Oct 011989
 

Miguel Pérez Reviriego.

Andrés Bernáldez es una de las figuras más enig­máticas y controvertidas del siglo XVI español. Muchos críticos modernos han estudiado su obra. La bibliografía adjunta, mínima parte de la existente, puede demostrarlo. Pero nadie lo ha he­cho con tanto ahínco como M. Gómez-Moreno y J. de Mata Carria­zo, a quienes se debe la mejor edición de sus textos.

Como para tantos otros, casi la única fuente de notas biográficas son sus propios escritos. Sabemos con certeza que nace en Fuentes de León (Badajoz) hacia 1450. Encontramos en su obra referencias a su padre, “Juan Alonso, hombre bueno”, y a “un mi abuelo difunto, que fue escribano público en la vi­lla”. Nada más sabemos de estos años, siendo necesaria una in­vestigación monográfica.

Los últimos años de su existencia parece que los pasó en Los Palacios (Sevilla), donde debió escribir sus “Memo­rias del reinado de los Reyes Católicos…”.

“(…) alguno mal informado -señala Rodrigo Ca­ro- llamó a este autor el Bachiller Medina. Yo hice particular diligencia viendo los libros del baptismo originales que escri­bió y firmó en la villa de los Palacios, siendo allí cura, des­de el año de 1488 hasta el de 1513, donde hallé escrito siempre Andrés Bernáldez, y algunas veces Bernal; y en los mismos li­bros apuntadas algunas cosas de las que en su tiempo sucedían”.

En cualquier caso, los libros consultados por Caro han desaparecido. Ya en 1870 Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodaca escribe: “Desgraciadamente no se conservan ya estas partidas, según carta del actual párroco de Los Palacios don Manuel Pérez y Jiménez, que en ella manifiesta conservarse la tradición en dicha villa de haber habitado Bernáldez y parado Colón en una casa contigua a la iglesia, señalada con el número 10 moderno de la calle del Hospital, en la cual dicho señor Pé­rez ha encontrado un trozo de mármol que parece pertenecer a una inscripción conmemorativa de Colón, cuyo nombre casi por completo, y la inicial de su apellido, se leen en dicho trozo”.

También ésta ha desaparecido. En la actualidad se conserva otra, colocada en 1892, cuyo texto es el siguiente: “D. O. M. S. EN ESTA IGLESIA SE CREEN SEPULTADOS LOS RESTOS MORTALES DEL CELEBERRIMO AUTOR DE LA HISTORIA DE LOS REYES CA­TOLICOS BACHILLER ANDRES BERNALDEZ CONOCIDO EN LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS POR EL CURA DE LOS PALACIOS CUYO CARGO DESEMPEÑÓ DESDE 1488 HASTA 1513 AÑO DE SU FALLECIMIENTO. R. I. P. A. DON ANTONIO ALFARO CURA RECTOR DE LA SOBREDICHA PARROQUIA MANDO CO­LOCAR ESTA INSCRIPCION PARA PERPETUA MEMORIA DE VARON TAN IN­SIGNE. 1892”.

La inscripción trascrita, “de poca autoridad, cuyas noticias proceden de Caro” (M. Gómez-Moreno y J. de Mata Carriazo), fecha de 1488 a 1513 la estancia de Bernáldez en Los Palacios. Las “Memorias…”, sin embargo, ofrecen escasas refe­rencias sobre este periodo: 1496 –”cuando vino (Colón) en Cas­tilla la primera vez después de aver ido a descubrir, que fue mi huésped”-, 1507, 1509… Tampoco sobre la fecha de su fallecimiento hemos podido localizar documentación precisa. No ha podido probarse que muriera en 1513, como sostienen algunos in­vestigadores.

La existencia de Bernáldez coincide, pues, con la de Cristóbal Colón, con quien nuestro autor entra en contac­to en 1496, y cuyos viajes recoge en sus “Memorias…”.

Pero la figura de Bernáldez sigue estando rodea­da de misterios. Ramírez Corría escribe: “Sería inacabable con­signar los numerosos detalles que prueban cómo, utilizando tal vez alguna notícula, cuyo texto original hoy desconocemos por completo, ciertos avisados inventores de historias -escribanos­ o copistas demasiado listos- construyeron uno de los más sensa­cionales apócrifos de la vida de Colón, realizando, además, la estupenda hazaña de hacerlo pasar por fidedigno”. Bajo la au­toridad de M. Gómez-Moreno y J. de Mata Carriazo, los grandes expertos en la materia, creemos que hay razones para disentir del hispanista cubano. Por lo demás, “El Cura de Los Palacios”, pasa por ser el autor de la primera crónica completa del descu­brimiento colombino y el que se interesó por recoger, antes que nadie, todos los datos de los cuatro viajes realizados por Co­lón al Nuevo Mundo

BIBLIOGRAFIA

I. EDICIONES

– BERNÁLDEZ, A.: “Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y Dª. Isabel”. Ed. M. Lafuente Alcántara, Granada, Imp. de don José Mg. Zamora, 1856, 2 vols.

– BERNÁLDEZ, A.: “Historia de los Reyes Católicos D. Fernando y Dª. Isabel”. Ed. F. de Gabriel y Ruiz de Apodaca, Sevilla, Sociedad de Bi­bliófilos Andaluces, 1869, 2 vols.

– BERNÁLDEZ, A.: “Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel”. Ed. L. de la Calzada, Madrid, Aguilar (Crisol), 1946.

– BERNÁLDEZ, A.: “Memorias del reinado de los Reyes Católicos”. Ed. M. Gómez-Mo­reno y J, de Mata Carriazo, Madrid, CSIC, 1962; reimpr. Sevilla, 1988.

– ROSELL, C.: “Crónica de los Reyes de Castilla desde don Alfon­so el Sabio hasta los Católicos don Fernando y doña Isabel”. Madrid (BAE, LXX), 1878, 3 vols. Los textos de Ber­náldez se incluyen en el vol. III, pp. 567-788: reimpr. Madrid, 1931.

 

II. ESTUDIOS

-GIL, J. y VARELA, C.: “Cartas de particulares a Colón y Rela­ciones coetáneas”, Madrid, 1984, pp. 19-23.

 

RAMÍREZ CORRÍA, F.: “Reconstrucción crítica del segundo viaje cubano de Colón. La ficción colombina del Cura de Los Pa­lacios”, en “Archivo Histórico Pinero”, 2, 1955.

“Excerta de una isla mágica o Biografía de un latifundio”, Mé­xico, 1959.

Ricard, R.: “Remarques sur le texte des chapitres de Bernáldez relatives aux Canaries”, en “Bulletin Hispanique”, XLI, 1939, pp. 364-367.

Varela, C.: “Diego Alvarez Chanca, cronista del segundo viaje colombino”, en “Historiografía y Bibliografía Americanis­tas”, XXIX, 1985, pp. 35-82.

Oct 011989
 

Juan José Pastor Serrano.

Cualquiera que conozca un poco la historia de Extremadura, sabrá que sobre todo en sus serranías, pasos difíciles de atravesar, el paso de los árabes estuvo más presidido por las colonias judías perfectamente­ organizadas e implantadas, que por el esfuerzo de los árabes.

Esa falta de presencia árabe y la muy notable judía, hacen pensar que los judíos negociaron con los árabes y consiguieron su inmunidad y las de sus colonias ayudándoles, como buenos negociantes, para facilitar su paso por estas tierras.

Pero a medida que los árabes se replegaban, cuando la Diócesis de Plasencia o mejor la Ciudad de Plasencia se iba formando, la Orden Militar del Temple es encargada de defender las serranías de Extremadura para consolidar la conquista.

¿Y por qué aceptan los templarios el encargo? Todos sabemos que una de las obsesiones de los templarios era el conocimiento de todas las cre­encias y sabidurías antiguas y populares, y como gran parte de Extremadura estaba dominada por los judíos, los templarios se pegan a ellos con dos armas: la devoción a la Virgen y la Eucaristía y acompañando a esos pilares, una estructura cerrada y perfectamente organizada, tanto en ayuda a las comunidades bajo su amparo, como en la ayuda a los caminantes, que en sus casas tenían un refugio y una seguridad no fácil en estas sierras de las Villuercas, como lo demuestra el castillo celta en la sierra de Ber­zocana y su plaza de armas de Zaornedo, a unos cinco kilómetros de la villa, el paso y atrincheramiento de Viriato en esta serranía y, modernamente, los maquis que aquí tuvieron su feudo más de ocho años.

Por eso, al organizarse la Diócesis de plasencia, no figura entre sus villas; ya no porque no fuera importante, sino porque aquí tenían los templa­rios su casa principal y, perfectamente custodiada, la vía a Toledo entonces capital de la Nación.

Es más, la Casa templaria de Berzocana extendía su influencia desde Santa Cruz de la sierra con la ermita de la Coronada hasta Toledo, con la ermita de la Concepción en Berzocana y hacia el Puerto de Miravete, con su ermita de San Gregorio Nacianceno entre Retamosa y Cabañas.

A los Templarios les tocó en suerte la aparición de las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina a unos trescientos metros de la Villa de Ber­zocana.

A ellos les toca descubrir la casita donde estaba oculta la Virgen junto al río Guadalupejo o Guadalupe, devoción entrañable para ellos.

Como dijo Jesús, “por sus frutos los conoceréis». En sus parroquias hoy podemos contemplar cálices y copones iguales, cajas portaviático y demás utensilios necesarios para una parroquia, lo mismo que imágenes de la Virgen y coronas para ellas y todo con mayor abundancia en Berzocana por ser su casa principal.

Pronto la fiesta de San Juan con sus flores o carbón en las ventanas de las mozas y la pascua en la Mocara, dieron paso a otras nuevas.

La fiesta de la Inmaculada en la ermita intentó anular la Mocara. Las fiestas de San Fulgencio, 16 de enero, irrumpió fuertemente en este Villa, así como la fiesta de Santa Florentina, que fijaron el 14 de Marzo, y la fiesta de la aparición de las Reliquias el 26 de octubre, asesorados por los templarios y por cierto que no se equivocar en el nombre de la iglesia sevillana que San Isidoro hizo para recoger de donde llegaron aquí, San Juan de la Palma y que hasta hace poco los sevillanos no conocían, figurando en todos los textos de Berzocana.

Junto al Gualupejo los templarios tenían una casa de acogida y una vaquería como entretenimiento de los que están allí destacados. Un día pasó algo importante: un templario avisa a los de Berzocana que se han encontrado una imagen de la Virgen. Desplazados al lugar constatan ser verdad y se la traen a Berzocana hasta decidir qué hacer.

Pronto, junto a la casa en el lugar que se apareció, en un emplazamiento adecuado comienza a hacerse una Ermita y se fija su fiesta el 15 de Agosto. Casi  quinientos años se celebró la fiesta en Berzocana en ese día.

Al constituirse esta sierra coto nacional, por estar más cerca de Toledo y para su servicio, se va formando una comunidad y va apareciendo una casa para los reyes junto a la Ermita de la Virgen.

Poco a poco va apareciendo un pueblo potenciado por los reyes y va habiendo la necesidad de que alguien se encargue de la virgen, por lo que encargan la custodia de la Virgen a los jerónimos.

Berzocana se convierte en frontera y encrucijada entre Plasencia y Toledo y entre los templarios y los jerónimos, amparados por los reyes.

Cuando Plasencia intenta dominar estas sierras, se encuentra con que los templarios intentan hacer una Orden Monástica en esta Sierra y con las apetencias de Toledo. Consiguen la villa de Berzocana y potencian sus santos haciéndolos los patronos de la nueva Diócesis de Plasencia, con lo que garantizaban la posesión dela Villa, garantizando, además, la independencia de la nueva Orden comprometida a ayudarla, con la idea de dominar toda la serranía; pero enterado Toledo de esas apetencias exigen y acuerdan que la parte noreste de la Sierra sería de Toledo con el apoyo de los reyes, y será Felipe II el que, al fallar que queden en Berzocana las reliquias de los santos que Cartagena reclama, dota de porta-reliquias adecuados para las reliquias de San Fulgencio y Florentina de lo que estamos contentos y rubrica el pacto de hecho.

Pero para contrastar la influencia de la orden Monástica templaria, Toledo cede a la nueva orden de los jerónimos la custodia de la virgen con lo que ahora las hostigaciones vienen de parte de los Jerónimos. Intentan anular a Berzocana, intentan llevarse las reliquias de los santos de Berzocana, hasta que llega el P. Écija en su infortunada Historia de la Invención de Santa Maria de Guadalupe, y llega a decir que las reli­quias de los Santos de Berzocana están en el altar mayor de Guadalupe vertiendo opiniones mal intencionadas e inciertas.

Los jerónimos cambian la fiesta del 15 de Agosto para la virgen.

Esto hizo que Berzocana tuviera que reformar sus fiestas y al quitarles la fiesta de la Virgen, montan una fiesta popular a sus santos el último domingo de Agosto y los jerónimos potencian la fiesta de la Virgen a primeros de Septiembre, aun hoy no perfectamente definida entre el 6 y el 8 de Septiembre. Con lo que de nuevo Berzocana queda entre la Orden Templaria y los jerónimos en Guadalupe, teniendo que replegarse en si misma, hasta que por el pleito de Cartagena, Plasencia transforma su iglesia en esplendida catedral y los obispos la visitaban y la visitan, poco más se ha visto para potenciar y asentar, como bastión religioso señero, en esta serranía a Berzocana.

Por todo ello, en estos momentos en que Berzocana se siente liberada de presiones, es el momento de ordenar esta serranía sin desmembrarla apoyando su unión y potenciando a Berzocana como sede de los Patronos y ­punto estratégico para la Diócesis de Plasencia, también en el futuro.

Cuando veo en nuestra Iglesia las argollas de trono episcopal, me pregunto: ¿Qué ha hecho la Diócesis de Plasencia para que, dentro de su estructura, tenga la significación correspondiente el relicario de los Patrono? Ni siquiera cabecera de arciprestazgo para que, por lo menos, fuera conocida en la Diócesis por todos.

Se termina la abadía templaria, ¿hizo algo Plasencia para llenar ese hueco de riqueza espiritual?

Algo sí ha hecho con reiteración, exigir en todos los foros que Guadalupe debe ser de Plasencia por estar en esa zona sus Patronos.

Si de poco tiempo a esta parte los obispos visitan Berzocana con mayor o menor acierto, ¿es esto todo lo que se puede hacer?

¿Qué pediría yo para esta zona entrañable de la Diócesis de plasencia?

 

1. Me da pena ver la casa parroquial, después de haber perdido más de la mitad de su solar, que la obra está parada y no sabemos qué solución ten­drá. Creo que se está perdiendo de hacer una casa adecuada para la sede de los Patronos.

 

2- No está bien que, cuando se hace un resumen de Extremadura, no se vea nombre Berzocana, siendo relicario, con unas fiestas de interés turístico en las de agosto, siendo una Real Villa que hunde sus raíces en la prehistoria, con unos torques celtas encontrados aquí y que están en el Museo Nacional y con una iglesia y órgano de primerísima importancia. ¿No se podía rectificar ese desfase a nivel provincial y regional?

 

3- Esta serranía tiene una personalidad propia que no se agota, ni siquiera empieza en Guadalupe.

 

Berzocana es la Primera por su historia y ser relicario de los Pa­tronos de la Diócesis. Guadalupe es nueva pero por tener la Patrona de Extremadura es importante también.

Siete pueblos más con futuro: Garciaz, Cañamero, Logrosán, Deleitosa, Castañar de Ibor, Robledo-llano y Navezuelas.

Al desaparecer, Cabañas del Castillo y los restantes, más o menos con futuro.

Se puede decir que nadie hasta ahora se ha preocupado de que sea una auténtica zona, con personalidad reconocida, sin poderse relacio­nar por las pésimas carreteras, hasta los visitantes que quedan encantados de esta zona se retraen de venir por las pésimas comunicaciones.

También podemos notar que siendo la primera zona de Extremadura con un parque nacional, se vino abajo por falta de entradas adecuadas.

No quiero terminar sin decir, que a pesar de estos dos polos de primer orden, la zona está poco desarrollada religiosamente y con sentimiento de abandono religioso, sin sacerdotes estables y sin coordinación en la zona.

Por eso yo he pedido, para cambiar esa mentalidad, crear en Berzocana un párroco abad, o cosa parecida para que dos o tres sacerdotes con sus colaboradores asistan adecuadamente a estas gentes, promuevan comunidades integradas y que esta zona esté bien relacionada para fomentar el asociacionismo, no sólo religioso, sino de todo orden, pues lo está necesitando como el respirar.

A mi modesto entender, esto sería lo mejor para la Diócesis de Plasencia en este Octavo Centenario y la redención de esta serranía de cara a futuras generaciones, para bien de Extremadura y la Iglesia en Extremadura.

Oct 011989
 

Ramón Núñez.

Estamos celebrando este año el 84 Centenario de la funda­ción de la Diócesis de Plasencia, a cuya jurisdicción eclesiástica pertenece nuestra ciudad de Trujillo y su comarca. Fue en el último tercio del siglo XII, el año 1189, en tiempo del rey Alfonso VIII, cuando el Papa Clemente III, a petición del rey erigió en catedral la Iglesia de Plasencia. En el escudo de la ciudad recién fundada, se puso entonces esta preciosa divisa en latín: “Ut placeat Deo et hominibus”. Que en la rica len­gua de Cervantes significa: “agradar a Dios y a los hombres”.

Con este motivo se viene celebrando durante este año con gran solemnidad, tanto en sentido litúrgico y doctrinal, como en sentido histórico y cultural, diversos actos para conmemo­rar esta gloriosa efeméride.

Por eso no podía faltar en los Coloquios Históricos de este año en Trujillo alguna referencia a la aportación importan­te de la Diócesis Placentina a la historia de la colonización y evangelización del nuevo mundo, teniendo también en cuenta la proximidad del V centenario, en 1992, del Descubrimiento, con el tema unificador: Encuentro entro dos mundos.

No podemos olvidar que de nuestra querida Diócesis Placentina salieron para América en el siglo XVI, grandes personali­dades históricas Hernán Cortés, la figura española más impor­tante del siglo XVI, en opinión de los historiadores; Francis­co Pizarro “uno de los hombres de más valor que ha dado Dios a la humanidad”. Y Francisco de Orellana, el descubridor del  río Amazonas, uno de los más grandes descubridores de la tie­rra, que llena de asombro universal y a quien por eso en América le llaman “el Quijote de los Andes”, y otros muchos capitanes y hombres de a pié, héroes desconocidos que se cubrieron de gloria y que de esta región de Extremadura salieron. Pero no es mi intención referirme en una ocasión como esta a  los que en los campos de batalla conquistaron aquellas grandes extensiones de América, sino a los misioneros que llenos de  Dios llevaron la luz del Evangelio a los indígenas.

 

 

I

 

Comencemos por advertir que los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, más tarde el Cardenal Cisneros en los años que fue regente, y por fin Carlos V y Felipe II, estuvieron muy acertados en sus disposiciones con respecto a ordenar y favorecer la evangelización del Nuevo Mundo.

Se dispuso que ningún barco saliese para América sin lle­var sacerdotes, bien fueran procedentes de órdenes religiosas, o bien sacerdotes procedentes de Diócesis Españolas, y que es­tos no sólo fueran ejemplares, sino cultos. Tenían que apren­der varias lenguas, diferentes a las conocidas y publicar gramáticas y catecismos en los idiomas de los indígenas. Sin una gran dosis de idealismo, de amor y de pedagogía, sin una gran exigencia, no hubiera sido posible este trabajo de los misioneros, que, además de la religión cristiana, que era su principal objetivo, tenían que enseñar las técnicas de la cultura española y europea de aquel tiempo: construcción de casas y de puen­tes, tejido de telas, labores agrícolas, etc.

Su gran preocupación por los indios quedaba patente en las predicaciones y catequesis, en los escritos episcopales que prohibían la esclavitud bajo cualquier forma con pena de exco­munión. Con entusiasmo y generosidad se levantan templos, ca­tedrales, casas de beneficencia, hospitales, parroquias, abadías, colegios, universidades, La legislación de Indias orde­naba: “No se consiente que a los indígenas se les haga guerra, mal, ni daño, ni se les tome nada sin pagar”. ¿Se cumplió es­to siempre? Muchas veces no. El egoísmo humano es muy grande, y entre tanta gente como marchó a América, hubo de todo. Se  cometieron excesos, abusos y crueldades, como ocurre en todas las guerras de conquista. Pero haciendo un estudio serio de esta cuestión, se pueden encontrar más luces que sombras. Pero sobre todo los misioneros en general brillaron a gran altura.

El historiador Pedro Sainz Rodríguez, profundo conocedor del problema de la evangelización americana, del que he tomado los datos anteriores, ha escrito lo siguiente: “A quienes estudien con objetividad este gran acontecimiento de la labor de  nuestros descubridores y misioneros, a partir del siglo XV, sorprenderán siempre la fuerza y el coraje de la nación española. Parece imposible que un pueblo con población muy reducida, si lo comparamos con el amplio continente americano, y con el escaso número de habitantes que España tenia, pudiera llevar a cabo una empresa cultural y evangelizadora tan gigantesca, que nos debe llenar de asombro”.

 

 

II

 

Recordaremos, de pasada, nada más a los más grandes misioneros españoles, que en aquellos siglos sembraron la fe en las  entonces, recién descubiertas naciones de América.

En América meridional fue una figura extraordinaria el misionero español San Francisco Solano, nacido en Montilla (Cór­doba). Según los biógrafos, su misión evangelizadora ha sido estimada por todos los historiadores, como una de las más humanas y sublimes. Con sus catequesis y sus bondades se ganó la estimación de los indios, a los que convirtió a la religión católica en proporción de centenares de miles, haciéndoles entrar a la vez en la vida civilizada. Perteneció a la or­den franciscana y fundó pueblos y centros benéficos y virtud reconocido por todos. Evangelizó en Argentina, en Chile, y sobre todo en Perú.

San Pedro Claver, nacido en el pueblo catalán de Verdú. Fue hijo de padres campesinos, y de joven fue llama do por Dios a la Compañía de Jesús. Mas tarde, en la resi­dencia de Montesión, de Palma de Mallorca, se formó bajo la dirección de San Alfonso Rodríguez. Ordenado sacerdote par­tió para Colombia, donde, primero en Bogotá y después en Cartagena de Indias, pasó cuarenta años, siendo esta ciudad el principal escenario de su admirable caridad y paciencia. Fue aquí donde se dio el nombre de “esclavo de los esclavos negros”. Allí en el puerto esperaba él a aquellos esquele­tos vivientes, que procedentes de África eran descargados  de las naves de los negreros y encontraban en él al buen samaritano que los curaba de sus heridas, les trataba con ternura y los preparaba para recibir el bautismo de salvación. Más de 300.000 negros, que al conocer a Cristo llegaron a tener el alma blanca, fueron el fruto de su heroico apostolado.

También en América del Sur son dignas de mención las célebres Reducciones del Paraguay, timbre de gloria de la  Compañía de Jesús.

Un pequeño grupo de Padres Jesuitas, con su esfuerzo y su ingenio, gobernaba aquellas Reducciones de modo patriar­cal. Aunque aquellos indios guaraníes eran indolentes e imprevisores, se sometieron dóciles a la autoridad de los misioneros. Se formaron bien en la religión, en el trabajo,  en el orden. Se dedicaban a la agricultura con lo que sostenían y llegaron a adquirir cierta prosperidad. Consiguieron formar 30 pueblos, con cerca de 150.000 habitantes. Dos de los misio­neros murieron mártires y recientemente han sido canonizados por la iglesia: son San Roque González y San Juan Castillo. Voltaire, el patriarca de la incredulidad, reconocía que habían sido estas “Reducciones del Paraguay, el mayor grado de civilización a que había llegado la humanidad hasta entonces”.

En Perú evangelizó de modo incansable Santo Toribio de Mogrovejo. Era sacerdote diocesano. Nació en Mayorga (Valladolid) y en España fue nombrado Inquisidor en Granada. Pero Felipe II le hizo Arzobispo de Lima en 1580. En Perú bautizó y confirmó  por su propia mano a más de 500.000 indígenas. Fundó escuelas y hospitales. Levantó el primer seminario americano. Murió en  1602 y está enterrado en la Catedral de Lima.

Una gran figura misionera de las misiones americanas fue el Beato Fray Junípero Serra, misionero franciscano español, nacido en Petra (Mallorca). Su mérito está en haber sido fundador de la gran ciudad norteamericana de EE.UU. San Francisco,  incorporando a toda la región de California a la civilización  en el siglo XVIII. Fue un incansable propagador de la fe de Cristo. De Méjico partió en la segunda exploración de Gálvez al noroeste de Norteamérica y en San Diego fundó la primera misión en el Estado de California. La segunda misión que fundó fue San Carlos de Monterrey, en cuya ciudad estableció su cuar­tel general con los otros misioneros. Siguió fundando las misiones de San Antonio, San Gabriel, Los Ángeles, convertidas hoy en ciudades populosas de los EE.UU. Visitaba con frecuencia todos estos centros misionales haciendo siempre el recorrido a pié, Otras muchas misiones fueron fundadas por Fray Junípero Serra y sus compañeros franciscanos. Murió en 1784.

La estatua de Fray Junípero se encuentra en la Galería de la Fama del Capitolio de Washington, honor que suelen al­canzar dos personajes por cada uno de los Estados.

Vasco de Quiroga fue un obispo español, misionero excep­cional en el siglo XVI en Méjico. Nació en el pueblo avulense de Madrigal de las Altas To­rres, en el mismo pueblo donde nació Isabel la Católica. Era de familia noble y nació en el palacio de los Quiroga, bau­tizándose en la iglesia parroquial de San Nicolás de Bari.

Marchó a Méjico como gobernante y allí decidió, siguien­do la llamada de Dios, hacerse sacerdote misionero. Enseguida le consagraron obispo de Michoacán. Fue para los indígenas un verdadero padre, totalmente compenetrado con ellos, con lo cual se conquistó el corazón de todos, tratándolos con bondad y sencillez. Con gran cariño le llamaron y le siguen llamando Tata Vasco. Amantísimo de la Virgen supo infundirles a aque­llas gentes el amor a la Madre del Cielo.

Se propuso con su talante y con sus instituciones hacer funcionar la fusión de las dos razas, la autóctona de los indígenas y la blanca de los españoles. Quiso realizar su proyecto comunitario fundando hospitales en donde se instalaban los que vinieran de fuera, colegios donde ser formaban en común los  españoles y los indios. Fundó el pueblo de Santa Fe y trató  de la protección de los indios en el sentido humano, cultural y artístico. En el sentido social fue el pionero de la seguridad social adelantándose en muchos siglos a los tiempos ac­tuales. Todavía sigue vigente su recuerdo en toda esa parte de Méjico que a él le tocó evangelizar y organizar.

No trato de agotar el número de los grandes misioneros que marcharon a evangelizar el nuevo mundo, pero sí quiero manifestar, porque es de justicia, la inmensa labor evangelizadora que realizaron en general todas las Ordenes religiosas  establecidas en aquellos siglos en España: los Dominicos, los Jesuitas, los Franciscanos, los Agustinos, los Mercedarios, los Trinitarios, los Carmelitas y por supuesto también muchos sacerdotes de diócesis españolas.

Gracias a todos aquellos hombres de Dios principalmente más de veinte naciones hispanoamericanas son católicas.

 

 

 

III

 

 

Quiero hacer ahora la evocación de una de las glorias más puras de nuestra diócesis placentina: la evangelización de la Nueva España a cargo de los 12 Apóstoles de Méjico en el si­glo XVI.

Un profundo conocedor del tema, el sacerdote historiador español Lino Gómez Canedo, que ha pasado muchos años en Méjico, ha escrito recientemente un libro con este título: “Pionero de la Cruz en México”. A manera de presentación dice lo siguiente: “Quiero destacar la labor misionera realizada por un grupo de padres franciscanos que en 1524 llegaron de España a Méjico y empren­dieron la cristianización de los indígenas. Fueron 12 como los doce Apóstoles del Señor, y en su apostolado sencillamente  heroico tuvieron conciencia de que estaban haciendo algo semejante a lo que tuvo lugar en los orígenes de la iglesia. Los doce trabajaron juntos en admirable unidad en la misma  línea apostólica y en ella consumieron sus vidas. Si bien destacaron entre ellos algunas figuras con rasgos sobresalientes -sobre todo la figura del Superior Fray Martín de Valencia, que destaca por su santidad y Fray Toribio de Mo­tolinía, que sobresalió por su abnegación, humildad y entereza- todos, sin embargo, estaban dotados de una personalidad  nada común. No es exagerado decir que su historia constitu­ye uno de los capítulos más brillantes de las misiones ameri­canas. La rapidez y la profundidad con que la llevaron a cabo, con derroche de energía y de sacrificios, de humildad y de paciencia; la conversión de enormes multitudes de un pueblo hon­damente fiel a su religión primitiva, no puede por menos de  causar asombro”.

Estos doce Apóstoles, hijos de San Francisco de Asís, fueron los verdaderos fundadores de la iglesia en la gran na­ción de Méjico. Todos ellos fueron pioneros de la Cruz, pro­tagonistas de aquella gesta americana, que en palabras de un cronista de la época “fue una de las mayores conquistas que  desde el principio del mundo hasta aquí se han visto”. Mara­villoso resumen del libro este prólogo.

Estos doce evangelizadores de la Nueva España ¿quienes fueron?, ¿dónde se formaron?, ¿quién los envió?, ¿cuando par­tieron para América?, ¿qué viajes realizaron? Una vez llegados a Méjico ¿qué es o que hicieron allí?, ¿qué frutos consiguieron?

En contestar a estas preguntas va a consistir la última parte de esta ponencia. No se trata de hacer un trabajo de investigación sino de divulgación para dar a conocer la labor misionera de estos hombres de Dios. El libro referido me va a servir de base y guía para difundir esta narración histórica.

Se formaron en un convento franciscano, sencillo y pobre, hoy en ruinas, situado en las afueras de un pequeño pueblo en la provincia de Cáceres perteneciente a la diócesis de Plasencia, llamado Belvís de Monrroy. Se encuentra a unos 60 kms. de Trujillo, entre Almaraz y Navalmoral d e la Mata. Desde la carretera general se ve un castillo que hace poco ha sido restaurado en el mismo pueblo. Allí en las proximidades del pueblo se encuentra el referido convento y allí durante muchos años los doce franciscanos, se formaron en la piedad, en la sabiduría, en la pobreza, en el trabajo y en la entrega generosa a los demás. Pertenecía esta casa a la provincia franciscana de San Gabriel. En las cercanías del convento construyeron los frailes una  iglesia dedicada a la Virgen de Berrocal, que se encuentra en buen estado.

Los nombres de los doce, que merecerían ser escritos con letras de oro, son los siguientes: fray Martín de Valencia,  que fue el padre Superior de todos, fray Francisco de Soto,  fray Martín de la Coruña, fray Juan Suárez, fray Antonio de  Ciudad Rodrigo, fray Motolinía, que fue el nombre con que quiso ser llamado fray Toribio de Benavente, fray García de Cis­neros, fray Luis de Fuensalida, fray Francisco Jiménez, fray Juan de Rivas. Todos estos diez eran religiosos franciscanos y sacerdotes. Y Hermanos legos: fray Andrés de Córdoba y fray Juan de Palos, que completaban los dos el número de 12, los 12 apóstoles de Méjico.

Antes de embarcarse para Méjico durante la conquista, llegaron allí dos Padres mercedarios, llamados Bartolomé Olmedo y Juan Díaz, pero no pudieron realizar mucha labor. A ellos más tarde se unieron los franciscanos fray Pedro Melgarejo y Fray Diego de Altamirano, que hicieron la primera siembra de la doctrina católica.

El año 1523 se les unieron los tres franciscanos flamen­cos del Convento de Gante, Fray Juan de Ahora y Fray Juan de Texto, a los que posteriormente se agregó el hermano lego Fray Pedro de Gante. No se les puede negar a estos tres últimos el mérito de haber sido los primeros misioneros de la Nueva España.

En 1523 fue elegido, en la Capital de Burgos, como Minis­tro Superior de la Orden franciscana Fray Francisco de Quiñones, que antes había querido marchar a Méjico de misionero. Como  tenia trato de amistad con Carlos V, le fue fácil conseguir el envío de los 12 franciscanos del Convento del Belvís de Monroy, perteneciente a la provincia de San Gabriel. A fray Martín de Valencia le nombró Superior con el nombramiento de “Prelado y Custodio del Santo Evangelio enla Nueva España y tierra de Yu­catán”. Ellos marcharían a Méjico como misioneros apostólicos enviados no solo por el General de la Orden, sino también por la Autoridad del Papa.

 

 

IV

 

Un día salieron del pueblo extremeño de Belvís para Sevi­lla, pasando por la ciudad de Trujillo. En Sevilla descansaron unos días y siguieron después por Sanlúcar de Barrameda, el 25 de Enero de 1524, fiesta de la Conversión de San Pablo. El 4 de febrero llegaron a una de las islas Canarias, La Gome­ra, en donde celebró la Eucaristía uno de ellos, comulgando  todos los demás. Después de 27 días de navegación llegaron a Puerto Rico el 3 de marzo. Continuaron el viaje marítimo y desembarcaron en Santo Domingo el 13 de marzo, donde permanecie­ron seis semanas para celebrar la cuaresma y la Semana Santa. En Pascua embarcaron de nuevo y llegaron a la isla de Cuba el 30  de abril. Por fin, en las vísperas de Pentecostés lograron lle­gar a Méjico, desembarcando en el puerto de Veracruz. Desde es­ta ciudad iniciaron el recorrido a pie y descalzos las 70 leguas que hay hasta Méjico-Ciudad. Resultó fatigoso este viaje para  los 12, pero sobre todo para el Superior, hombre de edad avanza­da.

Hernán Cortés, al enterarse de la venida de los misioneros, salió a su encuentro en Textoco, celebrando allí la fiesta del franciscano San Antonio de Papua y el 13 de junio. La recepción solemne se hizo unos días más tarde en la ciudad de Méjico. Ha­bía invitado Cortés a todos sus Capitanes, a todos los caciques indios, y a los principales de las ciudades cercanas a la capital, para que les acompañasen en la presentación de los 12 misioneros franciscanos recién llegados. El historiador Mendieta refiere  el hecho de esta manera: “Cortés, puestas las rodillas en la  tierra, les fue besando a todos los misioneros las manos, haciendo lo mismo Alvarado, y todos los capitanes y caballeros invita­dos. Lo cual viendo esto, los caciques indios, la fueron sigui­endo y a imitación de los españoles, les besaron también las ma­nos…”. Acción que para el cronista fue “la mayor hazaña realizada por Cortés porque en otras hazañas venció a otros, que en esta se venció a sí mismo”. Sin duda pensarían que el mayor enemigo quo tenemos todos es el propio yo. La escena impresionó tanto  a los indígenas que, desde entonces, los convertidos a la doc­trina de Jesús, según dice Fray Motolina, comenzaron a contar  el tiempo como el del año de la venida de Dios y así dicen continuamente: “El año que nos vino a visitar Nuestro Señor, el año que nos vino la fe”. Quiere decir esto que consideraban a estos benditos frailes franciscanos, como enviados de Dios, para salvarlos.

