María del Carmen Martín Rubio.
El emperador Carlos V y Francisco Pizarro fueron dos grandes caudillos del siglo XVI, un siglo en el que las naciones europeas buscaban su identidad mediante interminables luchas y en el que se comenzaba a colonizar el Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón apenas tres décadas antes, entonces llamado las Indias. Las crónicas coetáneas recogen que estos dos grandes caudillos se admiraron mutuamente en algunos momentos y que en otros se distanciaron. En las presentes páginas, junto con la descripción de algunos de sus más relevantes hechos, se trata de analizar si ese distanciamiento se produjo a nivel personal o sólo fue político.
Francisco Pizarro
Francisco Pizarro, con sólo diecisiete años, formó parte de los Tercios españoles que en 1495 luchaban en Italia a las órdenes del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. En 1502 se trasladó a las Indias y durante siete años trabajó en la isla Española, o Santo Domingo, como un soldado anónimo a las órdenes del gobernador Nicolás de Ovando. Al cabo de este tiempo, como la isla quedó pacificada, no tendría nada que hacer allí un hombre que durante toda su corta vida había sido militar, de ahí que el anónimo soldado decidiría enrolarse en la expedición que el navegante Alonso de Ojeda preparaba para explorar Veragua, territorio situado al este de la actual Colombia, donde había sido nombrado gobernador. Es muy conocido que Ojeda fue herido de gravedad por los aborígenes en el golfo de Urabá y que, no pudiendo curarse, hubo de regresar a Santo Domingo; mas no es tan conocido que antes de partir nombró a Pizarro jefe de la expedición con el grado de teniente y que, después de pasar muchas penalidades, los expedicionarios llegaron al golfo del Darién, donde el gobernador Enciso fundó la ciudad de Santa María del Darién[1].
El trujillano conoció allí al intrépido jerezano Vasco Núñez de Balboa y con él participó en el descubrimiento del Mar del Sur, luego llamado océano Pacífico, el 25 de septiembre de 1513 y, al recorrer parte de la costa norte del mar recién descubierto, oyó decir a los aborígenes que mucho más al sur había un reino muy rico. Francisco Pizarro no olvidó aquellas noticias y al corroborarlas en otras expediciones que, ya como capitán realizó por el Atlántico, sintió el anhelo de llegar al rico reino; sobre todo cuando años más tarde, viviendo en Panamá, tuvo acceso a un informe del inspector Pascual de Andagoya en el que el inspector verificaba que el rico reino existía y se llamaba Birú. Pero descubrir aquel reino no era fácil: los indios del Caribe eran muy belicosos, habían matado a muchos españoles en las exploraciones efectuadas hasta entonces, por aquellos parajes no había riqueza y se necesitaba un gran capital para preparar una expedición.
Por entonces Pizarro había llegado a ser alcalde de Panamá y compartía negocios de vacas y una encomienda con otro soldado llamado Diego de Almagro, que también soñaba con llegar al Birú, por tanto ambos disfrutaba de una buena posición social y de una economía holgada; pero con el dinero que generaban sus negocios no podían armar dos navíos y sufragar los gastos de la expedición. Tuvieron la suerte de que se interesara por el proyecto el clérigo Hernando de Luque, maestrescuela de la catedral de Santa María de la Antigua; un hombre culto que tenía muy buenas relaciones sociales, mediante las cuales consiguieron varios préstamos para iniciar la construcción de un navío. Seguidamente crearon entre los tres verbalmente la Compañía de Levante, con el fin de depositar en ella el dinero que obtuvieran y pagar las deudas contraídas. A Pizarro no le importó endeudarse, ni perder su cargo de alcalde; por el contrario, debió de sentirse muy feliz cuando, a sus cuarenta y seis años, el 24 de noviembre de 1524 iniciaba la navegación en busca del anhelado Birú[2]. .
El emperador Carlos V
Si la vida de Francisco Pizarro fue complicada hasta 1524, por aquellas fechas no era menos la del emperador Carlos V. El emperador había llegado a España en 1517 y durante los tres años siguientes recorrió las ciudades de Castilla, Aragón y Cataluña para ser jurado rey, como Carlos I. En 1520 tuvo que viajar a los Países Bajos con el fin de ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y sus súbditos, especialmente los castellanos y valencianos, quedaron sumidos en un profundo descontento: no habían comprendido bien los afanes del monarca extranjero por conseguir la corona imperial, ni habían aceptado los nuevos tributos que por tal motivo había impuesto y mucho menos que sólo tuviera diecisiete años de edad y que hubiera llegado de Flandes rodeado de nobles flamencos a los que, sin conocer las características y costumbres del pueblo español, había entregado los cargos principales del gobierno. Tampoco entendieron que mandara a Alemania a su hermano Fernando, a quien por haberse criado en Castilla consideraban el verdadero sucesor de Fernando el Católico, y que al marchar hubiera dejado el reino en manos de su preceptor Adriano de Utrech; tan gran descontento había provocado revueltas aún antes de que Carlos saliera de España y, estando ya en los Países Bajos, desembocó en los movimientos llamados de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en Valencia[3]. Además el joven monarca hubo de enfrentarse a otros graves problemas: convulsiones en Austria y el imparable avance de una nueva doctrina en Alemania, en contra de la religión católica, predicada por el fraile agustino Martín Lutero la cual, como paladín de la cristiandad desde que había sido elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, estaba obligado a frenar.
Carlos hizo frente a todos estos problemas desde Bruselas y aunque no le fue posible poner fin a la situación austriaca, ni pudo terminar con la doctrina de Lutero, en España consiguió vencer a los rebeldes estrechamente coordinado con el regente Adriano de Utrech, por lo que cuando volvió en 1522, convertido en emperador, dio un perdón general y, pese a que aún quedaban algunos rescoldos entre los agermanados valencianos y mallorquines, el reino quedó prácticamente pacificado. Sin embargo, el emperador no tuvo sosiego, ya que le asediaron nuevas guerras; la primera con Francia: el territorio navarro había sido invadido en 1521 por Francisco I y, aunque en 1522 en su mayor parte estaba recuperado, todavía permanecía en su poder la ciudad de Fuenterrabía. Carlos V, consiguió liberarla en 1524 tras una dura campaña en la que se halló presente, pero el monarca francés no conformándose con la pérdida de Navarra continuó su ofensiva bélica: ese mismo año derrotó en Marsella al ejército imperial y después dirigió sus tropas al norte de Italia con intención de apoderarse de aquellos estados y, además, a todas estas ofensivas bélicas, se unió la amenaza turca en el Mediterráneo y el descontento de los príncipes austriacos que no veían bien ser gobernados por su hermano Fernando[4].
