Oct 082013
 

José Antonio Estévez Morales.

Área de Arqueología, dpto. de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UEX.

 1.- Introducción

             El hecho de que la cerámica haya tenido una manufactura ampliamente extendida entre muchas culturas del mundo y su relativamente imperecedera existencia (arcilla cocida), la han convertido en el objeto más numeroso de la excavación, no es raro pensar entonces porque nos hemos esforzado en extraer de ella el mayor número de informaciones : cronológicas, de origen, culturales, etc. (Renfrew, 1977:6; Arnold, 1985:1).

 

            En este sentido, en 1977, Renfrew (Renfrew 1977: 3-6) definió seis propiedades de las cerámicas y sus consecuentes campos de estudio:

 

             Propiedad                                                                       Campo de estudio

 

A.- Determinación de la forma                                             Función de la cerámica

 

B.- Materia prima altamente plás-                                        Tipología cerámica

    tica.

                                                                                                                                     

C.- Características petrológicas                                             Caracterización

    y químicas de la materia prima

 

D.- La materia cerámica retiene su                                        Tecnología y Datación

    historia térmica,química y de

    radiación.

 

E.- La cerámica es en ocasiones un                                       Estudio del contenido

    materia poroso que puede rete-

    ner restos de sustancias

 

F.- La cerámica fragmentada no es                                       Documento histórico

    reutilizable y al enterrarse

    se conserva bien.

 

 

            No obstante, las posibilidades cognoscitivas extraíbles del estudio cerámico no se agotan en este listado, pues todavía cabría preguntarse, entre otras, cual es la “filosofía” que rige la elaboración de una cerámica a cargo de un alfarero. En este sentido existen dos teorías principales: la primera, deudora de los planteamientos antropológicos de Frank Boas, considera a la cerámica un objeto con una serie de atributos producidos por la mente del alfarero. Esos atributos van a ser las características de los tipos arqueológicos cerámicos (Gifford, 1960; Deetz, 1967:45-9). La segunda teoría, más reciente, sostiene que el conocimiento del estilo que guía la elaboración de una cerámica es incluido en el motor de los hábitos o patrones más que en esquemas mentales (Steadman, 1980).

 

 

 

2.-  Una primera reflexión: procedimientos en la arqueología “tradicional”.

 

 

            Ahora bien, si analizamos las informaciones extraíbles de un objeto cerámico podemos observar un hecho remarcable: la mayoría de ellas tienen un carácter indirecto[1]  y no pueden inferirse siguiendo el método que emplea la arqueología tradicional (observación macroscópica). La excepción es la funcionalidad, en algunos casos, y ciertas cuestiones asociadas a la tipología: cronológicas, artísticas etc, que sí tendrían un carácter directo[2]. De tal manera que, las  de carácter indirecto han de ser estudiadas a partir de una metodología basada en el empleo de las técnicas analíticas de laboratorio. Si este último procedimiento no es empleado más, se debe a una serie de razones que trataremos en el siguiente apartado y que llevan al arqueólogo a intentar resolver los problemas planteados con la observación directa. El resultado de esta limitada metodología es que la caracterización (procedencia del material y tecnología empleada en su fabricación) se sustituye por las características externas en combinación con las tipologías y la difusión del material, la datación absoluta se suple por la datación relativa y los restos de contenidos pueden ser obtenidos consultando las fuentes (Buxeda et al., 1994: 40).

 

            El método de estudio cerámico tradicional conlleva pues la observación de las características externas de la superficie, proponiendo en ocasiones unos grupos de pasta en función de aquéllas y estableciendo la tipología de los restos hallados. Esta clasificación se realiza utilizando un método heurístico. Este método está basado en la intuición humana y en la experiencia, haciendo uso de la lista de miembros y de conceptos de propiedad común (Tou y González, 1977).  Una vez concluida esta parte del trabajo y con todos los datos en su poder, entre los que se incluyen los conocimientos del propio arqueólogo, se propone la autoctonía o la aloctonía del material en cuestión. En opinión de ciertos investigadores (Buxeda et al., 1994: 41) se trata en resumen de la capacidad del arqueólogo para conocer las cerámicas, determinando y reconociendo las características comunes de los diversos tipos, además de emplear la simple comparación de cada cerámica con los tipos preestablecidos.

 

            La inutilidad de este método para las inferencias de determinación de origen que se intentan establecer, provoca unos resultados erróneos. No hay más que observar que las falsas atribuciones se extienden a diversas clases cerámicas, entre las que se encuentran sigillatas, comunes romanas etc., y han sido denunciadas por diversos autores (Picon 1974; Picon 1976; Picon y Garmier 1974; Picon y Lasfargues 1974, para el caso de sigillatas, y Olcese,1991; Cau, 1993; Cau 1994, para el de las comunes romanas). A lo que hay que unir y tener muy presente, las advertencias de falsificaciones, antiguas o más recientes, de piezas históricas (Porten,1989) y sobre las que, en muchos casos, se han establecido también procedencias infundadas.

 

            Estas realidades no hacen sino corroborar la premisa de que la adscripción de las diversas producciones a un determinado lugar o taller sólo podrá hacerse mediante técnicas analíticas, concretamente mediante el postulado de procedencia[3] (Weigand/Harbottle/Sayre 1977) en conjunción con los criterios de validación[4] .

 

            Todas estas aseveraciones no promueven la inutilidad del método tradicional de estudio cerámico, basado como hemos dicho en la observación macroscópica. La aseveración de que el método  tipológico-estilístico es menos científico y opuesto al arqueométrico no es del todo cierta. La calidad de las interpretaciones sobre útiles arqueológicos se mueve en una zona de inferencias inciertas, aunque muy dependiente de los test y mediciones utilizados (Kingery, 1982: 38). De esta manera, las informaciones cuantitativas y matemáticas aportan un mayor grado de credibilidad que los test cualitativos, bastante más utilizados en Ciencias Humanas. No obstante, el método tipológico-estilístico no debería abarcar solamente detallados informes, en los que al estilo tradicional, se describen los materiales de una excavación. Por contra, debería incluir descripciones tecnológicas de preparación de las materias primas, moldeado, tamaño, forma y acabado (Matson, 1982: 20).  Además, al estudiar las características externas de las cerámicas hay que tener cuidado con un factor que muy pocas veces se tiene en cuenta. Nos estamos refiriendo a las alteraciones durante la utilización de la pieza o en el período de enterramiento, incluso podemos extenderlas a todas las manipulaciones que puede experimentar la cerámica desde que sale de la excavación. Todas ellas van a marcar a la cerámica de una u otra manera, especialmente a las zonas externas.  

 

            Es importante destacar que un estudio de los materiales a través de la observación macroscópica, tanto a “ojo desnudo” como con lupa binocular, es una buena manera de comprobar la calidad y cantidad de lo que observamos y el nivel de error inherente, con dos métodos que utilizan «instrumentos» distintos, a la vez que complementarios[5]. Pero principalmente porque proporciona un primer acercamiento y, por tanto, un cierto conocimiento de las características externas de la pasta. Con estos primeros resultados se debería establecer una clasificación preliminar de las cerámicas y plantear los problemas arqueológicos, en forma de hipótesis, que tratarán de resolverse con el estudio arqueométrico. Ha de ser éste, sin duda alguna, el que arroje luz sobre la validez, tanto de esa primera aproximación, macroscópica,  a las cerámicas como de otras. Si la hipótesis propuesta no es verdadera habrá que reiniciar el “experimento” o diseño teórico del trabajo con el planteamiento de nuevas hipótesis.

           

            Una cuestión importante en este nivel de observación macroscópica en el que nos estamos moviendo, lo constituye la definición de una serie de criterios preestablecidos (denominados variables[6]) y que, en el caso de trabajos ceramológicos, obedecería a conceptos  como forma, función, color, tamaño de inclusiones, modo de elaboración, acabado, etc. La gran difusión de las mismas variables en una buena parte de los trabajos científicos (y Extremadura no es una excepción)  llama la atención si tenemos en cuenta que los atributos de la mayoría de los artefactos son casi infinitos (Clarke, 1984: 12). De manera generalizadora podemos mostrar una serie de pautas características en todos esos trabajos:         

 

 

            a) Descripción tecnológica : Todos los elementos que nos pueden informar de las técnicas de elaboración de la cerámica, como factura (mano, torno, molde), pasta (tamaño de las inclusiones, forma de las inclusiones), cocción (atmósfera “reductora” u “oxidante”) y tratamiento superficial (alisado, bruñido, engobe, barniz, etc.)

 

            b) Descripción tipológica : Basada en el aspecto formal de la cerámica, desde el nivel mínimo de inferencia, tipo de fragmento (borde, cuerpo, base etc.), hasta el máximo o formal- funcional (plato, olla, ánfora, cazuela, cuenco etc.).

 

            c) Acabado-Decoración : Es decir técnicas y estilos decorativos (bruñido, impresión, estampilla, pintura, molde etc.), aunque a veces no se pueda establecer con seguridad si estamos ante un tratamiento superficial o  un tipo de decoración.

 

            d) Métrica : Altura, capacidad de la pieza y diámetro, siendo este criterio o variable uno de los menos utilizados.

 

            e) Observaciones: En realidad hechos resaltables o a tener en cuenta que no tienen cabida en ninguno de los apartados anteriores.

 

            f) Interpretaciones o valoraciones : Conclusiones parciales extraídas de la observación de alguno de los elementos anteriores o de la totalidad de ellos y que llevan a asociar el fragmento en cuestión con alguna clase cerámica, conocida por el arqueólogo o presente en la bibliografía (cerámica común, bruñida, boquique, excisa, gris, monócroma, bícroma paredes finas, común romana, T.sigillata, campaniense etc.). Este último apartado se correspondería entonces con la fase de clasificación del material estudiado, tras el estadio descriptivo que comprendería el resto de los apartados presentados.         

            No hay duda de que todas estas cuestiones y otras que se puedan plantear pueden llegar a ser gran utilidad, siempre que elijamos criterios significativos y que aporten una información útil. Se trata de que hay que evitar aquéllos que producen lo que Clarke denomina «interferencia parasitaria» o «no información» (Clarke,1984:12). En esta línea la observación macroscópica ha de ser un experimento aséptico en el sentido de objetivo, tanto en criterios como en condiciones técnicas de observación, aunque siempre permanezca un margen de subjetividad. Es este precisamente uno de los grandes caballos de batalla de nuestra disciplina, la falta de unos conceptos claros y comunmente aceptados por todos predominando una situación generalizada en la que cada investigador es un islote en medio del océano de la ciencia arqueológica. Como podemos imaginar, la principal de las consecuencias de esta actitud es la imposibilidad de comparar resultados entre investigadores que emplean diferentes y escasamente cuantificables parámetros.

 

 

3.- Un segundo razonamiento: los planteamientos de la arqueometría.

 

 

            Esta realidad que se acaba de describir produjo en una cierta época, fundamentalmente los años sesenta y primeros setenta, del pensamiento arqueológico una “catarsis” en algunos investigadores pertenecientes a la tradición anglosajona de uno y otro lado del Atlántico. Es la época que se conoce con el discutible apelativo de “Nueva Arqueología” y que, entre otras cuestiones, significó una búsqueda continua de un armazón teórico-práctico que proporcionara seguridad al trabajo de los arqueólogos, considerados como verdaderos científicos. Se estaba poniendo encima de la mesa el debate entre Arqueología como instrumento descriptivo del pasado, frente a una Arqueología como ciencia de la explicación de fenómenos pretéritos. Este encomiable esfuerzo no se tradujo finalmente en unos resultados que satisfacieran plenamente a los integrantes de esta corriente en su forma de entender la ciencia arqueológica, entre otras cosas, por la amalgama de teorías (inexistencia de un corpus estructurado) y la disparidad de las personalidades que se daban cita en ella.[7]

 

            Sería lógico pensar entonces en la arqueometría como fruto de lo que se “sembró” en la etapa que acabamos de rememorar. Realmente esta es una conexión del todo inexacta especialmente si aplicamos el discriminante temporal, ya que la aplicación de otras ciencias a la arqueología no surge, como veremos más adelante, en la década de los sesenta y los setenta sino mucho tiempo antes. Sí podemos situar en esos años una de las fases más importantes de la arqueometría  como es la de la generalización de trabajos científicos en esta línea.

 

            Hecha esta precisión convendrá explicar a qué realmente nos estamos enfrentando cuando hablamos de arqueometría. Es este un concepto muy amplio que se emplea para aludir a la aplicación de una serie de técnicas provenientes de otras disciplinas científicas, entre las que destacan la ciencia de materiales y las ciencias naturales, en la resolución de problemas arqueológicos. Planteamiento que no debe entenderse de ninguna manera como la tabla de salvación de nuestra disciplina, sino sólo como un medio de obtener una información imposible de obtener por los derroteros tradicionales en los que se ha movido la arqueología.

Si nos centramos en el apartado de los estudios cerámicos, que es el campo en el que se desarrolla este trabajo, podemos hacernos una idea bastante clara de algunas de esas limitaciones. Así resulta bastante contradictorio que determinadas clases cerámicas hayan sido muy estudiadas, caso de sigillatas, paredes finas, ánforas, etc., en detrimento de otras mucho más utilizadas y abundantes como son las cerámicas comunes en general. Buscar una razón para esta marginación no es fácil, aunque sí podemos apuntar que influyen cuestiones como acabados más o menos perfectos y bellos o posibilidades de comercialización.

 

            Otro de esos derroteros viene dado por la elección de un material de una u otra época. Es preciso reconocer que una buena parte de los trabajos cerámicos han tenido como sujeto materiales de época romana, lo que ha facilitado un mayor conocimiento de estas producciones frente a otras, fundamentalmente centrado en una cierta aprehensión de las estructuras de producción, de las vías de comunicación, de los núcleos de población y de las tipologías cerámicas.

 

            En cuanto a cual es la situación de la arqueometría en Extremadura, es indiscutible que nuestra región se caracteriza por una falta de tradición de este tipo de estudios, lo que se refleja en la ausencia de talleres caracterizados física, química y mineralógicamente, así como en una escasa, anticuada y, en ocasiones, errónea relación de trabajos geológicos de campo[8]  .

 

           Pero vamos a dejar atrás estas limitaciones para ir presentando todo el entramado teórico básico que propone un estudio arqueométrico. Se trata tanto de conceptos, muchos de ellos íntimamente relacionados con la Arqueología, como de las técnicas más adecuadas para tratar de resolver los problemas planteados.

 

           La primera cuestión a la hora de iniciar un estudio de estas características es contar con un esquema teórico previo sobre el que trabajar. Buxeda et al., (Buxeda et al., 1994)  hablan en concreto de “aproximación interactiva continuada de un modelo”, verdadera interrelación de informaciones procedentes tanto de la arqueología, etnografía, geología, etc., como de las técnicas de laboratorio.  En dicho esquema debemos tener muy claro cuales son los problemas arqueológicos que nos llevan a aplicar una metodología arqueométrica, no considerando a ésta como un fin en sí misma sino como un medio de inferir más allá.

 

           En este estadio inicial tienen un papel importante las denominadas probabilidades a priori (Picon y le Miere, 1987). Se trata de argumentaciones  de naturaleza etnográfica, geológica, histórica, técnica etc. que muestran la probabilidad de que un grupo de cerámicas desconocidas tenga su origen en una determinada zona más que en otra (Picon, 1992: 19). Cuestiones como la mayor o menor importancia de determinados núcleos, con lo que ello implicaría de posibilidades de producción y abastecimiento, la existencia de una alfarería tradicional en una determinada zona (lo que indica cuando menos la presencia de arcillas utilizables en la producción cerámica) formarían parte de esas probabilidades a priori.

 

            En un esquema previo sobre las cerámicas objeto de estudio, los problemas arqueológicos planteados pueden y deben estar relacionados con la tecnología empleada en la fabricación de las cerámicas (temperatura alcanzada, materia prima empleada, posible adición de desgrasantes etc.), así como con su posible lugar de procedencia, para lo cual hay que tener presente  que la información analítica debe complementarse con las propiedades o características morfológicas, funcionales, cronológicas, etc., para no convertir a la cerámica en una estadística más (Bishop et al., 1982:280). Ahora bien, tanto los aspectos tecnológicos como los relacionados con la procedencia pueden llegar a ser de difícil observación y explicación. No es raro entonces que nos encontremos con la existencia de diversos tipos de pasta, variedad que podría deberse a estrategias de explotación de los recursos de uno o varios talleres, a cambios culturales en la elección de una manufactura cerámica u otra, o a variaciones composicionales en la pasta de las cerámicas, etc.  Todos estos factores pueden influir, en mayor o menor medida, y dificultar la relación de similitud o de diferenciación, que se intenta establecer entre el taller y los productos que fabrica. Si la situación anterior puede resultar un obstáculo insalvable o no puede depender de la calidad y cantidad de lo que, en el corpus teórico de la arqueometría, se conocen por criterios de validación[9].

 

            Pero no sólo deben tenerse en cuenta las probabilidades a priori o los criterios de validación, también otros dos conceptos que marcan el planteamiento inicial de un trabajo de estas características. Cada uno de esos dos conceptos van a marcar la trayectoria incidiendo en discusiones del todo contrapuestas. De este modo podemos encontrarnos inmersos  en un contexto de zona de incertidumbre o espacio de no resolución (Picon, 1984b; Picon y le Miere, 1987), donde las características analíticas de las materias primas de un determinado espacio físico serían indiferenciables, en cualquiera de los puntos posibles de extracción que se contemplasen. La razón de esta situación habría que buscarla en un mismo origen y trayectoria geológica para toda la zona, por lo que la discriminación entre arcillas sería prácticamente imposible aunque se aumentasen el número de técnicas analíticas. De esta concepción de un estudio se puede pasar a otra en la que estaríamos ante una zona de conjunción (Picon, 1984b; Picon y le Miere, 1987).

 

            La naturaleza de una zona de conjunción no tiene nada que ver con la que caracteriza a una zona de incertidumbre. El significado de aquélla se traduce en la presencia de al menos dos zonas de incertidumbre que pueden presentar tipos de arcillas semejantes. Incluso pudiendo no tener un origen geológico común pueden llegar a ser confundidas. Sin embargo, al contrario que ocurría con una zona de incertidumbre, en una zona de conjunción sí se pueden llegar a diferenciar dos tipos de arcillas provenientes cada una de alguna de las zonas de incertidumbre que la componen. La explicación está en aumentar el número de atributos o características para eliminar las semejanzas accidentales.

 

            Si hasta el momento hemos mostrado el panorama teórico que envuelve un estudio de cerámicas y su relación con la parte más teórica de la arqueometría[10] , a partir de ahora daremos unas nociones acerca de la relación de esas cerámicas con las técnicas analíticas.

 

            La aplicación de técnicas de caracterización de materiales a objetos arqueológicos no es un hecho reciente, como ya apuntábamos anteriormente. Es una realidad tan antigua que nos podemos retrotraer ya al siglo XVII para ver los primeros ejemplos de esa conexión. Hay que precisar que las caracterizaciones de cerámicas parece que se pusieron en marcha un siglo después (Caylus, 1752), si bien la mayoría de los trabajos publicados hasta pleno siglo XX son de índole tecnológica, no podemos dejar en el tintero algunos que se ocupaban de la determinación de origen. Es el caso de Richards (Richards, 1895), que plantea el caso de un grupo de cerámicas atenienses por él estudiadas que tienen unas diferencias tan mínimas entre sí que deben tener el mismo origen. Tiempo después va a aparecer un concepto clave en las determinaciones de origen como es el Postulado de Procedencia (Weigand et al., 1977:), ya referido en el segundo apartado de este trabajo. Ya en el presente siglo, especialmente en los últimos 20 años, hemos asistido a lo que algunos autores han llamado etapa de producción industrializada de resultados (Maggetti, 1990), especie de revolución industrial arqueométrica como consecuencia de factores tecnológicos: progresos informáticos, estadísticos y analíticos.

 

            El camino recorrido por esta disciplina no ha sido uniforme y en este sentido podemos establecer , a grandes rasgos, una división de la Arqueometría en dos escuelas o concepciones: una sería la que se ocuparía de cuestiones de tipo tecnológico y la otra tendría como objetivo la procedencia de los materiales arqueológicos. Esta diferente trayectoria, reflejada en congresos y publicaciones, se ve ejemplificada en distintos autores entre los que resaltaríamos a Noll y Maniatis por la parte tecnológica, y a Bishop, Sayre etc. por la cuestión  de procedencias u origen. 

 

            Además, la anterior diferenciación no es la única, ya que se puede establecer otra relacionada con la aplicación de técnicas de caracterización química, por una parte, mientras la otra se definiría por la utilización de técnicas mineralógico-petrográficas. La justificación hay que buscarla en la formación académica y la experiencia de los distintos investigadores. Como representantes de la primera escuela, la química, tendríamos a investigadores de ambos lados del Atlántico, como Picon, en Europa, y Harbottle, Bishop etc. en Estados Unidos, mientras que de la segunda, la mineralógica, repartida también por ambos continentes, contaríamos con Shepard en los Estados Unidos y Maggetti en Europa. Incluso dentro de la caracterización química se puede ofrecer otra si tenemos en cuenta los elementos químicos estudiados. De esta manera, se puede hablar de una escuela anglosajona, aunque no exclusivamente, con una tradición de trabajo sobre los elementos químicos que se presentan a nivel de trazas. Es decir, en menor cantidad del 0.1% de la composición total y con el argumento de que el tipo y la cantidad de esos elementos químicos, son características únicas en arcillas o productos cerámicos y reflejarían perfectamente la litología original (Rice, 1987:390; Bishop et al., 1982: 294). La técnica empleada para la determinación y cuantificación de esos elementos trazas sería la Activación Neutrónica. Por contra, la escuela europea, aunque tampoco exclusivamente, se decantaría por la determinación elemental de mayoritarios, minoritarios y trazas. Los primeros se dan en más del 10% del total composicional, mientras que los segundos irían del 0.1% hasta el 10%. Las técnicas utilizadas mayoritariamente serían la Fluorescencia de Rayos X y la Espectroscopia de Absorción Atómica.

 

            En España, las primeras aplicaciones arqueométricas se dan en los años 70 y fundamentalmente a partir de los años 80, si bien hoy en día, todavía siguen siendo demasiado escasos los ejemplos[11]. Los estudios de tipo tradicional, basados en criterios de forma y decoración con fines crono-tipológicos, siguen estando a la orden del dia. Las razones habría que buscarlas en varios aspectos:

 

            1.- Si el nacimiento de la Arqueometría hay que buscarlo en la implicación de investigadores procedentes de otras disciplinas distintas a la Arqueología, en España no ha ocurrido lo mismo. A lo que hay que unir, el poco interés y evidente respeto de la mayoría de los arqueólogos por aplicar correctamente las técnicas analíticas que puedan los problemas arqueológicos planteados.

 

            2.-La escasez de equipos interdisciplinares bien planificados y que interactúen continuamente, o bien, de arqueólogos que se formen en estas disciplinas.

 

            3.-Los escasos y mal utilizados recursos materiales y humanos destinados a la investigación en España.

 

            4.- La dificultad de acceso a las técnicas y el coste elevado en ocasiones también son obstáculos para el desarrollo de la arqueometría.

 

            5.- La desilusión que produce en algunos arqueólogos la no resolución de algunos de los problemas planteados por medio de la arqueometría, ya sea por un mal planteamiento del estudio, ya sea porque la resolución del método no dé para más. Incluso, la Arqueometría va a mostrar toda una problemática con la que no se había contado a priori, aparte de la propia arqueológica.

 

            6.- La llegada de teorías arqueométricas a España se suele producir un tiempo después de su desarrollo en el lugar o lugares de origen. A la falta de crítica exhaustiva de esos trabajos se une el cometer errores que ya no se producen en el lugar de origen.

 

 

            Dejada a un lado la falta de tradición de este tipo de estudios en España y volviendo a las reflexiones generalizadoras acerca de la metodología arqueométrica, hemos de apuntar que un planteamiento o modelo teórico correcto debe tener en cuenta, aparte de todo el entramado teórico hasta ahora presentado, una linea evolutiva de reflexiones que acerquen las técnicas de caracterización a la realidad de las cerámicas, u otros materiales arqueológicos, que en cada momento se estudien[12]. Básicamente estaríamos ante un método en el que continuamente se “interroga” al entramado analítico para ver las posibilidades de extraer información y las dificultades que se pueden encontrar. Las cuestiones o interrogantes a tener en cuenta serían:

 

            1.- ¿Qué parte de la muestra se va a analizar?.

            2.- ¿Es una técnica destructiva o no destructiva?.

            3.- ¿Cuál debe ser la cantidad de muestra a emplear?.

            4.- ¿Cómo se va a preparar la muestra y que instrumento es                                               necesario?.

5.- ¿Son útiles los instrumentos que tenemos para la naturaleza de                                                 la muestra?.

6.- ¿ Cuál es el coste de los análisis? ¿Qué tiempo conllevan los                               análisis?.

7.- ¿Cuál es la sensibilidad del equipo ? ¿Con qué elementos vamos a trabajar?.

8.- ¿Cuál es la exactitud del equipo y qué tipo de estándars de                                calibración se utilizan?

            9.- ¿Cuáles son las limitaciones de la técnica en todos los                                                     aspectos?.

           10.- ¿ Qué tipo de transformaciones estadísticas habrá que                                             realizar para trabajar la gran cantidad de datos generados?.

           11.- ¿Qué cuidados debe tener el arqueólogo al recuperar y                                            estudiar el material?

 

 

            Es comprensible que cada una de estas precisiones deben ser el fruto del diálogo y  la colaboración entre el analista y el arqueólogo o del arqueómetra[13]  y el analista.Todas ellas forman parte de una idea fundamental y que desgraciadamente pocas veces es tenida en cuenta. Se está tratando de describir y explicar a lo largo de toda esta comunicación el proceso arqueométrico, con la finalidad de difundir la idea de que éste no consiste en “hacer análisis de cerámicas” solamente, sino conjugar los aspectos arqueológicos que subyacen con las posibilidades analíticas que se nos ofrecen y de aquí extraer inferencias acerca de la sociedad de una determinada etapa histórica.

 

            Los trabajos de caracterización de materiales cerámicos se encuentran ante un material natural alterado por el hombre, la cerámica, y, por tanto, que puede presentar realidades diferentes a las esperadas según las leyes de la geología. En palabras de Maggetti (Maggetti, 1981: 121-122) la cerámica cuando llega al analista es el resultado final de un largo proceso que abarca cinco estadios: extracción de la materia prima, manufactura (modelado y cocción…), uso y fractura, enterramiento y , por último, análisis. Todas estas fases dejan su huella en la cerámica y poco a poco hay que ir desvelándolas. Como esto no puede hacerse con una sóla técnica es necesaria la complementariedad de análisis químicos y mineralógicos. La intencionalidad es un mejor conocimiento de los factores comprendidos en la historia del útil, clave para determinaciones de origen, tecnología empleada, funcionalidad, cronología y condiciones de enterramiento (Maggetti, 1981: 122).

 

            Una de las principales consideraciones en esta dirección es la de reflejar los objetivos del trabajo en términos químicos y mineralógicos de forma que puedan ser entendidos a partir de la presencia/ausencia de constituyentes, de temperaturas equivalentes de cocción y de la adición o decantación de las materias primas, entre otras circunstancias.