 

V

 

Muchos se preguntan: “¿De qué medios se valieron estos; hombres de Dios para convertir en unos cuantos años, en un  tiempo relativo breve, a una muchedumbre tan grande de indios?”.

La conversión es obra de Dios, obra de la gracia, no es  obra de los hombres, pero lo cierto es que estos misioneros, “tirándose de cabeza”, en frase de Santa Teresa de Jesús, a todo lo que fuera hacer el bien a aquellos sus hermanos los indígenas, haciendo todo lo que estuviera de su parte, fueron un  instrumento valioso de que Dios quiso valerse para llevarlos  al conocimiento de Cristo, entrando a formar parte de su igle­sia por medio del bautismo.

Estos fueron los medios de que se valieron: El primero y principal: la oración, la unión con Dios y la confianza en El. Junto a esto la devoción a la Cruz, o sea a Jesucristo nuestro divino Redentor, y la devoción a María, Madre de Dios y Madre nuestra. El segundo: la práctica de la más exquisita Caridad, que les llevaba a querer mucho a los Indios, a sacrificarse por ellos, a consagrarles mucha atención remediando en cuanto podían sus necesidades.

El tercero: la adaptación, a su modo de ser, siguiendo la norma de este sabio consejo ignaciano: “entrar con la suya pero salir con la nuestra”.

El cuarto: el buen ejemplo, teniendo presente lo que enseña nuestro Padre San Francisco: “Fray Ejemplo fue siempre el  mejor predicador”. El testimonio de vida, la coherencia entre lo que se predica y lo que se vive, es el argumento Aquiles que convence y que facilita mucho el rendirse a la Verdad.

El quinto: Vivir como ellos: Trataban de acomodarse a los indios en la comida escasa, en el vestir pobre, en el andar  descalzos. Y según varios testimonios escogidos, esta fue “la principal razón del particular afecto que les tuvieron los in­dígenas”. Les preguntaban los españoles “porqué querían tanto a los Padres franciscanos”, porqué creían en ellos y se convertían a la nueva religión Cristiana. Y esta es la razón que daban: “Porque viven como nosotros”. Seguían estos hijos de San Francisco de Asia, lo que enseñaba San Pablo: “Hacerse todo a todos, para ganar a algunos al menos para Cristo”.

El sexto: la Catequesis, la predicación de nuestra fe, ex­puesta con sencillez evangélica, para que la entendiera todo  el mundo: el tío Juan y la tía María.

El séptimo: el empleo de una acertada pedagogía. Por la atención y el cuidado de los niños conquistaban a los padres, y a los mayores en general. Sabían hacerse niños con los ni­ños, mayores con los mayores. Uno de los mayores obstáculos  que tuvieron al principio fue el desconocimiento de la lengua. Fue providencial “el encontrar a dos niños hijos de una viuda, que estuvo casada con un español. Y los hijos pequeños sabían las dos lenguas. Uno de ellos les servía de intérprete con  los indios y les enseñó a los frailes la lengua autóctona. Se fue a vivir con ellos y más tarde llegó a ser misionero”. Se valían para la catequesis de todos los medias a su alcance: la música, los gráficos, los juego a, el teatro, las costumbres. Era una catequesis vital, lo que hoy se llama la Escuelaacti­va.

El octavo: Se convirtieron en grandes defensores de los  indios“Es cierto que a los principios siempre contaron con la simpatía y el apoyo de Hernán Cortés, que siempre les profe­só gran aprecio, pero esto duró un par de años. Después tuvie­ron que sufrir la oposición de los lugartenientes traidores de Cortés y de la Audiencia. Aunque más tarde con la 25 Audiencia se remediaron las cosas. Pasados los años, allá por el año 1550, los Padres franciscanos se opusieron a que los indios pa­gasen los Diezmos a causa de su extrema pobreza, y los excesivos tributos que ya pesaban sobre ellos”.

El P. Motolinia estaba en primera línea de combate en defensa de los indios, cuando lo exigía la justicia o la caridad. Fray Toribio de Benavente fue con mucho la personalidad más brillante y eficaz por su ascendencia sobre los indios, que desta­có entre los 12. Fue un misionero infatigable que predicó el  evangelio en casi todo Méjico y gran parte de Centro América.  Fue un nuevo San Pablo del nuevo mundo en el siglo XVI. Uno de  los últimos documentos que escribió fue la carta a Carlos V, refutando al P. Bartolomé de las Casas, a causa de sus exageraciones.

Los pobres indígenas estaban muy atrasados en casi todo, y los misioneros franciscanos les llevaron la civilización española y europea. Fue en este sentido de gran utilidad, un elemen­to providencial el Hermano franciscano Fray Pedro de Gante, que les ayudó a construir casas, a pintar, a fabricar imágenes, retablos, iglesias, etc. Se les enseña a los indios en una especie de artes y oficios las diversas profesiones de carpintería, de cantería, de albañilería. Les enseñaran los diversos ofi­cios de sastre, zapatero, herrero, mecánico. Aprendieron a hacer caminos, puentes, pantanos, iglesias, catedrales.

Los misioneros dieron testimonio de que los indios eran  hábiles, inteligentes, dóciles, y que aprendieron todo esto  con facilidad.

 

 

CONCLUSIÓN

 

Hagamos una síntesis breve de este periodo de casi 40 años que duró la evangelización de la Nueva España por los 12, ayudados por otros cuantos misioneros franciscanos que se les unieron posteriormente. Realizaron un trabajo brillante y fecundo, extendiendo su influencia a otras partes de América.

Llegados en 1524, comenzaron por organizar en Méjico la primera institución religiosa que hubo en el continente y hasta 1528, que fueron nombrados los primeros Obispos de Tlaxcala y  Méjico, tuvieron en sus manos toda la jurisdicción eclesiástica. El primer Arzobispo de Méjico fue el franciscano Fray Tomás de Zumárraga. En 1536 fue fundada la provincia franciscana del  Santo Evangelio, la primera fundada no solo en Méjico sino en todo el Continente. Para entonces había fundados más de 20 conventos de la nación en lugares dispersos. De los 12, los últimos en fallecer fueron fray Juan de Ri­vas, en 1562, y fray Motolinia.

Todos ellos se distinguieron por su pobreza, autenticidad y sencillez, también por la fuerza espiritual que les movía de amor a Dios y a los indios. Sin una poderosa motivación espi­ritual no hubieran podido llevar a cabo aquella colosal empre­sa misionera. Aquí estaba la clave de todo: eran hombres de fe y, por ello, de caridad y de esperanza.

Después de casi cinco siglos, podemos decir sin exageración que la fe de Jesucristo y su amor a la iglesia ha arraigado profundamente en la nación católica de Méjico, gracias a la Virgen de Guadalupe, su principal Misionera, aparecida al indígena, sencillo y fervoroso, Juan Diego, y gracias también a la siembra fecunda de aquellos doce franciscanos españoles que un día salieron de un convento del norte de Extremadura, situado en un pequeño pueblo perteneciente a la diócesis de Plasencia: Belvís de Monroy. Como dijo el profeta Isaías: “Dichosos los picos sobre los montes del mensajero que evangelizan  paz,  que evangelizan el bien”.

Así lo ha reconocido la Conferencia Episcopal Mejicana, que hace dos o tres años acordó enviar una representación de  Obispos, encabezada por el Arzobispo Cardenal de Méjico, Presidente de aquella Conferencia, para cumplir un deber de inmensa gratitud con nuestra diócesis placentina por lo que hicieron aquellos doce padres, sencillos, humildes misioneros francisca­nos por su nación: llevarles el mayor tesoro del mundo por medio de la evangelización.

Y acordaron también enviar un grupo de religiosas hospitalarias para que puedan vivir en comunidad en el pueblo de Belvís.

Ya están aquí. Desde hace dos años. El pueblo de Belvís y la diócesis de Plasencia las han recibido con los brazos abiertos y con inmensa alegría. Parte de la comunidad venida de Méjico está en el Palacio Episcopal de Plasencia al servicio de la dió­cesis y parte ha venido al pueblo de Belvís de Monrroy.

El pueblo las ha proporcionado casas donde vivir y ellas, con el mismo espíritu con que los doce franciscanos evangelizaron a sus antepasados, tratan de hacer el bien en las diversas tareas parroquiales.

Sólo falta que el antiguo convento franciscano en ruinas, de donde salieron sus padres en la fe, pueda transformarse en un convento restaurado en donde pueda habitar una comunidad viva. Tienen interés en la realización de este proyecto tanto la iglesia mejicana como la de España y sobre todo Extremadura.

Oct 011989
 

Pilar Montero Curiel.

“Duérmete, mi niño,

duérmete, mi sol,

duérmete, la prenda

de mi corazón…”

(Popular)

LA PRIMA EDAD DE LA VIDA Y LA TRADICIÓN POPULAR

 

Tradicionalmente, el ciclo de la vida humana se ha estudia­do en función de cuatro momentos o etapas: nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte, que, con palabras del profesor Gómez Tabanera, “son y serán siempre cuatro crisis fundamentales y universales a la hora de estudiar el circuito temporis de la vida del hombre dentro del folklore”[1]. Tomando como punto de referencia esta divi­sión, en el presente trabajo se analizan algunas creencias popula­res de Madroñerasobre el nacimiento y sus ritos. Toda la informa­ción etnográfica ha sido facilitada por mujeres naturales de Madroñera[2]  y, en líneas generales, coincide con los usos y costumbres de otras zonas españolas y extranjeras, como se deduce de la docu­mentación allegada; pero en esta localidad se encuentran variantes peculiares de gran valor.

Nos centramos en tres puntos para exponer esta recopilación de creencias:

 

a) Ritos prenatalicios, referidos a la fecundación y a la esterilidad.

b) Ritos de la madre gestante, sobre el embarazo y la mater­nidad.

c) Ritos del nacimiento, el parto y la manipulación del re­cién nacido.

 

El material etnográfico que sirve de base a este análisis ha sido recogido mediante encuesta oral en los meses de diciembre de 1987 y enero de 1988. Son prácticas populares que, fuera de la memoria de las personas mayores, no gozan hoy de ninguna vigencia; de ahí nuestro interés por rescatarlas antes que el paso del tiempo las condene definitivamente al olvido.

 

 

1. RITOS PRENATALICIOS.

 

En todas las sociedades rurales, la procreación es un rasgo intrahistórico del matrimonio, que convierte a la esterilidad en punto conflictivo. La conciencia popular atribuye la esterilidad a la mujer, excepto en un caso: cuando dos hermanos son gemelos o mellizos, uno de los dos nace estéril. En cambio, las hermanas gemelas o mellizas pueden ser las dos fértiles.

Las prácticas populares encaminadas hacia la fecundidad son escasas en Madroñera, frente a la situación que ofrecen otras re­giones españolas, lógicamente, enclavadas en la misma tradición cultural[3]. Sólo hemos podido constatar un vestigio insignificante de la antigua costumbre de encomendarse a los santos para conse­guir la fecundidad, en los versos finales de la oración de Santa Rita, cuyo santuario se encuentra en la localidad de Santa Cruz de la Sierra; dice así:

 

“Rita, abogada de los imposibles

la apellidan en Italia.

Cuentan sus maravillas a montañas;

digan sus milagros los de Casia.

Por su salud la reclaman los enfermos,

los mudos allí acuden por el habla,

quien la sucesión le pide la consigue

hasta a los muertos nos los deja en paz”.

 

Para adivinar si una mujer es fértil se arrancan tres hojas de un olivo y se cubren bien con la tierra; pasado un tiempo, se desentierran y, si permanecen verdes, la mujer podrá concebir.

Ninguna de las informantes encuestadas habla de la esterilidad como un maleficio divino; es, sencillamente, un fenómeno natural, “porque tiene que haber de todo en la vida”.

 

 

2. RITOS DE LA MADRE GESTANTE.

 

La maternidad concentra a su alrededor una enorme variedad de creencias y supersticiones. A menudo, se considera que la mujer embarazada, sobre todo en los primeros meses, es un ser débil y vulnerable; el refranero popular español está repleto de máximas alusivas a este hecho, del tino “Bendito sea el mal que a los tres meses se ha de quitar”, extraído del Vocabulario de refranes y fra­ses proverbiales de Gonzalo Correas.

Hace algunos años, el embarazo estaba rodeado de numerosas creencias que limitaban seriamente las actividades femeninas, incluso en el desarrollo normal de las tareas hogareñas. Hoy apenas se practican en Madroñera, salvo algunas que, inspiradas por un cier­to aire de religiosidad supersticiosa, tardarán mucho tiempo en desaparecer[4]. Hasta fechas relativamente recientes, la embarazada tomaba una serie de medidas preventivas para evitar complicaciones en el parto: no podía devanar madejas porque, si lo hacia, el niño corría el riesgo de nacer con el cordón umbilical liado al cuello y con síntomas de asfixia[5]; tampoco podía andar descalza por el suelo ni por el agua; no podía ser madrina de otro niño, porque, en es te caso, moriría el hijo que llevaba en su vientre[6]; no podía coser a máquina, dado que el pedaleo perjudicaba al embrión. Entre los alimentos prohibidos para la madre, la liebre ocupaba un lugar privi­legiado, ante el temor de que el niño pudiera nacer con el labio leporino o partido[7]; además, el sentir popular considera que la lie­bre tiene un ciclo menstrual semejante al de la mujer, y su sangre es perjudicial para la embarazada.

Otro capítulo interesante lo constituye la creencia en los antojos y la necesidad de complacerlos de inmediato, para evitar que el niño nazca con manchas en la piel. Las manchas pueden pro­venir también de una caída durante el embarazo y, antiguamente, cuando se traía el agua en cántaros apoyados en las caderas, se atribuían a la opresión que el cántaro ejercía sobre el vientre de la madre.

En general, los antojos se refieren al deseo de comer determinados alimentos. En Madroñera se piensa que un antojo no satisfecho puede producir un orzuelo en el ojo de la embarazada, y esta creen­cia se presenta, con ligeras variantes, en otros puntos de la geo­grafía española, como en Anguiano (Logroño), donde se estima que un orzuelo aparece por haberse reído de una embarazada.

Es un tópico que la mujer embarazada coge manías. Una infor­mante de Madroñera cuenta que una señora cogió manía a su marido cuando lo veía con una gorra bilbaína en la cabeza; otra embarazada mostraba auténtico rechazo hacia su vecino .y vomitaba cada vez que se encontraba con él. El hecho de sentir asco por determinados alimentos y olores es inevitable en el embarazo, de forma que una joven, en los primeros meses de gestación, sentía náuseas cuando veía ante sus ojos carne de pollo, hasta tal punto que incluso los pollos vivos y los que salían en los anuncios de televisión le hacían vomitar.  La tradición popular conoce v  arias formas de adivinar el sexo de la criatura que va a nacer. En Madroñera, las más comunes son las siguientes:

 

– Se mira la forma del vientre de la madre: si es picudo y alto, nacerá un niño; si es plano y se observa que la criatura es­tá repartida a lo ancho, es decir, el vientre de la madre es redondo), nacerá una niña[8].

 

– La luna influye poderosamente en la determinación del sexo, como se desprende del adagio recitado por una de nuestras informan­tes:

 

“Si nace en menguante

eh como lo de antih;

si en crecienti,

eh diferenti”[9].

 

Este dicho popular supone que el punto de referencia es el parto an­terior de la misma madre.

 

– En otros casos, el sexo puede adivinarse lanzando una mone­da al aire: si sale cara, será niño; si sale cruz, niña.

 

En otros tiempos, cuando el embarazo se iba acercando a su fin, la futura madre hacía la novena de San Ramón Nonato. Incluso, durante el parto, la madre y la suegra de la parturienta rezaban la oración consagrada al Santo. Todavía algunas ancianas refieren esta costumbre, aunque la oración ha sido olvidada por completo.

Íntimamente relacionado con este tema se encuentra el referi­do a la alimentación de la mujer después del parto. Antiguamente, durante tres días consecutivos, el alimento único era la leche. En la cuarentena, la mujer recién parida no podía tomar garbanzos ni morcilla fresca; los garbanzos, porque producen gases de estomago, y la morcilla fresca, por estar hecha a base de sangre. En este periodo de cuarenta días, la mujer se trasladaba al domicilio paterno porque necesitaba recibir cuidados especiales y adaptarse a una dieta equilibrada; el mejor alimento era el caldo de gallina, que permitía, a la vez, aprovechar el obsequio de las vecinas. Esta costumbre pertenece al acervo de la cultura popular española, co­mo reflejan en su “Manual de folklore” Luis de Hoyos Sáinz y Nieves de Hoyos Sancho: “el caldo de gallina es la panacea alimenticia de todos los lugares españoles…, de lo cual ha venido el re­galo de estas aves a toda parturienta”[10], Por las tardes, para me­rendar, la mujer tomaba chocolate con pringáh (rebanadas de pan frito) o bihcochoh (fabricados a base de huevo, azúcar y harina). La cena consistía en una sopa de jamón y un vaso de leche con yema de huevo y azúcar[11].

La primera salida de la madre se producía una vez pasada la cuarentena; acudía a la iglesia y allí se unía a dos amigas que la esperaban con sendas velas encendidas en las manos; las tres entraban en el templo para asistir a la celebración de la misa. Esta entrada en la iglesia puede interpretarse como un ritual de purificación que, salvando las distancias, recuerda mucho al que se describe en el Levítico (XII, 4-5):

 

“Mas ella permanecerá treinta y tres días     purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa, ni entrará en el santua­rio hasta que se cumplan los días de su purificación”.

 

Si el embarazo le había dejado manchas en el rostro, podía limpiarlas con flor de lirio, agua de rosas, rosas de Santa María y pétalos de rosas silvestres. Una vez transcurrida la cuarentena, la nueva madre abandonaba el domicilio paterno para instalarse en su casa y enfrentarse, de nuevo, a las tareas cotidianas del hogar.

 

 

3. RITOS DE NACIMIENTO: LA MANIPULACIÓN DEL RECIÉN­ NACIDO

 

3.1. El parto

 

Según la opinión popular, las fases de la luna influyen en la llegada del parto; la luna llena es, sin duda, la fase más propicia para el nacimiento y hay, alternativamente, “luna de niños” y “luna de niñas”.

Si el recién nacido presenta una cruz en el paladar o letras diversas en la lengua se dice que “tiene gracia” y que puede ser curandero o saludador[12]. La posibilidad de tener gracia puede ser advertida ya por la madre durante la gestación, cuando la criatu­ra que lleva en su vientre emite una especie de gemido suave. El niño nace con esta virtud siempre y cuando la madre sepa mantenerlo en secreto. Ahora bien, hay que tener en cuenta una creencia que plantea serias dificultades: no puede haber más de un saludador en un radio de siete leguas, porque, en el caso de que haya más de uno, morirá el que menos gracia tenga, a los 21 meses, después de haberse visto atacado tres veces, una cada siete meses, por fuertes ataques de fiebre.

Tradicionalmente se ha dicho que hay días fastos y nefastos para nacer. En Madroñera se cree que nacer en martes trae mala suerte, y que el trece y martes es pésimo. En otros lugares se estima que el día más favorable para nacer es el sábado y el menos,    el viernes Santo[13].

Hasta mediados de la década del 70, aproximadamente, todas las mujeres de Madroñera daban a luz en sus propios domicilios o en el de sus padres, y pocas veces se trasladaban a un centro sanitario. En la actualidad, es muy raro que un niño nazca en el pueblo. El parto en casa suponía un auténtico ritual de sabor tradicional: la asistencia correspondía a la comadrona, ayudada por las vecinas de confianza y por la madre y la suegra de la parturienta. El marido permanecía en una habitación cercana, pero no solía entrar en el dormitorio donde daba a luz la esposa.

Según la posición del feto al nacer, se pensaba que si venía de pies tendría buena suerte en la vida; lo normal era nacer de cabeza. El Parto de nalgas era, desde luego, el más funesto, en opinión de todas las informantes[14].

Para facilitar el parto, cuando llegaba su momento, se acu­día a prácticas muy elementales, como subir y bajar escaleras, ra­ra para acelerar el proceso de la dilatación; tomar tila caliente, y vapores de agua caliente en una palangana. Como alimento útil para favorecer la dilatación del útero era muy aconsejable la col coci­da con miel, costumbre que también se recoge en varios puntos de la provincia de Salamanca.

La mujer puede calcular la fecha aproximada del parto, de acuerdo con los días de su última menstruación; ella lo expresa siempre según sus cuentas, desde la primera falta que acusa. A los nueve meses de gestación dice que está cumplida y que comienza a salir de cuentas, hasta que se produce el parto. Pese a sus cálcu­los, quien rige los destinos del acontecimiento es la naturaleza, como se deduce del siguiente dicho popular: “Bien cuenta la madre, mejor cuenta el infante”.

Los dolores del parto son terribles, en opinión de todas las mujeres encuestadas que han conocido esta experiencia; la intensi­dad del dolor aumenta cuando en un parto nace niño y en el siguiente nace niña. Una de las informantes considera que cuanto más grandes son los dolores, mejor jara la madre; cuando la parturienta grita “¡que me muero!”, el niño viene enseguida. En estos momentos es fundamental la ayuda de la comadrona.

 

 

3.2. El recién nacido.

 

Si el parto se ha desarrollado sin problemas, lo primero que hace el niño es llorar; en el caso de que no llore, hay que reani­marlo con una pequeña paliza o unos golpes suaves en la espalda. El método es infalible, y su finalidad consiste en comprobar que el aparato respiratorio del recién nacido funciona.

El primer baño del niño se efectuaba después de haberle cor­tado el cordón umbilical, con agua templada en una palangana y lo que la gente mayor llama “habón de olol”. Lo bañaba, generalmente, una vecina. Este primer baño tenía que ser corto y se hacía para quitar al niño la sangre que sacaba pegada a la piel. A continuación había que vestirlo con ropas que se adecuasen a la estación climática en la que se producía el nacimiento: en verano, jerséis de hilo y en invierno de lana, con camisitas bordadas debajo y los corres­pondientes pañales y mantillas.

Durante los primeros días, la cuna se colocaba en un lugar oscuro del dormitorio, porque se pensaba que el exceso de luz era perjudicial para el recién nacido, quien, por otra parte, no demostraba ver nada hasta su tercer día de vida, porque al pasarle las manos delante de los ojos abiertos no parpadeaba.

El cordón umbilical se eliminaba de acuerdo con un estricto ritual supersticioso. Primero se cortaba con unas pinzas muy lim­pias para separar a la criatura de su madre; a continuación, se anudaba y se enrollaba en vendas de tela; se tapaba con una faja especial llamada ombliguera, ombriguera o lumbriguera. Existía en Madroñera la costumbre de coser en la venda ombliguera una crucecita de madera de nogal, como amuleto para preservar al niño con­tra algún daño exterior. La misma cruz, colgada en el cuello con una cadena servía para evitar que el niño fuera atacado por los efectos perniciosos de la luna.

A los cinco o seis días del nacimiento, se caía la trinilla del cordón umbilical, ya seca; algunas personas la quemaban y otras la guardaban para utilizarla después como remedio contra algún mal. Sir. J. Frazer, en “La rama dorada” refiere una curiosa costumbre mejicana sobre el destino del cordón umbilical:

 

“En el antiguo México acostumbraban a dar a los guerreros un cordón umbilical de niño para que lo enterrasen en el campo de batalla y así el niño adquiriese pasión por guerrear. En cambio, el cordón de las niñas lo enterraban junto al hogar doméstico, por creer que esto le inspiraría amor al hogar y gusto en cocinar y hornear”[15].

 

Íntimamente ligada a la manipulación del cordón umbilical se halla la de la placenta y las secundinas. Frazer dice que estas partes “permanecen en simpatética conexión con el cuerpo, después de haber sido separadas físicamente de él” [16]. La costumbre popular de Madroñera está fundamentada sobre este principio: las vecinas que ayudaban en el parto se encargaban de recoger la placenta y los secundinas, las depositaban en un cubo y las llevaban lejos de la casa, para enterrarlas en un lugar al que no tuviesen acceso ni los perros ni los gatos, porque era peligroso para el recién nacido que estos animales lamiesen o devorasen la placenta[17].

Otro episodio inherente al nacimiento era la perforación del lóbulo auricular en las niñas para colocarles los pendientes; era una tarea encomendada a la comadrona: enhebraba una aguja con hilo de seda untado en alcohol, perforaba con cuidado al lóbulo y deja­ba un aro de hilo en el pequeño orificio, que era movido por la madre cada mañana con saliva, hasta que cicatrizaba y se colocaba el pendiente. Como anestesia casera podía utilizarse un trozo de hie­lo, para mitigar el dolor.

Sobre el hecho de cortar las uñas por primera vez al recién nacido, existe una creencia muy arraigada todavía: se dice que hay que cortar las uñas por primera vez detrás de una ventana, un lu­nes o un sábado, para que el niño cante bien; o que se las corte una persona que cante bien para que transmita la virtud al recién nacido[18].

El niño comenzaba a mamar poco después de nacer; cuando una mujer no podía dar de mamar a su hijo se utilizaba una cría de pe­rro para que le vaciara los pechos, hasta que se retiraba la leche hasta que la criatura aprendía a chupar. En algunos lugares, el cachorro era sacrificado una vez cumplida su misión, porque se pensaba que, por este motivo, podía adquirir y después transmitir la rabia. En Madroñera no se practica esta creencia.

La época de la lactancia materna duraba más de dos años. Para destetar al niño, la madre se colocaba en el pecho un trozo de piel de borrego o de conejo, o un cepillo de cerdas duras, para que le diera miedo y abandonaría definitivamente la costumbre de mamar. En ocasiones, se untaba el pezón con un producto de sabor desagradable, hasta que el niño aborrecía la leche materna[19]. La misma práctica se aplica con el chupete.

Entre las clases sociales más adineradas era frecuente la costumbre de la lactancia mercenaria. Las llamadas nodrizas, amas de cría o madres de leche eran mujeres jóvenes, en muchos casos solteras, que mientras criaban al pecho a sus propios hijos, entra­ban en las casas de los ricos como miembros privilegiados entre la servidumbre. Las únicas tareas que se le encomendaban eran dar el pecho al niño y sacarlo a pasear. Las amas de cría recibían cuidados especiales: antes de dar el pecho al niño tomaban un vaso de leche y su alimentación era extraordinaria. Tanto es así que algunas informantes relatan, con cierta ironía, que a veces las nodrizas se ponían más guapas que la madre del niño y el marido se enamoraba de ellas.

El primer rito religioso para el recién nacido tenía lugar a los nueve días del nacimiento, cuando lo llevaban a la iglesia para bautizarlo. La madre no acudía al bautizo, puesto que permanecía durante toda la cuarentena en casa, como se ha apuntado en páginas anteriores. En su lugar, era la madrina quien acudía a la iglesia con el niño y protagonizaba, junto con el padrino y los familiares invitados, la ceremonia religiosa. Hoy se procura retrasar la fecha del bautizo hasta que el niño tiene más de un mes y siempre está presente la madre en el momento en que el niño entra a formar parte de su comunidad cristiana.

 

 

4. LOS CUIDADOS DEL RECIÉN NACIDO

 

Durante su primer año de vida, el niño recibe cuidados especiales: la crianza, en las sociedades rurales estaba acompañada de una serie de costumbres, muchas de las cuales se han perdido ya; citare­mos a continuación las más populares:

 

– Cuando el niño está estreñido, se le introduce una cerilla o una hoja de geranio untadas en aceite por el orificio anal[20].

 

– El hipo se quita con un trozo de hilo untado con saliva y colocado sobre la frente del niño en forma de cruz[21].

 

– Si los niños bostezan se les hace la señal de la cruz en la boca y, tomando como extremos de la cruz las líneas centrales de los labios y las dos hendiduras, se dice: “Jesuh, corona, clavo y cruz”.

 

– No conviene hacer cosquillas a los niños, porque, según el sentir popular, se les contraen los músculos y pierden fuerza.

 

– Para aliviar el dolor de oídos se aplican gotas de leche de una mujer que esté criando varón, o hilachas de jamón con algodón,

 

– Como amuletos contra los perjuicios de la luna se empleaban la cruz de Alcarabaca (de Caravaca) y la cruz de nogal.

 

– La cruz de Alcarabaca imponía una serie de exigencias de carácter mágico: para que tuviera virtud, había que tallarla en madera de moral, cortada un viernes cualquiera del mes de marzo, al salir el sol.

 

– En la cuna de los niños se colocaba una imagen de la Virgen niña o la figura de un angelito, en un medallón de metal que se conocía popularmente como la placa de la cuna.

 

– Desarrollo importante en la vida del niño es la aparición de los dientes. Las informantes de Madroñera recuerdan un refrán que dice así: “niño que endientece, niño que hermanece”, puesto que, según la opinión popular, al echar los dientes el niño muerde a su madre mientras mama y ese proceso acelera el destete; al retirarse la leche, es más fácil que la mujer vuelva a quedarse embarazada.

 

– El niño empieza a sonreír al mes de nacer; hay un dicho popular que relaciona el aprendizaje de la risa con la psicología de la madre:

 

“Madre tonta tuvihte,

si al meh no te rehte”.

 

Finalmente, hay que aludir al fenómeno le la adquisición del lenguaje y la costumbre popular que aconseja dar agua al niño desde que nace para que hable pronto y claro. Siendo esto así, nuestros niños no entienden bien por qué, a menudo, recriminamos sus palabras con consejos como “vosotros ver, oír y callar”.

 

 

5. BIBLIOGRAFÍA.

 

– ALZOLA, Concepción Teresa: “Costumbres cubanas relacionadas con la infancia”, en: Actas del I Congreso Nacional de Artes y Costumbres Populares. Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1969, págs. 253-267­.

 

– CASAS GASPA. R. Enrique: “Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo casamiento y muerte”. Madrid, Escelicer, 1947.

 

– DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “Cultos a la fertilidad en Extremadura”, en: Cuadernos Populares de la Editora Regional de Extremadura, 1987.

 

– FRAXER, Sir James George: “La rama dorada”. México, Fondo de Cultura Económica, 1931.

 

– GÓMEZ TABANERA, José Manuel (y otros): “El folklore español”. Madrid, Instituto Español de Antropología Aplicada, 1963.

 

– GONZÁLEZ HONTORIA, Guadalupe, “El nacimiento, el matrimonio y la muerte en Badajoz”, en: Narria, XXV-XXVI, 1982, págs. 33-35.

 

– GRIERA, A.: “Triptic: la naixerira, les esponsalles, la mort”, en: Bole­tín de Dialectología Catalana, 17, 1929, págs. 79-135.

 

– HOJA FOLKLÓRICA del Centro de Estudios Salmantinos.

 

– HOYOS SÁINZ, Luis de y HOYOS SANCHO, Nieves de: “Manual de folklore”. Madrid, Istmo, 1985.­

 

– HURTADO, Publio: “Supersticiones extremeñas”. Cáceres, 1902.

 

– OLAVARRÍA Y HUARTE, Eugenio de: “Supersticiones españolas de medicina popular”, incluido en: Black, Medicina popular, Barcelona, Alta fulla, 1982, págs. 325-340­.

 

– PALACIO NACENTA, José Eduardo, “Noviazgo, matrimonio y nacimiento en la Ribagorza”, Actas del II CNACP, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1974, págs. 169-183.

 

– PRIETO RODRÍGUEZ, Laureano, “Vida del individuo. Tierra de la Gudi­ña (Orense)”, en: RDTP, III, 1947, págs. 558-578.

 

– RODRÍGUEZ PASTOR, Juan, “Las supersticiones. (Su estado actual en Valdecaballeros)”, en: Revista de Estudios Extremeños, 1987, NÚM. 3, tomo XLIII, págs. 759-778.

 



[1] Vid. José Manuel Gómez Tabanera, “El curso de la vida humana”, en: El folklore español, Madrid, Instituto de Antropología Aplicada, 1968, pág. 67­

[2] Quiero hacer constar mi especial gratitud a Josefa Miguel, Concepción García, Aurora Costa, Ana Díaz y Antonia Sánchez, todas naturales y vecinas de Madroñera, que respondieron generosamente a mis preguntas y, con su experiencia, me ayudaron a mejorar el cuestionario.

[3] Vid, entre otros, Griera, “Triptic: la naixença, les esponsalles, la mort”, Boletín de Dialectología Catalana, 17, 1929, págs. 84-131; Luis Maldonado Ocampo, “Sobre fecundidad y esterilidad”, Hoja Folklórica del Centro de Estudios Salmantinos, núm. 31 (15-VI­-1952) y núm. 32 (22-VI-1952); José Eduardo Palacio Nacenta, “Noviazgo, nacimiento y matrimonio en la Ribagorza”, en: Actas del II Congre­so Nacional de Artes y Costumbres Populares, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1974, págs. 169-183; Inmaculada Jiménez Arques, “Ritos fecundantes en el Pirineo Catalán”, en: Narria, II, 1976, pág. 28; Guadalupe González-Hontoria, “El nacimiento, el matrimonio y la muerte en Badajoz”, en: Narria, XXV-XXVI, 1982, págs. 33-35; José M. Domínguez Moreno, Cultos a la fertilidad en Extremadura, en: Cuader­nos Populares, Editora Regional de Extremadura, 1987.; etc.

[4] Los tabúes relacionados con el embarazo aparecen reflejados en la mayoría de las obras que abordan el estudio de las supersticiones populares. Para Extremadura puede verse la obra de Publio Hurtado, Supersticiones Extremeñas, Cáceres, 1902, págs. 213-223­.

[5] Vid. Publio Hurtado, ibid., pág. 214; añade que, en algunos lugares, “se aconseja que rara preservar a los humanos embriones de tal dogal, sus madres no miren al cura celebrante cuando se ciña el cíngulo” (págs. 214-215). También recoge supersticiones semejantes en la zona ribagorzana José Eduardo Palacio Nacenta, “art. cit.” pág. 180.

[6] Vid. Eugenio Olavarría, “Supersticiones españolas de medicina popular”, apud. G. W. Black, Medicina popular, Barcelona, Alta Fulla, 1982, pág. 333.

[7] Ibíd., Black, op. cit., pág. 41; Publio Hurtado, op. cit., pág. 246.

[8] Ibíd., Concepción Teresa Alzola, “Costumbres cubanas relaciona­das con la infancia”, en Actas del I Congreso Nacional de Artes y Cos­tumbres populares, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1969, pág. 255. Otros métodos se encuentran en las obra de Enrique Casas Gaspar, Costumbres españolas de nacimiento, noviazgo, casa­miento y muerte, Madrid, Escelicer, 1947, Pág. 31.

[9] Vid. Publio Hurtado, op. cit., pág. 214; J. Rodríguez Pastor, “Las supersticiones (su estado actual en Valdecaballeros)”, en: Revista de Estudios Extremeños, 1987, 3, tomo XLIII, pág. 775.

[10] Manual de folklore, Madrid, Istmo, 1965, pág. 347.

[11] Vid. Luis Maldonado Ocampo, “Después del parto”, Hoja Folkló­rica del Centro de Estudios Salmantinos, núm. 70 (15-111-1953).

