Oct 011998
 

Francisco González Cuesta.

Canónigo Archivero de Plasencia

Pedro M. Alonso Marañón.

Universidad de Alcalá

INTRODUCCIÓN

La primera mujer europea que pisó tierra de Chile fue una extremeña, más concretamente, una placentina[1]. Se llamaba Inés Suárez[2]. No se trata de una figura legendaria o de un personaje cuyas hazañas hayan sido exageradas de forma más o menos interesada. Tenemos testimonios fidedignos -con las inevitables lagunas en una vida tan azarosa como apasionante-, para reconstruir algunos apuntes de la brillante biografía de esta heroína[3], gloria y orgullo de la ciudad de Plasencia.

Los principales datos sobre Inés Suárez, especialmente en relación con la heroica defensa de la ciudad de Santiago de Chile, nos los suministra el cronista Mariño de Lobera[4]. Éste había llegado a Chile en 1552, poco más de diez años después de de la fundación de Santiago y acompañó al propio conquistador Valdivia en sus incursiones al sur del país. Muerto el primer gobernador de Chile en 1553, Lobera combatió a las órdenes de Rodrigo de Quiroga y de García Hurtado de Mendoza. Todo esto pone de manifiesto la importancia del testimonio de Mariño de Lobera, que conoció personalmente a doña Inés y presenció muchos de los acontecimientos relatados o escuchó de primera mano a testigos presenciales de los hechos.

El relieve que da a Inés Suárez el cronista Lobera contrasta con el silencio absoluto de otros dos ilustres cronistas contemporáneos suyos: Góngora Marmolejo y Vivar.

Alonso de Góngora Marmolejo había nacido en Carmona y acompañó a Valdivia durante toda su expedición a Chile, desde su iniciación en 1540[5]. Su obra se titula Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, compuesta por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo[6].Concluye su relato el 16 de diciembre de 1575, aunque la había empezado en 1572. Por lo tanto, los hechos están muy recientes y, o los vivió personalmente o los escuchó de viva voz de sus protagonistas.

Gerónimo de Vivar era burgalés, como él mismo confiesa. En sus declaraciones a favor de Francisco de Villagra en 1558, dice que conoce a este ilustre soldado «desde hace once años», que también conoció al conquistador Valdivia y que no conoció a Pedro Sancho de Hoz, que había sido ejecutado en Santiago en 1547, por orden de Francisco de Villagra[7]. Parece, pues, que llegó a Chile en 1548. Diez años más tarde, escribe su crónica, que titula de esta manera: Crónica y relación copiosa y verdadera hecha de lo que vi por mis ojos y por mis pies anduve y con la voluntad seguí, en la conquista de los reynos de Chile en los 19 años que van desde 1539 hasta 1558. El manuscrito original estuvo perdido durante siglos. Su texto paleografiado fue publicado por vez primera en 1966, existiendo otras ediciones actualmente de fácil acceso[8].

¿Por qué ni Góngora Marmolejo ni Vivar mencionan siquiera a Inés Suárez? Algunos dicen que el primero no habla de ella por su excesivo puritanismo[9]: una mujer que había vivido irregularmente con el conquistador Valdivia no merecía los honores de que se la citase siquiera, pues ello redundaría en desprestigio del héroe. En cuanto a Vivar, pudo quizá dejarse llevar por los mismos prejuicios[10].

Si bien es cierto que en Chile, sobre todo, en Santiago, Inés Suárez es de sobra conocida, en España, incluso en Plasencia, no son muchos los que están al corriente de su biografía. La realidad es que han sido escasos los estudios monográficos que se han hecho sobre la dama placentina.

Al margen de dos trabajos -asimilados a las novelas históricas- que se publicaron en Santiago de Chile[11], tan sólo han visto la luz algunos, no muy extensos, en los que se citan las fuentes conocidas, sobre todo, la Crónica de Mariño de Lobera, pero sin excesivo aparato bibliográfico. Quizá el más importante es el del ilustre historiador chileno Diego Barros Arana, titulado Inés Suárez i doña Marina de Gaete, incluido en el tomo VII de sus Obras Completas, publicadas en 1909. En sus 24 páginas el autor estudia la personalidad de la amante y de la esposa legítima del conquistador extremeño[12].

Por otra parte, con motivo del IV Centenario de la fundación de Santiago de Chile, el 12 de febrero de 1541, la prensa publicó numerosos e interesantes trabajos sobre los primeros tiempos de la ciudad y sobre los personajes destacados de la conquista. El importante diario El Mercurio editó el miércoles 12 de febrero de 1941 un número extraordinario, en el que destaca el artículo de Gustavo Opazo Maturana, que lleva por título: «Doña Inés Suárez»[13].

Recientemente, en 1988, Carmen Pumar Martínez publica una obra titulada Españolas en Indias, en donde dedica unas seis páginas a Inés Suárez[14].