            La finalidad de una caracterización mineralógico-petrográfica es la del reconocimiento de los constituyentes minerales, tanto cualitativa como cuantitativamente. A partir de esas características  hay que establecer asociaciones y definir fábricas mineralógicas, entendiendo por éstas la distribución, frecuencia, forma, tamaño y composición de los componentes de una cerámica (Whitbread, 1989). La aproximación petrográfica se constituye así en un valioso medio de identificación de zonas de extracción de materias primas, a partir de las inclusiones presentes en la pasta.

 

            Entre los inconvenientes que presenta esta caracterización se cuenta el carácter cualitativo de la información suministrada, a la que dificilmente se le pueden aplicar métodos estadísticos y, por ende, la mayor dificultad de cara a la confección de grupos cerámicos semejantes. Asimismo, la petrografía es poco útil en cerámicas finas ya que la ausencia de inclusiones va a impedir el conocimiento de las características geológicas.

 

            La caracterización química se orienta a la identificación y cuantificación de los distintos elementos químicos presentes en la pasta cerámica. Cuando se determina la composición de una cerámica aparece toda una serie de elementos, determinados fundamentalmente en forma o no de óxidos, pero que no  ofrecen información acerca de a partir de qué mineral  tienen sentido. Es en cambio la caracterización mineralógico-petrográfica las que nos puede aportar dicha información, de ahí la necesidad de una complementariedad.

 

            A la hora de la determinación composicional de un grupo de cerámicas y su adscripción a una particular zona o región de materias primas, nos enfrentamos a tres dificultades principales: la variabilidad natural de las arcillas, las alteraciones humanas (adiciones y decantaciones) y las alteraciones producidas durante el uso de la pieza o su enterramiento (lixiviaciones, intercambios de cationes etc.). Pese a ello, se debe tratar de llegar a la definición del denominado Grupo de Referencia o Referencia localizada (Picon, 1973; Picon et al., 1987: 16,17) , osea a la identificación del patrón composicional: grupo de cerámicas o de arcillas con el mismo origen. Se debe traducir en fábricas identificadas, pastas a partir de las cuales se obtienen dichas fábricas y área de origen de la materia prima. 

 

            Este propósito choca muchas veces con la localización del material arqueológico cerámico en un determinado yacimiento o lugar, es decir, fuera de lo que sería un  alfar. La hipótesis de trabajo, al no estar trabajando sobre un taller, y por ello no cumplirse la premisa de conocer el origen de las cerámicas o arcillas, ha de cambiar y la agrupación de cerámicas será la denominada Unidad de Referencia Composicional de Pasta (Buxeda et al., 1994:46), que no implica una zona de procedencia. Se puede salir de esta situación siempre que tras los resultados obtenidos por el proceso interactivo o modelo empleado podamos asociar patrones entre una Unidad de Referencia Composicional de Pasta y un Grupo de Referencia.

 

            El último apartado de esta comunicación y, por consiguiente, del estudio arqueométrico se corresponde con la elección de las muestras a trabajar (muestreo) y el tratamiento de los datos obtenidos tras la caracterización química.

 

            Si hasta ahora todas las fases del trabajo que hemos venido mostrando son importantes, la de decidir las muestras  que deben participar como sujetos en el proceso interactivo o modelo teórico-práctico es de las más significativas.

 

            En este momento, es donde intervienen las aplicaciones estadísticas. De esta suerte, el conocimiento exacto de los fines u objetivos que se persiguen con ella es de importancia capital para su éxito, ya que la gran cantidad de datos generados hace imprescindible su concurso como ya estableceremos más adelante. Es necesario, pues, definir exacta y correctamente, evitando toda clase de ambigüedades, los aspectos fundamentales y los accesorios de la “población” en términos estadísticos. Para lo cual vamos a definir qué se entiende por población y cuáles son sus elementos integrantes, así como los caracteres que van a someterse a estudio.

 

            En un estudio arqueométrico la población serían todos los individuos que tuvieran unas características de identificación idénticas. Esta premisa resulta difícil de aplicar  en determinados conjuntos cerámicos, caso de estar presentes varias clases cerámicas, por lo que resulta del todo imprescindible reducir a priori la problemática centrándose en una única clase cerámica. A lo que hay que unir las dificultades de definición que presentan algunas clases cerámicas, como la de las comunes, que no presentan unas características particulares y homogéneas sino que se definen por ser distintas a otras clases cerámicas mejor reconocidas o definidas (sigillatas, paredes finas, ánforas etc.). En virtud de este problema de indefinición sería imprescindible marcar unas características comunes a todas ellas y diferenciar unas de otras. Puesto que ¿hasta qué punto tendrán una naturaleza compartida una cerámica con una funcionalidad relacionada con el fuego, por ejemplo una cazuela,  y otra que forme parte de una vajilla de mesa, como puede ser el caso de un vaso con decoración a ruedecilla?. La respuesta es que para evitar la complejidad de un trabajo en el que se den estas dos realidades u otras, hay que aislar esas realidades, estudiarlas aparte y, posteriormente, comparar los resultados.

 

            Establecidas estas precisiones de partida, la base del trabajo arqueométrico es sin duda el muestreo de las piezas con las que trabajar. Un muestreo bien realizado debe prevenir tanto los errores muestrales como los sesgos (G.Barbancho, 1982: 396). Los primeros son los que se derivan de la aspiración, dificilmente conseguible, de conocer en profundidad y de forma exacta, las características de la población a muestrear. Los segundos son errores específicos de las muestras debidos a su falta de representatividad  y a los llamados errores de observación: cálculos equivocados, mala definición de los elementos y sus  características etc. Si con los errores muestrales siempre hay que contar, en cambio los sesgos son eliminables. La cuestión está centrada entonces en conseguir la representatividad de la muestra, por ejemplo introduciendo el azar a través de un muestreo aleatorio simple (sin reposición)[14]. De esta manera todas las muestras posibles tienen la misma probabilidad de ser utilizadas para el estudio.

 

            Con respecto al tratamiento estadístico de los datos, hay que destacar la enorme utilidad de la aplicación de  las técnicas estadísticas a las ciencias históricas y a la arqueometría en particular, idea que ya se ha apuntado anteriormente. Su influencia se observa en la capacidad de esas técnicas estadísticas, como herramientas descriptivas para resumir amplios conjuntos de datos medidos y con parámetros fácilmente comprensibles. A todo ello hay que unir la posibilidad de extraer conclusiones gráficas respecto a las propiedades de una población, teniendo como base dicho muestreo.  

 

            En esta misma línea, la caracterización química, con su carácter cuantitativo, ofrece grandes facilidades para aplicaciones estadísticas.En cambio, la caracterización mineralógica-petrográfica necesita de esfuerzos añadidos para convertir su naturaleza cualitativa en cuantitativa[15]. Es la gran cantidad de datos generada en el análisis químico, la que hace imprescindible la utilización de tratamientos estadísticos univariantes, bivariantes o multivariantes, para enfrentarse a tal volumen de información. Especialmente apreciados son estos últimos como consecuencia de que normalmente se emprenden determinaciones de más de una docena de elementos químicos, entre mayoritarios, minoritarios y trazas. En opinión de algunos autores (Bishop y Neff, 1989: 59), la finalidad de un método de análisis multivariante es explorar la información, generar y testar hipótesis y reducir la información. Por medio de este proceso se desvelará la estructura subyacente a los datos, a modo de presencia diferencial de los puntos de información en el espacio n-dimensional definido por las concentraciones elementales.Ahora bien, estas técnicas matemáticas  de reconocimiento de patrones pueden imponer una determinada estructura al conjunto de la información, lo que supone un peligro evidente.

 

            Para el establecimiento de relaciones se puede emplear, entre otras muchas, la técnica del análisis de agrupamiento utilizando las distancias euclideas[16] al cuadrado media y empleando el algoritmo aglomerativo del centroide[17]. Se trata, en resumen, de un método de representación bidimensional y que, por tanto, reduce la cualidad multivariante de la matriz, hecho que puede producir considerables distorsiones[18]. A pesar de estos inconvenientes, con este método podemos observar la tendencia de agrupamiento del conjunto de la información, por lo que constituye un método de clasificación en el sentido de que a partir de él, se pueden constituir diversas clases o conjuntos cerámicos. Se trata de considerar a cada cerámica como una composición con unos valores determinados en cada elemento químico, a partir de lo cual se irán comparando dichos elementos individualmente con los presentes en otro individuo cerámico. Para ello se toman las cerámicas de dos en dos hasta que se comparan todas y cada unas de las muestras del conjunto en cuestión. Al final aparecerán en el dendrograma o diagrama arborescente[19]  una serie de pequeños grupos, formados por muestras que serán más similares a otras del mismo grupo, que a las restantes de otros grupos del  dendrograma. Estos grupos que se han formado se confrontarán a los datos arqueológicos, cronológicos, tipológicos, estilísticos, con la finalidad de verificar, completar o rectificar las clasificaciones fundamentadas en datos arqueológicos (Picon, 1984a: 380) y proponer unas conclusiones finales para todo el trabajo arqueométrico.

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[1] Por información indirecta entendemos aquella que requiere una preparación específica de la cerámica para poder situar entre el arqueólogo y ésta un instrumento (Buxeda et alii, 1994). Sería el paso previo para poder caracterizar la cerámica en el laboratorio.

[2] Lógicamente la información directa es extraíble sin necesidad de preparación previa de la cerámica.

[3] El postulado de procedencia es el siguiente:

      «…namely, that there exist differences in chemical composition between different natural sources that exceed, in some recognizable way, the differences observed within a given source» (Weigand/Harbottle/Sayre 1977, 24).Es decir, las diferencias observables en la composición química de materiales procedentes de diferentes fuentes siempre serán mayores que las que se darán entre materiales provenientes de un mismo lugar.     

           

[4] En términos arqueométricos, se trata de todos aquellos argumentos no composicionales y de carácter cualitativo que ayudan a reseñar la semejanza de origen entre cerámicas cuya procedencia se conoce y otras que permanecen indeterminadas. Como ejemplo, la presencia de piezas defectuosas, la forma, la decoración, el revestimiento, el color, el “desgrasante”, la elaboración, la difusión, la cronología, las fábricas, la localización de piezas que intervienen en el proceso productivo (atifles u otros), etc. (Picon y le Miere, 1987; Picon, 1992:20).

[5] Es indudable que la calidad de las observaciones, especialmente en lupa binocular, mejorará sustancialmente si la persona que observa tiene conocimiento de los procesos tecnológicos que experimenta una cerámica, así como  nociones básicas de geología, mineralogía, petrografía, etc.

[6] En estadísticaa nivel teórico-práctico se definen tres grandes grupos de variables (Hermann-Josef Kaiser, 1977: 22-25): -cualitativas, definidas por una métrica nominal y donde sólo puede determinarse la frecuencia de aparición de sus expresiones o modalidades, por ejemplo tipo de fragmento o atmósfera de cocción; -de rango, definidas por una métrica ordinal y en las que se sigue una graduación según un baremo, por ejemplo el tamaño de la inclusiones en cuanto a fino, medio, grueso; por último, -cuantitativas, definidas por una métrica cardinal y en las que se puede asignar a cada unidad del conjunto investigado un número real, dentro de un sistema de medida, por ejemplo el tamaño real de los poros o la cantidad de inclusiones.

[7] Para penetrar en los entresijos de la “Nueva Arqueología” puede consultarse, entre otros investigadores, a Enrique Cerrillo (Cerrillo, 1988). 

[8] Un ejemplo de esta aseveración se puede ver en la Hoja Villareal-Badajoz del Mapa Geológico de España, escala 1:200.000, donde cada una de las compañías que lo han elaborado han utilizado una simbología distinta para lo que parecen las mismas formaciones geológicas.

[9] Se trata de argumentos no composicionales y de carácter cualitativo que ayudan a reseñar la semejanza de origen entre cerámicas cuya procedencia se conoce y otras que permanecen indeterminadas. En este sentido la presencia de piezas defectuosas, la forma, la decoración, el revestimiento, el color, el desgrasante, la elaboración, la difusión, la cronología, las fábricas, la localización de piezas que intervienen en la producción (p.ej. atifles), etc. son lo que en arqueometría se denominan criterios de validación (Picon y le Miere, 1987; Picon 1992:20).

[10] En nuestro trabajo siempre que hablemos de arqueometría nos referiremos al campo de la caracterización de materiales, aunque hay otras dos vias de conocimiento más: la de los métodos geofísicos de prospección y la de la datación absoluta.

[11] Proponemos la lectura del estudio de la situación en España realizado por García Heras y Olaetxea (García Heras et al., 1992), a pesar de estar incompleto en algunos casos y ser erróneo en otros.

[12] Se pueden seguir estas y otras reflexiones en Rice (Rice, 1987: 373-374).

[13] El apelativo arqueómetra se enmarca dentro del campo de la arqueometría del que apenas ha salido y designa al investigador que se vale de técnicas analíticas para su aplicación a la arqueología.

[14] La forma de proceder sería, por ejemplo, la de reunir toda la población a muestrear en un recipiente  y extraer aleatoriamente el número de individuos que creamos procedente para que la muestra sea representativa.

[15] Concretamente experiencias de contaje de puntos, cuantificaciones de tamaño de granos, relación granos/matriz, etc.

[16] La distancia euclidiana es tal que su cuadrado sea igual a la suma de los cuadrados de las diferencias de concentración de cada uno de los constituyentes.

[17] Este algoritmo se ha empleado para los resultados químicos obtenidos por fluorescencia, mientras que para los resultados de la observación con lupa binocular hemos utilizado el UPGMA, siendo ambos maneras diferentes de utilizar la distancia euclidea entre individuos.

[18] Nos estamos refiriendo por ejemplo a que las uniones, más cercanas a la base, de piezas cerámicas próximas, pueden quedar bien representadas, algo que no ocurre entre las que se unen a mayor distancia.

[19] Cada cerámica será representada mediante un trazo vertical a la base del diagrama. Cuando dos de estos trazos verticales se unan por medio de un trazo horizontal o puente, esto marca una semejanza entre las composiciones de las dos cerámicas correspondientes. Las semejanzas que existan entre dos o más cerámicas serán más fuertes cuando el trazo horizontal que sirve de unión para ellas, permanezca a menor  altura por encima de la base del dendrograma.

Oct 072013
 

Luís Vicente Pelegrí Pedrosa.

La llegada de los capitales indianos a Castuera, fruto de la emigración al Nuevo Mundo de casi un centenar de castueranos en los siglos XVI y XVII, benefició especialmente a los familiares de estos emigrantes, lo cual nos lleva a considerarlos como un grupo social diferenciado. Pero esto no significa definir el surgimiento de un nuevo grupo social apoyado en el dinero de las Indias, antes al contrario implica distinguir una facción de la oligarquía indiana que vio reforzada su posición por su vinculación con algunos de los indianos de esta localidad. Como ejemplo de esta facción indiana de la oligarquía de Castuera tratamos del linaje de los Calderón Gallego, al que pertenecía uno de los principales indianos de esta villa, don Pedro Calderón Gallego.

Para llevar a cabo este análisis es necesario atender a los factores de formación y beneficio de esta facción indiana, que son los envíos de dinero y la administración de las fundaciones que crearon los indianos, y por otro lado hay que estudiar los factores de su apreciación y consolidación, que son, en el caso de los Calderón Gallego, el poder concejil, el mayorazgo, y la esclavitud, como signos e instrumentos de poder y prestigio, ya que don Juan Calderón Gallego, hermano de don Pedro, fundó en Castuera un  mayorazgo en 1692[1], incluyendo en él dinero enviado por su hermano, además de un oficio de regidor perpetuo.

En esta comunicación nos dedicamos a los dos primeros, es decir, de los factores formativos, que se incluyen entre las facetas de inversión de los capitales indiano en Castuera, entre las que se encontraron, además de éstos, el mecenazgo a las iglesias, y la tierra[2].

El estudio de unas y otras formas de inversión lo hemos realizado en los fondos del Archivo de Protocolos Notariales de Castuera, que evidencian así la importancia de las fuentes locales para el conocimiento de la relación entre Extremadura y América, y más cuando esta es la primera investigación que se realiza con los documentos notariales de Castuera[3].

Las referencias documentales las realizamos así:  A.P.C, Archivo de protocolos de Castuera; documento y fecha, escribano, folio, -fol.- y número del legajo. Cuando el año del protocolo en el que se halla incluido el documento es distinto a éste se señala junto al nombre del escribano.

Antes de nada es necesario conocer al protagonista del beneficio económico y social de los Calderón Gallego, don Pedro Calderón Gallego. Este castuerano emigró a Cartagena de Indias hacia 1650  y retornó en 1689. En ese periodo alcanzó una notable posición social en ese importante puerto americano, pues alcanzó el prestigioso puesto de alguacil mayor de la Inquisición, y amasó una importante fortuna valorada en más de 20.000 pesos sólo en una estancia ganadera. Don Pedro Calderón, fue, además, de uno de los indianos más ricos de Castuera y uno de los pocos que regresó a su villa natal para invertir allí su fortuna[4]. Fruto de esa riqueza realizó diversos envíos de dinero para la creación de fundaciones pías y para el disfrute de sus familiares, que se beneficiaron de ello bien como administradores de esas fundaciones o bien mediante el beneficio debido o indebido de su dinero.  Para ello nombró como administrador a su hermano don Juan Calderón Gallego,  sin embargo no se distinguió con claridad un fin de otro, lo que dio lugar a complicaciones.

Don Pedro Calderón pretendió crear dos obras pías, una dedicada al Santo Sacramento y otra para el culto a Santa Ana, sin embargo, sólo la primera llegó a funcionar sin instituirse. Don Juan afirmaba en sus testamento, realizado en 1695, que tenía impuestos a censo 2.000 pesos a nombre de dicha fundación, y otros 1.000 a su propio nombre. Sin embargo, don Pedro en su testamento, fechado en 1708 acusaba a su hermano de no cumplir con sus disposiciones:  «declaro es notorio en esta villa como remití de Indias, tres mil patacones a don Juan Gallego, mi hermano, ya difunto, para que fundase en la santa iglesia parroquial de esta villa un terno de chirimías para que asistiese al santísimo Sacramento en sus salidas en forma de viático a los enfermos, y demás funciones que se ofreciese y fiestas que se celebran en dicha iglesia. Y aunque llegaron a poder de dicho mi hermano, con el indebido pretexto de que no se hallaban personas que quisiesen entrar en el ejercicio de ministriles, en que padecí engaño, pues he sabido hubo muchos pretendientes de Zalamea y de esta villa, luego que llegué a España. Y teniéndolo por muy cierto vine en que dicha cantidad, con otra porción que se agregase al vínculo y mayorazgo que dicho mi hermano y doña Isabel Cortés, su mujer fundaron. No pude tener acción ni autoridad en que se agregasen a dicho vínculo y mayorazgo, aún dado que fuese cierto el no haber quién quisiera entrar en el ejercicio de dichas chirimías, y así, conociendo el yerro que hice, que para cometerlo no me disculpa el llegar a este país con los ojos como vendados»[5].

Pero aquella no fue la única cantidad destinada por don Juan Calderón a otro fin que no fuera el estipulado por su hermano, pues como éste último denunciaba también en su testamento que: «de los ocho mil quinientos patacones que paraban en poder de dicho mi hermano, de mi cuenta quedaron  en su poder de tres partes las dos, para dicho vínculo, y para el cumplimiento del aniversario en cada un año por noviembre y celebración de la fiesta de mi señora Santa Ana»[6]

Don Juan Calderón certificaba también en su testamento el beneficio directo por parte de la familia del dinero de don Pedro Calderón, pues según él «don Pedro Calderón enviará otra remesa de plata para fundar un patronato a capellanía a favor de fray don Juan Calderón Gallego, mi hijo, religioso de la orden de San Francisco de la Calzada, ya difunto, con lo que la cantidad enviada se agregará al mayorazgo»[7].

Todos estos testimonios son elocuentes del aprovechamiento que de los capitales de don Pedro Calderón hicieron sus familiares, más allá aún de la parte que les destinó para su beneficio directo, por otra parte evidencian también la participación en el mayorazgo de don Juan Calderón Gallego de los capitales de su hermano, y que fue instrumento de consolidación de su posición social.



[1] A.P.C. Mayorazgo 22 de septiembre de 1692. Juan Gómez, fol. 79, 14.

[2]Pelegrí Pedrosa, L.V: «Los capitales indianos en Castuera (Badajoz) y sus formas de inversión en el siglo XVII». Actas de los XX Coloquios Históricos de Extremadura. Cáceres, 1994, pp. 237-261.- Pelegrí Pedrosa, L.V: «El mecenazgo de los indianos de Castuera (Badajoz) en América y en Extremadura durante el siglo XVII». Actas de los XX Coloquios Históricos de Extremadura. Cáceres, 1994, pp. 262-263.

[3]Rodríguez Sánchez, A y otros: «Las fuentes locales para el estudio de la Historia de América». Alcántara, 7, Cáceres, 1986, pp.69-81.

[4]González Rodríguez, A y L.V Pelegrí Pedrosa: «Capitales indianos en Castuera (Badajoz): censos y fundaciones, 1660-1699». Actas del IX Congreso Internacional de Historia de América. Sevilla, 1992, pp.293-319.

[5] Testamento, 21 de mayo de 1708, Juan Gómez, fol.17, 23.

[6] Ibídem

[7] A.P.C.  Testamento, 1695, Juan Gómez Benítez, fol.64, 16.A.P.C. Testamento de don Pedro Calderón Gallego, 21 de mayo de 170, Juan Gómez, fol.17, 23.

Oct 072013
 

José María Martínez Díaz.

En los últimos años del siglo XVII y, especialmente, durante la primera mitad del siglo XVIII se produce una importante actividad creativa en Salvatierra de Santiago y Botija, dos pequeñas localidades situadas al SO. de Trujillo y pertenecientes al partido judicial de Montánchez.

En efecto, los libros de cuentas de las dos parroquias y de las diferentes cofradías en ese período están llenas de referencias sobre nuevas creaciones y el arreglo de las ya existentes. Si bien en la mayoría de los casos los mayordomos no incluyen en sus asientos el nombre de los autores y la mayor parte de los trabajos permanecen en el anonimato; sí conocemos el nombre de varios artistas y artesanos. Entre los que destaca un grupo de autores trujillanos o, al menos, residentes en la ciudad de Trujillo. Su importancia radica en tres puntos esenciales: en el carácter inédito de todos ellos, en la categoría de las obras que realizan y en la variedad de sus campos de actuación, de tal forma que hemos documentado pintores, doradores, escultores, entalladores, un platero y un maestro vidriero. Curiosamente, no se ha localizado ningún cantero, carpintero o albañil, oficios de larga e importante tradición en Trujillo desde el siglo XVI.

Seguidamente los presentamos, agrupados por sus actividades artísticas.

I.- Escultores, entalladores y ensambladores.

ALONSO MUÑOZ

Maestro de talla y ensamblador que construyó dos retablos para la iglesia parroquial de Santiago en Salvatierra de Santiago: el de la Virgen del Rosario y el de las Animas Benditas.

El retablo del Santísimo Rosario fue hecho entre los años 1692 y 1695. En 1692 se pagan 119 reales a los maestros que habían ido al lugar a hacer posturas sobre su fabricación, y 1.500 a Muñoz[1]. Mientras que en 1695 se le abonan otros 565 reales por la liquidación de la deuda y la cerradura del sagrario[2].

La obra fue escriturada y realizada en Trujillo tal y como indican sendos asientos de 1694 y 1695 en los que se recogen un gasto de ocho reales por sacar la escritura[3] y 102 reales y medio de transportarlo hasta Salvatierra[4], respectivamente.

En 1699 se procede al dorado del mismo por un valor de 2.841 reales, en el que se indican también los gastos de asentarlo. La nota es más imprecisa que las anteriores y no incluye el nombre del artista que lo llevó a cabo[5].

En 1718 Juan Antonio Morgado retoca la imagen de la titular y un año después dora el marco que Francisco de Rojas había hecho para el altar. Actividades que veremos más detalladamente al tratar sobre estos artistas. Lamentablemente, ni el retablo ni la imagen de la Virgen se conservan en la actualidad. Por otro lado, sí sabemos que se mantenían en la parroquia a finales del siglo XIX, según se desprende del inventario del 15 de junio de 1873, que fue ratificado en junio y agosto de 1885, en marzo de 1893 y, finalmente, en la Visita Episcopal del 15 de noviembre de 1894:

«Otro altar de Nuestra Señora del Rosario de talla, con la imagen del mismo título en su centro, de su cuerpo entero y a sus lados dos figuras de lienzo que representan a san Joaquín y santa Ana»[6].

El retablo de las Animas Benditas del Purgatorio también se ha perdido y sólo se mantienen el azulejo de la mesa del altar y el cuadro que se pintó en los inicios del siglo XIX.

Ambos se sitúan en el tramo más cercano al coro, en el muro de la epístola.

Como hemos indicado, del conjunto original sólo se conserva el azulejo que decora el frontal de la mesa del altar.

Una doble cenefa con temas geométricos, que alojan alternativamente veneras y cruces de la Orden de Santiago, enmarca por arriba y por los laterales los tres paneles centrales. En el central se representa un cuadro de Animas, con la Virgen del Carmen y San Nicolás de Tolentino socorriendo a las almas del purgatorio; mientras que en los laterales aparecen los escudos de la Orden de Santiago, en el derecho, y de la Provincia de León de dicha orden, en el izquierdo. Si bien su estado general de conservación es bueno, las cenefas exteriores tienen el dibujo alterado por la defectuosa colocación de sus piezas.

El cuadro de Animas nos muestra a la Virgen del Carmen, rodeada de una nube con cabezas de querubines en su parte superior y acompañada de San Lorenzo y San Nicolás de Tolentino. En la parte baja están las almas que surgen de las llamas, entre las que se representan papas, obispos, frailes, monjas, etc. El lienzo está firmado y fechado en su parte inferior:  «SIENDO CVRA D. LORENZO CAMPOS. SE IZO / AÑO DE 1802. TOMAS HIDALGO / Fva». El pintor Tomás Francisco Hidalgo

Villa forma parte de una destacada familia de pintores extremeños que actuaron a lo largo del siglo XVIII y primeros años del XIX en toda la región[7].

Los 325 reales en que se contrató el retablo le fueron abonados a Muñoz en dos pagas: la primera de 125 reales, en 1695[8], y una segunda de 351 reales, en 1696, en la que se incluían los gastos de traerlo desde Trujillo[9].

No obstante, antes de hacerse la cofradía ya había comprado en 1688 los azulejos para el frontal del altar por 80 reales[10] y en 1695 el cuadro de Animas por 126 reales[11], hoy perdido.

Su dorado se llevó a cabo en 1699 por 207 reales[12].

Como en el caso anterior, tampoco se incluye en el asiento el nombre del dorador.

En los inicios del siglo XIX el retablo y el cuadro no debían encontrarse en buen estado y la cofradía tuvo que sustituirlos. Trabajos que realizaron el carpintero Juan Olivera y, como hemos visto, el pintor Tomás Francisco Hidalgo Villa, por los que cobraron 300 reales y 1.040 reales[13], respectivamente.

Junto al de Animas, la parroquia guarda otro pequeño retablo barroco, el de la Inmaculada Concepción. Pese a no conocer a sus autores y dado que más adelante trataremos también sobre el retablo mayor de la parroquia, creemos conveniente hacer unas breves referencias sobre él. Se sitúa en el lado del evangelio en el tramo más cercano a la cabecera.