[12] Para las definiciones de saludador pueden verse, entre otros, D.R.A.E., s. v. saludador; Antonio Viudas, Diccionario Extremeño, 2• ed., Cáceres, 1988, ss.vv. saludadora y saludaor; Publio Hurtado, op. cit., págs. 186-187; Juan Rodríguez Pastor, “art. cit.”, pág. 774.

[13] Cf. Publio Hurtado, op. cit., págs. 218-219; Juan Rodríguez Pastor, “art. cit.”, pág. 774, etc.

[14] Vid. Luis Maldonado Ocampo, “Varias creencias”, en: Hoja Folkló­rica del Centro de Estudios Salmantinos, núm. 12 (13.-II-1952).

[15] Vid. Sir J. Frazer, “La rama dorada”, México, F.C.E., 1981, pág. 66.

[16] Ibíd., pág. 65.

[17] Cf. Frazer, ibíd, pág. 65; Eugenio Olavarría, op. cit., pág. 338; José Eduardo Palacio Nacenta, “art. cit.”, pág. 128; Luis Mal donado Ocampo, “Costumbres de parteras y partoleras”, en Hoja Folkló­ricadel Centro de Estudios Salmantinos, núm. 49 (19-X-1952).

[18] Prácticas similares se encuentran en la región de Ribagor­za, descritas por J. Eduardo Palacio Nacenta, “art. cit.”, pág. 183; en Valdecaballeros, Juan Rodríguez Pastor, “art. cit.”, pág. 776; en Cuba, Concepción Teresa Alzola, “art. cit.”, p. 264; etc.

[19] Vid. José Eduardo Palacio Nacenta, “art. cit.”, pág. 183: “se untaba el pezón de ajo, sal, miel amasada en ajenjo, o colocando la­na de oveja negra para que se asustara el niño”.

[20] Concepción Teresa Alzola, “art. cit.” Pág. 261, recoge la misma costumbre en Cuba.

[21] Vid. Concepción Teresa Alzola, ibíd., pág. 262; Juan Rodrí­guez Pastor, “art. cit.”, pág. 770.

Oct 011989
 

Mª Pilar Hernández Jiménez.

1. PRENSA, POLÍTICA Y OTROS ASPECTOS DE LA CIUDAD DE PLASENCIA.

Aspira este trabajo a ofrecer una imagen de la Ciudad en el último tercio del pasado siglo. La prensa local será la que nos proporcione los datos y noticias de esa visión de la Plasencia decimonónica. Las páginas periodísticas se utilizarán como series radiográficas que nos parcelarán aspectos de la vida política, social, religiosa, festiva, educativa, cultural, etc.

Al observar las radiografías periodísticas detectamos la presencia de elementos enquistados en la Ciudad desde casi su fundación: poder hegemónico de una rancia casta nobiliaria, la desmedida proyección e influencia de la silla episcopal y clerecía, la oligarquía terrateniente… Pero también, si nos fijamos, atisbaremos el despuntar germinal de elementos muy prometedores: ascenso de una burguesía con afanes de protagonismos (comerciantes, industriales, profesionales y funcionarios), que propiciarán el surgimiento de una conciencia político-social vindicadora (partidos, organizaciones obreras, etc.). Estos nuevos elementos pretenden derribar las estructuras vetustas de una Ciudad con resabios medievales. La prensa es uno de los elementos con que cuentan para conseguirlo.

La lectura de la prensa placentina nos deja un ligero sabor agridulce, de frustración ante la impotencia para transformar una Ciudad en la que el lastre de un pasado inmovilista, de un enraizado tradicionalismo inoperante y reaccionario de las minorías detentadoras del poder local, quiebra las más enjundiosas voluntades progresistas. Procesos, multas, cárcel… habrán de sufrir los que se atreven a contrariar a los intocables figurones, tanto de la aristocracia como del clero.

En una centuria de tan profundos cambios, Plasencia, sin embargo, sigue mostrándose como la ciudad “timorata, clerical y mística” –en frase de un semanario finisecular- que siempre fue.

 

 

Política y periodismo placentino.

 

Hoy disponemos ya de suficientes datos para tener una visión global del periodismo placentino decimonónico. En la investigación de tan interesante campo destaca la labor de Fernando Flores del Manzano[1], a quien debemos varias monografías, incluyendo el pionero semanario placentino del Trienio “Aurora Patriótica de la Alta Extremadura”[2].

No vamos a entrar a analizar ahora estos periódicos. Sólo poner de relieve la alta producción periodística de Plasencia en el último tramo del XIX, momento en que se registra cerca de una treintena de publicaciones periodísticas en la Ciudad. La cosa resulta aún más llamativa si la parangonamos con la paupérrima situación actual de la casi inexistente prensa placentina. Creemos que una Ciudad avalada con una envidiable tradición periodística merece otra suerte.

Periodismo y política caminan paralelos. Flores del Manzano examinó la prensa política placentina del pasado siglo en dos artículos sucesivos aparecidos en la revista Alminar[3]. Hay periódicos de todos los colores. Varios de los semanarios más duraderos y estables nacieron como proyectos políticos o como órganos de expresión de las diversas tendencias políticas y hasta religiosas (“Los reos sin careta”, del cura Mora). En este sentido destacamos la prensa republicana, en especial el semanario federalista de atrevida cabecera “El Cantón Extremeño”. El agrimensor y diputado Juan González Hernández y el luchador tipógrafo E. Pinto Sánchez[4], que fue alcalde durante la I República, y que encarna como nadie la sacrificada, arriesgada vida del periodismo político placentino (suspensión de su semanario, procesos, multas, cárcel…). Por la prensa nos enteramos de hechos transcendentes para la Ciudad como la constitución en 1863 del “Primer Comité Democrático” (fundado por 24 ciudadanos) o de los partidos de izquierda.

 

 

Plasencia y su aspecto externo.

 

La fisonomía de Plasencia cambia. Se dota de una cierta infraestructura comunicativa, tan imprescindible para sacarla de su secular aislamiento. Es la época de las grandes realizaciones viarias, carreteras y ferrocarril, este último tan decaído hoy.

Se abren nuevas calles, se instala una nueva fuente en la Puerta del Sol (1887), paseos de mullida hierba como el que va de la Berrozana a San Antón, de moda por entonces. La Plaza queda  como de día gracias a las dos lámparas de arco voltaico de 2000 bujías que alumbran por la noche (1890).

Esa Ciudad que prospera urbanísticamente, pero que sigue tan sucia como siempre: colgajos en los portales, gallinas y cerdos pululan por la vía, y el olor insoportable del “quico”. Así es la Plasencia decimonónica que presentamos.

 

 

2. VIDA SOCIAL.

 

Si nos dejamos llevar por la insatisfacción de algunos articulistas, hemos de reconocer que ciertos ciudadanos no encontraban formas de diversión. Con la contundente declaración en la firma de “Un Aburrido”, que es quien nos describe el ambiente social y festivo tan pobre de Plasencia, no hay duda de que más de uno echa en falta elementos de distracción.

La clase pudiente parece que supo hallar medios festivos con los que matar las largas noches de invierno. Se mantuvo una activa vida social entre la burguesía, a través de reuniones y veladas con atracciones recreativas variadas: piececitas teatrales, canto y declamación, prestidigitación, etc. Reseñemos un par de reuniones de este tipo:

 

– Reunión“El domingo 24 tuvo lugar una concurridísima reunión en casa del Sr. D. Miguel Herrero donde parece tratan varios aficionados a la declamación y al canto de hacer más llevaderas las pesadas noches del próximo invierno. En ella se cantaron varios coros por pollas y pollos de esta Ciudad, sobresaliendo por su desenvoltura y maestría las Srtas. Cámara (Dª Josefa) y la Herrero. En los intermedios disertaron alusivamente al objeto de la reunión los Sres. Arranz y Gutiérrez, pronunciando también ambos, poesías inspiradas en el mismo objeto.

Y últimamente, el Sr. Gutiérrez a invitación del Sr. Herrero ejecutó unas cuantas suertes de prestidigitación, a la que el público tan galante supo dispensar toda la indulgencia de que el ejecutante necesitara.

Deseamos que tan culta y plausible reunión no muera como siempre a su nacimiento”.

 

– Soirée” lírico-dramática: celebrada en casa del Sr. Romasanta. “Se representaron las conocidas obritas: “El vecino de enfrente” y “Las cuatro esquinas”, en cuyo desempeño se distinguieron por su donosura y arte las bellas señoritas Clara Rosamanta, Mª Luisa Prat, Herminia García y Jesús Ferrazón y Sres. Torres. Hubo grandes ovaciones. Terminó la agradable velada con un variadísimo cotillón. Los concurrentes fueron obsequiados con dulces, pastas y licores, quedando muy complacidos por la finura y amabilidad de los anfitriones. Deseamos que tan agradables veladas se repitan y que la iniciativa de los señores Romasanta encuentre imitadores. Al piano acompañó el maestro Collazos”.

Una versión decimonónica y provinciana de la “jet set” placentina, integrada no sólo por la aristocracia y élite local, sino por altos funcionarios avecindados temporalmente en la Ciudad, quienes más favorecieron y estimularon la vida social placentina.

¿Cómo se divertía la masa ciudadana? No faltaban lugares donde distraerse: casinos, teatros, buenos paseos, una distraída y algo sucia Plaza Mayor, que por entonces estrena luz eléctrica, etc. Veamos algunos:

 

– Teatro: inaugurado en esta época. Plasencia disponía de una “Compañía Dramática del Teatro de la Ciudad”. Estas son las puestas en escena del año 1885:

Oración de la tarde” (drama).

La cruz del matrimonio” (comedia).

Más vale maña que fuerza” (pieza ligera).

La hija de su yerno” (pieza ligera).

El gran galeote” (drama de Echegaray).

En confianza” (monólogo interpretado por la “precoz y simpática niña Merceditas Gómez”).

 

Para colmar la afición teatral placentina se inaugura el día del Corpus de 1887 un Teatro de Verano.

 

– Círculos recreativos: de varios casinos y centros recreativos goza la Plasencia finisecular. En ellos se desarrollan actividades culturales, mítines y conferencias políticas, amén de los consabidos juegos de mesa y bailes. Destacamos:

 

 “Círculo de artesanos”: tuvo una trayectoria irregular, con momentos de crisis agudas. Para remediarlas se constituye un nuevo “Casino de Artesanos”, a iniciativa del industrial Juan Meni. Se ubica en los bajos de la casa de los hermanos García, y se inaugura el primero de diciembre de 1890. Cuenta con 150 socios, que pagan una cuota mensual de tres reales.

 

– “Casino de la Unión”: se muestra muy dinámico y estable, organizando memorables veladas festivas y actos culturales. A él acuden numerosos republicanos. En 1890 la Junta Directiva la preside Agustín de la Calle, actuando de vicepresidente el federalista Pinto Sánchez.

 

El pueblo disfruta de un calendario de fiestas anuales. Nos fijaremos en dos: carnavales y ferias de primavera.

 

– El Carnaval: un tanto insulso y anodino, poco original. Oigamos la crónica resumida de los carnavales de 1880.

“Pasó el carnaval y con él el ruido infernal que producían una multitud de cencerros y latas de petróleo agitadas por más de 200 chiquillos. Dos enamorados habían tenido la ocurrencia de casarse en aquellos días, y como consecuencia de su desigual matrimonio, vino la serenata armoniosa que todos hemos participado de sus atronadores golpes de grado o por fuerza.

Ninguna máscara hemos visto que pudiera llamar la atención.

Hombres vestidos de mujeres y éstas de hombres. He aquí todo el Carnaval, cuatro mamarrachos sin chiste alguno.

Los bailes tanto de sociedad como públicos han estado muy concurridos.

El Círculo de Artesanos tuvo dos bailes, uno el domingo y otro el martes, y ambos se hallaron muy animados, reinando el mayor orden y compostura.

Los bailes públicos, llamados vulgarmente “uñas”, concurridos como ninguno, puesto que después de terminados los de sociedad, acudían a ellos infinidad de personas con el fin de completar la noche dando bromas sin cuento a cuantos se les presentaban por delante”.

La chiquillería durante los carnavales también participaba en los bailes y fiestas. El Casino de la Unión organizaba un baile infantil de disfraces. Los cronistas nos los refieren con relamidas frases, cargadas de moralina. Veamos el ambiente del salón: “Por aquí el pequeño aristócrata, y olvidándose de la seriedad de su elegante frac con sombrerito de copa, se le veía dando saltos par posar sus taconcitos sobre la larga cola que luce la linda dama de la Edad Media. Más allá se divisaba el jacarandoso andaluz llevando del brazo a su inimitable manola (…). Allí se veían todas las clases representadas y bajo un mismo techo. El paje, la dama, el Señor, el criado, la doncella, el rico, el pobre, todos pisaban sobre un mismo pavimento, y todos danzaban al compás de la misma música”.

 

– Ferias de Primavera: anualmente los días 25, 26 y 27 de mayo se vienen celebrando las Ferias de Primavera placentinas. A ella concurren todas las clases de ganados, a los que no se exige impuestos y “tendrán gratis los abundantes pastos de la Alameda de San Antón”.

Desde el punto de vista festivo lo más destacado son las corridas de toros.

Los periódicos se quejan de que las Ferias sólo son provechosas para jugadores de casinos y cafés “que hacen su apaño”. Denuncian la baja calidad de los productos ofrecidos a los consumidores: “la leche es de agua y almidón; el vino, agua pura”. Solicitan una inspección de la Junta de Sanidad. Un ejemplo del periodismo placentino que tiene validez actual.

No faltaban los socorridos Fuegos de Artificio. En 1884 los montó el renombrado pirotécnico José Aleyxandre. Costaron 2.534 reales, pagados por los comerciantes e industriales de la ciudad (más de dos centenares).

 

– Toros: el espectáculo rey de la Feria placentina era, y sigue siendo, el taurino. Los toros estuvieron desde el Medievo muy ligados a la vida de la Ciudad de Alfonso VIII, a tenor de la cántiga de Alfonso X. Se celebran en la plaza pública. He aquí una crónica de unas funciones de 1873:

“… a pesar de lo inmoral e inhumano de dicho espectáculo (taurino) no podemos menos de aplaudir el orden con que se han llevado a cabo, tanto el celo de la autoridad por una parte, como la sensatez del pueblo por otra, han demostrado una vez más que es posible divertirse sin perjuicio de terceros.

En la del primer día no hubo lástima alguna que lamentar a pesar de haber sendos revolcones, el toro se picó a usanza de años pasados y la concurrencia gozosa de la suerte hecha por el cartero en unión de un compañero aplaudió con frenesí a tan diestra capa; hubo aquello de echarle maroma, hacer alarde de la ineptitud del animal, blandir las hojas de las navajas y punto concluido, aquí acabó la función, y poco más o menos se verificó la segunda, las mismas peripecias, las mismas carreras, si se añade un golpe en la cabeza a uno de los lidiadores.

En resumen, los toros medio buenos, y si cabe mejor el primero que el segundo, la concurrencia inmensa, las pollas liadísimas y los aficionados con mucho coraje…”.

El coso taurino se construye por este tiempo. Se inaugura en 1882. Es de madera y se incendia en 1889. Se emplean en su reconstrucción materiales apropiados y duraderos. La plaza de toros da nuevos impulsos a la Feria. Los toreros locales aficionados van a ser sustituidos por cuadrillas profesionales que los días 25 y 26 de cada mayo, lidian cuatro toros, que son picados, banderilleados y muertos a estoque por toreros de prestigio: “Lagartija”, “El Manchao”, Joseíto y Galindo, etc.

Animadores de la vida social fueron acontecimientos de enrome resonancia local, como el juicio del Muerto Resucitado, el homenaje al filántropo cabezueleño José María Muñoz, las distintas fases del ferrocarril (en junio de 1888 el alcalde decreta tres días de festejos por la subasta de la línea Malpartida de Plasencia-Astorga), la llegada triunfal de líderes políticos. En junio de 1890 llegó Emilio Cautelar a Plasencia. Fue recibido por una comisión municipal y numerosos admiradores. Entre sus anfitriones se encontraba el diputado R. Cepeda: “El Cantón Extremeño” incluye su fotografía en primera página. Será la fotografía pionera de la prensa placentina.

La élite placentina posa para los fotógrafos que periódicamente se desplazan desde Madrid. Es una minoría selecta que sabe vivir. Pasan los veraneos en las costas. Los balnearios se anuncian en los semanarios de la Ciudad: hasta de la vecina Portugal se promociona el balneario marino de Figueira de Foz.

El vulgo sigue apasionado con los toros. Se alarma ante la eventual incomparecencia de algún torero anunciado en el cartel. A. Dabó es cogido en Daimiel antes de su actuación en Plasencia. Se recupera y asiste a las Ferias de 1891. Se contrata a los picadores “El Coca”, “Molina” y “El Niño Bonito”, que han formado parte de las cuadrillas de Lagartijo, Guerra y Nazantini. La afición la encabeza Pepe Romero. La ganadería es del Sr. Rico, de Candelario. Torean las cuadrillas de Antonio Dabó y “El Toledano”. Los banderilleros más destacados fueron “Armilla” y “El Mona”. Grandes éxitos los dos días. Emulan las corridas de la inauguración de la plaza en 1882.

 

 

3. SUCESOS.

 

A través de la prensa podemos reconstruir los sucesos, hechos delictivos y accidentes más destacados ocurridos en Plasencia en esa época.

 

– “El Muerto Resucitado” está a la cabeza. No nos vamos a extender aquí sobre el particular. Seguiremos las notas dadas por F. Flores del Manzano en uno de sus artículos aludidos. El juicio duró varios años y en él intervinieron al menos cuatro jueces. Produjo abundante literatura específica. Es una historia con ribete rocambolesco. Se quiere averiguar si el extraño personaje que aparece en Plasencia en agosto de 1886 -“velludo, calvo, de temperamento sanguíneo, algo linfático, constitución fuerte y robusta, estrábico del ojo izquierdo, y con una cicatriz en el carrillo”, conforme lo describe el historiador placentino Paredes- es un mayúsculo impostor que ha usurpado la identidad de D. Eustaquio Campo Barrado, supuestamente fallecido en el manicomio de San Baudilio de Llobregat; o, por el contrario, se trata del auténtico Eustaquio Campo , tal como aseguraba, cuya muerte se fingió y que viene a exigir su hacienda y restituir su nombre.

Vibra la ciudad por el asunto. Se divide en dos bandos: cada uno tiene sus propios periódicos. “El Muerto Resucitado”, “La Defensa de la Verdad”, “El Noticiero” son algunos nombres. Folletos y entregas semanales de hojas que resumen los percances. Los escritores locales aprovechan la oportunidad para lanzar sus firmas: Fidel Domínguez saca un cuaderno semanal al precio de dos reales; Felipe Díaz Cruz publica un folleto con el título siguiente: “El asunto de Plasencia, o sea, un muerto que resucita o una infame impostura”. Los del bando contrario lo descalifican por ser “un tejido de omisiones, inexactitudes y falsedades”.

A veces se pasa de la letra impresa a hechos de consecuencias muy graves: en enero de 1887 el pueblo placentino se enfrenta muy duramente con la GuardiaCivil, que trata de impedir que se apedree a un testigo contrario a Eugenio Santaolalla. El resultado es cruento: un muerto y varios heridos.

La prensa de Madrid y Barcelona desplaza a la ciudad del Jerte a sus corresponsales. Se despiden con emotivos versos.

 

– Sucesos criminales no faltan en ningún momento en el juzgado placentino. No hay más que consultar la sección criminal, que en 1889 nos ofrece la lista de los procesados, abogados y procuradores. Hay de todo, homicidios, heridos por navajas o disparos en reyertas, atentados, etc.

 

– No escasean otros hechos trágicos: incendios, ahogados. En mayo de 1888 aparece ahogada en el segundo ojo del puente nuevo la joven Jacinta Moreno, criada de los dueños del molino de la Pared Bien Hecha, que había ido a lavar unos pañales.

 

– El 3 de diciembre arden dos casas, a medianoche, con enormes pérdidas económicas (varios comercios afectados) y la muerte del obrero Miguel Galán, quien colaboraba en las tareas de extinción. Se exige al Ayuntamiento que disponga de un servicio contra incendios.

 

– La inseguridad ciudadana también es denunciada. Hay gamberros que tiran los pretiles del puente nuevo al río. Otros hechos son más graves: asiduos robos.

 

– En la Noche de San Juan de 1887 atracan al relojero García Escudero.

 

– En agosto de 1889 asaltan el domicilio del hacendado José Gamonal Sevillano, mientras veranea éste en Oviedo. Con habilidad abren las puertas interiores, y se llevan los ladrones 2.500 duros de plata y alhajas de la mujer, dejando 100 pts. en calderilla. Pero lo que en realidad buscaban eran los pagarés y escrituras de préstamos, que Gamonal había llevado consigo al veraneo. No hay sospechosos.

 

– Un empleado de S. Calixto manda un anónimo exigiendo dinero a una señora acaudalada.

 

– No respetan los ladrones ni los recintos sacros: el año 1891 se produce un conato de robo en el Santuario de la Virgen del Puerto.

 

 

4. VIDA CULTURAL Y EDUCATIVA.

 

Algunos articulistas califican la situación educativocultural de la Plasencia finisecular como de excepcional, una especie de renacimiento cultural. Hay un momento, en los años de 1880, en que los periódicos recogen el alto nivel cultural de la ciudad por medio de una serie de artículos publicados en diferentes semanarios. Voy a reproducir aquí un anónimo (firmado con una “C.”) artículo titulado “El Colegio de Segunda Enseñanza”, publicado simultáneamente en dos de los más distinguidos semanarios de la Ciudad, “El Cantón Extremeño” y “El Eco Lusitano”, el mes de junio de 1880.

 

“El Colegio de Enseñanza Pública de Plasencia.

 

En artículos recientes y siquiera fuese de un modo compendioso, hemos notado cuanta importancia y movimiento literarios dieron en tiempo a esta ciudad la comunidad de dominicos con estudios del Colegio de San Vicente y la Compañía de Jesús produciendo poetas, historiadores, escritores, prelados, religiosos y hombres de letras que hicieron fuera considerada esta ciudad, como la Atenas Extremeña.

No es de hoy por cierto la excelente disposición al estudio con que a los extremeños dotoles la Providencia, y si Plasencia ha perdido en su preponderancia de otros tiempos: en su industria y en su agricultura, consérvanse aquel deseo de saber y aquella aspiración al cultivo de la inteligencia propios especialmente de sus jóvenes, y que son tradicionales en el pueblo que vio nacer a Miranda y a Galíndez de Carvajal, a Acebedo y a Fray Juan de Plasencia.

Seguramente habrá pocas poblaciones en España que en relación con sus habitantes tenga tantos establecimientos de enseñanza como los que esta cuenta. Población de poco más de siete mil habitantes de todas edades, tiene Plasencia el Colegio de San Calixto, fundado por el Sr. Marqués de la Constancia para niños huérfanos: el Colegio de San José, fundado por el Sr. Marqués de Miravel para niñas huérfanas: dos escuelas públicas para niños, dos para niñas y una para párvulos costeadas por el Ayuntamiento: dos colegios privados para señoritas, dos escuelas privadas de niños, una de párvulos y cuatro de niñas, de la misma clase, una de niñas del Hospicio y otra dominical para adultas, recibiendo esmera educación en todas gran número de niños y niñas de fuera y de dentro de Plasencia.

Además hay un Seminario Conciliar para los jóvenes que se dedican a la carrera eclesiástica y un Colegio de Segunda Enseñanza, del que hoy vamos a ocuparnos, porque los brillantes resultados obtenidos en los dos años que cuenta de vida, merecen por cierto que de él demos detallada noticia.

Estableciese en el año de 1878 merced a las gestiones prácticas de su director, el ilustrado presbítero D. Ramón Belló, arcipreste de esta Santa Iglesia Catedral con la autorización necesaria para que los estudios que en él se hacen hasta el grado de Bachiller en Artes, tuvieran valor académico para toda clase de carreras civiles. Cábenos la honra de insinuar aquí que en las referidas gestiones tomó una gran parte D. Manuel de la Rosa, comisionado por el Sr. Belló para tratar con el del Instituto de Cáceres, sobre la instalación del mencionado Colegio, como así también para arreglar el cuadro de Profesores especialmente en la sección de Ciencias.

En los dos cursos de 1878-79, y 1879-80 el personal de Catedráticos del mismo ha demostrado un celo incansable y una laboriosidad a toda prueba en provecho de los alumnos matriculados, procurando imbuir en sus juveniles inteligencias, por virtud de un excelente método científico, los profundos conocimientos de que está dotado que por lo mismo ponen a los estudiosos adolescentes al corriente de los últimos adelantos positivos en las ciencias así de aplicación como especulativas.

Para la más fácil comprensión de estudios que son la más necesaria de otros superiores propios de las diferentes carreras, el Colegio tiene copiosas colecciones de esferas, mapas y cartas geográficas, de mineralogía, botánica y teología y un surtido gabinete de Física y Química, en el que se demuestran palpablemente los curiosos y útiles fenómenos que enseñan tan interesantes ciencias.

Con tan escogidos medios de dirección y con tan perfecto material de estudio, no es de extrañar que en el primer curso se obtuviera un feliz éxito.

De 124 exámenes que se verificaron ante los tribunales presididos por la comisión de catedráticos del Instituto de Cáceres a que está incorporado, obtuvieron nota de sobresaliente 12. De notablemente aprovechado 15. De bueno 27. De aprobado 68, perdiendo curso solamente 2.

Por último, el alumno D. Santiago Arias Pinar hizo en Cáceres oposición a los premios de honor en las tres asignaturas que cursaba, obteniéndolas en todas tres, que eran, segundo año de Latín y Castellano, Aritmética y Álgebra e Historia Universal.

En el curso actual que ha terminado ha sido mayor el número de catedráticos, según manifiesta el cuadro que sigue a continuación.

 

Sección de Filosofía y Letras:

 

D. Manuel de la Rosa y González, licenciado en dicha facultad Geografía e Historia Universal, Historia de España.

D. Ignacio de Parada. Bachiller en Filosofía y Letras, Retórica y Poética, Psicología, Lógica y Ética.

D. Antonio Díaz Sánchez, regente en Latín y Castellano, primero y segundo curso de Latín y Castellano.

 

Sección de Ciencias:

 

 D. Ricardo Gutiérrez, licenciado en dicha facultad, Aritmética y Álgebra, Historia Natural, Fisiología e Higiene y Agricultura.

D. Julián Vicente Hernández, licenciado en id., Geometría, Trigonometría, Física y Química.

Catedráticos auxiliares en la sección primera, D. Isidoro Breganciano y D. Francisco Moreno.

Id. id. en la segunda, D. José Moreno Valiente”.

 

– Cultura: del nutrido plantel profesoral salían directores y redactores de los periódicos placentinos, así como poetas y escritores de diversos géneros.

La Plasencia decimonónica nos ofrece una abultada nómina de escritores: García Maceira, García Monge (“Mis pasatiempos: cuadro de costumbres contemporáneas”, Plasencia, 1983), Díaz de la Cruz, el erudito Paredes, Fidel Domínguez, Alejandro Matías, etc. Detengámonos en algunos de ellos.

 

– Domínguez Páez: además de sus quehaceres periodísticos, y de sus biografías militares y la del benefactor José Mª Muñoz, cultivó la crónica viajera, cuentos, novelas. Estos son títulos que recoge en un solo volumen: “Josefina” (al natural), “Orgía de príncipes” (cuentos simbólicos), “La unión ibérica” (episodio de viaje), “Lady Charybel” (novela), “El hotel misterioso” (novela).

 

– A. Matías Gil (1829-1889): este placentino dejó los estudios eclesiásticos para dedicarse al derecho, cursado en las universidades de Madrid y Salamanca. Colabora en los semanarios placentinos y publica obras de poesía sacra (“Cantigas placentinas” a la Virgen del Puerto). Su fama se la otorga “Las Siete Centurias de la Ciudad de Plasencia”. Fue Decano de los abogados placentinos y secretario del Ayuntamiento. Socio de varias academias y condecorado con las cruces de Beneficiencia, Isabel la Católica, etc.

Son escritores provincianos, apenas conocidos más allá de los límites de su propia ciudad a la que, sin embargo, confieren un interesante dinamismo sociocultural.

 

 

5. PUBLICIDAD.

 

Los periódicos placentinos destinan algún rinconcito y hasta una página entera a la publicidad. Esta es muy elemental: ponderativa, descriptiva, sin ingeniosidad lingüística y sin elementos gráficos llamativos, es decir, muy distante de la que hoy nos invade. Se anuncia de todo: relojería, librerías, comercios textiles, ultramarinos, plantas medicinales y productos farmacéuticos, médicos con consulta de renombre, colegios de enseñanza de distintos niveles, obras literarias, fotógrafos retratistas. He aquí algunos ejemplos:

 

– Internados de señoritas: dirigido por las hermanas de la Concepción de la Sagrada Familia. Enseñanzas: doctrina cristiana, leer, escribir, aritmética, geografía, historia, lengua castellana, francés, cortar, coser, marcar y bordar; también planchar y remendar ropa. Comida: abundante, sana. Mañana: desayuno de chocolate; al mediodía: sopa variada, cocido al estilo del país, un principio y postres variados; merienda; por la noche: guisados variados, ensalada o postre. Precio: 6 reales diarios. Para entrar han de presentar la fe de bautismo y bula de la Santa Cruzada y de la Carne. Traje negro para salir.

 

– Fotógrafo-retratista: fotografías V. Mendía, venido de Madrid. Retrata en Plasencia a las principales damas: Manolita Carvajal, María Elvira, Pura Cordón, Aureliana Verea, Inocencia Torres, etc. Precios de retrato según modalidades: de tarjeta de visita, 6 pts; tarjeta americana, 12 pts; de salón, 30 pts. Se retrata aunque esté nublado y lloviendo, de 8 a 5 de la tarde en el Colegio de Primera Enseñanza. Sólo estará unas semanas.

 

 

NOTA DE AGRADECIMIENTO:

 

Agradezco a Fernando Flores del Manzano, no sólo el haber puesto a mi entera disposición su abundante documentación –publicada e inédita- sobre el periodismo alto-extremeño, sino también su constante orientación, guía y supervisión durante la realización de este trabajo, sin las que no hubiese sido posible.

 

 

 

 

 

 

 



[1] FLORES DEL MANZANO, F.: “La prensa de la Alta Extremadura. Siglo XIX”, en Alminar, números 24, 25 y 26 (1981)

[2] FLORES DEL MANZANO, F.: “Aurora, primer periódico de la Alta Extremadura”, en Alminar, nº 42; también “Génesis de dos periódicos extremeños…”, en Alcántara, nº 7, 1986, pág. 14 a 31.

[3] FLORES DEL MANZANO, F.: “La prensa política extremeña en el siglo XIX”, en Alminar, nº 47 y 50, 1983,

[4] FLORES DEL MANZANO, F.: “Aproximación… La villa de Cabezuela”. Cáceres, 1982. Allí se ofrece la interesante biografía de Pinto, págs. 189-193.

Oct 011989
 

Valeriano Gutiérrez Macías.

CONTORNO DE LA VILLA

Herrera de Alcántara es una villa ribereña perteneciente al partido judicial de Valencia de Alcántara, emplazada en una pequeña loma, cerca del “padre” Tajo. Forma un triángulo con las capitales de Cáceres y Badajoz.

El término municipal de Herrera de Alcántara se halla si­tuado entre los ríos Tajo, Sever, Aurela y Alburrel. Nada menos que cuatro ríos fertilizan los campos herrerianos.

Son campos encineros, aunque también están poblados de alcornoques. Sus inmensas e intrincadas manchas de jara, tomillo y retama dan cobijo a una importante y variada gama de especies de caza mayor y menor, que constituyen una reserva natural de primera magnitud, que aún no ha sido estudiada en profundidad ni siquiera catalogada.

El centro comercial más próximo a la localidad es el de Valencia de Alcántara, frente a los campos del Alentejo portugués.

Herrera dista ciento dieciocho kilómetros de la capital de la Alta Extremadura. La iglesia parroquial está bajo la advo­cación de San Sebastián.

Los hijos de esta villa se denominan con gentilicio co­rrecto, que es el que admite la Real Academia de la Lengua, herrereños, como derivación del topónimo; y por su proximidad a Portugal, ferrereños.

Esta localidad produce cereales, principalmente trigo, y acoge buenas tierras oliveras. Destaca la ganadería lanar, seguida por la de cerda y caprina.

Si nos remontamos a la historia, podemos afirmar que He­rrera de Alcántara estuvo habitada en épocas prehistóricas, como lo atestiguan los restos hallados en su término, así como los ente­rramientos antropomórficos existentes en una finca no muy lejana a la localidad. Fue un centro comercial fluvial en la época de los romanos, y gabarras y veleros que navegaban hasta Lisboa y regresa­ban a fuerza de sirga y remos, atracaban en un muelle, próximo al casco urbano de la localidad, conocido popularmente como “muelle romano”, hoy cubierto por las aguas del embalse de Cedillo. Cabe dejar constancia de que Herrera fue Encomienda de la Orden Militar de Alcántara, teniendo los comendadores palacio en la población.

De re folklorística hay que destacar “la rosca” del día de las Candelas.

Las ferias y fiestas del vecindario tienen lugar por San Juan, el día 24 de junio.

 

 

UN ISLOTE DIALECTAL

 

Herrera de Alcántara es un verdadero islote en el aspecto idiomático y dialectal. En este orden, han estudiado la villa di­versos investigadores, que han hecho aportación de sus trabajos. El dialecto tiene analogías con el que emplean los montaraces portu­gueses.

 

 

 

ESFORZADOS HERREREÑOS

 

Hijo ilustre de Herrera de Alcántara fue Gonzalo Silvestre, compañero del conquistador Fernando de Soto, natural de Jerez de los Caballeros, en la invasión de La Florida. El soldado silvestre fue el único superviviente extremeño de la famosa expedición. Des­pués continuó con empeño y ardor la labor conquistadora.

Otro hijo esforzado de Herrera fue el teniente coronel legio­nario Domingo Firis Berrocal, luchador de fuste, de épica cidesca, en la gloriosa Legión Española, que tomó parte en más de cuatrocien­tas acciones de guerra y que estaba recompensado con varios ascensos por méritos de guerra y con la Medalla MilitarIndividual, en premio a su valeroso’ comportamiento castrense, a su heroísmo.

 

 

ANCESTRALES TRADICIONES

 

Hecho el anterior bosquejo de la villa cacereña, que consti­tuye una avanzada de España en Portugal y que forma con su costumbrismo parte de su esencia y de su historia, vayamos a abordarlo, aunque no sea con toda la extensión que merece. Porque el pueblo tiene personalidad propia, indiscutible y es obligado ponerlo de relieve en este trabajo de síntesis.

 

 

Variedad de costumbres

 

Harto sabido es la enorme variedad de costumbres que, originándose sus raíces en los antepasados, en otras generaciones, que se remontan a cientos de años, ejercieron su influencia en el comportamiento del país y que aún continúan testimoniándolo.

Herrera de Alcántara ofrece claras muestras de ello, confor­me se verá seguidamente.