Teniendo en cuenta esa precariedad de escritos, en primer lugar, nos proponemos difundir el conocimiento de una de las glorias placentinas, por desgracia -creemos- injustamente relegada al olvido. Para ello, sin aportar nuevos hallazgos, queremos relatar los hechos desapasionadamente con el máximo rigor historiográfico. Por lo tanto, señalaremos en cada caso las fuentes de información en las notas oportunas, que se echan de menos en historiadores de épocas pasadas o en obras que han apostado más por la divulgación.

Y por otra parte, aunque la historicidad de los cronistas, como Mariño de Lobera, está suficientemente probada y admitida, queremos recalcar que la figura de Inés Suárez no ha sido exagerada o mitificada por Lobera, sino que se ajusta a la más estricta realidad. Una prueba muy clara es el testimonio de los que la conocieron y trataron, que tuvieron que testificar en el proceso de Pedro de Valdivia. Por eso, entresacamos del proceso sólo los puntos que afectan directa o indirectamente a la ilustre placentina.

APUNTES BIOGRÁFICOS

1. Nacimiento, matrimonio y viaje a América

Según Mariño de Lobera -uno de los primeros cronistas de la conquista de Chile y soldado que fue a las órdenes de Valdivia- Inés Suárez era «natural de Plasencia y casada en Málaga, mujer de mucha cristiandad i edificación de nuestros soldados»[15]. Así lo reconocen todos los historiadores. Por cierto que el destacado estudioso chileno Barros Arana aclara que la Plasencia en que nació Inés Suárez es la que hay «en Estremadura, en la provincia de Cáceres»[16].

No tenemos constancia de la fecha de su nacimiento, pues los primeros libros parroquiales, impuestos como obligatorios por el concilio de Trento, comienzan, en alguna de las parroquias placentinas, en 1540. Sin embargo, parece que debió nacer en 1507, fecha recogida en su epitafio[17]. Carecemos así mismo de noticias sobre su familia y su juventud, que debió transcurrir normalmente en Plasencia.

Tampoco sabemos por qué razones la joven Inés se trasladó a Málaga, donde contrajo matrimonio. Así lo testifica Mariño de Lobera, como indicamos anteriormente. Opazo Maturana apunta que «quedó antes de los treinta años viuda y sin hijos… No toleró la situación a que estaba condenada en su tierra natal, por ser hidalga, viuda y pobre»[18]. El autor del artículo piensa que el marido -cuyo nombre y fecha de defunción desconocemos- falleció en la península y que, al encontrarse sola, y sin valimiento alguno, decidió buscar fortuna allende los mares, como hacían tantos aventureros. Sin embargo, otros, como Barros Arana creen que se embarcó para América junto a su marido[19]. E incluso otros afirman que su esposo había partido previamente para las Indias, por lo que, según éstos, la razón de su desplazamiento a tierras americanas no fue otra que la de reunirse con su esposo, que debió morir en alguna de las refriegas con los indios, al poco tiempo de la llegada de doña Inés al Nuevo Mundo.

Fuese lo que fuese, como viuda o como mujer casada, que acompaña o que quiere reunirse con su marido, lo cierto es que, en los primeros días de 1537 -contaba alrededor de 30 años de edad- se encuentra en Cádiz. El día 8 de enero de ese año -escribe Opazo Maturana- el capitán Marañón y Juan Garrote, vecino de Santa Cruz, rindieron información para probar que doña Inés no era de las personas prohibidas, es decir ni mora ni judía[20]. Por lo que ese mismo día se autoriza a embarcarse a «Inés Suárez y una sobrinita suya» rumbo a Tierra Firme -la actual Venezuela-, según queda consignado en el Catálogo de pasajeros a Indias[21]. Así pues, «a principios de 1537, en la «Nao» del maestro Manuel Martín, partían doña Inés Suárez y su pequeña sobrina»[22].

2. La expedición a Chile de Pedro de Valdivia

Ignoramos lo que pudo ocurrirle a Inés Suárez a su llegada a América, entre los primeros meses de 1537 y los últimos de 1539. Es posible que durante este tiempo falleciese su sobrinita, puesto que de ella no se vuelve a hablar más. Quizá durante estos dos años -si es que, como quieren algunos, no había enviudado en España-, se encontrase con la noticia de la defunción de su marido. Lo cierto es que doña Inés debió permanecer poco tiempo en Venezuela, pues en 1539 se encontraba, completamente sola, en Cuzco. La conquista de Perú había atraído a gran número de españoles, deseosos de amasar una gran fortuna en aquel legendario y rico imperio inca. La circunstancia de su soledad, junto a su probado valor y su alto espíritu aventurero, la impulsó a enrolarse en la expedición a Chile, que preparaba Pedro de Valdivia, a quien conoció en aquella importante ciudad. Muy probablemente influiría también en su decisión -y tal vez en mayor grado que cualquier otro motivo- el amor incipiente que se despertó en su joven corazón de viuda de 32 años por el apuesto Maestre de Campo de Pizarro.