Es de madera tallada en blanco y se estructura en banco, cuerpo y tico. Su único cuerpo se divide en tres calles, la central se adelanta respecto a las laterales y acoge una hornacina trilobulada flanqueada por estípites. El ático contiene un jarrón con flores y se cierra con grandes volutas, rematadas por el anagrama mariano, inserto en un broche de hojarasca. Hoy cobija una imagen moderna de la Inmaculada.

La obra está perfectamente documentada en 1751 por un coste de 800 reales, más cuatro reales del altar[14].

FRANCISCO DE ROJAS Y ORENSE

Entallador, ensamblador y escultor que encontramos trabajando en Salvatierra de Santiago y Botija. En la primera localidad hace el marco para el altar del retablo de la Virgen del Rosario y la escultura de San Agustín, ambos para la parroquia, y recompone el primitivo retablo mayor de la ermita de Nuestra Señora de la Estrella; mientras que en la segunda realiza el retablo mayor de la iglesia, hoy perdido.

Su primer trabajo data de 1719, cuando elabora por 11 pesos el marco para el desaparecido altar de la Virgen del Rosario de la parroquia de Salvatierra de Santiago[15], dorado, como ya veremos, ese mismo año por Juan Antonio Morgado.

Talla y dorado se hicieron en la misma ciudad de Trujillo, según se desprende del asiento que aparece tras los dos referidos a su hechura y dorado. En l se nos dice que se gastaron 10 reales en ir a Trujillo a por el retablo[16].

En 1725 la cofradía de Nuestra Señora del Rosario presta a la parroquia 480 reales para hacer una imagen de San Agustín, trabajo que realizó Francisco de Rojas ese mismo año[17]. Es una talla policromada de mediano tamaño, 115 cms. de altura aproximadamente, situada en el lado izquierdo del retablo mayor de la parroquia. Se le representa con vestiduras episcopales, mitra, alba y capa, llevando el báculo pastoral en su mano derecha y una maqueta de iglesia en la izquierda. Se encuentra excesivamente repintada, impidiéndonos un juicio preciso sobre su calidad, si bien parece que ésta no pasa de discreta.

La coincidencia en el estilo nos hace pensar que el escultor trujillano también pudo hacer las tallas de Santiago Matamoros y del santo vestido de obispo, probablemente San Gregorio, que acompañan a San Agustín en el retablo, si bien no hemos encontrado documentación alguna que corrobore esta idea.

En 1726 limpia y recompone el desaparecido retablo mayor de la ermita de Nuestra Señora de la Estrella de Salvatierra de Santiago, trabajo por el que cobró 240 reales[18].

Tres años después, en 1729, Francisco de Rojas ejecuta el que, hasta el momento, es su trabajo más importante, el retablo mayor de la iglesia parroquial de Santa María Magdalena de Botija. La obra no fue pagada por la propia parroquia, que carecía de los recursos necesarios para acometer unos gastos de tal magnitud, sino por la cofradía de los Mártires. Esta intervención fue obligada por un mandato de la Visita del 9 de abril de 1728[19].

El mandato fue rápidamente cumplido, y en las cuentas de ese mismo año encontramos un pago de ocho reales a un carpintero que fue a formar la planta de la obra que se estaba fabricando[20], y en las del año siguiente recogemos un pago de 1.054 reales a favor del entallador Francisco de Rojas[21]. No obstante, hay que señalar que la cofradía ya había asumido en 1725 algunos gastos referidos a su ejecución, que tuvo que esperar aún tres años para ser efectiva[22].

En 1732 vuelve a trabajar en el retablo, componiendo diferentes piezas, labor por la que recibió 78 reales y 8 maravedís[23].

Ese mismo año fue dorado por Francisco Jiménez Moreno, según veremos al tratar el apartado dedicado a los pintores y doradores.

Como ya adelantamos, esta obra no se conserva, desconociendo cuándo y en qué circunstancias desapareció. Sí sabemos, por el contrario, que en el primer cuarto del siglo XX se realizó otro retablo mayor que perduró hasta la década de los años setenta. De esta segunda obra todavía se guardan varias piezas en la parroquia: en la sacristía, la mesa del altar y el sagrario, una deteriorada pieza de trazas neogolíticas; y, en el coro, un gran lienzo de la titular del templo, muy deteriorado.

La minuciosidad de los mayordomos a la hora de presentar sus gastos en la obra parroquial desaparece de forma incomprensible cuando se fabrica el propio retablo de la cofradía.

En efecto, en 1750 se limpia y retoca la talla de San Sebastián, por 170 reales, y se construye se retablo, por 759 reales[24], sin que se incluya el nombre de los autores de ambos trabajos.

La pieza se asienta en el tramo más cercano a la cabecera, en el lado del evangelio. Está muy repintada y se divide en banco; cuerpo con nicho central, flanqueado por estípites; y Ìtico con el relieve de la Paloma del Espíritu Santo.

II.- Pintores y doradores.

JUAN ANTONIO MORGADO

Pintor y dorador que sólo aparece citado en los libros parroquiales de Salvatierra de Santiago, siempre realizando trabajos de escasa entidad: retoques a la talla de san Antonio, a la primitiva imagen de Nuestra Señora de la Estrella y a la Virgen del Rosario, los tres en 1718, y el dorado del marco del altar de la cofradía del Rosario, en 1719.

La restauración de la escultura de San Antonio de la parroquia de Salvatierra de Santiago se realizó en 1718 por 20 reales[25].

El mismo año retocó la primitiva imagen de la Virgen de la ermita de Nuestra Señora de la Estrella en su taller de Trujillo. El coste del trabajo fue de 150 reales, más otros 9 reales de llevar la talla a Trujillo. La cofradía, además, adquirió unas nuevas andas para la Virgen, hechas y pintadas por Francisco Pasarón y Juan Palacios, Vecinos de Torremocha[26]. Debemos señalar que la cofradía no liquido la cuenta total con Antonio Valle, mayordomo de ella en 1718, y en 1720 le tienen que dar los 19 reales que aún faltaban por pagarle[27].

También en 1718, Juan Antonio retoca la figura de la Virgen del rosario, por un valor de 114 reales[28].

Un año después dora el marco del altar de esta Virgen por 10 pesos[29].

De todas estas piezas la única que ha perdurado es la imagen de San Antonio. Una pequeña talla policromada que se sitúa en el presbiterio, junto al retablo mayor.

JOSÉ MONTERO

Maestro dorador que llevó a cabo el dorado del retablo mayor de la parroquial de Salvatierra de Santiago.

Este conjunto, de cascarón, ocupa todo el testero del ábside y se adapta perfectamente al mismo. Se estructura en banco, un solo cuerpo y tico. Su banco es elevado, y se compone de ménsulas de hojarasca y grandes paneles decorados con roleos y cruces de Santiago. El panel de la izquierda da acceso al pequeño hueco que queda entre la pared del fondo de la cabecera y el maderamiento.

Sobre este banco se eleva un único cuerpo dividido en cinco calles, las exteriores y las que flanquean la central son estrechas y de escasa entidad, por columnas salomónicas y pilastras en los extremos. En la central aparecen el sagrario y la hornacina del titular. El primero se concibe como un templete soportada por cuatro pequeñas columnas salomónicas.

El nicho central se abre en un arco de medio punto y, curiosamente, no cobija, la imagen de Santiago Matamoros. Este se eleva sobre una peana situada sobre el tabernáculo y delante de ese nicho central. Las calles laterales presentan sendas repisas sobre las que se apoyan las imágenes de San Agustín, en el lado izquierdo, y, posiblemente, San Gregorio, en el derecho. El entablamento es muy movido, con varios planos de profundidad, interrumpido por dos grandes broches a la altura de las calles laterales.

El tico se divide en siete sectores decorados con abultados roleos calados y se remata con el escudo de la Provincia de León de la Orden de Santiago. Todo el conjunto se ornamenta con los motivos típicos de su estilo: racimos de vid, roleos, hojarascas, grandes broches, motivos en ce, etc.

La primera noticia que encontramos en el libro de cuentas de fábrica de ese período sobre un retablo es un pequeño asiento de 1702 en el que se incluyen en data nueve reales por componerlo[30].

No volveremos a encontrarnos más noticias hasta 1714, año en que se entrega un pago a Juan Gómez por pintar la circunvalación del retablo, trabajo por el que recibe 85 reales[31]. Estas pinturas se conservan en la actualidad detrás del retablo mayor: en la pared del fondo de la capilla mayor se representan dos grandes cortinones unidos en su parte superior y abiertos por los laterales; mientras que en el trasdós del arco aparece una pequeña cruz de Santiago rodeada por pájaros, roleos, grandes flores y temas geométricos en tonos blancos sobre fondo amarillo.

No es lógico pensar que la parroquia afrontase un gasto de 85 reales en pinturas que no iban a ser vistas por los fieles, de lo que deducimos que se ejecutaron para decorar un retablo anterior al actual, y al que se referirían los dos asientos antes citados. Este hecho explicaría la curiosa distribución de las pinturas del fondo que dejan libre toda su zona central, la parte que estaría tapada por la primitiva obra y no haría falta decorar.

La ausencia total de noticias sobre la construcción del nuevo retablo en los libros parroquiales de este período y la presencia del escudo de la Provincia de San Marcos de León de la Orden de Santiago rematando la obra, nos hacen pensar que la parroquia carecía de los recursos necesarios para sustituir el viejo retablo mayor y que tuvo que ser la propia Orden la que afrontar los gastos de la construcción de la nueva obra.

La parroquia tampoco tenía fondos para abordar los gastos de su dorado, por lo que la Visita del 12 de abril de 1728 ordena en su mandato número veinte que la cofradía del Rosario corra con los gastos del dorado del sagrario. No obstante, una nota al margen exime a la cofradía del cumplimiento de este mandato por haber pagado ésta el dorado de todo el retablo mayor[32].

Este dorado fue realizado por el maestro José Montero entre 1732 y 1733, trabajo que contrató por 8.800 reales y que fueron abonados por la citada cofradía. En 1732 se le pagaron 4.120 reales y se gastaron 147 reales y 24 maravedís en diversas diligencias relacionadas con el retablo[33]. Mientras que en 1733 se dieron a Montero otros 4.679 reales; se gastaron 10 reales y 12 maravedís en una escritura de fianza; y 20 reales de un propio que fue a Trujillo a tratar sobre el asunto[34].

El sagrario se doró también entre 1731 y 1732, probablemente por el mismo José Montero, por un valor total de 950 reales. La cantidad fue aportada por la parroquia, 900 reales[35], y por la Cofradía del Rosario, los 50 restantes[36].

En 1735 José Montero vuelve a intervenir en el conjunto, en esta ocasión para dorar la peana de la imagen de Santiago, labor por la que recibió 83 reales y medio. Este trabajo se enmarca dentro de las actividades que la cofradía llevó a cabo sobre la obra parroquial: la hechura y ajuste de la peana de Santiago por parte de Francisco Crespo y Juan Olivera, por 114 reales; y el retoque de su caballo, por 83 reales y medio, hecho por el mismo Olivera[37].

FRANCISCO JIMÉNEZ MORENO

Pintor y dorador que realizó el dorado del desaparecido retablo mayor de la iglesia parroquial de Botija, obra del entallador Francisco de Rojas y Orense. Labor por la que en 1732 cobró 1.720 reales[38].

III.- Platero

MANUEL ARROYO

Maestro platero del que hemos podido documentar importantes trabajos, todos ellos perdidos, en Salvatierra de Santiago.

Sus primeras actuaciones conocidas datan de 1713, unas reparaciones sobre un copón y la cuchara de una naveta para la parroquia[39].

Un año después compone la cruz procesional de la parroquia, por un valor de 295 reales[40].

En ese mismo año de 1714 realiza la custodia para la cofradía del Santísimo por 405 reales[41].

En 1715 hace por 450 reales las coronas para la primitiva imagen de Nuestra Señora de la Estrella y el Niño, la misma que fue retocada por Juan Antonio Morgado en 1718[42].

Ninguna de estas piezas se ha conservado pero podemos conocer, aunque de forma elemental, como eran algunas de ellas gracias a los inventarios parroquiales del siglo XVIII. Las siguientes líneas están tomadas del inventario del 9 de febrero de 1743:

«Lo primero, una custodia de plata llana, su pie con dos soles, el del medio depósito del viril sobredorado, su peso, con su armadura de madera y ierro, seis libras y quarterón».

«La echura de la cruz de parroquia desta villa, es sobre una cruz de madera una tapa de plata como feligranada quebrada y bastante desclavada y con algunas tachuelas de yerro. Y en esta conformidad pesa tres libras y doze onzas. Su pie de dicha cruz de plata pesa tres libras y doze onzas»[43].

El inventario del 28 de abril de 1768 es un poco más preciso sobre la cruz parroquial y nos dice que estaba decorada con un crucifijo, una imagen de la Inmaculada Concepción y de Santiago, el patrón del templo:

«… una cruz de madera con un crucifijo, Nuestra Señora de la Concepción y el patrón, quebrada y bastante desclavada …»[44].

F. J. García Mogollón nos informa sobre un platero avecindado en Trujillo llamado también Manuel Arroyo, que trabaja a finales del siglo XVIII en Monroy, entre 1790 y 1793, y Benquerencia, en 1791[45]. La diferencia de 87 años entre los primeros trabajos de Salvatierra de Santiago y los de Monroy nos parece excesiva para que se tratase de una misma persona y nos inclinamos a pensar que eran dos artistas diferentes.

Si bien la semejanza de nombres nos hace suponer que eran familia, probablemente padre e hijo.

IV.- Vidriero

MAURO GARCIA

Maestro vidriero que hizo los cristales para las ventanas de la capilla mayor de la iglesia parroquial de Salvatierra de Santiago, labor que llevó a cabo en 1742 y por la que cobró 33 reales[46].

Y hasta aquí esta pequeña pero importante nómina de artistas trujillanos que sirve para mostrarnos la ciudad de Trujillo como un destacado centro artístico durante los primeros años del siglo XVIII.

APÉNDICE DOCUMENTAL

Archivo Diocesano de Cáceres. Salvatierra de Santiago. Cofradía de Animas Benditas. Libro de cuentas, inventarios y nombramientos, años 1684-1758. Libro 13.

– Cuentas de 1688, s. f. «Frontal. Ochenta reales que se sacaron del caudal de la cofradía, el frontal de azulejos que se hizo para el altar».

– Cuentas de 1695, s. f. «Quadro. Ziento y veynte y seis reales que tubo el quadro de Animas de costo, y medio más». «Ziento y veynte y zinco reales, pagados a Alonso Muñoz, carpintero de Trujillo, por quenta del retablo que ha de hazer para el quadro, conzertado en trescientos y veynte y zinco, que se le an de pagar los dozientos para marzo deste año, que lla de dar asentado».

– Cuentas de 1696, s. f. «Retablo. Trescientos y cinquenta y un reales que costó el retablo, en que entró la costa de trabajo».

– Cuentas de 1699, s. f. «Retablo y clavos. Dozientos y siete reales que se dieron al dorador por dorar el retablo».

A. D. C. Salvatierra de Santiago. Cofradía de las Benditas Animas. Libro de cuentas, años 1795-1818. Libro 14.

– Cuentas de 1802, s. f. «Primeramente es data un mil quarenta reales de vellón que pagó el dicho señor a don Thomás Francisco Hidalgo, maestro, vecino de la villa de Cáceres, por haber pintado el quadro de las Benditas Animas y renovar su retablo y pintado el pabellón que le adorna». «Ytem treszientos reales al maestro carpintero Juan Olivera, vezino desta villa, por haver executado los bastidores para dicha obra, siendo de su quenta el angeo y tachuelas necesarias y colocarlo en su sitio».

A. D. C. Salvatierra de Santiago. Iglesia parroquial de Santiago. Libro de cuentas, años 1692-1750. Libro 16.

– Cuentas de 1702, fol. 70. «Retablo. Más nueve reales que costó el componer el retablo».

– Cuentas de 1713, fol. 114. «Copón. Diez reales a Manuel Aroio, maestro platero, vecino de Truxillo, por componer la cuchara de la naveta, alargar la cadena y hazer la cruz del copón».

– Cuentas de 1714, fols. 117 v. y 118-118 v. «Pintura. Ochenta y cinco reales que pagó a la persona que pintó la circunvalación del retablo. A Juan Gómez». «Cruz. Doscientos y noventa y cinco reales de componer la cruz de la parrochia, que pagó a Manuel Aroio, maestro platero, vecino de Trujillo, en que entra la plata que puso en ella. Consta de recibo».

– Cuentas de 1718, fol. 146. «Retoque. Veinte reales que pagó a Juan Antonio, vezino de Trujillo, por venir a retoquar el san Antonio, y su trabajo».

– Cuentas de 1725.

– Cuenta de cargo, fol. 182. «Préstamo. Más se le cargan quatrocientos y ochenta reales que por vía de préstamo se dio a la cofradía del Rosario para hazer una ymagen de san Agustín».

– Cuenta de data, fol. 184 v. «San Agustín. Quatrocientos y ochenta reales que dio a Francisco de Rojas por la hechura de san Agustín».

– Visita del 12 de abril de 1728, fol. 194. «Que se dore el sagrario del altar maior y que a este fin se saque el caudal preciso del que tiene la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, con la misma facultad y comisión que en el libro de ella se le da al cura para otro asumpto dentro de los tres meses allí señalados se efectúe también este». (Nota al margen) «Nota. No ser esta providencia precisa pues tiene echa esta obligación por pagar el artífice del retablo. Dr. Loaysa Ante mi: A. de la Rivera»

– Cuentas de 1731, fol. 207. «Dorado. Novecientos reales, costo de dorar el tabernáculo».

– Cuentas de 1742, fol. 242 v. «Vidrieras. Treinta y tres reales, costo de las vidrieras de la capilla mayor a Muauro García, vecino de Trujillo».

A. D. C. Salvatierra de Santiago. Cofradía de Nuestra Señora de la Estrella. Libro de cuentas y otros, años 1693-1795. Libro 17.

– Cuentas de 1715, fol. 82. «Corona. Ciento y quarenta reales que pagó a Manuel Aroio, platero de la ziudad de Trujillo, con los quales y más noventa reales que pesó una corona vieja que tenía Nuestra Señora, para que ambas partidas montan dozientos y treinta reales, avido esta cofradía para las dos coronas de la Virgen y el Niño, que con cinco pesos de echura costaron quatrocientos y cinquenta reales, y para el escesio avido un devoto a la restante cantidad de limosna».

– Cuentas de 1718, fol. 87. «Andas. Ciento y treinta y cinco reales que pagó a Francisco Pasarón y Juan Palacios, vecinos de Torremocha, por la echura y pintura de las andas de la imagen». «Retoque de imagen. Ciento y cinquenta y cinco reales que pagó a Juan Antonio Morgado, vezino de Trujillo, por el retoque de la imagen». «Idem. Nueve reales de llevar la imagen a componer a Trujillo».

– Cuentas de 1720, fol. 91 v. «Retoque. Diez y nueve reales que se le dejaron de abonar a Antonio Valle, que avía dado a Juan Antonio de Trujillo por el retoque de la imagen».

– Cuentas de 1726, fol. 105 v. «Composición de retablo. Doscientos y quarenta reales que pagó a Francisco de Rojas y Orense, maestro de arquitectura, vecino de Trujillo, por descomponer el retablo de la ermita y volver a componerlo».

A. D. C. Salvatierra de Santiago. Cofradía del Rosario. Libro de cuentas, años 1692-1757. Libro 25.

– Cuentas de 1692, fol. 8. «Retablo Mil y quinientos reales se le baxan, los mesmos que pagó Alfonso Muñoz, carpintero, escultor, por la hechura del retablo de la imagen del Santísimo Rosario». «Idem. Ciento y diez y nueve reales, los mesmos que se pagaron a los maestros que vinieron a baxar y hazer posturas en el retablo, y el maestro a tomar medidas y otros gastos …»

– Cuentas de 1694, fol. 28 v. «Retablo. Ocho reales, costó sacar la escritura publica del retablo de Truxillo».

– Cuentas de 1695, fol. 32 v. «Retablo. Quinientos y sesenta y zinco reales que pagó a Alonso Muñoz por el resto del retablo y zeradura del sagrario». «Traer el retablo. Ziento y dos reales y medio de la costa de traer el retablo».

– Cuentas de 1699, fol. 53. «Retablo. Y se le llevan en data dos mil ochozientos y quarenta y un reales que tuvo de costa el dorar el retablo, con su peana, clavos. Consta de asentarlo y demás pertenezientes».

– Cuentas de 1718, fol. 146. «Retoque de la ymagen. Ciento y catorce reales que pagó y gastó con Juan Antonio, vezino de Trujillo, por el retoque y composición de ambas imágenes».

– Cuentas de 1719, fol. 153. «Marco del altar. Once pesos que dio a Francisco Rojas, maestro de tallador, vezino de Trujillo, por la echura del marco del altar». «Ydem. Diez pesos a Juan Antonio, vezino de dicha ciudad, por dorar dicho marco». «Ydem. Diez reales, gasto de ir ajustar el marco y ir por él a dicha ciudad».

– Cuentas de 1732, fol. 234 v. «Dorado. Quatro mil ciento y veinte reales y medio que pagó a Joseph Montero, vecino de Trujillo y maestro de dorador, a quenta de los 8.000 reales que tiene esta cofradía obligación. Con la aprobación del señor Vicario General y Consejo de las Ordenes». «Diligencias. Ciento y quarenta y siete reales y veinte y quatro maravedís, en diligencias hasta efectuar el retablo y seguro de la dicha». «Dorado. Cinquenta reales que avido del dorado del sagrario de la fábrica».

– Cuentas de 1733, fol. 239. «Dorado. Quatro mil seiscientos y setenta y nueve reales y medio que fue de su quenta pagar a Joseph Montero, maestro y dorador, vecino de Trujillo, resto del ajuste del dorado del altar maior. según consta de la quenta antecedente». «Escritura. Diez reales y doze maravedís, gasto de la escritura de fianza del retablo y saca de la del trato con la villa». «Propio. A un propio que fue a Truxillo y esto para vistas al retablo, en lo endido veinte reales».

– Cuentas de 1735, fols. 243 v.-244. «Maestro de talla. Ciento y catorce reales que había pagado a Francisco Crespo y Juan Olivera, maestro de talla, el año antecedente por la echura de la peana y ajustarla en el retablo, para colocar en ella a Santiago, que no se le acreditó por no tener recibo y lo presentó». «Santiago. Trescientos y nueve reales, que gastó en el retoque de Santiago por averse descompuesto para vacear el cavallo con dicho Juan Olivera, y colores, clavazón y clavos». «Dorado. Ochenta y tres reales y medio que se pagaron a Joseph Montero, dorador, vezino de Trujillo, por el dorado de la peana de Santiago».

– Cuentas de 1751, fol. 312 v. «Retablo de la Concepción. Ochocientos reales que costó el retablo para colocar Nuestra Señora de la Concepción». «Altar. Quatro reales de hazer el altar para esta imagen»

A. D. C. Salvatierra de Santiago. Cofradía del Santísimo. Libro de cuentas y otros, años 1691-1810. Libro 30.

– Cuentas de 1714, s. f. «Custodia. Quatrozientos y zinco reales que dio a Manuel Aroio, maestro platero, vezino de Truxillo, para en pago de una custodia que se hizo».

A. D. C. Botija. Cofradía de los Mártires. Libro de cuentas, años 1703-1756. Libro 8.

– Visita del año 1728, fols. 107-107 v. «Y conoziendo la mucha pobreza en que se halla la yglesia parrochial de dicha villa, mandó su merced que entregue el caudal de la cofradía el mayordomo presente al de dicha yglesia un mil y quinientos reales de vellón por bía de préstito … / Y dichos mil y quinientos reales se distribuyan en aderezar el retablo de la yglesia, dorar un cáliz, dos patenas …»

– Cuentas de 1725, fol. 92. «Retablo. Quinze reales y dos maravedís que se dieron a un maestro de carpintería que vino a reconozer y registrar el retablo maior para dar providenzia de componerlo».

– Cuentas de 1728, fol. 111. «Gasto de carpintería. Más ocho reales que se hizieron de gasto con el carpintero que vino a formar la planta del retablo que se est fabricando».

– Cuentas de 1729, fol. 116. «Retablo. Ytem se le reciben en data un mil y cinquenta y quatro reales que esta cofradía y, en su nombre, su mayordomo a pagado a Francisco de Roxas y Orense, maestro tallador y ensamblador, para cuenta de un retablo que est obligado a hacer para el altar maior desta parrochia, según mandato del señor Vicario General desta provincia».

– Cuentas de 1732, fol. 135 v. «Ydem retablo. Ms setenta y ocho reales y ocho maravedís que pagó a Francisco de Roxas y Orense, maestro carpintero de la ciudad de Trujillo, por componer diferentes partes de dicho retablo». «Retablo. Ytem se le reciben en data un mil setecientos y veinte reales que se pagaron a don Francisco Ximénez Moreno, artífice de la pintura, vecino de la ciudad de Trujillo, por dorar el retablo del altar maior desta parrochia».

– Cuentas de 1750, s. f. «Santo. Y ziento y setenta reales de enbarnizar y retocar la imagen del señor san Sebastián». «Retablo. Setecientos zinquenta y nuebe reales que tubo de costo un retablo que se hizo para el santo».



[1] Archivo Diocesano de Cáceres. Salvatierra de Santiago. Cofradía del Rosario. Libro de cuentas y otros, años 1692-1757. Libro 25. Cuentas de 1692, fol. 8.

[2] Ibídem, cuentas de 1695, fol. 32 v.

[3] Ibídem, cuentas de 1694, fol. 28 v.

[4] Ibídem, cuentas de 1695, fol. 32 v.

[5] Ibídem, cuentas de 1699, fol. 53 v.

[6] A. D. C. Salvatierra de Santiago. Parroquia de Santiago. Libro de inventarios, años 1743-1895. Libro 39. Año de 1873, fol. 54. Ratificaciones en: junio del año 1885, fol. 60; agosto del año 1885, fol. 61 v.; año 1893, fol. 63; y año 1894, fol. 63. Además de los retablos estudiados, este inventario describe también los del Santo Cristo de la Misericordia y de San Gregorio, desaparecidos.

[7] MOGOLLON CANO-CORTES, P., » Pintura extremeña del XVIII: los Hidalgo «, Norba, N’ IV, 1983, pp. 57-71.

[8] A. D. C. Salvatierra de Santiago. Cofradía de las Benditas Animas. Libro de cuentas, inventarios y nombramientos, años 1684-1758. Libro 13. Cuentas de 1695, s. f.

[9] Ibídem, cuentas de 1696, s. f.

[10] Ibídem, cuentas de 1688, s. f.

[11] Ibídem, cuentas de 1695, s. f.

[12] Ibídem, cuentas de 1699, s. f.

[13] A. D. C. Salvatierra de Santiago. Cofradía de las Benditas Animas. Libro de cuentas, años 1795-1818. Libro 14. Cuentas de 1802, s. f.

[14] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 25. Cuentas de 1751, fol. 312 v.

[15] Ibídem, cuentas de 1719, fol. 153.

[16] Ibídem, cuentas de 1729, fol. 153.

[17] A. D. C. Salvatierra de Santiago. Iglesia Parroquial de Santiago. Libro de cuentas, años 1692-1750. Libro 16. Cuentas de cargo, fol. 182, y de data, fol. 184 v., de 1725.

