población ultradiseminada o lo hacían en pequeñas concentraciones cuyo número de alumnos era insuficiente para la creación de una escuela[6]”. Con esta coyuntura el índice de analfabetismo en toda Extremadura seguía siendo muy alto durante este periodo y se incrementaba en aquellas zonas rurales donde se encontraban grandes extensiones de territorio en las que la principal fuente económica era la ganadería y la agricultura. En el año 1900 el índice de analfabetismo en España era de 66,4 en España y de un 74,1 en Extremadura[7] y en el año 1950 Extremadura junto a otras comunidades autónomas como Andalucía, Canarias, Castilla la mancha y Murcia configuran a nivel autonómico la “España analfabeta” ya que sus tasas de analfabetismo se mantienen siempre por encima de la media estatal[8]. Según el autor Ramón Tamames “El analfabetismo es especialmente intenso en las zonas de latifundio y en ellas el nivel de los alfabetizados practicamente nulo . Las reivindicaciones sociales y políticas, a poco que sea posible exteriorizarlas , adquieren en esas zonas un especial dramatismo[9]”. A nivel estatal se empiezan a tomar algunas medidas como la creación de la Junta Nacional contra el Analfabetismo constituida en 1950, que en algunos casos ese despliega en juntas provinciales y locales e incluso se jerarquiza verticalmente hacia comisiones locales. Diferentes personalidades de la región vinculadas al ámbito educativo empiezan además a movilizarse para buscar soluciones a la problemática.

Según el Decreto 2240/ 1965 “A la resolución de las dificultades que se originan de estas situaciones responde la creación de Escuelas-hogar, que constituyen una extensión de la familia de los niños permitiéndoles el acceso en condiciones adecuadas a las enseñanzas de la escuela nacional[10] y es por ello que a partir de este momento empiezan a surgir en Extremadura los primeros centros. Los requisitos para la apertura de un expediente de creación tal y como refería en 1970 el Inspector Central D. Víctor Sáenz en una entrevista para la revista Escuela Española eran “En la formalización del expediente que debe tener los informes favorables de Inspección, y, como trámite imprescindible el del respectivo Delegado Provincial, los documentos más importantes son: Constancia de que la escuela hogar es necesaria para poder atender a los escolares de las zonas ultradiseminadas, que señala el Decreto de 1965; instancia de petición de la entidad no estatal que ofrece un edificio para ubicar la escuela hogar, certificados de arquitectos e inspector de sanidad favorables en la materia que compete a cada uno, documento de cesión de uso del edificio al Ministerio por un determinado número de años y declaración de que los alumnos internos serán atendidos gratuitamente[11]”. Por tanto, la creación de un expediente de apertura requería de un gran trabajo previo por parte de maestros e inspectores, que no sólo se movilizarían en la búsqueda de edificios donde asentar la escuelas sino que también recorrerían amplios territorios en busca de aquellos niños y niñas que pudieran formar parte del alumnado.

Las primeras escuelas hogar a nivel nacional se crean en la provincia de Almería, en Extremadura habrá que esperar hasta el año 1967, en concreto al Orden de 30 Agosto de 1967 por la que se crean Escuelas Hogar de Enseñanza primaria en distintas localidades, y donde se establecen las primeras de la región. A esta orden seguirán muchas otras, de modo que el número de centros irá aumentando de manera progresiva, tal y como se observa en la tabla 1.

Tabla 1. Creación de centros de 1967 a 1971.

Año Localidad Provincia Tipo Orden
1967 Cabeza del Buey Badajoz Niños Orden 30 Agosto 1967
1967 Cabeza del Buey Badajoz Niñas Orden 30 Agosto 1967
1967 Cabeza del Buey Badajoz Niñas Orden 30 Agosto 1967
1967 Alburquerque Badajoz Niñas Orden 30 Agosto 1967
1967 Jerez de los Caballeros Badajoz Niños Orden 30 Agosto 1967
1967 Montánchez Cáceres Niñas Orden 30 Agosto 1967
1969 Coria Cáceres Niñas Orden 2 Enero 1969
1969 Badajoz Badajoz Mixta Orden 2 Enero 1969
1969 Badajoz Badajoz Niñas Orden 2 Enero 1969
1969 Almendralejo Badajoz Niños Orden 2 Enero 1969
1969 Hervás Cáceres Niñas Orden 2 Enero 1969
1969 Almendralejo* Badajoz niños Orden 14 octubre 1969
1969 Mérida Badajoz Mixta Orden 14 octubre 1969
1969 Jarandilla Cáceres Mixta Orden 14 octubre 1969
1969 Jaraíz de la Vera Cáceres Mixta Orden 14 octubre 1969
1969 Montánchez* Cáceres Niñas Orden 14 octubre 1969
1969 Baños de Montemayor Cáceres Mixta Orden 14 octubre 1969
1969 Plasencia Cáceres Mixta Orden 14 octubre 1969
1970 Solana de los Barros Badajoz Mixta Orden 26 septiembre 1970
1970 Fregenal de la Sierra Badajoz Mixta Orden 26 septiembre 1970
1970 Trujillo Cáceres Mixta Orden 15 de octubre 1970
1970 Villalba de los Barros Badajoz Mixta Orden 26 octubre de 1970
1970 Piornal Cáceres Niñas Orden 30 octubre 1970
1970 Cabeza del Buey ** Badajoz Niñas Orden 18 Noviembre 1970
1971 San Vicente Alcántara Badajoz Mixta Orden 27 octubre 1971
1971 Miajadas Badajoz Niñas Orden 30 Julio 1971
1971 Cabeza del Buey * Badajoz Niñas Orden 27 Febrero 1971
1971 Jerez de los Caballeros* Badajoz Niños Orden 27 Febrero 1971
1971 Mérida * Badajoz Mixta Orden 27 Febrero 1971
1971 Piornal* Cáceres Niñas Orden 27 Febrero 1971

Tabla de elaboración propia

* Ampliaciones de los centros

** Traslados a otras instalaciones

Aunque no aparezcan reflejadas en la tabla anterior, dado que no se ha encontrado el orden específico de creación, otras localidades como Cabezuela del Valle, Caminomorisco o Nuñomoral también contaron con escuelas hogar.

La normativa incluía que dichos centros podían ser creados por diferentes personas e instituciones, bien por parte del Ministerio de Educación Nacional, corporaciones locales, Iglesias o diferentes entidades públicas y privadas. Los edificios en los que se crearon los centros procedían en la mayoría de los casos de cesiones de corporaciones municipales o eclesiásticas, y en algunos casos de cooperativas e iniciativas de ámbito privado. Muchas localidades contaron con varias escuelas hogar, normalmente una del ámbito público y otra del privado. Es el caso de Cabeza del Buey, Trujillo, Badajoz, Mérida o Jaraíz entre otros.

 

Becas y ayudas

Para poner en marcha los centros no solamente fue necesaria una inversión estructural sino también la creación de una serie de ayudas para costear las necesidades del alumnado. En 1960 la creación del Fondo Nacional para el Fomento del Principio de Igualdad de Oportunidades (también conocido como P.I.O) no sólo supuso el empujón final para hacer posibles los proyectos de escuela hogar, sino que también propició el establecimiento de becas y ayudas para el alumnado de dichos centros, además de otras ayudas de transporte para escuelas comarcales. Con este fin comienzan a convocarse en Extremadura de manera anual las becas para el alumnado residente. Dichas becas podían enmarcarse dentro de la convocatoria de becas rurales.

En un primer momento fueron los propios inspectores y maestros de la zona quienes se encargaban de buscar por los campos y cortijos posible alumnado para los centros, atendiendo a una serie de requisitos específicos como; tener la edad necesaria para recibir educación primaria, estar en una situación desfavorable económicamente y sin medio de transporte e incluso tener un talento especial para los estudios. De este modo, se daban tres etapas en la concesión de estas becas, una primera en la que como se ha mencionado la designación de los becarios se hacía por parte de los maestros, una segunda etapa a cargo de la inspección primaria que debía revisar los casos propuestos con una designación definitiva, para pasar a la última etapa a cargo del Ministerio de Educación Nacional.

Las diferentes resoluciones de concesiones de dichas ayudas durante el periodo de 1970 muestran de forma clara, el gran número de alumnos que de no existir estos centros hubieran tenido un difícil acceso a la educación primaria.

En el año 1969[12] se otorgaron en Extremadura 1182 ayudas de 5480 pesetas cada una, a razón de 40 pesetas diarias y ciento treinta y siete días del curso escolar. Por día el alumnado recibiría 40 pesetas en metálico y 10 pesetas que iban suministradas en forma de víveres directos en la escuela hogar. 770 de estas ayudas fueron distribuidas entre los alumnos y alumnas de los 9 centros que ya existían en la provincia de Badajoz y las 512 restantes entre los 8 centros de la provincia de Cáceres.

Conforme fueron aumentando el número centros y alumnado residente se incrementaron estas becas, así sólo un año después en 1970[13] el número de ayudas concedidas fue de 1.125 entre los 11 centros la provincia de Badajoz, que casi iguala el total del año anterior y 712 en los 10 centros de Cáceres.

 

Tabla 2. Evolución en la concesión de ayudas de 1969-1971.

Año Badajoz Cáceres Total Ayudas
1969 512 258 770
1970 1.125 712 1.837
1971 1580 1242 2822

Tabla de Elaboración propia

Profesorado

La puesta en marcha de estos centros supuso un incremento en el número de maestros y maestras que impartían docencia en Extremadura. En el año 1967 se crean por ejemplo 16 nuevas plazas (12 para maestros y 4 para maestros), en el año 1969 rondaban las 60 y en el 1971 habían pasado ya del centenar. La selección de dichos profesiones se realizaba mediante concurso de traslado entre maestros nacionales y a propuesta del consejo escolar correspondiente, bajo la denominación de “Maestro de Hogar[14]”. Dichos docentes no contaban en un primer momento con formación especializada si bien hubo algunas iniciativas en ciudades como Málaga y Oviedo en las que se pusieron en marcha unos cursillos para la obtención de un diploma de especialización en escuelas hogar. Su labor no sólo implicaba impartir clases sino que también ejercían en lo posible de cuidador en las noches que debían pasar en el centro, por su modalidad de internado, así como en otras labores. La ratio de profesores con respecto al alumnado era de un maestro para veinte alumnos como mínimo y treinta como máximo. Para lograr el destino definitivo en un determinado centro debían llevar más de 10 años y no contar con expediente abierto ni notas desfavorables.

Teniendo en cuenta un informe realizado por Gregoria Carmena y Jesús Regidor[15] sobre la valoración de aspectos positivos y negativos de los centros por parte de los maestros de escuela hogar se refieren como positivos los mejores medios a disposición del alumnado no sólo en cuanto a material, sino también para poder relacionarse con sus iguales y en la mejora de condiciones de vida, incluyendo la alimentación. Otro aspecto que consideran positivo es evitar los riesgos derivados del uso del transporte escolar de manera frecuente.  Y en contraposición como aspectos negativos se refieren la constante separación del núcleo familiar. En cuanto a propuestas de mejora, citan la especialización del profesorado para el desempeño de las funciones específicas de este tipo de escuelas, la mejora de algunas instalaciones y el desarrollo de un vínculo más estrecho con las familias del alumnado.

 

CASOS PARTICULARES

Todo centro escolar tiene sus peculiaridades y cada una de las escuelas hogar de Extremadura, necesitaron del impulso y el buen hacer de diferentes personas que no sin esfuerzo, lograron obtener todos los permisos y requisitos de los expedientes de creación para la posterior puesta en marcha. Por el gran número de centros que como hemos visto anteriormente acabaron instaurándose en Extremadura, se ha decidido seleccionar algunos casos particulares que nos permitan observar la diversidad en los procesos y circunstancias. De este modo recorreremos tres comarcas diferentes, así como la acción de tres personas que desde diferentes enfoques estuvieron ligadas a los inicios de las escuelas hogar.

 

Cabeza del Buey

Uno de los casos más reseñables dentro del proceso de creación de escuelas hogar en Extremadura es el de Cabeza del Buey, ubicada en la comarca de la Serena (Badajoz), que cómo se refirió anteriormente logró poner en marcha tres centros en un mismo año, convirtiéndose de este modo en una de las localidades con más escuelas hogar de la comunidad autónoma. Tras esta circunstancia se encuentra sin duda alguna, la constante preocupación y lucha del que fuera Inspector comarcal de Educación primaria en la zona durante este periodo y hasta 1985 D. Casimiro Barbado González, que después de analizar la situación de la zona se enfrentaría a más de un inconveniente para lograr su propósito de crear dos escuelas hogar, aunque finalmente se convirtieron en tres. En su libro “Por los pueblos de la Serena y la Siberia Extremeñanarra algunos de los detalles del proceso de creación de estos centros. “Cuando llegué a Cabeza del Buey no existía, prácticamente, enseñanza oficial o pública; casi todas las escuelas estaban desiertas de niños, mientras que las privadas con curanderos de la enseñanza sin ninguna titulación, tenían que prestárselos cuando se barruntaba la visita de algún inspector.[16]

Con el visto bueno y la ayuda del entonces alcalde Juan Esquinas se pasó a valorar entonces la creación de diferentes escuelas que dieran respuesta a la mala situación educativa. “Llevaba varios meses tratando de conseguir la creación en Cabeza del Buey de dos escuelas hogar. La necesitaban con urgencia los trescientos y pico niños de ambos sexos que ultradiseminados por los campos de la comarca estaban sin escolarizar. (…)En efecto pocos días después se me caligrafió la creación de ¡tres escuelas hogar!, conminando al Ayuntamiento a preparar el edificio para la tercera, no pedida y si creada. Se buscó un nuevo edificio provisional; se pusieron en marcha las tres escuelas; se trasladó después la tercera a otro edificio mejor acondicionado.[17]” Fruto de esta iniciativa surgieron las tres Escuelas Hogar “ Santa Teresa”, “Santa Elena” y “San Vicente”. Si bien la escuela hogar Santa Elena contó con un edificio provisional hasta que se produjera su traslado en el año 1970 a un nuevo domicilio en la calle La Cruz número 51. Dada las características de la localidad durante las décadas de los 60 y 70, es justificable la creación de tres centros pues durante aquellos años llegó a ser un núcleo poblacional importante dentro de la comarca de la Serena que contaba con grandes extensiones de tierras con latifundios y caseríos, así como un gran número de poblaciones menores donde la creación de un centro escolar no era viable. La escuela hogar San Vicente es además una de las pocas escuelas hogar que aún hoy en día siguen en funcionamiento en Extremadura, junto con otras seis situadas en Hoyos, Alburquerque, Jaraíz de la Vera, Madroñera, Plasencia y Trujillo.

  1. Casimiro Barbado fue uno de esos inspectores que junto algunos maestros recorrió grandes extensiones aledañas a la localidad de Cabeza del Buey buscando a alumnado que pudiera formar parte las escuelas hogar, otorgándoles de este modo una oportunidad de escolarización que determinaría en gran modo su futuro.

 

Experiencia de Educación en Libertad”. Escuela Hogar Nertobriga. Fregenal de la Sierra.

La escuela hogar Nertobriga de Fregenal de la sierra creada en 1970 fue el punto de partida de una iniciativa pedagógica singular que la convierte en un caso reseñable. Tras su creación , llegaría al centro en 1975 como directora interina, la salmantina Doña Josefa Martín Luengo conocida como “Pepita”.

Con una ideología de base anarquista, Josefa buscaba llevar a cabo una experiencia educativa basada en los postulados del anarquismo y eligió la escuela hogar como el lugar adecuado para iniciar el proyecto, posiblemente bajo la idea de que un comienzo siempre puede ir ligado a otro y teniendo en cuenta que la escuela hogar acababa de dar también sus primeros pasos sería más fácil iniciar una experiencia, sin la existencia de un recorrido previo. Según sus propias palabras “La escuela de la anarquía debe ser un lugar del espacio social, donde forma experimental y vivencial, se inserten en la mente los principios fundamentales de la anarquía, en contra y en lucha no violenta, con los principios fundamentales de la sociedad autoritaria, patriarcal, competitiva, violenta, privilegiada, consumista, democrática, ordenada, eficaz y tecnológicamente especializada [18]” lo que en términos pedagógicos se traduce en dotar al alumnado de control total sobre su proceso de aprendizaje, dejando vía libre a la experimentación, evitando una educación rutinaria donde el alumnado transite siempre por los caminos. En aquellos años se convirtió en una experiencia pionera, pues contaba con muy pocos antecedentes, ninguno en el caso de la educación extremeña, y no tardó en ganarse algunos detractores. Muy a pesar de sus intentos, el centro toparía con el poder institucional tras algunas denuncias y acusaciones por lo poco convencional del enfoque pedagógico y tras sólo dos años de actividad Josefa fue apartada de la dirección del centro. Fue tal la repercusión de lo que allí estaba aconteciendo que incluso, fue llevada la situación al congreso de los diputados por parte de un diputado socialista, estando ya como presidente Adolfo Suárez. Aún habiendo cambiado su lugar de trabajo, se trasladó a la Villa del Bazán y posteriormente a Montijo, su acción como maestra fue controlada muy de cerca y tuvo que dejar la educación pública para poder seguir con su proyecto de educación libertaria. Por ello, en enero de 1978 decide crear junto con dos compañeras Concepción Castaño y María Jesús Checa la escuela libre “Paideia” en Mérida. A pesar de todos los impedimentos que encontró en el camino en su labor como directora en la escuela hogar de Fregenal de la Sierra, durante el periodo en el que estuvo trabajando, Josefa acudió a diferentes cursos y congresos en Extremadura donde trataba de explicar todo el proceso llevado a cabo en la experiencia de educación en libertad, así como los aciertos y errores cometidos. Como fruto de esta experiencia de luces y sombras Josefa publicaría en 1978, “Fregenal de la Sierra. Una experiencia de escuela en libertad[19]” y otras dos[20] en lo referido a la escuela Paideia de Mérida.

 

Almendralejo

Otro caso singular que merece la pena señalar de una manera más específica es el de la Escuela- Hogar “Santa Ana” en Almendralejo, muy vinculada al actual Centro Universitario Santa Ana al que fue concedida la medalla de Extremadura en el pasado año 2016. El origen de la escuela hogar se remonta a la cooperativa avícola Santa Ana creada por el IX Marqués de la Encomienda Don Mariano Fernández-Daza y Fernández de Córdova, pues dentro de dicha cooperativa se establecieron unos fondos para proyectos sociales, entre los que se habían incluido proyectos educativos. “Este espacio fue reconocido rápidamente como lugar de ebullición cultural y en él se dieron los primeros pasos del que desde entonces ha sido un proyecto educativo imparable[21]. Precisamente gracias a ese proyecto educativo nace la escuela hogar en al año 1969 con nada más y nada menos que 250 plazas. Un tiempo más tarde Don Mariano Fernández Daza implantaría el transporte escolar, cuyo decreto, tal y como se ha comentado en apartados anteriores surge de manera casi paralela al de la escuela hogar, uniéndolo a las características del centro recién creado pone en marcha una nueva modalidad a media jornada, que se establece de manera muy inusual en Extremadura. Poco a poco la labor de la cooperativa educativa se fue extendiendo y llegó al actual centro universitario de Almendralejo.

«El fundador era absolutamente consciente de las necesidades y carencias de aquella época. Según me contó una de las personas que trabajaron en la Cooperativa Santa Ana, él sufría muchísimo porque al recibir la nómina los jornaleros firmaban con su huella dactilar. Sabía perfectamente la falta de escolarización que sufrían los niños en los campos de los años de la posguerra. Creía que una persona no podía ser libre si no tenía acceso a la educación[22]«, explica Carmen Fernández-Daza.

Don Mariano Fernández Daza es otro ejemplo de personalidad preocupada por la situación educativa de la región, que utilizando muchos de los medios con los que contaba se adscribió a la modalidad de escuela hogar para tratar de dar respuesta a la problemática situación a la que tenían que hacer frente mucho de los agricultores que formaban parte de su propia cooperativa.

 

CONCLUSIONES

Aunque en la actualidad son pocas las escuelas hogar que siguen en activo en Extremadura, hubo un periodo en nuestra historia reciente en las que fueron un agente importante en el proceso de alfabetización y escolarización de los niños y niñas que se encontraban repartidos por los campos extremeños sin ningún tipo de conexión con el mundo educativo. Su creación no sólo vino de la mano de un impulso legislativo y una preocupación social por los altos índices del analfabetismo, sino por el trabajo y la preocupación de inspectores, maestros y personajes de la sociedad de estos años. Desde la puesta en marcha de los primeros centros en 1967 se produjo una gran expansión, llegando a contar Extremadura con más de una veintena en 1972, suceso que dio lugar a un aumento del número de profesorado en la región. Conocer los inicios de estos centros en nuestra comunidad, nos ayudar a crear una panorámica de la situación educativa durante las décadas de los sesenta y setenta.

Cada una de estas escuelas cuentan con una historia que las da vida y unos nombres que cimentaron sus bases, pues requerían de un importante trabajo previo antes de la apertura del expediente de creación. Un repaso por algunos de estos centros nos ha ayudado a conocer el esfuerzo y la preocupación de algunas personalidades de la época, que fueron la base para el movimiento pedagógico que durante estas décadas aireó los sótanos de la educación extremeña.

 

BIBLIOGRAFÍA

Legislación

– DECRETO 2240/1965 por el que se regula la creación de Escuelas-hogar y la designación de su personal, Boletín Oficial del Estado, núm 193, Madrid, España, 7 Julio 1965.

– LEY DE EDUCACIÓN PRIMARIA, Boletín Oficial del Estado, núm. 199, Madrid, España, 18 de Julio de 1945.

– LEY 45/1960 por la que se crean fondos nacionales para la aplicación social del impuesto y del ahorro , Boletín Oficial del Estado, núm 176, Madrid, España, 21 Julio 1960.

– RESOLUCIÓN DE LA DIRECCIÓN GENERAL DE ENSEÑANZA PRIMARIA por la que se hace pública la distribución de 89.598.000 pesetas en Ayudas para Escuelas Hogar para el curso escolar 1969- 70 con cargo a un crédito del Principio de Igualdad de Oportunidades, Boletín Oficial del Estado, núm. 204, Madrid, España, 26 Agosto 1969.

-RESOLUCIÓN DE LA DIRECCIÓN GENERAL DE ENSEÑANZA PRIMARIA por la que se distribuye un crédito de 112.000.000 pesetas para ayudas de alumnos internos en Escuelas Hogar con cargo al X Plan de Inversiones del Fondo Nacional para el fomento del principio de Igualdad de Oportunidades, Boletín Oficial del Estado, núm. 279, Madrid, España, 21 Noviembre de 1970

 

Libros y artículos

– BARBADO, C. Por los pueblos de la Serena y la Siberia extremeñas, Badajoz, Departamento de publicaciones de la Excma. Diputación, 1986.

– CARMENA, G y REGIDOR, J. La escuela en el medio rural, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1984.

– FERNÁNDEZ, F. Escuela viva, Madrid, Zero S.A., 1978.

– FERNÁNDEZ FERRÉ, R.Analfabetismo y nivel de vida” en Revista Española de Pedagogía, 47, (1954

– GALLARDO, M. ¿Por qué somos pobres?, Pamplona, Editorial Gómez, 1954.

– GIL, A, RODRÍGUEZ, S y CERRO, F. Causas y remedios del analfabetismo, Madrid, Ministerio de Educación Nacional, 1955

– MARTÍN, J. Fregenal de la sierra. Una experiencia de escuela en libertad, Madrid Editorial Nuestra Cultura, 1978.

– MARTÍN, J. Desde nuestra escuela Paideia, Madrid, Ediciones Madre Tierra, 1990.

– MARTÍN, J. La escuela de la anarquía, Madrid, Ediciones Madre Tierra, 1993.

– MARTÍN, J. Paideia. 25 años de educación libertaria. Manual teórico práctico, Madrid, Editorial Villakañeras, 2006.

– SAMANIEGO, Mª. D. “El problema del analfabetismo en España (1900-1930)”, Hispania, 124, Madrid, (1973), pp. 375-400

– SÁNCHEZ, L. “Las escuelas hogar siete años después de su creación”, Escuela española, núm 2021, Madrid, 1971.

– VILANOVA, M y MORENO, X. Atlas de evolució del analfabetismo en España de 1887 a 1981, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1992.

 

 

 

 

 

 

[1]             La autora extremeña Manuela Gallardo Gómez se manifiesta en este sentido en su obra ¿Por qué somos pobres? “En toda Extremadura y Andalucía hay grandes extensiones de terrenos y fincas enormes, en las que los pueblos y aldeas quedan muy distantes para que el niño asista a la escuela, pues terminaría agotado sólo con ir y venir “. Manuela, GALLARDO, ¿Por qué somos pobres?, Pamplona, Editorial Gómez, 1954, p.22.

[2]             Ley de Educación primaria, Boletín Oficial del Estado, núm. 199, Madrid, España, 18 de Julio 1945, Capítulo III, p. 393.

[3]          Decreto 2240/1965 por el que se regula la creación de Escuelas-Hogar y la designación de su personal , Boletín Oficial del Estado, núm. 193, Madrid, España, 7 Julio 1965.

[4]             Ley 45/1960 por la que se crean fondos nacionales para la aplicación social del impuesto y del ahoro, Boletín Oficial del Estado, núm 176, Madrid, España, 21 Julio 1960.

[5]             Decreto 2240/1965, por el que se regula la creación de Escuelas-Hogar y la designación de su personal , Boletín Oficial del Estado, núm. 193, Madrid, España, 7 Julio 1965.

[6]             Decreto 2240/1965, Ibídem.

[7]          Fuente: Instituto Nacional de Estadística y Fundación BBVA- Ivie

[8]          Mercedes VILANOVA y Xavier MORENO, Atlas de evolución del analfabetismo en España de 1887 a 1981, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1992, p.79.

[9]          R. TAMAMES en Francisco FERNÁNDEZ, Escuela viva, Madrid, Zero S.A., 1978, p. 33.

[10]          Decreto 2240/1965, Op. Cit.

[11]          SÁNCHEZ, L, “Las escuelas hogar siete años después de su creación”, Escuela Española, núm. 2021, Madrid, 1971, p. 646.

[12]          Resolución de la Dirección general de Enseñanza Primaria por la que se hace pública la distribución de 89.598.000 pesetas en Ayudas para Escuelas Hogar para el curso escolar 1969- 70 con cargo a un crédito del Principio de Igualdad de Oportunidades, Boletín Oficial del Estado, núm. 204, Madrid, España, 26 Agosto 1969.

[13]          Resolución de la Dirección General de Enseñanza Primaria por la que se distribuye un crédito de 112.000.000 pesetas para ayudas de alumnos internos en Escuelas Hogar con cargo al X Plan de Inversiones del Fondo Nacional para el fomento del principio de Igualdad de Oportunidades, Boletín Oficial del Estado, núm. 279, Madrid, España, 21 Noviembre de 1970.

[14]          “Los maestros de hogar o de ocio que tienen a su cargo la formación de los niños durante las horas extraescolares son los únicos especialistas de los que dispone hoy la escuela hogar a parte naturalmente de los profesionales médicos, profesores de educación física, etc.” SÁNCHEZ, L, “Las escuelas hogar siete años después de su creación”, op. cit. p. 646.

[15]          Gregoria, CARMENA y Jesús REGIDOR, La escuela en el medio rural, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1984, p. 69.

[16]          Casimiro, BARBADO, Por los pueblos de la Serena y la Siberia extremeñas, Badajoz, Departamento de publicaciones de la Excma. Diputación, 1986, p. 38.

[17]          Ibídem, p. 34.

[18]          Josefa, MARTÍN, La escuela de la anarquía, Madrid, Ediciones Madre Tierra, 1993, p. 26.

[19]          Josefa, MARTÍN, Fregenal de la Sierra. Una experiencia de escuela en libertad, Madrid, Editorial Nuestra Cultura, 1978.

[20]          Relacionadas con el trabajo realizado en la escuela Paideia, publicaría otras dos obras:

Josefa, MARTÍN, Desde nuestra escuela Paideia, Madrid, Ediciones Madre Tierra, 1990

Josefa, MARTÍN, Paideia. 25 años de educación libertaria. Manual teórico práctico, Madrid, Editorial Villakañeras, 2006.

[21]          J. Pablo ALMENDROS, “Origen, evolución y consolidación del centro universitario Santa Ana de Almendralejo”, Actas de las VII Jornadas de Almendralejo y Tierra de Barros, Almendralejo, Asociación Histórica de Almendralejo, 2016, p. 101.