“Caldos a los dolientes”

Entre las manifestaciones costumbristas que se hallan arraigadas hondamente, hay que reflejar una de acentos clásicos, concerniente a los “caldos a los dolientes”.

La costumbre, muy antigua por cierto, viene a consistir en llevar a los familiares del extinto o difunto, durante el tiempo del velatorio, y también el día después de la inhumación, unos caldos preparados cuidadosamente, a base de carnes, chocola­te, leche, etc. Son caldos muy alimenticios, que bien merecen figurar en la gastronomía herrerense.

Hay que patentizar la costumbre de que los familiares de los difuntos no toman ninguna clase de alimento sólido en el tiempo a que se hace referencia, sin duda alguna por la aversión que se tiene a masticar y también a la conversación, que se suele originar y discurrir durante las comidas, pues son estos momentos de relajamiento, que se pretende evitar a toda costa. Debido a esta singularidad, reciben tales líquidos o “caldos”, que les proporcionan los amigos, conocidos y los vecinos a los dolientes. Se los llevan con una expresión muy encomiable de generosidad y como una exteriorización voluntaria y notoria de condolencia y adhesión en el dolor.

Aunque en otras poblaciones extremeñas se acude a los do­lientes con alimentos y entrega en metálico de alguna cantidad para sufragios, es cosa que va desapareciendo a marchas forzadas, como puede constatarse con facilidad.

Siempre se conservó la costumbre en Herrera de Alcántara. La primera autoridad municipal y las personas de avanzada edad de Herrera de Alcántara participan que siempre conocieron la costumbre que facilitar “caldos a los dolientes” y que sus abuelos habían heredado a su vez tal hábito de sus anteriores.

Sin duda de ningún género, puede obedecer cuanto reflejamos sobre el estado de depresión del espíritu de los dolientes al momento psicológico que les embarga, y que les mueve a no desear llevar a la boca alimentación sólida de ningún género. De aquí las numerosas expresiones relacionadas con la ingesta de los alimentos sólidos cuando ocurren las desgracias familiares. “No me entra nada…” “No soy capaz de pasar nada…”

 

Nunca faltaron los “caldos a los dolientes”. Jamás se ha dado el caso de que en Herrera de Alcántara falten los “caldos a los dolientes”. Siempre acuden, como queda consignado, los amigos, conocidos y convecinos, para proporcionar­les la cantidad superior a lo que puedan necesitar. Acuden solí­citos y presurosos en los casos expuestos y en muestra de sus nobles sentimientos, que tanto les honran.

 

 

RECAPITULACIÓN

 

El profesor de la Universidad de Oxford John Campbell, con­liderado como la primera autoridad mundial en antropología griega, ha afirmado en el X Congreso de Antropología de Zaragoza, reciente­mente celebrado, lo siguiente: “El conocimiento de la antropología influye en el manejo y gobierno de los pueblos”.

Por nuestro afán costumbrista y como devoto de la antropolo­gía, hemos llevado a cabo y redactado este ensayo-comunicación, para someterlo, gustosamente, a los Coloquios Históricos de Truji­llo, que un año más tienen lugar, con todo entusiasmo, en la ciudad de Pizarro.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

– GUTIERREZ NACÍAS, Valeriano: “Mosaico de la Alta Extremadura”. He­rrera de Alcántara. Ensayo inédito. Cáceres, 1970.

 

– MADOZ, Pascual: »Diccionario histórico-geográfico de Extremadura”. Publicaciones de la Jefatura Provincial del Movimiento. Departamento de Seminarios. Reedición. Cáceres, 1955.

 

– MUÑOZ DE SAN PEDRO, Miguel (Conde de Canilleros): “Extremadura. La tierra en la que nacían los dioses”.      Espasa-Calpe. Madrid.

Oct 011989
 

William Goza y Hugo Ludeña.

I. INTRODUCCIÓN.

Hernando de Soto fue un capitán nativo de Jerez de los Caballeros, llamada en el siglo XVI Xerez de Badajoz, y bajo las órdenes del gobernador Francisco Pizarro obtuvo una gran fortuna en oro y plata durante la conquista del Perú, entre 1532 y 1536, con lo cual se volvió un hombre con una enorme fortuna, aún de acuerdo a los términos actuales.

Su riqueza y reputación como hombre de armas fueron favorables para conseguir que en 1537 el Rey le concediera la Gobernación de Cuba y el derecho a la conquista de La Florida, una región desconocida para el resto del mundo, ubicada en lo que actualmente es la mayor parte del área continental de los Estados Unidos. Adicionalmente, recibió el título de Adelantado y se le concedió el hábito de la Orden de Santiago.

Soto organizó su expedición con unos 950 hombres de varias ocupaciones, la mayoría de ellos hidalgos de Extremadura y de otras regiones. Entre ellos estaba un joven de Herrera de Alcántara llamado Gonzalo Silvestre, de unos 20 años de edad.

Se conocen varias “Relaciones” de la Expedición de Soto a la Florida: la del Factor Luis Hernández de Biedma, que es la versión oficial; la Relación de Rodrigo Rangel, el secretario de Hernando de Soto y la Relación anónima del Fidalgo de Elvas, un hidalgo portugués, la cual fue publicada en Évora en 1557.

La única Relación de la Expedición en la que se menciona a Gonzalo Silvestre es la obra del Inca Garcilaso de la Vega, la cual fue publicada en Lisboa en 1605, y después en Madrid en 1723, y hay muchas ediciones posteriores en francés e inglés.

Nuestra referencia a las actividades de Silvestre en la Expedición de Soto han sido tomadas de la traducción al inglés hecha por Bonita Brunson Lewis y Warren H. Wilkinson, como una actividad de “The Historical Records Survey”, una rama de “Federal Writers Project”, del Gobierno de los Estados Unidos durante la GranDepresión de los años treinta. Esa traducción al inglés le proporcionó a Wilkinson el primer contacto con el conocimiento de la Expedición de Soto a la Florida y encendió en él un interés que ocuparía gran parte de su tiempo en los siguientes cuarenta años.

Wilkinson defendía la opinión de que el lugar de desembarco de la Expedición de Soto fue el río Caloosahatche, que desemboca en el Golfo de México, cerca de donde actualmente está Fort Myers, Florida. También identificó los rasgos geográficos de La Florida en el libro de Garcilaso y la ruta que identificó está de acuerdo con el número de leguas recorridas por la Expedición y justifican su argumento de que el lugar de desembarco de Soto estaba al sur de la Bahía de Tampa, ubicación que era defendida por otros.

Prescindiendo de la ubicación del lugar exacto de desembarco y de la ruta que siguió, la Expedición de Soto es un tema fascinante y agotador, que duró tres años en un área que cubrió una gran parte del sur de los Estados Unidos. Sin embargo, debido a las limitaciones de tiempo, en primer término concretaremos nuestra discusión en Gonzalo Silvestre durante la Expedición Hernando de Soto en la parte sur-este de los Estados Unidos, con especial énfasis al área del actual estado de Florida.

Podríamos afirmar que Extremadura estuvo muy bien representada en la Expedición desde la partida de la armada de Sanlúcar de Barrameda. Una de las naves, “La Magdalena”, estuvo a cargo de Nuño de Tovar y D. Carlos Enriquez, ambos de Badajoz, Luis de Moscoso Alvarado, de Badajoz y vecino de Zafra, comandó el galeón “Concepción” de más de quinientas toneladas. Otro barco grande, el “San Juan” tenía como capitán a Diego García, de Villanueva de Barcarrota; Pedro Calderón, de Badajoz era el capitán de una carabela, y doce sacerdotes, ocho clérigos y cuatro monjes acompañaban a la flota.

 

 

II. GONZALO SILVESTRE EN LA FLORIDA.

 

Gonzalo Silvestre aparece temprano en el libro del Inca Garcilaso de la Vega Solamente a pocas horas de partir de Sanlúcar de Barrameda la nave del Comisario Gonzalo de Salazar pasó a la nave capitana y se le adelantó a un tiro de cañón. Adelantarse a la nave capitana era considerado entonces un delito que podía ser castigado con la muerte.

Hernando de Soto había designado a Silvestre par que estuviese a cargo de los centinelas, ordenándole que abriese fuego contra cualquier nave sospechosa. Cuando Silvestre vio que una nave iba adelante, consultó a los marineros si era de su flota, y como ellos le informaron que no, él ordenó abrir fuego. Los primeros tiros dieron en las velas y los siguientes le arruinaron la proa.

Cuando se supo que la nave era de su propia flota vino la confusión y los marineros de la nave averiada estuvieron en peligro, por lo que tuvieron que salir con hachas para cortar los mástiles y bajar las velas. Soto mandó llamar al Factor Salazar dijo en México que si él pudiera encontrarse otra vez con Hernando de Soto, le daría batalla hasta morir.

No sabemos si Silvestre recibió una reprimenda, y podemos asumir que él se mantuvo lejos de la vista de su General para evitarse problemas.

Soto permaneció en Cuba casi un año organizando su gobernación  y de allí envió una expedición de avanzada a La Florida para traer información que le sirviese cuando la expedición completa desembarcase. Finalmente, el 18 de mayo de 1539 las naves zarparon de Cuba. La San Cristóbal con 60 caballos a bordo; la SantaAna con 80 caballos; la Concepción con 40 caballos; y las tres naves menores, San Juan, Santa Bárbara y San Antón con 70 caballos en total.

Los vientos contrarios dificultaron la ubicación del puerto localizado previamente, de modo que la flota no llegó hasta el 25 de mayo de 1539. Aunque el punto exacto de desembarco no se conoce hasta la fecha con certeza, todos los investigadores están de acuerdo que fue en la Costa Oeste de La Florida en una bahía con una ensenada, entre el río Caloosahatchee como el más probable, puesto que en nuestra opinión es el único que armoniza con las descripciones del sitio de desembarco según las Relaciones tempranas, en las cuales las distancias y las áreas descritas por Garcilaso coinciden.

Inmediatamente después de la llegada a la Florida, el Capitán Baltasar de Gallegos envió a un grupo a reconocer la tierra, y Gonzalo Silvestre era miembro de ese grupo. Ellos regresaron después de dos días sin incidentes, informando que había alimentos suficientes en una aldea indígena cercana como para mantener a la Armada por algún tiempo.

Gallegos exploró la tierra hacia el interior y descubrió un gran pantano que tendría que pasar la armada. El envió a Silvestre y otros tres jinetes de regreso al camino a informar a Soto, quien le dio instrucciones a Silvestre de regresar con 20 hombres de a caballo donde Gallegos y a decirle que la armada lo seguiría dentro de cuatro días.

Después de pasar grandes dificultades, ubicaron un sendero a través del pantano, y Soto decidió enviar por más tropas, puesto que estaba sin la adecuada protección. En presencia de todos, Soto le dijo a Silvestre que como él tenía el mejor caballo de la armada, las tareas más difíciles serían para él. Entonces Soto le ordenó que escoja a otro hombre de a caballo para regresar por ese territorio hostil par que vaya con él y que ordene a los refuerzos venir.

Silvestre escogió al paje del Gobernador, Juan López Cacho, de Sevilla, quien tenía un buen caballo. López Cacho no tenía interés en ir como voluntario, pero al fin, los dos hombres, de unos veinte años de edad, partieron esa noche para traer los refuerzos. Los caballos se conducían instintivamente por el campo, olfateando el suelo como si fueran podencos o perdigueros. Pasaron a través de los bosques sin dormir, viendo el fuego de los campamentos indígenas a ambos lados, tratando de no llamar la atención.

Finalmente, rendidos por el cansancio, se detuvieron a descansar y dormir por un momento, pero Silvestre era un hombre a prueba de sueño y fatiga, y se quedó haciendo guardia. Al amanecer, con mucha dificultad pudo despertar a Juan López Cacho golpeándolo con su lanza. Al amanecer, los indígenas que tenían su campamento cerca los vieron, y los españoles tuvieron que salir rápidamente por el gran pantano, bajo una lluvia de flechas que caía sobre sus armaduras como si fueran granizo.

El pantano tenía una legua de ancho, pero los jinetes y caballos estaban protegidos parcialmente por el agua. Por fin, los dos jóvenes  fueron recibidos por hombres de a caballo del grueso del ejército, quienes los protegieron cuando eran atacados por los nativos antes de llegar.

Silvestre apenas tuvo tiempo para almorzar dos bocados de unas mazorcas cocidas de maíz y un poco de queso, ya que no había otra cosa, y se alistó para conducir a la tropa de 30 lanceros de regreso a través del pantano, para reforzar al General. Juan López Cacho se quedó en el campamento diciéndoles a Silvestre: “El General dijo que viniese, pero no que regrese…”. Cuando el grupo llegó donde Soto estaba esperando con la avanzada de soldados, Silvestre fue premiado por el Capitán General “con magníficas palabras”.

Con los refuerzos, Hernando de Soto se dirigió al norte de lo que hoy es el Estado de Florida, recibiendo con frecuencia la feroz oposición de los nativos, cruzando ríos y tomando los alimentos y sustento que podían de la tierra de los indígenas.

Garcilaso se refiere a una gran batalla como la “de las dos lagunas”, donde los nativos, fingiendo amistad con los españoles, planeaban capturar a Soto y destruir su ejército. Pero Soto supo de la confabulación y, adelantándose, capturó al líder indígena, matando a muchos de sus guerreros.

Continuando su avance, ay ahora dirigiéndose más hacia el nor-oeste, Soto cruzó lo que los españoles llamaron “el Río del Venado” el cual es hoy conocido como el “Río Swanee”, tal vez como una corrupción del nombre español “San Juan”. Cerca del río los españoles encontraron una feroz resistencia, pero lograron pasar, esta vez más al Oeste, hacia la provincia de Apalache.

El invierno de 1539 llegaba y Soto y su vanguardia habían avanzado unas 150 leguas, pero el grueso de la armada todavía estaba en el campamento cerca de la bahía donde ellos habían desembarcado al llegar a La Florida. Soto determinó permanecer acampando durante el invierno en Apalache, en el sitio que en la actualidad es la ciudad de Tallase, la capital del Estado de Florida.

Mientras pasaban el invierno en el campamento, Soto envió cuarenta hombres de a caballo y cincuenta de a pie a explorar el sur. Ese grupo, en el estaba Gonzalo Silvestre, fue hasta lo que ahora es llamado el Golfo de México, y el puerto hacia donde los españoles fueron entonces fue el sitio y el pueblo de indígenas llamado “Aute”. Allí los españoles encontraron los cráneos y huesos de caballos e identificaron el sitio como aquel donde en 1528 la fallida expedición de Pánfilo de Narváez abandonó sus planes de conquista y construyó unas rústicas embarcaciones para escapar de esas tierras tan tortuosas.

Con el invierno encima y con el grueso de la armada a unas 150 leguas de distancia, Soto decidió enviar de regreso 30 lanceros para ordenar al Capitán Pedro Calderón que avance con los soldados al campamento Apalache. Así, a fines de octubre de 1539, los treinta lanceros partieron bajo el comando de Juan de Añasco, y por supuesto, con Gonzalo Silvestre, el intrépido caballero de Extremadura.

El primer día los treinta lanceros recorrieron treinta leguas y acamparon de noche junto a un río llamado ahora “Aucilla”, no muy diferente a la pronunciación de la población indígena cercana que los nativos llamaban “Osachile”. Antes del amanecer del siguiente día, los lanceros pasaron por el pueblo, y después de cabalgar 13 leguas en el segundo día, pasaron la noche con un a buena guardia apostada a fin de avisar en caso de un posible ataque.

A la mañana siguiente, los treinta lanceros estaban en sus caballos antes del amanecer, y después de cabalgar cinco leguas, llegaron al río llamado ahora “Suwanee” el cual está en ese punto. Silvestre fue el primero en llegar al río y su caballo pasó nadando con Gonzalo a horcajadas, y después los demás cruzaron detrás de él.

Los lanceros tomaron su desayuno al mediodía más allá del río, y después de cabalgar cuatro leguas más, llegaron al lugar donde anteriormente los españoles habían tenido una batalla cerca de las dos lagunas, y donde Soto había sido herido en la lucha. Los treinta lanceros esperaban tener resistencia en ese punto, pero encontraron el pueblo en ruinas y los cuerpos de los indígenas en los lugares donde habían muerto. Los muertos no habían sido enterrados, ni el pueblo reconstruido porque los indígenas pensaban que la muerte debió ser causada por su Dios debido a la pérdida de la batalla, y sería inadecuado tocar los muertos o reconstruir el pueblo. Los españoles comprendieron los sentimientos de los indígenas, confirmando el proverbio español que dice: “a muertos e idos, no hay amigos”.

Después de cabalgar otra legua, los lanceros acamparon para pasar la noche. El tercer y cuarto día fuera del campamento de invierno pasó casi sin incidentes aunque el cuarto día se encontraron con siete indígenas a los cuales mataron. Los lanceros recorrieron diecisiete leguas cada día.

El quinto día los lanceros partieron a media noche y cabalgaron cinco leguas antes de llegar al río llamado Ocalí por los indígenas, y que ahora se le conoce como “Oklawaha”. Es interesante notar que en la actualidad cerca y al oeste, está ubicada la próspera ciudad llamada “Ocala”. El río Ocala estaba desafortunadamente para los españoles inundado, y el capitán Juan de Añasco ordenó a doce de los lanceros pasar a nado con sus escudos, armaduras y lanzas en las manos. El cruce de los lanceros que faltaban se hizo en una balsa, la cual fue jalada cuatro veces por los nadadores, desde la orilla opuesta para que los que quedaban pudieran cruzar.

Todo esto sucedió en medio de una lluvia de flechas lanzadas por los indígenas. Los dos últimos que cruzaron fueron Hernando Atanasio, y por supuesto, Gonzalo Silvestre, siempre en los lugares de peligro, haciéndole frente a los indígenas para que sus compañeros pudieran cruzar.

Con el agua helada del río, y con la ropa mojada y el frío clima, las dificultades para cruzar fueron grandes e incómodas, combinadas con las hostilización de los indígenas. Uno de los soldados, Juan López Cacho, el compañero que anteriormente fue con Silvestre en otra misión, estaba tan helado que se pensó que moriría, de manera que los lanceros retrasaron su marcha para que él y otros soldados pudieran abrigarse y también para alimentar a los caballos con el maíz que habían tomado de los nativos.

Esa noche, mientras los treinta lanceros acamparon, pusieron centinelas para alentarlos de un posible ataque de los indígenas, y cuando hubo un aviso de ataque alrededor de la medianoche, levantaron rápidamente su campamento para continuar su cabalgata.

Juan López Cacho estaba envuelto y amarrado a su caballo entre dos soldados que lo conducían. El Inca Garcilaso dice que parecía el Cid, Ruy Díaz cuando lo llevaron muerto en su caballo fuera de Valencia, mientras que los moros pensaban que estaba vivo y teniéndolo como tal.

En el séptimo día Pedro de Atienza se enfermó, murió en su caballo y fue enterrado en el lugar donde murió. Al atardecer, los lanceros llegaron al gran pantano. Garcilaso no nos dice la condición de Juan López Cacho quien estuvo medio congelado esa noche, pero en el campamento los soldados tuvieron que hacer grandes fuegos para calentarse. Habían recorrido veinte leguas ese día. Cerca de la medianoche, otro soldado, Juan de Soto murió de cansancio y de frío.

El octavo día fue muy frío en el gran pantano y fue cruzado con dificultad. Afortunadamente, ningún nativo se les opuso, pero los caballos rehusaban tercamente entrar al agua. Veinte de los lanceros sabían nadar y ellos se quitaron la ropa y entraron al agua helada, tratando de jalar los caballos con sogas, mientras que los que estaban en la playa los golpeaban con palos. Después de tres horas de esfuerzo, el caballo de Gonzalo Silvestre y el de Juan de Añasco entraron al agua y a medida que amanecía y el sol calentaba, los demás caballos pudieron cruzar. Los lanceros acamparon esa noche alrededor de unas fogatas para calentarse, y al amanecer ya estaban en el camino otra vez, pero el número de hombres se había reducido a veintiocho.

En la mañana siguiente muy temprano, los lanceros llegaron a un campamento donde los indígenas estaban asando pescado. Los soldados cargaron contra ellos con sus caballos ahuyentándolos hacia los bosques, y los pescados cayeron a la arena, pero los hombres estaban tan hambrientos que lo comieron sin limpiarlo, Garcilaso de la Vega nos cuenta que para ellos, “parecía sazonado con canela y azúcar… porque el hambre es como un salza picante para un hombre hambriento”. Los caballeros, que es como los lanceros eran llamados algunas veces, habían recorrido ese día trece leguas más, deteniéndose a una legua de la aldea del cacique llamado “Urri” y del campamento donde estaba la mayor parte de la armadura de Soto.

Al principio ellos no vieron indicaciones de actividades de los españoles allí, pero a medida que se acercaban a un pequeño lago, vieron huellas frescas de caballos y señales de jabón, donde los españoles habían lavado ropa. Esas señales elevaron sus espíritus, y justo antes de la puesta de sol estaban cabalgando dentro del campamento español, espoleando a sus caballos al galope y agitando sus lanzas.

Hasta el casi congelado Juan López Cacho entró en calor en esa ocasión, cabalgando orgullosamente con los demás hombres. En once días los lanceros habían cabalgado ciento cincuenta leguas, unas 400 millas, o doscientos cincuenta kilómetros en terreno hostil.

Los mensajes y órdenes del Capitán General Hernando de Soto fueron entregados al Comandante del campamento, el Capitán Pedro Calderón, quien envió a Juan de Añasco con dos naves al norte de la costa de Florida a reunirse con Soto. Gómez Arias fue enviado a La Habana para informar sobre la expedición y para buscar refuerzos. Entonces, Calderón partió con ciento veinte hombres para reunirse con Soto en el campamento de invierno de Apalache.

Cuando Calderón y sus soldados llegaron al gran pantano, los nativos los atacaron, con un indígena balanceándose a la entrada de un área boscosa por donde los españoles debían de pasar, lanzándoles un flechazo. Gonzalo Silvestre cargó con su caballo contra el indio alanceándolo, pero antes el indio le había disparado su flecha, la cual le dio al caballo en el pecho, cayendo muerto al pie del hombre. El indio, el caballo y Silvestre, todos cayeron juntos. Garcilaso nos cuenta que “todas las buenas cualidades del famoso corcel de Gonzalo Silvestre fallaron para conseguir el respeto del infiel…”.

Calderón llevó con dificultad al ejército al campamento de invierno, peleando constantemente con los indios. En Apalache, Hernando de Soto y Pedro Calderón se reunieron, y Juan de Añasco fue a la bahía de Aute donde debía de encontrarse con los que estaban en el campamento de invierno.

Soto y sus hombres partieron durante los últimos días de marzo de 1540 y continuaron sus esfuerzos sin encontrar oro ni gloria y sin poder llevar el cristianismo a los indígenas. Al mejorar el clima ellos dejaron lo que en la actualidad es el Estado de Florida, y como nuestro propósito en esta parte de la conferencia es describir sus actividades hasta este punto, dando énfasis a las hazañas de Gonzalo Silvestre, nos detendremos aquí.

Nosotros estamos de acuerdo en que la expedición de Hernando de Soto fracasó en conseguir sus objetivos principales, pero en cambio, la expedición fue muy importante para la historia de los Estados Unidos. La Relación escrita por el Inca Garcilaso de la Vega detalla la temprana contribución de España al descubrimiento, establecimiento y desarrollo de la Florida. Gran parte del material para su gran trabajo literario le fue proporcionado por el extremeño Gonzalo Silvestre y, aunque la Relación de Garcilaso ha sido considerada fantástica por algunos críticos posteriormente, se mantiene como el primer esfuerzo literario importante respecto a la Florida.

Gonzalo Silvestre de Herrera de Alcántara en Extremadura, un hombre valiente y verdadero líder, sobrevivirá a la expedición, pero Hernando de Soto y muchos otros, no serían tan afortunados.

 

 

III. SU VIDA EN EL PERÚ.

 

Después que la expedición de Hernando de Soto recorrió todo el sud-este del actual territorio de los Estados Unidos, llegaron al río Mississippi y en 1542 Soto murió agotado por la fiebre en Guachota. La expedición quedó al mando de Luis de Moscoso y después de explorar hacia el oeste, decidieron salir  de esas tierras tan inhóspitas para lo cual construyeron siete bergantines. Bajando el río Mississippi, salieron al Golfo y de allí se dirigieron a México a donde llegaron 311 sobrevivientes.

En Pánuco primero, y en la ciudad de México después, fueron atendidos muy bien por los vecinos y por el Virrey Don Antonio de Mendoza. Silvestre tenía entonces 26 años y en 1543 México no ofrecía muchas oportunidades a los recién llegados, de manera que decidió partir hacia el Perú, arribando al puerto de Paita. Es también posible que haya viajado con el grupo del nuevo Virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela en noviembre de 1543, llegando a Tumbes en marzo de 1544.

El Virrey Núñez de Vela había sido enviado al Perú para imponer las Nuevas Leyes que disminuían el poder de los encomenderos. Por esa razón ellos designaron a Gonzalo Pizarro como su procurador. El Virrey había demostrado su dureza y pocas dotes políticas por lo que la Audiencia de Lima, bajo la presión de los encomenderos, reconoció a Gonzalo Pizarro como gobernador, enviando al Virrey de regreso a España. Pero él consiguió escapar en el norte del Perú, preparándose para combatir a los rebeldes. A principios de 1546 se produjo en Quito la guerra en la cual el Virrey fue derrotado y ejecutado en el campo de batalla, y desde entonces el dominio de Gonzalo Pizarro en el Perú fue total hasta 1548.

Durante la rebelión de Pizarro se inició la explotación de las ricas minas de Potosí en 1545, en el sur del Perú, hoy territorio boliviano. La mayoría de los encomenderos más ricos estaban concentrados entre el Cuzco y Las Charcas, y apoyaban a Gonzalo Pizarro.

No sabemos con certeza en que parte del Perú estuvo Gonzalo Silvestre durante ese tiempo, pero lo más probable es que estuviera en La Plata o en Potosí, adonde eran atraídos los recién llegados debido a su riqueza e importancia comercial. Él no era capitán, como algunos han creído, sino un soldado, aunque hidalgo, en mala situación económica, y todo indica que estuvo bajo las órdenes del capitán Alonso de Mendoza, quien se había mantenido leal a Gonzalo Pizarro hasta la llegada del nuevo Gobernador el Licenciado Don Pedro de la Gasca.

Al conocer los Despachos Reales que traía La Gasca, el capitán Alonso de Mendoza decidió pasarse al lado del capitán Diego Centeno, con la condición de conservar su ejército,  y entre sus hombres estaba Gonzalo Silvestre.

El enfrentamiento entre los seguidores de Gonzalo Pizarro y los leales a la Corona al mando de Diego Centeno se produjo en la guerra de Huarina, el 19 de octubre de 1547 donde las tropas de Centeno fueron derrotadas y dispersadas. Centeno, Mendoza, Silvestre y otros sobrevivientes pudieron reunirse con el Licenciado de La Gasca y estuvieron el 9 de abril de 1548 en la guerra de Xaquixaguana donde Gonzalo Pizarro fue derrotado y ejecutado. Antes de la batalla, ante la promesa de perdón, muchos capitanes se pasaron al lado de La Gasca, entre ellos el capitán Garcilaso de la Vega, quien era un rico encomendero en el Cuzco, y padre del joven Inca Garcilaso.

El Licenciado de La Gasca favoreció al capitán Alonso de Mendoza con 2.000 pesos de renta anual y fue enviado a Las Charcas y Potosí a capturar a los representantes de Pizarro que quedaban. Debido a que los repartos de La Gasca fueron muy bajos, entre tantos candidatos, la mayoría quedó descontenta. Se sabe que Gonzalo Silvestre recibió una renta de 800 pesos anuales y que ese año estaba en La Plata.

Entre 1549 y 1552 se pierde el rastro de Silvestre hasta que el 6 de marzo de 1553 se produjo la rebelión de Don Sebastián de Castilla y Vasco Godines en La Plata, donde mataron a estocadas al General Pedro de Hinojosa. Pablo de Meneses era el Corregidor de La Plata y también iba a ser asesinado.

El 11 de marzo Don Sebastián Castilla fue asesinado por los Servidores del Rey, y según los testigos, Gonzalo Silvestre fue uno de los que acudieron al servicio del Rey. En agosto del mismo año el Mariscal Alonso de Alvarado fue a Potosí y a La Paz para hacer justicia de los que habían seguido a Don Sebastián de Castilla en su rebelión.

En medio de las rivalidades entre los encomenderos se produjo la rebelión de Francisco Hernández Girón en el Cuzco y el 21 de mayo de 1554 fue la batalla de Chuquinga donde el Mariscal Alonso de Alvarado fue derrotado. Gonzalo Silvestre estuvo al lado del Mariscal y resultó mal herido en la cabeza, con una pierna quebrada y el caballo muerto.

Para combatir a los rebeldes la Real Audiencia organizó sus fuerzas, bajo las cuales estaba Gonzalo Silvestre a quien lo vieron en el Cuzco. Francisco Hernández Girón fue derrotado en la batalla de Pucará, pero huyó, siendo perseguido y capturado cerca de Xauxa por el Capitán Gómez Arias Dávila; quien recibió la recompensa que había ofrecido la Audiencia.

Los demás capitanes y soldados quedaron descontentos pero tuvieron que dispersarse. De Gonzalo Silvestre no se sabe nada hasta que en 1556 aparece en Lima con numerosos capitanes y soldados que pedían al nuevo Virrey que los favorezca, teniendo en cuenta los servicios que habían prestado en las guerras.

Como muchos de los soldados que habían llegado tardíamente, Silvestre no obtuvo una encomienda, sin embargo vivía cómodamente en La Plata y Potosí. En esa época en Potosí había una importante actividad comercial, con una gran población transeúnte. Los españoles que no tenían encomiendas se dedicaban a actividades agrícolas y a otras empresas sostenidas por la actividad minera. En 1555 Silvestre vivía al estilo de un encomendero, tenía buenos caballos, esclavos negros y un administrador para sus intereses, tenía tierras agrícolas y casas en La Plata y Potosí. En la Obra del Inca Garcilaso de la Vega, “Los Comentario Reales de los Incas”, Silvestre es mencionado como un residente en la región de La Plata, cultivando trigo en el área de Pilcomayo.

Cuando el Virrey del Perú, Don Andrés Hurtado de Mendoza, primer Marqués de Cañete llegó al Perú en junio de 1556 se encontró con numerosos pedidos de aquellos que habían servido al lado de los leales en las anteriores rebeliones. Su política era la de no ofrecerles ninguna recompensa adicional, sino matrimonios ventajosos con viudas ricas o con mujeres de buena posición social. Aquellos que no aceptaban y seguían descontentos eran deportados a España donde ellos podían hacer sus peticiones a la Corona.

Entre los deportados estuvo Gonzalo Silvestre quien después reclamaría que el Virrey le había ofrecido casarlo con una mujer de mala reputación, y que él no podía aceptar. Decía que el Virrey le había asignado 5.000 pesos de renta en tributos de indios si se casaba. Como él rehusó, fue muy maltratado, encarcelado, fue acusado por sus enemigos y sus bienes vendidos a precios muy bajos. El Virrey remitió un informe a España en contra de Silvestre.

 

 

IV. SILVESTRE EN ESPAÑA.

 

Silvestre regresó a España después de haber estado 17 años en América ¿Qué cosas había ganado? En La Florida le habían matado dos buenos caballos y había perdido todo lo que había llevado; en las guerras civiles del Perú fue malherido varias veces, saliendo con una pierna rota y un arcabuzazo en el pie, por lo cual cojeaba, también tenía heridas en las piernas, el cuerpo y la cabeza las cuales no sanaban, le sangraban frecuentemente y le supuraban pus, ya que había contraído en alguna parte las bubas, una enfermedad incurable que era una epidemia en la primera mitad del siglo XVI.

En noviembre de 1557, Silvestre comenzó sus peticiones ante el Consejo de Indias en Valladolid y los testigos fueron llamados a declarar en su Información de Servicios. Silvestre pedía que en retribución a los servicios que había prestado a la Corona, se le otorgara una encomienda en La Plata, o alternativamente 10.000 pesos de renta en las Cajas Reales de La Plata o 10.000 ducados de renta en la Casa de la Contratación de Sevilla, o doce licencias para comerciar esclavos negros, u otra merced que la Corona quisiere hacerle.

Las Informaciones de los testigos ser recibieron durante un mes entre el 4 de enero y el 7 de febrero de 1558 en Valladolid, Badajoz, y en otras ciudades y todas eran favorables. Todo lo cual fue presentado por Silvestre al Consejo el 21 de marzo del mismo año. Pero todos sus planes se empezaron a derrumbar cuando casi al mismo tiempo fueron vistos los cargos que había enviado el Virrey al Consejo de Indias entre los cuales estaban las acusaciones que lo culpaban de haber matado al General Pedro Alonso de Hinojosa.

El 14 de mayo, Silvestre presentó tres testigos, entre ellos al tío del General Hinojosa, quien declaró a favor de su inocencia. Aunque las declaraciones le favorecían y todo fue incluido en su Información de Servicios, parece que el Consejo no resolvió nada durante largo tiempo. Posiblemente cansado por no haber sido atendido, o porque el caso le sería desfavorable, decidió retirar del Consejo sus peticiones el 20 de diciembre de 1558 y diez días después, el Secretario del Consejo le hizo entrega de todas las probanzas hechas para su Información de Servicios.

Desde esa fecha no se tienen noticias de Silvestre. Mientras tanto en 1561 el joven Inca Garcilaso de la Vega llegaba a Madrid y es posible que por esos años viera a Silvestre en la Corte, reclamando, al igual que él, alguna merced de la Corona, Silvestre había sido compañero de armas del Capitán Garcilaso de la Vega, padre del Inca, quien había sido un rico encomendero en el Cuzco, partidario de Gonzalo Pizarro, y conocía al Inca Garcilaso desde cuando era un niño.

Unas anotaciones manuscritas al margen en un libro del siglo XVI nos dan la noticia de cómo Silvestre se trasladó a Toledo, a Montilla, enfermo y en una carreta jalada por bueyes, y de cómo en el camino, al ver sus heridas, una mujer vieja le recomendó que vaya a Las Posadas a curarse con unas hierbas en el mes de mayo.

 

 

V. PREPARACIÓN DE LA FLORIDA DEL INCA POR GONZALO SILVESTRE Y EL INCA GARCILASO DE LA VEGA.

 

Garcilaso anunció en 1586 que escribiría la historia de la conquista de La Florida, y dos años después estaba redactando la Relación que le dictaba Gonzalo Silvestre. En esa fecha vivía en Las Posadas y Garcilaso en Montilla, desde donde tenía que trasladarse para entrevistar a su informante. Silvestre tendría entonces unos 78 años de edad y padecía durante más de 50 años su dolorosa enfermedad. Él era jugador y gastaba más de lo que le permitían sus recursos y durante toda su vida le había gustado tener buenos caballos y vestir bien. Garcilaso le prestaba dinero, el cual le sería pagado cuando Silvestre recibiera alguna renta de la Corona.