Pero tan graves problemas no fueron óbice para que el emperador tuviera siempre muy presentes sus dominios indianos: ya en 1519 Fernando de Magallanes le propuso buscar un paso entre el océano Atlántico y el Mar del Sur descubierto seis años antes por Núñez de Balboa; Carlos aceptó su propuesta y puso a su disposición cinco naves que salieron del puerto de Sevilla el 20 de septiembre de ese mismo año y, aunque Magallanes murió durante aquella aventura, uno de sus compañeros, Juan Sebastián El Cano, tomó el mando de la expedición y consiguió regresar a San Lúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 con tres grandes noticias: en el istmo de Panamá habían encontrado el paso que unía el océano Atlántico con el Mar del Sur, desde entonces conocido por océano Pacífico, paso al que emperador dio orden de estudiar en febrero de 1524, habían descubierto un conjunto de islas de hermosas playas, después llamadas Filipinas, y habían comprobado la esfericidad de la tierra. Asimismo Hernán Cortés, que en 1504 había salido hacia el Nuevo Mundo, en 1519 comunicó al emperador que al norte de Santo Domingo y Cuba había conquistado una serie de tribus entre las que se encontraban los tlaxcaltecas y los poderosos nahuatls o mexicas, y que en aquellos grandes territorios había fundado un reino al que llamó Nueva España; ante tan gran noticia, Carlos premió su hazaña en 1522 nombrándole gobernador y capitán general. A su vez, en 1523 Pedro de Alvarado, que junto con Hernán Cortés había participado en la conquista de Nueva España, incursionó al mando de un pequeño ejército en los territorios mayas y el 25 de julio de 1524 fundó la ciudad de Santiago de los Caballeros en Guatemala.
Como se ha visto el 24 de noviembre de en ese mismo año, Francisco Pizarro comenzaba a navegar desde Panamá con el fin de explorar la costa sur del océano Pacífico. Carlos V que, según el historiador García Mercadal[5], se hallaba entonces en Madrid para curarse, con su buen clima, de fiebres palúdicas contraídas en Valladolid, no supo nada de la aventura que iniciaba el intrépido trujillano; tardaría cinco años en enterarse, debido a que la exploración fue muy difícil y requirió mucho tiempo.
En busca del Birú
El capitán Francisco Pizarro y ciento doce expedicionarios que le acompañaban habían salido eufóricos del puerto de Panamá; daban por hecho que muy pronto iban a llegar al fabuloso reino mencionado por el inspector Pascual de Andagoya mas, a los pocos días de haber iniciado la navegación, su euforia se convirtió en un total desanimo ya que, conforme avanzaron, sólo encontraron tierras desérticas, pantanosas, sin vegetación, agua y comida. A principios de 1525 habían muerto muchos expedicionarios de hambre y por picaduras de mosquitos; los que quedaban estaban enfermos y hambrientos ya que, según el cronista Cieza de León, casi no tenían agua y sólo podían comer dos mazorcas de maíz por día y su situación aún fue peor unos meses más tarde, porque ni siquiera tenían maíz: sólo se podían alimentar con algún marisco, que encontraban en las playas, y plantas que sabían a ajo[6]. En esas circunstancias, un día los famélicos expedicionarios divisaron a lo lejos un fortín en lo alto de un cerro y vieron que estaba vacío por lo que entraron en las casas, comieron cuanto pudieron y decidieron pasar allí la noche; no habían llegado a sospechar que los nativos estaban muy cerca y que les habían tendido una trampa. Se apercibieron de madrugada cuando, de repente, cayó sobre sus cuerpos, sin corazas, una lluvia de lanzas, flechas y piedras. Aunque se defendieron, murieron muchos y la mayoría de los que quedaron con vida tenían graves heridas. El mismo Pizarro recibió siete, al decir del cronista Francisco de Jerez, tan profundas que los nativos, pensando que había muerto, le dejaron tirado en el suelo; pero el trujillano no estaba muerto y cuando los sobrevivientes pudieron huir, le recogieron y llevaron al navío, donde poco a poco le fueron curando las heridas.[7]
Diego de Almagro, que unos meses después salió de Panamá llevando setenta hombres de repuesto y alimentos, también fue atacado en el mismo lugar; no murió en el feroz ataque, pero para el resto de su vida quedó tuerto y sin tres dedos en una de sus manos. Sin embargo, cuando al fin se reunió con su socio, ninguno de los dos quiso abandonar la exploración, como pedían todos los expedicionarios ya que, al no poder pagar las deudas contraídas, en Panamá les esperaba la cárcel; por el contrario decidieron que Pizarro continuara explorando y que Almagro regresara en busca de nuevos hombres y alimentos. De ahí que mientras Almagro conseguía los nuevos refuerzos, Pizarro navegó durante otro año, tiempo en el que volvieron a morir muchos hombres por hambre, dolencias o ataques de los aborígenes: de los ciento ochenta y dos que habían formado la expedición, sólo cincuenta se hallaban con vida y muchos de ellos padecían enfermedades.
Almagro regresó en mayo de 1526 con otros ciento diez expedicionarios, entre los que se hallaba un piloto llamado Bartolomé Ruiz, y en junio, un poco repuestos con los víveres que llevó, todos juntos continuaron explorando en sus dos buques. Los primeros días volvieron a encontrar parajes de selva intrincada y ciénagas, pero, al fin, el 24 de ese mes llegaron al río de San Juan, en la parte central de la actual costa colombiana; allí las tierras eran algo más fértiles, pero sus belicosos pobladores les infringían continuos ataques y después huían; sin embargo, después de recorrer sus márgenes, pudieron asentarse en un pequeño poblado. Como para entonces habían vuelto a morir muchos expedicionarios y otros estaban heridos o enfermos, los dos socios convinieron en que no podían seguir navegando con tan pocos hombres, que Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos, que Pizarro se quedara atendiendo a los heridos y enfermos y que mientras tanto el piloto Ruiz continuara explorando la costa hacia el sur.