[22]          “Centro Santa Ana. Un ejemplo educativo”, El Periódico Extremadura, 08/09/2016. Consultado el día 07/06/2017 en: http://www.elperiodicoextremadura.com/noticias/monograficos/centro-santa-ana-ejemplo-educativo_959818.html

Nov 102017
 

Manuel García Cienfuegos.

Cronista Oficial de Montijo y Lobón.

Cuando nos asomamos a la sociedad española del siglo XVIII uno de los rasgos que más concita nuestra atención es la presencia visible de las mujeres en muchos planos de la realidad de los que había estado ausente hasta el momento; un dato muy significativo,

además de revelador, de los cambios y transformaciones que hicieron avanzar a nuestro país por la senda del reformismo. Hubo, sin duda, singulares mujeres que fueron adquiriendo notoriedad en distintos terrenos. La actuación decidida de algunas de ellas a favor del progreso de la nación, su compromiso personal con la sociedad que les tocó vivir, su interés por la cultura, o su preocupación por la condición de su sexo, no solo generó asombro entre los miembros masculinos de su entorno, sino que llegaría a deslumbrarlos ante la solidez de sus argumentaciones, ya que no estaban habituados a compartir con ellas asuntos y cuestiones de interés general.

Una de las más sobresalientes fue la Condesa de Montijo, cuya singular personalidad supo desarrollar una actividad constante en aras de la pública felicidad, como se decía entonces, mediante un compromiso firme con el progreso social desconocido hasta entonces, especialmente entre las mujeres de su estamento social. Su trayectoria vital responde a ese modelo femenino acorde a los nuevos aires traídos por la Ilustración que permitieron no solo una cierta renovación de la sociedad española, anclada en la tradición y tan reacia a los cambios, sino también a la emergencia de mujeres con una gran proyección pública[1].

 

1.- CONDADO DE MONTIJO

La villa de Montijo perteneció al linaje de los Portocarrero desde mediados del siglo XVI. Fue vendida con su fortaleza, jurisdicción civil y criminal, vasallos, casas y otros edificios, términos, dehesas, diezmos y primicias, rentas pechos y derechos, escribanías, patronatos y otras cualesquiera cosas que la Orden de Santiago tuviera en la villa a don Pedro Portocarrero y Osorio, II marqués de Villanueva del Fresno[2], hijo de don Juan Portocarrero y Cárdenas, I marqués de dicha villa y de doña María Osorio y Bazán, por el entonces príncipe don Felipe el 11 de septiembre de 1551 por el precio de 28.607.378 maravedís. Su padre, el emperador Carlos V aprobó esta venta en Metz el 25/XII/1552[3].

El condado de Montijo fue instituido a favor de don Juan Manuel Portocarrero y Villena, mayordomo del rey el 13/XII/1599[4], y la Grandeza de España le fue concedida el 6/XII/1697 al IV conde don Cristóbal Portocarrero Guzmán, marqués de la Algaba, Ardales y Valderrábano, conde de Fuentidueña y Teba.

Don Cristóbal Portocarrero Guzmán nació en Montijo el 25 de noviembre de 1638[5] y falleció el 31 de octubre de 1704[6]. Fue Maestre de Campo, General del Ejército de Extremadura y Capitán General de su frontera[7], Comisario General de Infantería de España, Consejero de Estados y del Supremo de guerra, Gentil-hombre de Cámara de S.M. con ejercicio, y Mayordomo mayor de Carlos II que le concedió la Grandeza de España.

El IV Conde de Montijo construyó la casa-granero sobre la antigua parroquia y después ermita de San Isidro. Levantó en el año 1685 de nuevo el beaterio de Ntra. Señora de los Remedios o de la Piedad, casa que fue trocada en convento de religiosas clarisas franciscanas el 7 de octubre de 1704, bajo la advocación de Nuestro Señor del Pasmo[8].

Casó tres veces, con Úrsula de la Cerda y Leyva, con Victoria de Toledo y Benavides y con María Regalado Funes de Villalpando y Monroy, de la cual tuvo su sucesor: don Cristóbal Portocarrero y Funes de Villalpando, V Conde de Montijo, que nació el 12 de marzo de 1692, bautizado en la parroquia de San Pedro Apóstol[9], tuvo por padrino a Fray Francisco Urbina, de la provincia descalza de San Gabriel, lector en Sagrada Teología. Examinador sinodal en Coria y Badajoz por nombramiento episcopal. Calificador del Santo Oficio y del Consejo Supremo y predicador del rey[10].

Fue el V Conde de Montijo[11], abuelo paterno de María Francisca de Sales Portocarrero, gentil hombre de cámara del rey, caballero del Toisón de Oro, embajador extraordinario en Inglaterra, palafrenero mayor de la reina, presidente del Consejo de Indias. Poseedor de la Orden siciliana de caballería. Plenipotenciario para representar a España en las Dietas de Frankfurt y Ratisbona. A sus cargos palaciegos hay que añadirles sus habilidosas dotes diplomáticas que fueron reconocidas por el rey de Francia, Luis XV, que le nombró caballero de la Orden del Santo Espíritu y de San Miguel[12].

Dos órdenes se disputaron las preferencias religiosas del V conde de Montijo: la de los franciscanos observantes y la orden de San Bernardo. El nacimiento de su hijo Cristóbal Antonio Portocarrero, VI marqués de Valderrábano[13], bautizado el 13 de marzo de 1728 en la madrileña iglesia de Santiago, fue la causa para manifestar su amor a Dios, por lo que erigió en Montijo un hospicio regido por franciscanos de la Observancia, deseando verlo transformado en convento, porque decía que la población montijana, cada día más populosa, adolecía de alimento religioso. En 1753 el hospicio religioso de Nuestro Padre San Francisco observante, era asistido por cuatro religiosos, uno lego y tres sacerdotes con un donado[14].

Don Cristóbal Antonio, marqués de Valderrábano, hijo del V conde de Montijo, casó muy pronto, el 2 de abril de 1747, a los diecinueve años, con doña María Josefa de Zúñiga Girón y Pacheco[15], de catorce años, hija de don Antonio López de Zúñiga, XIII conde de Miranda del Castañar y doña María Teresa Pacheco y Girón.

 

2.- MARIA FRANCISCA DE SALES PORTOCARRERO (1754-1808)

El marqués de Valderrábano vivió con su esposa en casa de sus padres, en la vasta mansión de las Visitillas de San Francisco. Muy pronto los jóvenes esposos se encontraron solos con la compañía del conde de Montijo, ya que la condesa falleció en febrero de 1748. Transcurrieron siete años sin que se divisara la menor esperanza de descendencia, hasta que llegó al mundo, el 10 de junio de 1754, María Francisca de Sales Portocarrero y López de Zúñiga, bautizada, dos días después, en la madrileña iglesia de San Andrés. Fue su padrino el franciscano recoleto fray Francisco Izquierdo.

Cuatro años después de su nacimiento, su padre, don Cristóbal Antonio Portocarrero, marqués de Valderrábano, encontró la muerte el 2 de noviembre de 1757, cuando tenía veintinueve años de edad. El óbito ocurrió en unas de sus visitas al monasterio de Ntra. Señora de Valbuena, a causa de la caída de un caballo. Esta muerte accidental sumió a su esposa, doña María Josefa de Zúñiga Girón y Pacheco, en una grave depresión que trastocó su vida hasta el punto de ser incapaz de sobreponerse a la desgracia, decidiendo abandonar las actividades palaciegas para ingresar en el convento de las Baronesas de Madrid, hasta su muerte, en 1796. Profesó el 14 de noviembre de 1762, festividad del Patrocinio de Nuestra Señora.

 

2.1.- Su formación en las Salesas Reales (1758-1768)

Por esta desaparición prematura, quedaba interrumpidas las esperanzas de sucesión masculina del V conde de Montijo, que entonces contaba con sesenta y cinco años. Su único descendiente era una niña de tres años. Así, María Francisca de Sales Portocarrero se encontraba huérfana paterna, siendo confiada a su abuelo, el conde de Montijo, que decidió su ingreso en un pensionado femenino, donde recibiría la educación adecuada a su rango; un hecho que quizás explica los rasgos más acusados de su carácter: la independencia, la fortaleza y la gran seguridad en sí misma, así como su elevada cultura[16].

Dicho pensionado no era otro que el Real Monasterio de la Visitación de Madrid, el mejor colegio femenino de los existentes en España; había sido creado por esos años merced a la iniciativa de Bárbara de Braganza con el propósito de procurar educación a las niñas de la nobleza.

Para garantizar el nivel, buscó una de las órdenes religiosas que se habían creado con ese fin, siendo elegida la orden salesa, fundada a principios del siglo XVII por Juana Fremiot de Chantal, con la aquiescencia y ayuda de San Francisco de Sales, de ahí el nombre de salesas.

Fue una colegiala responsable, aplicada siempre al estudio durante los diez años de su permanencia; en las aulas pudo adquirir toda una serie de conocimientos que le proporcionó una buena base cultural para seguir cultivándose, así como el saber de la lengua francesa, que le facilitó el camino para aplicarse en el ejercicio de la traducción. También se inició en el estudio de los clásicos y recibió sus primeras lecciones de música y pintura.

En realidad, fue su verdadero hogar, donde logró moldear su personalidad y consolidar sus afectos; el lugar donde iría tejiendo lazos de amistad con otras mujeres que conservaría el resto de su vida; solo lo abandonaría al cumplir catorce años, tras haberse negociado su matrimonio con Felipe Palafox Croy de Havre[17].

Se conserva en el palacio de Liria[18] un retrato de María Francisca de Sales, fechado en 1765, que coincide con su internado en las Salesas, atribuido al pintor Andrés de la Calleja Robredo, óleo sobre lienzo, 1,69×1,32 m. En el retrato la niña muestra su traje de educanda de las salesas, con una expresión viva e inteligente, con el pequeño loro, de color rojo y verde muy vivo, en su mano izquierda y las flores en la derecha. El traje negro sedoso, y el velo, la toca y los encajes son blancos. Adornada con pendientes de perlas en forma de pera y una cruz sobre el pecho. El cabello, rubio y la carnación, clara. El fondo es gris, con ausencia de muebles y cortinones. La factura de las telas y la falta de fondo manifiestan la herencia del retrato español del siglo XVII. En la parte superior tiene la inscripción: “La Exma. Sra. Dª. María Fracª de Sales Portocarrero y Zúñiga, Condesa de Montijo Educanda en el Real Monasterio de la Visitación de esta Corte de Madrid año de 1765”[19].

 

2.2.- Matrimonio con don Felipe Palafox

Como el hijo primogénito del V conde de Montijo, falleció seis años antes que él, dejó sucesora legal a su única hija, doña María Francisca de Sales Portocarrero, que sucedería en las mercedes nobiliarias a su abuelo paterno, en representación de los derechos de su padre fallecido. Del abuelo paterno[20] recibió a la edad de nueve años todas las ricas posesiones familiares y por derecho de representación del último poseedor le fueron transmitidos los títulos nobiliarios, convirtiéndose a su temprana edad en una de las casas más ricas y titulada de la nobleza española.

El pretendiente de la condesa, Don Felipe Palafox y Croy d’Havré (1739-1790) era de noble linaje. Su familia, de origen aragonés, pertenecía a la primera grandeza de España. Hijo de don Joaquín Antonio Palafox Centurión y Córdoba (1702-1775), VI marqués de Ariza y doña Marie Anne Charlotte de Croy d’Havré. Fue don Felipe Palafox, brigadier de los Real Ejército de S.M., capitán del Regimiento de sus Reales Guardias de Infantería Valona[21], gentilhombre de Cámara, mariscal de Campo de los Reales Ejércitos. Capitán de las Real Compañía de Alabarderos y Teniente General y collar de la Orden de Carlos III.

El matrimonio se había concertado al uso de la costumbre imperante en los grandes linajes nobiliarios, donde el objetivo principal era reforzar los vínculos existentes entre sí mediante calculadas estrategias matrimoniales encaminadas a perpetuar y acrecentar el patrimonio material existente; en su caso, fue una pareja bien avenida en la que debió haber afecto y cierta sintonía intelectual y religiosa, además de un gran respeto mutuo, habida cuenta de la actividad pública que desarrolló la condesa en todos esos años, sin interferencia alguna por parte de su marido.

El contrato matrimonial se celebró el 24 de octubre de 1768 en el convento donde se encontraban la novia, asistiendo su madre, la Marquesa viuda de Valderrábanos. El conde consorte de Baños, esposo de la VIII Condesa de Baños, prima-hermana de los padres de la novia, actuando como testigo y en representación de otro primo-hermano y tutor legal de ésta, el cardenal-arzobispo de Toledo, don Luis Fernández de Córdoba y Portocarrero, conde de Teba y de Ardales. En el contrato matrimonial, se establecieron cláusulas que especifican que el contrayente tendrá que adoptar el nombre y las armas de la Casa de Portocarrero, titular del condado extremeño de Montijo y otros feudos. Si los bienes aportados por el novio son valorados en 330.796 reales, los de la novia son mucho más considerables: 1.775.709 reales sin contar los mayorazgos y sus rentas, sus pertenencias de uso doméstico, joyas, carruajes y vestidos; en total, su fortuna es estimada en 2.337.411 reales.

 

2.3.- La herencia de su abuelo. VI Condesa de Montijo

Tras el fallecimiento de su abuelo paterno (1763), de su tío-abuelo el Arzobispo de Toledo (1771) y de su tía la Condesa de Baños (1792), María Francisca de Sales de Portocarrero de Guzmán Luna y López de Zúñiga se convierte sucesivamente en la VI Condesa de Montijo, XVI Condesa de Teba, IX Condesa de Baños, V Condesa de Fuentidueña, VII Marquesa de Valderrábanos, VI Marquesa de Osera y de Castañeda, X Marquesa de Villanueva del Fresno y de La Algaba, XI Marquesa de Barcarrota, Marquesa de Martorell, de Ardales, de Algava, de Molina y de Ugena, Condesa de Ablitas, Señora del Adelantazgo Mayor de Murcia, dos veces Grande de España de primera clase, Condestablesa de las Indias, Mariscala Mayor de Castilla, y de un sinfín de señoríos menores[22]. Más tarde, a toda esa lista de dignidades y títulos nobiliarios se sumarían, también por herencia, el condado de Miranda de Castañar y el ducado de Peñaranda de Bracamonte que, a la postre y a través de una de sus nietas, pasarían a engrosar el patrimonio de la Casa de Alba y de Berwick.

En los primeros años de vida conyugal, María Francisca de Sales dará a luz a ocho hijos, de los que solo sobrevivieron seis[23]: cuatro mujeres y dos varones; la futura XVI Duquesa de Medina Sidonia[24], los futuros VII y VIII Condes de Montijo[25], la futura XVI Marquesa de Bélgida[26], la futura VI Condesa de Parcent[27], y la IV Marquesa de Lazán[28]. El Museo del Prado conserva tres cuadros pintados (hacia 1805) por Alonso del Rivero de las tres hermanas Gabriela, Ramona y Tomasa Palafox Portocarrero.

La condesa y su esposo formaron un matrimonio bien avenido, de ideas marcadamente reformistas y liberales en una España abierta a las ideas de la Ilustración. Los ilustrados fueron un grupo social culto formada por nobles, funcionarios, burgueses y algunos clérigos, que se interesaron por reformar y trasformar la vieja sociedad tradicional modernizándola por medio de la ciencia, también aumentando el nivel de cultura y conocimientos para que el pueblo saliese de la ignorancia, la superstición y la creencia ciega en la religión, pretendiendo sustituirla por el valor de la ciencia y la razón.

El reformismo les llevó a enfrentarse con la Iglesia, con la mayor parte de la aristocracia y con el pueblo llano siempre fiel a las tradiciones. Cambiar la mentalidad de la sociedad es siempre un proceso lento y difícil. Los dirigentes ilustrados lo intentaron durante el siglo, pero la mayor parte de la sociedad se resistió al cambio.

Algunas reformas más importantes que los ilustrados plantearon fueron: cambios en la Administración con un modelo centralizado, unificación de Justicia y Tributos, reforma de la Marina y el Ejército, cambios en la gestión de las colonias, nuevas infraestructuras, la creación de un nuevo cuerpo de funcionarios para ocuparse de la Hacienda Pública y la instauración de un pequeño impuesto a nobles y clero.

Criticaban la sociedad tradicional, los privilegios, el clero y la iglesia, el absolutismo… Creían en la igualdad, convencidos de que el hombre debe ser libre, y apostaban por la cultura como único medio para conseguirlo. Este movimiento se sostenía en siete pilares: ciencia, naturaleza, progreso, virtud, felicidad, crítica, utilidad y, sobre todo, razón. Por ello esta época es conocida como el Siglo de las Luces.

 

2.4.- Traduce la obra del francés Nicolás Letourneux, “Instrucciones cristiana del sacramento del matrimonio”

Cuando la condesa contaba con veinte años de edad, en 1774, realiza su primera experiencia traductora. Llevaba casada seis, siendo su matrimonio a los ojos de los que la conocían un verdadero modelo conyugal, un espejo donde se miraban muchas parejas[29]. Por aquél entonces, una de las controversias públicas más sonadas en la sociedad española giraba alrededor del descrédito del matrimonio y el aumento del celibato, el fracaso de numerosas parejas y la resistencia de muchos hombres a formar una familia.

Parecía ser el momento adecuado para elegir el matrimonio como tema de reflexión; eso al menos debió pensar el obispo ilustrado de Barcelona, don Josep Climent, cuando le hizo el encargo, como asiduo visitante de su casa y contertulio habitual de su salón, del ejemplo conyugal que constituía su matrimonio. Así pues, María Francisca de Sales Portocarrero se inició en los trabajos literarios con la traducción de la obra francesa de Nicolás Letourneux, Instrucciones cristianas sobre el sacramento del matrimonio y sobre las ceremonias con el que la Iglesia lo administra. Obra en el que el prelado Climent, considera en el prólogo a Letourneux como uno de los sacerdotes más sabios y ejemplares en Francia del siglo XVII.

La condesa aceptó el encargo de este trabajo cuando se encontraba con su familia en Barcelona, donde su marido, oficial de Guardias Valonas, estaba de guarnición. Obra, por la que se vio inquietada por el Santo Oficio por una inclinación hacia los postulados jansenistas[30] como veremos más adelante. A pesar de que la obra había obtenido licencia del inquisidor ordinario de Madrid, don Gavino de Valladares y Mesía, otorgada el 11/II/1774, en la que precisa que nada se advierte en ella en contra de la ortodoxia de la fe y de las buenas costumbres[31].

 

3.- VISITA A LOS ESTADOS DE MONTIJO. AÑO 1776

Desde su matrimonio, Felipe Palafox se ocupa activa y personalmente de la gestión de sus bienes. Supervisa a sus administradores, adquiere tierras nuevas en torno a Montijo, desarrolla la cría de yeguas reproductoras en Barcarrota, Montijo[32] y Teba. En relación al ganado equino, don Pedro Álvarez Vadillo, administrador en Montijo y Puebla de la Calzada de la condesa y teniente corregidor, declara haber adquirido ejemplares a nombre de sus señores, de don Francisco Suero Lobato de Badajoz, al conde Cheles, don Pedro Gragera Asensio de Montijo y don Isidro Martín de Saavedra de Badajoz.

Dos años después, don Pablo Esteban, teniente coronel del Regimiento de Dragones de la Reina y don Fernando Mondragón, capitán del, comisionados por el Real Supremo Consejo de la Guerra, realizaban diligencias sobre el ganado yeguar y caballar que había en Montijo. En la relación figuran los del conde, declarados por el administrador Álvarez Vadillo; las yeguas con los nombres de Dorada, Corsita, Clavellina, Coronela y Cigüeña; junto con Brillante, caballo padre[33].

Con los rigores del estío extremeño, a finales de agosto de 1776[34], don Felipe Palafox visita las villas de Montijo y Puebla de la Calzada. Un acta del concejo poblanchino, de la que da fe el escribano público, don Diego Machado y Medina, ofrece detalles de la misma. Los componentes del Concejo se declaran “en lo espiritual, como en lo temporal, leales vasallos” de su señoría. Acordaron obsequiarlo con “seis carneros capados, seis pavos, doce gallinas, seis jamones de Montánchez y seis cajas de dulces del más exquisito que se encuentre”. Así mismo aprobaron el gasto de 300 reales para el refresco de dicha visita. Determinaron los ediles “pasar a la villa de Almendralejo, a esperar en ella a dicho excmo. señor. Que el vecindario ponga luminarias a las puertas y ventanas de sus casas; como también que se quiten y no echen estiércol en las calles y queden limpias y barriadas de toda basura, pena de seis reales y seis días de cárcel al que así no lo hiciera. Luego que dicho excmo. señor de vista al río Guadiana se repiquen las campanas durando dicho toque hasta que su excelencia llegue al Palacio que tiene dicho excmo. señor en su referida villa del Montijo”[35].

Un año antes de la visita a las villas de Montijo y Puebla de Calzada, había fallecido el padre del conde consorte, don Joaquín Felipe Antonio Palafox y Centurión, VI marqués de Ariza, quien poseía 734 fanegas de tierra en el término municipal de Lobón, convirtiéndolo en el mayor propietario, junto con la duquesa del Arco y el duque de Feria, según se cuantifica en 1753 el Catastro de Ensenada.[36]. Las tierras estaban repartidas por Los Lomos (300 fanegas), Las Pulgosas (224), Valdealcalde (100), y 110 en El Cotorrillo[37].

María Francisca de Sales Portocarrero había descargado en su esposo todas las preocupaciones materiales, encargándose ella de la crianza de sus hijos, para posteriormente lanzarse a la vida pública, al fundarse la Junta de Damas, adscrita a la Real Sociedad Económica de Madrid.

 

4.- SECRETARIA DE LA JUNTA DE DAMAS

La Junta de Damas de Honor y Mérito es la asociación femenina no religiosa de carácter filantrópico más antigua de España. A lo largo de su historia la Junta de Damas ha sido precursora en reivindicar la igualdad y los derechos de las mujeres, abriéndose camino, a base de trabajo, en sus inicios en una sociedad entonces muy tradicional y cerrada.

La Junta constituyó algo más que un capricho impuesto por la moda de las damas aristócratas madrileñas ilustradas, puesto que no desmereció nunca la decisión de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, cuna de la Ilustración y el liberalismo, de promover su fundación. Rápidamente fueron capaces de tomar la iniciativa y demostrar su capacidad. Ellas supieron ganarse a pulso el respeto de las autoridades, la opinión pública y el digno y sincero aprecio del pueblo de Madrid por la dedicación y responsabilidad que demostraron en todas las tareas.

Constituyeron una pionera manifestación feminista, en favor de los derechos de las mujeres, que han continuado sus sucesoras durante más de dos siglos con admirable constancia y voluntad de trabajo. En algunos períodos de su dilatada historia fue foro de discusión y debate al estilo de las academias científicas ilustradas. Sin perder de vista el compromiso cívico, en sus sesiones se debatían las novedades culturales y científicas, especialmente en medicina y educación.

La Junta de Damas no fue nunca ajena a la realidad social y evitando los proyectos utópicos irrealizables, con la mira puesta en la protección de las mujeres más desfavorecidas, contribuyó a mejorar, con sus escasos medios, la sociedad. En cierta manera, el asociacionismo femenino de origen ilustrado cubrió, por primera vez, en centros ajenos a la Iglesia, todos los espacios vitales femeninos: el embarazo y el parto, el cuidado a la infancia, las niñas desvalidas, la educación de las jóvenes, el trabajo de las mujeres y las ancianas enfermas y pobres. Sin olvidar tampoco a otros colectivos marginados como las presas, a las que intentaban sacar de la pobreza y la delincuencia[38].

A lo largo del siglo XVIII y principios del siglo XIX las figuras femeninas más importantes de la Ilustración española formaron parte del catálogo de socias: desde escritoras y artistas, a animadoras de la vida cultural madrileña y mecenas, en su mayoría aristócratas ilustradas, protectoras de las luces.

 

4.1.- En las Escuelas Patrióticas y frente al gasto de la moda femenina

Constituida la Junta de Damas, el 22 de septiembre de 1787[39], por dieciséis socias fundadoras, entre las que se encontraban: María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, hija de los condes de Oñate, que había sido nombrada doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Alcalá de Henares y, poco después, miembro de la Real Academia Española,  la condesa-duquesa de Benavente, María Josefa Alfonso-Pimentel y Téllez-Girón, que contaba con el respeto de todos por su talento y su vocación por el reformismo ilustrado, Josefa Amar y Borbón, la más destacada intelectual española de la época, que replicó a los dos socios de la Matritense con su Discurso en defensa del talento de las mujeres, y la VI condesa de Montijo, María Francisca de Sales Portocarrero, quien en la sesión del 5 de octubre fue nombrada secretaria de la Junta Damas. Cargo en el que estuvo dieciocho años, desde 1787 hasta 1805.

La condesa de Montijo se distinguió por su espíritu de decisión y de iniciativa, por su firmeza de opinión. Su asiduidad fue notable. Sólo la enfermedad, los dramas familiares o su obligación en la Corte le alejaron alguna vez, y temporalmente, de sus funciones.

María Francisca de Sales Portocarrero, lee el acta de la reunión anterior, presenta los expedientes, instancias y memorias que previamente ha estudiado, haciendo un resumen claro y crítico de cada de ellos. Lee la correspondencia recibida, así como las minutas preparadas para someterlas a su aprobación. Organiza los exámenes de las Escuelas Patrióticas, pasa órdenes a los maestros y a las instructoras. Participa en los tribunales de exámenes de las Escuelas Patrióticas[40], impulsando la educación física, moral e intelectual de las mujeres. Cumpliendo de forma sobresaliente todos los cometidos inherentes al puesto, además de someter a discusión numerosas iniciativas y propuestas que revelan una personalidad enérgica, brillante, reformista y con conciencia social.

En la Real Orden de la Fundación de la Junta de Damas, el soberano manifestaba en ella la satisfacción que le producía su creación, subrayando su esperanza de que la nueva institución, entre otros objetivos “cortase el lujo, que, al paso que destruye las fortunas de los particulares, retrae a muchos del matrimonio, con perjuicio del Estado”. Así, pues, las damas se encontraban con una línea de conducta y un programa de trabajo perfectamente definidos.

La cuestión del lujo les atañía directamente. Todas ellas, en diversos grados, seguían los costosos imperativos de la moda, ya que su origen o su rango social las obligaba a tomar parte activa en la vida mundana. La condesa de Montijo desempeñó un papel primordial en el debate. Al hacerse cargo en nombre de la Junta, reveló en su manera de tratarlo mucho de su carácter, o sea, mucho carácter[41]. Su intervención fue muy decisiva en un asunto tan curioso como el intento, por parte del Gobierno del conde de Floridablanca, de imponer a la mujer un traje nacional con visos a uniformarlas y a controlar el gasto que suponía la moda femenina de entonces. Su réplica surtió tal efecto en el ministro que éste retiró el proyecto, abandonándolo en un cajón.

Desde su intervención sobre la represión del lujo, empresa que se reveló compleja y espinosa, quedó definido el papel de la condesa de Montijo. Su firmeza de carácter y de tono hicieron de ella una secretaria estimada y temida en La Matritense. Las damas, al elegirla, habían sabido encontrar la aliada y defensora que iba a proporcionales peso y prestigio a los ojos de sus colegas masculinos, del Estado, y muy pronto de la nación.

 

4.2.- Comisión de Educación Moral y empleo de mano de obra femenina

En enero de 1788, cuando la Junta de Damas había recorrido su primer trimestre, María Francisca de Sales Portocarrero, a petición de la Junta, estudió la situación de las mujeres en la industria. Preocupada por la promoción de las mujeres, la condesa de Montijo, redactó una memoria en esa dirección. Dio lectura a un borrador en la sesión del 25 abril. Su texto fue aprobado sin reservas. La condesa decía en su instancia que convendría dar algún otro paso por el camino de la liberación que el rey había abierto mediante varias cédulas y romper así las últimas trabas que se oponían al empleo de la mano de obra femenina en numerosas ramas de la industria[42].