La Florida del Inca puede ser considerada como la Relación de Gonzalo Silvestre de la expedición de Hernando de Soto a  La Florida o el trabajo conjunto de dos autores. Garcilaso ha especificado reiteradamente que “escribía por Relación ajena” y que su autor revisaba el manuscrito minuciosamente y no permitía que se quite o que se ponga algo diferente de lo que él le había dictado, capítulo por capítulo.

Silvestre nunca llegó a ver la versión final del manuscrito ya que murió posiblemente en 1592. El mismo año, en diciembre, Garcilaso anunció que el borrador estaba listo y que la obra estaría concluida el próximo año, pero esta recién fue publicada en Lisboa en 1605. Sin embargo, hay que considerar también que después de 1592 Garcilaso incorporó a la Relación de La Florida dos nuevas Relaciones inéditas, los manuscritos de Alonso de Carmona y Juan Coles, también sobrevivientes de la expedición de Soto.

De manera que, antes de ser publicada, la Relación de Gonzalo Silvestre fue incrementada con dos más, revisada y corregida por el Inca Garcilaso. Garcilaso dice con frecuencia en su libro qué partes provienen de las Relaciones de Carmona y Coles y cuándo coinciden o varían de la de Silvestre, y también él incluye su opinión personal en muchas partes, especialmente cuando compara La Florida con el Perú.

 

 

VI. LA IDENTIFICACIÓN DE GONZALO SILVESTRE COMO EL INFORMANTE DEL INCA GARCILASO DE LA VEGA.

 

Garcilaso admitía por su propia opinión que la información sobre la expedición de Hernando de Soto la había obtenido de la relación oral de un soldado que participó en la campaña, pero en ningún momento lo identificó como Gonzalo Silvestre. Su identificación es posible cuando se lee la obra del Inca Garcilaso “Los Comentarios Reales de los Incas”, en la cual se puede observar que, al referirse a las Guerras Civiles, vuelve a aparecer Gonzalo Silvestre también en acciones heroicas y extraordinarias como en La Florida, y reitera la amistad que tuvo ese soldado con su padre en el Perú y con él en España.

A principios de este siglo varios autores se han atribuido haber descubierto a Gonzalo Silvestre como el anónimo informante de Garcilaso, sin tener en cuenta que ya había sido identificado en Inglaterra. El primer autor que usó la obra del Inca Garcilaso par escribir una “Historia de la Conquista de La Florida” fue Theodore Irving (1835) quien notó la importancia de Silvestre en la obra de Garcilaso, dedicándole siete capítulos a sus actividades en La Florida. Sin embargo, él no se arriesgó a identificarlo como el informante de Garcilaso. El primero en hacerlo fue R.B. Cunninghame Graham (1903) quien le dedicó varios capítulos en su libro sobre Hernando de Soto y las actividades de Gonzalo Silvestre en La Florida y en el Perú.

A principios de siglo los estudios de los historiadores José Toribio Polo (1906) y Manuel González de la Rosa (1908) quien publicó el testamento de Garcilaso en el Perú, empezaron a generar un nuevo interés en la obra del Inca. José de la Riva Agüero polemizó con González de la Rosa en torno al Inca Garcilaso en la “Revista Histórica” de Lima, pero, ambos coincidían en que Silvestre fue el informante de Garcilaso.

El descubrimiento de varios documentos que establecían los lazos tan estrechos que había entre Garcilaso y Silvestre durante los años en que Garcilaso estaba preparando el manuscrito sobre La Florida también ha ayudado a la identificación. El R. P. Rubén Vargas Ugarte encontró una anotación manuscrita en los “Tratados” de Bartolomé de las Casas en 1930. Ese libro contenía anotaciones marginales hechas por un contemporáneo de Silvestre y Garcilaso en las que se hace referencia a la amistad entre ellos y que estaban escribiendo sobre La Florida y otros libros. Otro documento revela que Garcilaso fue el albacea de Silvestre y fue publicado por Don José de la Torre y del Cerro en 1935.

Finalmente, el Dr. Raúl Porras Barrenechea encontró en un ejemplar de la “Historia de López de Gomara” algunas anotaciones marginales hechas por Garcilaso y Silvestre. El mismo año de 1948. Rafael Loredo publicó en el diario “El Comercio” de Lima una nota refiriéndose a la biografía de Gonzalo Silvestre donde dio la noticia de la existencia de su Información de Servicios en el Archivo de Indias (Patronato 101-Ramo 18).

 

 

VII. IMPORTANCIA DE LA INFORMACIÓN DE SERVICIOS DE GONZALO SILVESTRE.

 

En 1948,  Rafael Loredo dio a conocer la existencia de la información de Servicios de Gonzalo Silvestre en el Archivo General de Indias, al referirse a los datos biográficos del informante el Inca Garcilaso de la Vega. Los más importantes garcilacistas peruanos, Doctores Raúl Porras, Aurelio Miro-Quesada y José Durand también se refieren en sus exhaustivos estudios a los datos sobre Silvestre que están en su Información de Servicios.

La Biblioteca Nacional y el Archivo General de la Nación no cuentan con una copia de la Información de Servicios, de manera que, para este estudio se ha usado un microfilm que se conserva en la P. K. Yonge Librairie de la Universidad de Florida-Gainesville, que es un archivo especializado en la historia de La Florida. También se ha usado una copia de “The Soto Papers”, proporcionada por el Dr. William Goza, Presidente de la Fundación Wentworth y conocido garcilacista norteamericano.

La transcripción paleográfica fue hecha en julio de 1989 por el Dr. Lorenzo Huertas, catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima y el estudio del documento y del personaje fue preparado para ser presentado a los XVIII Coloquios Históricos de Extremadura en Trujillo, España, el 30 de septiembre de 1989, dedicados al 450 aniversario de la Expedición de Hernando de Soto a La Florida.

Esta es la primera vez que se da a conocer el documento completo con la finalidad de interesar a los académicos y estudiantes en la expedición de Hernando de Soto realizada en 1539, y en lo que sucedió después a los sobrevivientes.

Como se sabe, los sobrevivientes de esa expedición fueron 311 y sólo conocemos las actividades de algunos en México, Perú, Cuba y España. Entre los más conocidos están el anónimo hidalgo portugués conocido como “El Hidalgo de Elvas”, quien escribió una Relación que fue publicada en Évora, Portugal, el 16 de febrero de 1557, catorce años después de la expedición.

También escribieron Relaciones sobre la expedición el Factor Luis Hernández de Biedma; el secretario de Soto, Rodrigo Rangel; el sastre Juan Coles y Alonso de Carmona. Estas dos últimas se han perdido, pero fueron usadas por el Inca Garcilaso de la Vega quien transcribió muchos fragmentos en su “Historia de Florida”.

También existió una Relación que envió Luis de Moscoso a la Corona y que no ha sido encontrada, y se sabe que una copia fue entregada por el Virrey de México a Tristán de Luna, quien organizó más tarde una expedición a La Florida con fines de colonización, la cual fue abandonada al poco tiempo.

Eugene Lyon, historiador de la Universidad de Florida, ha descubierto un fragmento de otra Relación perdida, escrita por Fray Sebastián de Cañete, la cual contiene interesantes detalles etnográficos y de la geografía de Florida.

La mayoría de los sobrevivientes de la expedición de Hernando de Soto en México y se sabe de las actividades de algunos gracias a sus Informaciones de Servicios y peticiones que presentaban a la Corona. Otros pasaron al Perú, y por lo menos 21 llegaron durante la rebelión de Gonzalo de Pizarro, después de lo cual; algunos aparecen como encomenderos, en actividades relacionadas con la minería en La Plata y Potosí y otros en actividades diversas en el Cuzco y Lima.

La Información de Servicios de Gonzalo Silvestre ofrece datos sumamente importantes para conocer sus actividades en La Florida.

El primero en declarar en Badajoz fue el Capitán Pedro Calderón, quien tuvo destacada actuación en la expedición de Soto. Primero fue capitán de una carabela que partió con la expedición de Sanlúcar de Barrameda, y después fue jefe a cargo del campamento donde se quedaron las provisiones y el grueso de la expedición; conduciendo a la tropa hasta el campamento de invierno de Apalache y finalmente como capitán de uno de los bergantines en que salieron los sobrevivientes, hasta llegar a México.

Cuando el capitán Calderón declaró el 12 de enero de 1558, tenía 60 años de edad, habían pasado 15 años desde que habían salido de La Florida, y recordaba perfectamente detalles que no figuran en ninguna Relación, entre ellos cómo le mataron a Silvestre dos caballos a flechazos. Las opiniones del Capitán Calderón son de gran autoridad por la calidad de su persona, y él afirma que Silvestre sirvió muy bien en La Florida.

El carácter ostentoso de Silvestre resalta en las declaraciones de los testigos, quienes destacan los buenos caballos que tenía y lo bien armado que se presentaba a los combates, con sirvientes y esclavos.

La estadía de Silvestre en La Florida fue el inicio de su carrera de armas, pero esa región no le había ofrecido ningún porvenir y más bien allí lo había perdido todo. En cambio, en el Perú en muy poco tiempo alcanzó el éxito y fortuna, para lo cual debió de valerle su condición de extremeño durante la rebelión de Gonzalo Pizarro. No sabemos sobre sus actividades hasta 1548 en que aparece bajo las órdenes del capitán Alonso de Mendoza, pero está claro que vivió entre las provincias de Cuzco y Las Charcas, que era precisamente donde se encontraban los encomenderos más ricos del Perú.

Las preguntas del cuestionario que se refieren a su estadía durante 13 años en el Perú (de 1543 a octubre de 1556) dan detalles de su actuación en la guerra de Guarina bajo las órdenes del Capitán Diego Centeno; con el Licenciado de La Gasca en la Guerra de Xaquixaguana; durante la rebelión  de Don Sebastián de Castilla en La Plata; con el Mariscal Alonso de Alvarado en la batalla de Choquinga; y con los Oidores en la batalla de Pucará contra Francisco Hernández Girón.

Los testigos coinciden en la descripción de los rasgos del carácter de Silvestre, revelan detalles sobre las heridas que recibió en los combates y las pérdidas que padeció por haber estado al lado de la Corona Real. Precisan también que conocieron los bienes y propiedades que tenía en la Villa de La Plata y en el asiento minero de Potosí, donde vivía al estilo de un encomendero con buenos caballos, criados, esclavos, casas, minas, campos de cultivo y rentas que le permitían vivir holgadamente.

Hasta aquí la Información de Servicios de Silvestre contiene referencias a su favor, que podían muy bien haberle servido para poder regresar al Perú y recuperar sus bienes, o recibir alguna de las mercedes que solicitaba, para poder vivir como antes. Pero lo que trastorno todas sus posibilidades fueron las Informaciones Secretas que el Virrey había hecho en contra de los capitanes y soldados descontentos que él había deportado del Perú. El había sido acusado de haber dado muerte al General Pedro de Hinojosa en La Plata durante la Rebelión de Don Sebastián de Castilla.

Esa acusación frustraba sus aspiraciones y lo ponía en la situación de inculpado de un hecho criminal muy grave. En su Información de Servicios aparece una petición que hizo al respecto y las declaraciones de los testigos que presentó a su favor, pero no se conoce el proceso original ni su conclusión.

El último dato que ofrece la Información de Servicios de Silvestre es la petición que presentó al Consejo de Indias el 20 de noviembre de 1558, para que le devuelvan sus Informaciones y Provanzas originales, las cuales le fueron entregadas el 30 de noviembre del mismo año, y como constancia de lo cual aparece su firma autógrafa.

A partir de esa fecha Silvestre desaparece durante 28 años hasta que nuevamente volvemos a tener noticia de él cuando en una carta escrita por el Inca Garcilaso anunció en enero de 1586 que empezaría la redacción del libro sobre La Florida. Dónde estuvo y qué hizo durante esos años, no lo sabemos.

Parecería que el Inca Garcilaso conoció la Información de Servicios de Silvestre, y no sería nada extraño si se tiene en cuenta que entre ellos existió una antigua amistad, y que Garcilaso era su acreedor de numerosas deudas.

La lectura de su Información de Servicios amplía los detalles que conocíamos de su actuación en La Florida y en el Perú, y complemento las referencias que se conocían sobre él, a través del Inca Garcilaso de la Vega.

Por cuanto se trata de un documento con el cual se iniciaron las informaciones sobre dos peticiones, habría que esperar que alguna vez aparezcan los expedientes que las continuaron y sus conclusiones. Sólo sabemos que en agosto de 1591, por fin recibió una renta de 2.000 ducados de la Corona, la cual se hizo efectiva el 3 de abril de 1592. Desafortunadamente al poco tiempo Silvestre murió, entre el 3 de abril y el 28 de agosto dejando como su albacea al Inca Garcilaso y por heredero a su sobrino quien se encargó de pagar las deudas que Silvestre tenía con el Inca Garcilaso.

 

 

VIII. LA INFORMACIÓN DE SERVICIOS DE GONZALO SILVESTRE.

 

El 18 de noviembre de 1557 Gonzalo Silvestre presentó ante el Consejo de Indias en Valladolid un pedido para que se le concedan mercedes teniendo en cuenta sus servicios prestados en La Florida y en el Perú. La Información de Servicios de Gonzalo Silvestre contiene varias peticiones al Consejo de Indias, la primera, fechada en Valladolid el 18 de noviembre de 1557, decía que en La Florida y en el Perú había servido a la Corona con sus armas, caballos y esclavos, habiendo salido de las batallas herido muchas veces y con una pierna quebrada, de la cual estaba mal. También decía que había gastado en curarse las heridas y en la guerra más de quince mil ducados, perdiendo sus propiedades y que le habían robado por “andar al servicio de la Corona Real” y que en ningún tiempo había sido gratificado por sus servicios, por lo cual pedía mercedes conforme a sus servicios y a los gastos que había hecho.

El Consejo ordenó que diese Información de sus Servicios ante el Licenciado Villagómez, funcionario del Consejo, pero el Licenciado no estaba en la Corte y Silvestre temía que los testigos que se fuesen de la Corte ya que estaban de paso, por lo que el 20 de noviembre pidió que se designe a otra persona para que examine a los testigos antes de que se vayan. Para tal fin fue designado el relator, el Licenciado Santander, para que reciba las declaraciones.

El 30 de diciembre de 1557 se expidió en Valladolid una Real Cédula para que se reciban las declaraciones de los testigos en varias ciudades, y al día siguiente, Silvestre otorgó una carta de poder a Llorente de Villazán par que vaya a las ciudades de Badajoz, Mérida, Xerez de Badajoz y a otras ciudades y villas a recibir las declaraciones de algunos testigos, especialmente de los capitanes Pedro Calderón, Arias Tinoco, Alonso Romo de Cardeñosa y a algunos soldados que habían estado en La Florida, Villazán llevaba el cuestionario con trece preguntas, la Real Cédula y la carta poder.

La información de los testigos se hizo entre el 4 de enero y el 7 de febrero. Las peticiones de mercedes que había hecho Silvestre a fines de 1557 y a principios de 1558 no fueron atendidas ese año, y posiblemente primero debió de resolverse la acusación criminal pendiente hecha por el Virrey contra Silvestre por la muerte del General Pedro de Hinojosa.

 

 

LAS PREGUNTAS A LOS TESTIGOS EN LA INFORMACIÓN DE SERVICIOS.

 

El cuestionario que debían de responder los testigos tenía trece preguntas de las cuales las tres primeras se refieren a sus actividades en La Florida y las diez restantes al Perú. Las preguntas referentes a La Florida son generales, para determinar si estuvo en la expedición de Hernando de Soto, sirviendo como hijodalgo y de calidad, a su costa, con sus armas y caballo y que salió con los sobrevivientes después de la muerte de Soto, y después de haber estado cinco años en La Florida.

Las preguntas que se refieren a su presencia en el Perú ofrecen mayores detalles ya que se trata de demostrar sus servicios a Gonzalo Pizarro; con el Licenciado Pedro de La Gasca en la batalla de Xaquixaguana en la que fue derrotado Gonzalo Pizarro; al servicio de la Corona cuando Don Sebastián de Castilla se sublevó enla Villa de La Plata; con el Mariscal Alonso de Alvarado en la batalla de Chuquinga contra el rebelde Francisco Hernández Girón y con los Oidores en la batalla de Pucará, también contra Hernández Girón.

Según la décima pregunta y las siguientes, Silvestre habría gastado más de quince mil ducados de sus propios recursos sin haber recibido ayuda ni pago alguno de la Corona. Y debido a que estuvo en las guerras no pudo aprovechar de sus bienes los cuales le fueron robados por estar al servicio Real. Declaró que tenía en la villa de La Plata y en Potosí propiedades en campos de cultivo, casas, ganado y minas de plata que valdrían en total doce mil ducados, y que con esa renta se sostenía para servir a la Corona. Las últimas preguntas tratan de demostrar si había vivido pacíficamente, sin perjudicar a nadie y que era público y notorio.

La Información de Servicios de Gonzalo Silvestre ofrece Información de primera mano sobre su actuación en La Florida durante la expedición de Hernando de Soto y durante su permanencia en el Perú, hasta su expulsión por el Virrey Marqués de Cañete. Un estudio detallado del documento se hará posteriormente. Por ahora, solamente podemos decir que se trata de un valioso documento que nos permite conocer mejor al personaje a través de una fuente directa que seguramente fue el inicio de un proceso judicial, cuyos resultados no conocemos, pero que confiamos que alguna vez sea encontrado, con la finalidad de completar el conocimiento sobre ese valiente soldado de Extremadura cuya fama conocemos gracias a la obra del Inca Garcilaso de la Vega.

 

LOS TESTIGOS EN LA INFORMACIÓN DE SERVICIOS DE GONZALO SILVESTRE.

 

Los testigos que se presentaron a declarar fueron quince, ocho en Valladolid y siete en Badajoz y en otros sitios. No se presentaron a declarar los capitanes Arias Tinoco, Alonso Romo de Cardeñosa y los soldados Luis Bravo y Hernando de la Vega.

 

De los que declararon en Valladolid, solamente uno había estado con Silvestre en La Florida y los demás lo habían conocido en el Perú. Los que lo habían conocido en La Florida estaban en Badajoz, y el personaje más importante que declaró fue el capitán Pedro Calderón. Sin embarbo, declararon Alonso Gutiérrez de Cardona que estuvo en La Florida, Andrés de Vega y Francisco Martín de Sandoval, quienes estuvieron en La Florida y en el Perú.

 

 

 

 

LOS QUE DECLARARON EN LA VILLA DE VALLADOLID.

 

  1. Juan Catalán.

 

Declaró el 4 de enero, como vecino de la Bañeza, estante en la Corte, y después de prestar juramento dijo que conoció a Gonzalo Silvestre desde hacía siete años en el Perú, y que tenía 37 años de edad más o menos. No declaró en cuanto a la actividad de Silvestre durante la rebelión de Gonzalo Pizarro pero sí lo hizo con relación a sus actividades en La Plata durante la Rebelión de Don Sebastián de Castilla, y en la batalla de Chuquinga al lado del Mariscal Alonso de Alvarado, de donde salió con la pierna quebrada, con cuatro o cinco heridas en el rostro y en la cabeza.

El testigo no estuvo en la batalla de Pucará porque había salido mal herido de Chuquinga, pero escuchó que Silvestre había servido en la batalla, saliendo bien, aunque muy empeñado. También declaró que sabía que Silvestre tenía en la ciudad de La Plata casas, chacras, ganados y esclavos a su cuidado, y que parecía que valdrían ocho o diez mil castellanos, y que el administrador de sus bienes era Cristóbal de Sosa.

Silvestre gastaba de su renta para mantenerse en la guerra y le había ordenado a su administrador que vendiese el maíz primero y después el ganado.

 

  1. Francisco de Talavera.

 

Declaró el 13 de enero, dijo que tenía más de 40 años de edad y que conocía a Silvestre desde hacía unos catorce años, que lo vio en Paita cuando desembarcó y oyó decir que había estado en La Florida. También vio a Silvestre en la Batalla de Guarina, en la segunda o tercera fila bajo el mando del capitán Diego Centeno, vio como después llegó a Andahuaylas para reunirse con el Presidente Don Pedro de La Gasca y estuvo en la batalla de Xaquixaguana en el escuadrón del capitán Alonso de Mendoza.

Cuando se sublevó Don Sebastián de Castilla en La Plata, el testigo estaba en Potosí, a 18 leguas, pero oyó decir que Silvestre estaba en La Plata al servicio del Rey. En Lima escuchó que en la batalla de Chuquinga había estado al lado del Mariscal Alonso de Alvarado y algunos decían que Silvestre había muerto en el campo de batalla con grandes heridas.

Estando el testigo en Xauxa, llegó una carta del General Pablo de Meneses en la que decía que Silvestre había ido a la ciudad de Huamanga a curarse. El testigo fue a Huamanga y lo halló con muchas heridas en la cabeza y con un pie quebrado, y siempre estuvo malsano de una pierna y cojo. Las heridas de la cabeza se le abrían muchas veces por ser grandes y mal curadas y el testigo se las vio después en España abiertas algunas veces.

También lo vio en la batalla de Pucará contra Francisco Hernández Girón en la primera hilera de la infantería y todavía no había sanado de las heridas. El testigo había estado a cargo de los libros y las nóminas  de los pagos y socorros que se daban a los soldados y no constaba que Silvestre hubiera recibido pago, empréstito ni socorro de la Corona, y le parecía que habría gastado más de diez mil ducados en las guerras.

El testigo lo vio en la villa de La Plata y sabía que tenía  haciendas de heredades de pan, casas, ganado, negros, minas y algunas personas que estaban con Silvestre decían que su hacienda valía más de diez mil pesos. Después de la batalla de Pucara, estando en el Cuzco, le prestó a Silvestre 720 ducados para que pudiera ir con los Oidores a la Ciudad de los Reyes (Lima).

 

 

  1. Hernando de Santa Cruz.

 

Este testigo era vecino del Cuzco, declaró que conocía a Silvestre desde hacía trece o catorce años, y dijo ser de cuarenta años de edad. Declaró que en la batalla de Guarina vio que Silvestre tenía una herida en la cabeza. También lo vio en la batalla de Xaquixaguana con el Licenciado de La Gasca y con Alonso de Alvarado en la batalla de Chuquinga donde recibió muchas heridas en la cabeza y un arcabuzazo en el pie. También lo vio después en la batalla de Pucará en la que fue vencido Francisco Hernández Girón.

Siempre había visto que Silvestre llevaba muy buenos caballos y armas, “como persona de mucho lustre y autoridad”. Creía que especialmente en Chuquinga, Silvestre había gastado muchos pesos de oro, porque una cota valía mil pesos y un arnés también; y un caballo 800 a 1.000 pesos en Potosí, y Silvestre fue muy bien proveído.

También vio que en Potosí tenía muchas haciendas y heredades, casas, chacras y carneros que valían mucho en el Perú, y oyó decir que su hacienda valdría 10 a12 mil pesos y que estaba muy rica. Sabía que no había recibido salario empréstito ni socorro “porque era hombre  que pretendía que le diesen de comer y que le pagasen sus servicios en la tierra”.

 

  1. Nicolás de Almazán.

 

Este era vecino de Arequipa, conocía a Silvestre desde hacía seis a siete años, tenía cincuenta años de edad más o menos, y declaró que estando en la Ciudadde Los Reyes con los Oidores, llegó la noticia de que Silvestre había muerto en la batalla de Chuquinga estando con el Mariscal Alonso de Alvarado.

Después llegó la noticia de que Silvestre había ido a Huamanga muy mal herido y que como le habían robado después de la batalla, no tenía con que curarse ni con qué comer. Sabía que el Capitán Diego López de Zúñiga envió a Silvestre con Pedro de Guevara, ciertas cédulas de mercaderes de crédito para que le diesen dinero en préstamo. En Huamanga lo encontró muy mal herido en la cabeza y en una pierna “que cree que era golpe de maza”. Sin embargo lo vio ir herido a la batalla de Pucará.

El testigo sabía que las heridas se le abrían muchas veces y que cuando iba a España por la mar, “se las vio abiertas, y sacarle materia de ellas”. También lo vio en la batalla de Pucará y después con los Oidores ir a Los Reyes, después que fue desbaratado Francisco Hernández Girón. Silvestre venía muy pobre y el testigo lo socorrió con dinero.

Siempre vio que andaba muy bien armado, con dos caballos muy buenos, uno overo y el otro castaño, dos acélimas y con negros esclavos. Sabía también que tenía propiedades en el asiento minero de Potosí y en la villa de La Plata.

 

  1. Alonso Ramírez de Sosa.

 

Este era vecino de Toledo y conocía a Silvestre desde hacía cuatro a cinco años, y declaró tener 50 años de edad más o menos. Estuvo con él en la batalla de Chuquinga y muchas veces se alojaron juntos en los toldos porque los anaconas indios ponían dos toldos juntos. Él lo vio salir a la batalla muy mal herido y sabía que estaba malsano, “porque en Arequipa le vio dos años atrás, malo de ellas, y hoy las tiene frescas, porque una de las que tiene en la cabeza se le suele abrir…”.

Declaró que “conoció especialmente un caballo overo muy preciado…” que tenía Silvestre, y que debió de gastar muchos pesos de oro por andar tan bien tratado como andaba. Oyó decir también que tenía en la Villa de La Plata y en el Asiento de Potosí las haciendas que decía.

 

  1. Gonzalo Vallejo.

 

Este testigo conocía a Silvestre desde hacía ocho años y tenía 32 años de edad más o menos. Declaró que estuvo en la Villa de La Plata, cuando mataron a Don Sebastián de Castilla, vio que Silvestre fue uno de los que ayudaron a darle muerte, fue uno de los primeros que acudieron la noche del suceso y lo vio en el portal de la casa donde mataron a Don Sebastián, “apellidando la voz de Su Majestad y prendiendo a los alterados de la parte del dicho Don Sebastián…”.

Después fue con el Mariscal Alonso de Alvarado a la batalla de Chuquinga y salió muy mal herido en la cabeza y en un pie, “de las cuales está malsano y lisiado u cojea muchas veces…”. En la batalla de Pucará lo vio con los Oidores.

Siempre lo vio servir con sus armas y caballos muy bien armado y consideraba que debió gastar muchos pesos de oro, “porque traía su persona muy bien aderezada con armas y caballos…” y que siempre sirvió a su costa, con el propósito de que acabada la guerra, se le daría de comer conforme a sus servicios. También sabía que en la batalla de Chuquinga le robaron todo su hato de caballos, negros, ropa y toldos y todo lo que tenía.

Sabía también que en La Plata y en Potosí tenía casas, chacras, ganados y zanconas que le trabajaban la hacienda y hacían sus sementeras de maíz, y que le restaban para los gastos que hacia para la guerra.

 

  1. El Licenciado Agustín Sotomayor.

 

Declaró que conocía a Silvestre desde hacía seis años y que tenía de 37 a 38 años de edad. Sabía que Silvestre junto con Ribas Martín fueron a prender a algunos en La Plata, y vio que trajeron presos a Don García Tello que era uno de los sublevados con Don Sebastián de Castilla, y a otros.

La noche que mataron a Don Sebastián de Castilla, Silvestre y un amigo llamado Juan González enviaron a Potosí una carta con un indio, a Antonio de Luxan, para que sirviese a Su Majestad. Luxan capturó a Egas de Guzmán y soltó a los presos que tenían.

Don Sebastián había hecho una junta para matar a varios de sus enemigos, entre ellos a Gonzalo Silvestre, según se conoció en los procesos que hizo el Mariscal Alonso de Alvarado a los culpables de la sublevación de Don Sebastián.

El testigo estaba seguro que Silvestre sería uno de los primeros que recibiría algún buen repartimiento. También declaró que había visto sus haciendas y “no solamente sustentarse de ellas pero dar de comer a muchas personas e sustentarlas…”.

 

  1. Gonzalo Vásquez.

 

Este testigo era vecino del Valle de Matamoros cerca de Xerez de Badajoz, y declaró que conoció a Silvestre desde hacía 19 años en La Florida y que tendría 51 años de edad.

Declaró que estuvo en la conquista de La Florida y “vio que en ello sirvió muy honradamente… donde padeció, como los otros que allí se hallaron, muchos trabajos…” También declaró que “…vio que el dicho gobernador proveía en cosas que trataban al servicio de Su Majestad con gente, de lo cual vio que dio muy buena cuenta…”.

Aunque la declaración de este testigo fue muy escueta, da algunos indicios sobre la actividad que efectivamente tuvo Silvestre de llevar y traer gente de la Florida.

 

  1. Juan Galcedo.

 

Este testigo, nativo de Salcedo, conocía a Silvestre desde hacía once años en el Perú y dijo tener 40 años de edad. Declaró que Silvestre y Centeno fueron a reunirse con el Licenciado de La Gasca en Andahuaylas, y oyó que había estado en Huarina y que había salido herido.

En Xaquixaguana lo vio “muy bien aderezado de armas y caballos con mucho lustre de persona principal, y fue avido y tenido por uno de los principales soldados de todo el campo de Su Majestad”.

Cuando mataron a Don Sebastián de Castilla el testigo estaba en la villa de La Plata. Esa noche a las diez de la noche, él con Antonio de Valda y Gonzalo Silvestre estaban en la puerta de la casa del General Pedro de Hinojosa esperando lo que se determinaba hacer con el dicho Don Sebastián, porque había llegado un mensajero de los pueblos del dicho Pedro de Hinojosa, con nueva de cómo el capitán Juan Remón había desbaratado a los que iban a matar a Don alonso de Alvarado, por parte de Don Sebastián de Castilla. Estaban en el zaguán de la casa para favorecer a los del rey, y Silvestre, Antonio de Valda y el testigo fueron los primeros que entraron diciendo: “viva el rey que muerto es el tirano…”. El testigo vio que Silvestre salió en seguimiento de los culpables y trajo preso a Don García Tello, a Mogollón y a otros.

En la batalla de Chuquinga lo vio al lado del Mariscal Alonso de Alvarado donde le dieron muchas heridas, que también le hirieron su caballo con dos arcabuzazos, y le dieron muchos heridas con lanza y cuchilladas, y el caballo herido cayó quebrándole una pierna.

Por estar tan bien armado no le mataron, cuando con la lanza y espada “le andaban tentando por do no topa su armadura, y cuando no pudieron más le hirieron en la cabeza quitándole la celada para herirlo”. Y vio que un amigo suyo de barba larga llamado Quintero lo sacó arrastrando. El testigo también había caído herido con Silvestre y vio que cuando lo sacaban herido de entre unas matas, llegó el Mariscal Alonso de Alvarado con 30 o 40 soldados y mostró pesarle mucho de ver herido así, y él le dijo al Mariscal: “¡¡ Señor, no es nada. Mande Vuestra Merced juntar alguna gente y vamos tras ellos…!!

Después de Chuquinga el testigo fue capturado y lo tuvieron preso en el Cuzco. Cuando llegaron los Oidores al Cuzco donde estaba escondido, vio que Silvestre llegaba con los Oidores “malsano de sus heridas de las cuales este testigo le vio algunas veces correr materia, de mal curadas, y así siguió toda la jornada”.

Según su opinión, Silvestre “sirvió como muy principal hombre y con muy buenas armas y caballos, y de continuo traía los mejores caballos que andaban en el campo…” y vio que el caballo que le hirieron en Chuquinga valía dos mil ducados, y que le daban por él 1.500 ducados y otro muy bueno, porque era un caballo overo muy preciado. “Siempre le ha visto servir a S. M. con todo el calor y hervor posible”. Como las cosas valían caras en esas tierras, por la calidad del aderezo que llevaba creía que había gastado lo que decía.

El testigo conocía la hacienda que tenía Silvestre en la Villa de La Plata y en el Asiento de Potosí “heredades de donde coge trigo y maíz, que llaman chacarra” y casas, negros, caballos y llamas y oyó que su hacienda valía más. De esa hacienda le proveía de dinero un estanciero suyo. Siempre lo conoció viviendo quieta y pacíficamente de su hacienda.

 

LOS QUE DECLARARON EN BADAJOZ.

 

  1. El Capitán Pedro Calderón.

 

Este fue el testigo más prominente, declaró tener 60 años de edad más o menos, era vecino de Badajoz, y dijo que conocía a Silvestre desde 1538 quien había pasado de España a las Indias a la conquista de La Florida como Soldado. Dijo que Silvestre estuvo en la conquista y descubrimiento de La Florida con Don Hernando de Soto donde sirvió “con armas y caballos como hombre de honra hijodalgo, a su costa, y él lo vio porque fue como capitán”.

Soto murió en La Florida al cabo de cuatro años y por muerte del Gobernador y de 200 hombres de a caballo, no habían quedado más de 30, y mucha gente de a pie había muerto. De 200 ballesteros y arcabuceros no quedaron más que 10 ballesteros; la gente estaba necesitada y andaban desnudos, vestidos de cueros. Gonzalo Silvestre y el testigo hicieron unos bergantines con los cuales fueron a Nueva España. En la conquista estuvieron cinco años y después que salieron, algunos se fueron al Perú, entre ellos Gonzalo Silvestre en el año de 1543.

Declaró que Silvestre sirvió en La Florida muy bien, y en su presencia le mataron un caballo que valía más de 1.000 ducados y que después compró otro por más de 1.000 ducados y que también se lo mataron a flechazos. También declaró que había escuchado decir que había servido muy bien en el Perú.

 

  1. Andrés de la Vega.

 

Era vecino de Badajoz y declaró que tenía 40 años de edad, que conocía a Silvestre desde hacía 20 años como soldado en La Florida con Hernando de Soto donde estuvieron cinco años; en Nueva España y en el Perú.

Vio que Silvestre sirvió con sus armas y caballos a su costa como hombre de honra e hijodalgo. Allí le mataron los indios un caballo y que después compró otro y que le vio servir “como hombre de buen ánimo”.

Después de la muerte de Soto, y de haber muerto de heridas y enfermedades más de 300 hombres, y más de 150 caballos, “todos entraron en consulta y se determinó que saliesen de La Florida pues no la podían poblar e hicieron siete bergantines y llegaron a Panuco”. De allí Silvestre y otros fueron a México y de allí al Perú, donde Silvestre estuvo diez u once años.

Declaró que Silvestre estuvo en la batalla de Huarina bajo el Capitán Diego Centeno y que Gonzalo Pizarro los venció. El testigo vio a Silvestre huyendo después de ser desbaratado en la batalla y que un contrario lo perseguía a caballo para matarlo.

Cuando Silvestre lo vio alejado de los contrarios, se volvió sobre el soldado que lo seguía y se comenzaron a acuchillar de manera que Silvestre salió con victoria y el otro soldado huyó. También declaró que Silvestre estuvo en la guerra de Xaquixaguana, pero no sabía de los sucesos en la ciudad de La Plata durante la Sublevación de Don Sebastián de Castilla porque ya se había regresado a España. Había oído decir que Silvestre tenía su casa, hacienda de ganado y minas en Potosí.