Pizarro y el pequeño grupo de expedicionarios se quedaron esperando setenta días en el río de San Juan; fue una espera muy dura pues, además de recibir feroces ataques de los nativos, las incesantes lluvias mojaban sus ropas y las cabañas donde se guarecían para evitar las grandes plagas de mosquitos que martirizaban sus cuerpos. Casi todos estaban enfermos y cansados, menos Pizarro que parecía de hierro y ayudaba a sus compañeros en cuanto podía.
Un día, cuando la desesperación del pequeño grupo era máxima, vieron que se acercaba un navío: era el del piloto Bartolomé Ruiz Estrada que volvía después de haber recorrido ciento cincuenta leguas. El piloto contó que durante el trayecto había visto muchos pueblos rodeados de tierras de cultivo y traía tres muchachos que había encontrado en una balsa de velas, la cual llevaba ricos objetos de oro, plata, tejidos y ovillos de lana para comerciar con aquellos pueblos. Los muchachos decían ser originarios de una gran ciudad llamada Túmbez y, por señas, hablaban de un lugar muy rico que se llamaba Q`osqo. Como es de suponer, ante la vista de los tumbecinos y de los ricos objetos que transportaban, a Pizarro no le cupo le menor duda de que habían encontrado su soñado Birú[8].
En febrero de 1527 nuevamente regresó Almagro con otros cuarenta hombres. No había podido reclutar más porque le Empresa de Levante, el nombre que tenía la expedición, estaba muy desprestigiada por tantas muertes como habían sucedido. Encontró que Pizarro y sus compañeros sólo tenían huesos pegados a la piel, que estaban amarillos, seguramente por tantas picaduras de mosquitos, y que todos querían regresar a Panamá: sin embargo, como él y su socio determinaron que debían seguir hacia adelante pues ya tenían muestras de la existencia del Birú, volvieron a navegar. Pasaron por varias islas sin detenerse por ser de tierra muy caliente y hallarse deshabitadas; al fin llegaron a una gran ciudad llamada Atacamez, en el actual Ecuador, y al ver que era muy grande y sus habitantes muy belicosos, decidieron que Almagro volviera a Panamá en busca de refuerzos y que Pizarro, con el pequeño grupo de exploradores que sobrevivía, ya que en el derrotero que acababan de efectuar habían muerto otros muchos, se quedara esperando en alguna de las islas que habían encontrado y eligieron una a la que por su forma llamaron del Gallo. En ella sucedió el famoso motín en el que todos los expedicionarios, excepto trece, abandonaron a Pizarro y regresaron a Panamá.
Los trece hombres, luego conocidos por “Los trece de la fama”, y el capitán Pizarro pasaron milagrosamente seis meses más en otra isla a la que llamaron Gorgona, ya que sólo podían alimentarse con cangrejos, monos, gatitos y carne de grandes culebras: el cronista Garcilaso de la Vega Inca dice que sobrevivieron milagrosamente y que se podía decir que Dios los sustentó[9]. Al cabo de ese tiempo Almagro, que había conseguido una nueva licencia del gobernador de Panamá para seis meses, envió al piloto Ruiz y a cuatro o cinco marineros con uno de los dos navíos de la Compañía de Levante y, aunque eran muy pocos hombres, Pizarro no dudó en continuar navegando con ellos. Pronto llegaron a la ciudad de Túmbez, donde fueron recibidos pacíficamente por sus habitantes; desde allí continuaron explorando por el litoral del sur y hallaron poderosas y ricas ciudades; al llegar a una llamada Santa, pensaron que se necesitaba mucha gente para poblar aquellos inmensos territorios y que debían de regresar a Panamá para reclutar a otros expedicionarios.
En septiembre de 1528, ante el asombro de los vecinos, el trujillano desembarcaba en la ciudad, cuatro años después de haber salido de ella, acompañado por los tres muchachos tumbecinos y de unas ovejas muy diferentes a las castellanas: las llamas y su asombro se convirtió en euforia cuando él y sus trece acompañantes contaron que habían descubierto ciudades de piedra, con torres cuadradas y gentes ataviadas con ropa de algodón adornada de oro y plata. Los tres socios, Almagro, Luque y Pizarro, se reunieron para acordar cómo debían de continuar el descubrimiento y poblar los territorios hallados, ya que al ser de tan gran magnitud iban a necesitar muchos hombres, navíos, caballos y víveres y al no contar con el capital necesario, ya que en la exploración realizada habían consumido todo el que tenía la Compañía de Levante e incluso más dinero prestado por algunos vecinos, decidieron hablar con el gobernador Pedro de los Ríos; pero éste, pese a que vio a los muchachos tumbecinos, las llamas y el oro y plata hallados, no quiso ayudarles. Ante su respuesta negativa, los tres socios convinieron en que alguien tenía que ir a España para que Carlos V conociera el descubrimiento y avalara la empresa y, tras acordar pedir el título de gobernador para Pizarro, el de adelantado para Almagro y el de obispo para Luque, encomendaron la misión al trujillano.
El encuentro entre Francisco Pizarro y Carlos V
El capitán Francisco Pizarro llegó a Sevilla en enero de 1529 y rápidamente fue apresado a causa de una demanda de deudas, de cuando había trabajado en Santa María de la Antigua del Darién con Vasco Núñez de Balboa, presentada por el bachiller Fernández de Enciso. Carlos V, al serle notificado el encarcelamiento, mandó ponerle en libertad y ordenó que se le facilitara viajar a Toledo, donde se hallaba desde el 16 de agosto de 1528 junto a la emperatriz Isabel y sus dos pequeños hijos Felipe y María; deseaba conocer personalmente el descubrimiento que su vasallo había realizado, del que ya había sido informado por el Consejo de Indias, y también el proyecto que tenía para colonizar aquellos territorios.