La Junta de Damas, en septiembre de 1794, dispuso la conveniencia de la creación de dos Comisiones de Educación Femenina (Educación Moral y Educación Física) con la finalidad de poner en marcha las disposiciones del título 8, artículos 1 y 2 de sus Estatutos. Pues la educación era asunto que ilustraba el lema de La Matritense, Socorre enseñando[43]. Fue en la comisión de Educación Moral donde se integró la condesa de Montijo. María Francisca de Sales, un mes después, presentó unas meditaciones sobre esta materia, preguntándose: “Qué suma de conocimientos de la constitución civil y negocio públicos se debe dar a las mujeres en la educación”.

Al iniciarse 1796 la condesa de Montijo informaba a la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, sobre varias memorias acerca de la importancia de la religión en la educación de las mujeres y de cuánto importa para la política y economía doméstica que las mujeres estén bien educadas. Se había tratado los inconvenientes que ocasionaría el darles conocimientos de la constitución civil y negocios públicos; principios más convenientes para librarse de los perjuicios de lujo sin faltar a la decencia.

La VI condesa de Montijo asumió la dirección de la Escuela de San Andrés que formaba parte de las Escuelas Patrióticas. Era una de las más florecientes, contaba con noventa y seis alumnas, que en el año que cerraba la centuria del dieciocho habían cosido mil doscientas cuarenta y dos piezas de lencería francesa y española y ejecutado veintiséis modelos de punto.

 

4.3.- Reformadora de las cárceles de mujeres

La Junta de Damas no fue nunca ajena a la realidad social, evitando los proyectos utópicos irrealizables, con la mira puesta en la protección de las mujeres más desfavorecidas, contribuyó a mejorar, con sus escasos medios, la sociedad. En cierta manera, el asociacionismo femenino de origen ilustrado cubrió, por primera vez, en centros ajenos a la Iglesia, todos los espacios vitales femeninos: el embarazo y el parto, el cuidado a la infancia, las niñas desvalidas, la educación de las jóvenes, el trabajo de las mujeres y las ancianas enfermas y pobres. Sin olvidar tampoco a otros colectivos marginados como las reclusas, a las que intentaban sacar de la pobreza y la delincuencia.

Desde su creación, año 1787, la condesa de Montijo se vio acaparada por las responsabilidades y cuidados inherentes a su cargo de secretaria de la Junta. Se ocupa de sus hijos, el mayor de catorce años y el más pequeño de tres. Vigila la educación de éstos, sometiéndose a las exigencias sociales y cortesanas que le impone su rango. No obstante, Paula de Demerson en su obra sobre María Francisca de Sales Portocarrero señala que el papel de una cristiana debe reservar un puesto en su existencia al ejercicio de la caridad. La condesa tiene un alma sensible, compasiva. Contribuye con donativos a socorrer a los menesterosos. Pero esta caridad, fácil cuando se poseen los medios de practicarla, no es suficiente a sus ojos.

María Francisca de Sales Portocarrero propuso al Gobierno que la Junta de Damas se hiciera cargo de la penosa situación de las presas de la cárcel de La Galera. Las condiciones miserables en que se debatían las reclusas en aquella prisión hacían que muchas de ellas envejecieran y murieran antes de que se celebrara el juicio[44].

Lejos de limitarse al papel de directora, la condesa también trabajó como simple enfermera en las dependencias carcelarias. Por otro lado, creó una asociación que se ocupara de enseñar a la detenidas oficios que les permitieran conseguir pequeños ingresos[45], y prepararlas para afrontar el momento de volver a pisar la calle, buscar trabajo y poder vivir dignamente. De este modo nació la Asociación de Presas de La Galera que constituyó una novedad sin precedentes en toda España[46].

La Asociación que profesó ideas modernas, pensando que la finalidad de las cárceles no debía ser castigar, sino corregir, pretendió humanizar los centros penitenciarios, que carecían de la higiene más elemental.

Una de las primeras preocupaciones de la Asociación de Caridad de las cárceles madrileñas fue dotar a cada penal de una enfermería decente. La higiene alimentaria fue también objeto de los cuidados de la Asociación. Intervinieron también en la lucha contra los abortos e infanticidios que se practicaban comúnmente en las cárceles, y contra la muerte por abandono o falta de cuidados de los pobres niños traídos al mundo en aquellos presidios[47].

La condesa de Montijo a quien hemos visto como enfermera de la cárcel de la Corte, estuvo afectada durante dos años a aquellas salas. Su actividad en el seno de la Asociación es una de las más variadas. Participa en todos los acontecimientos mayores o menores que afectan a la vida de las reclusas.

La condesa de Montijo perteneció a aquel puñado de mujeres intrépidas que fueron las instigadoras de aquella obra de regeneración humana en favor de las reclusas. Conoció todos los resortes de la organización, sirvió en todos los puestos que le confiaron. Por su experiencia y dedicación se convirtió en uno de los elementos de peso en la Asociación de Caridad de las tres cárceles de mujeres de Madrid. Además, María Francisca perteneció a la Congregación del Hospital de Pasión, que atendía a las enfermas incurables. Cada domingo, junto a sus hermanas de Congregación, se revestían con una especie de saco y pasaban a las salas de las enfermas donde hacían las camas, las aseaban y repartían alimentos y limosnas. Al morir, pidió la condesa que le amortajaran en aquel tosco hábito, el saco[48].

 

4.4.- Su labor en la Inclusa de Madrid. Curadora de expósitos

Es cierto que la condesa de Montijo se preocupó para reformar las prisiones de mujeres, porque vivían en condiciones miserables, pero no podía dejarse conmover por la lastimosa situación en la que se encontraban los más pequeños, a los que conocemos por expósitos, niños abandonados. En este terreno, su actividad, particularmente eficaz y notable, se ejerció gracias a la institución benéfica de la Inclusa[49].

Entre 1794 y 1799, la Inclusa dependía de la parroquia de San Ginés. Las cifras de mortandad de los expósitos eran alarmantes. En Madrid la tasa de fallecimiento en los expósitos llegaba al ochenta por ciento.

La condesa de Montijo no podía ignorar el mal funcionamiento de la Inclusa, su mala gestión económica, los abusos cometidos por el personal, la deficiente alimentación, junto con las nulas condiciones higiénicas y sanitarias en detrimento de millares de inocentes. Conmovida por el relato de tantas miserias soportadas por los niños, alarmada por la elevada proporción de fallecimientos, concibió el proyecto de interesar a la Junta de Damas en aquel doloroso problema. Al encontrar en ellas un eco favorable, se dirigió entonces, el 3 de julio de 1789, a la Junta, proponiéndole tomar a su cuidado la crianza de los niños expósitos. No fue una tarea fácil.

No sería hasta el 13 de septiembre de 1799, cuando Carlos IV entregó la dirección de la Inclusa a la Junta de Damas, ante la persistencia de María Francisca de Sales Portocarrero. El rey puso las bases en sus decretos, a fin de hacer posible los objetivos deseados como era por entonces, mejorar la eficacia en la gestión, tan deteriorada, encomendando su gestión a la Junta de Damas. La cual, primero tuvo que hacer frente a la parte económica, demandada por el sustento inminente de los niños[50].

La condesa de Montijo fue nombrada curadora de expósitos. Logró poner orden en el centro e invertir la situación tan negativa con la que se había encontrado. En 1800 y tras doce meses de hacerse cargo la Junta de Damas de la Inclusa, la mortalidad se había reducido hasta un 46% y, en 1801, al 36% lo que probaba holgadamente la eficacia e inteligencia de esas damas al frente de la institución cuando asumieron su gerencia y dirección. Sin embargo, María Francisca tuvo que dejar la Junta de Damas en septiembre de 1805 al ser desterrada de la Corte.

 

5.- LA TERTULIA DE LA CONDESA. SUS AMIGOS

La condesa de Montijo quedó viuda el 24 de octubre de 1790. Don Felipe Palafox había sucumbido quizá a los ataques repetidos de unas fiebres malignas, ante las que la medicina de su tiempo se revelaba impotente y causaban más estragos que cualquier otra enfermedad. Fue enterrado, siguiendo sus deseos, en la parroquia de San Martín, sin honores militares y en secreto, rechazando cualquier acompañamiento ostentoso. Tenía entonces la condesa treinta y seis años. La desaparición de Felipe Palafox dejó sumida a María Francisca de Sales en un profundo desconcierto.

El matrimonio había abandonado la residencia de la plazuela de los Afligidos para instalarse en un palacio situado en la calle del Duque de Alba. Allí habría de casar a cinco de sus hijos[51].

Tras la muerte de don Felipe Palafox, la condesa se mantuvo viuda durante cinco años, al cabo de los cuales decidió contraer segundas nupcias. Se encontraba entonces en plena madurez, y esta vez su elección seguiría su propio criterio buscando establecer un vínculo personal satisfactorio, al margen de cualquier convencionalismo, a pesar de tener que sortear varios obstáculos en su camino, puesto que el elegido poseía un rango social inferior al suyo.

En consecuencia, contrajo uno de esos matrimonios desiguales que no estaban permitidos por la legislación vigente; por ello, quizás no sea demasiado aventurado afirmar que, posiblemente, se tratara de un matrimonio por amor, al estilo de los que estaban abriéndose paso y ganando terreno en la sociedad europea de la época.

El futuro cónyuge era su gran amigo desde hacía tantos años, Estanislao de Lugo-Viña y Molina[52], un reputado erudito con el que tenía en común afinidades de todo tipo, ideológicas, intelectuales y religiosas; indudablemente, debió ser su personalidad la que le hizo ser tan atractivo a sus ojos, después de conocerle durante largo tiempo, ya que era uno de los contertulios habituales de su salón. Matrimonio que precisó la necesaria aprobación real, dada su pertenencia a la grandeza de España. Esta vez, como la anterior, la condesa fue nuevamente afortunada al disfrutar de un matrimonio muy bien compenetrado; era el año 1795. Desde entonces permanecieron juntos, siendo su fiel compañero en todo momento, confortándola en los sucesos difíciles que le tocó vivir, acompañándola a los diferentes destinos a donde la arrastró el destierro, y estando a su lado cuando se produjo su muerte, en 1808.

La proyección pública como aristócrata comprometida con la política reformista de los gobiernos ilustrados, de la VI condesa de Montijo, le hizo irradiar una gran autoridad entre sus contemporáneos hasta el punto de ser reconocida a lo largo de su vida con diferentes honores, entre los que destaca la condecoración que obtuvo de la Banda de la Orden de María Luisa, en 1795[53], año en la que se casó en secreto con Estanislao de Lugo.

Mujer de su tiempo, supo adoptar y adaptarse a las prácticas de sociabilidad ilustrada, manteniendo un salón en su domicilio al que concurrían como visitantes y contertulios los personajes más significativos de la escena política del momento, desde servidores del estado a escritores y eclesiásticos. Anfitriona de su salón, conductora de la conversación y agente de mediación entre los tertulianos.

Como ejercicio instructivo, formando parte de la educación materna, solía llevar consigo a sus hijas, que pronto se acostumbraron a frecuentar estos círculos, y que luego

reproducirían[54]. Situado en su palacio del centro de Madrid, en la Calle del Duque de Alba, fue el único de los salones madrileños que no se permitió ninguna frivolidad ya que las preferencias de los temas tratados en las conversaciones que se realizaron giraban en torno a una variada temática, pero siempre en relación con la filosofía, la moral, la religiosidad, la actividad política, la asistencia a los necesitados, el arte, las matemáticas y la física.

Llegó a ser uno de los círculos más representativos de la sociedad madrileña, además de los más polémicos ya que sus asistentes representan al sector jansenista o al grupo de diaristas congregado alrededor del periódico El Censor; allí solían acudir gran número de eclesiásticos ilustrados, desde la alta jerarquía como su cuñado, Antonio Palafox, obispo de Cuenca y Antonio Tavira y Almazán, obispo de Salamanca y miembro de la Real Academia Española de la Historia y de la de Bellas Artes, canónigos de San Isidro como Baltasar Calvo y otros miembros del clero medio como Juan Antonio Rodrigavárez, incluso algunos religiosos como el dominico Fray Antonio Guerrero y el Padre Estala; altos funcionarios como Jovellanos, Llaguno y Amírola, Samaniego, y Urquijo, además de artistas, escultores y pintores, como Selma, Carmona, Bayeu, Vicente López, Esteve, Goya y Manuel Álvarez, magistrados como Meléndez Valdés, y marinos como Martín Fernández de Navarrete y José Vargas Ponce, Lorenzo Villanueva, José Yeregui. Así mismo asistían a ella ilustres escritores como López de Ayala, Forner o los Iriarte. Muchos de ellos serán acusados de profesar ideas jansenistas y sufrirán diversos castigos, incluida la anfitriona, como después veremos[55].

Resulta verosímil, asegura la historiadora Paula de Demerson que sus protectores habituales Jovellanos o el obispo Tavira, fueron quienes presentaron al extremeño Meléndez Valdés a la familia Montijo. Pero el ribero Juan Meléndez Valdés fue más que un amigo de la condesa. Fue otro extremeño, Bartolomé José Gallardo, bibliógrafo, erudito y escritor, el que afirmó que “los amigos de la condesa de Montijo fueron todos los hombres eminentes que en su tiempo hubo en España: Jovellanos, Cabarrús, el ilustrísimo Tavira, y sobre todo mi paisano Meléndez, que fue su tierno amigo, y más que amigo. De sus labios y de los del sabio Tavira oí en Salamanca mil elogios de esta dama”[56].

 

6.- EL LADO JANSENISTA DE LA CONDESA

Fue un hecho que le llevó a conocer las penalidades del destierro, teniendo que abandonar la Corte y su entorno familiar, sus amistades y conocidos, y sus tareas en la Junta de Damas, abocándola al ostracismo en el que vivió sus últimos años. Los motivos aducidos para el castigo se enmarcan en la represión desatada contra el grupo de los llamados neojansenistas o filojansenistas, al que supuestamente se hallaba vinculada la condesa. Los problemas comenzaron en 1801 cuando la reacción ultramontana[57] desarrolla una fuerte ofensiva contra los ilustrados, especialmente dirigida contra Urquijo, a propósito de los famosos decretos eclesiásticos de 1799.

La Inquisición pone al obispo Tavira en su punto de mira y acepta la denuncia contra el autor de los citados decretos; poco después se produce la destitución de Urquijo[58], al que le sigue su confinamiento en Pamplona, junto con la detención de Jovellanos. En pocos meses la red neojansenista y especialmente la tertulia de la condesa queda desmantelada y sus miembros dispersados o reducidos a la impotencia[59].

La acusación de jansenista a la condesa no era nueva, pudiéndose remontar a su labor de traductora de la obra del francés Nicolás Letourneux, Instrucciones cristianas sobre el sacramento del matrimonio y sobre las ceremonias con el que la Iglesia lo administra. Dicha traducción, con el paso del tiempo, fue la causa de que se le atribuyera un papel de primer plano dentro del grupo jansenista español.

Posteriormente se sumarían otros cargos como el de haber mantenido correspondencia con el francés Clément, que sumaron un total de cuatro cartas en cuatro años. También se le reprocharía haber dirigido otras dos misivas a Bonnet, el editor de Nouvelles Ecclesiastiques; una publicación que había criticado duramente en sus páginas la estricta censura ejercida por la Inquisición sobre la cultura española, y sus negativas consecuencias, donde parece ser que tuvo alguna colaboración la condesa.

En realidad, fue una verdadera lucha por el poder entre los distintos grupos de la política española del momento: ultramontanos e ilustrados, donde habría que insertar el doble juego de Godoy, primero cercano a ellos y después sumándose a sus opositores. El carácter religioso de las acusaciones no logró enmascarar lo que fue una batalla frontal política e ideológica entre facciones.

María Francisca de Sales Portocarrero fue una cristiana comprometida. Sin embargo, la historiografía sólo se ha fijado en el lado jansenista de la condesa, sí es que alguna vez tuvo tal lado, y no pasó de ser una para-jansenista. Muchos[60] cercenaron la verdadera dimensión de la condesa por haber traducido una obra jansenista, viéndose inquietada por el Santo Oficio y luego perseguida y desterrada de la Corte.

Los llamados para-jansenistas españoles, que se reunían en el salón de la condesa de Montijo, no tenían otra mira y meta que irradiar un programa de renovación cristiana, y de regeneración espiritual de la nación española. No se supo comprender el espíritu de la reforma religiosa, que pretendían los llamados jansenistas, se la desfiguró y malinterpretó.

Las aspiraciones de los para-jansenistas españoles fueron traicionadas por el Estado, o para ser más exactos, por el favorito Manuel Godoy. Demasiados adelantados para su época, quedaron incomprendidos y fueron ferozmente perseguidos[61]. Fue la destitución de Urquijo, secretario de Estado durante el reinado de Carlos IV (1798-1800), enemigo ministerial de Godoy, la que precipitó la persecución inquisitorial contra los jansenistas[62].

 

7.- EL DESTIERRO EN MONTIJO Y LOGROÑO

En septiembre de 1805, la noticia llegó al seno de la Junta de Damas, se desterraba de la Corte a la condesa de Montijo. Aquella mujer que había animado con su inteligencia, su autoridad, su energía, su empuje al grupo de las Amigas del País durante dieciocho años; que había sacrificado al bien de la nación y de sus semejantes su propia vida personal, que había tenido fe en un ideal de vida más justo y más humano[63].

María Francisca de Sales Portocarrero formó parte, y muy activamente del movimiento femenino de la segunda mitad del siglo XVIII español, que pretendía salir del ostracismo en el que siempre estuvo condenado el mal llamado sexo débil.

La Real Orden de fecha el 7 de septiembre precisa que el rey se halla informado que la condesa habla más de lo que debiera, que está faltando en cierto modo al respeto debido al monarca; que sus actividades e intrigas son contrarias al servicio del rey, y que es voluntad que abandone Madrid en el plazo de tres días. El 9 de septiembre acató la orden del destierro y emprendió la retirada a sus tierras en los Estados de Montijo, en las que durante largos meses residió con su esposo, Estanislao de Ligo y su numerosa servidumbre en el palacio que poseía en Montijo.

Este acontecimiento que pudiera parecer un hecho aislado dentro de la historia de la villa, pone si embargo de manifiesto, el enrarecido ambiente político que se vive en los años que preceden al estallido contra el invasor francés. Pues ese ambiente convulso afecta a todas las esferas de la vida política de principios del XIX, incluso a niveles municipales de carácter local, ya que Godoy siguió muy de cerca todos los movimientos que María Francisca de Sales Portocarrero realizó en su destierro[64].

La llegada de María Francisca de Sales Portocarrero alteró de alguna manera la vida cotidiana de las villas de Montijo y Puebla de la Calzada, ambas eran “pueblos de señorío perteneciente a la excelentísima Señora Condesa del Montijo, en consecuencia, de lo cual pone los alcaldes ordinarios y presenta el beneficio curado”[65].

Previo a la llegada al destierro de la condesa de Montijo, las tierras de los Estados de Montijo habían padecido plagas de langostas que obligaron a los labradores a roturar los campos. Fueron años de sequía y con ella escasez y malas cosechas[66]. Un pan de trigo costaba entonces seis reales. En cuanto a las enfermedades que padecían los vecinos “la endémica es la terciana, y solo se cura con potazión de muchas orozas de quina, la dominante es la thisis inmutable”[67].

María Francisca de Sales Portocarrero y su esposo Estanislao de Lugo se instalaron en el viejo palacio donde habían nacido su abuelo y bisabuelo[68]. Era una vasta fábrica, baja y ancha, de una sola planta, con un elegante, aunque modesto portal dominado por el escudo de armas del IV conde Montijo. En su interior una fuente de mármol, una columna romana y una amplia cocina con una inmensa campana era lo más destacado[69].

La vida de María Francisca de Sales Portocarrero se reorganizó. La condesa se encontró con su administrador, Manuel Flores Calderón, de quien documentalmente sabemos que había llegado a la villa el año anterior. Estableció relaciones con las autoridades municipales y eclesiásticas, vecinos y colonos. Visitó sus haciendas, revisó las cuentas y comprobó la lista de los morosos y los incumplimientos sobre el diezmo de granos, semillas y ganados que tenía por un privilegio real.

Eran años en los que la villa de Montijo ofrecía escasos recursos en el terreno de lo social o intelectual. Suponemos que alguna que otra saludable tertulia haría con el cura párroco, don Gonzalo Vélez de Guevara, de la orden de Santiago[70], el alcalde Juan Gutiérrez Gragera. Pedro Gragera y Cristóbal Amores, miembros del Consistorio municipal. Don Diego Machado y Medina, secretario del Ayuntamiento. Junto con algunos miembros de la nobleza montijana, agricultores y ganaderos acomodados, como don Alonso Bootello de San Juan y don Vicente Bérriz Donoso. Como cristiana comprometida debió desvelarse por la Obra Pía de los pobres de la villa de Montijo a la que dispensaba frecuentes donativos.

Uno de los asuntos que trató en sus tertulias fue la construcción del cementerio, con la finalidad de abandonar la costumbre de enterrar en la iglesia parroquial. Pedían que fuese en un lugar ventilado y capaz para una población que llegaba a mil vecinos, a veces azotada por las epidemias, y que tuviese una capilla[71].

No faltarían las visitas al convento de religiosas clarisas franciscanas, edificio que levantó en 1685 su bisabuelo don Cristóbal Portocarrero de Guzmán, erigido en 1704 bajo la advocación del Santo Cristo del Pasmo, pues la condesa y de Montijo y sus predecesores eran patronos de él con la facultad de presentar dos candidatas sin dote[72]. Documentalmente consta que María Francisca de Sales Portocarrero ejerció tal derecho, presentando a María Antonia Vara del Rey y Botello, natural de Alburquerque, y a María Ramos Escobar, natural de Montijo, en 1769 y 1789[73].

Dos meses antes de la llegada de la condesa a Montijo, el 13 de julio, la comunidad de religiosas había tenido capítulo ordinario, siendo elegida abadesa, sor Orosia de la Concepción[74]. Frecuentes fueron también las visitas al convento-hospicio de franciscanos observantes que había fundado su abuelo, don Cristóbal Portocarrero y Funes de Villalpando, V conde de Montijo, del que era asiduo a sus tertulias en su casa palacio el religioso franciscano Antonio Calvo.

La apacible y tranquila vida en Montijo no pudo con los deseos de actividad de María Francisca de Sales Portocarrero, pues a finales de junio de 1806 se encontraba instalada en la ciudad de Logroño, para hacer una cura de aguas termales en la localidad de Arnedillo, donde pudo contactar con antiguas amistades. En esta ciudad recibió la noticia que hablaba de la participación de su hijo y sucesor, Eugenio Eulalio Palafox Portocarrero, entonces conde Teba, en los acontecimientos ocurridos entre el 17 y 19 de marzo en Aranjuez, en el que su hijo fue un destacado animador al frente del motín bajo el apodo del tío Pedro, que acabó con Godoy.

Tras el motín de Aranjuez, uno de los primeros sonidos de la agonía del Antiguo Régimen, Fernando VII levantó el destierro a la condesa, que ilusionada inicia los preparativos para su vuelta a Madrid. No llegó a hacerlo porque le entró una calentura aguda inflamatoria, de la que nada pudieron hacer los médicos para su curación, falleciendo el 15 de abril de 1808 cuando tenía cincuenta y cuatro años[75]. La ilustrada condesa de Montijo fue integrante de la parte más sana, más digna y más admirable del siglo XVIII español[76]. Antes de morir pidió le amortajaran con el saco que tantas veces se revistió para socorrer a las enfermas incurables que atendía en la madrileña Congregación del Hospital de Pasión.

 

8.- MANUEL FLORES CALDERÓN

Manuel Flores Calderón nació en Peñaranda de Duero (Burgos) el 23 de diciembre de 1775, en el seno de una familia de labradores de los más ricos de Peñaranda. Con trece años ingresó en el Seminario de Santo Domingo de Guzmán perteneciente a la vieja Universidad del Burgo de Osma, en el que obtuvo el bachillerato en Artes, la licenciatura en Teología y la cátedra de Filosofía en 1796. Durante cuatro años, el joven catedrático, impartió clases en la Universidad de Santa Catalina[77].

Flores Calderón contrajo matrimonio, el 10/IV/1799, con Isabel García Marcos, una jovencita a la que conocía desde niña, hija de una acomodada familia de profesionales del derecho. Para su boda, la condesa de Montijo regaló a la novia un valioso aderezo de esmaltes y piedras preciosas montadas sobre plata.

Flores Calderón, a comienzos de 1800, se presentó a dos oposiciones en el Real Seminario de Nobles de Madrid, una de Lógica Metafísica y otra de Filosofía Moral, consiguiendo el grado de bachiller en leyes y más tarde el título de abogado.

El ambiente de la Universidad de Santa Catalina del Burgo de Osma, repercutió en la personalidad, formación e ideas de Manuel Flores Calderón. La presencia de varios obispos ilustrados había renovado el ambiente científico y cultural del centro, permitiendo la entrada de corrientes afrancesadas, admitiendo la llegada a las aulas de catedráticos, licenciados y canónigos cada vez más fieles a las teorías de la Ilustración; quienes asumían planteamientos no muy lejanos a los defendidos aquellos años por la corriente jansenista.

De todo ello no permaneció ajeno Flores Calderón, profesor de filosofía, y por lo tanto observador privilegiado de la labor de los enciclopedistas franceses, tomando partido por el sector del claustro más comprometido con los postulados libertarios, bajo los auspicios de su íntimo amigo y lejano familiar, José Esteban Marrón.

La saludable amistad entre María Francisca de Sales Portocarrero, VI condesa de Montijo, con el antiguo obispo de la diócesis de Osma, don Antonio Tavira Almazán[78], que era asiduo miembro de las tertulias de la condesa en su palacio, posibilitaría una relación próxima de Manuel Flores Calderón con la condesa. El peñarandino decidió abandonar la docencia a causa del pobre salario que recibía. Acababa de casarse, tenía dos niños pequeños y aspiraba alcanzar una posición suficiente. Estos debieron ser los motivos para que en 1803 fuese contratado como administrador de la condesa para sus posesiones en sus Estados de Montijo.

 

8.1.- Administrador de la VI condesa de Montijo

Flores Calderón se batió en la arena universitaria y en el mundo de la política desde la razón y el bien público. Trató con los más brillantes poetas y artistas de su tiempo. Fue un idealista sensato y honesto. Coherente con sus ideas, quien en su rebeldía consciente y contra corriente, le llevó hasta el punto de sacrificar su propia vida.

Los documentos hablan que Manuel Flores Calderón, en 1804, estaba en Montijo, pues el 10 de agosto de ese año, le nacía al matrimonio el tercero de sus hijos, a quien pusieron por nombre Lorenzo. Un parto que presentó algunas dificultades, teniendo que intervenir el cirujano Pedro Domínguez. El nuevo neófito fue bautizado el 3 de septiembre en la parroquia de San Pedro Apóstol, del que fue padrino el párroco don Gonzalo Vélez de Guevara, y testigos don Alonso Bootello de San Juan y don Vicente Bérriz Donoso, dos notables hacendados y miembros de la nobleza de Montijo[79].

Alojado en la casa-palacio que la condesa tenía en Montijo, la vida del administrador transcurría con normalidad. Sin embargo, un suceso inesperado cambió la vida de la familia Flores Calderón a mediados de 1805. La condesa María Francisca de Sales Portocarrero había sido desterrada de Madrid por Carlos IV, bajo la influencia de Manuel Godoy, eligiendo ésta pasar una temporada en sus posesiones de Montijo, como hemos narrado anteriormente.

La marcha de la condesa, meses después, hacia sus estados de Logroño, trajo la normalidad a la casa-palacio de Montijo. Isabel García Marcos se quedó nuevamente embarazada, trayendo al mundo, el 23 de abril de 1807, un nuevo vástago. Una niña al que pusieron por nombre Paula. Fueron sus padrinos Norberto, el hermano menor de Manuel Flores Calderón, y su amigo de toda la vida, José Esteban Marrón[80]. Esta vez la madre no se recuperó del parto satisfactoriamente y murió tres semanas más tarde, el 14 de mayo de 1807[81].

Flores Calderón quedó viudo y con cuatro hijos pequeños: Benito, Isabel María, Lorenzo y Paula, viviendo apesadumbrado, alejado de los suyos, deambulando por la casa ancha y baja, encalada de blanco y presidida por el escudo de armas de los Montijo, a quien la noticia luctuosa del fallecimiento en Logroño, de la condesa, le entristeció aún más.