 

 

 

  1. Francisco Martín Sandoval.

 

Este testigo era vecino de Talavera, tenía 42 años y conoció a Silvestre hacía veinte años, cuando pasaron de España a La Florida y estuvieron juntos durante cinco años y medio. Declaró que Silvestre estuvo en La Florida con sus armas y caballos “como hombre de bien y calidad” y que le mataron un caballo que valía 1.000 ducados y que compró otro, y que lo sabe “porque andaban juntos este testigo y el dicho Silvestre en una compañía”.

Después de la muerte de Soto y por haber muerto mucha gente y caballos, “acordaron salir de La Florida por ser la tierra trabajosa, e no se poder sustentar en ella ni la poder ganar ni resistir a los indios, e hicieron siete bergantines y salieron a México”. De México pasó Silvestre al Perú a donde lo vio residir de 12 a 13 años.

El castigo estuvo con él en Huarina donde lo vio salir muy mal herido. También estuvieron en la guerra de Xaquixaguana donde Gonzalo Pizarro fue vencido y ejecutado. En lo referente a la rebelión de Don Sebastián de Castilla oyó decir lo de la pregunta, pero no lo vio.

Sabía también que estuvo con el Mariscal Alonso de Alvarado en busca y seguimiento de Francisco Hernández Girón quien se había rebelado en la ciudad del Cuzco, que sirvió en la batalla de Chuquinga y había gastado de 6 a 7 mil pesos y que salió con una pierna quebrada y con cuatro o cinco heridas en la cabeza.

Declaró también que Silvestre sirvió a los Oidores de la Audiencia en la Ciudad de los Reyes y en la batalla de Pucara contra Hernández Girón.

El testigo declaró que lo había visto servir como hombre noble hijodalgo, con buenos caballos, y en esas jornadas gastó mucho dinero porque sirvió siempre a su costa. Declaró que lo conoció rico y después lo vio pobre y gastado por haberse encontrado en las guerras, y no había podido disfrutar de su hacienda.

También declaró que sabía que tenía en la villa de La Plata y en el Asiento de Potosí heredades de pan, casas, ganados y minas que valdrían de 10 a 12 mil ducados con los cuales se sustentaba y servía en las guerras a su costa.

 

  1. Alonso Gutiérrez de Cardona.

 

Este testigo era vecino de Badajoz de edad de 44 años y conocía a Silvestre desde hacía 25 años,  donde fue como soldado de Don Hernando de Soto, donde el testigo dice que fue como capitán, y que Silvestre era soldado de a caballo bajo su capitanía.

Esa afirmación última parece que no es cierta porque no figura como capitán y por su edad, debió tener la misma función que Silvestre en La Florida.

Declaró que Soto murió cinco años después que inició la conquista de La Florida, donde murió mucha gente y muchos capitanes, y por faltar muchos caballos salieron en unos bergantines a la Nueva España por no poder sustentarse en esa conquista. Los dos llegaron a México con los sobrevivientes, pero Silvestre partió para el Perú y el testigo a España.

 

LOS QUE DECLARARON EN CIUDAD RODRIGO.

 

  1. Hernando de Silva.

 

Este testigo era vecino y Regidor de Ciudad Rodrigo, de 37 años de edad, y declaró que conoció a Silvestre en el Perú desde hacía once años. Lo vio servir en la batalla de Huarina con Diego Centeno muy bien. Centeno le tenía mucha confianza y le enviaba a que recorriese el campo, y siempre lo hizo lealmente como hombre hijodalgo “y que por tal era tenido y avido”. De Huarina salieron heridos él y su caballo.

También lo vio en acompañamiento del Licenciado de La Gasca y que en toda la jornada, hasta que se dio la batalla a Gonzalo Pizarro en el valle de Xaquixaguana sirvió muy bien, y en la batalla estuvo en la compañía del capitán Alonso de Mendoza, en la primera hilera de su escuadrón, donde estuvieron a mucho riesgo y peligro. Aquella compañía fue la que más peligro corrió de todo el ejército por estar en la parte más peligrosa de la artillería y arcabucería. Declaró que no estuvo en la ciudad de La Plata.

 

LOS QUE DECLARARON EN LA VILLA DE TORRECILLA.

 

  1. Miguel Pérez.

 

Este testigo era estante en la Villa de Torrecilla de la Orden de San Juan, dijo tener 33 años y que conoció a Silvestre en el Perú y oyó decir que estuvo en La Florida.

Estuvo en el asiento de Potosí contra Egas de Guzmán cuando se sublevó y por eso no vio lo que sucedió en la Villa de La Plata. Declaró que Silvestre salió dela Provincia de las Charcas con el Mariscal Alonso de Alvarado, quien iba como Capitán General, en seguimiento de Francisco Hernández Girón quien se había sublevado en el Cuzco y llegó con el Mariscal Alvarado hasta el valle de Chuquinga donde le dio batalla. Silvestre salió con más de tres heridas.

También lo vio en el campo de los Oidores contra Francisco Hernández Girón “pero que al tiempo de la batalla no lo vio”.

Finalmente dijo que Silvestre sirvió lealmente a su costa sin recibir paga ni socorro porque no se acostumbraba en aquellas partes darla a quienes tenían con qué servir en las guerras.

El testigo sabía que su hacienda valía más de doce mil ducados, y lo vio vivir en la provincias de las Charcas y en la Villa de La Plata.

 

LOS QUE DECLARARON EN LA VILLA DE ARÉVALO.

 

  1. Francisco de Tapia.

 

Declaró en la villa de Arévalo donde era vecino y Regidor. Tenía 48 años de edad y conoció a Silvestre en el Perú durante cuatro o cinco años. El testigo había regresado de las Indias hacía cuatro años.

Estuvo en la batalla de Huarina con Silvestre a donde fueron desbaratados, y de allí fueron más de 200 hombres a buscar al Presidente de La Gasca y estuvieron con él en la batalla de Xaquixaguana, donde Silvestre fue de los primeros que ganaron la artillería de Gonzalo Pizarro.

Cuando sucedió la sublevación de Don Sebastián de Castilla, el testigo había salido de la Villa de La Plata pero oyó que Silvestre había estado al servicio de la Corona.

En la batalla de Guarina y en Xaquixaguana lo vio servir muy bien a él y sus criados y caballos, y siempre lo tuvo por muy buen soldado, y así vio que le encargaban y encomendaban los Generales del Rey “cosas de confianza y calidad”.

Sabía que la hacienda de Silvestre valía ocho mil ducados y que lo gastó todo y que lo demás se lo robaron. También vio que tenía en la Villa de La Plata y en el asiento de Potosí heredades de pan, casas, ganados, minas y hacienda que valdrían ocho mil castellanos y que de ello y de lo que le rentaba gastaba y servía a la Corona sin recibir sueldo alguno, y lo sabía porque lo vio.

 

LA PROBANZA DE GONZALO SILVESTRE ANTE LA ACUSACIÓN DE HABER DADO MUERTE AL GENERAL PEDRO DE HINOJOSA.

 

El 14 de mayo de 1558 Gonzalo Silvestre presentó una petición al Consejo de Indias debido a que de la información secreta que había mandado hacer el Virrey del Perú Don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete contra él, resultaba que un testigo decía que Silvestre había dado muerte al General Pedro de Hinojosa.

Silvestre sostenía que esa era una gran falsedad y que él era inocente, porque ni en imaginación era culpable y todos se admiraban de oírlo. Con ese motivo solicitó que se pida informe de las personas que estaban en la Corte y que habían estado en el Perú, en especial a Gonzalo de Torres, tío del General Hinojosa a Alonso de Palomares y a Francisco de Vallejo, los cuales estuvieron presentes la noche que mataron al General.

Silvestre dijo que si pareciese, aún de oídas que él era culpable, “yo me allano a que Vuestra Alteza no solamente no me haga merced conforme a mis servicios, más aún que Vuestra Alteza me mande cortar la cabeza, en lo cual V. A. hará muy gran merced y gran servicio a Nuestro Señor en que se sepa la verdad”.

Vista la petición por el Consejo, mandaron que Silvestre de la Información que quisiere  acerca de lo contenido en la petición, ante el Licenciado Villagómez.

El 16 de mayo, compareció Silvestre “que fue enviado de las provincias del Perú por el Virrey Marqués de Cañete”, “para la información que se ofreció dar acerca de la muerte del General Pedro de Hinojosa, que se le impone por información contra él hecha, por el dicho Virrey”.

El testigo Gonzalo Vallejo había declarado anteriormente en su información de Servicios y esta vez también lo hizo. Dijo que cuando Don Sebastián de Castilla y sus secuaces mataron al General Hinojosa en la Villa de La Plata, el testigo estaba en la Villa al igual que Gonzalo Silvestre. También dijo que quienes lo mataron fueron Don García Tello, Tello de Vega, Gonzalo de Mata y otros.

Silvestre era inocente ya que el General fue asesinado al amanecer y a esa hora Silvestre estaba en la casa del testigo. Después del crimen los hombres de Don Sebastián hicieron llevar a Silvestre y a otros que se sabía que estaban en su contra. El testigo vio que cuando mataron a Don Sebastián de Castilla, Silvestre fue uno de los que acudieron primero a ayudar a los servidores del Rey que mataron a Don Sebastián.

El testigo oyó decir a soldados de la parte de Don Sebastián, que Silvestre estaba bajo sospecha de que nunca sería amigo. Era público que uno había dicho que Don Sebastián pensaban matar a Gonzalo Silvestre, no había estado en La Plata sino en el Cuzco, y que era “hombre de baxa y suerte y sastre, y que se precia de decir donaires con una guitarra…”.

Otro testigo, Alonso de Palomares, declaró que Gonzalo Silvestre no se halló en cosa alguna de la muerte del General Hinojosa, porque de ser así, hubiera sido público y lo hubieran castigado como a los que fueron hallados culpables. Más bien a Silvestre, al testigo y a otros que se sabía que eran contrarios, Don Sebastián de Castilla los sacó de sus casas y los llevó a la plaza y oyó decir que esa noche los iban a matar. Silvestre siempre había sido contrario a Don Sebastián y ayudó a matarlo.

Otro testigo fue Gonzalo de Torres de Chávez, quien dijo que era tío del General Hinojosa, y que cuando sucedió la muerte del General, él estaba a dos leguas o dos leguas y media de la Villa de La Plata, donde fue avisado por el Licenciado Polo, quien había huido en camisa al anca de un caballo, huyendo de la Villa de La Plata.

El Licenciado Polo, el testigo, un tal Merlo y otro hermano del dicho Licenciado Polo, se fueron huyendo, juntaron gente  y fueron a Pocona a juntarse con Gómez de Alvarado. A los pocos días tuvieron noticia de la muerte de Don Sebastián que fue a los seis días, y fueron a la Villa de La Plata, donde se hizo Información y castigo de algunos culpables.

El testigo tenía al General Hinojosa como a su padre y procuró saber quienes fueron a su muerte, y nunca supo ni entendió que Silvestre hubiese sido culpado de ello. Más bien escuchó que era un leal servidor de S. M. También declaró que Iñigo López Carrillo, que fue quien acusó a Silvestre, no había estado en La Platasino en el Cuzco, y que era “hombre de baxa y suerte y sastre, y que se precia de decir donaires con una guitarra…”.

Otro testigo, Alonso de Palomares, declaró que Gonzalo Silvestre no se halló en cosa alguna de la muerte del General Hinojosa, porque de ser así hubiera sido público y lo hubieran castigado como a los que fueron hallados culpables. Más bien a Silvestre, al testigo y a otros que se sabía que eran contrarios, Don Sebastián de Castilla lo sacó de sus casas y los llevó a la plaza y oyó decir que esa noche los iban a matar. Silvestre siempre había sido contrario a Don Sebastián y ayudó a matarlo.

Otro testigo fue Gonzalo de Torres de Chávez, quien dijo que era tío del General Hinojosa, y que cuando sucedió la muerte del General él estaba a dos leguas o dos leguas y media de la Villa de La Plata, donde fue avisado por el licenciado Polo, quien había huido en camisa al anca de un caballo, huyendo de la Villa de La Plata.

El Licenciado Polo, el testigo, un tal Merlo y un hermano del dicho Licenciado Polo, se fueron huyendo, juntaron gente y fueron a Pocona a juntarse con Gómez de Alvarada. A los pocos días tuvieron noticia de la muerte de Don Sebastián que fue a los seis días, y fueron a la Villa de La Plata, donde se hizo Información y castigo de algunos culpables.

El testigo tenía al General Hinojosa como a su padre y procuró saber quiénes fueron a su muerte, y nunca supo ni entendió que Silvestre hubiese sido culpado de ello. Más bien escuchó que era un leal servidor de S.M. También declaró que Yñigo López Carrillo no estuvo en la Villa de La Plata ni en la provincia de Las Charcas, hasta que fue el Mariscal Alonso Alvarado a esa provincia a hacer justicia.

No sabemos qué curso siguió esta acusación, la cual debe formar parte de otro expediente el cual no se conoce, con el que deben estar los cargos remitidos por el Virrey, sobre lo cual debió de iniciarse un proceso criminal.

 

 

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– RANGEL, Rodrigo. “Un conquistador en México y en la Florida, y Alcalde Mayor de Pánuco”. Pánuco, junio, 16 pp. y siguientes. 1988.

 

– MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Matías Ramón. “El libro de Jerez de los Caballeros”. Sevilla, 1842.

 

– MARTÍNEZ, Fray Manuel María, O.P. “Fernando de Soto y el Hidalgo de Elvas”, en Revista de Indias, año XXVII, núm. 109-110. 1967.

 

– “Memoir of Hernando d’Escalante Fondaneda, repecting Florida”, written in Spain about the year 1575. Translated from the Spanish with notes by Buckingham Smith. Washington. 1856.

 

– MIRÓ QUESADA, Aurelio. “El Inca Garcilaso y otros estudios garcilacistas”. Madrid, ediciones de Cultura Hispánica, 1971.

 

– POLO, José Toribio. “El Inca Garcilaso”, en: Revista Histórica, Tomo I, 1906.

 

– PORRAS BARRENECHEA, Raúl. “Una joya bibliográfica. La historia de las Indias de Gómara, con anotaciones marginales manuscritas del Inca Garcilaso de la Vega”, en: El Comercio, septiembre núm. 15-17, 1948.

 

– “El Inca Garcilaso en Montilla”. Instituto de Historia. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima. 1955.

 

– PRESCOTT, William H. “History of the Conquest of Perú. With a preliminary view of the Civilization of the Incas”. New and revised edition. 2 vols. Philadelphia. 1883.

 

– PRIESTLEY, Herbert Ingram. “The Luna Papers. Documentes related to the expedition of Don Tristán de Luna y Arellano for the conquest of Florida in 1559-1561”. Vol. I. 1928.

 

– SCHELL, Rolfe. “De Soto Didn’t: Landa at Tampa”. Island Press. Ft. Myers Beach, Florida. Con un prefacio del Dr. William M. Goza. 1966.

 

– SWANTON, John R. “Final Report of the United status de Soto Expedition Comisión”. Smithsonian Institution Press. Washington. D.C. 400 pp. With and Introduction by Jeffrey P. Brain. 1985.

 

– VARGAS UGARTE, Rubén. “Nota sobre Garcilaso”. Mercurio Peruano. Núm. 137-139. Febrero, Lima, 1930.

 

– WILKINSON, Warren H. “Opening the case against the U.S. Soto Comisión Report”. Alliance for the Preservation of Florida Antiquities, Jacksonville Beach, Florida. 93 ff. 1960.

 

– “The Soto Expedition in Florida. The American Tagle. Revised, with and Introduction by William Goza. 1969.

 

– YONGE, P. K. Librerie. “The Soto Papers: 1537-1544”. Microfilm 29-B. Reel 1-2. 1978.

 

 

 

 

 

ANEXO:

 

NÚMERO DE PARTICIPANTES EN LA EXPEDICIÓN DE HERNANDO DE SOTO DE LAS DIFERENTES LOCALIDADES DE EXTREMADURA.

 

Albuela (Badajoz)                                   3

Alburquerque (Badajoz)                       24

Alcántara (Cáceres)                                1

Halconera (Badajoz)                              2

Alcuéscar (Cáceres)                               1

Almendral (Badajoz)                               6

Almendralejo (Badajoz)                         8

Azuaga (Badajoz)                                   1

Badajoz (Badajoz)                                70

Berlanga (Badajoz)                           1

Burguillos (Badajoz)                               7

Cáceres (Cáceres)                                  3

Cheles (Badajoz)                                    1

Cilleros (Cáceres)                                   1

Lobón (Badajoz)                                    3

Coria de Galisteo (Cáceres)                    1

Fregenal (Badajoz)                           5

Fuente del Arco (Badajoz)                6

Fuente del Maestre (Badajoz)                 8

Garrovillas (Cáceres)                              1

Higuera (Badajoz)                                  1

La Crima (Cáceres)                                1

La Morera (Badajoz)                              2

La Parra (Badajoz)                           1

Llerena (Badajoz)                                   4

Los Santos de Maimona (Badajoz)   2

Medellín (Badajoz)                         22

Mérida (Badajoz)                                  7

Mirandilla (Badajoz)                               1

Montánchez (Cáceres)                      2

Monterrubio (Badajoz)                     1

Montijo (Badajoz)                                  1

Nava del Membrillo (Badajoz)          1

Oliva (Badajoz)                                      8

Plasencia (Cáceres)                                2

Rivera (Badajoz)                                    2

San Vicente de Alcántara (Badajoz)        1

Segura de León (Badajoz)                    10

Talavera (Badajoz)                         16

Trujillo (Cáceres)                                    2

Usagre (Badajoz)                                 18

Valencia de Alcántara (Cáceres)             2

Valencia de la Torre (Badajoz)       11

Valverde (Badajoz)                              10

Villamiel (Cáceres)                           1

Villanueva de Barcarrota (Badajoz) 23

Villanueva de la Serena (Badajoz)     7

Villanueva del Fresno (Badajoz)             1

Villar del Rey (Badajoz)                          1

Xerez de Badajoz (Badajoz)                   7

Zafra (Badajoz)                                    19

 

Total                                                  136

Oct 011989
 

José Luis Garraín Villa.

Eran las vísperas de San Juan, sábado, ocho horas después del medio día, allá por el año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil quinientos cincuenta y cuatro.

Un llerenense universal, el Príncipe de los Cronistas de Indias, felizmente recuperado para nuestro pasado histórico, estaba postrado sobre el lecho, en su casa morada de la sevillana calle Armas, aquejado de una extraña enfermedad que no le permitía sostener en su mano la pluma para escribir, actividad que había ejercido, cuidado y desarrollado desde su más tierna edad.

Pedro Cieza de León se encontraba viudo de su única esposa Isabel López de Abreu, desde Mayo de 1554, hija del potente y acaudalado mercader Juan de Llerena, natural de la villa onubense de Trigueros[1], y con quien nuestro cronista mantuvo, hasta los últimos días de su vida, una estrecha relación familiar. Este afamado comerciante mantenía importantes negocios con el Nuevo Mundo y su gran experiencia en la administración de patrimonios, fue de la suficiente garantía y confianza de Pedro Cieza como para encomendarle el suyo, y buena prueba de ello veremos posteriormente al estudiar su testamento.

Deseoso Cieza de disponer y ordenar su última voluntad con arregla a su estricta y escrupulosa conciencia, suplica a su suegro, Juan de Llerena, la presencia de Alonso de Cazalla, escribano pública de Sevilla, y quien anteriormente lo había sido de Llerena, casado con Leonor de León, hermana de Lope de León, padre de Pedro Cieza, habiendo nacido en nuestra Ciudad dos de sus hijos, una bautizada en el mes de Octubre de 1526[2], y el otro bautizado en el mes de Octubre de 1529[3].

Requirió para tan solemne acto-a los testigos idóneos y de más confianza del testador, los clérigos de San Vicente, de Sevilla, Juan de Padilla, Juan de Villanueva y Antonio González, y el Notario Apostólico Alonso de Santamaría[4] .

Como era norma habitual en aquélla época, la invocación del nombre de Dios y de la Virgen María era obligado encabezamiento de todos los testamentos y codicilos, así como las mandas para el alma en cuanto a misas de sus antepasados y seres queridos. Debido a estas disposiciones podemos revelar un dato familiar, y es que le premurió una hermana, al parecer soltera.

Y en este apartado, también, es necesario apuntar el respeto y cariño que Pedro Cieza conservaba a la hora de su muerte, por las nativos del nuevo mundo, cuando ordena: «Yten mando que se digan otras cien misas rrazadas por las animas de los yndios y yndias questan en purgatorio de las tierras y lugares donde yo anduve en las yndias«. A lo largo de su obra, son múltiples las protestas que el cronista hace a los malos tratos que los españoles dan a los indios, especialmente cuando dice: “Yo no apruebo cosa alguna, antes lloro las extorsiones y malos tratamientos y violentas muertes que los españoles han hecho en estos indios, obradas por su crueldad, sin mirar por su nobleza y la virtud tan grande de su nación, pues todos los mas destos valles están ya casi disiertos, habiendo sido en el pasado tan poblados como muchos saben»[5].

La primera alusión a su Llerena natal es inmediata, «Yten mando que un monasterio de monjas questa en Llerena que se llama nuestra señora de los rremedios que mis albageas gasten y hagan gastar de mis bienes hasta cantidad de doszientos en alargar la yglesia y hazer lo qué fuere menester en ella por pareser y acuerdo de las monjas que en el están como se alargue la dicha yglesia lo qual mando con tal cargo y condiçión…».

Este legado revela algo muy importante, la visita que Cieza hace a Llerena al poco tiempo de su llegada de las Indias, y se deduce del conocimiento que tiene de las obras que se están realizando en el Monasterio que él llama «nuestra señora de los rremedios» posteriormente llamado de Santa Isabel, ubicado en la calle de Santiago, y que estaba en fase de ampliación a mediados del Siglo XVT. Además, la proximidad del domicilio familiar del cronista durante su juventud al referido monasterio, la calle Altozano de Camargo[6], después Cura Moreno y hoy Gazul de Uclés, debió traerle recuerdos de su niñez en sus correrías por los alrededores.

Su visita en aquéllos años coincide con el bautizo de su sobrino Juan, hijo de su hermana Maria Ávarez y de Lorenzo Hernández Vizcaino, celebrado el dí 6 de Enero de 1552, actuando de padrino Rodrigo de Cieza, hermano de nuestro cronista[7] y nombrado Albacea de su testamento.

Continúa con su recuerdo a Llerena, «Yten mando que se den a dos o tres espitales de la dicha.villa de llerena seys camas arrepartiendolas como a mis alaaseas les paregiere de las quales tenga cada una cama dos bancos y un cañizo y un colchan y dos savanas y una almohada y una manta de lana».

Entre los hospitales que había en la villa llerenense del siglo XVI, estaba el fundado por el Licenciado Don Luis Zapata, llamado del Espíritu Santo[8]; el de la Concepción, situado a continuación de su Iglesia[9]; el de San Lázaro, junto a la ermita de su nombre[10]; y el de Santa Catalina, regido por la Hermandad de la Vera Cruz.

Sigue demostrando con sus mandas el cariño hacia Llerena, y muy especialmente para la Virgen a la que tenía gran devoción, «Yten mando una saya de tergiopelo morado questa en mi casa que era de mi muger con unas mangas de rraso de la manera questa con unas tregas de oro a la imajen de nuestra sei5ora questa en el monasterio de la congebcián de la dicha villa de llerena y mando a la dicha ymajen una toca de rred con un rrostrillo de oro que tiene la dicha toca y que se entregue con condision que no se deshaga ni venda cosa dello sino que lo rrompa y gaste la dicha imajen porque esta es mi voluntad y que a este se obliguen las dichas monjas o cofrades de la dicha casa y hagan escritura dello. Yten mando otra saya de tafetan senzillo pardo con sus mangas y cuerpos que hora de la dicha mi mujer a otra ymagen de nuestra señora questa en el monesterio de los remedios de la dicha villa de llerena».

Se suceden algunos otras legados de ropas que eran-de su difunta esposa en favor de algunas iglesias de Trigueros, y la de San Vicente de Sevilla, lugar que eligió para ser enterrado, y donde también instituyó una Capellanía, en los términos siguientes: «Yten mando que de mis bienes y de los de la dicha mi muger señaladamente de las arras que yo le mande se tome mill e gien ducados por mitad de cada uno, quinientos e ginquente ducados los cuales se entreguen luego como declarare abaxo a Juan de Llerena, mi suegro, para que dellos pague lo que oviere gastado por el anima de la dicha mi muger y de lo que quedare conpre tributo perpetuo o al quitar o posesyon a como. a el mejor le pareciere y bien visto le fuere y lo que asy se comprare se adjudique e yo donde agora lo adjudico para que de la rrenta dello se sirva y cante una capellania en la dicha yglesia de san bisente desta cibdad, en el dicho altar questa cerca de la dicha sepoltura donde esta enterrada la dicha mi mujer e yo me mando enterrar, en la qual dicha capellania se digan en cada mes las misas que bastare la.renta que se comprare según y como le pareciere y tasare el dicho juan de llerena, ynformandose de persona de ciencia y conciencia que le paresca sacando de dicha renta lo que fuere menester y le pareciere, que se de a la fabrica de la dicha yglesia de san bigente por que del recabdo de ornamento e cera y vino y ostías y todo la damas que fuere menester para sirvir y cantar la dicha capellania de la qual hago e instituyo por patron al dicho juan de Ilerena, mi suegro».

Juan de Llerena, en su testamento, otorgado en Sevilla, el 29 de mayo de 1580, designa sucesor en la dicha capellanía en la forma siguiente: «Yten mando que porque yo soy patrón de una capellania que se canta en la Yglesia de San Vicente de esta Ciudad que dexo e ynstituyo Pedro de Ciega de Lean, mi yerno, difunto, e yo la docte de sus vienes, mando que este Dicho Patronazgo lo aya y subceda en el el hijo mayor de Doña Maria mi nieta, hija de Joan Catan y de Doña Beatriz mi hija…» [11].

Manifiesta que recibió en dote y casamiento de su esposa Isabel López de Abreu la cantidad de 3.500 ducados de oro, ordenando que de su hacienda le fueran devueltos a su suegro, para con ellos también sufragar los gastos de la capellanía. Dicha carta dotal fue otorgada en Sevilla, el martes, once de agosto de 1551, ante el escribano Alonso de Cazalla. En dicha carta dotal se dice que el casamiento se concertó en la provincia del Perú, habiendo adquirido previamente Cieza de León, con fecha 9 de Agosto de 1550, e1 compromiso de entregar cuatro mil coronas de oro, en escritura ante el escribano de la Ciudad de los Reyes en el Perú, Simón de Alzate[12].

A su llegada de las Indias, Pedro Cieza, mantuvo con su suegro, reconociéndole un saldo a su favor de “ochenta y tantos mil maravedíes”, siendo testigos del ajuste Alonso López y Lope de Llerena, su sobrino, ordenando que dicha deuda fuera sufragada con la renta que produjera unos censos que compró al Conde de Palma y por cuyos motivos otorgó poderes el 2 de octubre de 1553 y 8 de febrero de 1554. En esta cláusula, demuestra la profunda confianza que tiene en Juan de Llerena, su suegro, cuando nos dice: “… mando que en quenta ni averiguaçión de ninguna cosa mis erederos ni otra persona alguna pidan ni pueden pedir más quenta al dicho Juan de Llerena de la quel dixere porque yo quiero que sea creydo por su palabra”.

Tal y como va expresando su última voluntad quiere dejar patente que cuando llegue a la partición y distribución de sus bienes todos sus posibles acreedores queden satisfechos, si bien reconocen una deuda a la que da un particular destino: “Ytem digo que porque soy encargo y soy obligado a rrestitiçión de treszientos ducados que me dieron çiertos yndios que tuve encomendados para los industriase lo qual yo no hice rrestituçión que por descargo de mi conçiençia y porque ellos no eran cristianos ni lo son y biven mal, mando questos treszientos ducados se den en limosnas a tres hermanas que yo tengo muy pobres a cada una cien ducados porque tienen mucha neçesidad las quales son beatriz de cazalla y leonor de Çieça y maria alvarez».

Voy a detenerme en el estudio de esta cláusula testamentaria con el fin de analizar con mayor detenimiento la alusión que Pedro hace a la «mucha necesidad» de sus hermanas. Beatriz de Cazalla, la mayor de ellas, estaba casada con Pedro de Cazorla, mercader, con el que tuvo siete hijos, todos bautizados en la Iglesia de Santiago, y actuando como padrinos personajes importantes de la vida llerenense de la época, Pedro Núñez de Prado, Regidor del Cabildo, Pedro de Miño, suegro del Contador de la Casa de la Contratación Sancho de Paz, Don Francisco de Cárdenas, Alonso Baños, Capellán Mayor de la Capilla de San Juan[13]Leonor de Cieza, llamada también Leonor de Cazalla, que estuvo casada con Don Luis Zapata del Bosque[14], con el que tuvo dos hijos, Francisco y Bartolomé, siendo el primero padre de otro Luis Zapata del Bosque, poeta. y autor de una colección de sonetos[15]María Álvarez, casada con Lorenzo Hernández Vizcaino, del que tuvo seis hijos, también bautizados en Santiago, a excepción de la última, Isabel, que lo fue en la Granada, actuando como padrinos también importantes llerenenses de la época, como el Regidor Luis Delgado, Hernando de la Vera, hijo de Juan de la Vera[16], hermano y Albacea de Francisco de Terrazas, Mayordomo de Hernán Cortés[17]. Vistas estas relaciones de las hermanas de Cieza, cabe resaltar que sus contactos sociales estaban próximos a los personajes de mayor relevancia de Llerena.      .

Durante el período comprendido entre 1539 y 1549, Cieza, llamado entonces Pedro de León, convivió con el Mariscal Jorge de Robledo, veterano militar que había participado en las campañas de Flandes, y posteriormente con Nuño de Guzmán en la conquista de Nueva Galicia, sirviéndole esta experiencia para convertirlo en un jefe modelo, respetuoso con sus subordinados y también con los indígenas, actitud que le llevaría a la muerte. Fue buen aficionado a la lectura y escritura, estando siempre acompañado de escribanos, redactando él personalmente algunas relaciones, que se conservan, destinadas al Consejo de Indias. Pronto conoció a Pedro Cieza y su gran capacidad para la escritura, a quien inmediatamente encomendó que redactara lo que podríamos llamar «Relaciones con los indíginas», poniendo a su disposición a una india llamada Catalina, para que le pusiera al corriente de sus costumbres y secretos[18]. Son varias las alusiones que nuestro cronistas hace a: u incondicional amigo Jorge de Robledo, hasta el punto de haberle avalado, junto al Padre Francisco de Frías y Pedro de Velasco, en la cantidad de 243 castellanos, pagando Cieza la parte que a estos otros avalistas correspondía, ordenando los abonará su suegro Juan de Llerena, y que éste luego los cobre de su herencia. Mas adelante nos dice: «Digo que yo tuve quenta con Robledo y e alcangaron los albageas por sesenta castellanos y porque yo e pagado por el dicho Robledo a Pedro de Ayala los trescientos ducados que aca digo sy por caso por al-viniera algo a pedir no se le deve nada por razón de lo que e pagado por el y de otras quentas yo no le devo náda».

Aparte de su obra   escrita, fundamental imprescindible para conocer su personalidad, Pedro Cieza de León, nos dejó otro legado que ha llegado hasta nuestros días, y han sido y son muchos los llerenenses que hasta hace pocos años han podido contemplarlo en nuestra Ciudad, en la Iglesia de Nuestra Señora de la Granada. Se refiere el cronista al legado en cuestión, de la siguiente manera:

 

«Yten mando que unos candeleros de plata que yo tengo en mi casa que se den a la yglesia de Santa María de Llerena por cierto cargo que le tengo.»

 

Hoy día, tristemente, no podemos ver ni presumir de estos candeleros o candelabros que hasta hace pocas fechas estaban ornamentando el Altar Mayor de la citada Iglesia. Según información recogida de algunas personas mayores fueron vendidos en el año 1969, y siguiendo un poco la pista, llegó hace poco una carta a mis manos del escritor llerenense Don Arturo Gazúl de la que copio a continuación algunos párrafos: «No se puede ocultar o vender unos, objetos del culto de valor histórico y material burlando el destino de sus donantes… Esos candelabros deben devolverlos a la Hermandad[19] o al menos explicar donde los tiene o, si los ha vendido, a quién y porqué motivos». Desde aquélla época hasta ahora, no ha vuelto a saberse nada más de su paradero. Desgraciadamente este tipo de sucesos han sido frecuentes en todas las iglesias españolas, y quisiera suponer yo que guiados más por las necesidades perentorias de sus administradores, que por un ánimo de lucro, incompresible en sus personas y creencias.

A continuación del legado anterior, dice: «Yten mando a cada yglesia y ermita y monesterio de llerena asy de las de dentro de la villa como de fuera de los muros a cada una medio ducado en limosna y cargo que les tengo».

Con esta disposición da muestras del conocimiento que tenía de Llerena y de la ubicación de sus centros religiosos, los de dentro y fuera del recinto amurallado, que en aquélla época, 1554, debió estar perfectamente conservado.

Hace referencia al capitán Álvaro de Mendoza, natural de Don Benito[20], y compañero suyo en las distintas campañas descubridoras, y vecino entonces de Cartagena de Indias, quien le debe «siento y veynte castellanos de questa el conossimiento dos dellos en quito en poder de juan de coba, mando que mis herederos los cobren del e descuenten dellos quinze castellanos».

Las alusiones a sus deudas, siempre reconocidas personas que le acompañaron por las Indias, son frecuentes y de obligado pago a cuenta de los bienes de su herencia, y entre ellas está la que tiene con «Pero López de abría, mi cuñado çien castellanos que me presto, mando que si el no se oviere fecho pagado dellos que se paguen de mis bienes y así mismo digo que otros ochenta castellanos quel dicho pero lopez me enbiava los rregiva y aya el dicho juan de llerena por su quenta y sy por caso el dicho pero lopez se oviere fecho pagado dellos de mis bienes que alla tiene que se buelvan a mis erederos».

 

También manifiesta adeudar a «Alonso de Caçalla estante en Panama çien castellanos en tejuelos que me dio para çierto negocio y no se hizo digo que no aviendose el fecha pagado dellos que se le paguen de mis bienes». La relación familiar entre Alonso de Cazalla y Pedro Cieza era la de primos hermanos. Alonso era hijo de Alonso de Cazalla, el escribano que autorizó el testamento que comentamos, y de Leonor de León, a los que anteriormente aludimos. Esta razón de parentesco entre ambos confirma la teoría del historiador Americanista Saenz de Santa María, al intuir que el préstamo indicado de 100 castellanos, equivalente a 50.000 maravedíes, había sido concedido sin interés ni plazo para su amortización[21].

Sigue reconociendo deudas, al Dean Don Juan Toscano, dean de los Reyes, cuatro castellanos; a García Martínez de la Torre, vecino de Cali, trece pesos de oro y medio; al criado del Mariscal Jorge Robledo, que está en Cartago, nueve pesos y medio; a Alonso Carrasco, vecino del Cuzco, 30 ducados que le dio para cierto negocio que no llegó a realizar; a niego Mexía, yerno del jurado Venegas, tres escudos que le prestó.