[18] A. D. C. Salvatierra de Santiago. Cofradía de Nuestra Señora de la Estrella. Libro de cuentas y otros, años 1693-1795. Libro 17. Cuentas de 1726, fol. 105 v.

[19] A. D. C. Botija. Cofradía de los Mártires. Libros de cuentas, años 1703-1756. Libro 8. Visita del año 1728, fols. 107-107 v.

[20] Ibídem, cuentas de 1728, fol. 111.

[21] Ibídem, cuentas de 1729, fol. 116.

[22] Ibídem, cuentas de 1725, fol. 92.

[23] Ibídem, cuentas de 1732, fol. 153 v.

[24] Ibídem, cuentas de 1750, s. f.

[25] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 16. Cuentas de 1718, fol. 146.

[26] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 17. Cuentas de 1718, fol. 87.

[27] Ibídem, cuentas de 1720, fol. 91 v.

[28] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 25. Cuentas de 1718, fol. 146.

[29] Ibídem, cuentas de 1719, fol. 153.

[30] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 16. Cuentas de 1702, fol. 70.

[31] Ibídem, cuentas de 1714, fol. 117 v.

[32] Ibídem, Visita de 1728, fol. 194.

[33] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 25. Cuentas de 1732, fol. 234 v.

[34] Ibídem, cuentas de 1733, fol. 239.

[35] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 16. Cuentas de 1731, fol. 207.

[36] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 25. Cuentas de 1732, fol. 234 v,.

[37] Ibídem, cuenta de 1735, fols. 243 v. y 244.

[38] A. D. C. Botija. Libro 8. Cuentas de 1732, fol. 135 v.

[39] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 16. Cuentas de 1713, fol. 114.

[40] Ibídem, cuentas de 1714, fols. 118-118 v.

[41] A. D. C. Salvatierra de Santiago. Iglesia parroquial de Santiago. Cofradía del Santísimo. Libro de cuentas y otros, años 1691-1810. Libro 30. Cuentas de 1714, s. f.

[42] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 17. Cuentas de 1715, fol. 82.

[43] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 39. Inventario de 1743, fols. 3 y 4.

[44] Ibídem, inventario de 1768, fol. 19.

[45] GARCIA MOGOLLON, F. J., La orfebrería religiosa de la Diócesis de Coria (siglos XIII-XIX). Cáceres, 1987, t. II, pp. 825-826.

[46] A. D. C. Salvatierra de Santiago … Libro 16. Cuentas de 1742, fol. 242 v.

Oct 072013
 

Juan Francisco Arroyo Mateos.

 INTRODUCCIÓN

¡Santos de la antigua Lusitania! ¡Santos extremeños! Se trata de un tema poco frecuente. La santidad parece interesar a muy pocos. Otra cosa seria hablar de literatura, de bellas artes, de política, de deportes, de agricultura y actualmente de ecologismo.

Sin embargo no hay nada mejor y mayor ante Dios que la Santidad.

Ya puede uno ser muy sabio en todo, muy diestro, muy acaudalado, muy conocido o afamado, muy aplaudido por el mundo y hasta estar dotado de una gran belleza física. Si le falta únicamente la santidad de vida, todo lo demás, como dijo el rey Salomón, es vanidad de vanidades y todo vanidad.

Porque la santidad es y significa honradez ética, pero de una ética no laica y atea, sino de la que también tiene en cuenta a Dios, otorgándosele el debido puesto que debe ocupar en la vida individual y social, como Creador y Señor del universo. Santidad es pureza de costumbres sin detestables corrupciones e inmoralidades. Es tener paciencia en los infortunios y otras desgracias a veces súbitas e impensadas. Es revestimos de una invicta mansedumbre ante las ofensas y calumnias. Es perdonar a los enemigos hasta incluso dar la vida por ellos, como hizo Cristo y lo practicaron los santos mártires. Es obediencia a los legítimos superiores en lo justo; y a toda ley social asimismo justa; pero sobre todo es ser cumplidor de algo que lo resume todo, como son los diez divinos Mandamientos y los cinco de nuestra Santa Madre la Iglesia, fundada por Cristo para que todos puedan pertenecer a ella y obedezcan a los que son sucesores y representantes suyos en la Jerarquía católica. Santidad, para decirlo de la manera más abreviada y evangélica, consiste en amar a Dios sobre todo lo demás y al prójimo como a nosotros mismos.

SANTIDAD EN LA HISTORIA

¿Hubo personas santas en los tiempos pasados? ¿Las hay en la actualidad? Siempre hubo hombres y mujeres santas que tuvieron como ideal el mejor comportamiento moral con miras a lo trascendente, es decir, buscando ante todo cumplir la voluntad del Altísimo, para así amarle con obras y en verdad y merecer de esta manera al mismo tiempo la recompensa eterna o Cielo de los bienaventurados por El prometido.

Desde los comienzos del Cristianismo la santidad ha abundado en todas las regiones en que fue predicado el Evangelio; y no una santidad fácil sino perseguida por paganos y todo tipo de anticristianos, que es lo mismo que decir una santidad heroica hasta el derramamiento, en ocasiones, de toda la sangre para ser fiel a Cristo.

Como prueba fehaciente ahí están los miles y millones de seguidores del Salvador que fueron mártires en los primeros siglos de la Iglesia, cuando los sucesivos y crueles emperadores romanos se propusieron acabar con todos los vestigios del Cristianismo.

SANTIDAD EN EXTREMADURA

Viene ahora la pregunta clave de nuestro trabajo: ¿Ha habido y sigue habiendo santidad en nuestra región extremeña? Si para saberlo nos acercamos a grupos de gente vulgar, preguntándoles sobre cuántos santos conocen de Extremadura, veremos que hay quienes no responden con nada o, a lo sumo, contesta alguno diciendo que San Pedro de Alcántara. Para el gran vulgo sólo cuenta, pues, referido Santo, como único florón de santidad regional.

Dirijámonos después a personas de la élite cultural y les interroguemos lo mismo. Observaremos entonces que tan solo añaden el nombre de Santa Eulalia de Mérida y algunos, muy pocos, el de San Juan Macías.

Por tanto, para la mayoría de los extremeños sólo existen en nuestra región estas tres glorias de santidad: San Pedro de Alcántara, San Juan Macías y Santa Eulalia emeritense.

Pero hubo muchos, muchísimos más santos, y de gran relieve, en nuestro devenir histórico, aunque para demostrarlo tengamos que remontarnos a los remotos albores de la propagación y establecimiento de la Iglesia en nuestra Patria.

Recordemos, a este respecto, cómo el apóstol Santiago el Mayor se embarcó para España poco tiempo después del gran día de Pentecostés, que tan gran transformación obró en los discípulos del Señor.

Esto ocurrió en el año 33 de nuestra Era, después de haber subido Cristo al Cielo. Por ello, probablemente Santiago se encontró entre nosotros el año 34. Y, como regresó más tarde a Jerusalén, en donde fue martirizado o decapitado el año 44, según algunos historiadores; dedúcese que la estancia del Hijo del Trueno en nuestra nación fue de unos 10 años.

Ahora bien, imitando Santiago el ritmo con que Jesucristo evangelizó ciudades y hasta aldeas de Palestina en sólo unos tres años y medio, es de suponer que nuestro Patrón apóstol predicase, durante un mayor número de años, en casi todos los núcleos de población de España, deteniéndose un poco más en aquellas ciudades elegidas para ser capitales de diócesis.

Tengamos en cuenta además que Santiago no vino solo, sino acompañado de otros seguidores y discípulos ya del Resucitado, que le ayudaban en todo y eran materia apta para ponerlos luego al frente de las primeras comunidades cristianas. Aumentaban así las conversiones y nuevos discípulos suyos, máxime al no sólo escuchar la doctrina evangélica, sino a la vez contemplar los numerosos y grandes milagros que sin duda él realizaba por doquier.

Hubo con esto una gran maduración de circunstancias, que la acentuó el apóstol San Pablo y sus discípulos acompañantes, cuando éste cumplió su propósito de acercarse o venir a España.

De aquí que no deba parecer rara la pronta evolución y establecimiento de la Iglesia en nuestro país, viéndose colocados obispos, con bastante presteza, en las regiones y ciudades más estratégicas en orden al apostolado, como lo eran Coria, Ambracia o Plasencia, Paz Augusta o Badajoz y la Archidiócesis de Mérida. Practicábase ya entonces una labor de conjunto, y por eso no era difícil observar que los prelados procedían de muy distintas latitudes del mundo cristiano.

Todo lo cual sirva para entender cómo en Extremadura pudo haber, muy bien y desde muy pronto, esos destacados Obispos y feligreses de temple heroico, de que nos hablan los, para mí, muy respetables Cronicones históricos antiguos, aunque ahora debamos alzar muy alto nuestra voz para condenar a muchos de esos críticos sin escrúpulos que, por una nonada o algunos errores y compresibles discordancias, tiran por la borda todas las demás noticias no queriendo saber nada de tan meritísimas históricas fuentes y ni siquiera de sus autores, que, aunque cometieran algunas equivocaciones propias de hombres mal informados, y casi siempre en lo accesorio, es justo concluir que transmitieron la verdad en lo esencial.

Y precisamente lo esencial son, por lo menos, siquiera los nombres de muchos Obispos de los primeros siglos, así como también las fechas aproximadas en que desempeñaron su labor pastoral, amén de otros datos relevantes de sus cometidos apostólicos.

Aquí, consiguientemente, para que resulte un compendio biográfico capaz de ser aceptado incluso por los más exigentes supercríticos, vamos a ceñirnos a esos datos estimables como esenciales o difícilmente falsificables y presumiblemente veraces, citando, aunque de manera muy sucinta, a toda una bastante olvidada y desconocida pléyade de santos y santas de Extremadura, inspirándonos de modo singular en la obra «La Soledad Laureada», del siglo XVII, que publicó el sabio o muy erudito Fray Gregorio de Argáiz, cronista que fue de la Orden Religiosa de San Benito, no sin poseer un gran espíritu crítico, pero de buena tinta o nada enterrador y displicente de lo que consideraba cierto o, en ocasiones, siquiera verosímil, que lo más acertado es exponerlo como muy probable, y no negarlo del todo y sepultarlo para siempre en el silencio.

SANTOS Y SANTAS DE CORIA

San Pío, primer obispo cauriense. -En tiempos de Jesucristo había en Judea numerosos romanos, muchos de los cueles se llamaban Pío. Convirtiéronse al Señor no pocos, que hasta descollaron y merecieron ser elegidos como discípulos o propagadores del Evangelio. Uno de éstos fue el que llegó a ser primer obispo de Coria, porque era discípulo directo de Santiago, al cual, sin duda, junto con otros, lo trajo consigo al venir a España; en donde, tras algunas incursiones apostólicas en cooperación con San Pedro Bracharense, también destacado adalid evangélico, terminó, por fin, ser colocado como Pastor u Obispo de de la demarcación o cual diócesis cauriense, parece que hasta por designación del propio Santiago Apóstol en el año 37 de nuestra Era. Fue muy activo, porque, entre otras cosas, organizó el cabildo con el debido número de clérigos, vida común, y especiales reglas y forma de vivir de aquellos tiempos, ajustándose a lo que igualmente se hizo en Toledo, Mérida, Braga y otras ciudades episcopales. En los distintos apostolados diocesanos trabajó más de veinte años, predicando y logrando convertir a un gran número de hebreos y gentiles. Y terminó por glorificar a Dios con la palma del martirio, pero no en Extremadura, sino en la villa de Peñíscola, de Castellón de la Plana, a la que viajó, junto con otros colegas u Obispos, para celebrar un Concilio. El Gobernador, que ordenó su muerte se llamaba Haloro, quien, como se ve, cumplía fielmente las despiadadas órdenes del cruel Emperador Nerón. Advirtamos que este San Pío de Coria no debe confundirse con otro del mismo nombre, pero de Sevilla o Ciudad Hispalense.

San Evasio. -Procedía de Galicia, en la que por algún tiempo pastoreó la diócesis de Tuy, hasta que faltando en la diócesis placentina su primer obispo San Epitacio, víctima también del martirio, fue trasladado a Plasencia, de la que así llegó a ser su segundo obispo. Se le comisionó para que a la par atendiera la de Coria tras la muerte del referido San Pío en la región levantina. Fue asimismo, por ello, segundo obispo cauriense terminando igualmente por ser mártir el año 85, durante la persecución de Domiciano. Se dice que «vino a morir en el Casar, cerca de la Villa de Cáceres», que es (era en el siglo XVII, en que esto se escribió) Cabeza de uno de los seis Arciprestazgos de Coria; y si allí ejerció actos pontificales (pues se habría desplazado a predicar, administrar confirmaciones, etc.) muy bien puede ser tenido por Obispo de Coria -afirma el P. Argáiz- como también lo prueba D. Joan Solano.

San Jonás. -Era discípulo de San Dionisio Areopagita, pero que por motivos apostólicos fue llamado o él mismo se acercó espontáneamente a España y muy en concreto a nuestra región extremeña, opinando don Joan Solano que fue Obispo de Coria o al menos un cual predicador o misionero, al que se le atribuye con certeza haber evangelizado en la ciudad de Cáceres, disfrutando de tan gran salud, que se dice vivió más de cien años, es decir, quizás hasta el 115, que es cuando fue nuevo Obispo cauriense Néctor, el cual pudo ser sucesor suyo en su probable labor de Prelado. No nos consta que fuera mártir.

San Próculo. -Regentó la diócesis de Coria como Obispo en el año 170, más sufrió el martirio en una de las persecuciones de aquella época, aunque ello no aconteciese por nuestros lares, sino en el desplazamiento que hiciera a Pon-ferrada del Bierzo, porque hay un escritor que lo identifica con el San Próculo que, junto con Santa Domina, fue martirizado por entonces, el 176, en tierras leonesas.

San Rufo. -No se trata ahora de ningún Obispo, sino de un seglar virtuoso que era hijo del Jefe o cual Alcalde de Coria llamado Gentilio; pero que fue tan adicto a la Fe cristiana en contra quizás del paganismo de su padre, que no sabemos por qué especial pretexto inmediato, se le condenó a sufrir el martirio. Ocurrió en el año 228.

San Félix, San Fortunato y San Aquileo. -Tampoco nos referimos ahora a prelados, sino a tres atletas de Cristo, al parecer simples ciudadanos laicos, que, por circunstancias que desconocemos, merecieron en Valencia de Alcántara (Cáceres), en el año 255, la corona de los mártires.

San Leodegario. -Este sí que fue obispo cauriense en el año 300, sucediendo a otro llamado Jacobo; pero que no transcurridos muchos meses, murió pronto en ese mismo primer año de su pontificado, haciéndoselo invicto mártir de la Fe que profesaba, cuando sobrevino la terrible persecución de Diocleciano.

Santa Máxima. -No todos los grandes santos extremeños son varones. También hay mujeres heroicas, y una de ellas fue la muy olvidada, desconocida, nada honrada ni venerada Santa Máxima, que tuvo por timbre de gloria ser Esposa de Cristo, es decir, Religiosa o Monja de la Orden Carmelitana. Residió en un Convento, quizás todavía algo identificable, aunque ya desfigurado y perteneciente a otra entidad cauriense. Un autor escribió: «Máxima Virgo Cauriensis, ex oppido Tanagri Romae patitur». Con lo que se quiere dar cuenta que fue mártir, pero no en España sino allá por Roma, en el año 362, explica el Padre Argáiz, bajo la persecución de Juliano el Apóstata, cuando a la sazón la santa, por razones que no nos constan, se encontraba entonces en la Ciudad Eterna.

Santa Majencia. -He aquí otra no menos olvidada fémina extremeña, de la que se sabe que era ama de casa natural de Coria; pero que por los avatares de la vida emigró a Trento. Había dado a luz un hijo que fue Obispo y Santo, es decir, San Vigilio, que ejerció su misión pastoral en y desde referida población italiana. De tal palo tal astilla. ¿Cuan santa no seria su madre? Un autor la califica de «santa canonizada» o reconocida entonces así por la Iglesia, y hasta no falta quien la considera mártir de Cristo, inmolada hacia el año 400.

Santa Vincencia o Vicenta. -Llegados al siglo V se produjo durante él la invasión de España por los Bárbaros y, mediante éstos, hubo un gran dominio de los herejes arrianos, que entre otras cosas negaban la Divinidad de Jesucristo y hasta obligaban, por ello, a las gentes a rebautizarse con su particular o nuevo bautismo herético. Más, en Coria, encontraron valiente resistencia en una dama que no estaba casada, sino que era virgen o soltera, no afirmándose que fuera Monja. Ella no quiso, pues, rebautizarse, a pesar de que la amenazaran con quitarle la vida. Y como no se rindió ante tales pretensiones, le propinaron el martirio. Esta mujer fuerte extremeña fue la asimismo poco o nada recordada Santa Vincencia o Vicenta, Virgen y Mártir de Coria.

San Bonifacio. -La Orden de San Benito se extendió pronto por toda la Iglesia dando grandes frutos de santidad, uno de los cuales fue el monje San Bonifacio, que, procedente del Real Monasterio de San Martín de Dumio, se le nombró para obispo de Coria, llegando a asistir como tal al IV Concilio de Toledo en el año 633. Fue, por tanto, un obispo cauriense Santo, no mártir sino confesor, que ocasionalmente murió en Toledo y, por privilegiada concesión, se lo sepultó en la iglesia de Santa Justa de dicha ciudad Imperial, ocurriendo esto por el 636.

San Bonifacio Mártir. -Después de la invasión de los Bárbaros llegó en su día la de los sarracenos o mahometanos, quienes también motivaron persecuciones contra los seguidores de Cristo, uno de los cuales muy destacado de entonces era el prelado de Coria San Bonifacio, el que vivió por el año 714, y que apresado por los moros, fue muerto y ganó la corona de la inmortalidad con el martirio, que lo sufrió por la zona de la Vera, en Cuacos, cerca de Jarandilla (Cáceres), junto con otros obispos de distintas diócesis españolas.

Santa Deodevota. -La persecución árabe arreció en muchas diócesis por el año 735, que es cuando estuvo de rey o califa en Córdoba el cruel Abdemelich. Coria no se libró de estos desmanes, porque por lo menos consta que fue víctima de martirio la virgen o monja Santa Deodevota por no querer acceder, en materia de castidad, a los proyectos impúdicos de sus perseguidores. No está claro que el Convento cauriense donde residía fuera el mismo que el de la otra ya mencionada Religiosa Carmelita Santa Máxima, porque se la considera como perteneciente a la Orden Benedictina, aunque no falte la opinión de que aquellas primeras Monjas del Carmen, se pasaron u optaron por empezar a someterse y cumplir la Regla de San Benito.

San Eugenio. -Fue monje de la Orden de San Benito que más tarde, hacia el año 776, se le eligió para ocupar la sede episcopal de Coria; pero que no se libró de la furia de los sarracenos por cuando éstos sufrían cada vez más derrotas, ya que entonces, como en represalia, decidieron quitar del medio a algunos miembros más representativos del ideal cristiano, terminando por fijarse, entre otros, en el referido Obispo cauriense, quien a mano de esos verdugos, acabó sus días dando su vida por Cristo, razón por la que se le conoce con la denominación de el Monje y Mártir San Eugenio.

Santa Olalla. -¡Increíble! Porque esta Santa Olalla, hija de Liberio, no es ni nada menos que la intrépida mártir Santa Eulalia de Mérida; pero a la que cabe también justamente suponerla, por su nacimiento, como gran gloria de la ciudad de Cáceres y, por ende, de la diócesis cauriense; puesto que, según prueba el historiador pacense Joan Solano, era ella natural de Ponciano, granja, quinta o casa de campo bastante cercana a la capital cacereña, aunque años más tarde, llegado el momento oportuno, por cuando la persecución de Daciano en el 304, se desplazase a Mérida, en donde consumó su martirio. No nos detenemos en más datos, porque esta Santa es de las más conocidas por los extremeños.

Santa Julia. -Vivió entonces en Ponciano junto con Santa Olalla o Eulalia por ser de la misma familia, o una sirvienta, o por otros motivos que no hemos logrado averiguar. Lo cierto es que murió también mártir en Mérida muy poco después que aquélla, aunque por no haber sido su martirio tan lleno de circunstancias espectaculares, se la haya recordado y se la conozca menos. Es igualmente Joan Solano quien explica pormenores sobre ella, demostrando asimismo que es una Santa de procedencia cacereña y orgullo, por tanto, de la diócesis de Coria, en el mismo sentido con que San Lorenzo, mártir en Roma, es a la vez preclarísimo honor para España, y sobre todo para Huesca, que es donde nació de sus padres Orencio y Paciencia.

San Félix de Cáceres. -Se lo considera como educador o maestro seglar de la al parecer casa señorial del aludido Liberto, padre de Santa Olalla, siendo probable que por allí no faltasen obreros del campo y sus parentelas para el cultivo de la tierra y otros menesteres; todas las cuales personas necesitaban a alguien que las instruyese en lo principal y necesario de saberse. El designado para esta labor educacional fue San Félix, quien por residir asimismo en Ponciano, cerca de Cáceres, (de donde quizás era natural, pues no henos leído en qué localidad nadó), debe ser tenido, por ende, como Santo perteneciente a la diócesis de Coria, por más que, andando el tiempo y encargándose de asistir en Mérida a Santa Eulalia y a Santa Julia, dice el historiador Gil González, él «también fue mártir», afirmación que corrobora el Doctor Beuter (Lib. II. Cap. 25).

San Donato. -Todo este personal que residía en Ponciano y sus aledaños necesitaba además, evidentemente, algún preceptor espiritual o sacerdote que los catequizara, celebrase cultos en la Capilla que seguramente por allí existía y les prestase las otras atenciones propias de Capellán y no sabemos si de Párroco, que también lo pudo ser San Donato, si al mismo tiempo y por escasez de clero, atendía a algún núcleo urbano o parroquia de la próxima capital cacereña. Referido Santo puede, pues, asimismo, ser enrolado entre los pertenecientes a la diócesis cauriense, dado a que muchas de sus actividades apostólicas las llevó a cabo en ella, aunque, por otra parte, naciera en Trujillo; pero que, por cuando Santa Eulalia fue víctima de la violencia en el año 304, también aquél recibió la palma del martirio en Mérida. Ha tenido honores de Santo en Plasencia y en Trujillo el día 12 de diciembre, que ignoramos si perduran en algo; de lo que concluye el pacense historiador Joan Solano que: «Esperamos que en el mismo día la Santa Iglesia Catedral de Coria y la Villa de Cáceres han de celebrar a San Donato como Santo suyo» (Cf.: Santos de Cáceres. Pag. 239).

San Vigilio. -Cuando hablábamos sobre Santa Majencia, decíamos que había dado a luz un hijo que fue San Vigilio. Ahora bien, ¿lo tuvo ya en Coria antes de partir para Trento? Es una cuestión que convendría clarificar para estar en lo cierto de que dicho Santo no sólo era oriundo, sino hasta natural de la ciudad cauriense y, por ello, poderlo enumerar entre quienes componen el catálogo de proceres de Santidad de la región extremeña.

San Pedro de Alcántara. -Nació este Santo en el año 1499 en Alcántara (Cáceres). A los 18 años de edad ingresó en la Orden de San Francisco de Asís, tomando el hábito religioso en el Convento de los majarretes de Valencia de Alcántara. Hizo estudio de Leyes en la prestigiosa Universidad de Salamanca, y llegó a ser predicador infatigable por tierras incluso de Portugal, pues hasta lo tuvo como director espiritual el rey portugués D. Juan III el Piadoso. También fue solicitado como confesor por el Emperador Carlos V, en Yuste. A él se le debe la trascendental Reforma de los Descalzos de la Orden Franciscana, acometida en el acusadamente diminuto Convento de El Palancar, sito junto al pueblo de Pedroso de Acim (Cáceres), dando origen a los Frailes alcantarinos que tanta gloria dieron a la Iglesia con sus Santos V Misioneros. Además apoyó decididamente la Reforma Carmelitana de Santa Teresa de Jesús, quien lo escogió por consejero espiritual. Trató muy de cerca a San Francisco de Borja, San Juan de Ribera, Fray Luís de Granada y San Juan de Ávila. Disfrutó del don de altísima contemplación y éxtasis, viéndoselo a menudo arrobado por los aires. Durante su vida obró Dios milagros muy estupendos. Sus penitencias rigurosísimas asombran a todo el mundo, habiendo quienes afirman que ningún Santo le iguala en mortificación. Y en cuanto escritor compuso el precioso libro «Tratado de la oración y meditación», que tuvo numerosas ediciones y fue traducido a varios idiomas. Lleno de méritos murió, por fin, en Arenas de San Pedro (Ávila), en octubre de 1562, a los 63 años de edad. Su cuerpo descansa, cerca de esta ciudad abulense, en un Santuario con hermosa capilla, obra de D. Ventura Rodríguez, que está atendido por los PP. Franciscanos. Tras de su muerte se apareció a Santa Teresa para decirle, entre otras cosas, aquello de: «¡Bendita penitencia que tanta gloria me ha merecido!». Por último, en vista de los muchos y grandes milagros obrados por su Intercesión, fue beatificado por el Papa Gregorio XV, en 1622, y canonizado en 1669 por Clemente IX. En nuestra nación de España, lo nombró y honra como Patrón Extremadura; y la Diócesis de Coria-Cáceres como Patrón diocesano, y algunas poblaciones como Alcántara y Arenas de San Pedro (ésta desde el 1622), lo proclamaron clamorosamente como hijo predilecto y Patrón local.

Hay un matiz provechosísimo, pero poco meditado y profundizado, con relación a este Santo. Es aquella revelación o promesa divina que recibió Santa Teresa, dejándola consignada por escrito en su propia Autobiografía mediante las siguientes palabras:

«Díjome una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre (=en nombre de San Pedro de Alcántara) que no la oyese (=concediere oportunamente). Muchas que le he encomendado pida al Señor las he visto cumplidas. Sea bendito por siempre. Amén». (Autobiografía de la Santa. Cap. 27).

Según se observa, ninguna gracia o favor, por extraordinario que sea, exceptuó el Altísimo, siempre que la oración fuera practicada con las debidas condiciones; y, por consiguiente, a los devotos del Santo está implícitamente prometido de suyo, o por lo menos, todo esto:

1º.- Merecerán fundadamente ser socorridos con todo género de bienes, tanto temporales como espirituales, y estar auxiliados contra toda clase de auténticos males de alma y cuerpo, cuales pueden ser los de muertes repentinas o en imprevistos accidentes.

2º.- Obtendrán pronta y perfecta salud o la curación de toda suerte de enfermedades por incurables que naturalmente éstas sean, excepto cuando, por ocultos juicios de Dios, no sea mejor lo contrario en determinadas personas, a las que les convenga seguir sufriendo o subir pronto al Cielo.

3º.- Gozarán de una especial protección divina en todos los otros peligros y circunstancias difíciles de la vida, la cual les será prolongada por muchísimos años, cuando así convenga para mayor bien del alma devota y el fiel cumplimiento de los designios de Dios.

4º.- Triunfarán de sus vicios, saldrán de pecados, se revestirán de virtudes, sentirán gran gusto en practicar buenas obras, se habituarán a vivir siempre en gracia de Dios y terminarán por arribar a una elevadísima santidad.

5º.- Alcanzarán oportunamente el don de santa castidad, previos los correspondientes auxilios y luces espirituales encaminadas a ello, si se es fiel a las inspiraciones de la gracia, obedeciéndose a otras providencias del Señor para conseguir y luego no malograr tan delicada y subidísima gracia.