El título y propiedades de la Casa de Montijo fue heredado por el hijo de mayor de la condesa, don Eugenio Eulalio Portocarrero y Palafox, un personaje singular, cuyos devaneos políticos perturbaron en más de una ocasión a su madre.

Alineado ideológicamente en el partido aristocrático, Eugenio Eulalio Portocarrero defendió activamente la candidatura del príncipe Fernando[82]. Actitud que le llevó a participar en componendas y conspiraciones palaciegas. Participando en el motín de Aranjuez, cuyos promotores deseaban destronar a Carlos IV y relevar del cargo de primer ministro Manuel Godoy.

 

8.2.- Un quinquenio monstruoso

Los acontecimientos políticos y militares se precipitaron irremisiblemente, inaugurándose un período al que Manuel Flores Calderón llamará años más tarde, el quinquenio monstruoso, en clara alusión a la Guerra de la Independencia.  Las sublevaciones populares contra el ejército francés que desde noviembre de 1807 ocupaba, de modo pactado, España, se multiplicaron.

El levantamiento popular madrileño del 2 de mayo alertó a muchos españoles convencidos del cariz que había tomado la invasión napoleónica. El 29 de junio de 1808, el cura párroco de Montijo, don Gonzalo Vélez de Guevara, desde el púlpito, enardeció el ánimo a sus feligreses y los conminó a defender la patria, la religión y la monarquía que había sido usurpada por los franceses[83].

La recién organizada Junta de Extremadura ordenó la requisa de todo tipo de artículos, víveres, caballerías… que permitieran la resistencia armada. El conde de Montijo hizo entrega de sus granos y pertenencias en Extremadura, por lo que la administración de la hacienda dejó de tener sentido. Además, una tropa de más de 4.800 hombres y un escuadrón de caballería de 800 caballos se alojaron en Montijo durante el verano de 1809. Manuel Flores Calderón con sus cuatro hijos tuvieron que refugiarse en Badajoz.

Ambos, conde y administrador, protagonizan en el mes de agosto de 1809 -con motivo de la entrevista mantenida del primero con el General Wellington- en el que el Conde de Montijo, en un gesto patriótico entregaba lo que le quedaba de su renta y lo poco que aún no había recogido de su cosecha. A pesar de ello, fue apresado, tal y como se desprende de la carta escrita por Manuel Flores Calderón desde Badajoz, el 30 de agosto de 1809: “en medio de esta triste situación de que me hallo, como toda mi familia y el Señor Conde de Montijo, no puedo menos dirigirme a usted. El Conde, mi señor, ha sido mandado arrestar, los papeles de Montijo, inventariados, recogidos, y con toda mi familia, al principio, puestos en la calle; aún tenemos la bondad del señor Comandante Federal interino”[84]. Meses más tarde, Flores Calderón marchó a Peñaranda de Duero con el propósito de proteger a su familia.

 

8.3.- Flores Calderón en el Trienio Liberal. Presidente del Congreso de los Diputados

Terminada la guerra, Flores Calderón reinició su relación con el conde de Montijo, trasladándose a Segovia, provincia en la que don Eugenio Eulalio Portocarrero poseía un importante patrimonio. La proximidad a la capital de España le permitió conocer gente influyente y participar cada vez más intensamente en los conciliábulos madrileños a través de la masonería[85], vehículo imprescindible para formar parte, desde la clandestinidad en la política nacional. Reinstaurada, en 1820, la Constitución gaditana, el administrador de los Montijo era entonces vecino de Segovia y residente en Madrid.

La relación de amistad que dispensaba el conde de Montijo a Manuel Flores Calderón no era la de un subalterno cualquiera. El Administrador gozaba de la plena confianza del Grande de España y, a pesar de ciertas diferencias de carácter, les unía una indudable sintonía ideológica[86].

No debe resultar extraño que Flores Calderón perteneciera, como el conde de Montijo, a la masonería. En los papeles reservados del rey Fernando VII, en los que se adjuntan informes sobre los masones de 1823 obtenidos por la policía, se le cita, apareciendo con el nombre masónico de Emmanuel.

Manuel Flores Calderón trabajó intensamente durante el denominado Trienio Liberal (1820-1823), participando en reuniones y cafés, a los que acudía a veces con su paisano, Juan Martín, “El Empecinado”. Con algunos compañeros de ideas fundó el Ateneo de Madrid y fue nombrado secretario de la recién creada Dirección General de Estudios, presidida por el afamado escritor Manuel José Quintana.

Una de sus mayores preocupaciones fue, según dejó constancia en varios ensayos, “la falta de escuelas, el mal estado de los edificios, la ausencia de fondos para pagar a los maestros, la inexistencia de aulas para niños”. Por estas fechas pronunció una conferencia en el Ateneo madrileño sobre “El método que debe seguirse en la educación”. En línea con el pensamiento ilustrado francés, creyó que mediante la educación la sociedad española de mediados del XIX se encaminaría por la línea del progreso y el bienestar. Flores Calderón fue elegido diputado a Cortes por la circunscripción de Burgos entre 1822 y 1823, siendo nombrado presidente de las mismas en febrero de 1823[87].

 

8.4.- Exilio en Londres. Fusilado en Fuengirola

Con la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis se vio obligado al destierro al igual que otros muchos liberales. Como otros muchos diputados que en 1823 votaron la destitución de Fernando VII fue condenado a muerte. Manuel Flores Calderón huyó a Gibraltar. Como José María Blanco White, romántico y desarraigado que abandonaría aquella ingrata España reaccionaria, encontrando refugio en Londres.

En esta ciudad se constituyó un gobierno provisional en el exilio que nombró a Manuel Flores Calderón y al general Torrijos representantes de los liberales españoles. En el barco en el que se trasladó hasta Londres viajaba junto a Manuel Flores Calderón el Duque de Rivas. Durante su exilio en Londres comenzaría los preparativos de una expedición que según sus previsiones llevaría a cabo, con los necesarios apoyos interiores, el desembarco en España, el levantamiento insurreccional y la toma del poder.

Manuel Flores Calderón, hijo de la Constitución de 1812, con sus ideales se adelantó a su época. Su exilio marcó el camino que habrían de seguir muchos españoles durante los siglos XIX y XX. Defensor de la modernidad frente a los que anclados en el pasado luchaban por sus privilegios medievales. La rebelión encabezada por el general José María de Torrijos y Manuel Flores Calderón fue el resultado de los cambios que vivía la sociedad española en su lucha por acabar con el absolutismo de Fernando VII.

Flores Calderón se exilió en Londres, junto a su hijo Lorenzo. Nueve años después, avalado por la autoproclamada Junta de Londres y acompañado por un puñado de patriotas consiguió dirigir, junto al general Torrijos, un pronunciamiento que devolviera la libertad a España. Intento baldío porque en la madrugada del 11 de diciembre de 1832[88], en la playa malagueña de San Andrés de Málaga fueron fusilados Torrijos, Manuel Flores Calderón y otros cuarenta y siete sublevados[89]. Entre los ejecutados se encontraba un niño de quince años que se había embarcado como grumete con ellos. Un fraile franciscano, fray Joaquín de Santa Teresa, asistió a los condenados a muerte[90].

Manuel Flores Calderón rogó al fraile, en aquella última confesión que pintó Antonio Gisbert en 1881, que es un alegato en defensa de la libertad y un grito contra el autoritarismo, que no se olvidara su justa causa: “nosotros no somos traidores, que nos trajo aquí el amor de nuestro país, el deseo de libertarlo de la esclavitud que sufre, de la ignominia que lo cubre, y que lo único que queremos es el bien y la felicidad de la patria”.

Sin embargo, fue devorado por los acontecimientos, pues como otros muchos perdedores construyó un paraíso tentado por lo imposible. Abrazó la Constitución gaditana como el sueño patriótico y liberal de una sociedad que se había ganado el derecho de entrar en nuevos valores, muy distintos a los del viejo sistema, pues todo aducía por la renovación del país y la libertad de los españoles.

 

 

 

 

FUENTES DOCUMENTALES

 

ARCHIVO PARROQUIA DE LOBÓN (APL). Catastro del Marqués de la Ensenada. Libro de Seglares. Año 1753.

ARCHIVO PARROQUIA SAN PEDRO APÓSTOL DE MONTIJO (APSP). Libro II de Bautismos. Años 1620-1641. Libro IV de Bautismos. Años 1673-1703. Libro XII de Bautismos. Años 1799-1807. Libro XIII de Bautismos. Años 1807-1815. Libro I de Defunciones. 1807-1835. Libro de cuentas de la cofradía de Ntra. Señora de Barbaño (1795-1833).

ARCHIVO MUNICIPAL DE MONTIJO (AMM). Catastro Marqués de la Ensenada. Libro de Respuestas Generales. Año 1753. Legajo 3, Carpeta 24: Libro registro de caballos, yeguas y potros. Año 1775. Legajo 4, Carpeta 85. Año 1808.

ARCHIVO MUNICIPAL DE PUEBLA DE LA CALZADA (AMPC). Legajo 3, Carpeta 13. Legajo 3, Carpeta 18. Año 1776. Legajo 3, Carpeta 13.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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[1] FRANCO RUBIO, G.A.: Una vida poco convencional en la España de las Luces: La Condesa de Montijo (1754-1808). Madrid 2011. p. 79. En la obra de Emilio Palacios Fernández, Veintiséis estudios sobre el siglo XVIII español.

[2] El marquesado de Villanueva del Fresno fue concedido el I/XI/1544 a don Juan Portocarrero y Cárdenas, señor de Villanueva del Fresno y Moguer, I señor de Barcarrota, caballero de la Orden de Santiago.

[3] ALONSO y LOPEZ, A. y otros: Elenco de grandezas y títulos nobiliarios españoles. Madrid 1976. p. 346. También NAVARRO DEL CASTILLO, V.: Montijo, apuntes históricos de una villa condal. Cáceres 1974. pp. 31-38

[4] Al fallecimiento de su tía, doña María Enriquez de Ribera, heredó agregado al Estado de Montijo la villa de Puebla de la Calzada. Conf. NAVARRO: Montijo, apuntes… Op. cit. p. 40.

[5] ARCHIVO PARROQUIA SAN PEDRO APÓSTOL (APSP). Libro II de Bautismos. Años 1620-1641. Hijo de don Cristóbal Portocarrero y Enríquez, III marqués de Valderrábano, e Inés de Guzmán y Córdoba, VII marquesa de La Algaba. Fue bautizado por don Gómez Silvestre, cura del hábito de Santiago. Fue su padrino su abuelo, don Cristóbal Portocarrero y Luna.

[6] No disponemos de su partida de defunción al no conservarse los libros de Defunción para ese período en el Archivo Parroquial de Montijo. El primer Libro de defunciones comienza en 1807.

[7] Su escudo de armas aparece en las puertas llamadas del Pilar, inaugurada en 1692, y la de San Antonio de las murallas de Badajoz, construidas en el nuevo sistema abaluartado del s. XVII.

[8] ARÉVALO SÁNCHEZ, A.: Las clarisas de Montijo. Historia del Monasterio Santo Cristo del Pasmo. Cáceres 2007. p. 33. El escudo del IV conde de Montijo está en la casa-granero, Puerta del Perdón de la parroquia de San Pedro y en el convento de las clarisas. También en una casa de la plaza de España de Villanueva del Fresno.

[9] APSP. Libro IV de Bautismos. Años 1673-1703. Fue bautizado el 19 de marzo por el cura párroco de la Orden de Santiago, don Rodrigo Alfonso Barrena y Gragera.

[10] FERNÁNDEZ SÁNCHEZ, T.: Escritores franciscanos de Extremadura. Revista de Estudios Extremeños. Diputación de Badajoz. Tomo XLI, número 1, año 1985. p. 47.

[11] Contrajo matrimonio con su sobrina, doña Dominga Fernández de Córdoba, hija de su hermana doña Catalina Portocarrero de Guzmán, condesa de Teba y de don Antonio Fernández de Córdoba y Figueroa. Fue doña Dominga dama de la Princesa de Asturias.

[12] DEMERSON, PAULA: María Francisca de Sales Portocarrero, condesa del Montijo. Una figura de la Ilustración. Madrid 1975. pp. 21 y 22.

[13] Instituido el 9/IX/1614 a favor de don Francisco Enríquez de Almansa y Manrique de Ulloa, virrey de Nueva España, caballero de la Orden de Alcántara.

[14] ARCHIVO MUNICIPAL DE MONTIJO (AMM). Catastro Marqués de la Ensenada. Libro de Respuestas Generales. Pregunta trigésimo novena, fol. 27. 28/III/1753.

[15] Fue dama de la reina María Amalia de Sajonia.

[16] La historiadora Paula de Demerson señala que, en el testamento del padre de María Francisca de Sales, éste dispone que su hija fuese admitida en el convento de la Visitación. Añadiendo que el nombre de la futura condesa obedece a la devoción que la familia Montijo profesaba a San Francisco de Sales. Y tal vez a la intervención directa de su tío Luis Antonio Fernández de Córdoba Portocarrero, XIII conde de Teba, cardenal-arzobispo de Toledo, que por aquellas fechas era protector del convento de la Visitación, quien visitó a la condesita durante su internado en las Salesas. Conf. PAULA: María Francisca de Sales Portocarrero… Op. cit. p. 37.

[17] FRANCO RUBIO: Una vida poco convencional en la España de las luces… Op. cit. pp. 81-82

[18] En el segundo piso, salón amarillo.

[19] MORALES PIGA, M.L.: Andrés de la Calleja. Tesis Doctoral. Universidad Complutense de Madrid. Departamento de Historia del Arte Moderno II. Madrid. 2016. pp. 66-67

[20] Don Cristóbal Portocarrero y Funes de Villalpando, falleció en Madrid el 15/VI/1763. En las venas de la condesa se mezclaba la sangre de los Fernández de Córdoba con la de los López de Zúñiga que le surtieron de los derechos para ostentar el ducado de Peñaranda, y con la de los Pacheco, Portocarrero y Téllez Girón, biznieta materna del V duque de Uceda. Sin olvidar la ascendencia de su condado de Fuentidueña en el condestable Álvaro de Luna y en los Pimentel.

[21] ARCHIVO MUNICIPAL DE PUEBLA DE LA CALZADA (AMPC). Legajo 3, carpeta 18, folio 9. 21/VIII/1776.

[22] Entre los que se encuentran las villas de La Adrada, Puebla de la Calzada, Huétor Tájar, Codesal, Ablitas, Vierlas, Los Palacios y Romanillos. Conf. AMPC. Legajo 3, carpeta 13, folio 1.

 

[23] Los dos fallecidos fueron María del Patrocinio e Ildefonso.

[24] María Tomasa de Palafox y Portocarrero (1780-1835), contrajo matrimonio con Francisco de Borja y Álvarez de Toledo y Gonzaga, XVI duque de Medina Sidonia.

[25] Eugenio Eulalio (1773-1834), casado con María de Ignacia Idiáquez Carvajal, y Cipriano (1784-1839). Contrajo matrimonio con María Manuela Kirkpatrick Grivegnée, padres de la XV Duquesa consorte de Alba, y de la Emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo.

[26] María Benita Dolores de Palafox y Portocarrero (1782-1818), casada con Antonio Ciriaco Belvis de Moncada Álvarez de Toledo.

[27] María Ramona de Palafox y Portocarrero (1777-1823). Contrajo matrimonio con José Antonio Cerda Marín de Resende

[28] María Gabriela de Palafox y Portocarrero (1779-1820). Casó con su primo Luis Rebolledo de Palafox y Melzi.

[29] Los Montijo vivieron en la madrileña Plazuela de los Afligidos núm.1. Llamada así por el convento de San Joaquín de los Premostratenses, construido en 1635, y en cuyo interior se encontraba una imagen de Ntra. Señora de los Afligidos.

[30] El jansenismo era una doctrina que pretendía limitar la libertad humana partiendo del principio de que la gracia se otorgaba a algunos seres desde su nacimiento, y a otros se les negaba. Surgió en el s. XVI a raíz de la polémica sobre la noción de la gracia divina que enfrentó a los que otorgaban mayor poder a la iniciativa divina contra los que concedían primacía a la libertad humana. Conf. J.M. GRES-GAYER: Jansenismo, en J.Y. LACOSTE (Dir.), Diccionario crítico de Teología, Madrid 2007. pp. 630-632.

[31] DEMERSON: María Francisca de Sales Portocarrero… Op. cit. p. 247.

[32] Con escusas en las fincas Fresnillo, Fresno Pinel, Satisfoya de Hoces, parte de la antigua Vara y Sarteneja. Junto con el Rincón de Gila, Las Mesas, Las Lapas y Las Canchorras.

[33] AMM. Libro registro de caballos, yeguas y potros. Año 1775. Legajo 3, Carpeta 24.

[34] Año en el que don Felipe Palafox recibió el nombramiento de Mariscal de Campo.

[35] AMPC. Legajo 3, carpeta 18. Folio 9. 21/VIII/1776.

[36] ARCHIVO PARROQUIA DE LOBÓN (APL). Libro de Seglares, fols. 78-80.

[37] GARCÍA CIENFUEGOS, M.: Lobón en su historia. Mérida 2014. p. 161

 

[38] JUNTA DE DAMAS. http://juntadedamas.org/quienes-somos/historia

[39] Real Orden de 26/VIII/1787, comunicada por Floridablanca.

[40] Fundadas en 1775 por la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Conf. PALMA GARCÍA, D.: Las escuelas patrióticas creadas por la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País en el siglo XVIII. Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea. Universidad Complutense de Madrid. p.40.

[41] DEMERSON: María Francisca de Sales Portocarrero… Op. cit. p. 149.

 

[42] Ibídem. p. 165

[43] De esta manera, alimentando día a día el espíritu de la Ilustración, La Matritense promovía la educación como herramienta de desarrollo en beneficio de todos, convencidos de que el acceso a la cultura es el único camino para alcanzar la libertad.

 

[44] retratosdelahistoria.blogspot.com

[45] Consistían en labores manuales, siendo sus trabajos ejecutados en medias, calcetas, hilado de lino y estambre, mitones, camisas finas, cordones, cadenetas, sábanas, camisas, fundas de colchón, hilado y cardado, madejas de lana y alfombras.

[46] Asociación de Caridad de las tres cárceles de Madrid: La Galera, en la calle de Atocha; la Cárcel de Corte, en la plazuela de la Provincia, frente al palacio de Santa Cruz, y la Cárcel de la Villa, en la plaza de la Villa. En las que las mujeres se hallaban confinadas.

[47] DEMERSON: María Francisca de Sales Portocarrero… Op. cit. pp. 192-193.

[48] Ibidem. p. 200.

[49] Creada por la cofradía de Ntra. Señora de la Soledad y las Angustias, estuvo en la Puerta del Sol, entre la calle Preciados y la del Carmen.

[50] ESPINA PÉREZ, P.: Historia de la Inclusa de Madrid. Vista a través de los artículos y trabajos históricos. Madrid 2005. p. 163

[51] DEMERSON: María Francisca de Sales Portocarrero… Op. cit. p. 88.

[52] Nacido en La Orotava (Santa Cruz de Tenerife). Jurista y erudito; había sido preceptor del primogénito del infante don Luis. Posteriormente ingresó como oficial en la Secretaría del despacho de Gracia y Justicia, llegando a oficial quinto. Secretario del Rey; Académico de Bellas Artes; Caballero de la Orden de Carlos III, consejero del Consejo de Indias y, quizás su cargo más querido, director de los Reales Estudios de San Isidro, donde permaneció durante dieciocho años, atendiendo especialmente a su biblioteca. A la llegada de José I se hizo afrancesado, formando parte del Consejo de Estado. Con Fernando VII se exilió en Francia, afincándose en Burdeos, hasta su muerte, sobrevenida en 1833, cuando contaba ochenta años.

[53] La Real Orden de María Luisa, creada por Carlos IV en 1792 a instancia de su esposa, la reina María Luisa, para recompensar a las mujeres nobles que se distinguieran por sus servicios o cualidades.

[54] Su hija María Tomasa de Palafox y Portocarrero, esposa del XVI duque de Medina Sidonia, siguiendo los pasos de su madre, tuvo también un salón y, con el tiempo fue presenta de la Junta de Damas de la Matritense en los años de la Guerra de la Independencia.

[55] FRANCO RUBIO: Una vida poco convencional en la España de las luces… Op. cit. p.84.

[56] Bartolomé José Gallardo estudió filosofía en Salamanca y fue protegido del obispo Antonio Tavira Almazán.

[57] Término utilizado para referirse al integrismo católico que defendía la autoridad de la Santa Sede sobre la Corona, sosteniendo posiciones tradicionalistas dentro del catolicismo romano.

[58] Fue reemplazado por Manuel Godoy.

[59] DEMERSON: María Francisca de Sales Portocarrero… Op. cit. p. 299.

 

[60] Entre los que se encuentran, Vicente de la Fuente, Menéndez Pelayo, Coloma y Ángel Salcedo.

[61] OLAECHEA, R.: Dos casos de “Literatura” femenina en el XVIII español. Cuadernos de Investigación. Universidad de La Rioja. Tomo VII. Fasc. I y II. Año 1981. p. 117.

[62] ROMERO PEÑA, A.: Caída y persecución del ministro Urquijo y de los jansenistas españoles. Revista Historia Autónoma. Núm. 2. 2013. p. 90.

[63] DEMERSON: María Francisca de Sales Portocarrero… Op. cit. p. 243.

[64] Ibidem. p.328. El 13 de septiembre desde Madrid enviaban al Administrador de Correos de Badajoz que interceptase cualquier misiva dirigida a la condesa y a Estanislao de Lugo, lo mismo en Montijo que en Mérida, para remitirla al Administrador General de Correos de Madrid que sabía lo que tenía que hacer.

[65] LÓPEZ, T.: La provincia de Extremadura a finales del s. XVIII. Asamblea de Extremadura. Mérida 1991. pp. 316-320.

[66] “Mil quinientos sesenta y tres reales, importe de los recaudado en el novenario que se hizo de rogativas por las lluvias a Ntra. Señora”. Cargo del año 1802. APSP. Libro de cuentas de la cofradía de Ntra. Señora de Barbaño (1795-1833).

[67] LÓPEZ: La provincia … Op. cit. Montijo, respuesta a la décimo tercera pregunta. p.318.

[68] Edificado sobre la antigua Casa de la Encomienda de la Orden Militar de Santiago.

[69] La piqueta la demolió a mediados de los años setenta del pasado siglo. Construyéndose sobre ella y su huerta la urbanización de viviendas conocida como Huerta del Conde (calles Extremadura, América y Conquistadores).

[70] Era obispo prior de la Orden de Santiago, con residencia en Llerena, el fuentecanteño don José Casquete de Prado y Bootello.

[71] El cementerio se construyó en el Cerro de La Cruz. Fue inaugurado el 28/VI/1807, permaneciendo en servicio hasta 1914, en el que las autoridades acordaron hacer uno nuevo. Sobre su solar está el Parque Municipal.

[72] ARÉVALO: Las clarisas de Montijo… Op. cit. p. 48

[73] Ibídem. p. 64.

[74] Ibídem. Presidido por el párroco y juez comisario don Gonzalo Vélez de Guevara. p. 133.

[75] FRANCO RUBIO: Una vida poco convencional en la España de las luces… Op. cit. p.87.

[76] OLAECHEA: Dos casos de… Op. cit. p. 119.

[77] Los datos de este capítulo están basados en la obra de IGLESIA BERZOSA, J.: Vida de Manuel Flores Calderón. El compromiso heroico de un revolucionario. Revista Biblioteca, núm. 12, Aranda de Duero 1997. pp. 53-90.

[78] Fue prior del convento de Uclés, obispo de Canarias, Osma y Salamanca, profesor de las Universidades de La Laguna y de Salamanca (recibió el encargo de Campomanes para acometer su reforma), además de académico de la Real Academia de la Lengua, de la de Bellas Artes de San Fernando y de la de Historia.

[79] APSP. Libro XII de Bautismos. Años 1799-1807. Fol. 251.

[80] APSP. Libro XIII de Bautismos. Años 1807-1815.

[81] APSP. Libro I de Defunciones. 1807-1835. Fol 3 vto. Faltaba algo más de un mes para inaugurar el nuevo cementerio católico, por lo que Isabel fue enterrada en el interior del templo parroquial de San Pedro Apóstol

[82] Sin embargo, su hermano Cipriano abrazó el partido de José I, teniendo que expatriarse y regresar a España a finales del primer tercio del siglo XIX.

[83] AMM. Legajo 4, Carpeta 85.

[84] GÓMEZ VILLAFRANCA, R.: Extremadura en la Guerra de la Independencia. Sevilla 2008. p. 156.

[85] Eugenio Eulalio Portocarrero Palafox, VII conde de Montijo perteneció a la masonería. Su nombre masónico era Muley Abhim, tenía el grado veintinueve, era primer vigilante y el segundo entre los grandes dignatarios.

[86] En 1818 el conde le otorgó a su administrador un poder amplísimo para que éste le representara sin limitación alguna en todos sus estados.

[87] Nombrado presidente por 114 votos, de un total de 129. Del 25 de febrero al 22 de marzo las Cortes se reunieron en Madrid. Del 23 de marzo hasta el 1 de mayo lo hicieron en Sevilla.

[88] Fueron apresados y fusilados en las playas malagueñas por el delito de alta traición y conspiración contra los sagrados derechos de la soberanía de S.M., tras unos días de infructuosa resistencia, y sin celebrarse previamente juicio alguno.

[89] Entre los que se encontraba el almendralejense Francisco Fernández Golfin, hijo del IV marqués de la Encomienda.

[90] CALVO PÉREZ, J.J.: Manuel Flores Calderón: un ribereño hijo de la Constitución de 1812. Revista La Vela, IES Vela Zanetti, Aranda de Duero 2005. p. 34.

Nov 102017
 

Fernando Claros Vicario.

I.- NACIMIENTO Y FORMACIÓN.

Ceclavín, pueblo bronco de motines y contrabandistas, donde “el vecino que puede proporcionarse alguna caballería y algún dinero se dedica al tráfico, de donde cree poder adelantar más que en el cultivo de sus haciendas[1]” no es tierra apropiada para que florezca en ella la Ilustración. Su peculiar situación de “mesopotamia”, a la que no podía llegarse más que en barca hasta finales del siglo XVIII, no fomentaba el intercambio cultural. Sin embargo, en el pueblo dominado por “los señores de la frontera” en palabras de Miguel Ángel Melón[2], se encontrará también la figura de un ilustrado.

Bernardo Cipriano de Bustamante nació en Ceclavín el 16 de septiembre de 1758. Fue el segundo hijo de los cinco que tuvieron el matrimonio formado por don Bernardo Sánchez de Bustamante y Catalina Lorenzo Mirón. Don Bernardo Sánchez de Bustamante era a su vez hijo de don Bernardo Sánchez de Bustamante, el cual dejó la administración de su hacienda e incluso la organización de sus funerales en manos de su hijo don Isidoro José, formidable presbítero que aprovechó cuantas ocasiones tuvo en su mano para enriquecerse[3]. Don Isidoro José llegará a pleitear con su hermano Bernardo, acusándole de haberle detraído un buey de su propiedad, buey que se encontraba en realidad “acorralado” por orden de la justicia al haber invadido campos vedados[4]. Don Bernardo Sánchez de Bustamante hijo y Catalina se casarán el 22 de enero de 1755[5]. Un mes después, las tropas de Armendáriz ocuparán Ceclavín.

El Catastro de Ensenada, que recoge con minuciosidad nombres de ceclavineros y sus oficios, no dice nada de esta familia. No son pues “arrieros, tratantes de cera en pan y mantas de Palencia”, eufemismo con el que las autoridades ceclavineras designan a los contrabandistas.

Bernardo I nunca hizo testamento. El testamento de Bernardo II se ha perdido. Sin embargo, por el pleito de Isidoro contra Bernardo II, se sabe que eran ganaderos. Además, tanto Isidoro[6] como Bernardo Cipriano, invertían todo lo que ganaban, en tierras. Afortunadamente sí se ha conservado el testamento de Bernardo Cipriano, el cual permite saber que en la casa de sus padres, situada en la calle Larga, quedaban a la muerte de Cipriano, todavía pro indiviso con sus hermanos, cuatro tinajas de dieciocho a veinte arrobas, indicando que dicha familia se dedicaba al cultivo de la vid y el olivo[7].