Pizarro inició el viaje el 6 de febrero acompañado por Pedro de Candia, uno de los Trece de la Fama, de los tres muchachos tumbecinos, con algunas llamas, telas y objetos de oro y plata. Sobre un mes después llegaron a la ciudad y según el contador López de Caravantes, el emperador les recibió enseguida. Es de suponer que ambos sentirían una gran curiosidad: el trujillano por conocer al monarca que dominaba casi toda Europa y el Nuevo Mundo y el emperador por ver a quien, según se decía, había realizado tan grandes hazañas. Por su parte, el César encontraría a un hombre mayor: Pizarro tenía entonces cincuenta y un años, lleno de cicatrices a consecuencia de tantas heridas como había recibido, pero de mirada penetrante e intrépida. A su vez Francisco Pizarro vería a un monarca de aspecto más maduro del que correspondía a sus veintinueve años; observaría que llevaba el cabello corto debido a los muchos dolores de cabeza que padecía, cuando la moda de entonces era llevarlo largo y, a pesar de que era feliz en su matrimonio y con sus dos hijos Felipe y María, en su rostro advertiría una sombra de amargura provocada por los ataques de gota que ya empezaba a sufrir y también por los muchos problemas que continuamente le acosaban.
Carlos V: el líder de Europa
En tal sentido recuérdese que Francisco I en 1525 intentó apoderarse de Nápoles, pero que había sido derrotado en la batalla de Pavía y hecho prisionero en Madrid, donde en 1526 consiguió su liberación tras la firma del Tratado de Madrid, en el cual se comprometía a entregar Borgoña al emperador y renunciaba a ocupar el Milanesado, a invadir, Flandes, Italia y Navarra. Pero muy poco después no cumplió el tratado y unido en la liga de Cognac a Enrique VIII de Inglaterra, al papa Clemente VII y a las repúblicas de Venecia, Milán y Florencia, declaró la guerra a Carlos V en forma de desafío personal. Consecuentemente, las tropas de la Liga entraron en Lodi, Lombardía, pero en julio de 1526 el ejército del emperador también llegó a Lombardía y venció al duque de Milán, quedando derrotados los franceses en el norte de Italia pero, como no hubo dinero para pagar a los soldados, éstos obligaron a su jefe, el duque de Borbón, a ir sobre Roma. Consecuentemente la saquearon a primeros de junio de 1527 y el papa Clemente VII tuvo que huir al castillo de Sant Angelo, donde permaneció prisionero durante seis meses. Aunque el emperador no había ordenado aquellos hechos, le acarrearon tan fuertes críticas en toda la cristiandad que le dejaron un tanto amargado por el daño causado a la sede del cristianismo y porque, además veía alejarse su sueño de ser coronado por el papa, al igual que Carlomagno. En los Países Bajos también tenía problemas: el 29 de agosto de 1526 Solimán el Magnífico había vencido a su cuñado Luis de Hungría en la batalla de Moacs y se había apoderado de gran parte de aquel reino. Por otro lado, Martín Lutero continuaba imponiendo su nueva doctrina y los turcos amenazaban con invadir ciudades en el Mediterráneo. Por si fuera poco, en 1527 un ejército francés sitió Nápoles, pero tuvo que retirarse por las enfermedades que contrajeron los soldados y el papa, que seguía ligado con Francisco I, hizo todo lo que pudo para resistir a Carlos, mas viendo su gran fuerza, en julio de 1528 abandonó a los franceses y le entregó Génova. Pero todos estos problemas no impedirían que, en la entrevista de Toledo[10]., el emperador viera en Francisco Pizarro al caudillo que había hecho grandes proezas: “… sin vestido, ni calzado, los pies corriendo sangre, nunca viendo el sol sino lluvias truenos y relámpagos, muertos de hambres, por manglares y pantanos, sujetos a la persecución de los mosquitos, que sin tener con qué defender las carnes, nos martirizaban, expuestos a las flechas emponzoñadas de los indios tres años por serviros, Majestad, por engrandecer vuestra corona por honra de nuestra nación”[11]. El encuentro debió de ser muy cordial: el emperador agradeció a su vasallo el servicio que había hecho, se maravilló ante la presencia de los muchachos tumbecinos y al ver sus raros objetos; sobre todo, le fascinó la descripción que Candia hizo de Túmbez; por todo ello, expresó su pesar ante el desinterés del gobernador Pedro de los Ríos, acogió muy bien que aquellas tierras pasaran a formar parte de su Corona, al igual que las de Nueva España, y prometió a Pizarro todo su apoyo y ayuda. Posiblemente[12]sería entonces cuando el trujillano pidió los cargos de gobernador, adelantado y obispo para él y sus dos socios.
A partir de ese momento, el emperador no volvió a ver a Pizarro ya que necesitaba preparase para ir urgentemente a Italia porque, aunque sus tropas habían obtenido algunos triunfos, temía perder aquellos territorios; de ahí que el 8 de mayo saliese de Toledo. Antes encargó al conde de Osorno, presidente del Consejo de Indias, que oficialmente realizara las gestiones con las que la Corona avalaría y daría luz verde a la Empresa de Levante y el día 24, desde Barcelona, aprobó todas las propuestas pedidas por Pizarro, incluso los cargos para los tres socios, y además ordenó concederle el hábito de la Orden de Santiago, lo que demuestra que el trujillano le había causado una gran impresión.
Las capitulaciones de Toledo
Sin embargo, como el Consejo de Indias tardó cuatro meses en realizar los trámites pertinentes, hasta el 26 de julio Pizarro no obtuvo autorización para continuar explorando y poblando los lejanos territorios que había descubierto. Por fin, ese día la emperatriz Isabel firmó las llamadas capitulaciones de Toledo; en ellas se le nombraba gobernador, adelantado y capitán general, a Diego de Almagro hidalgo y alcalde de la fortaleza de Túmbez, a Hernando de Luque obispo de la misma ciudad y a los Trece de la fama, se les daba el título de hidalgos. El Consejo de Indias estimando que no era conveniente nombrar gobernador y adelantado a dos personas distintas en una misma gobernación, acumuló los cargos en el trujillano, pero asimismo le señaló muchas obligaciones: debía contar con los navíos, aparejos, mantenimientos y otras cosas que fueren menester para el el viaje y población, más doscientos cincuenta hombres y todo ello debía de prepararlo antes de seis meses[13]. Seguramente que esta última condición sería el motivo por el que permaneció en Toledo otros tres meses reclutando gente y que sólo al cabo de ese tiempo pudiera ir a Trujillo, su tierra natal. Allí fue recibido como un gran héroe y se le unieron sus tres hermanos: Hernando, Juan, Gonzalo y algunos vecinos, pero como ni aún con ellos alcanzó el número de hombres asignado en las Capitulaciones, tuvo que permanecer otra larga temporada en Sevilla para reclutar más gente y como tampoco lo consiguió, en enero de 1530, desde la isla Gomera, inició furtivamente la navegación hacia Panamá.