Manifiesta posteriormente que sus bienes está en un inventario que hizo cuando falleció su esposa, firmado de ‘su nombre y en poder de su suegro Juan de Llerena.

Seguidamente aporta unos datos interesantísimos para conocer la difusión de su obra escrita, la impresa en aquélla época y la que por desgracia aún aparece inédita, aunque ésta es la menor parte. Se refiere a ella en los términos siguientes:

 

«Yten declaro que tiene en su poder mios juan de espinosa mercader de libros vecino de medina del canpo çiento y treynta libros de la cronica que escrevi de las yndias de las quales a de dar quenta y a de pagar lo que valieron y asele de rregibir en descargo quarenta e yinco reales de dos fregadas que me enbio».

«Yten declaro que envie a toledo otros treynta libros de la dicha coronica y se vendieron por mano de juan sanchez de andrada, el qual dara el dinero y la rrazon desto y los pague».

«Yten declaro que tiene en cordova diego gutierrez de los rrios ocho libros de la dicha coronica cobrense del».

«Yten tiene fulano de Villalon librero que bive junto a la madalena otros quinze libros de la dicha coronica a de dar por cada uno a quatro reales y tres quartillos o bolver los libros y asele de resibir en quenta lo que vale la jeografia de ensiso, quel me vendio».

«Yten digo mas Rodrigo de Valles librero otros ocho libros e yo le devo quatro manos de papel».

«Yten me deve montesdoca ymprimidor de otros libros veynte y syete rreales mando que se cobren del».

 

Acabamos de comprobar como su obra escrita, sus «Crónicas del Perú» fue distribuida por varios lugares de España, y a buen seguro, fue una novedad por lo original de su contenido, y por la avidez de noticias del nuevo mundo que los españoles tenía, pues en aquéllos años la emigración a las Indias era muy abundante, y de una manera especial, extremeña y andaluza. Y aparte de esta edición en Sevilla, se sucedieron otras dos en Amberes, y que le produjeron algunos beneficios económicos[22].

Nos sigue haciendo relación de otras personas que le deben alguna cantidad de dinero por distintas motivos, ordenando que se destinen a limosnas para los hospitales que sus albaceas designen, camas para los pobres y otros destinos benéficos.

La siguiente disposición testamentaria recoge claramente cual es el destino que se le ha de dar a su obra escrita, fundamental e imprescindible para conocer cuales fueron sus pasos por el Nuevo Mundo, y para conocer también las culturas precolombinas de aquéllos territorios, así como la naturaleza que las cobijaba.

Comienza esta importantísima cláusula de la siguiente manera: «Yten mando y quiero que por quanto yo escrevi un libro digo tres libros de las guerras siviles del peru todo escrito de mano guarneçidos en pergamino los quales sy de presente se ymprimiesen podrian cabsar algunos escandalos y algunas personas se sintirian dello de lo que en ellos se contiene de los casas­que en las dichas guerras pasaron por ser de poco tienpo pasado por tanto mando que mis albageas tomen los dichos tres libros y rrelagiones que todo esta en un escritorio mio y sacadas las dichas cartas y otras escrituras que estiveren en el dicho escritorio dexen en el solos los dichos tres libros y rreiasionés que mas oviere dello y lo sierren y sellen y pongan en el dicho escritoio otros dos candados pequeñas y por abto ante escrivano publico se ponga el dicho escritorio serrado en el monesterio de las cuevas o en otro monesterio qual a mis albaçeas les pareçiere el qual este deposytado y las llaves esten en poder de mis albageas en cada uno la suya hasta quinze años después de mi fallesimiento en el qual tiempo ninguña persona lo vea los quales pasados por manos de mis albaseas o de qualquiera dellos que fuere bivo o sy no fuera bivo al dicho tienpo por mano del perlado del monesterio donde estuviere se de a alguna presona dota esperta para que lo vea y corrija y de lo que le paresiese que se deve quitar de lo que fuese superfluo en la dicha obra syn añadir nada en lo questa escrita y en lo que queda por escrevir conforme a las rrelasiones questan en el dicho escritorio pueda proseguir por la orden que le paresiere dando rrazon hasta donde hallo escrito y donde comengo el a escrevir y que desta manera lo pueda inprimir guardando la honrra y fama de todos de manera que a ninguno venga daña ni disfame y goce del provecho de la ynprenta y si alguno de mis albageas lo quisiere dar de su mano a persona tal lo puede hacer, mando que sobre lo atras dicho el monesterio a parte donde se pusiere el dicho escritorio y libros haga el rrecado y escritura que a mis albaseas les paresca que conviene».

 

Continúa diciendo: «Yten mando que otro libro que yo escrevi que contiene la cronica de los yngas y lo del descubrimiento y conquista del peru que si alguno de mis albaseas lo quisiere ynprimir que lo tome goce del y del provecho de la ynprenta y sino lo quisieren mando que lo enbien al obispo de chiapa a la corte y se lo den con el dicho cargo de que lo ynprima».

 

Estas disposiciones relativas a su obra escrita nos sirven para seguirlas por las manos de distintas personas que las tuvieron y custodiaron durante muchos años, y que gracias a los investigadores de la obra de nuestro cronista, como Maticorena Estrada, Jiménez de la Espada, Loredo, Francesca Cantú, Pedro R. León, Porras Barrenechea, y tantos otros, podemos aclarar cuales fueron sus paraderos. En las gestiones para localizar los manuscritos es pieza fundamental su hermano y albacea Rodrigo de Cieza, y sí se recoge en varias cartas que dirigió al Consejo de Indias; una primera, de fecha 19 de Octubre de 1568, solicita los papeles a los herederos del cosmógrafo Alonso de Santa Cruz, insistiendo más tarde, diez años después, el 29 de Enero de 1.578, y el 15 de febrero siguiente, en los requerimientos, todos infructuosos. Pasó la documentación posteriormente al Cronista Real Juan Paez de Castro, con el que Cieza había mantenido contactos en la Corte en una de sus visitas, y una vez fallecido aquél, los manuscritos pasaron a la Biblioteca del Escorial, y de allí a poder de Antonio de Herrera, que tenía oficialmente el título de Cronista de España e Indias, disponiendo por esta razón de la obra completa de Cieza, siendo totalmente infructuosas las numerosas gestiones de su hermano Rodrigo[23].

Es muy interesante la relación que pudo existir entre Pedro Cieza de León y el Obispo de Chiapas, Fray Bartolomé de las Casas, y se ha encontrado algún paralelismo entre la última voluntad de nuestro cronista y la imposición de Fray Bartolomé de entregar sus escritos al Colegio de San Gregorio, aunque por motivaciones muy diferenciadas, Cieza por no herir susceptibilidades, y el otro por ver cumplidas sus profecías para la destrucción de las Indias. La mención que hace al Obispo en su testamento, lo acerca a su estilo, sobre todo en la Tercera Parte de la Crónica, la relativa a las Guerras Civiles, donde anuncia el castigo final al cabo de las injusticias que se cometieron.

Actualmente los manuscritos de la obra de Cieza se encuentran custodiados en distintos lugares. De la Segunda Parte dedicada a la «Relación de los Incas Yupanques y de sus grandes hechos y gobernación, existen cinco manuscritos, y se localizan en la Biblioteca del Monasterio del Escorial, tres de ellos más otro que desaparecieron, y en la Biblioteca del Vaticano otro que había pertenecido a la colección de la Reina de Suecia. Se localiza un manuscrito completo de las «Guerras Civiles» en la Hispanic Society de Nueva York. Otro manuscrito aparece en la Biblioteca del palacio Real de Madrid, que es una reproducción del de Nueva York algo más descuidada.

También parte de su obra ya editada, tuvo como destino las Indias, fuente de conde había bebido nuestro cronista, según nos indica en las últimas disposiciones de su testamento: «Yten digo y mando que la que viniere de los libras que fueron a honduras que ya enbie para que se vendiesen que se de la que de8lc»s viniere a la yglesia de santa catalina de llerena para que se gaste como a mis albaceas pareciere.

      Yten mando que de las dineros de plazençia des que se cobren sacado la que de&l«os esta mandado y lo que se gastare que dello y de los libros que se enbiaron a santo domingo se gaste en conprar dos ducados de rrenta la que dellos bastare para que se den a la yglesia de san biçentny desta çibdad”.

 

En mi consulta en los libros de partidas de dinero procedente de las Indias, en los años posteriores al fallecimiento de Pedro Cieza, no he podido localizar apunte alguno referente a la llegada del dinero procedente de la venta de dichos libros.

Existe un legado de algunas ropas a su criado Juan, y en descargo de su escrupulosa conciencia, dispone: «Yten digo que por quanto me querria conpaner con el comisario de la cruzada encargo a mis albaçeas que sy yo no lo híziere antes que fallesca que hellos con mucha presteza y diligencia lo hatan por mi por rrazon de yo aver andado en el descubrimiento de algunas partes de las yndias yaverme hallado con la gente de guerra en muchos trançes que contra yndios a avido asy en descubrimiento como en guerras personales y en daños que con jente de guerra me e hallado que se han fecho contra los dichos yndios y sus pueblos y haziendas asy ofendiendo como defendiendo de los quales dichos daños no tengo ni puedo tener gierta rrazon ni memoria para rrestituirlo y por esto para seguridad de mi conçiencia y quitar qualquier escrupulo que dello podria tener les ruego y encargo a los dichos mis albaçeas que sy yo no hiziese la dicha compusygion quellos la hagan por mi».

La escrupulosidad de conciencia a que anteriormente me refería, queda perfectamente reflejada en esta disposición, al querer resarcir de alguna manera los daños que a aquéllos indígenas pudiera haber ocasionado, mostrando una sincera preocupación, muchas veces recogida a lo largo de su obra, mostrándose muy severo enjuiciando los abusos derivados del contacto con los indios, coincidiendo con la actitud manifestada por Fray Bartolomé de las Casas en sus escritos [24].

Le siguen otras disposiciones encaminadas a aliviar en lo posible las penurias económicas que, según él, tenían sus familiares más allegados. «Yten mando que paguen a lope de llerena[25] lo que paregiere y diese por quenta que a dado a mi padre para sus alimentos que yo le mando dar». Lope de León; el padre da Cieza, al final de su vida tuvo que sufrir algún descalabro económico. No obstante, demostró su poca ambición, ya que antes de que nuestro cronista otorgase testamento, firmó ante el escribano de Llerena Rodrigo Garçon, una carta de renuncia a la legítima, una tercera parte de la herencia que como heredero ascendente le pertenecía, a cambio de que «le dexase a el Siertos maravedis de rrenta de por vida para el con que alimentase». No obstante este deseo de Lope de León no fue cumplido por su hijo, todo lo contrario: «en el rremaniente de mis bienes hago y ynstituyo al dicho lope de lean mi señor padre por mi universal eredero con tal cargo y condisián que lo que montare el remaniente de mis bienes se enplee y conpre en sengos al quitar en la dicha villa de llerena por mano de Rodrigo de siega mi hermano el qual lo rregiba y cobre o ponga persona que lo haga y de la dicha rrenta se alimente el dicho mi padre conforme a lo que su edad y persona oviere menester, y lo que sobrare se destribuya por el y por las otras mis hermanas y suyas que son beatris de cagalla y leonor de çiega y mari alvares por yguales partes …».

 

Nombró Albaceas a su suegro Juan de Llerena, su hermano Rodrigo de Cieza, y al Bachiller Rodrigo de Rivera, clérigo.

Nuestro universal personaje culmina su última voluntad diciendo: »   rrevoco y anulo y doy por ninguno todos los otros cualesquier testamentos manda o codicillos que hasta ay oviere fecho y este quiero que valga y sea firme para syenpre jamas el qual firme de mi nonbre en veinte y tres dias de junio de MDLIIII,…”.

 

El testamento original se encuentra en el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla, Protocolo de Alonso de Cazalla, Oficio XV, Tomo II, Folios 125 a 129. En cuanto a su transcripción en este trabajo, he usado la publicada por Maticorena Estrada, reflejada en la nota cuatro.

Y para terminar este estudio del testamento del llerenense Pedro Cieza de León, voy a recoger algunas opiniones de historiadores americanistas relativas a su figura y obra.

Don Carmelo Saenz de Santa María, opina: “Cieza de León no es un mero narrador de hechos historiables: Cieza de León es un cantor. Canta la grandeza de los españoles que caminaron las sendas de la mar para converger en las alturas andinas. Canta la elevación cívica, religiosa y militar del imperio de los incas”.

Don Manuel Ballesteras Gaibrois dice cuando se refiere a la Crónica del Perú: «Tienes ante ti uno de los libros más originales, mas importantes que sobre- las Indias Occidentales se han escrito en toda la historia de la literatura historiográfica española, obra de uno de los autores más singulares, fecundo, inteligente, observador, incansable y prolífico”.

 

Don Marcos Jiménez de la Espada, profundo conocedor de la obra de este ilustre extremeño, lo enjuicia de la siguiente manera; «Su crónica está hecha, el magnífico plan realizado, y el reino que conquistó Don Francisco Pizarro, cuenta con la historia mejor, más concienzuda y más completa que se ha escrito de las regiones suramericanas”.

 

El historiador colombiano Otero D’Costa escribía: «Podemos asegurar que Cieza fue no sólo un historiador, pero también que fue un concienzudo sabedor del arte de componer la historia, sabiduría intuitiva y propia de los genios, y la calificamos de intuitiva porque ninguna ilustración pudo adquirir quien formó su adolescencia y continuó su juventud en la ruda escuela del soldado aventurero, sin otro contracto espiritual que el de los broncos guerreros, cuando no el indio salvaje, y sin otras enseñanzas que las del agreste panorama de la naturaleza tropical. Pasma el considerar cómo, debatiéndose su vida entre circunstancias tan contrarias a toda cultura y policía, pudiera aquél desvalido joven desarrollar y coronar una labor de tanta magnitud y con tal acierto, que puede considerarse de perfecto en su género».

 

 



[1] Algunos historiadores lo consideran como de Llerena, por su apellido, si bien en su testamento, otorgado en Sevilla, el 29 de Mayo de 1.580, ante el escribano Luis de Porras, dice que es natural de Trigueros, donde están enterrados sus padres. Archivo General de Simancas (AGS) Contaduría de Mercedes, Leg. 332, núm. 7.

[2] Fue bautizada una niña llamada JUANA, actuando de padrinos Juan de Salvatierra y López Freyle. ARCHIVO PARROQUIAL DE NUESTRA SEÑORA DE LA GRANADA. LIBRO 1 DE BAUTISMO DE SANTIAGO. FOLIO 152.

[3] Se ignora el nombre que le pusieron, ya que el original donde figura el asiento de bautismo se encuentra roto, figurando como padrino García Hernández Perozo. ARCHIVO PARROQUIAL DE NUESTRA SEÑORA DE LA GRANADA. LIBRO 1 DE BAUTISMO DE SANTIAGO. FOLIO 151 VUELTO.

[4] Cuando se produjo la apertura y protocolización del testamento, estos mismos testigos manifestaron ante el escribano Alonso de Cazalla, y el Alcalde Ordinario de la Ciudad de Sevilla Diego de Perea, que estuvieron presentes en su otorgamiento. MATICORENA ESTRADA, Miguel: “Cieza de León en Sevilla y su muerte en 1554. Documentos”, en: Anuario de Estudios americanos, EEHA. T. XII, pág. 657. Sevilla, 1955.

[5] CIEZA DE LEÓN, Pedro: “Obras Completas”. La Crónica del Perú. Capitulo I. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo. Madrid 1985.

[6] El domicilio familiar de Pedro Cieza, presumo pudo estar ubicado en la citada calle, Altozano de Camargo, ya que su hermana María Álvarez, la que sobrevivió a todos los demás, en su testamento hace alusión a la misma como su casa morada, y con mucho interés se la lega a su hija Isabel Álvarez. ARCHIVO MUNICIPAL DE LLERENA. Protocolo de Luis González. Testamentos 1581-1585. Fecha 18 de Enero de 1.585. Folio 368.

[7] ARCHIVO PARROQUIAL DE NUESTRA SEFIDRA DE LA GRANADA. LIBRO 1 DE BAUTISMO. FOLIO 55 VUELTO.

[8] GARRAÍN VILLA, Luis José: “El Licenciado Don Luis Zapata”, en: Revista Fiestas Mayores Patronales. Llerena, 1985.

[9] Este hospital se fundó al mismo tiempo que el Monasterio de monjas, procediendo éstas del Convento de Santa Elena, en extramuros de la villa. PEÑA GÓMEZ, María Pilar de la: “El Convento de la Concepción en Llerena en el Siglo XVI: Historia de una Fundación”, en: Actas del Congreso Hernán Cortés y su tiempo. 25 al 30 de Noviembre de 1985. Tomo II. Pág. 762.

[10] ZAMBRANO JARAQUEMADA, Antonia: “Monasterios, Ermitas y Hospitales de Llerena en el Siglo XVI”, en: Revista de Fiestas. Año 1968.

[11] ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Contaduría de Mercedes. Legajo 332, núm. 7.

[12] MATICORENA ESTRADA, Miguel: Op. cit.

[13] GARRAÍN VILLA, Luis José: “Pedro Cieza de León en Llerena”, en: Revista de Fiestas. Llerena, 1987.

[14] Este Luis Zapata del Bosque era Hijodalgo Llerenense, hijo de Bartolomé del Bosque y Maria Zapata, familia procedente del Lérida, a quienes los Reyes Católicos, en 1510, concedieron la confirmación de hidalguía. ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Privilegios y Mercedes de Hidalguía. Legajo 381, folio 57.

[15] RODRIGUEZ MOMINO, Antonio: “Sonetos inéditos de Don Luis Zapata del Bosque”, en: Revista del Centro de Estudios Extremeños. Mayo-Agosto 1931.

[16] GARRAIN VILLA, Luis José: “Pedro Cieza de León en Llerena”. Art. cit.

[17] LICENCIADO PERO PEREZ.- Francisco de Terrazas. Revista del Centro de Estudios Extremeños. Tomo X. Septiembre-Diciembre 1936. Cuaderno III. Página 246 a 265.

[18] SAENZ DE SANTA MARIA, Carmelo: “Estudio Bio-­Bibliográfico de Pedro Cieza de León”. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo. Madrid, 1985. Tomo III. Páginas 18 y 19.

[19] La Hermandad a que se refiere Gazúl, es la de Nuestra Señora de la Granada.

[20] CIEZA DE LEÓN, Pedro: “Las Guerras Civiles del Perú”. Primera Parte. La Guerra de las Salinas. Capitulo LXXX.

[21] SAENZ DE SANTA MAF3IA, Carmelo: Op. cit., pág. 12.

[22] Ídem., pág. 41.

[23] Ídem. Pág. 53­

[24] MATICORENA ESTRADA, Miguel: Op. cit., pág. 629.

[25] Lope de Llerena fue un escribano del Cabildo, hijo de Alonso de Cazalla, al escribano que anteriormente hicimos mención y de Leonor de León, por lo tanto primo hermano de Cieza, y vivía detrás de la Iglesia Mayor. Vid: CARRASCO BARCIA, Antonio: “La Plaza Mayor de Llerena y otros estudios”. Ediciones Tuero. Madrid, 1985, pág. 47. ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS. Contaduría de Mercedes. Legajo 32, núm. 7-1.

Oct 011989
 

Ventura Ginarte González.

El l de marzo de 1989 el autor de esta ponencia defendió su tesis doctoral en la Universidad de Alcalá de Henares cuyo título completo era: “El Conde de la Roca  en la diplomacia es­pañola de la Guerra de Treinta Años: la misión saboyana (1630­-1632). análisis categorial de una gestión diplomática”. A tra­vés de estas páginas quiero ofrecer a los estudiosos extreme­ños un apunte biográfico sobre la figura del Conde de la Roca, y en otra ocasión hará una síntesis de la, misión saboyana que realizó en 1630-32.

INTRODUCCIÓN

Don Juan Antonio de Vera y Zúñiga, primer Conde de la Poca desde 1628, fue uno de los personajes más sobresalientes en el siglo XVII. Por su libro “El embajador”, adquirió una resonan­cia universal al ser traducido al francés e italiano, siendo esta obra considerada como un vademecum para todo aristócra­ta que entraba en la carrera diplomática. También adquirió re­nombre como biógrafo del Conde-Duque de Olivares por su obra “Fragmentos históricos”.

Además, durante sus embajadas en Italia, se codeó con las personalidades más representativas de la política internacional. Richelieu le temía por los medios secretos que empleaba en Ve­necia en la consecución de avisos y, cuando supo que las decisio­nes del senado veneciano a las propuestas de su embajador francés se conocían antes en Madrid que en París, mandó poner es­pías al Conde y a sus criados. Con Mazarino guardó una buena amistad desde que le conoció en la embajada saboyana y, siendo deseo del Conde regresar en 1644 a España vía Francia, obtuvo de él un pasaporte a pesar de la pugna hispano-francesa.

 

 

EL HOMBRE

 

Don Juan Antonio de Vera y Zúñiga o don Juan Antonio de Vera y Figueroa (pues en ocasiones utilizó el apellido de su abuela paterna), nació en Mérida en 1583. Sus padres fueron “don Ferrando de Vera y doña María de Zúñiga, vecinos de la ciudad de Mérida, y el dicho don Fernando, natural de ella, y de la dicha doña María, natural de la ciudad de Plasencia”[1].

Su padre fue “Señor, de Don Tello y Sierrabrava, alfé­rez mayor de Mérida, corregidor de Jerez de la Frontera y úl­timamente gobernador de Murcia”[2], y su madre era “hija del marqués de Mirabel”[3].

Los abuelos paternos del Conde de la Roca fueron: “Don Juan de Vera y doña Teresa Figueroa, vecinos de la ciudad de Mérida, y el dicho don Juan natural de ella, y la dicha doña Teresa natural de la ciudad de Badajoz”[4].

Los abuelos maternos fueron: “Don Luis de Ávila, Comenda­dor Mayor de Alcántara, y doña María de Zúñiga, Marqueses de Mirabel, vecinos de la ciudad de Plasencia, y el dicho don Luis natural de la ciudad de Ávila, y la dicha doña María natural de la ciudad de Plasencia” [5].

Se casó en primeras nupcias con doña Isabel de Mendoza ha­cia el año 1600. De este matrimonio tuvo dos hijos: “Don Fer­nando y don Pedro de Vera y Mendoza, los cuales en 1621, ya huérfanos de madre, eran religiosos profesos de la Orden de San Agustín en el convento de Sevilla”[6].

Se casó por segunda vez con María de Vera y Tobar, hija de Diego de Vera, y Antonia de Tobar. De este matrimonio tuvo tres hijos: don Fernando Carlos Antonio de Vera y Figueroa[7], quien heredó el título y fue también embajador en Venecia; doña María Antonia y doña Catalina Antonia de Vera[8].

Estudió en Sevilla, donde conoció a don Gaspar de Guz­mán, el futuro Conde-Duque, entrando a formar parte del cír­culo literario que él patrocinaba y cuyas reuniones tenían lu­gar en los jardines de su casa o en la vecina huerta de Mira­flores, ganándose la amistad del futuro valido. En estas reu­niones don Juan Antonio producía enorme impresión por su erudición e ingenio e intervenía en las “conversaciones con tal acopio de datos y citas históricas, que más parecía un filósofo e historiador consumado, que un joven sin práctica de los negocios políticos y diplomáticos”[9].

Cuando el Conde-Duque de Olivares subió al poder en 1621, llamó a la Corte a aquel “joven estudiante de Sevilla que, en horas amargas y de horizonte plomizo; peroraba sobre Embajadas y Embajadores”[10]. Le llamó por sus grandes cualidades y, sobre todo, para que preparase en la escuela que creara Fer­nando el Católico, a los futuros diplomáticos[11], y para que más tarde también él pusiera en práctica la teoría sobre el “modelo de Embajador” expuesta en su Obra, en aquellos mo­mentos en que la Corona española estaba tan necesitada de grandes diplomáticos y había que ganar con la fuerza de la elocuencia lo que no se podía conseguir con la fuerza de las ar­mas.

El Conde de la Roca estuvo ausente de Madrid durante los años 1625 y 1626, los más gloriosos del valimiento de su pro­tector, en los cuales marchó a Italia a dar el pésame al Duque de Saboya, Carlos Manuel el Grande y a sus hijos, por la muer­te del Príncipe Filiberto[12], llevando, al mismo tiempo, car­tas para el gobernador de Milán y los embajadores de Roma y Génova, con otros negocios importantes para la Corona españo­la.

El año 1628 fue uno de los más importantes en la vida de don Juan Antonio, aunque no en la de su amigo el Conde-­Duque por las fuertes criticas que fue recibiendo desde di­versos sectores a partir de 1627 y que se intensificaron en 1628 cuando decidió participar en la guerra de Mantua, que supuso un derroche de vidas humanas y de dinero sin ninguna ventaja. Este año nuestro protagonista fue ennoblecido con el título de Conde de la Roca, con cuyo nombre, al ser el primer Conde, ha pasado a la historia. Felipe IV le concedió el ti­tulo el 27 de marzo con estas palabras: “Por hacer bien y merced a vos Don Juan Antonio de Vera y Figueroa, Comendador de la Barra de la Orden de Santiago, y teniendo consideración a la calidad de vuestra Persona y Casa […], y teniendo asi­mismo consideración a que a imitación de todos vuestros ascendientes nos habéis servido desde que sucedí en estos Reinos en el asiento de gentilhombre de mi boca, y en una embajada ex­traordinaria en Saboya, todo el tiempo que los años de 1625 y 1626, estuvieron sobre aquella república los ejércitos de Francia y Saboya […].

Y por más honrar y sublimar vuestra Persona y Casa, es nuestra voluntad que ahora, y de aquí en adelante, os podáis llamar, e intitular, y os llaméis e intituléis, llamen e inti­tulen, y os hacemos, e intitulamos Conde de el Lugar de la Roca “[13].

 

 

 

EL EMBAJADOR

 

El Conde de la Roca estuvo 14 años de forma estable en Italia, repartidos así: dos en la embajada extraordinaria en Saboya, diez como embajador en Venecia y dos en Milán como con­sejero del gobernador.

El 18 de octubre de 1630 recibía la Instrucción para la embajada extraordinaria de Saboya, y desde el 11 de noviem­bre de 1630 hasta el 10 de junio de 1632, permaneció junto al Duque de Saboya, Víctor Amadeo, intentando ganarse la amistad incondicional del Duque o al menos      que mantuviera la neu­tralidad ante la próxima confrontación hispano-francesa, pero no lo consiguió, fracasando en su primera misión diplomática.

El 14 de agosto de 1632 hizo la entrada pública en Vene­cia, entregando al Dux las cartas credenciales, y aquí perma­neció hasta el mes de mayo de 1642[14]. El éxito más impor­tante del Conde de la Roca en la misión veneciana fue conse­guir que, en 1635, cuando Francia declaró la guerra a España en el cuarto periodo de la Guerra de Treinta Años, no formara alianza con Venecia a pesar de todos los esfuerzos de Riche­lieu, sino que guardara la neutralidad[15].

Debido a la poca salud de que gozó, en repetidas ocasio­nes pidió licencia para venir a curarse a España. Esta, la li­cencia, no se le concedió, pero por su falta de salud abandonó Venecia y marchó a Milán como consejero del gobernador. Aquí estuvo dos años: desde el mes de mayo de 1642 hasta que el 20 de mayo de 1644 se le envió la licencia para volver a Espa­ña, aunque por culpa del pasaje, el 9 de noviembre, todavía se encontraba en Génova[16]. Primero fue consejero del Conde de Siruela y luego del Marqués de Velada. Pero no permaneció siempre en Milán. La mayor parte del tiempo estuvo en campaña con el ejército. También el Virrey de Nápoles, el Duque de Me­dina de las Torres, reclamó sus servicios y por ello hizo unas jornadas o embajadas extraordinarias por Italia.

La tan suspirada y solicitada licencia para regresar a España, por consulta del Consejo de Estado del 21 de abril de 1644, le fue concedida el 20 de mayo del mismo año. Re­zaba así: “Habiendo visto las instancias que habéis hecho so­bre que os dé licencia para venir a España por las causas y razones que me habéis presentado diferentes veces, he tenido por bien de concedérosla para este efecto, y así podréis usar della cuando quisiéredes, de que he querido advertiros para que lo tengáis entendido”[17].

Una vez en España, el 5 de noviembre de 1651, fue nombra­do Consejero de Indias, como recompensa a sus largos años de servicio a la Corona y, cuatro años más tarde, el 20 de noviem­bre de 1658, moría en Madrid.

 

 

EL ESCRITOR

 

El Conde de la Roca fue un gran humanista, en la línea de Erasmo, de Luis Vives, del también extremeño Benito Arias Mon­tano, y que en modo especial recibió la influencia del famoso humanista flamenco Justo Lipsio.

Ha pasado a la Historia como escritor diplomático por su libro “El embajador”. Este fue el primer libro español de di­plomacia escrito en la Edad Moderna, que apareció en Sevilla en 1620, fruto de aquellos encuentros en los jardines del Con­de-Duque.

En la dedicatoria que Lope de Vega le hace de su comedia “Los esclavos libre”, le dice: “Espero los discursos del libro que V. m, llama El Embaxador, materia no emprendida de ingenios en ninguna de las lenguas clásicas”[18]. Y cuando ya salió a la luz en 1620, entre los muchos elogios que el Conde recibió por su libro, merece una mención especial el que le comunicó el Duque de Sessa por medio de su secretario Lope de Vega: “El está escrito con suma erudiçión y las materias tratadas con lo más selecto y aprobado que se puede arbitrar en difi­cultades tan inportantes. Enseña y deleyta, y en la dulzura del estilo luzen como piedras preçiosas las sentençias; no sé si diga más; pero si todo ha de ser menos, más vale que V. m. agradezca mi deseo, que no me reprehenda mi osadía. Alabo tanbién el cuidado de la ynpresión, y que tan bien enseña co­mo ha de ser; y siempre he pensado que a los libros les suçede lo que a lass cassas, que el agrado del esterior, luz y jardi­nes obliga a dessear viuirlos, como a los libros de la buena ympresión a leerlos”[19].

También es conocido el Conde de la Roca como el biógrafo del Conde-Duque por su obra “Fragmentos históricos”. Esta, aun­que no fue publicada hasta 1787 por el “Semanario Erudito”, circulaba la biografía en manuscrito por toda la Corte.

Asimismo destacó como poeta. Su obra poética se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacional de Madrid, destacando el poema mitológico “Píramo y Tibse”.

Su correspondencia diplomática (más de mil cartas), prác­ticamente toda ella inédita, se encuentra en su mayoría en el Archivo de Simancas y algunas cartas cifradas en el Archivo Histórico Nacional.

 

 

 



[1] Archivo Histórico Nacional (AHN), Ordenes Militares, ex­pedientillo n. 249.

[2] B. MORENO DE VARGAS, Historia de la ciudad de Mérida, (año de 1633), Mérida, 1987, p. 412.

[3] Ibíd., 412.

[4] AHN, Órdenes Militares, expedientillo n. 249.

[5] Ibíd., n, 249.

[6] JUAN ANTONIO DE VERA ZUÑIGA Y FIGUEROA, en Diccionario enciclopédico hispano-americano, t. 22, Barcelona, 1897, pp. 363-64.

[7] Cuando su padre fue nombrado Consejero de Indias el 5 de noviembre de 1654 a él le hicieron Consejero de Hacienda, ocupando el puesto de su padre (Cf. AHN, Estado, leg. 6402).

[8] Su testamento puede verse en Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 3287, n. 4)

[9] J. A. DE VERA Y ZUÑIGA, “El Enbaxador”, (Reimpresión fac­similar de la primera edición del año 1620), Madrid, 1947, p. XVI.

[10] Ibíd., p. XVI.

[11] El Conde de Siruela, gobernador de Milán, le llama “padre de ministros”: “Será para mi de mucho contento y alivio el servir más de cerca a V. S. y conformarme en todo con lo que a V. S, pareciere como tan antiguo padre de Ministros, y delante del servicio de su Majestad…”. (ACS, Estado, leg. 3358, n. 98: carta del Conde de Siruela al Conde de la Roca, Milán, 8 de abril de 1642).

[12] La Instrucción en AHN, Estado, leg. 3455, n. 30.

[13] AHN, Estado, leg. 3470: Consulta de la Cámara de Castilla del 12 de abril de 1741.

[14] AGS, Estado, leg. 3267, n. 18: carta del Conde de la Roca al Rey, Nápoles, 12 de marzo de 1643.

[15] Acerca de la neutralidad de Venecia puede verse AGS, Esta­do, leg. 3592, núm. 72, 87, 154.

[16] Ibíd., 3359: carta del Conde de la Roca al Rey, Génova, 9 de noviembre de 1644.

[17] Ibíd., 3457, n. 34: licencia para venir a España el Conde de la Roca, Madrid, 20 de mayo de 1644.

[18] El Conde de la Roca (1583-1658). Noticias bibliográficas, en Revista del Centro de Estudios Extremeños, vol. IX (1935) p. 30.

[19] A. G. DE AMEZUA, Epistolario de Lope de Vega Carpio, IV, Madrid, 1943, p. 311.

Oct 011989
 

Fernando Flores del Manzano.

De enorme importancia se reviste el periodo fernandino pues en él se debaten y resuelven asuntos transcendentes y definitivos para Plasencia. No pocos mirarán este primer tercio del siglo XIX como el desafortunado momento en que Plasencia pierde su oportunidad histórica irrepetible de erigirse en cabeza de una provincia. Contraviniendo la trayectoria histórica prometedora de la Ciudad del Jerte, la pugna política por la capitalidad altoextremeña se decanta a favor de Cáceres (1822).

Plasencia ha de conformarse con figurar como una mera sede de juzgado de Primera Instancia, que por entonces se constituye y con una amplia demarcación.

También un “sabio Gobierno” -en término del marqués de Mirabel- constitucionalista le concede la Feria de Primavera en 1822, a celebrar anualmente los días 10, 11 y 12 de mayo.

El reinado de Fernando VII nos vale perfectamente para interpretar con corrección los orígenes de la mentalidad política ultra conservadora de que hará gala Plasencia durante casi toda la agitada centuria decimonónica.

El presente estudio se ha dividido en tres partes, que vienen a corresponder con las tres etapas históricamente definidas del reinado del deseado monarca Fernando VII.

 

 

I. VUELTA DE FERNANDO VII Y DEL ABSOLUTISMO, EN PLASENCIA

 

La liberación de Fernando VII fue acogida como en todas partes, con vivas demostraciones de entusiasmo callejero en la zona, también la vuelta al absolutismo, tras el breve periodo constitucional, fue bien visto por los sectores más influyentes, hacendados, aristócratas y clero. Este último -el 17 de agosto de 1812- se había manifestado dispuesto “a cumplir cuanto establece la Constitución y procurar su más puntual observancia por todos los medios que estén a su arbitrio”, en expresión del propio Cabildo[1]. Pronto cambiará de actitud la clerecía y no reprimirá su alegría por el retorno a la situación anterior a las Cortes gaditanas, es decir, al Antiguo Régimen de privilegios, a la sociedad estamental.