El conquistador extremeño don Pedro de Valdivia -casado en Salamanca con doña Marina de Gaete, natural de Castuera, donde residía- decidió organizar una expedición para conquistar Chile, empresa extremadamente ardua, en la que había fracasado el mismo Diego de Almagro. Reunió un número reducido de hombres, unos ciento sesenta, según precisa Mariño de Lobera[23], aunque Góngora Marmolejo habla de ciento setenta[24] y, obtenidos los necesarios permisos, decidió emprender la marcha. En la expedición figuraba sólo una mujer, Inés Suárez. El propio conquistador confiesa que «fue allá con licencia del Marqués (Pizarro) é yo la recojí en mi casa para servirme de ella por ser mujer honrada para que tuviese cargo de mi servicio é limpieza, é para mis enfermedades»[25].

3. En el desierto de Atacama

A mediados de enero de 1540 salió del Cuzco la expedición capitaneada por Valdivia y constituida por poco más de ciento cincuenta hombres[26]. Mariño de Lobera[27] afirma que la partida fue en el mes de octubre y que los expedicionarios eran ciento sesenta. La marcha era muy lenta. En los primeros días de junio llegaron al desierto de Atacama. Esta tierra inhóspita, tumba de gran parte de los soldados de Almagro, fue escenario de dos importantes acontecimientos, en los que participó nuestra protagonista: la conjura de Pedro Sancho de Hoz y el hallazgo del jagüey en el desierto de Atacama.

A la entrada del desierto, el grueso de las tropas pernoctaba, entregado a un sueño tranquilo y reparador. Valdivia se había adelantado con unos hombres de caballería, llegando a un poblado de indios llamado Atacama, para preparar los forrajes y bastimentos para la tropa. La marcha de la columna se hacía con mucha lentitud La falta de agua y de pastos, como escribe Barros Arana[28], imponía la división de las tropas en pequeños grupos, enviando a cada paso exploradores para fijar el rumbo que debía seguirse. Unas jornadas detrás venía el grupo de Pedro Sancho de Hoz, que, junto a otros tres conspiradores, pretendía asesinar a Valdivia para ponerse al frente de la expedición. A eso de la media noche de un día de junio de 1540 Pedro Sancho contactó con los expedicionarios y entró en la tienda del jefe extremeño. Al no encontrarle, el traidor pretendió disimular, ocultando sus aviesas intenciones. Doña Inés se hizo la desentendida y agasajó al traidor, mientras ocultamente envió mensajeros a Valdivia para informarle de la llegada de Pedro Sancho y de lo que proyectaba. Al regresar don Pedro, que contaba con la lealtad de sus soldados, redujo a los conjurados e hizo prisionero a Pedro Sancho. De esta forma, Inés Suárez salvó de la muerte a su jefe y futuro conquistador de Chile. Más tarde, en el valle de Copiapó, otra vez la dama placentina salvó la vida de su señor, haciendo arrestar a Chinchilla y otros conjurados, que querían aprovecharse de la ausencia del conquistador.

En otra ocasión, los soldados enloquecían por la sed. Narraremos el hecho con las propias palabras de Mariño de Lobera: «Estando el ejército en cierto paraje a punto de perecer por falta de agua… Inés Suárez… mandó a un indio cabar la tierra en el asiento donde ella estaba, i habiendo ahondado cosa de una vara salió al punto agua tan en abundancia, que todo el ejército se satisfizo, dando gracias a Dios por tal misericordia. Y no paró en esto su magnificencia, porque hasta hoy conserva el manantial para toda gente, la cual testifica ser el agua de la mejor que han bebido la del jagüey (palabra india que significa pozo) de doña Inés, que así se le quedó por nombre»[29] .

4. La heroína de Santiago

Llegados los expedicionarios al valle del río Mapocho, el 12 de febrero de 1541 Valdivia fundó la ciudad de Santiago[30] del Nuevo Extremo, o de Nueva Extremadura. El propio conquistador -a quien el cabildo de la ciudad, en el mes de junio, nombró Gobernador de Chile[31]– delineó el trazado de sus calles y plazas y se reservó un solar en el lado norte de la plaza mayor, hoy Plaza de Armas. Pero el hecho más destacado de toda la vida de Inés Suárez, que la convertirá en una auténtica heroína, tuvo lugar el 11 de septiembre de aquel mismo año, 1541.