El emperador en Italia y Alemania
Por su parte, Carlos V se hallaba un poco más tranquilo desde que salió de Toledo pues, a la pacífica actitud de Clemente VII, el 15 de junio de 1529 se unió la firma de un armisticio con Enrique VIII y el 29 del mismo mes consiguió otro por el que el papa le permitía ir a Roma para ser coronado. Aún continuaba la guerra con Francisco I en suelo italiano, pero como nuevamente había sido vencido por sus tropas, mientras que en Barcelona preparaba la flota que debía llevarle a Italia, encomendó a su tía Margarita de Austria que negociara la paz con Luisa de Saboya, la madre del monarca francés. Una vez dispuesta la flota puso rumbo a Génova, donde entró el 12 de agosto; para entonces su tía Margarita y Luisa de Saboya habían firmado la Paz de Cambray, o Paz de las Damas, por tanto, ya tenía cercana la ansiada coronación papal que refrendaría la de Aquisgrán de 1520. Pero de repente se vio amenazada con otros gravísimos problemas: Solimán el Magnífico había lanzado una gran ofensiva contra Viena y su hermano Fernando le pedía que fuera a defenderla; además Barbarroja había atacado Argel, amenazaba las plazas norteafricanas y las mismas costas españolas. Felizmente, ni Viena ni las costas españolas fueron atacadas y el 5 de noviembre Carlos pudo entrar en Bolonia donde le esperaba Clemente VII mas, como antes tuvo que conquistar y entregarle Florencia, firmar un acuerdo con Venecia y reponer en Milán a la familia Sforza, hasta el 22 de febrero de 1530 no fue cornado emperador.
A partir de ese momento Italia estaba pacificada, pero en Alemania problemas muy graves pedían su presencia: Viena continuaba en peligro de caer en poder de Solimán el Magnífico, y además había que impedir el avance de la doctrina de Martín Lutero e imponer la unidad cristiana. Por ello el 21 de marzo salió de Bolonia; dos meses después llegó a Augsburgo y tras escuchar la Confesión de los luteranos, en la que volvieron a afianzar su doctrina, el emperador convocó una Dieta e impuso un Interim conciliador, que tampoco fue aceptado. Un tanto decepcionado, se desplazó a Bruselas desde donde, junto con su hermana María, reorganizó el gobierno de los Países Bajos y en enero de 1532 volvió a Alemania porque los turcos nuevamente amenazaban a Viena con doscientos cincuenta mil combatientes. Aunque hasta entonces el ejército imperial no había dejado de luchar en todos los frentes abiertos, Carlos V se había dedicado a hacer una política de pactos con todos sus vecinos; sin embargo desde ese momento decidió entrar personalmente en los combates y, como dice Manuel Fernández Álvarez, fue entonces cuando “el estadista de Europa, daba paso al soldado” [14]
En efecto, a partir de 1532 el emperador acompañó a sus tropas en los campos de batalla, a pesar de que tuvo un mal comienzo porque de camino a Viena sufrió una caída del caballo que le produjo heridas en las piernas y una fuerte erisipela que le ocasionó grandes dolores y le mantuvo enfermo varios meses. Seguramente que durante aquellos días se daría cuenta de lo dura que era la vida del soldado y tal vez recordó las penalidades que había sufrido Francisco Pizarro en su recorrido por el Océano Pacífico. Pero todo ello no impidió que, una vez restablecido, mientras Andrea Doria atacaba a los turcos en el Mediterráneo, el 23 de septiembre de 1532 entrase en Viena capitaneando un gran ejército compuesto por unos cien mil infantes y veinte mil caballos, ante el que Solimán se retiró antes de atacar a la ciudad. Sin entrar en combate, el emperador había vencido a las tropas turcas.
Pero, aunque se vio inmerso en tan graves problemas, Carlos nunca se olvidó de sus dominios indianos, como lo demuestra el hecho de que desde Bruselas mantuviera comunicación con el Consejo de Indias en septiembre de 1531 y desde Ratisbona el 25 de junio de 1532 sobre asuntos concernientes a la colonización y evangelización de aquellos territorios y sobre problemas suscitados en Nueva España con el nombramiento de capitán general hecho al marqués del Valle, Hernán Cortés[15]. Sin embrago, en estas comunicaciones no se dice nada de Francisco Pizarro ¿qué había sucedido con el trujillano durante ese tiempo?
Francisco Pizarro en el Tahuantinsuyo.
El gobernador y capitán general de la Nueva Castilla había conseguido armar tres buques y en uno de ellos salió de Panamá el 1 de enero de 1531 hacia el sur de Océano Pacífico; su impaciencia por volver a explorar aquella costa no le permitió esperar a que se terminaran los preparativos en los otros dos buques. Muy pronto recaló en la isla de las Perlas donde, algunos días más tarde se le unieron sus compañeros y juntos navegaron hacia la ciudad de Túmbez. Durante la navegación encontraron pueblos en los que les hacía frente gente armada, pero un día llegaron a un pueblo llamado Coaque, actual Guaques en Ecuador, en el que sus habitantes no opusieron resistencia; como no tenían alimentos y había abundante comida, decidieron quedarse una temporada en él para reponer fuerzas. Los aborígenes no debieron de aceptar que se quedaran y se rebelaron mas, después de ser vencidos, el cacique les entregó quince mil pesos en oro, plata y esmeraldas, por lo que acordaron que Almagro y dos buques regresaran en busca de refuerzos a Panamá, llevando parte de aquel tesoro y que Pizarro esperara allí su vuelta con los demás expedicionarios. Consecuentemente esperaron durante cinco meses y en ese tiempo murieron sesenta hombres debido a las enfermedades que contraían por el insano clima de aquel lugar, las cuales en venticuatro horas les hacían perder la vida, y sobre todo por una epidemia de verrugas, tan grandes como huevos, que invadían sus cuerpos.