Reveladora frase al respecto la dejada por el Visitador del Obispado en la vicaría de Cabezuela. Manuel de Nava manifiesta la satisfacción por “la feliz venida a ocupar su augusto trono Nuestro suspirado monarca, el Sr. Don Fernando Séptimo (…), quien ha mandado volver todo al estado que tenían las cosas en el año de mil ochocientos y ocho”[2].

Restaurado el absolutismo, vamos a dejar a un lado la saña persecutoria de los realistas extremeños, ya subrayada por el erudito Díaz y Pérez[3]. Fijémonos en el estado lamentable en que yacía postrado el distrito hacia 1814.

Las secuelas de la guerra napoleónica tardaron en borrarse. Desastrosa había resultado la presencia de los franceses, especialmente la trágica estancia de Soul -verano de 1809-, quien incendió varios pueblos[4] (Jerte, El Torno, Malpartida…), incendió las cosechas y arruinó a los vecinos.

A ello hay que sumar los altos costos del mantenimiento del ejército nacional, así como de las partidas guerrilleras, tan frecuentes en la demarcación placentina. Algunos elementos de la guerrilla -se lamenta el corregidor Antonio Alonso- en lugar de perseguir y hostigar al enemigo, “con el desenfreno más criminal, todo lo atropellan, aniquilan y roban, sin respeto a las autoridades, que descaradamente ultrajan”[5].

Para ciertos pueblos supuso un agotador sobreesfuerzo recobrarse de los males de la guerra. La villa de Jerte sirve de modelo: a la dolorosa y lenta reconstrucción del pueblo se añaden los brotes epidémicos, que en 1813 “menoscaban la mitad de sus naturales”[6]. La indiferencia de las autoridades a sus desdichas es otra barrera contra la que chocan el ilusionado ánimo jerteño: no se les ayuda en absoluto, se les sigue gravando como si nada les hubiese acaecido.

Los pueblos se niegan a pagar los tributos decimales y los rompimientos de sepulturas, obligados más por la inopia que por la rebeldía. La iglesia reacciona con airados anatemas. Los placentinos, hartos de mantener tropas, se niegan a facilitarles los suministros ordinarios. A petición del intendente, el Jefe Político (Circular nº 127) ordena que se atienda a la subsistencia del ejército.

Por si esto no bastara, por la zona se extienden grupúsculos de malhechores que se resisten a regresar a la vida normal y eligen la fácil y sabida senda del bandolerismo. Son tiempos revueltos, inseguro en los que transitar los caminos altoextremeños equivale a exponerse a un previsible asalto de las imnúmeras cuadrillas de malhechores, algunas tan brutales y sanguinarias como la de “Los muchachos” [7]. A estos facinerosos de posguerra subproductos residuales de la caótica guerrilla altoextremeña se les van sumando en los años sucesivos otras bandas atraídas por el éxito e impunidad de las anteriores, ni con el escarmiento ejemplar a “Los Muchachos” se erradica la afición al bandolerismo mostrada por el distrito placentino, de serranías tan idóneas para la práctica bandoleril.

La vida del campo se hace insostenible con la inseguridad, los sobresaltos, la presión fiscal, y la amenazante quiebra económica.

Aspecto destacado, por entonces, es la erección del Par­tido judicial de Plasencia. El 24 de enero de 1814 la Real Audiencia[8] notifica los núcleos que jurisdiccionalmente abarca, según distribución aprobada por las Cortes: 51 poblaciones y 9.366 vecinos. De los integrantes, algunos son casi despoblados, que ya no levantarán su demografía nunca (Asperilla, Vadillo, Villa Real de San Carlos, etc.). Otros acabarán desgajándose del Partido, y hasta de la Extremadura, en el proceso de reordenación territorial que llevan a cabo los posteriores gobiernos liberales.

Más importante en la práctica -en cuanto alivia la esquilmada economía campesina- resulta un auto de oficio proveído por el Alcalde de la Sala del Crimen y Corregidor de Plasencia, Demetrio Ortiz[9]. Este ordena, ya en 1812, “que se substancien instructivamente en juicio verbal las causas de esta Ciudad (Plasencia), cuyo interés no exceda de 500 reales, y las que se promueven en los Pueblos, sí no excede su valor de los 200 reales”[10]. Los jueces no permitirán “que se formen inútilmente procesos que sólo sirven para arruinar los honrados habitantes, distrayéndolos de sus honestas ocupaciones y para que se contraigan enemistades entre familiares…” [11]. Colma así una comprensible aspiración de la mayoría de las aldeas, cuyos vecinos, para evacuar la más simple diligencia, se veían forzados a acudir a Plasencia, con las subsiguientes pérdidas de tiempo y dinero.

En definitiva, durante la primera etapa fernandina Plasencia y su Tierra llevaron una existencia gris, apurada, anodina, donde la nota discordante a la monotonía la daban los ininterrumpidos sucesos criminales de las cuadrillas de malhechores en cualquiera de las propicias rutas altoextremeñas.

 

 

2. EL TRIENIO CONSTITUCIONAL (1820-1823) EN LAS TIERRAS PLACENTINAS

 

Para Plasencia puede que el Trienio le evoque el momento en que pierde su hegemonía política, que se desplaza a Cáceres, al ser esta última elegida como capital de la nueva provincia altoextremeña[12].

Pero no todo fue negativo para la Ciudad del Jerte en esta etapa histórica. El gobierno constitucional le concede unas Ferias primaverales los días 10, 11 y 12 de mayo, aunque con el correr de los tiempos se trasladen al mes de junio. Desde el principio aparecen perfectamente distribuidos por parcelas los sectores del ferial:

 

– Plaza de la Constitución para los géneros de tienda.

– San Antón para el ganado de cerda y lanar.

– La Isla para el vacuno, millar y caballar, “sito a propósito por las buenas aguas, frescas alamedas y abundantes pastos” [13].

 

 

2.1.- El ambiente liberal en Plasencia.

 

Dadas las muestras de júbilo que casi desde el mismo 7 de marzo de 1820 manifiesta Plasencia, así como su inmediata adhesión a la Constitución de Cádiz (1812) nadie se atrevería a cuestionar la sinceridad y el número de los seguidores de Riego.

Sin embargo, el hecho de que pertenezcan y se refugien en el Partido de Plasencia, los primeros militares que se desenvainaron la espada contra el repuesto régimen constitucional, amén de las continua escaramuzas de los “serviles” por el territorio y el temprano triunfo, en 1823, de la causa absolutista, proyecta sombras de duda acerca de la calidad y cantidad del sentimiento Liberal placentino.

Hay más, Gil Novales[14] no recoge la existencia de ninguna Sociedad Patriótica en Plasencia ni en toda la derecha del Tajo, lo que abonaría más la hipótesis de una aclimatación circunstancial de Plasencia a los cambios políticos del momento, que una sentida comunión con la ideología liberal. Los dos distritos altoextremeños, Coria y Plasencia, estaría muy marcados por la presencia conservadora de estamentos privilegiados y de sus respectivas sillas episcopales, que ejercen un influjo desmesurado -aunque discreta y soterradamente- en la vida pública de sus sedes. Ello justificaría en parte la reluctancia de Plasencia al sistema constitucional. La mayoría de la clase política opta por adaptarse a la nueva situa­ción a la espera de tiempos más acordes con su mentalidad.

Sólo una minoría política del distrito placentino se mostrará entusiasta y emprendedora con el restituido gobierno liberal. Y precisamente a esa minoría de políticos liberales placentinos se debe la publicación de un semanario -auténtica joya del periodismo altoextremeño que responde a la sugestiva cabecera de “AURORA PATRIOTICA DE LA ALTA EXTREMADURA”[15]. Sale a la luz en los meses postreros de 1821, y en él se advierte una voluntad de didactismo político, de catecumenizar ideológicamente a una ciudadanía a la que supone desconocedora e indiferente a las ideas revolucionarias de Cádiz. Esto explicaría el denso doctrinarismo político del periódico, aunque progresivamente se vaya abriendo a la defensa de lo intereses de Plasencia. Pese a no figurar como órgano de ninguna Sociedad o Asamblea Constitucional, no dudamos de que fue el vehículo de expresión de esa minoría placentina decididamente doceañista.

De tan selecta minoría liberal saldrán los hombres que colaboran en la gestión política no sólo de la Ciudad, sino del distrito: Fernando Gómez, diputado, en el Valle del Jerte, o Diego González Alonso, diputado de las Cortes, en el área de Serradilla. Los discursos fervorosos de este último en Plasencia enuncian un liberalismo formulado abstracta­mente, con abuso de frases retóricas y grandilocuentes[16].

Los representantes de la Diputación Provincial -algunos pertenecientes al Partido placentino- exhiben una meridiana conducta li­beral. Su reacción ante acontecimientos como el de “la agresión infame y premeditada de la Guardia Real contra la Capital del reyno” resulta contundente. Se dirigen a los habitantes de la provincia denunciando los hechos, a la par que envían un escrito de adhesión al comportamiento patriótico del Ayuntamiento de Madrid y de las Cortes[17].

Igualmente resuelta se muestra la Diputación en arbitrar medidas que favorezcan la creación y fortalecimiento de las Milicias Nacionales. Consciente de que la mayor parte de sus componentes son menestrales y labradores, y de que, mientras estos sirven a la Patria, “Van a quedar sus familias en la indigencia por falta de medios para subsistir”, la Diputación procura remediar la situación[18]. Con todo, la milicia Nacional resulta poco operativa, bien por la carencia de medios materiales, bien por el estorbo a los alistamientos y las intrigas de ciertos sectores (clero oficial, aristocracia terrateniente). Plasencia disponía de 2 tercios de Infantería -mal uniformada-, ninguno de caballería.

Contemplemos ahora la reacción de las autoridades constitucionales placentinas ante los brotes permanentes de los absolutistas en su demarcación.

 

 

2.2. Guerrillas facciosas y reacción de las autoridades.

 

Temprana e ininterrumpida va a ser la actividad guerrillera realista en la zona. Será un cabezueleño, muy ligado a Plasencia, el coronel Gregorio Eugenio Morales[19], insigne guerrillero contra los franceses, el primero que en toda España[20] se subleve contra el gobierno liberal.

En noviembre de 1820 deserta del Regimiento de Caballería de Borbón, con base en Talavera de la Reina, y arrastra tras sí a unas docenas de soldados. Se encamina a la ciudad de Ávila, donde proclama frases subversivas contra el Gobierno, en una tentativa de soliviantar a los habitantes y guarnición. Enterado el Rey, dispone que salgan de Segovia 70 caballos del escuadrón de artillería, al mando de Joaquín Dominguel.

Morales se refugia en su natal Valle del Jerte, pernocta en su pueblo -Cabezuela-, y por el puerto de honduras se dirige a Zarza y Guijo de Granadilla. En vista del acoso a que se ve sometido y tras un desfavorable encuentro con los Milicianos se dispersa para refugiarse, luego, en Portuga1.

A la aventura de Morales seguirán los hostigamientos permanentes de grupúsculos guerrilleros por las serranías jerteñas. No sólo en el septentrión, también por el flanco meridional se ve amenazado el Partido placentino. En la primavera de 1822 el retirado coronel Feliciano Cuesta levanta una partida de facciosos y desde Torrecillas se desplaza con gran movilidad hacia otros distritos. El jefe Político de Cáceres, J. Álvarez Guerra, dicta un bando el 29 de mayo con tal motivo. Tras hacer una llamada a la cordura e invitar a la vuelta pacífica de los levantados a sus hogares, dispone 12 severos artículos que se condensan en estos puntos: necesidad de controlar pasaportes y a los forasteros, notificar y espiar los movimientos de los facciosos, unificar fuerzas para perseguirlos, graves penas para los auxiliadores y para las autoridades negligentes o sospechosas, etc.

Pero Cuesta será ya una pesadilla constante: en marzo de 1823, desde la zona de Trujillo, amenaza con cruzar el Tajo e instalarse en la demarcación placentina[21], donde la guerrilla se ha avivado.

¿Cuál es la reacción de las autoridades placentinas ante el cúmulo inquietante de hechos anticonstitucionales? Impecable su proceder. Actúan con prontitud y con energía, incluso cuando los levantamiento facciosos ocurren fuera de Extremadura se adoptan precauciones. El siguiente dato nos lo ilustra magníficamente: con motivo de los facciosos que se unen a los carabineros Reales sublevados en julio de 1822 en Castro del Río y Córdoba (derrotados al poco por los liberales entre Abenojar y Cabezaarados), el jefe Político convoca una reunión extraordinaria en Plasen­cia de los ayuntamientos principales del Partido: La Alberca, Aldeanueva del Camino, Cabezuela, Galisteo, Montehermoso, Pasarón, Serradilla, Tornavacas… [22]. Se invita a los comandantes de milicia y tropas estacionadas, así como al brigadier Vicente Nieto y al diputado en Cortes, Diego González Alonso, quien pronuncia un discurso en la Sala Capitular.

Una comisión elabora un proyecto que contiene 10 artículos, dirigidos a formar una federación de Ayuntamientos del Partido de cara a una más operativa y coordinada defensa del distrito ante la eventualidad de un ataque en toda regla o cuando las circunstancias lo requieran. También se busca reforzar el funcionamiento y eficacia de la Milicia Nacional en la zona. Y aunque menciona la “ventajosa situación” del Partido por su situación geográfica protegida, lo cierto es que el enemigo está incrustado en el mismo corazón de la zona[23].

No cesan las guerrillas de hostigar a los milicianos hasta conseguir el alzamiento generalizado del Partido a su favor en la primavera de 1823. Los pueblos, por el sistema de derramas, se harán cargo de los gastos por suministros hechos a Santiago S. de León y Gerónimo Merino.

 

 

3. LA DÉCADA OMINOSA (1823-1833) EN EL AREA PLACENTINA
3.1. Los absolutistas toman el partido placentino

 

Las partidas facciosas del Valle se enardecen con la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis, y con la presencia cercana del cura Merino en la demarcación barcense.

El Jefe Político ha ido concentrando en Cabezuela varias Compañías de la milicia Nacional. Se teme que de un momento a otro se rebele la Villa, con Santiago S. de León al frente. La última semana de mayo se produce la sublevación de Cabezuela, que resiste valerosamente los ataques de los adiestrados Negros o Voluntarios de Cáceres, al mando del profesional Joaquín Núñez. El 27 de de mayo se entabla una fuerte refriega en las calles e inmediaciones de la población. Varios cabezueleños mueren en el
prolongado combate[24]. Los Negros no consiguen romper la resistencia y desisten de tomarla.

El eco de la victoria de los absolutistas (“Serviles”, en la jerga de entonces) en Cabezuela se extienda por los pueblos del Partido, que se van contagiando de ese ardor. La misma Plasencia se entusiasma con el éxito de Sánchez de León, a quien piden ayuda para que respalde su inmediato alzamiento. El 29 de mayo, siguiendo los pasos de Cabezuela, la Ciudad se levanta contra los constitucionalistas. Al día siguiente empiezan a llegar “serviles” desde el Valle. La entrada de la heroica Columna Real Volante de húsares (poco más de 100 hombres y unos pocos caballos), al frente de su invicto comandante Santiago S. de León, resulta apoteósica: con repiques de campanas, iluminaciones, tracas y otras mil muestras de regocijo son recibidos los facciosos del Valle. Entre vítores al monarca absoluto y mueras a la constitución derriban la placa constitucionalista que lucía la fachada del Ayuntamiento. Cuando conoce este recibimiento entusiasta dispensado a los facciosos, el Comandante General de la provincia, Marqués de Castelldosríos, amenaza con enviar tropas urgentes de castillo.

Santiago S. de León se reúne con la Junta provisional y nombra Corregidor interino de la ciudad a su paisano y amigo Juan Martín Sevillano[25], decano de los regidores. Se encarga al doctoral y vocal de la junta, José Vicente Mier, que redacte dos fervorosas proclamas, una para los placentinos y otra para los pueblos del Partido, las cuales recogemos en el apéndice de esta comunicación. Se manda que todos los placentinos luzcan una cinta blanca o azul con el lema: “Religión y Rey es mi ley”[26].

Por la demarcación placentina siguen merodeando muchas facciones de los dos bandos. Sánchez de León, acompañando al cura Merino, se encamina a levantarla Sierra de Gata y el distrito cauriense. En Moraleja derrotan a los constitucionalistas que habían saqueado Coria.

Plasencia no se siente protegida y pide que se refuerce militarmente la Plaza. El Capitán General les notifica que necesita todas las escasas fuerzas disponibles (45 soldados de caballería mal equipados) para ocupar posiciones en los pasos del Tajo. Viene de una larga y peligrosa retirada ante el empuje de una tropa enemiga compuesta de 1.000 hombres a caballo y 700 infantes. Ante lo delicado de la situación ordena que se dejen sólo ocho soldados, dos y un sargento para custodiar los abundantes presos. Comunica al comandante del Regimiento Provincial, Antonio Jesús Serradilla, que se resista a obedecer órdenes y peticiones de refuerzo de los constitucionalistas, bajo el pretexto de que no llevan la autorización expresa del Capitán General, tal como previenen las ordenanzas militares. Vemos, pues, cómo la cúpula de la estructura militar de la Región se ha inclinado desde el principio a favor de la causa realista.

La Ciudad pasa el verano con la zozobra de un imprevisible ataque constitucionalista. Landero y Empecinado inquietan con sus huestes el territorio. Sánchez de León regresa de su expedición. Pero la defensa de Plasencia va a encomendare a otro cabezueleño, Gregorio E. Morales, a quien la Regencia ha encargado la formación de dos regimientos. Cuando el 10 de septiembre se presentan los hombres del Empecinado, Morales ha planeado una meticulosa estrategia defensiva, que obligará a los liberales a desistir del intento de tomarla[27]. La gesta de morales se difunde. El peligro pasa definitivamente.

 

 

3.2. Actividad pública de las autoridades placentinas

 

A más de las ya aludidas proclamas de primeros de Junio, el Ayuntamiento se muestra muy activo en la redacción de integristas peticiones dirigidas a la Regencia. Frases desveladoras del más acendrado absolutismo adornan las solicitudes placentinas. Tal es el caso de la fechada el 23 de junio de 1823 en que abogan por el restablecimiento urgente del Tribunal de la Santa lnquisición. Leemos:

“Serenísimo Señor: El Ayuntamiento de la M.N. y M.L. ciudad de Plasencia, á par  que se felicita, felicitando á V.A. por su feliz acuerdo de la erección de una policía general en el reyno, que ocupándose en buscar y destruir las causas de nuestros males, pueda precavernos de sentir en algún momento infausto repetirse sus lamentables efectos, acude también hoy a V.A. suplicándole rendidamente se digne á los mismos fines restablecer desde luego en todos sus derechos y exercicio al Tribunal de la Santa Inquisición, porque con la garantía de ambos cree que muy luego se establecerá entre nosotros la tranquilidad y el orden, que nos robaron los pérfidos enemigos de los altares y tronos”.

El 7 de agosto el Ayuntamiento placentino -uniéndose a los de Burgos, Córdoba y otros- demanda la abolición del sistema parlamentario de Cámaras, “tan anárquico y depresivo de la dignidad Real como el llamado Constitucional, odiado por los virtuosos y buenos desde su creación”.

No se fatiga la pluma municipal placentina. El 6 de octubre de 1823 suscribe otra exposición con motivo del “preciosísimo rescate de V.R.P.”, es decir, de Fernando VII. Con floridas frases se nos describe el ambiente de la ciudad al conocer la noticia:

 

“Al momento que se recibió tan lisonjera y deseada noticia resonaron por todas partes las fieles voces que produjo la mas íntima expresión de amor y lealtad, repitiendo: VIVA EL REY NUESTRO SEÑOR: muera para siempre la Constitución. Un repique general de campanas, un sonido estrepitoso de toda clase de fuegos, un armonioso concierto de música y mil canciones demostrativas de respeto á V.M. les respondieron a dichos ecos; y formaron un contraste tan encantador, que parecía Plasencia el simulacro del Paraíso, ó el país de las delicias”.

Los textos no pueden ser más elocuentes. Queda patente el integrismo visceral del Ayuntamiento, paralelo al de la jerarquía eclesiástica diocesana[28]. Este rasgo va a constituirse en una constante del comportamiento ideológico de Plasencia durante toda la centuria. El distrito placentino será en adelante cantera inagotable de elementos facciosos “apostólicos”: militares, guerrilleros, obispos (Varela, Gregorio Mª López, Casas y Souto), clérigos, etc. Cabezuela dará una considerable cosecha de ellos: Martín Sevillano, hermanos Morales, Sánchez de León, Alonso Muñoz, José Mª Muñoz…

La mayoría de los protagonistas del momento político estudiado involucionan hacia posturas cada vez más ultra-conservadoras para terminar declarándose furibundos luchadores de la causa carlista.

En el funcionamiento interno municipal advertimos una pugna por desempeñar el cargo de Corregidor de Capa y Espada, que durante ese verano de 1823 rodará de mano en mano. Estos son algunos nombres que lo ostentan: primero, Juan Martín Sevillano; después, Félix Luis Prieto; Francisco Lancho de la Plata. Aunque la Comisión Regia de Extremadura, encabezada por Pedro Antonio Renedo, nombra al coronel Joaquín Fontán por medio de sucesivos oficios fechados el mes de julio[29], el señor Lancho de la Plata sigue figurando como Corregidor interino en los primeros días de agosto.

 

 

3.3. Represión y otros aspectos

 

El regreso de los absolutistas al poder conlleva una vuelta a los métodos represivos de 1814, aplicados con mayor dureza. Se desarma a las Milicias, se restauran los ayuntamientos anteriores al 7 de marzo de 1820, etc. En los pueblos de la zona brota un clima de intranquilidad y temor, con denuncias y delaciones no pocas veces falsas[30].

Diputados a Cortes del distrito (caso del serradillano D. González Alonso), diputados provinciales y otros cabecillas liberales[31] se verán perseguidos con saña. Quien tiene la oportunidad pone tierra por medio y se exila al extranjero: un entusiasta constitucionalista del Valle el Cabezueleño Fernando Gómez, diputado, marcha a Inglaterra[32].

Los ayuntamientos han de evacuar informes sobre sujetos liberales, miembros de sociedades secretas, sectas o logias masónicas. La respuesta casi siempre es negativa[33], como cabe de esperar de pueblos de mínima entidad. En 1824, desde Plasencia y con carácter reservadísimo, se exige la detención de todo aquel que no sea afecto al monarca absoluto. Los párrocos se involucrarán activamente en tales tareas delatoras. En Tornavacas, por ejemplo, solo aparece denunciado Ramón Arenas[34] .

La erección de la intendencia de Policía de Extremadura contribuye a estrechar aún más las medidas de vigilancia y represión. Al cargo de Corregidor y Subdelegado de Rentas se suma ahora el de responsable de la policía. Pasan los años y la dureza de los controles para detectar subversivos se mantienen en la zona. El corregidor y jefe policial, M. Tesifón Gómez Borja, dicta un riguroso bando contra los enemigos supuestos que puedan esconderse en el Partido (reproducido en el apéndice, núm. 3).

Esa misma línea de actuación mantienen los militares. El cabezrreleño Francico Ramón Morales[35] nos lo demuestra con las actuaciones poco delicadas en 1827 en Plasencia. Algunos prohombres de la vida placentina se quejan abiertamente de su proceder. Así lo hace D. Alejo Arguello: “A las seis de la mañana del día veinte y tres de febrero, quando me hallaba en cama en el seno de mi familia, se presentó en mi casa el brigadier D. Francisco Ramón morales, con orden superior (así dijo) a registrar mis papeles, llebando en su compañía a un Capitán de Infantería y la tropa de voluntarios Realistas, que habiendo cargado sus fusiles cercó mi casa…”[36].

El ambiente represivo imperante debió agravar aún más las condiciones de vida en el distrito. La economía agropecuaria se hallaba muy repercutida por las contribuciones de guerra. El movimiento de partidas guerrilleras de los dos signos habían mermado la cabaña altoextremeña. Se apoderan por la fuerza de yeguas, potros y caballos padres. Con el propósito de poner fin a tales desmanes, los ganaderos del Partido de Plasencia[37] se dirigen al Capitán General, quien ordena (1 de octubre de 1823) que los militares de cualquier clase y condición respeten la ganadería caballar, ante el riesgo que desaparezca.

El nivel de vida rural raya en la miseria. Los pueblos del Valle, por ejemplo, viven de los intercambios de productos con Castilla (castañas por trigo). El pan escasea. En Tornavacas hay familia que no lo prueban en los largos inviernos. La patata se convierte en el principal alimento[38].

Para complicar la situación sobreviene en 1825 una plaga de langostas “en una cantidad excesiva y extraordinaria que amenaza la abundante y hermosa cosecha de la Provincia”[39]. Entre las medidas tomadas por Capitanía General se encuentra la realización de una rogativa en todas las iglesias el día de San Isidro.

En ese contexto de indigencia generalizada no ha de sor prendernos que los campesinos de la zona se resistan a pagar los fuertes tributos eclesiales. Pero la maquina recaudadora diocesana lo arrolla todo Protege a toda costa sus intereses materiales: el Cabildo catedralicio obtiene del intendente que la subsistencia de las tropas recaiga exclusivamente en el vecindario, “sin tocar al efecto de modo alguno á los granos decimales existentes en las cillas del obispado”[40]. A petición del epíscopo placentino, Capitanía conmina a que todos paguen los diezmos “pues no se puede omitir el pago de diezmos sin faltar al 5º precepto de la Iglesia, ni a la ley del Reino”[41]. Por si esto no bastare, al extenderse cada vez más el impago de las contribuciones eclesiales por la zona[42], el obispo Cipriano Vareta atemoriza a sus diocesanos con excomuniones y castigos infernales: “Sí, queridos míos, lo que nos llena de amargura, desconsuelo, y penas aun más amargas que la misma muerte, es ver que bajáis á los infiernos en tanto número, y tan continuadamente como cuando nieva, sin salvarse apenas uno, porque si como es ciertísimo proceden todos estos males, de que no pagáis los Diezmos, y Primicias santa y religiosamente sino malo, ó poco, por no decir poco, y malo, con fraudes, con dolos, cada cual conforme se le antoja, sin atenerse á ley alguna, ni constituciones Sinodales, que os obligan…” [43].

 

Veamos ahora la organización militar del área durante la etapa fernandina.

 

 

3.4. Organización militar del área placentina

 

Desde la terminación de la Guerra de la Independencia se establece en la Ciudad el Regimiento Provincial de Plasencia. En 1818 figuraba como su coronel Diego Carvajal Flórez. Las Compañías de preferencia, Granaderos y Cazadores, tenían un cupo de 128 soldados[44]. Este era el vestuario de Granaderos y Cazadores:

 

– Casaca corta, de azul turquí, con cuello, vuelta y solapa recta de grana, vivo blanco, forro encarnado y botones dorados.

– Pantalón y medio botín, de azul turquí.

– Gorro de cuartel de manga larga con el frontis grana y vino blanco.

– Camisa y corbatín.

– Un par de zapatos.

 

 

Mejor organizados que la Milicia Nacional del Trienio, se nos presentan los Voluntarios Realistas. A finales de 1824 el Capitán General encarga de su formación en el Partido de Plasencia a Francisco morales, 2° de Cabezuela, con el grado de Coronel jefe. Promueve la constitución de las compañías locales de Voluntarios, instando a los ayuntamientos, inspeccionando, desenmascarando a los intrigantes[45].

El responsable de los Voluntarios de Plasencia será Manuel de la Calle, conforme aprueba Capitanía a propuesto de F. Morales. Dentro del organigrama de este Cuerpo en Extremadura, Plasencia constituirá la 1ª Brigada. Observemos la estructura de uno de sus batallones[46], que abarca el Valle y parte de La Vera:

 

 

 

Granaderos

 

 

Pueblos que la componen

 

Cabeza de las Cias

1ª Compañía Cabezuela, Jerte y Tornavacas Jerte
2ª Compañía Piornal y Garganta la Olla Garganta la Olla
3ª y 4ªCompañía Pasarón y otros Pasarón
5ª Compañía Arroyomolinos, Tejada y Garguera Arroyomolinos
6ª Compañía Casas del Castañar, Cabrero y Barrado Casar del Castañar
Cía de Cazadores Navaconcejo y Valdestillas Navaconcejo

CUADRO I. Batallón 6º. Cabezuela (Residencia de la Plana Mayor.

 

 

Entre otras tareas, se les encarga limpiar de bandolero la provincia extremeña, y obtienen relativos éxitos. El bandolerismo del área placentina no resulta fácil de eliminar, ni con los Voluntarios. Baste citar a Jenaro León, que se mantuvo en plena actividad delictiva desde 1824 a 1830, fecha esta última en que es ahorcado en la plaza Mayor placentina.

Señalemos por último que de estas compañías de Voluntarios se nutrirán las futuras partidas del carlismo altoextremeño: Alonso Muñoz, morales, Sánchez de León, etc.

 



[1] GÓMEZ VILLAFRANCA, R.: “Los extremeños en las Cortes de Cádiz”. Badajoz, 1912, págs. 35-37. Véase también la “Historia de Extremadura”, vol. IV. Badajoz. Univérsitas, 1985, págs. 7 -714.

[2] Archivo Parroquial de Cabezuela. “Libro de dotes de la memoria de D. Francisco y Tomás Sánchez de la Torre”.

[3] “Noticia histórica de las fiestas reales celebradas en Badajoz”. Madrid, 1899. Señala que huyeron 2.000 extremeños a Portugal, pág. 147.

[4] FLORES DEL MANZANO, F.: “Historia de una comarca altoextremeña: el valle del Jerte”. Cáceres, 1985, págs. 137-147. Incendios de Jerte, El Torno.

[5] Ibídem, págs. 148-152. También A.H.P.C., Paredes, leg. 88, núm. 48.

[6] Ibídem, págs. 144 y 145.

[7] La cuadrilla de “Los Muchachos” se estudia en otra comunicación.

[8] “Decreto… del Partido de Plasencia para el establecimiento del juzgado de primera instancia” (24-enero-1814). Véase el apéndice.

[9] A. D. Ortiz también se debe un auto para reprimir el bandolerismo.

[10] Archivo Municipal de Tornavacas, órdenes circuladas en 1812.

[11] Ibídem.

[12] No entro en la disputa. Es absurdo y anacrónico venir con proclamas halagadoras de los derechos de Plasencia, como algunos hacen.

[13] Edicto del alcalde de Plasencia (17 de marzo de 1822) anunciando la Feria.

[14] GIL NOVALES, A.: “Las sociedades patrióticas, 1820-1823”. Madrid, Tecn, 1975, págs. 25-36.

[15] FLORES DEL MANZANO, F.: “Aurora, primer periódico de la A.E.”, en: Alminar, núm. 42, págs. 12-14; “Génesis de dos periódicos extremeños: Aurora Patriótica (1821)…”, en Alcántara, núm. 7 (1986), págs. 31-44.

[16] CORDERO, Joseph: “Discurso que pronunció el diputado D. González Alonso… en el Ayuntamiento de Plasencia, el 28 de julio de 1822”. 1822.

[17] Estas tres adhesiones políticas de la Diputación de Cáceres van fechadas el 10, 11 y 13 de julio de 1822.

[18] Circular de la Diputación a todos los pueblos el 3 de agosto de 1822.

[19] La recompensa regia a Morales no se hizo esperar: una R. O. del 14 de agosto de 1823 le nombra Comandante del Recaudo en Extremadura “en consideración a sus méritos y servicios, su dignidad, lealtad y amor al Rey…”.

[20] FLORES DEL MANZANO, F.: Ob. cit., págs. 163-168. Allí se narra la aventura levantisca de Gregorio E. Morales.

[21] Ibídem, pág. 166.

[22] Casar de Palomero se incorpora un día después, Malpartida no acude.

[23] Archivo Municipal de Tornavacas, Ordenes circuladas en 1827. Se alude a una vieja deuda de 500 reales por suministros a Sánchez de León y G. Merino.

[24] FLORES DEL MANZANO, F.: Ob. cit. págs. 166-168.

[25] FLORES DEL MANZANO, F.: “Aproximación a la historia del Valle del Jerte (I): La villa de Cabezuela”. Cáceres, 1982, págs. 186-188. Allí se ofrece la biografía de Juan Martín Sevillano.

[26] Archivo Municipal de Plasencia, Libro de Acuerdos Capitulares de 1823, fol. 4.

[27] Archivo Histórico Provincial de Cáceres. Paredes, Apuntes propios y ajenos (J. M. Barrios). Allí se detalla la defensa del gran estratega cabezueleño Gregorio Morales.

[28] En la mayoría de estos escritos interviene como redactor el doctoral Mier de Terán (Véase FERNÁNDEZ SERRANO, F.: “La imprenta en Plasencia hasta la muerte de Fernando VII”. Badajoz, 1951, págs. 18 y 19.

[29] Uno, fechado el 11 de julio de 1823; otro, el 16 de julio, día en que prestó juramento solemne el Sr. Fontán. El 21 de julio la Regencia acepta al coronel Fontán como Corregidor interino. En octubre le sustituye, por enfermedad, Juan Martín Sevillano.

[30] FLORES DEL MANZANO, F.: Ob. cit. (1985), págs. 169 y 170.

[31] Al que fue Comandante General de la provincia, marqués de Castelldosríos, se le forma causa por dictar un severo bando contra los realistas, en que amenazaba a Plasencia por su alzamiento.

[32] FLORES DEL MANZANO, F.: “Aproximación…” (1982), pág. 188. Allí se ofrece la biografía del liberal Fernando Gómez.

[33] A.H.P.C.: Audiencia. Allí pueden consultarse las respuestas.

[34] FLORES DEL MANZANO, F.: Ob. cit. (1985), pág. 169.

[35] FLORES DEL MANZANO, F.: “Aproximación…” (1982), págs. 183-185. Ofrecemos la biografía de Francisco Ramón Morales, hermano de Gregorio E. Morales.

[36] A.H.P.C.: Paredes, Lég. 61, núm. 16.

[37] La solicitud la encabeza y promueve el secretario del ayuntamiento de Plasencia, y ganadero trashumante, Ventura Delgado.

[38] Archivo Municipal de Tornavacas. Informe de 25 de agosto de 1825. Se informa que se cosechan 20.000 arrobas de patatas, de las que 14.000 se destinan a alimento de los tornavaqueños.

[39] Circular de Capitán General, Badajoz, 9 de mayo de 1925.

[40] Orden de la Intendencia General, Badajoz, 9 de mayo de 1825.

[41] Circular del 4 de mayo de 1825.

[42] FLORES DEL MANZANO, F.: Ob. cit. (1985), págs. 213-215.

[43] “Exhortación del Ilmo. Sr. Obispo de Plasencia a sus queridos diocesanos”. Plasencia, 10 de diciembre de 1832.

[44] Archivo Municipal de Tornavacas. Ordenes circuladas en 1818. Un impreso nos relaciona los nombres y pueblos de origen de los 128 soldados.

[45] Varios impresos (1824, 1825…) firmados por Francisco Morales, 2º de Cabezuela, referidos a  su gestión de Comandante de los voluntarios del Partido de Plasencia.

[46] Archivo Municipal de Tornavacas, Órdenes circuladas en 1828.

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