a) La muerte de los caciques. Nuevamente Mariño de Lobera nos relata el importante evento con todo lujo de detalles[32], dedicándole un capítulo íntegro de su Crónica. La recién nacida ciudad, que era en la práctica un mero campamento protegido por empalizadas, fue asaltada por los indios. Sólo había en la guarnición unos cuarenta soldados, al mando del capitán Alonso de Monroy. El resto, a las órdenes de Valdivia, habían partido hacia el sur en una expedición contra los indígenas rebeldes. Antes de amanecer, los indios salieron sorpresivamente de los bosques próximos y prendieron fuego a las casas de paja, en que se albergaban los españoles. Trataban de liberar a siete caciques, que habían sido hechos prisioneros por el Gobernador. «Comenzaron los siete caciques -escribe el cronista- a dar voces a los suyos para que les socorriesen, libertándoles de la prisión en que estaban. Oyó estas voces doña Inés Suárez, que estaba en la misma casa en que estaban presos, y, tomando una espada en sus manos, se fue determinadamente para ellos y dijo a los dos hombres que los guardaban, llamados Francisco Rubio y Hernando de la Torre, que matasen luego a los caciques antes de que fuesen socorridos de los suyos. Y, diciéndole Hernando de la Torre, más cortado de terror que con bríos para cortar cabezas: – Señora, ¿de qué manera los tengo yo de matar? – Respondió ella: – Desta manera -. Y, desenvainando la espada los mató a todos con tan varonil ánimo como si fuera un Roldán o Cid Ruy Díaz». A continuación el cronista compara a Inés Suárez con otras mujeres famosas, de las que habla la mitología o la leyenda, como Alartesia y Lampeda, Oritia, Minitia Hirpálica, Pentesilea, Hipólita y Harpe, cuyas gestas no consta que sean reales, mientras que de la historia narrada «hay muchos testigos de vista muy fidedignos y de autoridad en mayores cosas, que hoy son vivos y lo afirman todos, unánimes en lo que atestiguan. Habiendo, pues, esta señora quitado las vidas a los caciques, dijo a los dos soldados que los guardaban, que, pues no habían sido ellos para otro tanto, hiciesen siquiera otra cosa, que era sacar los cuerpos muertos a la plaza para que viéndolos así los demás indios cobrasen temor de los españoles».

b) Su valor en el combate. Sin embargo, la batalla duró gran parte del día y con éxito incierto. «Viendo doña Inés Suárez -prosigue Mariño de Lobera- que el negocio iba de rota batida y se iba declarando la victoria por los indios, echó sobre sus hombros una cota de malla y se puso juntamente una cuera de anta y desta manera salió a la plaza y se puso delante de todos los soldados, animándolos con palabras de tanta ponderación, que eran más de un valeroso capitán hecho a las armas, que de una mujer ejercitada en su almohadilla. Y juntamente les dijo que si alguno se sentía fatigado de las heridas, acudiese a ella a ser curado por su mano, a lo cual concurrieron algunos, a los cuales curaba ella como mejor podía, casi siempre entre los pies de los caballos; y en acabando de curarlos, les persuadía y animaba a meterse de nuevo en la batalla para dar socorro a los demás que andaban en ella ya casi desfallecidos. Y sucedió que, acabado de curar, un caballero se halló tan desflaquecido del largo cansancio y mucha sangre derramada de sus venas, que, intentando subir en su caballo para volver a la batalla, no pudo subir por falta de apoyo, lo cual suplió tan bastamente esta señora, que, poniéndose ella misma en el suelo, le sirvió de apoyo para que subiese»…Este caballero, llamado Gil González de Ávila, repetía constantemente este suceso a cuantos querían escucharle. Gracias al favor de Dios, a quien acudieron en su desesperación, y a la intercesión de su santa madre y del Apóstol Santiago, rechazaron a los indios, peleando hasta el mediodía. Los asaltantes se retiraron, dando tiempo a que los españoles recuperasen fuerzas para perseguir luego a los indios, obligándolos a pasar el río.

De este modo Inés Suárez salvó a la recién nacida ciudad de Santiago de una casi segura desaparición y a los españoles que la defendían, de una no menos segura muerte.

5. En Santiago junto a Valdivia

Entre 1541 y 1548, Inés Suárez vivió en Santiago de Chile junto a Pedro de Valdivia, gozando de la estimación y aprecio generales. El Gobernador, como recompensa por su heroísmo, le había concedido la encomienda de los indios de Apoquindo y de Melipilla[33] y de tantas tierras como había concedido a sus más distinguidos capitanes. Así pues, doña Inés se convirtió en una rica propietaria. Los soldados españoles la apreciaban por las atenciones que prestó siempre a enfermos y a heridos. Incluso los más encumbrados personajes de la ciudad la distinguían con su afecto y demostraciones amistosas. El clérigo Rodrigo Gonález Moralejo, que luego sería el primer obispo de Santiago, la enseñó personalmente a leer y a escribir. Todo esto quedará patente en los testimonios judiciales, de que hablaremos más adelante.

En octubre de 1548, acusado por algunos descontentos, Valdivia fue sometido a un proceso[34], cuyo juez instructor era don Pedro de La Gasca, «Presidente de estos reinos i provincias del Perú», como él mismo manifiesta. En la segunda parte de este trabajo estudiaremos detenidamente las acusaciones y respuestas del Gobernador y de los testigos. El 19 de noviembre de aquel año Lagasca dictó sentencia, absolviendo al conquistador de Chile de casi todos los cargos. Pero se le exigió que «no converse inhonestamente con Inés Suárez, ni viva con ella en una casa», sino que en el plazo de seis meses «la case o envíe a estas provincias del Perú, para que en ellas viva, o se vaya a España o a otras partes, donde ella más quisiere»[35].