Durante ese tiempo llegó un pequeño navío con treinta hombres al mando del extremeño Sebastián de Benalcázar quien, al ver a tantos enfermos, debió de convencer a Pizarro para que abandonaran Coaque y continuaran navegando juntos. En septiembre iniciaron la navegación hacia la ciudad de Túmbez con la doliente tropa y, cuando después de pasar otras muchas penalidades la encontraron en mayo de 1532, hallaron que la ciudad había sido casi destruida por una etnia enemiga y que sus antiguos amigos ahora eran enemigos. En aquel trayecto Pizarro fundó en la zona de Piura una ciudad a la que llamó San Miguel y también en ese trayecto se les unió el capitán Hernando de Soto quien, con doscientos hombres, llegaba de Nicaragua; la presencia de aquel grupo constituyó un gran refuerzo, dado que quedaban pocos expedicionarios por las muchas muertes acaecidas. Al fin, después de pasar nuevas peligrosas jornadas, el 15 de noviembre de 1532, los ciento sesenta y ocho hombres, que se hallaban vivos, llegaron a Cajamarca, ciudad donde tras haber realizado algunos contactos, se iban a encontrar con Atahualpa, el monarca que en aquellos momentos regía el gran estado inca llamado Tahuantinsuyo. Es bien sabido que el encuentro se produjo al día siguiente y que el Inca fue vencido y capturado; que durante siete meses estuvo encarcelado y que el 25 de julio de 1533 fue juzgado y ejecutado.
Como, durante el tiempo en que Atahualpa estuvo prisionero, entregó un gran tesoro de oro y plata, el 8 de junio de 1533, Juan de Sámano, el secretario de Pizarro, escribió una carta a Calos V en la que le anunciaba que Hernando Pizarro, hermano del gobernador, estaba a punto de viajar a España para llevarle la parte que le correspondía del tesoro por sus reales quintos: doscientos sesenta y cuatro mil ochocientos cincuenta y nueve pesos y, en efecto, el 14 de enero de 1534, cuando el emperador se hallaba en Zaragoza, el tesoro llegaba a Sevilla. Mientras Hernando estaba en España, Pizarro siguió explorando el territorio andino y fundando ciudades: el 11 de agosto de 1533 salió de Cajamarca y el 11 de octubre llegó al valle de los huancas, donde fundó la ciudad de Jauja; el 14 de noviembre entró en Qosqo[16], Cusco, la capital del estado inca y el 24 de marzo de 1534 la refundó en ciudad española; después, tras volver a la costa, el 18 de enero de 1535 fundó la Ciudad de los Reyes o Lima, y el 5 de de marzo de 1535 Trujillo de la Nueva Castilla.
Recompensas de Carlos V
El emperador debió de quedar muy satisfecho con el tesoro recibido, porque en marzo de 1534 otorgó una real cédula a Pizarro por la que ampliaba su gobernación Nueva Castilla, con setenta leguas, y en 1537, tras regresar a España convertido en un auténtico soldado triunfador: había vencido en Túnez a Barbarroja, el general de la flota de Solimán el Magnífico, y a Francisco I en Provenza, debió de valorar muy positivamente que el trujillano hubiera liberado Cusco y Lima de las tropas de Manco Inca, ciudades que el monarca andino mantuvo sitiadas entre 1536 y 1537, y también debió de valorar muy positivamente la labor fundacional que estaba realizando, como se le había encomendado en las Capitulaciones de Toledo, porque el 10 de octubre de ese año, estando en Valladolid junto con su esposa Isabel y sus dos pequeños hijos Felipe y María, le recompensó con el título de marqués, título que aunque carecía de nombre por no conocerse el repartimiento al que se debía anexionar, se acompañaba de dieciséis mil vasallos.
Las dificultades del marqués
Sin embargo, por entones, el marqués tenía un panorama muy difícil; el dinero obtenido con los tesoros de Cajamarca y Cusco lo había gastado en la preparación de nuevas expediciones: además de San Miguel, Jauja, Cusco y Lima en 1536 había fundado San Juan de los Chachapoyas; sabía que debía de seguir explorando por el sur, pero no disponía de capital y la Compañía de Levante que, como se ha visto era propiedad suya y de Diego de Almagro, desde finales de 1535 también carecía de recursos económicos, ya que además de los gastos acarreados por las expediciones, el 1 de enero de 1535, estando en Pachacamac, habían tenido que entregar cien mil pesos al gobernador de Guatemala, Pedro de Alvarado, para que le vendiera su ejército y abandonara los territorios que había ocupado en la serranía de Quito aduciendo que no pertenecían a la Nueva Castilla y a tan difícil situación se unía el descontento que tenía la tropa, ya que la mayoría de aquellos hombres que habían ido al Nuevo Mundo en busca de una mejor vida, se hallaban pobres y únicamente les mantenía la esperanza de encontrar metales preciosos en otros lugares. Por todo ello, Pizarro necesitaba que el emperador siguiera valorando su empresa, de ahí que en diciembre de 1537 mandase de nuevo a su hermano Hernando, que había regresado de España, con otra remesa de metales preciosos correspondientes a los quintos reales de los tesoros hallados en Cusco y en su comarca; mas cuando ya estaba en camino, le hizo volver porque en aquellos momentos la tierra estaba muy alterada y necesitaba tenerle a su lado hasta que estuviera pacificada aunque, según el contador de la Real Hacienda, López de Caravantes[17] no dejó de mandar con otras personas, a buen recaudo, setecientos cincuenta y siete mil ciento cuarenta y cinco ducados.
Guerra con Almagro
Por su parte, Diego de Almagro intentando que los hombres que le seguían consiguieran alguna riqueza, después de reunirse con Pizarro en Cajamarca, organizó una expedición a Chile, pero fue un fracaso total ya que al encontrar solamente tierras estériles, los expedicionarios, entre los que se hallaban integrados los soldados de Pedro de Alvarado, regresaron todavía más empobrecidos por las deudas que habían contraído para participar en la expedición. Ante la dramática situación, sus capitanes optaron por apoderarse de Cusco el 8 de abril de 1537, alegando que la ciudad estaba dentro de la Nueva Toledo, la gobernación que Carlos V había adjudicado a su jefe, y según los cronistas quitaron sus casas y tierras a los vecinos, encarcelaron a las autoridades junto con los hermanos del gobernador: Hernando y Gonzalo y mataron a cuantos se les opusieron.