6º.- Disfrutarán de una buena y santa muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos.

7º.- Lograrán la conversión y salvación de cualquier alma pecadora, aunque ello se retardare a su última hora como en el Buen Ladrón.

8º.- Serán preservados de ir al Purgatorio, como ocurrió también con referido San Dimasel Buen Ladrón, siempre que no tentaren a Dios descuidando lo que se les inspire en orden a disponerse lo mejor posible a su entrada en la eternidad.

9º.- Gozarán de una gran gloria en el Cielo, sobre todo si además propagan este culto a San Pedro de Alcántara, ya que entonces son también causa muy principal de todos los bienes que esta devoción produzca en otros.

10º.- Y no se verán privados de ninguna otra gracia, tanto para sí mismos y los suyos: Paz en sus familias; como en bien de otros prójimos por los que rueguen, pues ningún límite, repetimos, puso el Señor en cuanto a gracias concedibles por mediación de su fiel siervo San Pedro de Alcántara, cuyo culto y devoción deseó así, sin duda, el Altísimo que se extendiera y se consolidase en todas partes. (Cf. Promesas del Señor a los devotos de San Pedro de Alcántara. Pág. 13-15. Librería Cerezo, de Cáceres).

ULTIMAS OBSERVACIONES

Porque no lo permite la ya larga extensión de este trabajo de investigación, nos hemos ceñido por ahora a recordar los nombres y algunos datos más importantes y esenciales de sólo los grandes Santos, no de toda la región extremeña, sino sólo de la Diócesis de Coria-Cáceres Son todos de primerísima magnitud, porque, exceptuando a San Pedro de Alcántara y pocos más, los restantes fueran mártires de Cristo, que, por esto profesaron el mayor amor que, según el Evangelio, es dar la vida por Dios y el prójimo. Omitimos, pues, detenernos a mencionar a otras personas destacadísimas en santidad, pero que todavía ninguna que sepamos ha llegado a la equivalencia o categoría de Santos canonizados, aunque haya algunas que urgentemente debieran canonizarse, como es Gil Cordero, el pastor al que se le apareció la Virgen de Guadalupe, puesto que vemos en él no inferiores méritos para ello, que los que la Iglesia ha tenido en cuenta para beatificar en mayo de 1990, al devoto indio mejicano Juan Diego, que tanto paralelismo guarda con el mencionado cacereño. Lo mismo cabe pensar del eremita Francisco de Paniagua, el introductor en la capital cacereña de la devoción a Nuestra Señora de la Montaña, porque este humilde siervo de Dios motivó así para bien espiritual de Cáceres y toda su provincia, no menor obra buena que la que otros hacen al fundar una Congregación Religiosa.

En nuestro afán por conseguir la pronta beatificación y canonización de Gil Cordero escribimos a la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, de Roma, adjuntándole una semblanza de la Vida y milagros del referido vidente de la Virgen Guadalupana, esbozo que es el mismo que enviamos, en el año 1990, para participar en los XVI Coloquios Históricos de Extremadura, en Trujillo (Cáceres), y que en vista de esto, es probable que lo edite oportunamente la muy digna Diputación Provincial de Cáceres en un nuevo Tomo, como ya lo hizo en un primer volumen respecto a los trabajos, que distintos investigadores le remitieron para los anteriores Coloquios del 1989.

Y obtuvimos grata respuesta, que la fotocopiamos en la página siguiente. Véasela, pues, a continuación.

Roma, 18 de junio de 1991

Distinguido Señor:

Aprecio sinceramente el detalle que Vd. ha tenido, al enviarme su trabajo sobre Gil Cordero y su devoción a la Virgen Santísima. Le comunico que, si se desea dar comienzo a una Causa de Canonización de Gil Cordero, habrá de dirigirse al Obispo de la diócesis en la que éste murió. Pido al Señor que, por intercesión de su Madre Santísima, bendiga sus trabajos y le acompaño con mi oración.

Edward Nowak Arz. tit. de Luni, Secretario

Sr. D. JUAN FRANCISCO ARROYO MATEOS C. Carretera, 7 10950 BROZAS (Cáceres) (España)

POSTERIOR CARTA AL EMMº. SR. CARDENAL ARZOBISPO DE TOLEDO

Enseguida nos dispusimos a escribir a este Purpurado, porque, a tenor de la reproducida carta procedente de Roma, compete a la Curia Arzobispal Toledana iniciar y concluir el Proceso de Beatificación de Gil Cordero, ya que éste falleció en Guadalupe, y esta localidad y su gran Monasterio pertenecen a la jurisdicción de la Archidiócesis de Toledo.

Fotocopiamos también seguidamente aludida ulterior carta nuestra, pues contiene y recuerda nuevos puntos de vista que merecen la mayor y más seria consideración para, en cooperación con la Conferencia Episcopal española, alcanzar pronto lo que el Episcopado mejicano supo conseguir recientemente respecto a su paisano el devoto indio Juan Diego.

RESPONDEN DESDE ROMA QUE CORRESPONDE A LA ARCHIDIOCESIS DE TOLEDO INICIAR EL PROCESO DE BEATIFICACIÓN Y CANONIZACION DE GIL CORDERO

JUAN FCO. ARROYO MATEOS NUESTRO HOGAR Brozas (Cáceres) a 9 de julio de 1991 BROZAS (Cáceres)

Emmº. Sr. Cardenal-Arzobispo de TOLEDO

Dignísimo Señor:

Próxima ya la Celebración del V Centenario del Descubrimiento de América, hicimos por investigar sobre el devoto pastor Gil Cordero, al que se le apareció la Virgen de Guadalupe en el año 1326.

De este modo podríamos entender las posibilidades que tiene para poder ser Beatificado dentro de poco por el Papa en España, como lo fue recientemente en mayo de 1990, aunque en Méjico, el también piadoso indio Juan Diego, cuya misión y comportamiento fueron muy semejantes a la de nuestro compatriota Gil Cordero, ya que se le apareció también Nª Sª de Guadalupe, cosechando asimismo luego un gran éxito.

El resultado de nuestras investigaciones lo hemos expuesto en el adjunto trabajo. Y hemos quedado enormemente asombrado de que un hombre de tal talla histórica y espiritual haya venido estando relegado casi al más completo olvido, pues, si se atiende bien a ciertos detalles de su vida tan favorecida por el Cielo y a sucesos incluso después de su muerte, puede fundadamente deducirse que le sobran méritos y motivaciones causadas por Dios en su honor, que ya debieran de haber fructificado desde hace mucho tiempo en su Beatificación y Canonización.

Como botón de muestra está el de la incorrupción de su cuerpo por varios siglos, privilegio sobrenatural raro incluso en grandes Santos.

Profundizamos en nuestro escrito, trayendo cosas muy provechosas, como cuando aludimos a cual una Catequesis de la Virgen de Guadalupe, proclamando ella la Divinidad de Jesucristo, su Maternidad divina, su Virginidad perpetua, etc. Por ello nuestro trabajo hasta podría servir para editar un folleto que, al ponérsele un competente prólogo y broche final, con algunas notas explicativas y alguna enmienda que hiciere falta, resultaría muy provechoso. Se lo podría también publicar en Revistas.

Por todo lo que venimos diciendo, era justo remitir fotocopias de nuestro escrito a algunas personalidades, no olvidándonos de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, de Roma, por lo que ésta pudiera hacer a favor de la Beatificación de Gil Cordero.

Y nos ha contestado con una carta de la que le adjuntamos aquí fotocopia, porque, en contra de todo lo que yo pudiera pensar y esperar, viene a indicar que la Entidad Eclesiástica que goza del privilegio de incoar el Proceso de Beatificación y Canonización de Gil Cordero no es la Diócesis de Coria-Cáceres, aunque dicho pastor era natural de Cáceres, ni lo es la Diócesis de Plasencia, aunque en aquellos remotos tiempos toda la comarca, entonces deshabitada de Guadalupe, perteneciera a esta referida Diócesis placentina; sino que lo es la Archidiócesis de Toledo.

Se comprende esto meridianamente al decírsenos lo de: «Le comunico que, si se desea dar comienzo a una Causa de Canonización de Gil Cordero, habrá de dirigirse al Obispo de la diócesis en la que éste murió». Es así que falleció en una de las primeras viviendas construidas junto al primitivo Santuario de Guadalupe, que con el tiempo dieron lugar a la puebla de Guadalupe, la cual hoy día pertenece a la Archidiócesis de Toledo.

Luego, según normas eclesiásticas valederas también para toda otra persona digna de Beatificación y Canonización, corresponde en nuestro caso a la Archidiócesis de Toledo, iniciar y ultimar el consabido proceso que lleve cuanto antes al honor de los altares al español Gil Cordero.

¡Felicitamos, pues, cordialmente, a V. Emmª. y su Archidiócesis de Toledo!

Sin más por hoy, muy atenta y reverentemente se despide y saluda a V. Emmº.

Juan F. Arroyo

CONTESTACIÓN DESDE TOLEDO

Muy pocas fechas después se nos respondió con la siguiente y nueva carta que asimismo reproducimos aquí fotocopiada, puesto que demuestra que se recibió lo que habíamos echado en correos, estando así ya nosotros tranquilo de haber hecho de nuestra parte todo lo posible en orden a la pronta y esperada Beatificación y Canonización de Gil Cordero, quedando desde ese momento descargada toda la responsabilidad en las sin duda oportunas y bien llevadas diligencias de la Curia Arzobispal de Toledo y de la consabida Conferencia Episcopal de España.

He aquí ya el texto de aquello con que se nos contestó:

El Canciller-Secretario General del Arzobispado de Toledo saluda atentamente a D. JUAN FRANCISCO ARROYO MATEOS, y le comunica que el Sr. Cardenal Arzobispo ha recibido su carta de fecha 9 de los corrientes y se ha enterado del contenido de sus escritos, por lo que le acuso recibo del mismo por las presentes.

Quedo suyo afmo. s.s.

Toledo, 13 de julio de 1991. Antonio Sainz Pardo

PUNTO FINAL -No parece que nos reste añadir algo más de importancia. Por consiguiente cerramos ahora mismo nuestra aportación; y que ya luego Dios disponga lo que estime justo según los altos o soberanos y secretos designios de su divina Providencia.

BIBLIOGRAFÍA

  • ·     La Soledad Laureada. Por el P. Argáiz, OSB. De por el 1665.
  • ·     Santos de Cáceres. Por Joan Solano. Obra también antigua, Promesas del Señor a los devotos de San Pedro de Alcántara. Por Jeremías López. 1990. Librería Cerezo. Cáceres.
Oct 032013
 

José Sendín Blázquez.

 Dejando a un lado la posible presencia del Paleolítico Inferior en nuestra región y que podría derivarse del tipo Aculadero de Cádiz, a partir de la glaciación Mindel la Península Ibérica conocerá uno de los momentos más brillantes de la Prehistoria.

Coincide con el Paleolítico Inferior avanzado y con el Paleolítico Medio. Tradicionalmente se conoce con la denominación de «Achelense».

Los yacimientos de este periodo se sitúan abundantes en los valles de los ríos. Suelen localizarse en las terrazas fluviales con cómodo acceso a las aguas fluviales. Allí resultaba mucho más fácil apropiarse de los animales que se acercaban a las orillas.

La Meseta del Duero conoció una serie de lugares muy propicios para este tipo de explotación.

A lo largo de medio millón de años de duración que tuvo el Achelense se advierte una industria lítica que conoce un próspero ascenso de perfección, aprovechamiento y hermosura.

Extremadura sirvió de puente y contacto entre las regiones de la Meseta Norte y el Sur, influenciada claramente por el Continente Africano.

La colección que nosotros poseemos está recogida primordialmente en les terrazas del Alagón y más aún del Jerte, pero también guarda testimonios notables del Tiétar y de las mismas orillas del río Tajo.

El elemento más representativo es el hacha de mano o bifaz que debió ser utilizado sin emmangar y que el hombre tallaba «in situ» abandonándola tras su primer servicio, pudiendo recuperarla, en ocasiones posteriores pera los mismos fines.

Posiblemente también se utilizaran piezas montadas tal vez ya en periodos posteriores.

Junto a les hachas aparecen lascas talladas, buriles, raspadores, azuelas, hendedores, triedros, etc. Algunas de estos modelos casi desconocidos en el resto de la España Norte.

El material utilizado se adscribe a los tipos de cuarcitas. Abundante, en la región presenta una diversidad de colorido y resistencia que a la hora de su presentación nos ofrece ejemplares que van desde el color blanco al negro.

Así, pues, tenemos una diversidad tan marcada de colorido y de tallado que nos hallamos ante una colección llamativa y quizás única.

Hacemos constar ya como muy significativo, que de las quince mil piezas, que calculamos poseer, más de diez mil pertenecen e la región Jerte-Alagón. Tiene sus primeras manifestaciones en la finca de ‘»La Berrozana”, término y termina en las cercanías de Coria, siguiendo los cauces de dichos ríos y los arroyuelos que desembocan en ellos y siempre a ambos lados de los mismos.

Estamos pues ente el mayor yacimiento Paleolítico a1 aire libre hoy co­nocido.

Esta afirmación aparentemente hiperbólica resulta satisfactoria­mente comprensible porque precisamente estas terrazas fluviales fueron re­movidas a partir de los regadíos de los pantanos de Gabriel y Galán y Valdeo­bispo pera convertirlas en bancales y llanuras hábiles para el cultivo. Existen sin embargo, suficientes lugares respetados y que sirven para estu­diar las distintas capas que nos revelan la situación original de los estra­tos con una claridad incuestionable (adjuntamos algunas fotografías).

El centro neurálgico de estos yacimientos se encuentra en la línea Carcabeso-Aldehuela-Galisteo.

Se trata, pues, de un yacimiento de gran personalidad y al que a pesar nuestras intenciones por darlo a conocer, en nuestra región se sigue el empeño de silenciarlo. Sólo la Junta de Extremadura ha recibido con interés nuestra colección y esté en marcha el proceso para declararle de interés histórico artístico especial.

 Los mejores entusiastas de lo que poseemos, las hemos encontrado en Levan­te, Cataluña, Galicia y el extranjero.

De los más cercanos es mejor no hablar porque revelan intenciones torcidas que ya manifestaron en los años de la Dictadura y que ellos mismos o sus hijos, volvieron a repetir en los comienzos de la Democracia.

Volviendo e le colección, existen en ella unos cuantos millares de ejem­plares del yacimiento de Cerrocincho y Las Coscojas en los términos de Pera­leda de la Mata.

De aquí queda la mejor representación que existe del lugar en Extremadura porque lo demás ha marchado lejos de nuestra autonomía, inclu­so al extranjero y en manos de algunos que se dicen extremeños.

También poseemos una buena representación del Neolítico, principal­mente de dos lugares: el asentamiento vetónn del Tejado, pueblo cercano a Béjar y del cazadero neolítico de Mirabel.

El primero está formado por el aporte de la «Colección Olleros», que adquirimos en Béjar hace unos treinta años.

Los ejemplares del segundo fueron recogidos en las cercanías de Mirabel en el lugar que los nativos llaman la «Trampa» y que es uno de los mejores caza­deros que existían de la época. Nosotros lo conocimos en su total integridad hasta que alguien ansioso lo desmontó en parte para buscar lo que allí no podía hallarse.

Complementan la colección piezas diversas y muy interesantes pertene­cientes a épocas y lugares distintos y distantes. Son bronces, molinos, cerámi­cas etc., etc. Un número muy importante procede del Levante Español.

            En conjunto nos hallamos ante una colección hoy expuesta en la Catedral de Plasencia pero sólo provisionalmente y en consecuencia mal presentada.

Estamos aguardando los, propietarios de ella, una ocasión idónea para ubi­carla en algún sitio donde pueda contemplarse en toda su grandeza. Si no la encontramos en Plasencia (y parece que no) la buscaremos donde haga falta y además pronto.

El comienzo sería un estudio determinado y científico. Es imprescindible. Pero creo que todos deben comprender que dada la magnitud del estudio debe hacerse en el lugar donde se instale definitivamente.

E1 estudio que se ha realizado sobre el Yacimiento Achelense de El Sar­talejo nos parece una parte indicativa de lo que es la colección. Su autor, tras diversas gestiones para averiguar de donde procedía nuestra colección, recogió diversos ejemplares que ha estudiado personalmente.

Como complemento adjuntamos una serie de fotografíes que complementan y justifican cuento venimos diciendo.

Presentamos algún ejemplar para que se tenga une idea aún más clara y los asistentes satisfagan en parte su cu­riosidad durante unos momentos.

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Oct 032013
 

María Avelina Rubio Garlito.

 

La estructura económica y social del núcleo trujillano durante el Antiguo Régimen se basaba, como en la mayoría de las zonas agrícolas peninsulares, en el campo.

La agricultura y ganadería eran las bases principales de una económica precaria y anclada en unos sistemas arcaicos que apenas producían lo necesario para alimentar a una población que dependía directamente de ella en todos los aspectos de su existencia.

Junto al subdesarrollo científico en las técnicas de cultivo, otros aspectos que se escapan al dominio humano van a contribuir a agravar la situación del campo decimonónico español.

Estos aspectos podríamos centrarlos en tres problemas que se presentaron periódicamente en el campo español y que en la mayoría de los casos encontraron difícil solución:

– Las crisis de subsistencias.

– Las plagas de langosta.

– La sequía.

En el presente trabajo vamos a ocuparnos de los dos últimos, dejando para un, estudio aparte las crisis de subsistencias que por su extensión alargaría demasiado este trabajo.

I. LAS PLAGAS DE LANGOSTA

Las plagas de langosta, que afectaban periódicamente al campo trujillano, venían a esquilmar aún más una tierra de por sí pobre.

La langosta arrasaba las cosechas, ocasionando la pérdida de las mismas y, por lo tanto, la escasez de granos, la subida de los precios y las consiguientes consecuencias negativas para la población, dañando también los pastizales.

Las plagas de langosta solían presentarse de forma periódica en el campo trujillano, agravándose en épocas de sequía, cuando las condiciones de clima y suelo favorecen el desarrollo del insecto.

El problema no es exclusivo del campo trujillano, pues a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, afectó a amplias zonas de la provincia y, en general, de la nación.

La magnitud del problema atrajo hacia él la atención de las autoridades gubernamentales de diversas esferas.

Para hacer frente a la extinción de las plagas de langosta, se elaboraron una serie de disposiciones legislativas y se crearon unas comisiones encargadas de llevar a cabo las labores de extinción. Estas comisiones para la extinción de la langosta tenían carácter provincial y local, dependiendo estas últimas de las primeras.

Las comisiones estaban integradas por los mayores contribuyentes de la ciudad en calidad de vocales, encargados de pagar a los menesterosos los jornales de las labores de extinción.

Una vez se había informado a la corporación de la existencia de canutos de langosta en algunos puntos del término municipal, ésta encarga a una comisión de peritos que examine las dehesas y dictaminé las fincas infectadas de langosta. Estos peritos elaboran una relación de fincas infectadas, con el nombre de sus dueños, para que, bien de forma particular, o de acuerdo con la comisión de extinción, se lleven a cabo los trabajos necesarios para su erradicación.

Así tenemos como en la relación de dehesas infectadas de langosta en estado de mosquito en abril de 1876, se establecen las siguientes cifras.

– Día 11 de abril: 12 dehesas infectadas.

– Día 12 de abril: 9 dehesas infectadas.

– Día 15 de abril: 3 dehesas infectadas.

– Día 18 de abril: 21 dehesas infectadas.

– Día 19 de abril: 5 dehesas infectadas.

– Día 28 de abril: 11 dehesas infectadas.

En total durante el mes de abril de 1876 se vieron infectadas 61 fincas del término municipal, extendiéndose el contagio en meses posteriores a otras fincas. En mayo del mismo año se encuentran invadidas 20.000 hectáreas.

Una vez determinadas las fincas infectadas se llevan a cabo las labores de extinción del insecto, que conocían diversas modalidades. Una de ellas consistía en la recogida del insecto.

Para realizar estas labores generalmente se contrataba a jornaleros o personas desocupadas de la localidad, pudiendo también trabajar mujeres y niños. El jornal que se les pagaba diariamente era de l peseta para los hombres y 50 céntimos para las mujeres y los niños.

Una vez recogido el insecto se lleva al campo de San Juan, donde los funcionarios municipales encargados de quemar el insecto, expedían a los trabajadores unas papeletas con el importe del mismo que eran cobradas en Depositaría.

Estos mismos funcionarios llevaban una minuciosa contabilidad del dinero gastado y del insecto entregado.

En el cuadro I se detallan los datos de esta labor correspondientes al mes de mayo de 1870.

 

FECHA

TOTAL

LANGOSTAS

DINERO

ABONADO

PAPELETAS

RECOGIDAS

3

595 y media

2.382

70

4

2.350

10.120

202

5

4.766

19.066

369

6

6.022

24.992

526

7

8.974

35.896

411

8

3.078 y media

6.157

226

9

5.962

11.924

370

10

5.717 y media

11.435

372

11

6.061

12.122

377

12

3.726 y media

7.453

253

13

6.035

12.070

368

14

6.763 y media

13.527

407

 

CUADRO I:

Datos sobre extinción de langosta. Unidades: celemines/reales.

Fuente: Actas de la Comisión de Extinción de Langosta. Año 1870

Estas labores se complementan con la contratación de un grupo de trabajadores, que lleven a cabo las acciones necesarias para impedir la emanación de gases perjudiciales para la salud, de la fosa de enterramiento de los insectos.

Otra de las medidas empleadas para la eliminación de la langosta era la introducción de cerdos en las fincas afectadas, para que devorasen el canuto.

En 1870, ante las dimensiones de la plaga y la insuficiencia de cerdos en el término y en la provincia cacereña, se ordena publicar en el Boletín Oficial de la Provincia de Badajoz, el permiso de introducir cerdos procedentes de esa provincia, en las fincas afectadas de Cáceres.

La roturación de las tierras es otro método utilizado para luchar contra la langosta. En 1873 un grupo de vecinos solicita al ayuntamiento permiso para roturar en otoño la Dehesa Boyal, destinada a vaqueril, con lo que también se obtendrían granos tan necesarios para la población.

Sin embargo, pese a todas estas medidas, en el periodo de 1870-80 las autoridades municipales se vieron desbordadas ante la gravedad de la situación, y constantemente hubieron de pedir ayuda al gobernador provincial y a los ministros de Fomento y Gobernación.

El gobierno, además de conceder fondos para las labores de extinción, ofrece tropas del ejército que colaboren en las mismas. En 1876 llegan a Trujillo tres compañías de tropa; una se queda en la ciudad y las otras dos se dirigen a los pueblos de la comarca. Los soldados reciben dos pesetas diarias por su trabajo (los jornaleros de la ciudad sólo cobraban una peseta).

La invasión de langosta no sólo preocupaba a las autoridades municipales, también el gobierno de la nación ponía todo su empeño en su erradicación. Por ello envía circulares a los ayuntamientos ordenando las medidas a tomar y requiriendo continua información sobre la situación y resultados de las mismas.

Además, periódicamente enviaba a los municipios un inspector que vigilase las tareas llevadas a cabo y elaborase unos informes con los siguientes datos:

– Determinar el número de hectáreas afectadas, el nombre del terreno y de sus dueños.

– Señalar los medios empleados en la extinción.

– Señalar los resultados obtenidos, la cantidad de insecto destruido y su estado.

-Averiguar si la contabilidad se lleva a cabo de acuerdo con las órdenes de la Comisión Provincial.

– Reseñar los jornales dados por la tropa.

– Fiscalizar la actuación del alcalde, miembros de la comisión de extinción y propietarios, ante la plaga.

– Enumerar los pueblos afectados por la invasión.

– Recoger todas las observaciones y datos de interés.

Lo expuesto hasta ahora señala la grave incidencia que las plagas de langosta tuvieron en el núcleo trujillano, durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XIX.

De 1870 a 1880 la aparición de la invasión fue anual, presentándose también en 1887 y 1900.

Las medidas puestas en marcha para su extinción, apenas impedían que la plaga hiciera de nuevo aparición y asolase al campo trujillano.

Como dato curioso, hay que señalar la carta que el gobernador civil envía al alcalde de Trujillo, comunicándole que estando el año anterior paseando por el campo en compañía de un industrial barcelonés, éste se fijó en la infección de langosta y prometió buscar un medio para aniquilarla.

De acuerdo con lo dicho, en el presente año ha enviado un artefacto consistente tente en una cubeta, en la cual se disuelve una pasta en agua según la concentración deseada. Esta pasta además de destruir la langosta, sirve también para otros insectos, como el escarabajo grande.

Las pruebas a que se ha visto sometido el invento por la Comisión de Cáceres, han resultado satisfactorias, no dañando ni al ganado ni a las personas.

Ante lo cual se ha solicitado al inventor unos aparatos y unos quintales de pasta al precio de un real y medio la arroba.

Cuando el pedido se reciba se mandará al ayuntamiento trujillano una muestra para que lo prueben.

Este incidente debió tener bastante eco en la época, ya que en nuestros días hemos podido ver como en la película «Jarrapellejos», basada en una obra de Felipe Trigo, aparecen unas escenas en las que un individuo muestra a las fuerzas vivas de la localidad un artefacto para luchar contra la langosta.

Como se ha podido comprobar los intentos para acabar con la langosta fueron muchos, pero, la mayoría de ellos, ineficaces.

Otro de los graves problemas que afectaban al campo trujillano, y que incidía, por lo tanto, en el desarrollo económico y demográfico de su población, era la sequía.

La falta de lluvias es un problema característico del campo trujillano, dependiente de las condiciones climáticas que imperan en la zona. La sequía azotaba los campos, impidiendo el normal desarrollo de las cosechas y de los pastizales, y disminuía el caudal disponible para el consumo humano, lo que ocasionaba problemas de higiene y sanidad entre la población.

Por otra parte, los periodos de sequías ocasionaban o venían acompañados de plagas de langostas, crisis de subsistencias, enfermedades infecto-contagiosas, etc., lo que ocasional directamente un deterioro de las condiciones sociales y económicas de la población.

Así, vemos como en 1877, se pide al Gobierno la rebaja en el repartimiento de consumos, pues debido a los cuatro años de sequía que padece Extremadura, en Trujillo se han perdido las tres cuartas partes de la cosecha de cereales, en su totalidad la de aceite y vino; las bellotas y hierbas casi han desaparecido por lo que los ganados no han criado y han muerto gran parte de ellos. Por si esto fuera poco ha aparecido también una plaga de langosta.

Como se puede comprobar «las desgracias nunca vienen solas» y las consecuencias de la falta de lluvias eran numerosas.

Para solucionar el problema de la falta de agua, tanto para el consumo humano como para el ganado, las autoridades municipales tomaron una serie de medidas:

1.- Una de carácter técnico

2.- Otra de carácter espiritual y religioso

La primera se refiere a la contratación de un ingeniero hidráulico, que «realice un estudio minucioso sobre la existencia de posibles manantiales en la zona de La Molineta, y vea la posibilidad de su conducción a la ciudad».

La segunda tiene unas connotaciones sociológicas y psicológicas más marcadas. En ella entran unos componentes al margen de lo científico, pero que tenían un hondo arraigo entre la población.

Se refiere esta segunda medida, a las rogativas que ante la falta de agua se elevan al Cristo de las Aguas.