El mismo testamento habla de un bufete de madera viejo y unas sillas de Moscovia. Este indicará cierta inquietud cultural en esta familia de labradores hijosdalgo. Dicha inquietud es la que hará que Bernardo Cipriano, con diez años, vaya a estudiar al convento de san Vicente de Plasencia, terminando sus estudios el 28 de julio de 1770, “habiendo actuado de forma escrupulosa, prudente y diligente” según consta en el certificado que le extendieron[8].

En el mismo año, el 28 de octubre formalizará su matrícula en la universidad de Salamanca “Don Bernardo Sánchez de Bustamante, natural de Ceclavín, obispado de Coria, de edad de doce años cumplidos, pelo y ojos castaños, con una cicatriz en la ceja derecha, pasa hábil para oír Ciencias”[9]. Durante sus estudios de Leyes, Bernardo Cipriano vivirá en la casa de José Tocino “frente a las huérfanas”[10]. Se sabe, por la historia de Salamanca, que el colegio de “Niñas Huérfanas” se trasladó, en 1626 a la calle Serranos[11].

Acabada la carrera de Leyes en 20 de agosto de 1774[12], se matriculará en la de Cánones el 9 de diciembre del mismo año[13]. Sigue viviendo en la casa de José Tocino, que ahora está en la calle Placentines. El último año de su carrera de Cánones, se mudará a la casa de Bernardo Campos en la calle de la Rúa[14].

Además de aprobar Cánones el 2 de agosto de 1776, su expediente académico registra que durante los cursos 1772 y 1773 asistió a la Real Academia de Leyes de la Universidad de Salamancay en el curso 1775 a 1776 a la Real Academia de Cánones de dicha universidad.[15]

Desde julio de 1776 a julio de 1785 no hay noticias de Bernardo Cipriano, pero un poder, al que se hará referencia más adelante, lo califica como “clérigo tonsurado”[16], lo cual indica que en estos nueve años Cipriano intentó emprender la carrera eclesiástica.

Pero algo o alguien debió interponerse en esta vocación del licenciado en Leyes porque, en el verano de 1785, se produce un nuevo motín en Ceclavín. Francisco Serrano Bueno, su hijo Vicente y don Mateo de Sande Calderón, a la cabeza de una multidud, asaltan con gran alboroto la casa de don Bernardo Sánchez de Bustamante buscando “de su propia autoridad capturar a la persona de don Cipriano de Bustamante”[17]. De no ser por la actuación del alcalde mayor, don Antonio Rodríguez de Ribera, “que acudió auxiliado por la tropa militar que entonces se hallaba en esta villa, hubieran ocurrido algunas desgracias”[18]. Sofocado el motín, los autos se mandan a la Chancillería de Valladolid (no existía aún la Real Audiencia de Extremadura) que revoca una primera sentencia dada por el alcalde mayor, absuelve de toda culpa a don Mateo de Sande Calderón, y advierte seriamente a Francisco Serrano Bueno y a su hijo Valentín que en lo sucesivo “con ningún pretexto ni motivo se propasen a dar causa de la que pudiere causar desazón ni quimera, condenándoles en todas las costas procesales”. El documento en el que aparecen todos estos pormenores, es un poder, sin fecha, dado a don José Colcos y Tapia, procurador de cámara de Valladolid para que solicite que la Chancillería tase las costas para “hacerlas exigibles, pues de otro modo no llegará el caso a su satisfacción y quedará ilusoria la real determinación[19]”.

Antes, el 20 de agosto de 1785, don Bernardo Sánchez de Bustamante, había conferido un poder al mismo procurador con idéntico motivo[20]. Como la solicitud de don Bernardo no debió tener éxito, se espera que la segunda, firmada por el alcalde mayor de Ceclavín, lo tenga.

El motín y el asalto de la casa no tuvieron éxito, no solo por la intervención de las tropas, sino porque en esos momentos don Bernardo Cipriano no estaba en Ceclavín. Desde el 14 de mayo de 1785 hasta el 13 de junio de 1789 vivió nuevamente en Salamanca, haciendo prácticas de jurisprudencia en el bufete del abogado don José Manuel Clemente Carrasco[21]. Acreditadas las prácticas y tras el preceptivo examen, Cipriano obtiene el título de abogado de los Reales Consejos el 22 de julio de 1789[22].

La explicación, tanto del motín como de la desaparición de Cipriano, la revelará un poder dado por éste a don Juan Bello, procurador de los tribunales de Salamanca, para que le represente ante el tribunal metropolitano de dicha ciudad en la demanda que le ha puesto María González, la Montera, vecina de Ceclavín “sobre estupro y perjuicios que ella le reclama”. Dado que el tribunal metropolitano de Salamanca era un tribunal de segunda instancia, la causa debió verse primero en el tribunal correspondiente de la diócesis de Coria, con sentencia desfavorable para Cipriano, el cual apelará al tribunal salmantino, formalizando el poder el 27 de octubre de 1802[23].

Tampoco el tribunal metropolitano de Salamanca le dio la razón porque, el 20 de enero de 1803, dará un nuevo poder a don Gumersindo Cerezo y Maza, procurador de número de la nunciatura para que le represente “ante la infundada demanda que ha propuesto María González, la Montera”, en la apelación que ha puesto ante el tribunal de la nunciatura[24].

Mientras tanto, en Ceclavín, el día 12 de abril de 1786 se bautizaba María Cleofé, nacida el 9 del mismo mes, “hija de don Bernardo Cipriano de Bustamante y de María González Bravo, que tiene pleito matrimonial con don Bernardo Cipriano de Bustamante”. Al margen de la partida de bautismo hay una nota que dice: “Se definió este pleito y reconoció dicho don Bernardo Cipriano por hija a dicha María Cleofé. Palomino. Año de 1806”[25].

Pese a todas las apelaciones del abogado, los tribunales dictaminaron que María Cleofé era hija suya. Cipriano acató la sentencia y la reconoció como hija oficialmente, pero no así en su fuero interno. Jamás trató a María Cleofé como hija, ni siquiera en su lecho de muerte.

II.- EL INTERROGATORIO DE LA REAL AUDIENCIA DE EXTREMADURA.

El 22 de marzo de 1791 terminaba Cipriano el encargo que le había hecho don José Antonio Palacios, uno de los tres primeros alcaldes del crimen de la recién creada Real Audiencia de Extremadura. Un fuerte resfriado o “constipación”, en sus propias palabras, le impidió enviárselo a tiempo, cuando don José Antonio estaba en la vecina villa de Acehúche, pero cumplimentará dicho encargo tres días después.

Se ignora la razón por la que Palacios se fija en Cipriano para que realice el informe reservado de Ceclavín. En esta época, Cipriano era un abogado de treinta y nueve años que comenzaba a hacerse con cierta fama en su pueblo, fama a la que quizás contribuyera este informe.

Cipriano estudiará diligentemente los 57 capítulos del Interrogatorio, pero decidirá responder únicamente a 14, porque entiende que los demás están mejor contestados por la justicia y el ayuntamiento, los cuales tienen a mano las noticias que se les solicita. Él se centrará en lo que más le llama la atención de Ceclavín y sus habitantes, con lo cual podrá hacer “menos difuso este informe”[26].

Y su informe comienza por lo que más le llama la atención: los daños que hacen los ganados en viñas y sembrados. Es un problema que ya apuntará en la carta que escribe a Palacios enviando sus respuestas. “Es un dolor, que cuando comienzan a brotar las vides, el regidor don Lorenzo esparce su vacada por ellas y las yemas tiernecitas de aquel plantío, al instante se desprenden y saltan como vidrio”[27].

A lo largo de las dieciocho caras de su respuesta, Cipriano vuelve una y otra vez a tratar este problema, al que aporta dos soluciones. La primera, poner dos guardas que salgan a vigilar día y noche los campos con un sueldo en cien ducados, pagaderos de los fondos de propios[28]. La segunda, prohibir que los regidores tengan ganado “de ninguna especie, o al menos del vacuno”[29]. El abogado ilustrado tiene que admitir que a un regidor de Ceclavín le será imposible no meter su ganado en las fincas ajenas. No es ya un problema de pastos, sino una demostración de poder, poder que está por encima de cualquier ley.

Porque leyes prohibiendo esta práctica arbitraria existían, y eran bien conocidas en Ceclavín. El propio regidor don Lorenzo Agustín Amores, al que se refiere Cipriano, había tenido que enviar un informe a la Real Audiencia, el 16 de mayo de 1791, en el que se incluían las ordenanzas de la villa de Ceclavín, de 29 de agosto de 1755. En dichas ordenanzas hay siete capítulos que condenan la invasión de fincas por el ganado, estableciendo multas de nueve reales por cabeza mayor y una cabeza de cada cinco, por el ganado menor. Los pastores eran castigados con multas de cuatro ducados y veinte días de cárcel. Cabe destacar que entre los firmantes de estas ordenanzas está don Bernardo Sánchez de Bustamante, padre de Cipriano.

Algunos ganaderos, el primero de los cuales será don Isidoro José, tío de Cipriano, no se conformarán con las ordenanzas y elevan una interesada petición al Consejo de Castilla afirmando que, solo en el invierno anterior murieron “900 cabezas mayores e infinitas menores por falta de pasto”, y solicitan que se suavicen dichas ordenanzas, petición que es rechazada por el Consejo el 27 de enero de 1781[30].

Nueve años después, el propio don Lorenzo Agustín Amores se verá involucrado en un proceso contra Pedro Morán Rico, guarda de la dehesa boyal, al que acusa haber matado a tiros un toro de su propiedad. Don Lorenzo se indigna por el “toricidio cometido contra el toro, padre de mis vacas” pero no da ninguna importancia al hecho de que el toro haya sido visto y tiroteado, más de una vez, en los campos sembrados del término municipal[31].

La sensación de poder que produce el meter el ganado en los campos de los demás, se completará con la impunidad de saber que tienes a la autoridad de tu parte. “Las reses denunciadas, son devueltas a sus dueños por los alguaciles sin pagar las multas, por cuyo apoyo los dueños llegan a la insolencia de, luego que las reciben, volver a llevarlas a las mismas viñas y siembras”[32].

La insolencia e impunidad llegará a extremos ridículos. Cuando se prohíbe que los cerdos anden por las calles de Ceclavín, bajo multa de ocho reales, la justicia cobrará de multa diez o doce reales a algunos, permitiendo al mismo tiempo que anduviesen libremente por la calle los cerdos de los parciales del alcalde mayor, los cuales llevan una señal, que indica su pertenencia, para no ser multados[33].

Todo lo expuesto anteriormente confirma la idea de que Cipriano acierta identificando este problema como el principal de la ganadería de Ceclavín. Él indica, además, que si se corrigiese este problema, se podría atajar otro también sumamente importante en el pueblo: el contrabando. En efecto, los vecinos que han abandonado el trabajo corporal de sus haciendas para dedicarse al comercio ilícito, no lo hubieran hecho si hubiesen tenido asegurado el premio de sus tareas por los frutos de los campos, frutos de los que se les priva por las invasiones de ganado[34].

Continuando con sus ideas sobre la ganadería, propone hacer una nueva charca en el paraje llamado la Lapita, ya que la única laguna del término se seca durante el verano, ocasionando gran mortandad del ganado lanar en septiembre, pues bajar a beber a los ríos Alagón y Tajo, que delimitan el término municipal, resulta demasiado trabajoso para el ganado[35]. Cabe señalar que esa laguna se hizo a finales del siglo XX, y cumple perfectamente con el cometido que imaginó Cipriano.

Terminará este apartado recomendando el cuidado de la dehesa boyal, imprescindible para el ganado de los vecinos[36], y alertando sobre la práctica ilegal de cercar los campos de común pastaje, práctica sobre la que pone dos ejemplos[37].

Con respecto a la agricultura, Cipriano primero enumerará todos los productos de la agricultura ceclavinera, pero inmediatamente pasa a reseñar sus aspectos negativos. Ceclavín produce trigo, centeno, cebada, aceite, vino, garbanzos, hortalizas. La tierra es a propósito para estos frutos, pero el trigo se produce en cantidad insuficiente para proporcionar pan a toda la población y los vecinos se comen unos a otros el sembrado con sus ganados[38]. Hay bastantes huertas, pero carecen de árboles frutales por la desidia de sus dueños[39]. No hay terrenos incultos, excepto en la sierra de san Pablo, pero la labor es lánguida, hecha con poca preparación y sin abono[40].

Incluso el acebuche, el olivo silvestre que abunda en el término y cuyo injerto fomentarán los gobiernos ilustrados, sale malparado en el informe, al encontrarse en su mayor parte en las quebradas y casi inaccesibles orillas del Alagón y el Tajo. Los pocos que hay en terreno llano podrían injertarse y hacerlos producir, si no fuese por el ataque de los animales. Dicho ataque podría solucionarse mediante una pared, pero esto también sería un problema, pues crea discordias, “al pensar que se concede a uno lo que es de todos”[41].

La actividad artesanal nunca fue el sector productivo más importante de Ceclavín, pero a finales del siglo XVIII, como señala Cipriano, esta actividad se encuentra reducida a su mínima expresión. De las cuatro tenerías que se contabilizan en el Catastro de Ensenada[42], solo queda una “y en bastante decadencia, según debiera estar, pues se reduce a un corto número de pieles[43]. Es verdad que aparecen cinco telares, que no estaban en Ensenada, pero son calificados de “cortos”[44]. De los diez lagares de cera, recogidos por el Catastro[45], solo quedan ocho[46].

Al llegar a este apartado, Cipriano denunciará una injusticia, muy extendida en esta época, y que le duele como ceclavinero: los robos de colmenas que ejecutan todos, pero se le achacan a los vecinos de Ceclavín. Esta idea está tan extendida que el propio Interrogatorio de la Real Audienca, en las respuestas de Coria, recoge lo siguiente:

“No dedicándose los naturales a este ramo porque en medio de ser país muy a propósito para su cultivo y beneficio, se experimenta el gravísimo inconveniente de su escarchamiento y robos, que aunque no los ejecutan los vecinos de Ceclavín, siempre se presume ser ellos los causantes”[47].

Y, con el espíritu práctico que le caracteriza, apunta un remedio para el tráfico y hurtos: la obligatoriedad de guías en las que se anoten “las partidas y los sujetos a quienes se las habían comprado, y con la la proporción de cera comprada se presenten a la justicia y por ésta se reconociese la legitimidad y la calidad del género”[48].

Con respecto a las comunicaciones, Cipriano se limita a observar que las calles están deterioradas y con poco aseo, pero especifica que esto tiene fácil arreglo. También sería útil reparar los caminos de Alcántara y Zarza y hacer más cómodos los dos mesones[49], número al que se han reducido los tres que figuran en el Catastro de Ensenada[50].

Es curioso el hecho de que ni el Catastro de Ensenada, ni el Interrogatorio de la Real Audiencia, ni siquiera Cipriano, mencionen el puente de la rivera Fresnedosa, que une Ceclavín con Acehúche. Sabemos que ya existía por la mención que hace de él Tomás López[51]. Es un puente menor, que une las dos villas, y que permite llegar a pie enjuto a la antigua vía Dalmacia, que va de Alconétar a Coria.

Porque a Ceclavín le interesa más la comunicación con el oeste. Por eso Cipriano propondrá la construcción de un puente en el Alagón, en el paraje llamado “Huerta de la Barca”. Las razones serán la mejora de las comunicaciones con Zarza, el transporte de frutos de Castilla a Portugal y la seguridad de los viajeros en los días en que el río va crecido[52]. Por supuesto, no menciona en absoluto que ese lugar era el punto central del tráfico de contrabando.

En 1934, el ingeniero don Zacarías Recio Gil construyó el puente imaginado por Cipriano aunque un kilómetro aguas arribas de donde éste lo situó. Este puente, con sus dos arcos parabólicos, fue una construcción avanzada para su época, y estuvo prestando servicio hasta finales de los años sesenta del siglo XX, fecha en que fue sumergido por el pantano de Alcántara.

Dentro de las ideas de Cipriano para conseguir el bienestar y progreso para su pueblo, ninguna está más en la idea de la Ilustración que la de fundar una nueva población en la cara sur de la sierra de la Solana, en el paraje de la ermita de san Pedro de la Gedejosa. Esta población, formada por los sesenta y ochenta vecinos más pobres de Ceclavín, se asentaría en la solana de la sierra, a una distancia de una legua de la villa, con agua abundante e incluso termal, pues el nombre de Gedejosa viene de “heder”, en razón a una fuente sulfúrea que allí se encuentra. La solana de la sierra forma un microclima y en ella se pueden cultivar árboles frutales, produciéndose los cereales necesarios en la contigua llanura de Valdemerina[53].

Hay que señalar que al otro lado de la sierra, hacia el norte, se encuentra el “desierto de san Pablo”, tradicional refugio de malhechores. Este nuevo pueblo cumpliría la misma función que el de Villarreal de San Carlos, fundado pocos años antes para combatir en bandolerismo que existía en Monfragüe[54]. Además, cerca de la nueva población se encuentra el cruce del camino de Coria con el de Acehúche. La población controlaría este nudo de comunicaciones, lo mismo que La Carolina controla las comunicaciones entre La Mancha y Andalucía[55].

Esta idea de Cipriano nunca se llevó a la práctica y Ceclavín siguió contando con 897 vecinos[56], 58 más que los recogidos por Tomás López en 1771[57].

Aparte de las recomendaciones ya expresadas, Cipriano ofrecerá otras encaminadas al buen gobierno de la villa. Apunta como vicios principales de Ceclavín el juego de naipes, la incontinencia y la embriaguez[58]. Para confirmar estas afirmaciones, tenemos un documento excepcional: la capitulación del alcalde mayor de Ceclavín don Joaquín María de Eguiguren, sustanciada en 1801. En él encontramos que dicho alcalde mayor, en los cuatro años de servir la vara de Ceclavín, ha sancionado por juegos de cartas prohibidos a 82 personas[59]. Que hay 12 personas, de uno y otro sexo, tachados de borrachos[60], y nueve mujeres tachadas de “públicas”[61], con lo que se corrobora el escrito de Cipriano. El remedio para esta “juventud y gente de cortos haberes que es bastante libre y determinada, sin obediencia ni subordinación” será la educación, solución típica del pensamiento ilustrado, y la acción de la justicia. Se sabe que en Ceclavín en esta época solo había “tres escuelas de primeras letras y un preceptor de Gramática, eclesiástico, sin dotación alguna fija, y solo lo eventual que les producen los discípulos que enseñan”[62]. El otro remedio propuesto serán los jueces. “Cuando los jueces son constantes en sus obras, mandan y castigan oportunamente, es infinito lo que en estos medios puede remediarse”[63]. Sabemos que el alcalde mayor, Eguiguren, forzaba a algunos vecinos “a que le acompañasen en las rondas las noches que las ha hecho”[64]. Incluso hay una causa contra cuatro jóvenes de Ceclavín por tocar instrumentos y cantar por la noche. Las penas fueron de 20 ducados y cárcel para uno y 10 ducados de multa para los demás[65].

Trata también Cipriano el problema de los jornaleros, los cuales no respetan el horario de trabajo “principiándolos unas veces a las diez, y otras a las once y doce de la mañana, concluyéndolos antes de que se ponga el sol. Los precios de los jornales los determinan esta falta de brazos”[66]. La solución propuesta consistirá en que los trabajadores comiencen a las ocho de la mañana “en todo tiempo”, que la justicia “vele por este cuidado, y que se regulen los jornales por semanas y por trabajos[67]. En estas mismas fechas, pero a muchos kilómetros de distancia, el ilustrado vecino de Torre de Miguel Sesmero, don Pedro Rodríguez Barragán, trataría sobre el mismo tema[68], lo que revela que este problema afectaba a toda Extremadura.

Termina este apartado proponiendo una idea muy sensata para acabar con el exceso de pleitos. Que no se forme causa alguna cuando se dispute una cantidad inferior a 300 reales de vellón, y que no se actúe de oficio a menos que en las riñas o “quimeras” se usen armas o haya efusión de sangre. La idea era tan efectiva que de los 74 pleitos que hay recogidos en el Interrogatorio de la Real Audiencia, 35 dejarían de serlo. La justicia se vería así libre de casi la mitad de las causas pendientes.

El único apartado que trata sobre la Iglesia, será despachado con medias verdades. En las respuestas del párroco al Interrogatorio se dirá que “hay algunas capellanías que carecen de congrua suficiente”[69]. Congrua, es la renta mínima de una capellanía para sostener dignamente a su titular. Cipriano conoce el tema, ya que su padre administra la capellanía fundada por don Francisco Rodríguez Mateos, capellanía que fue visitada por el prior de Alcántara el 14 de enero de 1798. Estando ausente don Bernardo, comparecerá Cipriano, “que acredita en forma el cumplimiento”[70]. En sus respuestas particulares Cipriano dirá que “hay un crecido número de capellanías tenues, sin residencia fija”[71]. Tiene razón. En Ceclavín existen 71 capellanías[72]. Lo que ya no es tan cierto es que sean “tenues”, entendiendo por tenues aquellas capellanías que tienen una renta menor de dos ducados[73]. Las capellanías de Ceclavín estaban muy bien dotadas, en su mayoría con una renta por encima de esa cantidad.

Tras sus contestaciones al Interrogatorio de la Real Audiencia, Cipriano vivirá unos años de fortuna. El 17 de septiembre de 1793, comprará una viña a Francisco González Lorca por 700 reales[74]. Al año siguiente, comprará otra a Sebastián Chaparro, por 295 reales[75]. En 1796, el 12 de febrero, comprará otra a Francisco González Cabrera por 775 reales[76]. Esta fortuna se verá ensombrecida por la muerte de su madre Catalina el 26 de septiembre de 1796, enterrándose en la parroquia[77].

III.- LA LUCHA CONTRA LA CORRUPCIÓN.

En noviembre de 1797, don Joaquín María de Eguiguren toma posesión de la vara de alcalde mayor de Ceclavín[78]. Casualmente se cumplía la idea de don Pedro Ramírez Barragán, el cual, contra los perjuicios de los alcaldes ordinarios, defendía el remedio de “que se ponga un único juez, que no tenga intereses en el pueblo”[79]. Eguiguren no tenía bienes en el pueblo, pero, muy pronto, se creó sus propios intereses.

En primer lugar, se enemistó con todas las personas que, por razón de su cargo, le iban a ser más cercanas. Diego Leno Chamizo, escribano del Ayuntamiento, se quejará a la Real Audiencia de Extremadura de que el alcalde mayor “no perdona medio ni ocasión de molestarlo de todas las maneras posibles, convocándolo a su presencia sin otro motivo que el de insultarle”. Dichos insultos se hacen únicamente cuando no hay testigos. Además, cuando el gobernador militar de Alcántara encargó a Leno que investigase los daños producidos por una plaga de langosta, Eguiguren, excediéndose en sus competencias, arrestó a Leno y lo suspendió de su oficio. Éste apelará a la Real Audiencia, la cual lo excarcelará y repondrá en su cargo[80].

Don Jerónimo Campos, capitán retirado, regidor perpetuo de Ceclavín y decano del ayuntamiento, sufrirá también la antipatía de Eguiguren. Cuando Juan María Paniagua denuncia al escribano Jacinto Timoteo Rebollo por errores cometidos, recusará al alcalde mayor, por lo que Campos, como regidor decano, tiene que asumir la jurisdicción del caso[81]. Inmediatamente Eguiguren depuso a Campos de su oficio de regidor perpetuo, previno el embargo de todos sus bienes y prohibió al escribano cartulario del juzgado que le aceptase documento alguno si Campos no se entregaba preso en Ceclavín, cosa que éste hizo. La Real Audiencia liberará a Campos, y lo repondrá en todos sus cargos[82].

Una práctica muy usada por Eguiguren será la de poner presa a una persona sin dar explicación del motivo. Juan Serrano Morán dirá en un pedimento por boca de su procurador que

“si mi parte hubiera cometido el delito más atroz y cuyo castigo interesara más a la tranquilidad del estado, no podría experimentar tanto rigor como el que está sufriendo, nacido de la incertidumbre de su suerte. Hace más de cinco meses que se le puso preso, y hasta lo de ahora ignora por qué. Es consecuente a esto que no pueda pensar en medio alguno de defensa, y que le atormente la consideración de un violento atentado contra su persona, cuando tiene la conciencia bien quieta por la seguridad de su inocencia. En todo el tiempo que ha transcurrido no se le ha recibido la declaración y confesión que son correspondientes y ninguna ley ni razón puede autorizar un procedimiento tan extraordinario, al contrario, el capítulo quinto de la última Real Instrucción”.[83]

A Juan Serrano Morán se le encarcela al protestar “prudentemente” de que le embargasen una caballería, de las dos que tenía, para llevar bagajes militares. Cuando su abogado presenta al alcalde mayor un pedimento, éste le responde que “sobre el acusado no había decidido nada, por lo tanto nada podía hacer” y le deniega la libertad[84].

El caso más sonado será el de Sebastián Higinio Polo. Acusado falsamente de un robo cometido en Portugal, por lo tanto fuera de la jurisdicción del alcalde mayor, Sebastián es encarcelado y olvidado. Cansado de esperar durante cinco meses una justicia que no acaba de llegar, Sebastián se escapa de la cárcel de Ceclavín, viaja a Cáceres, y se presenta en la Real Audiencia, declarándose “preso en Cáceres y sus arrabales” hasta que se juzgue su caso. La Real Audiencia pide al alcalde mayor que le remita los autos[85]. A la vista de éstos, es puesto inmediatamente en libertad[86].

El viejo pleito de los ganados invadiendo los sembrados, vuelve de nuevo a la actualidad, pero ahora es el alcalde mayor el que ampara a los infractores, tanto en el episodio ya citado de los cerdos, como en la impunidad que concede a sus parciales, Fustes y Sandoval. Incluso el caballo del alguacil mayor, José Mirón Rico, es denunciado por este motivo[87].

Eguiguren servirá la vara de alcalde mayor según su capricho e interés. En 1803, los diputados de Ceclavín recurrirán al propio rey, protestando porque el alcalde ha permitido que se cante y baile en la procesión del Corpus, y que se celebre una corrida de toros de muerte, para celebrar el matrimonio de los príncipes de Asturias. Recibido el memorial, el ministro Caballero pedirá un informe al regente de la Real Audiencia de Extremadura, el cual quitará importancia a los hechos. Hubo baile, pero honesto, realizado por niñas de siete a nueve años, y mozos vestidos con mucha decencia, queriendo imitar a los Seises de Sevilla. Los toros se mataron, pero después de la corrida, en un corral y a tiros. Termina el informe haciendo notar que los diputados y personero “no han caminado con el espíritu de celo por la justicia, y sí por el notable encono con que han capitulado al mismo alcalde mayor, contra quien han formado un proceso voluminoso[88]. En este proceso voluminoso se le harán a Eguiguren 127 cargos, desde la prevaricación al contrabando, pasando por la agresión sexual. Y algo de razón debían tener, cuando el alcalde mayor fue condenado por la Real Audiencia[89].

Todo lo escrito anteriormente va encaminado a retratar a Eguiguren tanto en su carácter como en el desempeño de su cargo, para explicar el inevitable enfrentamiento con Cipriano. Éste, mientras tanto, asistirá a la boda de su hermana Francisca[90], cuyo cariño le ayudará más adelante, y defenderá la causa de Juan de Dios Carretero, que quiere casarse con Petra Morana en contra de los deseos de su madre[91].

El primer pleito que enfrentará a Cipriano con Eguiguren será sobre el abastecimiento de jabón blando a Ceclavín. El 8 de febrero de 1801 se realizará una subasta pública a las diez de la mañana, en la plaza mayor, anunciada a toque de campana. Ante el Ayuntamiento y vecinos se presentarán Francisco Sánchez Pozas, vecino de Ceclavín y abastecedor de jabón del año anterior, que había ganado la subasta para hacerse cargo del abasto de jabón blando al pueblo. Pero Francisco Silva, natural de Acehúche, se acogió al cuarteo, a su derecho a mejorar el valor de la subasta en una cuarta parte por lo que se celebrará esta segunda subasta. Iniciada, las pujas van subiendo hasta que Silva ofrecerá 1.500 reales, dos arrobas de aceite para el reloj de la plaza y una resma de papel ordinario. Pozas igualará la oferta y ofrece cincuenta reales más. Pero entonces “a los señores del ayuntamiento les parece que debe dar nuevas y más seguras fianzas”[92]. Pozas ofrece a su padre y a su suegro como avalistas, pero los “señores del ayuntamiento” no lo estiman suficiente, y le indican que el fiador debía ser Leonardo Hernández. Pozas abandona la plaza mayor para buscarlo, y no lo encuentra porque estaba trabajando en el campo. Mientras los regidores, ante la incomparecencia de Pozas, finalizan la subasta a las 11:30, adjudicando el abasto de jabón a Silva.