Pizarro no podía consentir que le arrebataran la gran ciudad del Cusco, porque estaba convencido de que se hallaba dentro de su gobernación, pero como sus límites eran imprecisos encargó determinarlos a varias autoridades e incluso se entrevistó con su socio en dos pueblos de la costa mas, Almagro y sus capitanes, que también querían apoderarse de la Ciudad de los Reyes, no llegaron a ningún acuerdo, por el contrario, se retiraron a Cusco y declararon la guerra. Ante ello, Pizarro preparó un ejército, que puso a las órdenes de su hermano Hernando, a quien había conseguido liberar en una de las entrevistas mantenidas en la costa; éste derrotó a Diego de Almagro el 26 de abril de 1538 en la batalla de las Salinas y le hizo prisionero. Seguidamente, tras ser acusado en un juicio de varios delitos, Hernando ordenó su ejecución el 8 de julio.
La actividad del emperador
Francisco Pizarro había hecho partícipe a Carlos V de aquellos hechos en varias cartas, pero el emperador nunca contestó, ni tampoco contestó para agradecer la gran suma de dinero que le había enviado en 1537. Es verdad que durante ese año estuvo muy ocupado en preparar la paz con Francia y que en 1538 también tuvo mucha actividad, ya que junto a su hermano Fernando, rey de Hungría y Bohemia, programó con Roma y Venecia una nueva cruzada contra los turcos, llamada Liga Santa, para rescatar Constantinopla, por lo que en junio hubo de viajar a Francia para entrevistarse en las cercanías de Niza con Paulo III y en las deltas del Ródano con Francisco I, lugar donde ambos monarcas acordaron una tregua de paz por diez años[18].
Repercusión de la ejecución de Almagro en España
Es de suponer que estos problemas no habrían impedido que el emperador se enterarse de la ejecución de Diego de Almagro a finales de 1538, ya que se hallaba en España cuando el capitán Diego de Alvarado llegó y denunció irregularidades cometidas por Hernando Pizarro en el juicio y en la ejecución de su jefe y también que Francisco Pizarro se había negado a entregarle la gobernación de Nueva Toledo a su pupilo Diego de Almagro el joven, a quien él representaba por ser aquel menor de edad. Seguramente que Carlos no aprobó la ejecución y tal vez temió que en Perú se complicara la situación como había sucedido en Nueva España, por ello, a partir de entonces, debió de cortar todas las comunicaciones con Pizarro y comenzó a preparar la ida de un inspector real para que aclarara lo sucedido.
Pizarro, que por entones ignoraba la repercusión que en la Península estaban teniendo aquellas denuncias, el 27 de febrero de 1539 escribía al emperador diciendo que hacía más de un año que le había concedido el título de marqués, pero que en todo ese tiempo no había sido anexionado a ningún territorio por lo que proponía anexionarlo a la región de los Atavillos y en la misma carta le decía que el territorio conquistado era muy grande y le suplicaba que lo dividiera en dos gobernaciones: que la suya se extendiera desde Túmbez hasta Charcas, incluyendo Arequipa, donde él tenía sus “granjerías” y repartimientos, y la otra, correspondiente a la provincia de Quito, que se la diera a uno de sus hermanos: Hernando o Gonzalo, por los muchos servicios realizados en el descubrimiento, colonización y conservación de aquellos territorios para su cesárea majestad. Y tal vez, para contrarrestar las denuncias formuladas en la corte por Alvarado y otros capitanes almagristas, al día siguiente, o sea el 28 del mismo mes, envió a la emperatriz Isabel seis esmeraldas desde Cusco y a mediados de aquel año también mandó con su hermano Hernando un abundante “donativo gracioso”, reunido entre los conquistadores para cumplir con una petición hecha por los oficiales reales en nombre del emperador. Pero, como a pesar de todo ello no llegaba ninguna respuesta sobre su marquesado, ni tampoco aprobación de la creación y adjudicación de las dos gobernaciones, Pizarro volvió a escribir a Carlos V quejándose del agravio que estaba cometiendo con él, pues había descubierto, conquistado y pacificado muy grandes territorios a su costa y los había puesto bajo su Corona. Sin embargo, pasó el tiempo y tampoco recibió ninguna contestación; fue a principios de junio de 1540 cuando le llegó información sobre las nuevas gobernaciones establecidas y con gran asombro comprobó que la suya no estaba en la zona de Charcas y Arequipa. Como no lo podía creer, a los siguientes seis días volvió a escribir al emperador y entre otras quejas le dijo: “…e a mí me abate y pone en el hospital cargado de deudas por sostener la tierra…”[19] pero tampoco esa vez obtuvo contestación a su carta.
Carlos V otra vez en guerra
Es muy posible que el emperador no llegase a tener noticias de aquellas cartas porque en 1539 Gante se había alzado en contra del gobierno de su hermana María de Hungría, debido a los muchos impuestos que había soportado en 1537 por la guerra con Francia y, al no poder admitir que se le rebelase la ciudad que le había visto nacer, resolvió castigarla personalmente; de ahí que en el otoño de 1539 iniciara el viaje hacia los Países Bajos. La paz con Francisco I le permitió atravesar Burdeos, Poitiers y Orleans y que el 19 de diciembre se dirigiese a París acompañado por el monarca francés, donde durante bastantes días fue obsequiado con cacerías, torneos, banquetes y bailes. Después, en enero de 1540 entró en los Países Bajos y para festejarlo también se le hicieron innumerables festejos, mas ello no impidió que, al mando de cinco mil mercenarios alemanes, llegase a Gante el 14 de febrero. Ya en la ciudad ordenó que los tribunales de justicia investigaran los hechos acaecidos e hizo ejecutar a los que habían participado en el motín; seguidamente la privó de libertades y privilegios, arrasó una de sus emblemáticas zonas y sobre sus ruinas mandó erigir un castillo para sujetarla. Una vez castigada Gante, el emperador se dirigió a Alemania con objeto de dar solución al problema religioso creado por los protestantes y con tal fin, a principios de abril de 1541 estableció conversaciones durante dos meses con sus representantes en Hagenau, Worms y Ratisbona pero, como no logró obtener ningún acuerdo, llegó a la conclusión de que los problemas religiosos debía tratarlos con la violencia y que tenía que empezar por dominar a los turcos. Consecuentemente, el 15 de octubre llegó a Palma de Mallorca y cinco días después estaba en África con el propósito de tomar Argel; sin embargo, aunque la sitió y sus tropas vencieron en algunas escaramuzas, no pudo apoderarse de la ciudad, porque una enorme tormenta destrozó su escuadra y no tuvo más opción que levantar el asedio y regresar a España. El 26 de noviembre de 1541 estaba en Palma de Mallorca y tras algunos días de camino llegó a Ocaña, donde estaban sus hijos, Felipe, María y Juana; su esposa, la emperatriz Isabel había fallecido el 1 de mayo de 1539[20].