En épocas de prolongada sequía, la imagen de este Cristo era sacada en procesión por la ciudad, ofreciéndole también una novena que hiciese más peso en las rogativas.

Una vez conseguidas las lluvias, el pueblo, fervoroso y agradecido, celebra fiestas en acción de gracias al milagroso Cristo.

Esta costumbre aún perdura en nuestros días, lo que da cuenta del arraigo que tenía y tiene entre la población trujillana.

Sin embargo los fenómenos naturales mandan y la lluvia en el Siglo XIX, lo mismo que en el actual, mostraba un comportamiento irregular que ponía al campo, y a sus habitantes, en una constante situación crítica.

Oct 032013
 

Ignacio Plaza Rodríguez.

Los pueblos tienen una historia, la real, la que se puede demostrar mediante documentos y otra la ideal, la que hubiéramos querido que tuviese (que hasta es posible que haya existido); pero que no pode­mos demostrar.

A la historia imaginada (quiero decir que podemos imaginar a nuestro capricho), estarían en Aldeacentenera: los castros encon­trados en la finca La Coraja; los restos de un castillo junto al Castro.

Históricamente, en tiempos romanos, cuando Mérida era cabeza de un extenso territorio que comprendía hasta la ahora Talavera, sa­bemos que uno de los camino pasaba por Aldeacentenera y a lo largo de los caminos se formaban los núcleos de población.

De los visigodos sabemos que por estas tierras, cuando huían de los árabes, dejaron las imágenes de la Virgen de Guadalupe; las reliquias de los Santos Fulgencio y Florentina en Berzocana, que no es poco.

Los árabes debieron pasar sin prestar mucha atención a las pocas gentes que poblaban estos campos no muy feraces, mas apropia­dos por sus mohedales para ganado cabrio, en los claros lanar y al­go de bueyes, de vacuno.

La creencia de que los hispano-godos se fueron todos a As­turias no deja de ser imaginativa. Aquí quedaron, junto al terru­ño, los hombres que guardaban sus ganados o el de sus dueños, que sólo de señor, de amo, iban a mudar. Fueron los llamados mozárabes.

Existió un largo periodo de tiempo hasta que los primeros cris­tianos de León y de Castilla se atreven a bajar hasta estas tie­rras que se van a llamar “extremas”, por ser lo mas extremo hasta donde llega el ganado merino trashumante. Ese cruce resultante de la oveja hispana, de lana larga y casi rojiza, con los merinos traídos del norte de África y que dieron por resultado esa “meri­na”, única, cuya lana fue una de nuestras divisas durante la Edad Media y cuya protección por la leyes de la Mesta, trajo tantos encuentros entre los ganaderos estantes y los labradores, con los grandes señores, maestres, monasterios y nobles.

Realmente, las notas de J. Klein, cuando eleva el número de ga­naderos y convierte a los pastores de hasta cuarenta o cincuenta ovejas en señores de la Mesta, está desconociendo que era personal asalariado, que cuidaba el ganado del conde, del duque o del monaste­rio y tenía su “excusa”, que aún se conserva en la ganadería actual y que no ha sido estudiada con el cariño que merece, por ser una institución en la que existe la participación de beneficios en el asalariado.

Tenemos que afrontar el momento en que los hombres de Casti­lla llegan para quedarse. Alfonso VIII, Fernando III y Alfonso X. El pueblo mozárabe, que ha esperado siglos, tiene aquí a sus gentes. Se produce un vacío (muchos -no todos- los moriscos huyen) que es preciso llenar, y son llamadas gentes de Castilla, de León, y hasta de Galicia, que vienen a poblar y a los que hay que darles tierras, montes, baldíos, comunales, propios, caballerías y ejidos (ejido, si tenemos en cuenta su etimología, exitus=salida, tendre­mos mucho adelantado). El Ejido, que es salida, está a la salida de los núcleos poblados y se va a conceder, de acuerdo con la pobla­ción; pero nunca un ejido puede existir sin población.

Si en el arrabal de la ciudad de Trujillo, que eran estos te­rrenos de Centenera y Aldeacentenera, se otorgan dos ejidos, y es que aquí -como si existiera un documento escrito-, sabemos que entonces ha­bía dos poblados, y por la extensión de éstos, que se traduce en el número de fanegas concedidas, los dos pequeños y de casi la misma población. El no existir dehesas boyales (Berzocana y Garciaz, tiene estas y caballerías), indica ser núcleos poco importan­tes en aquellos tiempos.

 

 

CENTENERA

 

Ejido de Centenera, no precisa salida, ha desapareci­do la necesidad de su otorgamiento, ha desaparecido la población. ¿Cuándo y cómo?

Lo de las hormigas, que se repite en cientos de pueblos desapa­recidos, tenemos que tomarlo como leyenda. Ya existió una leyenda de unas hormigas que no atacaban a niños, que lo hacían a un rey y “por do más pecado había”.

Lo cierto es que existió, que ha desaparecido, y que no existen restos de población, a no ser que tomemos por tales esos paredones que llaman ermita (la Iglesia era tan rica en aquellos pe­riodos que edificaba para más largos tiempos)

¿Obedeció aquella desaparición a que ya no era transitado el ca­mino que unía los fuertes árabes; el de Trujillo y este de la Cora­ja, con el de la playa de Moya?

Con el otro Ejido, con el que era la salida de la actual Aldeacentenera iba a suceder lo contrario; el poblado se iba a comer al Ejido.

 

 

HIJOS ILUSTRES DE ALDEACENTENERA Y DE CENTENERA.

 

Tenemos documentado un ilustre hijo de Aldeacentenera, de la Biblio­teca Nacional, son las notas siguientes:

 

Per Alonso de Aldeacentenera.- Navegante y militar atrevido, que nació en Aldeacentenera el año 1494. Con los esforzados acompa­ñantes de Pizarro parte para el Nuevo Mundo, encontrándose en las más peligrosas jornadas.

Fatigado por la vida guerrera, en 1535 se establece en la ciudad de Cuzco, en la que había entrado triunfalmente el año antes, cuando la conquistaron los españoles, y en ella desplegó sus conocimientos administrativos, su carácter emprendedor y su potente iniciativa, que le valió ser nombrado Alcalde, puesto que tuvo hasta su muerte, pues es fama que desempeño el cargo con gran acierto.

Era Cuzco cuando entraron los españoles una de las ciudades mas importantes del Perú, y se quedaron admirados al contemplar los edi­ficios de piedra revestidos de oro y plata. No hay que añadir que todas las grandezas fueron destruidas por la codicia de los conquis­tadores.

 

Pero Alonso de Aldeacentenera.- Desde Panamá acompañó a Francisco Pizarro en sus primeras expediciones a la América del Sur y fue uno de los trece aventureros de la Isla del Gallo. Acosados por el hambre y la incertidumbre fueron requeridos por Pedro de los Ríos, Goberna­dor de Castilla del Oro, para que volviesen a la capital del istmo.

Pizarro no olvidó jamás la adhesión de aquellos trece de la fama, que le acompañaron en el momento más crítico de su vida y pidió para los mismos a la reina en las capitulaciones de 26 Julio 1529, gracia que consiguió, el que les nombrase hijosdalgo.

 

Martín del Barco Centenera.- Aunque figura como natural de Logrosán, este sacerdote, que acompaño a Juan Ortiz de Zárate en la conquista del río de la Plata, fue militar y poeta y dejó escrito un poema lla­mado “La Argentina…”. Se sabe que estudió en Guadalupe, tuvo car­gos de poca importancia en el obispado de Plasencia, etc.

Murió de Arcediano de San Miguel de Tucumán, norte de la Argentina. Si tenemos en cuenta su apellido y que este indicaba el lugar del que procedían bien el interesado o sus mayores, es por lo que nos in­clinamos a creer que rescrecería de Centenera que, para aquella épo­ca, estaría en vías de desaparición y sus vecinos y padres de Mar­tín del Barco, en vez de irse para Aldea Nueva de Centenera, lo harían a Logrosán.

Según las últimas indagaciones, no confirmadas aún, este explorador, parece ser  natural de Aldeacentenera. Fue quien descubrió y puso nom­bre a la bahía Corpus Cristi, el 24 junio 1519. Tiene una estatua en bronce, en la calle Santa Inés, núm. 2.500, en la Plaza Pineda, pagada por la Asociación de Negocios de Tejas, ciudad situada en el Golfo de Méjico (antes tierra mejicana), dedicada a negocios petro­líferos y con más de 250.000 habitantes.

 

 

UN DOCUMENTO DEL AÑO 1407 SOBRE UNA CAPE LLANIA EN TERRENOS HOY DE ALDEACE NTENERA.

 

En la finca la Cantamplina, antes Centenera, se fundó en el año 1407 una Capellanía Colativa por Doña Isabel Álvarez de Paredes, esposa de Gonzalo Valverde y servidoras a Santa Maria la Mayor de Trujillo. La fecha es el 25 mayo del año dicho.

Tenemos en nuestro poder las cuentas de los últimos años, detalla­das en cuanto a gastos de administración, contribuciones, etc., y del importe de las ciento cuatro misas que se decían anualmente por el alma de la fundadora, al precio último de cuatro reales cada una. Y, como dato de las dichas cuentas y misas, nos encontramos que en la fecha que desaparece el censo misal, el alma de la señora Doña Isabel, tenía la casi terrorífica cantidad de 36.816, misas. Sin duda una misa-teniente del reino celestial.

 

 

PRIMEROS CINCUENTA AÑOS DEL SIGLO XIX Y SU INFLUENCIA EN ALDEACENTENERA.

 

En el año 1812, Aldeacentenera (la llamada Centenera ha desapare­cido) se convierte en Municipio, y auque esto podría parecer que te­nía una independencia de la ciudad de Trujillo, lo cierto es que só­lo existe en los documentos, como luego veremos.

La desamortización de Mendizábal, que sin duda es la ley más pro­gresista que se haya intentado para el agro español y concretamente para Extremadura, va a ser sólo una frustración. Si la finalidad de la ley era que los arrendatarios (los que labraban la tierra) se convirtiesen en propietarios, vemos que no se produce y la sencilla razón era y fue que los arrendatarios y los aparceros no tenían di­nero para pagar las tierras puestas a la venta, que fueron alrededor del ochenta por ciento de las existentes y a un precio, por las cál­culos de las escrituras que manejamos, cuatro veces inferior al que tenían antes de ponerse masivamente en venta. La Iglesia, propietaria de la mayoría de las tierras en venta, puso en marcha su formidable poder para impedir las compras por particulares; pero esta pena no detuvo a gentes ajenas al campo, que se en­riquecieron extraordinariamente con el resultado de que el Estado, que había calculado unos ingresos a precios normales, se tuvo que con­formar con una cuarta parte y muchas veces a créditos y en bonos. La maquinaria de la Iglesia fue la excomunión, algo que entonces in­fluía en las masas, pero no en los comerciantes.       

Durante los años en que se produjeron las ventas de los bienes ecle­siásticos, se edita en España un diccionario, el de Pascual Madoz. En él encontramos un cúmulo de datos de los municipios españoles que no podemos dejar de tener en cuenta. Y allí esta nuestra Aldea­centenera:

“Un maestro Nacional, por el que Trujillo paga anualmente 1.100 rea­les, 150 yuntas; 1.600 almas; un valijero que va a Trujillo tres ve­ces por semana, malas calles, casas de un solo piso, unos telares de pa­ño basto y como nota curiosa; no figura la mas característica de las gentes propietarias de dehesas, sólo nos habla de arrendatarios o de aparceros, que llevan en renta o aparcería las tierras de los pro­pietarios, que viven en Trujillo”; por eso hablo de independencia sólo nominal.

Tenemos que hacernos desde esta altura de los tiempos. ¿Es que a los arrendatarios, a los aparceros que estaban en contacto con la tierra, no les interesaba la posesión? Creo más bien que no tenían di­nero y desconocían los mecanismos del crédito (que entonces no exis­tía, o era particular y usurario).

Adelantándonos unos cuantos años, nos vamos a encontrar con los primeros propietarios de dehesas, naturales y vecinos dé Aldeacente­nera.

 

– José Cercas Rebollo, compra una dehesa, procedente de “propios” en el año 1860.

 

– Telesforo María Tovar y Cercas, compra la dehesa Cantamplina, de la que era arrendatario y de la que se ha hablado “capellanía” en el año 1876.

 

– Eusebio Vivas Gutiérrez, compra la Suerte del Heno, año 1884, el dueño que se la vende la había adquirido en 1881 de bienes pro­cedente de capellanías.

 

Estas compras reseñadas, de extensiones próximas a las cien hectáreas, hemos podido calcular que se pagaron sobre cien pesetas la hectárea, y aún así, se tuvieron que hacer hipotecas sobre las compras, con inte­reses del 10%, más todos los gastos.

Hacia últimos del pasado siglo y comienzos de actual, lo que sí existe en Aldeacentenera es una cantidad enorme de arrendatarios, que no sólo tienen arrendadas las fincas de los propietarios de Trujillo sino que, en este término, han invadido los términos próximos. Así encontramos arrendatarios aldeanos en Berzocana, Deleitosa, Madroñera, etc. Son nombres y nombres que están en la memoria de la mayoría de las gentes, que tiene sus descendientes en Aldeacentenera o que han emi­grado hacia los años sesenta del presente siglo.

 

El arrendatario. ¿Cómo es la figura del arrendatario? Ya vemos que no llega a propietario contra voluntad. El arrendatario ha sido el gran movedor de trabajadores (ténga­se en cuenta, que para mover una finca se precisaban cantidades ingentes de obreros, aperadores, porqueros, pastores, cabre­ros, zagales, vareadores de bellota, gañanes, piconeros, podadores, piconeros, carboneros: una finca de trescientas a quinientas hectáreas podía tener ocupados a los componentes de ocho o diez familias).

El arrendatario era un ser esquilmante; daba, por lo general, ejem­plo de trabajo, de horas y horas de trabajo, a lomos de una mula -no era caballero- y sus obreros a pie o en burro.

Muchas veces, a pesar de su esfuerzo y de su economía y hasta de su necesidad, uno o dos años malos lo tornaban a aparcero, cuando no a obrero.

Mas esto traía aparejado una realidad: el dueño de la finca, si la explotaba directamente, como no estaba próximo y no se iba a em­pobrecer por un año malo o por una mortandad de cochinos, solía ser más complaciente con sus criados y menos esquilmante. El arrendata­rio estaba aquí, junto a los obreros dando ejemplo de trabajo, de esfuerzo, de economía y hasta de pobreza.

Con relación a sus vecinos, los torrecillanos, los garcieños, los de Berzocana, el aldeano (a las aldeanas las llaman medio-huevo) se encontraba durante siglos en un plano de inferioridad; todas es­tas que fueron aldeas de Trujillo y en los tiempos de nuestra mayor grandeza imperial (Felipe II) y de nuestra mas grande miseria real que coincidieron, pasaron a ser villas con rollo, lo que significa­ba el alto, bajo, mero y mixto imperio. Aldea se había quedado reza­gada, no sabemos si para bien o para mal.

La relación de los aldeanos y en general de todos los habitantes de lo que fuera jurisdicción de Trujillo, era de inferioridad. Hasta los obreros trujillanos se podían permitir, y de hecho se permitían, el mirar por encima del hombro a los que no fueran de la ciudad. Era como la servidumbre de la pasada grandeza.

Mas ya durante el presente siglo, el esfuerzo de las gentes de aldea, de los arrendatarios que han desaparecido, este pueblo logró que se trocaran las tornas en su favor; no siendo Trujillo y Madro­ñera, todos los demás pueblos; Berzocana, Garciaz, Torrecillas, Ro­turas, Navezuelas, Retamosa y Deleitosa fueron quedados atrás en población. Ninguno llegó a rebasar los dos mil seiscientos habitantes que tuvo Aldeacentenera y ninguno a poseer fama (digo por lo menos fama), de tener más dinero atesorado en la Caja de Ahorros.

Más he aquí que de nuevo todos o casi todos los pueblos dichos han quedado atrás a Aldeacentenera. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

¿Fue la emigración que aquí rebasó el cincuenta por ciento de la población, pudiendo decirme que había más aldeanos en Bermeo que en Aldea? ¿Ha sido el que los aldeanos que habían vivido siempre tan mal siendo tan trabajadores, se han tomado un descanso? ¿No es al­go cierto que ahora viven sin esfuerzo mejor que sus mayores sin pa­rar un momento?

¿Es posible que el estar aún la propiedad en manos de unos po­cos y la mayoría forasteros, no incite a volver a los que se fueron?

¿No están los aldeanos equivocados con los pocos propietarios que viven aquí y que lo son tras largos esfuerzos de generaciones?

Sin duda este pueblo debe y tiene que tener solución; pero no la fácil solución del paro. Entre todos y dentro de entre todos los que dirigen nuestra política, han de encontrar la solución poniendo en regadío esas tierras casi planas que se extienden desde el Arro­yo Mojón a la carretera general que viene desde Madrid.

Que vuelva a ser un orgullo, como lo fue hasta hace pocos tiempos el ser aldeano, que la fama de económicas de estas mujeres a las que los de los pueblos comarcanos llaman medio-huevo, sea un mote que ensalza una gran cualidad, la de la economía que lleva aparejada, siempre, otras virtudes.

 

Oct 032013
 

Matilde Muro Castillo.

 Es imposible el desligar el proceso de fabricación del pan de la evolución económica y costumbrista de la sociedad rural, para tratar de explicar y, posteriormente, estudiar la aparición, el desarrollo y la desaparición de los sellos de pan.

Sería bueno para la exposición el hablar de todo lo que tuviera relación con el tema: desde las labores agrícolas para la siembra y recolección, hasta el uso de primitivos medios utilizados por el hombre para la elaboración de la harina y el pan, de lo contrario sería excesivamente frío y parcial el hablar sólo del fenómeno “pan, marca y sello”.

En  estos procesos primeros (siembra y recogida), que acaso sólo han de esbozarse, la Naturaleza es el principal actor, que arrastra al agricultor en sus tareas. Es en esta primera fase en la que los utensilios agrícolas son fabricados en primera instancia manualmente, van a tener gran importancia los arados romanos, que se usarán hasta nuestro siglo. Son fabricados por artesanos y hasta la aparición del tractor serán usados en pequeñas extensiones de cultivo. En la recogida se usarán hoces y guadañas, fabricadas también semi-artesanalmente y serán en esto verdaderas obras de arte los vasos hechos de cuernos, con adornos zoomorfos y antropomorfos, en la mayoría de las ocasiones utilizados para llevar agua, donde mojan la piedra de afilar la guadaña. Los dediles tallados en madera, con las iniciales labradas del segador, que se usaban para evitar el corte durante la labor.

Las herramientas de aventar, de dos, tres y hasta cuatro puntas, sacadas directamente del árbol o simplemente aprovechada la configuración de las ramas y que, en ocasiones, llevan también dibujos en el mango y las iniciales identificativas. Es conocido el cayado de un pastor de la provincia de Burgos, de Salas de los Infantes concretamente, en el que reza la leyenda: “SOY UN HOMBRE HONRADO Y FIEL Y TENGO BUEN CORAZON Y CUANDO NO TENGO QUE HACER LLEVO VIDA DESCANSADA Y ME SUELO ENTRETENER EN DECORAR MI CAYADA”.

 

Los trillos, con bases de piedras de cuarzo, de pizarras y posteriormente de metal, que van a llevar también adornos y pueden ser de diferentes tamaños, según las eras y el uso que se les fuera a dar.

Todo ello, acompañado de los adornos que el pastor, el segador o el agricultor van a llevar encima, siempre trajes artesanalmente confeccionados: zahones, botas, alpargatas, sombreros, gorros, gorras de paja, etc., que imprimen a la labranza una estética propia y siempre que estos elementos ornamentales aparecen, le imprimen arte. Este arte pastoril va a tener una importancia definitiva en la evolución de las costumbres y modos de vida del medio rural, medio en el que se dibujan hoy con gran nitidez las tradiciones populares, de entre las que la elaboración del pan es una de las más fuertemente arraigadas.

Una vez obtenida la harina y confeccionada la levadura, podemos adentrarnos  en la panadería y disfrutar de sus olores, colores, dibujos, diseños, luces, sombras y movimientos y ser testigos de su excepcional aparición.

 

 

BREVE RESEÑA HISTORICA DEL PAN

 

En el Museo del Pan de Ulm (Alemania), está reflejada la más antigua representación que se conoce de la fabricación del pan. Se trata de un fresco egipcio, perteneciente al enterramiento de Ramsés III de la 20 dinastía (1175 años a.C.) en el que se representa cómo la masa se trabaja con los pies en grandes artesas y con varas en las manos, cómo luego, sobre la mesa, se dan formas distintas: triangulares, de animales, rectangulares, redondas y con agujeros en el medio. También se observa una gran sartén, llena de aceite donde se fríe la masa en forma de caracol, como nuestros churros, y cómo uno de los panaderos lleva cargado el pan, mientras otro lo mete en el horno, en este caso de forma cónica. Aparecen también en la representación almacenes de aceite, agua, harina, así como la extracción del pan terminado y su posterior reparto.

            Esta primera representación es el producto de la evolución del hombre de nómada a sedentario y agricultor.

Se cree que el pan aparece por casualidad, al caer un trozo de masa sobre las cenizas y ver que lo obtenido con el calor, se puede conservar durante más tiempo que las tortas que diariamente se cocían. ¿Cuándo se puede fechar la casualidad? Es difícil. Se han encontrado panes de Siria que datan de 3300 años a. C. y en el Tigris hornos con una antigüedad de 5000 años a.C. Lo que sí es cierto, es que su producción se va a extender rápidamente por todo el orbe y comenzará a ser elemento fundamental en la alimentación de todos los pueblos.

En Egipto ya hemos visto que hay panaderías y se puede decir casi con seguridad que existían entre el 3000 y el 2700 a.C. Los ladrillos con los que se construían los hornos eran del lodo del Nilo y en ellos hacían panes de distintas formas y clases, pesando el del consumo diario unos 500 gramos.

En Creta, ya en el 2500 a.C., hay también representaciones del quehacer panadero y Grecia, que imita su cultura, va a adoptar también esta costumbre, aunque la forma de trabajar el pan en Grecia va a ser más familiar que colectiva. En Grecia hicieron Pan Santo, que era quemado para ofrenda de los dioses y para evitar que la ofrenda fuera robada por los hombres, siendo el pan incluso ofrenda funeraria. El medico griego Hipócrates deja una receta de pan: “Cuando el enfermo no tiene fiebre puede comer tostada, pan de trigo o bizcocho”.

Ya en Roma, bajo el mandato de Augusto (27 a.C. a 14 d.C.), se funda el gremio de panaderos (Colleqium siligiriorum) y bajo Trajano consigue esta asociación mayores privilegios: no deben sobrepasar el centenar.

Con millón y medio de habitantes la ciudad de Roma en el siglo IV, tenía 254 panaderías que eran estatales y no sólo vendían pan, sino que lo repartían gratuitamente entre la plebe.

En Mérida, con anterioridad al siglo IV, a principios de la era cristiana, hay claras referencias del pan, que Entrena Klett recrea en su obra “La vida diaria en la Mérida de hace 2000 años”, y dice:

 

“Su desayuno consistía en pan, queso fresco, huevos y leche. El pan era lo único comprado. Seguía Marco Coronio, aunque era rico, la norma romana de comprar lo menos posible y vender lo más que pudiera. En la ciudad adquiría el mejor pan, pues lo había negro, secundario (que era blanco, pero de baja calidad) y de lujo. También se cocía pan para perros.

Cuando iba a sus fincas comía el pan de sus hornos, pero hecho con más cuidado que el preparado para la servidumbre”.

Indudablemente van a ser los romanos los que impulsen la confección consumo del pan y en el transcurso de la Historia los panaderos se van a agrupar gremialmente y a disfrutar de prebendas, ordenanzas y estricta vigilancia en su actividad. El ejemplo extremeño       más importante, por su antigüedad y conservación ejemplar, lo son las Ordenanzas Municipales del Ayuntamiento de Trujillo, fechadas el 14 de Agosto de 1636, en las que se establecen las penas a los panaderos y panaderas de la ciudad que infrinjan las normas establecidas, así como las prebendas y beneficios que obtenían en la ciudad, como por ejemplo el tener un portal de la Plaza Mayor, dedicado a la venta del pan. Dada la antigüedad aludida y el rigor y justicia en la redacción merece la pena su transcripción:

 

“Primamente que las panaderas de esta dicha ciudad que ahora son o serán de aquí, en adelante que no masen ni usen de panadería sin primamente se escribir por panaderas y que sea tenida de se escribir ante uno de los escribanos de este concejo, para que sea sabido quien es panadera y cualquiera que amase el pan por panadera sin primamente se escribir, que pierda el pan que así amasase y que sea de los fieles y que peche mas en pena a los dichos fieles diez maravedíes, y la panadera que así se escribiera, que no se pueda tirar de panadera dende hasta un año so pena de cincuenta maravedíes. y que sean tenidas de vender el pan a los precios que los fieles se los pusieren, so pena de diez maravedíes a cada uno por cada vegada, y si el pan lo hallaren pequeño de la pesa que les fuere dada que pierdan el pan, y que sea que los fieles sean tenidos de pesar el pan a las­ dichas panaderas por las onzas que por ellos les fuere puestos, y el pan que así pesaren que lo señalen y así señalado que no lo pesen otra vez, aunque después de pesado mengue en aquellas onzas y que no cayen en pena alguna por ello las dichas panaderas y que no pierdan el pan y que los dichos fieles que pueden alzar y bajar el precio del pan cocido según la valía del pan en grano y darles ganancia razonable según las onzas que pusieren.

ortrosí, que los fieles que lleven de cada panadera que así se escribiere por panadera de cada año su derecho, que son diez y seis maravedíes y cuatro cornados por cada uno.

Otrosí, que las panaderas que no vendan el pan en hornos, ni en casas ni en las calles, hasta que primamente sea pesado en la plaza y la que lo contrario hiciere, que pague pena de cuatro maravedíes a los fieles por cada vegada”.

 

Consecuentemente, la Historia del pan no es un hecho aislado o que se pueda desligar de la propia Historia de los pueblos.

Como Emma Pressmar, directora del museo del Pan de Ulm afirma: “la historia del horno de cocer empezó en Tschatel Huyul y sigue hasta hoy. Es una historia de 8800 años”.

 

 

LOS SELLOS DE PAN

 

Cuando el pan se generaliza en fabricación y consumo, la ductilidad del elemento con el que se confecciona es el hilo conductor de la aparición de formas tan distintas como panaderos había.

El horno en el que se cuece puede ser tan elemental como una tapa de barro sobre una piedra caliente y una vez dominada la técnica, van a adquirir importancia la forma y los usos diversos.

Hemos visto cómo en Grecia le dan incluso usos funerarios, pero tradicionalmente el pan va a ser además de alimentó, motivo de ofrenda y celebración.

En Extremadura concretamente, cabe extrapolar la evolución del pan a la habida en los antiguos reinos de León y Castilla, porque la trashumancia va a tener una gran importancia en el entrelazado de costumbres y tradiciones populares de las regiones que viven este trasiego de animales y hombres anualmente. Extremadura, región por otra parte, eminentemente ganadera y por ende pastoril, es dueña de una gran cultura popular que tiene una        especial expresión en su cancionero, en el que se recogen tantas alusiones al pan, como usos se le da y me inclino a pensar aún a riesgo de caer en el chauvinismo, que va a ser Extremadura la que “exporte” la mayor parte de las manifestaciones populares que luego van a permanecer en las provincias de Zamora, Salamanca, León y Palencia y que van a aparecer repetidas con las lógicas diferenciaciones que marcan los distintos caracteres de las gentes, siempre más austeros en Extremadura, sobre todo en la Extremadura Alta, que en el resto de las regiones del intercambio.