No debía ser Pozas una persona que se desanimase fácilmente. Contrata a Cipriano para que le represente, y éste comienza a buscar jurisprudencia. El secretario de la Junta General del Comercio y la Moneda, contestando a una consulta sobre el tema, en 30 de octubre de 1800, aporta una Real Resolución que establece que desde el día uno de enero de 1801, para evitar reclamaciones de los anteriores abastecedores, se da libertad a los fabricantes para que vendan el jabón que fabriquen “sin que pueda limitarse o modificarse por las justicias y ayuntamientos respectivos, bajo pretexto de abastos ni otro alguno, sin otra sujeción que la de asegurar el pago de los reales derechos”[93]. La real voluntad estaba muy clara. Pozas, por boca de Cipriano, pide que nadie le impida vender el jabón que él fabrique.

Eguiguren recibe este pedimento y da traslado de él a Silva, lo que provocará la indignación de Cipriano. Las órdenes reales deben ejecutarse y cumplirse prontamente, sin arbitrio alguno más que la obediencia, explicará en su segundo pedimento, el cual Eguiguren volverá a dar traslado a Silva “como si estuviese en sus manos suspender y menos impedir que dicha Real Orden tenga el pronto y debido cumplimiento que merece”[94]. El alcalde mayor no se dará por enterado de estos argumentos, y seguirá haciendo traslado de los pedimentos a Silva el cual, veinte días después del primer traslado contratará al abogado Bernardo Martín de Bustamante, íntimo de Eguiguren, al que ha nombrado teniente alcalde sin consultar con el ayuntamiento. Bernardo entrará en el pleito con una pieza maestra de marrullería forense. El rey había dado de plazo hasta el uno de enero de 1801 para solicitar ser abastecedor de jabón. ¿Por qué no lo solicitó Pozas? Porque quería perjudicar a Silva. Además, si hubiese querido, habría podido terminar la subasta, de la que se fue sin ningún motivo.

El resto fue una guerra de desgaste. Viniese o no a cuento, el alcalde mayor daba traslado de los autos a Silva, autos que Silva olvidaba devolver en la fecha fijada. Tampoco era mucha la diligencia de Eguiguren, y cuando Cipriano indignado reclama que se defina ante una petición, el alcalde contestará enumerando los muchos asuntos que tiene entre manos, como asegurar los bagajes del regimiento de Murcia, de paso por Ceclavín, o recoger los efectos de los reales hospitales. La apelación a la Real Audiencia solo provocará un auto, de fecha de 10 de marzo, urgiendo al alcalde mayor a que administre justicia. Eguiguren vuelve a dar traslado de dicho auto a Silva. Cipriano estallará de indignación en un escrito en el que dice que Silva “ni lo ha evacuado, ni lo evacuará, pues toda idea en este asunto es dilatarlo, molestarme y aburrirme con dispendios (…) hacerlo interminable en una palabra”. Terminará pidiendo que “se le dé el testimonio solicitado, sin dar lugar a otra dilación maliciosa y superflua”[95].

Después de recibir la enésima providencia incitativa de la Real Audiencia, ordenando al alcalde mayor que haga justicia, Eguiguren dictaminará que Pozas no es fabricante de jabón sino herrero, con fragua y tienda abierta en el pueblo, y que además se retiró de la subasta. A su vez Silva declarará que si hay un testimonio de la Junta General del Comercio y la Moneda, deberá ser este órgano el que juzgue el pleito.

Pese a todas estas trabas, la Real Audiencia dictará un auto el 22 de mayo de 1801 ordenando que no se impida a Francisco Sánchez Pozas vender jabón de su fábrica al por mayor y al por menor. Pero cinco meses después de la victoria de Cipriano, aparecerán los dos contendientes en el documento de la capitulación de Eguiguren. Francisco Hernández Pozas ha sido multado con cuatro ducados por juego prohibido[96]. Francisco Silva “borracho eterno, persona miserable[97], surte gratis al alcalde mayor de todo el jabón que necesita[98].

Tras este primer encuentro, el vengativo Eguiguren encontrará un motivo para satisfacer su venganza. Cierto vecino de San Vicente de Alcántara viene a vender limones a Ceclavín. Cuando terminó, le quedaban sin vender unos cincuenta, que estaban ya en malas condiciones. Estos cincuenta limones, según una delación anónima, serán adquiridos por Juan Delgado Puerto, arrendatario del derecho de veintena, derecho que grava las ventas y trueques con un 5%, que los venderá a su vez. El documento no recoge ninguna cantidad, pero poco dinero debía ser el 5% de cincuenta limones desechados. Sin embargo, Eguiguren abre un proceso criminal a Juan porque piensa que no ha cumplido con su obligación con la Real Hacienda, de la que el propio Juan es arrendatario. El encausado acude al “escritorio” de Cipriano para que le redacte un pedimento de defensa. Casualmente estaba en el bufete en ese momento el regidor Campos y, dado que Juan no sabía firmar, Campos firmará, a ruego, el documento redactado por Cipriano.

Cuando Juan presenta ante la justicia el documento de su defensa, el alcalde mayor afirma que el escrito contiene expresiones denigratorias, algo que jamás se ha encontrado en ninguno de los escritos de Cipriano. Por estas expresiones condenará a los tres a una multa de dos ducados cada uno.

El escrito que permite conocer esta historia es un poder concedido a don Manuel Antonio Díez, procurador, para que represente a Cipriano y Campos ante la Real Audiencia en el pleito que estos ponen al alcalde mayor para que “se devuelvan las multas y se contenga y escarmiente por su notorio exceso al señor alcalde mayor[99]. Se ignora como acabó dicho proceso.

El segundo gran pleito en el que Cipriano se enfrenta a Eguiguren, tendrá un resultado contrario al primero porque en éste, Cipriano chocará contra el centralismo borbónico. El motivo del pleito será la cofradía de la Vera Cruz, la más importante de Ceclavín, hasta el punto que el 2 de junio de 1709 se produjo un curioso enfrentamiento cuando Juan Mirón mayordomo de la cofradía se personó en casa de Pedro González Falcón a entregarle una hacha para que con ella asistiese al estandarte de dicha cofradía en la procesión que ha salido por la calles públicas con la majestad de Cristo Sacramentado, como es costumbre; le respondió dicho procurador que estaba avisado para asistir con una del Espíritu Santo; a que le respondió dicho mayordomo era primero asistir con la de la Cruz[100].

Para Juan Mirón no hay duda que todas las demás cofradías están en un rango inferior a la de Vera Cruz.

Fundada en 1512[101] y con bula de confirmación de de Pablo V de 7 de junio de 1605[102], contaba con unas ordenanzas muy detalladas de las cuales conviene resaltar algunos apartados, como el 12 que dice:

Ítem: Ordenamos y tenemos por bien que nuestra santa cofradía hayan dos mayordomos y un patrón, dos diputados, un alcalde y un escribano, los cuales oficios se nombren cada un año por los mayordomos y demás oficiales antecesores sin que otra persona de cualquier estado y calidad y condición que sea halle al dicho nombramiento, salvo que entre los mayordomos y demás oficiales hubiere alguna diferencia y no se pudieron conformar en el dicho nombramiento entonces los dichos mayordomos y demás oficiales llamen y junten consigo a seis cofrades de los más viejos y desapasionados y entre todos hagan el dicho nombramiento y elección para el año venidero y para que se haga como dicho es bien y fielmente les encargamos las conciencias” (…)[103].

Y el 16: “Ordenamos que el patrón y demás oficiales sean obligados todos los domingos del año a ir con los mayordomos por la villa para cobrar lo que los hermanos deben a la cofradía”[104].

Estas ordenanzas habían funcionado perfectamente durante trescientos años. Pero el 31 de marzo de 1802, fecha en la que estaba ausente de Ceclavín el alcalde mayor, se presenta ante su teniente alcalde don Bernardo Martín Bustamante una queja anónima contra Juan Pérez Nacarino, escribano de la cofradía de la Vera Cruz, en la que se denuncia que no solo tiene en su poder los libros de las cofradías y autoriza las partidas de ellos, sino que sale por el pueblo cobrando el real a los cofrades, a pesar de no ser un escribano numerario de la villa. En realidad, Juan Pérez Nacarino era maestro de primeras letras[105].

El teniente alcalde prohibirá inmediatamente a Nacarino, bajo multa de de cincuenta ducados, que siga actuando de escribano, y le ordena que entregue los libros y documentos de las cofradías[106]. Apelada esta sentencia ante la Real Audiencia, ésta emite un auto muy clarificador pidiendo a vuelta de correo las diligencias realizadas “sin permitir que el juez eclesiástico tome providencia alguna acerca de su gobierno e intereses, defendiendo en caso necesario la jurisdicción real”[107]. Vuelto a Ceclavín, Eguiguren enviará las diligencias y libros de contribuciones de la cofradía de la Vera Cruz, incluyendo el testimonio de que si bien el papa Pablo V ha dado solo y únicamente varias indulgencias, y el juez de Alcántara aprobó las constituciones, no hay ninguna aprobación del Real Consejo ni de ninguna otra superioridad[108].

Sintíendose respaldado por la Real Audiencia, Eguiguren firmará un auto en el que se manda que los escribanos de las cofradías deberán ser nombrados entre los de número de la villa, y que todos los libros de éstas deberán ser puestos bajo la custodia del escribano Jacinto Timoteo Rebollo, bajo multa de veinte ducados[109].

Los mayordomos de la Vera Cruz, Martín Perales Monroy y Antonio López Corón, volverán a apelar a la Real Audiencia defendiendo la legitimidad de las constituciones, que tienen todas las aprobaciones eclesiásticas, propias de una cofradía religiosa, e indicando que Perales había adelantado, como era la costumbre, 1.200 reales para gastos de la cofradía, los cuales ahora ve muy difícil cobrar porque “el alcalde mayor y su teniente, que proceden de acuerdo y gobernados de resentimientos y fines siniestros” lo impiden ya que la novedad “resfrió a los cofrades en el pago anual y leve contribución con que concurren a dicha cofradía (…) y aunque salieron por sí solos a continuar dicha cobranza, la adelantaron muy poco, y se haya por hacer una considerable parte”. Piden que la costumbre y régimen de la cofradía “no sean perturbados por la real jurisdicción ordinaria, que es incompetente en este caso”[110].

Para aumentar las presiones, el alcalde mayor condenará a Nacarino “por continuar titulándose escribano de la hermandadal pago del costo de testimonio literal de las constituciones que se remitieron a su majestad y Real Acuerdo y a las costas de esta diligencia”. Al mismo tiempo se le apercibirá para que reconozca el rey como jefe de todas las cofradías y hermandades de sus dominios[111], autoridad que el aterrado Nacarino jamás había puesto en duda.

Abierta la primera brecha en el funcionamiento hasta entonces inamovible de la cofradía, pronto comenzarán a aflorar otros descontentos. Francisco Morán Bueno dirigirá a Eguiguren un escrito diciendo que el día 11 de abril de 1802 se produjo la elección de cargos de la cofradía, siendo designado él por mayordomo. Pero Martín Perales Monroy “como si él tuviese una autoridad despótica en la cofradía, resistió a cara descubierta mi nombramiento a pretexto de que siendo yo hermano político del segundo mayordomo, estaba imposibilitado para ese nombramiento (…) conforme a lo prevenido por una constitución de la misma cofradía”. Las razones de Perales debieron convencer, porque inmediatamente se nombró a otro mayordomo. Francisco alegará en el mismo escrito que son “infinitos los ejemplares (sic) de los mayordomos que entran y son parientes de los que salen, sin que por ello se haya puesto óbice alguno”[112].

El problema de los parientes era de difícil solución en un pueblo donde todos sus habitantes estaban unidos, bien por sangre o por matrimonio. Ya el 27 de marzo de 1712, aparecerá en el libro de cuentas de la cofradía al margen: “Se hace saber como que no se podía nombran parientes dentro del cuarto grado por ningún modo, pena de 4.000 maravedíes al que nombra como al que acepta y también que de 40 años abajo no se nombrasen mayordomos y sin embargo hizon (sic) el nombramiento presente. Morán[113]. Pero tres días más tarde, se asentará en el libro un “Decreto de hermanos” estableciendo que las órdenes que ha dado el visitador don Marcos de Montenegro con referencia a nombrar parientes, no se apliquen ese año, sino en los sucesivos[114].

Tampoco era la devoción lo que movía a Francisco para conseguir su mayordomía. Se quejará a Eguiguren por lo dilatado del proceso, temiendo que “pase el año de mi nombramiento, para salir ellos así con su intención y yo quedar burlado y hecho el jueguete de la risa del pueblo, en un negocio que por estos naturales se estima como punto de honra”[115]. Es, pues, la honra la que le hace desear el cargo.

Cipriano, una vez más, se enfrentará a Eguiguren y sus injusticias, pero poco podrá hacer ante una ofensiva tan bien coordinada y respaldada por el absolutismo real. En su escrito de apelación establece claramente que si no se eligió a Francisco Morán para mayordomo, fue porque dicha elección contravenía las ordenanzas de la cofradía, y señala además que la elección del sustituto fue por unanimidad. Protesta enérgicamente después diciendo que “jamás se ha visto hasta ahora que la justicia de oficio se mezcle ni tenga la menor intervención en dicha elección, siendo ésta peculiar y privativa de los referidos alcaldes, patrono, mayordomos y diputados de la cofradía”[116]. Llevará también la apelación de Nacarino, al cual “no se le pagan los 160 reales que, como secretario de la cofradía, se le deben del año anterior”[117]. Sobre Nacarino, Cipriano dirá que “ha reconocido y reconoce al rey, nuestro señor y su real jurisdicción como jefe supremo de todas las hermandades. El alcalde mayor sabrá sobre qué recae es (sic) apercibimiento, porque en el expediente nada hay de donde pueda inferirse”[118].

Recibida la apelación, la Real Audiencia establecerá que el alcalde mayor no ha entendido que una cofradía, que no está autorizada por la jurisdicción real, no existe, y que está autorizando, con sus providencias, a una cofradía suspensa. Además, preguntará a Eguiguren por qué no ha enviado los autos y libros de la cofradía que se le pidieron el 12 de junio de 1802. El alcalde mayor intentará, una vez más, usar la táctica dilatoria y contestará, el 23 de mayo de 1803, que no lo ha hecho “por olvido natural, en el que incurrimos todos los hombres”[119]. El pleito se alargará sin tener sentencia definitiva, hasta que se archiva en 1820[120].

El año 1803 trajo también cambios en la vida privada de Cipriano. El 24 de mayo falleció su padre don Bernardo[121], siendo enterrado en la parroquia y Cipriano, a sus cuarenta y ocho años, quedará solo en la casa familiar de la calle Larga. Esta soledad se verá mitigada por la presencia de María Concepción Marcos Mena, natural de Acehúche, a la que contratará como “ama” en 1801[122]. María Concepción morirá en Ceclavín el 25 de julio de 1847, “a los setenta años de edad[123], por lo que entrará a servir a casa de Cipriano con 24 años. Esta edad, y el hecho de que esté divorciada, serán aprovechados por Eguiguren para atacar a Cipriano en el documento de capitulación. “Don Bernardo Cipriano Bustamante, es apoderado del capitulante, tiene escrita causa por estupro, y está notado de mantener en su casa a una mujer divorciada de su marido”[124]. Cipriano no hará el más mínimo caso a las murmuraciones, manteniendo a su servicio a María Concepción hasta su muerte.

Eguiguren, a punto de ser condenado y tener que salir de Ceclavín, no desaprovechará ninguna ocasión para vengarse de Cipriano. Cuando éste, defendiendo como abogado a María Evarista Barco, presenta un pedimento, el alcalde mayor, una vez más, lo castiga con una multa de cincuenta ducados por injurias a la autoridad, pese a que Cipriano asegurará, en el poder que concede a su procurador para que lo represente ante la Real Audiencia que “sin haber expresado en él otra alguna cosa, ni proferido expresión en un contexto que fuese impropia de su profesión, y menos ofensiva a persona alguna”[125].

El 31 de octubre de 1806, a los veinte años, se casará en Ceclavín María Cleofé, hija de Cipriano, con el escribano Juan Domene Roda. En la partida de matrimonio se especificará que el novio, natural de Serón, obispado de Almería, es hijo legítimo. De la novia solo se dirá que es hija de Cipriano y María. Ningún Bustamante firmará como testigo del enlace, haciéndolo don Francisco Méndez Cortés, médico, marido de María Terrona, la que fue madrina en el bautismo de Cleofé. El otro testigo, será el sacristán de la parroquia.

IV.- OCASO Y MUERTE.

Los acontecimientos que convulsionaron España entre 1808 y 1814, no tuvieron mucha repercusión en la vida de Cipriano o, por lo menos, esa repercusión no consta documentalmente.

El 27 de junio de 1811, la Real Audiencia de Extremadura se traslada de Garrovillas a Ceclavín, donde actuará hasta el 5 de julio, día en que volvió a Garrovillas[126]. Se documentará también que, al entregar una notificación a Francisco de Sande Gallego, su mujer responde que su marido se hallaba en una brigada del ejército británico[127]. Pero la única mención que el duque de Wellington hará de Ceclavín, no revelará heroísmo precisamente:

“Badajoz, 20 de noviembre de 1809. Querido Beresford: Incluyo una carta del magistrado de Ceclavín, con la copia de un recibo de unas camisas, dado por un oficial de la legión. Le estaría muy agradecido si tomara las medidas necesarias para que estas camisas sean pagadas porque me temo que esto no se ha llevado a cabo.Creo que el dinero debería pagarse más bien  a nuestro comisario general en Lisboa”[128].

Cipriano no participará como abogado en el último gran pleito de la era de Eguiguren. Cuando se le exija a Francisco Martín Fustes, antiguo parcial del alcalde mayor, cuentas por el dinero que había cobrado al ejército por los abastecimientos proprocionados en Ceclavín, Cipriano aparecerá únicamente como testigo[129].

El 18 de agosto de 1824, Cipriano venderá su parte de la casa familiar, un olivar y una viña a María Concepción su “ama”. El olivar tenía un censo o préstamo de 642 reales; la casa, otro de 420 y la viña otro de 550. La suma total de la venta ascenderá a 7.508 reales, que confiesa haber recibido de la compradora para ser parte del pago de 8.280 reales que debe a María Concepción “importe de 23 años sin interrupción le ha servido de ama hasta el primero de julio del corriente año, a razón de treinta reales por cada mes, por cuya razón, le resta aún en deber hasta el citado día la suma de 772 reales”. Cipriano establecerá, en esta misma escritura, que él disfrutará de las citadas fincas vendidas hasta su fallecimiento, pues así lo tiene tratado con la compradora[130].

El sueldo que Cipriano pagaba a María Concepción, no era excesivo si lo comparamos con lo que sabemos por el Catastro de Ensenada, según el cual un criado de librea cobraba al día dos reales y medio[131], o que el propio Interrogatorio de la Real Audiencia nos dice que los jornales de 1791 oscilaban entre los cinco y ocho reales[132]. Pero también es cierto que muchas mujeres servían en Ceclavín únicamente por la comida y el alojamiento.

María Concepción no fue pues la causa de la pobreza de Cipriano, pobreza que se extenderá a parte de su familia. El 28 de octubre de 1825, doña Francisca, la hermana de Cipriano, venderá a su vez la quinta parte de la casa familiar. Dicha casa carga en total con un censo de 2.100 reales a favor del convento de religiosas de Ceclavín. Doña Francisca la venderá con la condición “que don Bernardo Cipriano de Bustamante, hermano de doña Francisca ha de habitar la citada quinta parte de la casa hasta su fallecimiento, sin pagar pensión ni premio alguno”[133]. Su tratamiento y su apellido no impedirán que, el 22 de julio de 1837 doña Francisca sea enterrada como “pobre”[134]. En este mismo año de 1825, Cipriano actuará como testigo cuando Eusebio Domínguez y Justeria Sánchez de Bustamante piden un préstamo a Andrés Marcos Vaquero de 7.020 reales[135].

Cipriano seguirá vendiendo a María Concepción las pocas fincas que le quedan, fincas que están todas hipotecadas. El 3 de diciembre de 1825 le venderá una viña, que tenía sobre sí un censo de 550 reales a favor del cabildo eclesiástico de Ceclavín[136], y en 1829 un olivar que a su vez tenía un censo de 1.284 reales a favor del convento de religiosas[137]. En todas estas ventas confiesa haber recibido el importe, ya que son deducibles de los servicios prestados por María Concepción.

Y el 9 de abril de 1832, ante el escribano Sebastián Sánchez de Bustamante “estando bueno y sano y en su entero juicio, memoria, entendimiento y voluntad” Cipriano dicta su testamento[138]. Enumera en primer lugar los muebles que están pro indiviso todavía en la casa que fue de sus padres, entre ellos las tinajas y el bufete de madera a los que ya hemos hecho mención.

Establece que todas las ropas, aljahas de oro y plata, camas y trastos que hay dentro de su casa pertenecen a María Concepción Marcos Mena, sin que ella tenga que dar cuenta de nada “por tenerlas dadas con la exactitud y fidelidad que acostumbra”. Quiere que nadie la moleste ni por el ajuar de la casa, ni por las ventas que le ha hecho, y dispone que se le paguen los salarios atrasados, desde el 18 de febrero de 1829, y se le devenguen 30 reales al mes mientras ella viva. En contraste con la generosidad de Cipriano, en el testamento de María Concepción no se mencionará a nadie de la familia Bustamante[139].

Nombrará “por única y universal heredera remanente de todos sus bienes raíces, dinero y acciones a doña María Cleofé, legítima mujer de don Juan Domene Roda, escribano público y numerario de la villa de Gata, para que los haga y herede con la bendición de Dios y la suya”. Pocos bienes le debieron quedar a esta heredera universal, excepto la bendición del hombre que la reconoció oficialmente como su hija, pero que jamás la trató.

Cipriano morirá el 12 de junio de 1832. Como buen ilustrado estaba al corriente de lo perjudicial que era para la salud pública el enterramiento en las iglesias, por lo que por su expreso deseo, fue enterrado en el camposanto que había comenzado a funcionar en septiembre de 1815[140], siendo el primero de su familia que se enterró en él.

 

 

 

[1]Biblioteca Nacional, Sección Manuscritos 20241/70 (En adelante BN,MMS) LÓPEZ, Tomás. Interrogatorio. Respuesta 14.

 

[2]MELÓN JIMÉNEZ, Miguel Ángel. Hacienda, Comercio y contrabando en la frontera de Portugal (siglos XV-XVIII), Cáceres, Cicón Ediciones, 1999, p. 193

 

[3]Archivo Histórico Provincial de Cáceres. (En adelante AHPC) Protocolos notariales, legajo 2184, f. 19r.

 

[4]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1327, f.19r.

 

[5]Archivo Diocesano Coria-Cáceres (En adelante ADC-C) Ceclavín, Libro de casados y velados 41, f. 138r.

 

[6]AHPC, Protocolos notariales, legajo 2148, f. 18r.

 

[7]AHPC, Protocolos notariales, legajo 2436, f. 38r.

 

[8]Archivo Universidad de Salamanca (En Adelante AUSAL) caja 3901, expediente 5, f. 1r.

 

[9]Ibidem, folio 3r.

 

[10]AUSAL, Libro de matrículas 482, fs. 38v-39r y 39v-40r.

 

[11]http://www.lacronicadesalamanca.com/43085-dos-artistas-en-la-calle-los-moros/

 

[12]AUSAL, caja 3901, expediente 5, f. 3v.

 

[13]Ibidem, f. 3v.

 

[14]AUSAL, Libro de matrículas 483, fs. 20v-22r.

 

[15]AUSAL, caja 3901/5. f. 19r, 4r,13r.

 

[16]AHPC, protocolos notariales, legajo 2224, f. 90r.

 

[17]Ibidem f. 90r.

 

[18]Ibidem f. 90r.

 

[19]Ibidem f. 90r.

 

[20]Ibidem, f. 46r.

 

[21]Archivo de la Chancillería de Valladolid (En adelante ARCHV) Secretaría de Acuerdo, caja 0021.0104, f. 3r.

 

[22]Ibidem, f. 7r.

 

[23]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1230, f. 125r.

 

[24]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1331, f. 12r.

 

[25]ADC-C. Ceclavín, Libro de bautismos 10, f. 13v.

 

[26]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 34r.

 

[27]Ibidem, f. 33r.

 

[28]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 36r.

 

[29]Ibidem, f. 41r.

 

[30]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21fs. 22r y siguientes.

 

[31]AHPC, Real Audiencia, legajo 605, expediente 40.

 

[32]AHPC, Real Audiencia, legajo 240, expediente 58.

 

[33]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f. 14r.

 

[34]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 36v.

 

[35]Ibidem, f. 37r.

 

[36]Ibidem, f. 40v.

 

[37]Ibidem, f. 41r.

 

[38]Ibidem, f. 36r.

 

[39]Ibidem, f. 37r.

 

[40]Ibidem, f. 38r.

 

[41]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, fs 39r-40r.

 

[42]Archivo General de Simancas, Catastro de Ensenada (En adelante AGS, CE) Respuestas generales, libro 138, f. 53r.

 

[43]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 35r.

 

[44]Ibidem, f. 35r.

 

[45]AGS CE Respuestas generales, libro 138, f. 50r.

 

[46]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 35r.

 

[47]ALONSO PÉREZ, Pedro Pablo. Coria. Cáceres, Cicón, 1999, p.50.

 

[48]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 35v.

 

[49]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 35r.

 

[50]AGS, CE, Respuestas generales, libro 138, f.64r.

 

[51]BN, MSS, 2026/3, f. 9v. En LÓPEZ, Tomás.

 

[52]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 37v.

 

[53]Ibidem, fs. 38r-39r.

 

[54]http://www.viajesalpasado.com/villarreal-de-san-carlos-el-camino-de-los-bandoleros/

 

[55]Hamer Flores, Adolfo La intendencia de las poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, 1784-1835. Gobierno y administración de un territorio foral a fines de la Edad Moderna. Córdoba, Caja Sur, 2009.

 

[56]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, fs. 34r-35v.

 

[57]BN, MSS, 20241/70, f.1v. En LÓPEZ, Tomás.

 

[58]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 34r.

 

[59]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f. 15r.

 

[60]Ibidem, fs. 32r-32v.

 

[61]Ibidem, f. 40v.

 

[62]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 36r.

 

[63]AHPC, Ibidem, f. 3r.

 

[64]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f. 16 r.

 

[65]AHPC, Real Audiencia, legajo 606, expediente 93.

 

[66]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, fs 34r-34v,

 

[67]Ibidem, f. 34v.

 

[68]RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, Ángel y otros. Gobernar en Extremadura.Cáceres, Asamblea de Extremadura, 1986, p. 89.

 

[69]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 21r.

 

[70]ADC-C, Ceclavín, Libro de visitas 71, f. 6v.

 

[71]AHPC,Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, f. 35v.

 

[72]ADC-C, Ceclavín, Libro de visitas 70-71.

 

[73]PAZ, Juan de. Consultas y resoluciones varias, teológicas, jurídicas, regulares y morales. Amberes, 1745, p. 538.

 

[74]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1329 f. 92r.

 

[75]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1330 f. 108r.

 

[76] Ibidem, f. 9r.

 

[77]ADC-C. Ceclavín, Libro de difuntos 51, f. 194r

 

[78]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f. 1r.

 

[79]RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, Ángel y otros. op. cit. p, 94.

 

[80]AHPC, Real Audiencia, legajo 605, expediente 87.

 

[81]AHPC, Real Audiencia, legajo 605, expediente 83.

 

[82]AHPC, Real Audiencia, legajo 605, expediente 137.

 

[83]AHPC, Real Audiencia, legajo 605, expediente 96.

 

[84]AHPC, Real Audiencia, legajo 605, expediente 6.

 

[85]AHPC, Real Audiencia, legajo 604, expediente 175

 

[86]Ibidem, legajo 607, expediente 84, f. 11r.

 

[87]Ibidem, legajo 240, expediente 58.

 

[88]Ibidem, legajo 242, expediente 5.

 

[89]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f.5v.