Los días más amargos de Francisco Pizarro
Mientras el emperador protagonizaba estos hechos, Francisco Pizarro había continuado su labor descubridora y colonizadora por el sur del continente sudamericano, durante dieciséis meses más, fundando las ciudades de San Juan de la Frontera, La Plata y Arequipa. De regreso a Los Reyes, además de comprobar que Carlos V continuaba sin responder a sus cartas, fue informado de que había sido enviado un juez para que inspeccionara la situación existente en Perú y de que ya se hallaba en la isla Española. En efecto, el Consejo de Indias había enviado al licenciado Cristóbal Vaca de Castro con el fin de que pusiera orden en los lejanos territorios. Esas noticias causaron gran intranquilidad a Pizarro: sabía que su hermano Hernando, a consecuencia de las denuncias realizadas por los capitanes de Diego de Almagro, había sido desterrado a África y que en esos momentos le habían conmutado la pena y se hallaba preso en Madrid; tal situación, más las quejas que cuando llegase a la Ciudad de los Reyes le darían los partidarios de Almagro el Joven, le inquietaban; por ello el 15 de junio de 1541 escribió otra vez a Carlos V reiterando la necesidad de establecer las dos gobernaciones, como había expuesto en sus anteriores cartas, para el mejor gobierno de la tierra y para que Vaca de Castro las encontrara establecidas. Esta vez, su tono era exigente:”…yo he descubierto e pacificado e sustentado e pagado e gastado en ello toda mi hacienda e como a primer descubridor e poblador e sustentador Vuestra Majestad como señor agradecido tiene obligación a darme el galardón que se me debe…”[21]; pero tampoco obtuvo respuesta a esa carta y el juez no llegaba.
Vaca de Castro había salido de San Lúcar de Barrameda el 5 de noviembre de 1540, pero no pudo desembarcar en la Española hasta el 30 de diciembre debido a una gran tormenta y desde allí había pasado a Nombre de Dios y a Panamá, ciudades donde llevaba órdenes de crear audiencias. Terminada esta labor, en marzo de 1541embarcó hacia Perú mas, como también un fuerte temporal le impidió seguir navegando, hubo de proseguir el viaje por tierra desde Buenaventura y antes de llegar a Perú, en Popayán, fue informado de que el 26 de junio de aquel año de 1541, Francisco Pizarro había sido asesinado por los seguidores de Diego de Almagro “el Joven”.
Es de suponer que el licenciado notificaría la muerte del gobernador al Consejo de Indias lo antes que pudo pero que, como entonces las comunicaciones eran muy difíciles, quizás hasta dos o tres meses después, la noticia no se sabría en España y que seguramente Carlos V no la conocería hasta diciembre, cuando después de sufrir la derrota de Argel, llegó a Castilla. No se sabe qué sintió en aquel momento en que se hallaba deprimido: tal vez evocó la entrevista de Toledo y volvió a ver la imagen del maduro e intrépido soldado que le había enviado tan grandes cantidades de dinero y que sólo con sus propios medios había agregado a la Corona española más de cinco mil kilómetros. Ese sería su último encuentro.
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[1]Martín Rubio, María del Carmen: Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 78. Ediciones Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014.
[2] Martín Rubio: Francisco Pizarro. El hombre desconocido, pg. 113. Ediciones Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014.
[3] Mexía, Pedro: Historia del emperador Carlos V. Edición Juan de la Mata Carriazo, pg. 263. Espasa Calpe Madrid 1945.
[4] Sandoval, fray Prudencio: Historia de la vida y hechos del emperador Carlos. Parte I. Edición Seco Serrano. Madrid 1955.
[5] García Mercadal, José. Carlos V y Francisco I, pg. 156. Librería General. Zaragoza 1943.
[6] Cieza de León: Descubrimiento y conquista del Perú, pg. 35. Editorial Dastin. Madrid 2001.
[7] Jerez, Francisco: Verdadera relación de la conquista del Perú, pg. 196. Biblioteca Peruana. Lima 1968.
[8] Jerez, Francisco: Verdadera relación de la conquista del Perú, pg. 199. Biblioteca Peruana. Lima 1968.
[9] Vega, de la Garcilaso: Comentarios reales de los Incas, t. III, pg. 46. Editorial Universo S.A. Lima. Perú.
[10] Fernández Álvarez: Carlos V. Un hombre para Europa, págs. 87- 92. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid. 1976.
[11] Maticorena, Miguel. Información inédita de Francisco Pizarro. Diario El Comercio. Lima 19 I 1992.
[12] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg. 29. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.
[13] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg.37. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.
[14]Fernández Álvarez: Carlos V. Un hombre para Europa, pg. 107. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976.
[15] Martín Rubio. María del Carmen. Carlos V. Emperador de las islas y tierra firme del mar Océano, págs. 98-104. Ediciones Atlas. Madrid 1987.
[16] Busto, José Antonio del. Francisco Pizarro. El Marqués Gobernador, págs. 179- 191. Librería Studium. Lima 1978.
[17] López de Caravantes, Francisco. Noticia general del Perú, pg.53. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid 1985.
[18] Fernández Álvarez, Manuel. Un hombre para Europa, págs. 133-134. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976.
[19] Martín Rubio, María del Carmen. Francisco Pizarro. El hombre desconocido, págs.323-326. Editorial Nobel. Grupo Paraninfo. Madrid 2014
[20] Fernández Álvarez, Manuel. Un hombre para Europa, págs. 141-146. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid 1976
[21] Lhomann Villena, Guillermo. Francisco Pizarro. Testimonio, págs. 63-65. CSIC. Madrid 1986.