6. Matrimonio con Rodrigo de Quiroga

Inés Suárez no quiso renunciar a sus riquezas, y, en 1549 contrajo matrimonio con el caballero Rodrigo de Quiroga, nacido en Galicia, que había llegado como soldado a Chile, a las órdenes de Valdivia. El propio Gobernador le donó, como regalo de boda, el 2 de enero de 1550, la Estancia de Monserrat, situada cerca del río Mapocho, que, junto con las extensas posesiones de Alhué, le producían una renta anual de catorce mil pesos oro[36].

El nuevo esposo, como consta en su epitafio -había nacido en 1512-, era cinco años más joven que ella. Ni había destacado como soldado ni se había enriquecido tras la conquista. Era un simple hidalgo, que, a partir de 1548, en que fue nombrado Alcalde ordinario de Santiago, comenzó una brillante carrera política y militar. Fue Regidor en 1549 y Regidor perpetuo desde 1550. Obtuvo nuevamente la alcaldía de Santiago en 1558 y 1560. Varias veces Corregidor de Santiago, llegó ser teniente general. Fue Gobernador interino de Chile desde 1565 al 67 y se le designó Gobernador en propiedad desde 1575 hasta su muerte, ocurrida en 1580[37].

Parece que este matrimonio no tuvo descendencia, según testifica Barros Arana[38]. Hubo un Rodrigo de Quiroga, que sirvió en el ejército de Arauco en 1579, pero, como testifica Martín Ruiz de Gamboa, en carta al virrey de Perú, este soldado no era hijo, sino sobrino del entonces gobernador. Por otra parte, hubo una doña Isabel de Quiroga, a quien el esposo de Inés Suárez legó todos sus bienes, pero ésta era su hija natural.

7. Últimos años

Convertida en la dama más importante de la colonia, Inés Suárez dedicó los últimos años de su vida a obras de piedad y de misericordia. De su espíritu religioso habla el propio Valdivia en 1544: «Sois muy buena cristiana, temerosa de Dios é de sus mandamientos, por lo que enseñáis a estos infieles, para que, doctrinados en las cosas de nuestra Santa Fe Católica, como hasta aquí lo habéis hecho, y con vuestros sermones habeis convertido a algunos señores y naturales». Hizo construir a sus expensas, antes de 1548, la ermita de Nuestra Señora de Monserrat, en el Cerro Blanco, conocida por «La Viñita»[39], junto a la actual Avenida de la Independencia. Como hemos dicho, Valdivia se la regaló el 2 de enero de 1550, haciendo constar en la escritura de donación:»Por cuanto vos, Inés Suárez, sois la primera fundadora de la casa y advocación de Nuestra Señora de Montserrat… y la habéis levantado y ayudado con vuestra hacienda para su sustentación, mantenimiento y reparo…es mi voluntad dar a dicha ermita y casas las tierras para sementeras que tengo en esta ciudad, absoluta y perpetuamente, a condición de que se ruegue perpetuamente una vez cada mes por mi alma»[40]. Más tarde, en 1576, donó esta iglesia a la Orden Dominicana[41] y fundó una capellanía para que se dijesen perpetuamente misas «por el ánima de don Pedro de Valdivia, de don Rodrigo Quiroga, de doña Inés Suárez, de sus padres, abuelos y descendientes y por los demás conquistadores de estas tierras»[42].

La última etapa de su vida transcurrió con una absoluta dedicación a obras piadosas. Junto con su marido, don Rodrigo de Quiroga, construyó a sus expensas la iglesia de la Merced, muy próxima a la Plaza de Armas, invirtiendo la suma de quince mil pesos, y además donó para su interior cuatro capillas de cal y ladrillo por un importe de dos mil pesos, según escribe Opazo Maturana en el artículo citado[43].

La familia Quiroga entregó también a la orden mercedaria la administración de una capilla en la hacienda de Alhué, una de las encomiendas de Inés Suárez. Don Rodrigo de Quiroga, en memoria de su esposa, dedicó dicha capilla a santa Inés En su interior hay «un retablo de Nuestra Señora y abajo en los pies, una mujer pintada. Un retrato de la dicha doña Inés».

Inés Suárez murió, según indica su epitafio, en 1578. Sus restos mortales, y los de su marido reposan en el templo de la Merced.

LA IMAGEN DE INÉS SUÁREZ EN EL PROCESO DE PEDRO DE VALDIVIA

Del proceso de Pedro de Valdivia no habla ningún historiador hasta el último tercio del s. XIX. El propio conquistador no hace siquiera alusión a él en su carta de 1550 al emperador Carlos V. Lo que resulta comprensible. Fue el prestigioso historiador chileno Diego Barros Arana, quien lo dio a conocer. Él mismo nos cuenta cómo, en 1859, en el archivo particular de la familia de Lagasca, encontró el texto original del proceso -conservado en forma de diario por don Pedro de Lagasca, presidente de la Audiencia de Lima-, junto con algunas cartas y otros documentos muy interesantes[44]. Este hallazgo ha contribuido poderosamente a reconstruir la auténtica historia de los primeros tiempos de la conquista de Chile. Proporciona muchos y variados testimonios, así de amigos como de enemigos, incluso del mismo Valdivia, que permiten conocer objetivamente el desarrollo de los acontecimientos. El hecho de que el texto citado, publicado por vez primera en 1873, no se encontrase en un archivo público, como el de Indias o el de Simancas, explica el silencio de los historiadores anteriores a esa fecha.