 

[90]ADC-C, Ceclavín, Libro de casados y velados 42, f. 405r

 

[91]Ibidem, f. 405r.

 

[92]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 4, f. 3r.

 

[93]Ibidem, f. 5v.

 

[94]Ibidem, f. 7v.

 

[95]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 4, f.19r.

 

[96]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f. 14r.

 

[97]Ibidem, f. 34r.

 

[98]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f. 2r.

 

[99]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1330, f. 87r.

 

[100]AHPC, Libro de cuentas de la cofradía de la Vera Cruz de Ceclavín, diversos caja 3, carpeta 1, f.21r.

 

[101]ROSADO, Julio. Bosquejo histórico de la villa de Ceclavín. Cáceres, Imprenta Extremadura, 1927, p. 63.

 

[102]AHPC, Real Audiencia, legajo 240, expediente 65, f.13v.

 

[103]Ibidem, fs. 19r-19v.

 

[104]Ibidem, f. 20v.

 

[105]AHPC, Real Audiencia, legajo 240, expediente 65 f. 3r.

 

[106]AHPC, Real Audiencia, legajo 126, expediente 11, fs. 1r-1v.

 

[107]Ibidem, f. 3v.

 

[108]Ibidem, f. 6r.

 

[109]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 1, fs. 2r-2v.

 

[110]AHPC, Real Audiencia, legajo 240, expediente 65, f. 4r.

 

[111]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 2, f. 13r.

 

[112]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 1, fs. 3r-3v.

 

[113]AHPC, Libro de cuentas de la cofradía de la Vera Cruz de Ceclavín, diversos caja 3, carpeta 1, f. 29v.

 

[114]Ibidem, f. 31v.

 

[115]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 1, f. 9v.

 

[116]Ibidem, fs. 6v-7r.

 

[117]Ibidem, f. 12v.

 

[118]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 2, f. 24r.

 

[119]AHPC, Real Audiencia, legajo 127, expediente 1, f. 12v.

 

[120]Ibidem, expediente 2, f. 33r.

 

[121]ADC-C, Ceclavín. Libro de difuntos 53, f. 5v.

 

[122]AHPC, Protocolos notariales, legajo 258, f. 5.

 

[123]ADC-C. Ceclavín, Libro de difuntos 55, f. 51v.

 

[124]AHPC, Real Audiencia, legajo 607, expediente 84, f. 42r.

 

[125]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1331, f. 35r.

 

[126]AHPC, Real Audiencia, legajo 306, expediente 19, fs. 17v-18r.

 

[127]AHPC, Real Audiencia, legajo 126, expediente 12, f. 59v.

 

[128]WELLINGTON, Arthur Wellesley, duke of: The Dispatches of Field Marshal the Duke of Wellington during his… compiled from official and other authentic documents by Colonel Gurwood, vol. Third, London, 1845. p. 598.

 

[129]AHPC, Real Audiencia, legajo 126, expediente 12.

 

[130]AHPC, Protocolos notariales, legajo 2584, f. 5r.

 

[131]AGS CE Respuestas generales, libro 138, respuesta 33.

 

[132]AHPC, Real Audiencia, legajo 10, expediente 21, respuesta 3.

 

[133]AHPC, Protocolos notariales, legajo 2584, f. 70r-71r.

 

[134]ADC-C, Ceclavín, Libro de difuntos 53, f.53v.

 

[135]AHPC, Protocolos notariales, legajo 2584, f.47 r.

 

[136]Ibidem, f. 80r.

 

[137]AHPC, Protocolos notariales, legajo 1105, f. 39 r.

 

[138]AHPC, Protocolos notariales, legajo 2436, f. 38r.

 

[139]AHPC, Protocolos notariales, legajo 2537, f. 60r.

 

[140]ADC-C, Ceclavín, Libro de difuntos 51, f. 188v.

 

Nov 102017
 

Francisco Cillán Cillán.

Los almagristas vivían en un ambiente de desesperación en la ciudad de los Reyes, consecuencia de las muchas necesidades que pasaban desde la batalla de las Salinas (6 de abril de 1538) en la que fue derrotado Diego Almagro, el Viejo, y posteriormente ajusticiado. Situación que chocaban con la paz y el sosiego del que gozaba Francisco Pizarro en estos últimos años de su vida y la opulencia de muchos de sus partidarios.

 

El rey de España. Carlos I, para zanjar el conflicto, que había surgido tras la creación de la provincia de Nueva Toledo, entregada a Almagro, con los límites de Nueva Castilla, de la gobernación de Pizarro, nombró el 15 de junio de 1540 un Juez de residencia en la persona de Cristóbal Vaca de Castro, natural de León, oidor de la Audiencia de Valladolid, hombre prudente y cauto, para que fuera a poner orden al Perú ante tanto desconcierto. Entre otras muchas misiones llevaba el encargo de fijar la situación de Cuzco dentro de una u otra gobernación. Además de informarse del comportamiento del Marqués y de transmitir la información al Consejo de Indias, sin que pudiera sentenciar. Sí podía juzgar y procesar a los culpables de robos, escándalos y muertes. El Rey comunicó a Pizarro y demás autoridades la llegada de Vaca de Castro, al que dio un plazo de tres años para el desempeño de su misión, con el sueldo anual de 5.000 ducados. Y le prometió que en caso de que muriese en el desempeño de sus funciones daría a su esposa doña María Quiñones doscientos ducados de renta, y dispensaría mercedes y gratificaciones a sus hijos.

 

El presidente del Consejo de Indias era el cardenal García de Loaysa, perteneciente a una ilustre familia extremeña, que sentía gran simpatía por su paisano el Conquistador y siempre intentó favorecerlo. Y cuando fue nombrado Vaca de Castro para tan alta responsabilidad le dijo: “El gobernador Francisco Pizarro, creedme a mi señor, es un bendito hombre e que con él faréis lo que al servicio de Dios e del Rey conviene”. Pero los almagristas vieron en dicho nombramiento las consecuencias de los manejos de Hernando ante el dicho Consejo, por lo que el cardenal Loaysa le había encomendado la causa. Estas ideas las transmitieron a sus partidarios del Perú quienes cogieron gran inquina al cardenal, y un día quisieron quemar su figura en la plaza pública de Lima, y si no lo hicieron fue por que lo impidieron los dominicos, afirma Raúl Porras.

 

Pizarro creía que con la llegada del Comisionado real se iban a solucionar los problemas y se terminaría el rencor y el distanciamiento insalvable que había producido la toma de Cuzco por los almagristas, y, como consecuencia, la batalla de las Salinas. No sospechaba, que a decir de Raúl Porras, el Justicia venía inclinado a entregar la capital de los incas a Almagro. Por otra parte, Pizarro consideraba suya la citada ciudad, pues le correspondía por derecho de conquista y porque tras la ampliación de sus dominios en 70 leguas, concedidas por Carlos I antes de la creación de la nueva provincia, entraba dentro de las 270 leguas otorgadas. Y, además, estaba tan identificado con las tierras peruanas que las consideraba como su auténtica patria. El poeta anónimo, que llegó a conocerlo y luchó a su lado, lo atestigua en los siguientes versos, que pone en boca del Marqués, cuando trazó la raya en la Isla del Gallo y tal vez llegara a repetir ahora:

 

Yo quiero seguir en esta tierra,

quien della me saca más me destierra,

porque ésta tengo por muy natural.

(Anónimo, 1537: CLXXIV)

 

Los de Chile, que era el apelativo que se daba a los almagristas, por lo general eran hidalgos empobrecidos, que en su mayoría llegaron al Perú con Pedro Alvarado en el 1534, lo mismo que habría sucedido a los Pizarro de haber seguido en su tierra natal. Se habían trasladado a las Indias Occidentales con la intención de mejorar su situación económica y social, y al no conseguirlo, andaban desconcertados. El Marqués que era “noble y generoso”, se había visto obligado a quitarles los indios, por lo que tuvieron que compartir los pocos alimentos que conseguían e incluso la ropa. Hubo un grupo de compañeros, hospedados en la misma posada, que compartían por turno una capa raída que poseían cada vez que salían a realizar alguna gestión, a los que se conocía como los “Caballeros de la Capa”, afirma Cieza, apelativo que se generalizó a todo el grupo. Y para comer juntaban los dineros que tenían o ganaban en el juego y Juan de Herrada lo administraba. “Así estuvieron socorriéndose unos a otros, sin querer recibir cosa alguna de los del bando de Pizarro, por mucha necesidad que tuviesen” (Inca Garcilaso, lib. III: Cap. V).

 

Los pizarristas, al ver la postura que habían adoptado, “aunque les veían morir de hambre, no les ayudaban con cosa ninguna, ni querían en sus casas darles de comer” (Chupa: Cap. XXVIII). Incluso, aprovechaban el desconcierto y mala fortuna de sus enemigos para burlarse de ellos, e inventaban coplas, chuflas o montaban parodias y charangas callejeras animadas con decires y cantares, que ponían en evidencia al adversario, y ocasionaban más daño que el castigo físico. Las coplas satíricas y burlescas tenían una función festiva y trágica al mismo tiempo. Mientras unos se divertían cantándolas, otros se sentían zaheridos por sus adversarios. Las burlas y parodias existieron siempre en toda la conquista del Perú, y aparecieron en los momentos más significativos.

 

Algunos por elogiar al Gobernador y ofender a los de Chile inventaron una farsa que se representaba en Cuzco en ciertos días festivos. Un indio “trasijano y tuerto” se paseaba por la ciudad montado en una mula, mientras se limpiaba el ojo con un pañuelo, a la vez que “lloriqueaba ridículamente”. El grupo que le acompañaba le preguntaba con ironía y mofa: ¿Cómo te llamas? Y él respondía: Almagro. Sus acompañantes seguían con la bufonada y decían: “Daca la provisión”. Y el indio, que hacía de bufón, sacaba del pecho unos naipes, causando la risa y carcajadas de todos los participantes. Raúl Porras dice que “así se burlaban los soldados de Cuzco de la desmedrada figura física del Manchego, de su ciclópeo defecto, de sus ínfulas de Gobernador y de su pasión por el juego”. Y estos escarnios herían más la sensibilidad de los almagristas que los castigos corporales, por lo que se quejaban de que se burlasen de la pérdida del ojo que había sido en servicio de S. M. (Porras Barrenechea, 1978: 587).

 

El Inca Garcilaso, 2ª parte, lib. III: Cap. VI, afirma que los de “Chile, para descuidar al Marqués echaron fama que Vaca de Castro era muerto”. Y tanto lo repitieron que incluso ellos mismo llegaron a creérselo, vista su tardanza en llegar. El Comisionado no se apresuró por ir a resolver los asuntos. En octubre aún no había salido de Sevilla. A primero de enero de 1541 llegó a Santo Domingo y de allí partió para Panamá a mediados de dicho mes. Rechaza un galeón que le ofrece Pizarro para su traslado rápido a Lima y busca vías de comunicación más complicadas que retrasan su llegada y producen la angustia y la desesperación en ambos bandos litigantes. Parece que tuvo mal viaje por el mar, lo que hizo que desembarcara en Buenaventura. Pasa a Cali, Popayán, Quito[1], en lo que tardó seis meses, cuando por mar hubiera llegado en unos catorce días. Durante ese tiempo se producen acontecimientos trascendentales como el asesinato del Marqués. Llevaba una Real Cédula, emitida el 9 de septiembre de 1540, en la que se le nombraba miembro del Consejo de Castilla y recibía poderes para reemplazar a Pizarro en la gobernación del Perú en caso de que falleciera, lo que le predisponía a dejar que los acontecimientos se desarrollaran por sí solos, consciente de que le podrían favorecer. De esta forma su prolongado retraso favoreció la invención del bulo de su posible muerte, que se propagó en diversas coplillas, que se emitieron en momentos festivos principalmente.

 

En la festividad del Corpus del 1541, que se celebraba con gran solemnidad en Lima, como en el resto de España, iba un villano zafio y bellaco a quien llamaban Pizarro zapatero, que divertía al público con sus cabriolas y piruetas, cuenta Raúl Porras, mientras cantaba:

 

¡Viva la gala del Marqués

e la vaca dio al través!

 

Pues creían que el Juez de residencia, Vaca de Castro, había naufragado entre Buenaventura y la isla del Gallo. Esta coplilla exasperaba aún más a los almagristas y los ponía más nerviosos, ya que esperaban que con su llegada se solucionarían todos sus problemas. El público maliciosamente aplaudía y coreaba otro pareado, surgido de la improvisación.

 

¡Viva la gala! ¡Viva la gala!

que la vaca es abarrancada.

(Porras Barrenechea, 1978: 588)

 

A veces la copla ya venía preparada y los partidarios del Manchego se sentían más ultrajados, porque se dirigía directamente a ellos, pidiendo su muerte.

 

Mueran, mueran los enemigos

del gobernador Pizarro,

y viva él y sus amigos,

que embarrancada es la Vaca.

(Coello, 2001: 238)

 

Este ambiente enrarecido es el que se vivía en Lima, a pesar de que el Conquistador hacía todo lo posible por apaciguar la situación, mientras los almagristas cada vez más sumidos en la pobreza y enardecidos deseaban su muerte. Cronistas de Indias, como Pedro Pizarro, Zárate, Gomara, Garcilaso, entre otros recogen el hecho histórico del asesinato de Francisco Pizarro, pero de todos ellos Pedro de Cieza de León en su Guerra de Chupas, libro segundo de la Cuarta Parte de la Crónica del Perú, es el único que la presenta como la de un héroe de epopeya. Cieza muestra una serie de acontecimientos anteriores al atentado que van preparando el camino para el desenlace fatal, como sucede en los poemas épicos. En un día significativo acontece un hecho, aparentemente intrascendente, que los almagristas toman por un pronóstico de mal augurio. Antonio Picado, el secretario del Marqués, sale a acaballo, como los demás vecinos, para festejar la proximidad de la fiesta de San Juan, y toma en las ancas del animal al loco Juan de Lepe, que por entonces estaba en Lo Reyes, y éste comenzó a entonar: «Esta es la justicia que mandan hacer á este hombre». Los de Chile que le oyeron se holgaron de ello y dijeron “que ellos tenían esperanza que el dicho del loco era profecía», y que “sus enemigos serían vengados con semejantes palabras” (Chupas: Cap. XXVIII)[2].

 

Hubo otros acontecimientos que delatan el ambiente previo al asesinato. Cuenta López de Gomara y Agustín de Zárate que una noche los almagristas ataron tres sogas de la picota y pusieron una en dirección de la casa de Francisco Pizarro, otra del alcalde y doctor Juan Vázquez y la tercera del secretario Antonio Picado, y el Gobernador no hizo nada por castigar aquella insolencia y osadía. Zárate, lib. IV: Cap. VI, añade que “el Marqués era tan confiado y de buena condición y conciencia, que respondía que dejasen aquellos cuidados, que harta mala ventura tenían (los almagristas) viéndose pobres y vencidos y corridos”. Pero todo ello dio alas para que los de Chile se crecieran más y perdieran el respeto al Gobernador, “tanto que algunas veces los más principales pasaban por delante del sin quitarse las gorras ni hacerle otro acatamiento”. Y abusando de ese exceso de confianza, se juntaban sin recelo, hasta venir desde doscientas leguas del reino, donde estaban desterrados, a reunirse con sus líderes para tratar de la muerte del Marqués.

 

Agustín de Zárate asegura que existía “por la ciudad un rumor, acompañado de un silencio profundo entre los indios, diciendo que ya se acercaba el día final del Marqués, en el cual había de ser por los de Chile muerto”. El rumor se apreciaba en los mercados, corría por las calles de la ciudad y las indias lo transmitían a sus amos. Un día el electo obispo de Quito, Garcí Díaz, le dijo al Gobernador lo que sucedía, y éste lo echó a broma, diciendo que eran cosas de indios[3]. Estaba tan convencido de su buen hacer, de que era querido y respetado por sus conciudadanos, pues muchos días bajaba acompañado tan solo de un paje desarmado a ver las obras del molino, que estaba haciendo junto al río, sin que nadie le hiciera daño ni él lo sospechara. Pero el rumor de su muerte era tan intenso que muchos le advirtieron de ello, a los que respondía “que las cabezas de los otros guardarían la suya”. Otros le aconsejaban que llevara gente que le protegieran, y él les decía: “que no quería que pareciese que se guardaba del Juez que S. M. enviaba” (Zárate, lib. IV: Cap. VII) y (Gomara: Cap. CXLIV)[4]. Mientras, Diego Almagro, el Mozo, se hacía acompañar por varios hombres armados, y Cieza afirma que Juan de Herrada, el cabecilla de la conjura, cuando salía, iba siempre armado y escoltado por veinte o treinta de los suyos.

 

Pedro Pizarro da explicación a la primera frase de diferente forma. Cuenta que cierto día un cacique dijo a un vecino de Cuzco, llamado Gregorio de Setiel: – “Hágote sauer que los de Chile an de matar al apo macho”. Los indios llamaban “apo” al “señor”, y “macho” equivalía a “viejo”, que era el nombre que los nativos en señal de respeto daban a Pizarro, pues así se lo había dicho su “guaca”, que era el lugar donde habla el demonio o su dios. Y si no me crees, ven conmigo y verás como lo dice. El amo quedó sorprendido cuando la “guaca” contestó: -“Es verdad: yo te dije que lo quieren matar”. Y escribió al Marqués contándole lo sucedido, a lo que respondió, como solía hacer, sin dar la mayor importancia al hecho: – “Su caueza guardara la mía” (Pizarro, 1571: Cap. XXVIII).

 

El Gobernador no era amigo de tomar precauciones ni represalias, confiaba en su valor, en su fuerza y en la creencia de que no tenía enemigos, y menos entre los españoles, a los que había dado un imperio donde cada uno podía labrarse su porvenir mejor que en su tierra natal. Varios cronistas cuentan un hecho premonitorio, aunque con variaciones incluso significativas unos de otros, quizás propia de la mutabilidad que sufrió el acontecimiento, al pasar de unos a otros oralmente. Nosotros seguiremos a Cieza de León, introduciendo aquello que nos parezca relevante de otros autores. En cierta ocasión los jefes de los almagristas recibieron noticias, que tuvieron por muy ciertas, de que el Marqués recogía armas para prenderlos, desterrarlos o darles muerte, aunque él siempre lo negó, y no era creíble por su forma de ser, pues aunque algunos le habían aconsejado que los echara de la tierra, él les respondió “que nunca tal cosa hiciera”, pues tenía por lema “hacer de los enemigos amigos”, como le aconsejó a su medio hermano Juan, cuando le eligió por su teniente de gobernador de la ciudad de Cuzco. Sin embargo, los de Chile por consejos de Cristóbal de Sotelo, Francisco de Chaves y otros decidieron conseguir armas, bajo el pretexto de defenderse si venían a prenderlos o a matarlos. Cuando el Marqués se enteró mandó llamar, por mediación del obispo electo de Quito, a Juan de Herrada, quien se presentó ante Pizarro con quien tuvo un sustancioso y premonitorio diálogo[5], mientras ambos interlocutores aclaran sus posiciones. El Gobernador se encontraba en una huerta, hasta donde llega el cabecilla de los amotinados al que pregunta:

 

“¿Qué es esto Juan de Herrada, que me dicen que andáis comprando armas, aderezando cotas, todo para efecto de darme la muerte? Juan de Herrada le respondió: «Verdad es, señor, que yo he comprado dos pares de coracinas é una cota, para defender con ello mi persona. El Marqués dijo: «¿Qué causa os mueve agora a buscar armas más que en otro tiempo? Juan de Herrada tornó a responder e dijo: Porque nos dicen y es público que vuestra Señoría recoge lanzas para matarnos a todos, y diciendo esto dijo más: Ea, pues acabemos ya y vuestra Señoría haga de nosotros lo que fuere servido, pues que habiendo empezado por la cabeza, no sé yo porque se tiene respeto a los pies. Y asimesmo dicen que vuestra Señoría ha mandado matar al Juez, y si piensa matar a los de chile no lo haga, destierre en un navío a don Diego, pues es inocente y no tiene culpa, que yo me iré con él a donde la ventura nos quiera echar. El Marqués, con rostro airado, dijo: «¿Quién os ha hecho entender tan gran maldad o traición como es ésa? porque nunca yo lo pensé; y el Juez más deseo yo de verlo acá que no vos… el otro día salí a cazar e no vide en cuantos íbamos una lanza, e mandé a mis criados que marcasen una y ellos mercaron cuatro. Plega a Dios, Juan de Herrada, que venga el Juez, e Dios ayude a la verdad y estas cosas hayan fin” (Chupas: Cap. XVIII).

 

Francisco López de Gomara y Agustín de Zarate consideran que fue Juan de Herrada quien se dirigió a la casa de Pizarro, acompañado de cuatro compañeros a preguntarle si era verdad que quería matar a don Diego Almagro y a sus criados. A lo que respondió el Gobernador que no quería ni pensaba realizar tal acción. El diálogo se reduce con una respuesta contundente por parte del almagrista y una aclaración por parte del cronista.

 

“Juan de Rada le respondió que no era mucho, que, pues Su Señoría compraba lanzas, que ellos comprasen corazas para defenderse. Y tuvo atrevimiento para decir esto, porque bien cerca de allí dejaba en retaguardia más de cuarenta hombres muy bien armados” (Zárate, lib. IV: Cap. VII).

 

La postura de uno y otro es clara, la confesión abierta de adquisición de armas con un fin defensivo por parte de los de Chile, aunque en el fondo guardan la preparación del asesinato. El rencor por el ajusticiamiento de su jefe. La situación desesperada de hambre, pobreza y abandono en que se encuentran los almagristas. La fidelidad incondicional al hijo del líder muerto, como heredero del gobierno. Por otra parte está la indignación de Pizarro cuando escucha el bulo que se han levantado sus enemigos, y el deseo de que venga el Juez para que ponga fin a los odios entre castellanos. Al final de la escena el cronista habla del amor que Pizarro muestra a Herrada, y del gesto respetuoso que él tiene hacia el Gobernador. Un contraste claro entre la sinceridad de uno y la hipocresía del otro, en una aparente ceremonia amistosa. Y continúa el historiador al que seguimos:

 

“El Marqués, mostrándole más amor, le dijo: «No plega a Dios que yo haga tan gran crueldad». Juan de Herrada se quitó la gorra e se quiso ir, e ya que se iba, estaba allí un loco que se llamaba Valdesillo, y díjole al Marqués: «¿Cómo no le das de esas naranjas a Juan de Herrada?» Y el Marqués le respondió: «Por Dios que dices bien e yo no miraba en tanto». Y entonces el mesmo Marqués cortó con su mano media docena de naranjas del árbol, que eran las primeras que se daban en aquella tierra, e dióselas a Juan de Herrada” (Chupa: Cap. XXVIII).

 

Agustín de Zárate y Francisco López de Gomara eliminan del episodio la intervención del loco, y es el mismo Pizarro quien toma unas naranjas y se las da a Juan de Herrada, “que entonces por ser las primeras, se tenían en mucho, y le dijo al oído que viese de lo que tenía necesidad, que él lo proveería. Y Juan de Rada le besó por ello las manos”, y marchó donde le esperaba el resto de los conjurados.

 

Pizarro, dejándose llevar de su bondad y generosidad, ofrece los primeros frutos de su esfuerzo y de las tierras recién conquistadas por él y sus hombres. Herrada quiere todas las riquezas del Perú y parte a reunirse con los conjurados. Es significativo que el asesinato de Pizarro coincida con los primeros frutos obtenidos tras el esfuerzo del trabajo de su conquistador. Por otra parte, contrasta la postura conciliadora del Marqués con el cinismo del adversario. Mientras, los pizarristas adoptan un comportamiento muy diferente, valiéndose de su posición de vencedores se mofan continuamente de los vencidos. Cuenta el Inca Garcilaso, lib. III: Cap. VI, que una persona tan allegada al Gobernador, como era su secretario Antonio Picado, salió aquellos días montado en su jaca y se paseó por delante de la puerta del hijo de Almagro, mientras lucía “en la gorra una medalla de oro muy rica, esmaltada en ella una higa, con una letra que decía: “Para los de Chili.”, lo que indignó y encolerizó tanto a los almagristas, que fue un motivo más para que llenos de ira decidieran asesinar al Marqués, aunque algunos decidieron esperar la llegada del Comisionado, convencidos de que resolvería sus problemas.

 

Pizarro era un hombre de profunda religiosidad, encarnada en la devoción a la Virgen, aprendida en su ciudad natal desde niño, lo que le dio una gran fuerza moral en todo el proceso de la conquista. Así lo atestigua en su testamento, donde afirma, refiriéndose a la Madre de Dios: “Yo la he tenido por abogada y señora de todos mis hechos”. Pero también confiaba plenamente en su fortaleza física, a pesar de la edad. Era alto y seco de figura esbelta y atlética, de buen rostro cubierto de barba rala, con cabellos blancos, y cuerpo ágil y jovial, aunque escuálido y algo arqueado por las muchas hambres y fatigas que había pasado, dirá Raúl Porras, y tendríamos que añadir que por el paso de los años[6]. Como persona era muy animosa, valiente, hombre de palabra y de gran verdad, pero, a pesar de la evidencia, confiaba en que no tenía enemigos. No podía entender que su signo estuviera marcado por lo trágico y su muerte, próxima. Como en las grandes tragedias una señal astral apareció, que según la creencia indígena e incluso de los españoles vaticinaba un acontecimiento fatal. Cieza asegura que unos días antes del asesinato del Marqués estaba la luna llena y clara y declinó su color “á rubia sangre la mitad della, y la otra mitad negra, y mostraba lanzar de sí unas esponjas, todos de color de sangre, muchos hubo que lo vieron así como yo lo cuento”, dirá Cieza (Chupas: Cap. XXXI)[7].

 

Vaca de Castro no llegaba y corrían rumores de que había muerto. Los de Chile se hundieron en la desesperación, al no tener a quien recurrir para que les hiciera justicia del agravio en el que creían encontrarse. Humillados frecuentemente y pasando necesidad, deciden matar al Gobernador como única solución a sus problemas. Los cronistas consideran que hubo otras intentonas de asesinato anteriores a la fecha del crimen. La festividad del Corpus Christis de ese mismo año fue en un principio la elegida, pero tal vez consideraron un día poco adecuado, y decidieron que fuera el mismo día de San Juan, como asegura Gomara erróneamente que sucedió, y Cristóbal de Sotelo lo impidió, afirmando que no convenía hacer tal cosa por entonces hasta que no viniese el Juez, y si una vez que estuviera allí no hacía justicia recta o se inclinaba hacia el Conquistador, matarían a los dos. “El buen Marqués andaba tan descuidado de que le matasen los de Chili, como ellos ansiosos de matarle” (Inca Garcilaso, lib. III: Cap. VI).

 

Pasado el día de San Juan, Herrada habló con Almagro el Mozo y le dijo que tenía noticias del arribo de Vaca de Castro a las costas peruanas, pero que venía sobornado por los dineros que había mandado el Marqués a España, y sospechaba que Pizarro quería matarlos, por lo que habían determinado darle muerte, y de esta forma vengar el ajusticiamiento del Mariscal. Don Diego, el Mozo, era muy joven para tomar decisiones de tanto riesgo y trascendencia y se limitó a decirle “que antes que se determinase á nada, que pensase bien lo que había de hacer”. Herrada no dudó en convocar una asamblea e informar de la situación, que él suponía se había creado, a sus compañeros. Y decidieron matar al Marqués de la manera que fuese.

 

El licenciado Carvajal, que había escuchado los rumores de asesinato que corrían por la ciudad, llamó a Juan de Herrada y le dijo que se atuviese a las consecuencia si era cierto lo que se oía. Pero Herrada cínicamente le respondió que ellos no tenían ninguna intención de ser desleal al Marqués, pues esperaban la llegada del Comisionado, porque pensaban que haría justicia correctamente. Y el Licenciado, no fiándose, avisó al Gobernador para que estuviese acompañado y tomase las precauciones necesarias con los de Chile.

 

Los conspiradores solían reunirse en casa de Diego Almagro, el Mozo, bajo el pretexto de preparar la entrevista con el Comisionado real y demandarle justicia. Dirigían las reuniones Juan de Herrada y Juan Balsa, y la mayor parte de las veces las encaminaban a estudiar la manera de derrocar al Gobernador legítimamente instituido. Los almagristas vivían esparcidos por las diferentes ciudades del reino peruano, pero con la excusa de la llegada de Vaca de Castro se concentraron unos trescientos en Lima, para exponer al Juez sus quejas y demandas. Almagro, el Mozo, vivía en una casa que le había dejado el capitán Gerónimo de Aliaga, a ruegos de Gómez de Alvarado, sita en la esquina opuesta en diagonal a la de Pizarro en la plaza principal de la ciudad. El Marqués conocía todos esos conciliábulos que tenían sus adversarios y no hacía nada por impedirlos.