En los romances se recoge el uso del pan en celebraciones:

 

“Estas eran tréh comadres

n un barrio todati tré

La       Juana, la Iné,

Mariquita la de Legané.

 

Tratan de una comilona

La noche de San André.

La       Juana, la Iné,

Mariquita la de Legané.

 

La una puso el pan

de ocho panes a dié.

la otra puso el vino

de ocho cuartiyos a dié

 

Y a poco de estar comiendo,

s’emborracharon lah tré

Cuando estaban borracha

entró el marido de Ine:

 

Mario mío, ¿Te has fijado

este mundo and’al revé.

Cog’el marido una vara

y de paloh dio a lah tré.

 

Para que siempre se acuerden

de la noche de San André”.

 

 

La alusión del pan en villancicos:

 

La Virgen era panadera

¡Quien comiera de su pan!

amasado con la leche

de su pecho virginal”.          

 

 

En Villanueva de la Serena, aparece el pan en las costumbres de los agricultores:

 

“La vida del hortolano

eh mu larga de contá

almuerzan pan y ceboya

meriendan ceboya y pan.

Y si la noche no hay oya

cenarán pan y ceboya”.

 

En la interrelación que antes indicábamos de las regiones del Norte y Castilla con Extremadura, nos quedan versiones comunes de romances, como el del Corregidor y la Molinera, o el de León que se canta en Ceclavín y dice:

 

“Molín que mueles el trigo,

agua que lo haces moler,

no digas al molinero,

que duermo con su mujer”.

 

Son estos romances en los que aparecen los oficios de los molineros como elementales para la aparición del pan y como la consecuencia de la merma que se producía en los sacos de harina en la venta por los molineros, que incluso queda reflejada en muchas ocasiones por la tradición popular. En Madroñera se canta por ejemplo:

 

“Ricos zarcillo lleva la molinera

ricos zarcillos,

con la  harina que roba de los cuartillos.

Ricas pulseras lleva la molinera;

ricas pulseras.

Con la harina que roba de las fanegas”.

 

Va a ser, pues, esta desconfianza la que origine el que cada pan lleve una muestra identificativa.

En casi todas las casas se amasaba, pero había que cocer en el horno comunal, porque no era rentable el encender el horno a diario y además, muchas casas, chozos en ocasiones, no lo tenían. Como ya desde el peso de la harina no se fiaba nadie, tampoco había seguridad de que las formas que se llevaban a cocer fueran las que se devolvían cocidas           y surgen problemas en la identificación de cada pan. Se comienza, colocando algo sobre la bandeja: una moneda, una tapa de puchero, un tenedor o una cáscara de huevo, pero era fácil que se volcaran las bandejas y se perdiera la identificación. Es así como se empiezan a hacer signos sobre los panes, cada familia va a tener el suyo diferenciador y así es como surgen los sellos de pan.

Los pastores van a ser indudablemente los artistas que van a producir estos elementos de ornamentación obligada en los panes, porque son los que con mayor habilidad tratan y tallan la madera, el corcho, el cuerno o el hueso. En la mayoría de las ocasiones los pastores se hacen su propio sello, pero si el hombre de la casa no ejerce esta profesión, habrá de encargarlo a un pastor, porque el sello de pan será objeto de la dote del novio, lo que el novio habrá de aportar a la boda junto con nueve elementos más ropa de trabajo, ropa  de domingo, una sartén, un plato, un puchero, un tenedor, un cuchillo, manta y cama de matrimonio.

 

 

CLASES DE SELLOS DE PAN

 

En la búsqueda de los sellos de pan en la Región extremeña, nos encontramos con una enorme variedad de formas: desde el sello más primitivo, un pedazo de madera de encina tallado como un cono y en la base unas letras, hasta los magníficos ejemplos expuestos en el Museo Provincial de Cáceres, de representaciones antropomorfa.

Cabrían muchas clasificaciones, pero con el fin de simplificar la exposición, se puede hablar de sellos: antropomorfos, zoomorfos, geométricos, torneados, arquitectónicos, encadenados y varios.

Una vez denominadas las clases, lo que resulta realmente dificultoso es el marcar una zona geográfica o el lugar exacto en que se producen, ya que como hemos visto, los pastores y, en general, los artistas populares la única influencia que reciben, la única “escuela” a la que pertenecen, es la de su propia habilidad, y su arte se mueve de mano en mano porque son útiles necesarios del quehacer cotidiano, de los que se conoce su fin, pero no su origen exacto.

 

 

1. ANTROPOMORFOS

 

1.1.- Sello de pan hecho en madera de encina, primorosamente tallado, que representa a una mujer con el torso desnudo y falda de Montehermoso con motivos florales y muy decorada. Peinado típico de Montehermoso. Peana decorada. La base tiene figuras geométricas, sin iniciales ni inscripciones. Mide 12 cm. De alto. Museo Provincial de Cáceres.

 

1.2.- Sello tallado en madera de encina. Representa a un varón, con calzón largo y torso desnudo. Peana decorada y en la base tiene talladas figuras geométricas, sin iniciales ni inscripciones. Es admirable el     tratamiento del rostro, de impecables rasgos masculinos. Forma pareja con el anterior. Mide 10 cm. de alto. Museo Provincial de Cáceres.

 

1.3.- Sello tallado en madera de olivo. Representa a una mujer con el torso desnudo y falda de montehermoso, con el peinado típico de la localidad. En la base tiene talladas, al igual que los otros, dos figuras geométricas y corazones entrelazados. Es más tosco en la ejecución que los dos anteriores, pero de indudable belleza. Mide 14’5 cm. de alto. Museo Provincial de Cáceres.

 

En los casos expuestos, la belleza de las tallas ha superada casi a la utilidad de los elementos. Son casi esculturas de enorme realismo y perfecto diseño y ejecución.

 

 

2. ZOOMORFOS

 

2.1.- Sello tallado en madera de olivo. Representa una gallina en la parte superior, reposando sobre un reloj. Tiene adornos en las sucesivas bases que soportan los motivos y en la base aparece tallada la letra “F”. Mide 12 cm de alto.

 

2.2.- Sello tallado en madera de olivo. Representa un perro en la parte superior, que descansa sobre una esfera que corona una jaula que en su interior tiene una figura humana. La talla es tosca y en la base aparece tallada la letra “N”. Colección particular.

 

En estos dos casos las tallas son de inferior calidad a las anteriores, pero la imaginación y el retrato fiel del entorno se combinan primorosamente. Por su factura pertenecen los dos al mismo artista, probablemente de Garrovillas (Cáceres).

 

 

3. GEOMETRICOS

 

3.1.- Sello tallado en madera de encina, con un orificio en el mango para ser colgado de la pared. Pirámide partida sobre un rectángulo que tiene en la base grabadas las letras “M.F.”, orlado con una simple línea y con un adorno próximo a la M. Mide 8 cm. de alto y 5 cm. De ancho en la base. Colección particular.

 

 

4. TORNEADOS

 

4.1.- Sello de pan, evidentemente confeccionado con medios mecánicos. Se trata de un cilindro de 8 cm. De largo, con una leve incisión central. Presenta la característica de tener una doble impronta. Aparecen las letras “C” y “R”, cada una en un extremo, con leves hendiduras que orlan las letras. Tallada en madera  de encina. Colección particular.

 

4.2. – Es el más claramente realizado en un torno. Tiene en el cilindro distintas labores todas mecánicas. Como el anterior es de doble impronta, apareciendo la letra “M” con un punto en el centro bajo de la letra con una orla sencilla y un adorno en “X” orlada también en la otra cara del cilindro. Mide 11’5 cm. Es de madera de encina y pertenece a Isabel Cuadrado, de Garciaz (Cáceres).

 

4-3 – No se trata de un sello propiamente torneado, aún cuando la disposición del trabajo en la madera de encina así lo hace parecer, dada la precisión con la que está trabajado. Le falta el asa superior que, probablemente, coronaría el trabajo, para servir de cuelga, y en el fondo no aparecen letras sino una simple labor circular dentada. Mide 9 cm. y proviene del Norte de la Provincia de Cáceres. Colección particular.

 

 

5. ARQUITECTONICOS

 

5.1.- Sello tallado en madera de olivo. En la base tiene la letra “N” y el resto es la representación de un campanario con dos pisos: el inferior con una bola y el superior con una campana con badajo. La cúpula es piramidal, sin adornos, exclusivamente el repicado de las cuatro columnillas que encierran en el interior el campanario representado. Mide 18 cm. Col. Particular.

 

5.2.- Sello tallado en madera de encina. En la base aparece tallada la letra “A”, el fuste se ha vaciado a modo de hornacina, donde aparece una figura humana cerrada por cuatro columnillas talladas y coronada por una cúpula piramidal que en cada una de sus caras tiene un motivo distinto tallado: ojos y boca, lagarto, árbol y cigüeña. Mide 19 cm. y pesa 280 grs. Colección particular.

 

Lo habitual en este tipo de sellos es que aparezcan torres de varios pisos superpuestos: campanarios, ermitas, espadañas, casas, molinos…, edificios con una forma precisa. Habitualmente   parecen estar cimentados sobre una gran roca.

Las formas arquitectónicas se consiguen mediante el vaciado y la perforación del mango.

 

 

6. ENCADENADOS

 

6.1.- Sello que representa casi un sonajero infantil, tallado en madera de fresno y soporta en sus cuatro laterales, al ser un cubo su imagen, cuatro campanas colgantes. En la base, la impronta tiene las letras “E” y “B”, orlada por una cenefa simple. Mide 12 cm. De alto y tiene una anilla en la parte superior, también tallada en la misma pieza, haciendo el vaciado de la misma, para ser colgado de la pared. Museo Provincial de Cáceres.

 

Son estos los sellos sacados de una silla pieza de la madera y con uno o más eslabones de cadena habitualmente. No es frecuente el anteriormente descrito, ya que habitualmente son varios sellos entrelazados, pero también los hay, de sello en un extremo y en el otro unido por eslabón, un motivo ornamental: zapatos, bellotas, martillos, etc.

Se tallan, dada la dificultad normalmente en maderas -más blandas que la encina o el olivo.

 

 

7. VARIOS

 

Es este casi el “cajón de sastre” de la exposición, donde se pueden meter toda clase de sellos de difícil catalogación, pero de indudable utilidad en su momento y belleza.

 

7.1.- Sello tosco, sin forma exterior definida, que tiene grabado el peso del pan sobre el que habrá de marcarse: “900 GRAMOS”. Colección Carola Torres.

 

7.2.- Sello que en el fuste representa un gigante, de los gigantes y cabezudos, con una cigüeña y un perro labrados, de tamaño desproporcionado ante los descritos, ya que mide 22 cm. de alto. Colección particular.

 

VII.3 – El sello que tiene forma de campana, tallado en madera de encina, y en su base aparece labrado el signo de la Pasión: el Corazón de Jesús atravesado por dos espadas y coronado por una cruz. Probablemente fue utilizado para marcar dulces o panes de algún convento. Mide 9’5    cm. Colección de Carola Torres.

 

7.4.- Sello tallado en madera de encina, sacado de una rama joven, porque se ha hecho sacando una tajada d la rama en horizontal y se le ha añadido un mango clavándolo desde abajo. En la impronta aparece “1907 EMILIA”, y debajo de todo la rúbrica de la dueña. Mide 10 cm. Colección Carola Torres.

 

7.5.- Sello de mango perforado haciendo forma de hojas, con una base circular de 6 cm. y la impronta “BR “, orlada con cenefa. Mide 10’5 cm. de alto. Museo Provincial de Cáceres.

 

 

CONCLUSIONES

 

Los sellos de pan han desaparecido y han pasado a ser objeto de colección exclusivamente. Su uso no es necesario porque el pan no se amasa ya en las casas particulares, está comercializado y no es necesaria la impronta para marcarlos, pero aún perviven los pastores y además del ganado acarrean su arte por las tierras extremeñas y alguno confecciona sellos de pan como simple objeto de adorno, sin necesidad de darle el uso que hemos visto ha tenido en tiempos pasados, siendo uno de los elementos de nuestra tradición y forma de vida. Todo se ha comercializado y masificado, pero el pan, que en esencia es el motivo de este estudio, aún conserva formas tradicionales y particulares, y permite que en él se manifieste la personalidad del que lo fabrica. Pero este es otro tema de estudio.

 

 

BIELIOGRAFIA

 

– GUADALAJARA SOLERA, Simón: “Lo pastoril en la cultura extremeña”. Cáceres 1984.

 

– GUIA DE LA ARTESANIA DE EXTREMADURA. Madrid, 1980.

 

– GUIA DE LA ARTESANIA DE EXTREMADURA. Madrid 1986.

 

– SELLOS DE PAN – Caja de Ahorros Provincial de Zamora. 1986

 

– MUESTRA   ETNOGRAFICA        CACEREÑA. Catálogo 1986.

 

– ENTRENA KLETT, Carlos María: “La vida diaria en la Mérida de hace 2.000 años”. Badajoz 1983.

 

– GIL GARCIA, Bonifacio: “Cancionero popular de Extremadura”. Tomo I Badajoz, 1932.

 

– ALVAREZ ROJAS, Antonio: “Artesanía pastoril extremeña. Los sellos de pan del Museo de Cáceres”, en: “IV Congreso Nacional de Artes y Costumbres Populares”.

 

– ARCHIVO MUNICIPAL DE TRUJILLO. Ordenanzas de 1636.

 

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María Luisa Montero Curiel.

 “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, po­déis empezar a bordar el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cor­tar sábanas y embozos”.

 

Federico García Lorca,

La casa de Bernarda Alba

 I. INTRODUCCIÓN.

 El ajuar, entendido como conjunto de ropas, muebles y mena­je de cocina que aportaban los novios al matrimonio, ha constituido en los pueblos un auténtico ritual de sabor tradicional, que debe ser enjuiciado desde un punto de vista folclórico y sociológico.

En las primeras décadas del siglo XX, la preparación del inventario en Madroñera se ajustaba a unas normas bastante rígidas: el novio y la novia, por separado, reunían sus correspondientes objetos, siempre con la colaboración familiar, que era imprescin­dible en el momento de formar la nueva casa. El objetivo inmedia­to del ajuar consistía en solucionar las primeras necesidades materiales de los recién casados; por eso, los meses que precedían a la ceremonia de la boda estaban marcados por la costumbre de reunir la dote.

Cada pareja preparaba el ajuar de acuerdo con las posibili­dades económicas de su familia; en este sentido, la tradicional división de la sociedad ‘por grupos convertía a los ajuares en excelentes catalogadores de la posición económica individual y colectiva. Esta es una perspectiva puramente folclórica y sociológica.

También desde un punto de vista lingüístico, la realización de una encuesta como la que planteamos satisface la curiosidad de cualquier investigador que se acerca al tema de los ajuares con la intención de obtener un rico caudal de voces y expresiones populares para designar el campo léxico de las ropas y los objetos en torno a los cuales gira la vida familiar.

El material que se analiza en el presente trabajo se ha recogido de forma oral directa, y los testimonios obtenidos a través de la encuesta ofrecen ejemplos de los inventarios que podían en­contrarse en Madroñera entre 1920 y 1950.

 

 

II. LOS INFORMANTES Y LA ENCUESTA.

 

La preparación del inventario corría a cargo de las mujeres; los hombres no tenían ningún protagonismo en este acontecimiento y aceptaban siempre las decisiones femeninas. Este hecho nos obli­ga a enfocar la encuesta sólo desde la estimativa personal de las mujeres, que conocen a fondo todo el entramado del ajuar y su tra­dición. Las mujeres que nos han brindado su colaboración para rea­lizar este trabajo son todas naturales y vecinas de Madroñera, y sus edades oscilan entre los 50 y los 85 años[1].

La encuesta se realizó en Madroñera durante los meses de di­ciembre de 1988 y enero de 1989, a partir de un corpus de unas 80 preguntas, que permitió llevar a cabo las conversaciones en torno a una serie de campos ideológicos: muebles, ropas de uso personal, ropas de casa, utensilios de cocina. Las conversaciones fueron registradas en grabadora y posteriormente transcritas de acuerdo con el criterio fonético del Diccionario Extremeño de Antonio Viudas[2].

 

 

III. ESTRATIFICACIÓN SOCIAL EN MADROÑERA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX.

 

En todos los grupos humanos las diferencias económicas, culturales y laborales entre sus miembros han sido una realidad cons­tante. La estratificación social casi siempre se ha visto más cla­ramente en los pueblos que en las ciudades y, en ente sentido, Madroñera no es una excepción.

En el período de tiempo en el que se sitúa el tema de este estudio, la mayoría de los trabajadores de Madroñera se dedicaba a las labores agrícolas y al pastoreo. Otra parte de la mano de obra activa cubría el sector de la artesanía; abundaban los barberos, carpinteros, sastres, albañiles; y, por último, surgía una capa de propietarios capaces de dominar económicamente a los demás.

La conciencia de clase estaba muy bien definida entre la po­blación; aún la mantienen algunos de los informantes cuando hablan de tres grupos: los ricos, los medianeros o artesanos y los pobres que eran llamados en Madroñera porreros.

Hay que partir, por tanto, de una división de la sociedad en tres grupos:

 

1. Los ricos: formaban una minoría aunque, lógicamente, con gran fuerza sobre los demás estamentos. Eran los grandes propietarios de fincas y de ellos dependía, en gran medida, el resto de la población.

 

2. Los artesanos: en su mayoría se dedicaban a trabajos ar­tesanales y a la construcción; había muchos albañiles, carpinteros, cerrajeros, zapateros, comerciantes, taberneros, etc., e incluso pertenecían a esta clase algunos pequeños propietarios. Era un grupo numeroso en Madroñera y gozaba de buena reputación.

 

3. Los porreros: con este nombre se conocía en Madroñera al sector más pobre de la población. Era un grupo numeroso y su ni­vel y forma de vida distaba bastante de la de los otros sectores; trabajaban en el campo como pastores, aparceros, porqueros, boye­ros, guardas o jornaleros que dependían de un rico o de un artesano adinerado. Soportaban unas condiciones de vida muy duras, y puede decirse que eran las familias menos afortunadas de la sociedad.

 

Por todo esto, hay que decir que la estratificación social de Madroñera durante aquella época conservaba aún muchos de los rasgos del esquema de la sociedad feudal.

La estratificación marcaba sus huellas en todos los aspectos de la vida de Madroñera; así, las diferencias sociales se ratificaban con diferencias culturales, de educación, e incluso en la indumentaría de las personas. Además, hasta la manera de divertirse era diferente: cada grupo acudía a unos lugares de esparcimiento y había, incluso, distintos locales de baile: “el baile de Tío Juan Miguel” y “el baile de Tío Rodrigo” para los porreros, el “baile de Tío Luis Casares” para los artesanos, y, por último, “El Casino” para los ricos.

Este tipo de discriminación evitaba las “mezclas sociales”, pues los matrimonios debían efectuarse entre los miembros del mismo grano social.

Si las diferencias sociales se reflejaban en el modo de vivir, en el trabajo y en la manera de divertirse, es lógico que el ajuar o inventario fuera diferente según la “categoría” de los novios. Además, en la dote era un factor fundamental el trabajo al que iba a dedicarse el futuro marido (las mujeres, por regla general, eran amas de casa, aunque también colaboraban en las labores del campo).           

En este sentido, pueden trazarse los rasgos característicos de cada tipo de ajuar:

 

 

A) AJUAR DE LOS RICOS

 

Se caracterizaba por su tendencia al lujo. Ofrecía todos los detalles necesarios para vivir de un modo confortable. En la dote del rico iba desde una gran casa amueblada y decorada, hasta ganaderías enteras y reservas alimenticias para un año.

El mobiliario era de gran calidad, normalmente adquirido en tiendas especializadas, o fabricado por ebanistas locales de prestigio. Términos como “sillería”, “gabinete”, “galerías”, “cortinaje”, “espejos”, “reloj de pared”, “aparador”, “mesa de salón”, para amueblar las salas; camas de madera y acero, mesas de noche con piedra de mármol, lavabos de dormitorio con espejo, mármoles, ja­rrones, jaboneras, polveras, verdores, palanganas de porcelana, lámparas, etc., eran complementos que no faltaban en el dormitorio de cualquier rico. Entre los utensilios de cocina figuraban las cuberterías de plata, las cristalerías completas, vajillas con filos dorados, y objetos de materiales nobles como la porcelana china y el pedernal.

Entre las ropas, abundaban en estos ajuares las mantelerías completas de seis, ocho y doce servicios, colchas adamascadas, de encajes, de piqué, de hilo o tejidas con filigranas; juegos de cama bordados, toallas con flecos de macramé, paños de barba para los hombres y un sinfín de detalles que iban destinados, en muchas ocasiones, a permanecer almacenados en los baúles.

Tampoco escaseaban en el inventario del rico las provisiones necesarias para llenar una despensa: arrobas de aceite, arrobas de legumbre, arrobas de queso, matanzas curadas y vino. Estos produc­tos eran frutos de sus propias tierras y de los ganados que tam­bién formaban parte de la dote.

Los graneros, situados en la planta alta de las casas, se ofrecían repletos de lo que en inventarios escritos de los años veinte se conoce como “grano seco”, donde entran el trigo, el centeno, la avena y la cebada.

Hay que señalar que, en estos matrimonios, el hombre y la mujer aportaban una dote similar.

 

 

B) AJUAR DE LOS ARTESANOS.

 

Constituía un término medio entre el inventario de la clase baja y el de los ricos; en la costumbre de ser la novia la prin­cipal aportadora de enseres se acercaba más al de la clase baja.

Se caracterizaba porque los objetos eran de buena calidad y, básicamente, respondían a las necesidades que tenía cualquier familia para vivir con comodidad. Muchos de los objetos que aportaba un artesano en su inventario estaban íntimamente relacionados con el oficio al que iba a dedicarse, por lo cual habría que señalar una gran variedad de instrumentos en relación con cada oficio.

En cuanto a los objetos propios de la casa y las ropas, hay que decir que el refinamiento característico de los muebles de los ricos dejaba paso a un tipo de mobiliario en el que, por encima de la estética, se buscaba la utilidad. Las camas eran de hierro con adornos de cobre; no solían llevar mesillas de noche, ni lámparas ni espejos; la vida familiar se desarrollaba en torno a la cocina de la casa, de forma que las sillas y los lugares para sentarse estaban adaptados a las exigencias que imponía la chimenea, con mesa baja para comer, platos sueltos de porcelana, cubiertos de mediana calidad, numerosos utensilios de barro (tazones, platos, pucheros, ollas, tinajas, barriles…). Los únicos adornos de la casa eran “loh platoh guapoh de corgal”, o sea, la cerámica típica de Talavera, que ofrecía una variada gama de modelos. Eran platos decorados con múltiples figuras de colores estridentes, que formaban parte de la mayoría de los ajuares en los que ocupaban un lu­gar importante las artesanas, decoraban con ellos los comedores y las salas. Según las figuras o el diseño, recibían diferentes nombres, con los que todavía se siguen identificando. Los más abundantes son los llamados platos del pabellón, del cuerno, del cuchillo, de la rosa, de la babosa, de las palmeras, del sol, del cas­tillo, del pino, de la azucena, de la pajarita, valenciana, de ra­yas y del clavel. A los platos pequeños y hondos los llaman baheri­ques, porque se colocan en las partes más bajas de las paredes.

También ocupa un lugar privilegiado entre los objetos de de­coración el cobre de Guadalupe, con almireces, calderos, palmatorias, calentadores y una gran variedad de jarros que iban colgados en espeteras. Tampoco faltaban los cuadros de escenas románticas, de se­ñoritas en jardines y de tema religioso.

En cuanto a las ropas de casa, predominaban las tejidas en los telares del pueblo (que aún constituyen una industria artesanal viva en Madroñera) y las ropas confeccionadas por las mujeres artesanas y por la moza casamentera. Las sábanas que llevaban eran de tela casera, bordadas a base de deshilados; las colchas solían ser de rapón o de lana tejida. Como servicios para la mesa lleva­ban servilletas sueltas y, excepcionalmente, algún mantel que se lucía en acontecimientos familiares señalados, como bautizos, bo­das, comuniones o quintas.

La ropa de uso personal, aunque no era muy abundante, tenía buena calidad. La mujer llevaba camisas, jubones, medias, enaguas, toquillas, mandiles, pañuelos, etc. Las mujeres artesanas utili­zaban batas de tela de percal y ropa interior de tejidos finos co­mo el opal.  

Al igual que hemos visto con los platos, también los pañue­los recibían diferentes nombres que responden a analogías con ob­jetos cotidianos o al propio diseño. Así, tenemos:

 

“Pañueloh floreaoh en colores”.

 

“Pañuehoh de sandía”, de color blanco con figuras rojas en forma semicircular.

 

“Pañueloh de francés”, con fondo rojo y cenefas de “colo­rines”.

 

“Pañueloh de cien colores”, de lana, con un estampado muy vivo.

 

“Pañueloh floreaoh en morao”, de fondo blanco con flores moradas.

 

“Pañueloh de merino negro”, para el luto.

 

“Pañueloh de pita”, de tela de cuadros, para la cabeza.

 

“Pañueloh blancoh y en colorineh”.

 

 

Todos eran de tela fina, salvo el de cien colores, que, como ya se ha apuntado, era de lana.

El hombre artesano llevaba en su ajuar un traje, con chaqueta de género y pantalón de pana, normalmente. También llevaba camisas, chaleco y ropa interior.

 

 

C) AJUAR DE LOS PORREROS.

 

Generalmente no satisfacía siquiera las necesidades mínimas familiares. La pobreza era la característica fundamental de este grupo; la ínfima calidad de los materiales y la escasez de objetos chocaban, desgraciadamente, con el esfuerzo económico que suponía para estas familias la preparación de la dote.

En principio, conviene tener en cuenta que el espacio en el que se iba a mover esa familia era muy reducido, casi siempre un chozo o una casa de dimensiones insignificantes. Ya se vio cómo la mayoría de los porreros eran pastores asalariados. Todo esto imprimía en el ajuar una marca propia.

El mobiliario prácticamente no existía: la cama era, como mucho, un simple colchón de paja llamado pahero que se colocaba sobre un entarimado de palo, o sobre el catre. Llevaban alguna silla baja con asiento de junco, y los típicos sentones y banquetas de corcho y madera que eran fabricados por los propios pastores.

Las ropas se limitaban a las de uso personal, con muy pocas prendas: dos faldas largas llamadas guardapieses para la mujer, una para uso diario de tela lisa y oscura y de mala calidad; la otra de tejidos más nobles y vistosos para los domingos y días festivos. Llevaban también algunas chambras (especie de blusa ceñida y corta), para el invierno en lana de merino y, para el verano, de percal estampado.

No faltaban las camisas de lienzo con un uso cercano al de las enaguas (eran consideradas como ropa interior o menor), por último; tenían algún pañuelo para la cabeza, un mandil o dos, y poco más.