Tres años después de su llegada a América, don Pedro La Gasca se encontró con que debía intervenir en el proceso contra Valdivia[45]. En una carta al Consejo de Indias Lagasca relata minuciosamente los hechos, siguiendo un orden cronológico estricto.

El 24 de octubre de 1548 llegó desde Chile al puerto de El Callao un grupo de descontentos con el gobierno de Valdivia[46]. Uno de ellos envió a La Gasca un escrito anónimo, que contenía nada menos que 57 acusaciones -o «capítulos»- contra el conquistador de Chile. Los cargos no tienen orden lógico ni cronológico. Barros Arana los reduce a cinco capítulos principales: «1. Desobediencia a la autoridad real o de los delegados del rei, de quienes dependía el gobierno de Chile; 2. Tiranía y crueldad con sus subalternos; 3. Codicia insaciable; 4.- Irreligiosidad; 5. Costumbres relajadas con escándalo público»[47].

En once de los cincuenta y siete cargos se hace alusión, incluso nombrándola expresamente, a Inés Suárez. Se acusa a Valdivia de dejarse influir por la codicia y por los consejos de su amante, con la que comparte una vida escandalosa. Los testimonios de amigos y enemigos -y hasta del propio Valdivia- nos han ayudado, por ser testigos de los hechos, a justipreciar la dimensión humana -con sus luces y sus sombras- de la ilustre placentina.

El mismo día 28 de octubre, fecha en que recibió el alegato acusatorio, el licenciado La Gasca comenzó la investigación, para averiguar quiénes eran los autores del documento[48]. Lo que no resultó demasiado difícil, pues los propios interesados no tuvieron ningún recato en confesarlo. Eran ocho personas de cierto nivel político y militar, incluso algunos de ellos de la confianza de Valdivia. Cuatro habían participado en la conquista de Chile desde su iniciación en 1540, y hasta habían firmado el acta de nombramiento de Gobernador, extendida por el cabildo de la ciudad de Santiago, a favor de Pedro de Valdivia, el 4 de junio de 1541. Eran: Gabriel de la Cruz, Antonio de Travajano, Lope de Landa y Diego de Céspedes. Los cuatro estaban descontentos con el repartimiento de tierras e indios. Otro, Hernán Rodríguez de Monroy, llegó de Perú con los refuerzos que trajo a Chile el cacereño capitán Alonso de Monroy en 1543. Otro, Francisco de Rabdona, había participado en la expedición frustrada de Almagro en 1536. Luego se unió a Valdivia y, aunque no firmó su declaración ante La Gasca, porque dijo que no sabía hacerlo, sin embargo, su nombre aparece -no sabemos si otro firmaría por él- en el acta de nombramiento de gobernador en 1541. Otro, Antonio Zapata, había sido Regidor en el cabildo de Santiago en 1543 y mayordomo de la ciudad hasta 1545. Finalmente, Antonio de Ulloa era un hidalgo natural de Cáceres. Acompañó a Pedro Sancho de Hoz en su viaje a Perú y participó en la conspiración de Atacama contra Pedro de Valdivia en 1540. Perdonado por Valdivia, fue enviado a Perú, donde luchó a las órdenes de La Gasca. El conquistador de Chile habla muy mal de él al Emperador, pues le acusa de su amistad con Gonzalo Pizarro y con el bando rebelde. Parece que debió ser, a juicio de Barros Arana, el principal inspirador del documento acusatorio. No obstante, aunque todos los acusadores le citan, él no fue llamado a declarar. Tal vez porque La Gasca conocía de sobra sus ideas. Todos se declaran autores de las acusaciones y se ratifican en ellas.

El día 30 de Octubre Valdivia recibe una copia de las cincuenta y siete acusaciones, por si tenía algo que alegar en su favor. El 2 de noviembre contesta, uno por uno, a los 57 capítulos.

Del 3 al 8 de noviembre fueron llamados a declarar otros cuatro testigos «que habían estado en Chile y que parecían hombres desapasionados y veraces»[49]. Eran Luis de Toledo, Gregorio de Castañeda, Diego García Villalón y Diego García de Cáceres. Sus respuestas objetivas confirman algunos cargos, pero refutan por completo numerosas acusaciones.