 

La noche antes del crimen, el sacerdote Alonso Enao dijo al secretario Picado: – “Mañana Domingo, quando el Marqués saliere a misa, tienen concertado los de Chile de matarlo, y a vos y a sus amigos”. Esto me ha dicho Francisco de Herrada en confesión para que os venga a avisar. Y Picado se lo contó al Gobernador, a lo que respondió: – “Ese clérigo, obispado quiere. Ya os e dicho, Picado, que su caueza guardará la mía” (Pizarro, 1571: Cap. XXVIII)[8]. Esta es la versión que da Pedro Pizarro de la fatídica noche anterior al crimen, muy distinta a la que ofrecen otros cronistas. Agustín de Zárate asegura que el citado clérigo fue donde estaba el Marqués cenando con sus hijos y su hermano, Francisco Martín de Alcántara, a quines contó lo que sabía acerca de su muerte. El Gobernador, que no podía creer lo que oía, pues Herrada le había asegurado que no pretendían matarle, se lo hizo saber a su secretario, Antonio Picado, y ambos con algunos indios, alumbrados con antorchas fueron a casa del alcalde mayor de Lima, Juan Velázquez, que se encontraba en cama y quien le tranquilizó asegurándole “que en tanto él tuviera aquella vara en la mano no se osaría revolver nadie en toda la tierra” (Zárate, lib. IV: Cap. VII). Luego convocaron a Francisco de Chaves[9] para determinar lo que debían hacer, y decidieron que Pizarro al día siguiente, que era domingo, no fuese a misa y la escuchara en su domicilio, bajo el pretexto de que estaba enfermo. Y por la tarde prenderían a Diego Almagro, el Mozo, a Juan de Herrada y Juan de Balsa, por ser los instigadores. Posteriormente cada uno marchó para su casa y el Marqués se fue más sosegado confiando en el buen hacer de su alcalde.

 

Los almagristas no sabían que decisión tomar, pues mientras unos consideraban que lo mejor era dar muerte al Marqués y terminar con aquella incertidumbre y el estado de pobreza en que se encontraban sumidos, otros preferían marcharse a sus pueblos y lugares de residencia y olvidarse de lo ocurrido hasta que viniese el Juez para que él decidiera. Algunos afirmaban que el Gobernador estaba al tanto de todo lo sucedido y tomaría represalias severas contra ellos. Herrada les dijo que trajeran las armas que tenían, y el tiempo decidiría lo que se debía hacer.

 

Juan de Herrada o Rada[10] era el jefe de los conspiradores. Se cree que nació en Badajoz, aunque otros le consideran oriundo de Navarra. En el 1541 tenía 51 años. Llegó al Perú con Pedro Alvarado en el 1534, tras una larga experiencia como conquistador, y pronto formó parte de las huestes de Diego Almagro, ocupando puestos de responsabilidad. El Manchego le concedió la tutoría de su hijo, que “ejerció con rigidez y lealtad”[11] y estuvo junto al Mariscal en la entrevista de Mala. Era silencioso y moderado, tenaz y resuelto, hombre de acción y de pocas palabras, de bastante ecuanimidad, incapaz de tratar con el enemigo ni de perdonar agravios. Carecía de simpatía, pero inspiraba respeto, los escritos de la época no reflejan ninguna tacha moral de su persona. Apasionado, sincero y algo utópico en sus aspiraciones de justicia. Arrojado y sereno son los calificativos que le da Raúl Porras, quien agrega: fue “el cabecilla de los de Chile que los llevó por caminos inflexibles, como mal político, pero como leal y valiente capitán” (Porras Barrenechea, 1978: 594).

 

Aquella noche pasaron un gran número de almagristas en la casa de don Diego, y a la maña siguiente, viendo que el Gobernador no venía a misa, como de costumbre, mandaron al cura vizcaíno para que se informara de lo sucedido. Aconteció que Pizarro había pedido un sacerdote para que dijera la misa en su casa, según lo acordado, y, cuando llegó, se ofreció él mismo. Entre burlas y veras el vizcaíno dijo al Marqués que estuviera atento porque le querían matar, pero él se lo tomo a bromas[12]. Los de Chile enviaron de nuevo a otros dos espías para que se informaran de cuanto sucedía, Juan Ortiz de Farate o Zárate, vecino de los Charcas, y Ramiro de Valdés[13], un truhán, dirá Pedro Pizarro. Así lo atestigua una cancioncilla que los almagristas entonaban ufanos de su triunfo, y que recoge el profesor peruano.

 

Orticico fue el espía, y Valdés

de este mal que hecho es

(Coello, 2001: 238)

 

Una vez que tuvieron conocimiento de lo sucedido, decidieron abandonar el aposento de don Diego de uno en uno, como si allí no hubiera pasado nada y negar toda evidencia si los preguntasen acerca de lo ocurrido. Pero el sino de las personas tiene mucha fuerza y aconteció que un tal Pedro de San Miguel, “de los Boçudos de Segovia”, cobarde y muy flaco, poco diestro en el manejo de las armas, abrió la puerta y salió a la plaza armado con una rodela embrazada, y dando voces dijo: – “Salid todos y vamos a matar al Marqués, y si no, yo diré como estauamos para ello”. Y, una vez que Juan de Herrada y los demás se vieron descubiertos de su estratagema, salieron tras de él un número determinado de hombres y se dirigieron a la casa del Gobernador[14].

 

Cieza de León da otra versión de los hechos. Afirma que el tal San Miguel entró exaltado en la casa de don Diego, donde estaban todos reunidos y dirigiéndose a Herrada que se encontraba en la cama, le dijo: – “¿Qué hacéis, que de aquí á dos horas nos han á todos de hacer cuartos?” Esto me ha dicho el tesorero Alonso Riquelme. Pero Cieza excusa al tesorero y considera que era una invención del exaltado; mientras Raúl Porras asegura que Riquelme inventó el bulo, pues era “repulsivo y díscolo”. Había estado al lado de Pizarro desde 1529 hasta su muerte y fue en todo momento su mala sombra, que finge amistad y siempre le traiciona. Fue el principal instigador de la muerte de Atahualpa y culpó al Conquistador de ella. Trató de dividir a los expedicionarios en Santa Elena y entregará al final a Picado a los almagristas para que lo maten[15].

 

Aquel domingo varios vecinos al salir de misa, al ver que el Gobernador no asistió, fueron a visitarle y luego se marcharon para sus domicilios. Serían las once o las doce de la mañana, según la opinión de diferentes cronistas de la época, aunque otros consideran que era la hora en que todos comían[16], cuando Juan de Herrada aconsejó a don Diego que se quedara en casa y tomó a sus doce mejores hombres: “Martín de Bilbao, Diego Méndez, Cristóbal de Sosa, Martín Carrillo, Arbolancha, Hinojeros, Narváez, San Millán, Porras, Velásquez, Francisco Núñez, y Gómez Pérez”, a los que armó con cotas, coracinas y alabardas, dos ballestas y un arcabuz (Inca Garcilaso, lib. III: Cap. VI)[17]. Salieron de la casa de don Diego Almagro, el Mozo, que estaba a la izquierda de la catedral, y siguieron toda la plaza al sesgo hasta el domicilio del Marqués, que se encontraba en el otro rincón de la plaza. Antes había dado orden a Pedro Picón, natural de Mérida, a Francisco de Chaves, capitán que fue de Almagro el Viejo, y a Marchena para que salieran a caballo a la plaza para tenerla segura[18]. Y a cara descubierta, con las espadas desnudas, cruzaron el recinto público, con el asombro de los que en él estaban sin que nadie hiciera nada por detenerlos. Mientras gritaban, según algunos historiadores, ¡Viva el Rey! ¡Mueran traidores!, aunque Gomara y Garcilaso aseguran que el grito fue “¡Muera el tirano traidor, que ha hecho matar al juez que el Emperador enviaba para su castigo!”[19]. Decían eso para que la gente se indignara contra el Marqués y no salieran a defenderlo. Al llegar a la casa del Gobernador, Herrada dejó a un compañero en la puerta de la calle para que cuando ellos entraran gritara que ya habían matado a Pizarro, y de esta manera acudieran todos los de Chile, que eran más de doscientos, en su ayuda, mientras él subía con los otros diez (Gomara: Cap. CXLIV).

 

Raúl Porras sigue a Cieza y considera que hubo entre veinte o treinta conjurados, casi todos hidalgos. Y cita a varios: Cristóbal de Sotelo, hombre tolerante; García Alvarado, impetuoso; Francisco de Chaves, el más decidido de los almagristas, primo del lugar teniente del Marqués de igual nombre[20]; Martín Carrillo y Francisco Peces, que serían elegidos alcaldes de Lima posteriormente; Juan Rodríguez Barragán, hombre de “mala lengua, enconado y vengativo”, que fue con anterioridad criado de Pizarro y presentó una lista de los delitos cometidos por diferentes pizarristas[21]. El profesor peruano presenta también un listado de gentes “desocupadas y turbulentas” de poco renombre, a los que califica de “rostros patibularios, malas trazas, torvos gestos”, entre los cuales estaban Santiago, el de la cuchillada, porque tenía una cicatriz que le cruzaba la nariz; Juan y Antón, hermanos de Almagro, pobres villanos; Ramírez, el Manco; Pedro de Porras; Francisco Coronado, el Alto; Juan Navarro, el de la Pedrada. Continúa con el grupo de los vizcaínos, “los más impetuosos y decididos”, tales como Alonso de Enriquez, antiguo médico del Mariscal; Bartolomé de Arbolancha; Jerónimo Zurbano, clérigo; Juan Balsa; Martín de Bilbao, al que considera el autor de la estocada mortal a Pizarro (Porras Barrenechea, 1978: 595).

 

El Gobernador se encontraba reunido con su hermano Francisco Martín de Alcántara, el doctor Juan Velázquez, el capitán Francisco de Chaves, el bachiller don Garcí Díaz Arias, obispo electo de Quito, el veedor García Salcedo, Juan Ortiz de Zárate[22], Alonso de Manjarre, don Gómez de Luna, el secretario Pedro López de Cáceres, Francisco de Ampuero[23], Diego Ortiz de Guzmán, el capitán Juan Pérez, Alonso Pérez de Esquivel, y otros muchos. En total unos cuarenta hombres en el domicilio, armados únicamente con capa y espada. Un paje del Marqués, Diego de Vargas, hijo de Gómez de Tordoya[24], que oyó las voces, salió a ver que sucedía y vio a los de Chile que venían cruzando la plaza con gran alboroto.

 

Diego de Vargas, asustado y tembloroso, volvió donde estaba el Gobernador y dando voces dijo: – “¡Armas, armas, que vienen a matar al Marqués! Y dirigiéndose a su amo exclamó: – “Señor: los de Chile vienen a matar a Vuestra Señoría”. Cuando el Gobernador lo oyó dijo a Francisco de Chaves, que era natural de Trujillo en la Extremadura española: – “Señor Chaves: cerrad esa puerta y guardádmela mientras me armo”. Pero el desleal trujillano, a quien el Marqués en su testamento de 1537 le había nombrado tutor de sus hijos y le asignaba el cargo de gobernador en la minoría de su vástago, en caso de su fallecimiento y ausencia de su hermano Gonzalo, abrió la puerta.

 

La casa del Marqués tenía dos patios, en el primero había una puerta estrecha y fuerte, que de haber echado el cerrojo, como dijo Pizarro a Chaves, no hubieran podido entrar en ella ni doscientos hombres que vinieran, afirma Cieza. El otro espacio abierto tenía una puerta, que si se hubieran puesto los que en el interior estaban tampoco hubieran conseguido entrar los amotinados. Las habitaciones estaban agrupadas alrededor de los patios. En el segundo se encontraban la sala, la cámara y la recámara del Gobernador. Al fondo había una huerta cercada con una tapia con puerta trasera.

 

Francisco de Chaves se encontraba en el corredor, delante de la puerta que acababa de abrir y allí se topó con los de Chile que venían subiendo las escaleras y les dijo: – “No a los amigos”[25]. Pero Juan de Herrada, que iba de los primeros, no le respondió y dio de ojo a los que venían detrás para que lo matasen y en medio de las escaleras cayó muerto con la cabeza seccionada y recibir múltiples estocadas, sin poder siquiera sacar la espada. Los demás huían despavoridos o se escondían debajo de las camas o en los armarios, al oír el griterío que traían. El doctor Juan Velázquez corrió hacia una puerta y de allí a una ventana que daba al río y con la vara de la justicia en la boca, para no llevarla en la mano y así se cumplieran sus palabras, saltó hacia la calle y corrió sin saber donde esconderse. Lo mismo hicieron otros muchos de tal forma que se quedaron el Marqués con su hermano Francisco Martín y los pajes Diego de Vargas o Tordoya y Cardona solos en la cámara. Pizarro entró a armarse en la recámara mientras los otros dos se pusieron a la puerta para impedir el paso de los amotinados. El Gobernador se colocó la coraza y cogió la espada ancha de la conquista a la que dijo: – “Vení acá vos, mi buena espada, compañera de mis trabajos” (Chupa: Cap. XXXI).

 

Puede que la escena que acabamos de describir sea propia de la imaginación del cronista, y que nunca existiera en la realidad, pues no la he encontrado entre los demás historiadores de la época. Cieza sabe que está narrando los hechos de un héroe y, como en los poemas épicos, crea la prosopopeya en la que el protagonista habla con seres inanimados íntimamente ligados a él. Pizarro adquiere de nuevo la grandiosidad del héroe, mientras casi todos huyen él se enfrenta al peligro, sin miedo ni alboroto, se desprende de una capilla larga de estar en casa, se pone la coraza y con amables palabras personifica a su espada. Es uno de los grandes momentos de su vida, que recuerdan la isla del Gallo y Cajamarca, no quiere que la fama conseguida se pierda en este trance crucial de enfrentarse a la muerte. Se ha transformado en el personaje heroico del que podríamos decir aquellas palabras con las que el poeta calificó al Cid: “El que en buena hora ciñó espada”.

 

Los amotinados entraron gritando: – ¡Muera el traidor! ¡Acabemos con él, que se termina el tiempo y puede que le vengan refuerzos! Y llegaron hasta la puerta donde estaba Francisco Martín de Alcántara y los pajes Cardona y Vargas, quienes luchaban denodadamente por defender la entrada. Ya estaban heridos don Gómez de Luna, Gonzalo Hernández de la Torre, Francisco de Vergara, Ortiz de Zárate, y Hurtado. El Gobernador desde dentro lleno de valor se dirigió a los amotinadores: – ¿Qué desvergüenza es ésta? ¿Por qué me queréis matar? Pero los asaltantes enfurecidos, llamándole traidor, pugnaban por entrar hasta donde estaba sin atender a razones. Con una coracina a medio abrochar salió a recibirlos gritando: – “A ellos, hermano, ¡mueran! que traidores son”. Y durante un tiempo se defendieron con coraje y valentía, “que aunque uenian bien armados y ellos no lo estauan, mataron a dos”. Pero en un lance abatieron a Francisco Martín de Alcántara y a los dos pajes, y el Gobernador se enardeció más al ver a su hermano y a los dos sirvientes muertos en el suelo. Y como si hubiera recobrado la fortaleza y el vigor de años juveniles los llamaba traidores y felones mientras se enfrentaba a la mayoría de los conjurados, sin mostrar flaqueza ni desánimo. Los de Chile cuando vieron que no podían rendirlo, a pesar de la diferencia de edad que los separaba, empujaron a Diego de Narváez para que el Marqués se entretuviera con él y mientras, los otros consiguieron entrar en el recinto. Martín de Bilbao aprovechó el momento para travesarle la garganta con su espada, y los demás descargaron todo el odio y rencor que guardaban sobre su cuerpo gravemente herido a base de estocadas y cuchilladas. Calló al suelo pidiendo confesión, asegura Pedro Pizarro, untó los dedos de su diestra en la sangre de sus heridas, hizo una cruz y la besó. Así expiró «el capitán que de descubrir reinos y conquistar provincias nunca se cansó», escribiría Cieza, nombrando a Cristo, nuestro Dios, y pidiendo confesión. El poeta contemporáneo lo refleja en el último terceto de su soneto con los siguientes versos:

 

Un imperio es tu alfombra. Y hombre luz

no te apagas: te vas sobre la Cruz

que haces tú con tu sangre traicionada.

(González del Valle: 76)

 

El fraile mercenario español ve una estrecha relación entre la cruz que hace el Héroe con su propia sangre y la que un día le concediera el emperador Carlos V al otorgarle el hábito de Santiago, que con tanta ilusión lució en los actos más solemnes, bordada sobre su pecho. Así en Amazonas en Indias pone en boca del nuevo gobernador, Vaca de Castro, las siguientes redondillas, para ensalzar al Conquistador.

 

La cruz que hizo en el postrero

curso de su heroica vida,

sacándola de la herida

que abrió el desleal acero,

autorizó la que al pecho

el Cesar Carlos le puso,

pues católico dispuso

en la conquista que ha hecho

el laurel para eterna grana;

que, en quien triunfo apetece,

más noble la cruz parece

de sangre, que la de grana.

(Tirso de Molina: vers. 1046-1057)

 

Cieza concluye con un extenso epitafio, que nos permite conocer detalles de la vida del Gobernador y no nos deja poner en duda la edad, fecha y hora de su fallecimiento.

 

Fue su muerte á hora de las once del día, á veinte é seis días del mes de Junio, año de nuestra reparación de mil é quinientos é cuarenta y un años; gobernó por él é por sus Tenientes, desde la villa de Plata hasta la ciudad de Cartago, que hay nuevecientas leguas y más; no fue casado, tuvo, en señoras de este reino, tres hijos y una hija; cuando murió había sesenta é tres años é dos meses (Chupas: Cap. XXXI)[26].

 

 

 

 

 

 

Bibliografía

 

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ZÁRATE, Agustín de (1555): Historia del descubrimiento y conquista de la provincia del Perú[28]. Biblioteca Peruana. T. II. Lima. 1968.

 

 

[1] En Quito, que está casi a trescientas leguas de la ciudad de los Reyes, permanece un tiempo.

[2] Zárate en el capítulo VII de su Historia del descubrimiento y conquista del Perú y Gomara en el capítulo CXLIV de su Historia general de las Indias mencionan también el día de San Juan.

[3] Algunos cronistas escriben García Díaz, que era el obispo electo de Quito.

[4] Gomara cambia la sintaxis de la frase, aunque el significado en ambas es el mismo. En la última frase escribe: “no quería traer guarda, porque no dijese Vaca de Castro que se armaba contra él”

[5] Cieza asegura que Juan de Herrada fue solo a la entrevista con Francisco Pizarro, mientras Gomara considera que iba acompañado por cuatro compañeros. Cuneo-Vidal, Cap. LI, admite que iba solo, como acepta la presencia del loco en la huerta, que el Marqués tenía para su distracción.

[6] Se han hecho varias descripciones de Francisco Pizarro, Entre otros, Gomara afirma que era “grosero, robusto, animoso, valiente y honrado; mas negligente en su salud y vida”. “No era franco ni escaso; no pregonaba lo que daba. Procuraba mucho por la hacienda del rey. Jugaba largo con todos, sin hacer diferencia entre buenos y ruines” (Gomara: Cap. CXLIV).

[7] El 28 de septiembre del 2015 se realizó un eclipse lunar de estas características, que tuve la oportunidad de ver. Al interponerse la tierra entre el sol y la luna se dispersa la luz azul y verde procedente de los rayos solares, y sólo pasan los rojos, de modo que la luna queda iluminada por la luz que refracta la atmósfera terrestre, por lo que toma un color rojizo y a veces negruzco. Es un hecho natural y hoy no se le da mayor importancia, aunque es algo espectacular. Pero en aquella época, al no encontrarle explicación, se consideraba un signo de mal augurio. En los poemas épicos los presagios astrales tienen gran importancia, e incluso algunos escritores actuales siguen utilizándolo en sus novelas, porque persiste en el pensamiento popular. Sánchez Ferlosio, en el Jarama, antes de que muera la chica ahogada en el río, describe una gran luna llena muy luminosa.

[8] Cieza de León afirma que Cristóbal de Sotelo fue el que detuvo la realización del crimen dando la explicación expuesta. Vid. Chupas: Cap. XXIX.

[9] Aquí se refiere a Francisco de Chaves, el favorito de Francisco Pizarro, natural de Trujillo en Extremadura. Raúl Porras cree que llegó al Perú en el 1536, aunque es posibilidad de que hubiera estado en la captura de Atahualpa, en Cajamarca. El Gobernador lo favoreció muy pronto, y el 12 de noviembre de 1536 le concede la encomienda del cacique Lurigancho, y en enero del 1537, un solar en Lima, de cuya ciudad fue teniente de gobernador en ausencia de Pizarro del 1538 al 1540. Le vuelve a donar otra encomienda en el 1538 y ese mismo año se casa con la acaudalada viuda de Martín Estete, doña María de Escobar. Pizarro le nombró tutor de sus hijos en el testamento del 1537. Zárate asegura que era el hombre más principal en el Perú después del Marqués. De igual opinión fue Lohmann.

[10] Predomina en la mayoría de los cronistas el apellido Rada, aunque nosotros hemos tomado el de Herrada, que utilizan otros muchos. Incluso algunos lo denominan Herrera.

[11] Almagro encargó en su testamento la tutoría de su hijo a Diego de Alvarado hasta que llegara a la mayoría de edad y se hiciera cargo de la gobernación de Nueva Toledo, pero al marchar Alvarado a España se hizo cargo del joven Juan de Rada o de Herrada.

[12] Este clérigo vizcaíno, después del asesinato de Pizarro, salió por la costa peruana a caballo con una cota de mallas sobre la sotana y un puñal a la cintura, proclamando la muerte del Marqués. En la revolución de Gonzalo tomó partido por el Rey.

[13] Valdés fue a la casa de Almagro tan pronto terminó la misa el cura vizcaíno. Raúl Porras cree que las rivalidades regionales españolas se pusieron de manifiesto en el asesinato del Gobernador, pues la mayoría de los que intervinieron en los momentos claves eran vizcaínos. Sin embargo, considero que es excesivo establecer este juicio a mi modo de ver con poco fundamento.

[14] Vid. Pizarro, 1571: Cap. XXVIII.

[15] Vid. Porras Barrenechea, 1978: 601.

[16] Zárate, lib. IV: Cap. XVII, piensa que sería entre las doce y la una del mediodía, puesto que la gente estaba sosegada en sus casas y los criados del Marqués se habían ido a comer. Y admite el mismo número de participantes en el crimen y el mismo grito que Gomara y Garcilaso.

[17] No se ponen de acuerdo los diferentes cronistas en el número de asaltantes que fueron al domicilio del Gobernador. López de Gomara, Cap. CXLIV, dice que fueron once, elegidos por Juan de Rada, porque no cita a Gómez Pérez. El Inca Garcilaso, que toma los nombres de Gomara, completa el número. Cuneo-Vidal, Cap. LI, admite los mismos nombres que Garcilaso y da poca información novedosa al proceso del ajusticiamiento. Pedro Pizarro habla de quince o dieciséis los asaltantes. Cieza de León aumenta el número a veinte o treinta, y Raúl Porras mantiene el mismo número de participantes directamente en el crimen que el anterior. Algunos de los que cita Cieza son: Baltasar Gómez, Diego de Hoces, Juan Guzmán, Juan Sajo, natural de Navarra; Francisco Núñez, de Granada; Juan Rodríguez Barragán, natural de los Santos; Porras, de Ciudad Rodrigo; Jerónimo de Almagro; Bartolomé de Inciso; etc.

[18] Mendiburu, T. II, asegura que Francisco de Chaves, el Almagrista, participó en la preparación del asesinato del Gobernador, pero no intervino directamente porque se quedó al cuidado de Diego Almagro, el Mozo.

[19] López de Gomara afirma que el crimen se cometió el día de San Juan. Los asaltantes se dirigieron a la casa de Pizarro vociferando “Muera el tirano, muera el traidor, que ha hecho matar a Vaca de Castro” (Gomara: Cap. CXLIV).

[20] Esta parentela entre los dos Chaves, el almagristas y el pizarrista, lo atestigua el Inca Garcilaso, lib. II: Cap. XXXVI, donde al referirse al primero asegura que “era primo hermano de otro de su nombre, íntimo amigo del Marqués”.

[21] Se cree que este tal Barragán, antiguo criado de Pizarro, cuando éste estaba gravemente herido pidiendo confesión, le dio un gran golpe en la cabeza con una alcarraza de plata que contenía agua. La ingratitud se puso de manifiesto en este personaje vil que mordió la mano de quien en tiempos le dio de comer.

[22] Algunos cronistas consideran que Ortiz de Zárate fue el que avisó a los almagristas de que el doctor Velázquez quería matarlos por orden del Marqués, pero Cieza considera que era un bulo del pueblo y que no hubo tal mensaje, pues él también fue herido en el asalto a la casa del Gobernador. Raúl Porras afirma que era el espía que estaba en la casa de Pizarro la mañana del crimen e informaba a los de Chile de lo que allí sucedía, luego fue gobernador de Río de la Plata.

[23] Pizarro casó a su criado Ampuero con doña Inés, la madre de los dos hijos mayores del Conquistador, que luego se convertiría en un personaje importante de la política local. Por entonces ya se había celebrado dicho matrimonio, pues se piensa que fue a finales del 1538 o principios del 39, antes de que naciera el primer hijo de las nuevas relaciones del Marqués con doña Angelina.

[24] Pedro Pizarro afirma que el paje se llamaba Tordoya sin aclarar más. Mientas que Cieza cree que el grito de Diego de Vargas fue: ¡Armas, armas, que los de Chile vienen a matar a mi Señor!

[25] Pedro Pizarro pone tan solo esas palabras en boca de Chaves, pero Cieza asegura que Chaves al verlos venir dijo: “¿Señores qué es esto? No se entiendan conmigo en enojo que traéis con el Marqués que yo siempre fui amigo”. Arbolancha le dio una estocada mortal, que luego el capitán Francisco de Chaves cayó dando arcadas con las ansias de la muerte, y fue rodando hasta el patio (Chupas: Cap. XXXI). Garcilaso asegura que Chaves entendió que sería alguna pendencia entre soldados y salió a apaciguarla, cuando subían los amotinados las escaleras. Y turbado, al verlos, preguntó: “¿Qué es lo que mandan vuesas mercedes?”. Recibió por respuesta una estocada, luego otro le cortó la cabeza y rodó el cuerpo las escaleras abajo (Gomara, Cap. CXLIV) y (Inca Garcilaso, lib. III: Cap. VII).

[26] López de Gomara describe así la muerte del Marqués: Cunando terminó de armarse Pizarro ya habían muerto los dos pajes y sólo quedaba en la lucha Francisco Martín de Alcántara, al que dijo: “¡A ellos, hermano; que nosotros bastamos para estos traidores!”. Cayó luego Francisco Martín, y Pizarro esgrimía la espada tan diestro, que ninguno se acercaba, por valiente que fuese. “Rempujó Rada a Narváez, en que se ocupase. Embarazado Pizarro en matar aquél, cargaron todos en él y retrujéronlo a la cámara, donde cayó de una estocada que por la garganta le dieron. Murió pidiendo confesión y haciendo la cruz, sin que nadie dijese «Dios te perdone», a 24 de junio, año de 1541” (Gomara: Cap. CXLIV). Como se puede comprobar Gomara adelanta en dos días la muerte del Marqués, sin citar la hora en que sucedió.

[27] Este libro estuvo perdido desde el siglo XVI que lo escribió Cieza y se publica por primera vez en el año 1881, conforme al manuscrito propiedad de los señores Marqués de Fuensanta del Valle y D. José Sancho Rayón, colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, T. LXXVI. Madrid.

[28] El autor prolonga el título del libro con lo siguiente: “… y de las guerras y cosas señaladas en ellas, acaecidas hasta el vencimiento de Gonzalo Pizarro y de sus secuaces, que en ella se rebelaron contra S M, el rey Felipe II”. Nosotros hemos preferido acortarlo porque así aparece en otros lugares.

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