El hombre porrero llevaba la chambra como prenda más utili­zada; era oscura, de tela fuerte, con grandes bolsillos y con una tirilla en el escote. Esta prenda es todavía muy utilizada entre los ancianos y forma parte del traje típico masculino de Madroñera. Los hombres también llevaban pantalones normales, alguna camisa de lienzo moreno y casi todos utilizaban zahones, pieza masculina ca­si exclusiva de pastores, fabricada a base de cuero y que se colo­caba encima del pantalón, sólo por la parte delantera, como una especie de delantal, atado a los muslos.

Los utensilios de cocina eran de una pobreza extremada: el material obligado era la hojalata, o sea, la “hoja de lata para vasos, tazas y cubiertos. No faltaban, desde luego, todos los obje­tos útiles para el fuego: corona, trébedes, caldero, tenazas, sartenes de patas, llares… Toda la familia comía de la sartén y, generalmente, no usaban platos; como mucho, tenían algún barco, que es una especie de fuente de porcelana, de forma ovalada o rectan­gular, relativamente alta, para servir alimentos, hacer masas o, como en esta ocasión, para servir de “plato colectivo”.

Otros objetos que tenían los pastores en sus chozos eran el calambuco o cubo, algún cántaro para el agua, y otros útiles que después iban fabricando ellos mismos como liaras, morteros, pimenteros o saleros.

Con esta rápida visión se pretende reflejar, de un modo general, algunas de las circunstancias familiares de las tres grandes capas de la sociedad de Madroñera en la primera mitad de este siglo, que no deben entenderse como un caso aislado dentro de la sociedad extremeña de la época, sino como el reflejo de una realidad mucho más amplia.

 

 

IV. TRADICIÓN Y COSTUMBRE EN LOS PREPARATIVOS DEL AJUAR.

 

El ajuar, inventario o dote ha existido y sigue aún vigente en todos los lugares del país y su preparación está repleta de aspectos folclóricos, pues constituye parte de todo el ritual que rodea a las costumbres de boda[3].

En principio, hay que reiterar lo que se apuntó en páginas anteriores: los preparativos del ajuar (y, en especial, los de ropas y objetos pequeños de cocina) son patrimonio exclusivo de las muje­res. En el caso de la novia, era ella misma la que, desde temprana edad, se ocupaba de confeccionar algunas de las piezas, bajo la dirección de su madre que era quien, en último término, organizaba la dote. En el caso del novio, los preparativos debían correr a cargo de su madre o de sus hermanas, aunque, eso sí, él tenía el deber de ayudar a sufragar los gastos.

Las mozah (mujeres solteras), comenzaban desde muy jóvenes a bordar sábanas, mantelerías, servilletas, camisas, y aprovechaban las horas de la siesta en que las amigas se reunían para coser y divertirse al mismo tiempo. Según las informantes, también las épocas en las que se guardaba luto eran un período muy propicio para la realización de los ajuares; en este sentido, enlazamos con otras zonas del país como podemos apreciar en la cita en encabeza este trabajo y que pertenece a “La casa de Bernarda Alba”, de Federico García Lorca.

En Madroñera existían también talleres de costura. Algunas mujeres enseñaban corte y confección y, sobre todo, a bordar. A estos talleres sólo acudían las artesanas, que podían permitirse el lujo de pagar una cuota mensual.

Las mantas y las piezas tejidas se fabricaban en los telares, abundantes en Madroñera por aquellos años. Curiosamente, casi todos los telares pertenecían a las gentes más humildes del pueblo.

Durante el período de “confección” -que solía durar varios años- se iban adquiriendo otros objetos relacionados con la cocina y la decoración. El mobiliario, en cambio, se compraba poco tiempo antes de la boda, cuando ya se tenían todos los demás preparativos.

La época más intensa para ultimar los detalles del ajuar era el mes que precedía a la ceremonia de boda. Era imprescindible que las ropas de cama, manteles y objetos de uso personal estuviesen dispuestos una semana antes de la boda, para exponerlo en la sala de la casa paterna, colocado sobre mesas, sillas y perchas para que las amistades fueran a contemplarlo. Esta costumbre se practi­caba tanto en la casa del novio como en la de la novia[4].

Cuando la exposición estaba preparada, un familiar del contrayente, normalmente la madre, recitaba, una por una, todas las piezas que llevaba su hijo (o hija) y, a la vez, otra persona lo anotaba en pliegos de papel, poniendo a la derecha de cada pieza su precio en metálico, para sumar el valor total de la dote. Esto era lo que se llamaba “imentario ehcrito” y se hacía con el propósito de fi­jar una “tasa” que, con el tiempo, favoreciera a todos los hijos por igual.

Cuando el ajuar había sido contemplado, se recogía para llevarlo al hogar del nuevo matrimonio. Esta noticia puede matizarse con un dato sorprendente: algunas veces los recién casados tenían que vender parte de la dote para adquirir objetos más necesarios. De esta forma, el ajuar cobraba un sentido competitivo, puesto que servían esencialmente, para ser visto y juzgado por las amistades y por el vecindario.

Si bien aún siguen vivas algunas de las costumbres relaciona das con el tema de los ajuares, es evidente que éstos han sufrido una gran evolución, sobre todo en los últimos decenios: las mujeres de principios de siglo se preocupaban de llevar un mortero de madera tallada o una colcha de rapón empapela; mientras que las mujeres de hoy día sueñan con incluir en su dote la picadora Moulinex o las mantas que anuncia en la televisión Lorenzo Lamas. Los avances técnicos y el progreso en general han modificado, en gran medida, la tradicional costumbre de los ajuares.

 

 

V. BIBLIOGRAFIA.

 

– AAVV, “Costumbres de boda”, en: R.D.T.P., XIV, 1958, págs. 165-192.

 

– GÓMEZ TABANERA, José Manuel (y otros): “El folklore español”. Madrid, Instituto Español de Antropología Aplicada, 1968.

 

– GONZÁLEZ MENA, María de los Ángeles: “Cama de vistas en Montehermoso (Cá­ceres)”, en: R.D.T.P., XXXIV, 1978, págs. 255-276.

 

– HOYOS SANCHO, Nieves: “Costumbres referentes al noviazgo y a la boda en la Mancha”, en: R.D.T.P., IV, 1948, págs. 454-469.

 

– PALACIO NACENTA, José Eduardo: “Noviazgo, matrimonio y nacimiento en la Ribagorza”, en: Actas del II C.N.A.C.P., Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1974, págs. 169-183­

 

– VIUDAS CAMARASA, Antonio: “Diccionario Extremeño”, 2ª edición, Cáce­res, 1988.

 

 



[1] Las informantes responden a las siguientes identificaciones: Arsenia Borreguero Esteban, de 73 años; Isidra Borreguero Esteban, de 65 años, Josefa González Miguel, de 50 años, Josefa Miguel Cam­pos, de 75 años, Manuela Piélago Baróuilla, de 63 años, María Ro­dríguez Ávila, de 85 años y Purificación Sánchez Barrado, de 73 años. A todas ellas mi agradecimiento.

[2] Antonio Viudas Camarasa: “Diccionario Extremeño”. Cáce­res, 1988, pág. XXXII.

[3] Vid. testimonios semejantes en Nieves Hoyos Sancho: “Costumbres referentes al noviazgo y la boda en la Mancha”, en: RDTP, IV, 1948, págs. 454-469 y de varios autores “Costumbres de boda”, en: RDTP, XIV, 1958, págs. 165-192.

[4] Cf. una costumbre semejante en María de los Ángeles González Mena, “Cama de vistas en Montehermoso (Cáceres)”, en: RDTP, XXXIV, 1978, págs. 255-276.

Oct 032013
 

Casimiro González Conejo.

Sin lugar a dudas, son Núñez e Balboa y Hernando de Soto los dos hijos de más renombre, gloria y fama universal que haya dado a la luz ciudad de Jerez de los Caballeros; pues por sus irrepetibles gestas traspasaron los reducidos límites de lo estrictamente local para entrar en los más amplios de la general historia de la humanidad.

Es lógico que por tan reconocida y justa notoriedad los dos tengan una amplísima bibliografía -desde sus cronistas coetáneos hasta los más ac­tuales tratadistas- y que por ello sus vidas sean conocidas; hasta en los más mínimos detalles y coyunturas, lo que nos releva de intentar ofrecer aquí unas biografías exhaustivas que no encajarían en el marco que per­sigue este tratado, como es el de ofrecer unos bosquejos breves, pero documentados, de aquellas personas que, ya por su nacimiento, ya por su identificación con nuestra ciudad, son tenidas por jerezanos.

Es también natural que estas vidas notables, con tantas repercusiones en el ámbito general de la Historia, susciten enfoques muy diversos, según criterios y posturas de sus diferentes tratadistas; polémicas y con­tradicciones que agigantan o achican la figura y la alejan del juicio e­cuánime que merece todo lo que debe ser una estricta verdad libre de bastardías y apasionamientos.

Pero las disparidades y controversias se agudizan cuando, en base a di­ferentes o confusas fuentes, nada documentadas o probatorias, se intenta determinar origen o cuna, pues que cada cual pretende -por honor y gloria, abogarse para sí.

Algo así ocurre con nuestras dos señeras figuras, particularmente con la de Soto, que ahora vamos a tratar. He aquí que sin perjuicio de esbozar algunos de los hechos más sobresalientes de su vida -sobre la que­ remitimos a su copiosa bibliografía- pongamos gran interés en honor de la verdad y el rigor histórico, en disipar errores y deshacer entuertos; que durante mucho tiempo sembraron duda y confusión sobre la naturale­za jerezana del Paladín de la Florida.

Nada más lejos que pretender herir suceptibilidades o suscitar polémi­cas; y menos aún sobre ese pintoresco pueblo de Barcarrota, al que grati­tud se le debe por haber sabido honrar su memoria erigiendo una esta­tua en su honor al considerarlo como hijo.

El tema en cuestión fue punto de oscuras opiniones y debates hasta su indubitable y contundente esclarecimiento por mi, lamentablemente desaparecido, amigo don Miguel Muñoz e San Pedro, conde de Canilleros, vinculado a Jerez de los Caballeros por raíces y títulos.

Ya en 1929, don Antonio del Solar y el Marqués de Ciadoncha, en Badajoz (Ed. Arqueros), sacaba a la luz un volumen -segundo de la serie “Extremadura en América”- intitulado, «El Adelantado Hernando de Soto”, con esta significativa dedicatoria: «A la muy Noble y Leal ciudad de Jerez de los Caballeros, cuna del Adelantado Hernando de Soto. Los autores”. En el citado libro, y en su página 38 y siguiente, dicen: “… la prueba en favor de Jerez de los Caballeros la estimamos más sólida. Diez fueron los testigos que bajo juramento, depusieron ante el cura Juan Mexía en el aludido expediente (se refiere al de ingreso en la Orden de Santiago): Her­nando de León, Suero Vázquez de Moscoso, Hernando de Morales, Álvaro Romo, Hernando Romo, Alonso González, Ruy Sánchez-Arjona, Alonso Romo y Alonso Medina (aclaramos que, aunque dicen diez, fueron sólo los nueve que se citan).

Pues bien, leyendo lo que estos declararon, se sabe que los padres del A­delantado, después de su casamiento, residieron en Jerez, de donde procedían los Méndez de Soto; y en la declaración de Suero Vázquez de Moscoso, regidor y persona de verdadera significación en Badajoz, terminantemente se afirma que en Jerez nació don Hernando. Y en esa población fue donde en su testamento hizo las fundaciones que su espíritu cristiano y su cora­zón caritativo le indujo a instituir. Nuestra opinión es que vino al mun­do en Jerez».

Una cita, de pasada y sin raíces documentales en que sustentarse del Inca Garcilaso, al que siguieron después Antonio de Herrera, Solano de Figueroa, Luis de Villanueva y algunos otros, con mejor voluntad que rigor históri­co, introdujo cierto confusionismo sobre el lugar de nacimiento de Hernando Méndez de Soto.

Cabe al Sr. Conde de Canilleros el honor de haber esclarecido este oscu­ro punto… En principio al dar a la 1uz (en dos ediciones: Buenos Aires, 1952 y Madrid, 1954) vertida del portugués a nuestra lengua, la «Relación del Fidalgo de Elvas», compañero y testigo directo de la acción de Fernando en Florida; más fidedigno, por tanto, que el Inca que, al escribir su «Historia de la Florida», lo hiciera cuarenta y cinco años después de la muer­te de Soto y «por referencias» de un extraño informador, como é1 mismo confiesa.

Y después en su magistral conferencia dictada el 14 de diciembre del a­ño 1967 en el salón de actos del entonces Instituto Laboral (hoy de For­mación Profesional) de Jerez de los caballeros, en la que entre otras co­sas y sustanciosas aportaciones, al referirse a este punto del Inca, Garcilaso dijo: «Sin embargo, como durante siglos no se reparó en otra afirmación opuesta, ni nadie hizo investigaciones sobre el asunto, se fue dando por cierta la errónea noticia que unos copiaron de otros y que tuvo la que podríamos llamar su consagración oficial en el pasado siglo».

Y más adelante, de una manera contundente -en esta conferencia, que editó el Excmo. Ayuntamiento de Jerez- desvelando documentos hasta entonces inéditos, aportó dos pruebas testificables irrebatibles rotundas y definitivas que rara vez dejan esclarecida una verdad histórica de tan capital importancia.

Una: la información de servicios de López Vélez, instruida en Sevilla el 30 de mayo de 1536 -vuelto Hernando a España para concertar con la Corona la conquista de la Florida (30-IV-1537) y su matrimonio en Valladolid con Doña Isabel de Bobadilla, hija de Pedrarias, en la que comparece como testigo y que él mismo firma como «natural de la Ciudad de Xerez cerca de Badajoz» (Archivo de Indias, Patronato Rea1 núm. 93, ramo 1º, núm 6, fol. 10. Y la otra, la cita que hace Pedro Barrantes Maldonado, hermano de San Pedro de Alcántara, en un manuscrito que se conserva en la Bibliote­ca Nacional (Sección Manuscritos, Gallangos, l7, 996).

Con estas convincentes aportaciones del ilustre investigador y académico, don Miguel Muñoz de San Pedro, queda bien sentado el origen jerezano de Hernando Méndez de Soto.

Y agregamos el linaje de Soto (o Sotomayor), con amplísimas y copiosas en los archivos parroquiales de Jerez de los Caballeros, tuvo su origen, en las tierras burgalesas de la Merinidad de la Bureba, desde donde alguna rama pasó a la provincia de Santander (Valle de Sola y Escobedo), y o­tras a la de Asturias y Galicia, de cuyo lugar vinieron a Extremadura cuando los reyes leoneses repoblaron estas tierras, a raíz de su recon­quista.

Los señores Del Solar y Rújula ofrecen una amplia genealogía de este linaje, y citan algunos prohombres de esta hidalga familia cuya nobleza fue probada muchas veces en los Reales Consejos y Cancillerías, gozando de, notables exenciones y privilegios como corresponde a su noble estado y calidad.

El padre del Adelantado, Francisco Méndez Soto, que era natural de Je­rez, casó con doña Leonor Arias Tinoco, nacida en Badajoz y perteneciente a una ilustre familia con antecedentes lusitanos por su patronímico Tinoco, oriundo de Portugal y que figura con limpias ejecutorias en los hábi­tos de las Órdenes Militares del vecino país, del que pasaron a Extrema­dura algunos de sus miembros, acomodándose en estas tierras donde ganaron honra y mercedes.

Hernando nació sobre el 1500, pero no existe partida de bautismo por­que los libros parroquiales dan comienzo algunos años después. Pero, según las predilecciones apuntadas en su testamento, fija como lugar de su e­terno descanso, la capilla de la Inmaculada de la Parroquia de San Miguel lo que induce a pensar que fuera tal iglesia el lugar de su bautizo.

Tuvo Hernando otro hermano, mayor que él, Juan Méndez de Soto, y dos hermanas, Catalina y María de Soto.

Casó en Valladolid con una hija de Pedro Arias Dávila (Pedrarias) y de su mujer, doña Isabel de Bobadilla; también de nombre Isabel, y hermana de doña María, que había contraído matrimonio, por poderes, con su paisano Vasco Núñez de Balboa; esponsales que emparentaban a ambos Adelantados, creando un vínculo que paralelamente les ligaba aún más, no sólo por su cuna sino por su vocación aventurera, sus dotes de mando y caudillaje y la magnitud de sus gestas y bien ganados títulos. El emperador Carlos V compensó sus servicios con los de Gobernador de Cuba, Adelantado y Marqués de la Florida.

Como ya quedó apuntado, abocetamos ahora algunos datos sobre la vida de de Hernando y para ello consideramos oportuno transcribir los contenidos en mi libro «Jerez de los Caballeros» (Fher, Bilbao, 1874) a los cuales se agregarán algunas notas explicativas y de interés.

«Fue otro gran paladín de la conquista de la Tierra Firme americana; vio la luz en Jerez de los Caballeros en el año 1500, en el solar de los Mén­dez de Soto, familia de rancia estirpe castellana que se estableció en esta ciudad a mediados del siglo XV, y ofrece una amplia y abundante genea­logía en los archivos locales. Muy joven aún (17 años), cruzó el Atlántico en la expedición de Pedrarias hacia Daríen. Desde la región del istmo panameño pasó al Perú, llamado por Pizarro a quien acompañó en la conquista del imperio Inca, y fue el primer español que se entrevistó con el emperador Atahualpa.

Tuvo destacadísima actuación en los acontecimientos de Cajamarca, en cu­ya acción mandó parte de la caballería, donde no sólo confirmó su fama de diestrísimo jinete, sino que se destacó como excelente caudillo.

Fue contrario a la prisión y muerte del emperador inca, llevada a cabo durante su ausencia, cosa que recriminó con dureza a Pizarro, intervino en la conquista de Cuzco, en la que siempre ocupó la vanguardia, llegando a ser su Corregidor durante algún tiempo. Estas ocupaciones le proporcionaron píngües riquezas, volviendo a España en 1535.

Dos años más tarde casó en Segovia con doña Isabel de Bobadilla, hija de Pedrarias Dávila, hermana por tanto de doña María, que casó por poderes, con Vasco Núñez, por lo que emparentaban estos dos héroes que habían tenido la misma cuna y un mismo malogrado fin.

Su carácter audaz y de quiméricos ensueños se exaltaron con los rela­tos de Cabeza de Vaca sobre las fabulosas tierras de América del Norte y, deseando emular a Pizarro en su hazaña incaica, concibió la empresa de la Florida. Y el 20 de abril de 1537 pactó las capitulaciones con la Corona para la expedición que tomaría a sus expensas y en la que invirtió más de cien mil ducados, perdiendo la vida cuando sólo contaba 42 años (25 de mayo de 1542), en las riberas del Mississippi, cuyo lecho le sir­vió de sepultura, contrariando -caprichos del destino- su disposición testamentaria de ser enterrado juntamente con las cenizas de su madre, en la Capilla de la Concepción de la Parroquia de San Miguel de su ciudad natal.

Nombrado Adelantado, Gobernador de Cuba y Marqués de la Florida, con un territorio a conquistar de más de doscientas leguas de extensión, se dispuso a emprender el viaje, con siete navíos, tres bergantines y unos seiscientos hombres armados; saliendo de Sanlúcar de Barrameda el 6 de abril de 1538. Organizada en Cuba su hueste, donde quedó a doña Isabel como gobernadora, partió de la Habana el 18 de mayo de 1539, rumbo a la Florida y arribó a la bahía del Espíritu Santo el 25 del mismo mes y año.

La expedición de Soto, una de las más pertrechadas y mejor organizadas de las que partieron para América, había de ser, por espacio de tres a­ños,»una marcha desesperada tras áureos e imaginarios fantasmas, a tra­vés de paisajes desconocidos, sin objeto fijo, en lucha incesante con tribus invariablemente hostiles, sin conseguir las soñadas e inexistentes riquezas, errante por las llanuras del sur de los Estados Unidos, empre­sa inútil en sus objetivos, de gran interés geográfico y que puso de re­lieve el heroísmo, la audacia, la incansable e inflexible tenacidad de Soto y de sus hombres, su sufrimiento y resistencia ante el hambre, la miseria, la pelea continua, los obstáculos del suelo y clima, factores todos que la colocan entre las más desgraciadas, pero también la más sorprendente, en cuanto a valor y energía de la época de los descubrimientos”[1].

Es curioso el paralelismo existente entre las vidas de estos dos gran­des Adelantados que, nacidos en una misma cuna e impulsados por idénticos fines y empeños, dotados de extraordinarias dotes de mando, valor y heroísmo; ligados por un mismo vínculo familiar, tuvieran como remate común un final tan glorioso en dos gestas de tan imperecedera memoria que los confina en la cima más destacada de la epopeya española en América. Dos fi­guras gigantes que aún no están reivindicadas en sus justas dimensiones”.

 

 

ADENDA

 

Lástima que rectores de Jerez no supieran -o no quisieran- a­provechar la oportunidad que se les ofreció de tener para Jerez, una estatua ecuestre de este Adelantado (hoy en Badajoz) de cuyo original es autor mi ya desaparecido, predilecto amigo, don Enrique Pérez Comendador, que la realizó en Roma siendo a la sazón Director de la Academia Española ­de Bellas Artes en la Ciudad Eterna, por encargo de la asociación ameri­cana de «Los Caballeros de Bradenton» (que ya aceptan la naturaleza jerezana de Soto) en la Florida, y de cuyos bocetos en barro conservan, como reliquia, varias fotografías dedicadas por el eximio escultor extremeño.

Recuerdo con pena esta desdichada gestión, malograda por incomprensiones y absurdas posturas; proyecto en el que yo puse todo mi interés y entusiasmo y de lo que, como testimonio de excepción, conservo una entrañable y copiosa relación epistolar, como así mismo el regusto de varias de sus amables y amenas visitas, en una de las cuales nos hizo, en favor de Je­rez, el pertinente informe académico, preceptivo para su declaración de Conjunto Artístico Monumental.

Y remato este agregado con unas palabras suyas que me escribía desde Florida (19-III-72), cuando inauguraba la estatua erigida en Bradenton: “Vea, querido amigo –sobre el dorso de una postal- cómo honran aquí a Hernando de Soto y a España. Este y otros murales cuentan su historia en la Florida; la bandera española ondea en toda la ciudad. Es conmovedor la fidelidad y cariño de estas gentes para el legado hispánico. Mi estatua ha tenido un enorme éxito. Todos me lo manifiestan con palabras, abrazos, besos y aplausos en cada ceremonia, banquete o cocktails, que se suceden dos otre veces cada día durante 9. Es como un sueño ¿Cómo iba a pensar Hernan­do que aquí le iban a honrar mil veces más que en su Tierra?

Nos detendremos en Nueva York y hacia el 23, deteniéndonos también en Ma­drid y París, regresamos a Roma a primeros de Abril. -Y sigue al dorso de otra postal- Este es el Hernando de Soto de este año, Grandote, infantil y simpático, orgulloso de su papel por un año, habla español.

Esta conmemoración anual del desembarco de Hernando de Soto en estas tierras es una cosa importante, extraordinaria, que valdría la pena que en España, al menos en Extremadura, se conociera bien y se correspondiera y estimularé y aun se imitara. Afectuosos saludos. Un abrazo, E. P. Comendador».

 

No necesitan comentarios estas palabras, pero hay que añadir que no sólo en Florida honran así a nuestro Hernando, sino que para todos los norteamericanos forma parte de la historia de los Estados Unidos y lo tienen encumbrado a la categoría de sus héroes nacionales, y sus hazañas y muerte la han perpetuado, a través de los pinceles del italiano Constantino Brudidi, en el friso de la rotonda del Capitolio de Washington. (Debo a la cortesía de mi buen amigo, el arquitecto mexicano Ernesto Aguilar Coronado, amplia información sobre este tema y bastantes fotografías que me hiciera ex-profeso en el interior del Capitolio americano donde también, entre las de otros personajes del Descubrimiento -Isabel la Católica, Colón, etc.- se halla una escultura de Vasco Núñez de Balvoa).

 

 

APEPIDICE

 

En el cuerpo de este capítulo, más que en los hechos del biografiado, hemos puesto más énfasis en aportar todas las pruebas de rigor histórico necesaria para establecer, sin dudas de ningún género, la contundente verdad y certeza sobre el lugar de nacimiento de Hernando de Soto, y tratar de deshacer con ello un grave error que, arrancando de fuentes imprecisas, ha venido rodando para sembrar confusionismos, y polémicas sin ba­se de sustentación que hasta ahora nadie se había tomado la molestia de rebatir y detener con la fuerza de una aportación documental exhaustiva, cierta y de todo rigor.

Para mayor abundancia, y por considerarlo de peso -más aun porque de a­quí partió el error- sumamos con este apéndice el testimonio que nos o­frece la profesora Sylvia Lyn Hilton en su edición, introducción y notas a la obra “La Florida del Ynca», de Garcilaso de la Vega, (Edición facsí­mil de la aparecida en Lisboa en 1605, y publicada por Fundación Univer­sitaria Española. Madrid, 1982).

Entresacamos estas notas: «La Florida del Inca, ha sido y es una obra polémica entre historiadores, aunque siempre muy apreciada por haber sido escrita por el primer americano nativo que publicó obras sobre el descubrimiento y conquista de las Indias por los españoles, así como por su belleza literaria.

Sin embargo esa misma belleza literaria de «La Florida del Inca», habi­tualmente considerada como la más poética de las obras de Garcilaso, y caracterizada como una «Araucana en prosa», ha suscitado grandes dudas sobre su valor como fuente histórica fidedigna. Entre otros muchos críticos destaca por su eminencia Marcelino Menéndez Pelayo, quien sostuvo que Garcilaso era ante todo un escritor literario, cuyos relatos relejaba una credulidad que no hacía sino deformar los hechos reales.

También se señala la lejanía cronológica entre los hechos mismos (1539-­43) y la publicación de su «Historia» (1605); y se entresacan todos los errores que se puedan comprobar mediante otras fuentes documentales como, por ejemplo, el lugar natal de Soto, en la suposición de que, algunos errores comprobados invalidan toda la obra; se sugiere que los escritos de Carmona y Coles, los cuales no se conservan hoy, pudieran se invenciones de Garcilaso, de acuerdo con una conocida y bastante utilizada treta literaria; y, por último, se subraya la escasez o confusión de datos cronológicos y topográficos que permitan dar un veredicto definitivo sobre la exactitud del relato.

«Algunos críticos han intentado poner a salvo la sinceridad y rectitud de Garcilaso, dejándole en un simple crédulo, echando la responsabilidad por las exageraciones y errores de la «Historia» a la senilidad enferma  y romántica nostalgia de su principal fuente de información, Gonzalo de­ Silvestre.

Por otra parte, Silvestre le dio a Garcilaso los nombres de ciento veinte expedicionarios, comparado con sólo sesenta y nueve recordados. Con­juntamente por Rangel, el Hidalgo de Elvas y Hernández de Viedma, y de ellos muchos han sido comprobados como verídicos mediante otras fuentes fidedignas.

La buena fe de Garcilaso en la composición de «La Florida» viene apoyada también por su utilización de otras fuentes de información a su alcance.

En definitiva, estamos ante una bellísima obra, cuyo innegable valor literario viene realzado por la circunstancia de que es una versión esencialmente verídica de la grandiosa expedición al sureste de Norteamérica que fue capitaneada por Hernando de Soto, y por lo tanto es una de las fuentes principales para el conocimiento de esta historia, a pesar de sus inconvenientes de utilización”.

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[1] (R.E «Diccionario de Historia España», Revista de Occidente, Madrid, 1952).

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