Había un punto dudoso para el licenciado La Gasca[50]. No quedaba claro si Pedro Sancho de Hoz llevaba algún documento del rey, si estas provisiones iban firmadas, o no, por el monarca, y si fueron quemadas por Valdivia. Por esa razón, el juez instructor del proceso hace comparecer el 15 de noviembre, por segunda vez, a dos de los acusadores, Hernán Pérez de Monroy y Lope de Landa. También hizo comparecer a Pedro de Villagrán, testigo presencial del hecho.

¿Influyente, codiciosa y de escandalosa conducta? Las acusaciones contra Inés Suárez

Los once capítulos del alegato acusatorio contra Pedro de Valdivia, en los que aparece involucrada Inés Suárez -citándola expresamente- pueden agruparse en tres tipos de acusaciones: 1. Influencia excesiva de Inés Suárez sobre el conquistador; 2. Codicia insaciable de la dama placentina; y 3. Conducta escandalosa, al convivir con él como amante.

Respecto a la primera acusación, los denunciantes aducen cinco hechos concretos. Los destacamos individualmente.

a) El soldado Escobar. El capítulo 1º del Acta de acusación dice textualmente: «En Atacama, llevando la jornada de Chile, el gobernador dio garrote a un soldado, que se llamaba Escobar, porque Inés Suárez se quejó de él»[51].

Valdivia se defiende diciendo que «Escobar está en España vivo y sano»[52], pero sin contarnos lo sucedido y sin mencionar a su amante.

El testigo Luis de Toledo es más explícito. Refiere que el tal Escobar «se insolentó» contra su capitán y «paresciéndole que era motín», Valdivia le mandó dar garrote, lo que no llegó a consumarse «porque se quebró la soga, por lo que se fue a España a meter fraile», según se acostumbraba en casos análogos. Y añade que «nunca oyó ni supo que por causa de Inés Suárez pasase lo susodicho»[53].

b) La prisión de Pedro Sancho. En el capítulo 2º los acusadores dicen: «Item, llegando a Atacama prendió a Pero Sancho, y le quiso ahorcar….y le tuvo preso en grillos mucho tiempo, y tenía por enemigos a los que le hablaban o participaban con él, e para esto tenía siempre Inés Suárez espías e grandes intelijencias para saber quién le hablaba». El enfrentamiento con Pero Sancho y su intento de matar al gobernador es largo de contar.

Valdivia le llama «traidor». Y, al final de su defensa agrega: «I en lo de prohibir Inés Suárez que nadie hablase con Pero Sancho… nunca tal supe, i paresce poquedad i malicia»[54].

Luis de Toledo no alude al espionaje de Inés Suárez, pero, como testigo directo de los hechos -estaba presente en la tienda de Valdivia cuando Pero Sancho fue buscando al conquistador para asesinarle- confirma que la intervención de Inés Suárez frustró el atentado criminal proyectado por sus enemigos[55].

c) El caso del soldado Vallejo.»Item -leemos en la acusación nº 51-, que yendo Vallejo, un soldado a ver a Inés Suárez la estaba mostrando a leer un bachiller, que se llamaba Rodrigo González, i le dijo el soldado al bachiller: muestra a leer a la señora, de leer verná a otras cosas; por esto y porque dijo un día que los enviaban por maíz, les viendo muertos de hambre; lo echaron en una cadena en dos colleras, y le quisieron ahorcar»[56].

Valdivia rechaza de plano la acusación: «Yo no sé nada dello, e si algo fue, el teniente lo debió de castigar, porque no iba a hacer lo que le mandaba, e lo demás me parece que ha sido poquedad i malicia de quien lo articuló»[57].

De forma parecida se expresan todos los testigos, sin que ninguno relacione a Inés Suárez con el castigo del soldado.

d). Los favores a Alderete. La influencia de Inés Suárez sobre Valdivia -según la acusación n× 40- se manifiesta no solo a la hora de impartir castigos, sino también a la de repartir mercedes y favores. Así «Jerónimo de Alderete… siendo viejo e inhábil para la guerra i que nunca trabajó en ella» recibió del gobernador los indios que antes había adjudicado a «dos conquistadores i descubridores compañeros de Almagro» y «porque no sirve para otra cosa sino de acompañar a esta señora (Inés Suárez) i llevalla de la mano i por esto le ha hecho todo el tiempo que há que está en esta tierra, los cuatro años alcalde, y los cuatro rejidor»[58].

Valdivia hace una apología de Alderete, «hijodalgo mui honrado, subcapitán de S. M. en Italia»… que «salió de España con armada a su costa con mucha jente a sucargo para Venezuela», que ha ocupado diversos cargos «de justicia e de su real hacienda», por lo que «tiene merecidos los cuatrocientos indios» que le dio » e muchos más que fuesen caben mui bien en él»[59]. No menciona a Inés Suárez, pero da a entender claramente que Alderete tiene méritos sobrados -al margen de cualquier otro valor que pudiese parecer espúreo- para otorgarle los favores que le ha concedido.

Luis de Toledo admite que ha visto a Alderete «acompañar la dicha Inés Suárez», pero insiste en la destacada conducta del viejo hidalgo, ya resaltada por Valdivia[60].

e). El propio Valdivia olvida sus deberes militares. En el cargo nº 47, se da a entender que Inés Suárez influía tan negativamente en Valdivia, que su amor desordenado hacía olvidar al conquistador sus deberes militares. Así lo confirma el hecho de que estando en campaña – «la tierra alzada»- «cuando el gobernador iba con sus tropas…los dejaba, y se venía por la posta a ver a Inés Suárez«[61].

En su defensa Valdivia explica los hechos diciendo que «nunca dejó la jente en la conquista, antes las más veces que salía, no volvía si no era por los requerimientos que me hacían los soldados… e si alguna vez me adelanté a mi casa, sería estando cinco o seis leguas de vuelta para el pueblo, que me decían algunos caballeros y soldados que nos apresurásemos a nuestras casas para pasar buena noche a cabo de andar tantos días e noches armados en la guerra, e no pasó otra cosa»[62].

Algo parecido afirman los testigos. Luis de Toledo dice que le «vio andar ocho o diez leguas, e que no sabe la causa… e que nunca dejó la jente en la guerra»[63]. Y Gregorio de Castañeda recuerda dos veces, en que el gobernador se adelantó a la tropa: una cuando le llegó la noticia de un levantamiento de los indios, para evitar que entrasen en la ciudad, y la otra, «volvió porque le escribieron que había navíos en la costa, e andaban perdidos, e volvió a hacerlos buscar»[64]. Pero ninguno de los dos testigos culpa a doña Inés de este hecho, que consideran perfectamente comprensible, y aun justificable.

El segundo tipo de cargos contra Inés Suárez, en el proceso de Valdivia, se refiere a la insaciable codicia de la compañera del gobernador de Chile. Como en el caso de su influencia desmedida, de la que ya se ha hablado, se citan una serie de hechos puntuales.

a) Los regalos a Inés Suárez. «Item -dicen los acusadores en el capítulo octavo-, cuando se repartió la tierra a quien quiso Inés Suárez y la tenían contenta, tuvo repartimiento y públicas mercedes, que en aquello vía él quién a él deseaba servir y decía que quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can«[65]. Es cierto que la acusación podría referirse sólo al amiguismo de la dama placentina en el sentido expuesto en el capítulo anterior. Pero en la frase: «y la tenían contenta» parece indicarse que no se trataba sólo de una mera simpatía natural o de un afecto desinteresado, sino más bien de manifestaciones materiales, económicamente cuantificables, con las que se demostraba que, al atender a su can, los soldados españoles atendían también a Beltrán.

El conquistador, en su defensa, rechaza la intervención de Inés Suárez en los repartimientos. «Niego -dice- lo en el capítulo contenido, porque ninguno fue en hacer del repartimiento, sino yo con el escribano, porque lo demás era menoscabo de mi autoridad… e así no debe V.S. hacer fundamento de semejante cosa, por constar claro ser malicia»[66].

El testigo Luis de Toledo niega «saber cosa alguna de lo contenido en los dichos capítulos, mas de que sabe que todos estaban bien con la dicha Inés Suárez, por amor del gobernador»[67]. Y otro testigo, Gregorio de Castañeda, asegura que ha hablado con ella sobre el asunto y le ha dicho «con muchos juramentos» que ella «en nada de eso se entrometía». A continuación, afirma que «así lo cree, porque tiene a la dicha Inés Suárez por mujer de verdad, e porque el dicho Pero de Valdivia es mui sacudido e mui hombre, e tanto que con ser Alonso de Monroy gran cosa con el dicho Valdivia, no era para hacelle dar cuanto un guante, porque de lo que al dicho Pero de Valdivia le paresce, no es nadie parte para en aquello para mudarle»[68].

b) La mediación de Inés Suárez. Y para confirmar la anterior interpretación, en el capítulo siguiente -el noveno- dicen sus acusadores: «Item, que en el tiempo del repartimiento les decía Inés Suárez a los que tenía por amigos, cuando estuviéremos en la cama el gobernador, mi señor, y yo, entrad a hablalle y yo seré tercera, y así negociaban, y, ´dándole primero de las miserias que en este tiempo alcanzaba en su casa cada uno«[69].

Valdivia niega rotundamente la acusación. Dice: «Yo no tuve noticia de tal cosa, porque si lo supiera, mandara castigar a los unos y a los otros, y es clara malicia, porque a los que dí indios los merecían mui bien»[70].

Luis de Toledo sólo admite que ×Inés Suárez «era mucha parte con el dicho Valdivia e vio cómo la ponían como intercesora en algunos negocios…pero no sabe si los acababa con él»[71]. Y Diego García Villalón dice que «nunca tal sabe ni tal oyó decir, i cree que si algo pasara de lo que dicen, lo supiera, por estar este testigo en casa de Pero de Valdivia»[72].

c) Amistad interesada. Otra prueba de esta misma acusación se aduce en el capítulo décimo: «Item, que decía esta señora (Inés Suárez) muchas veces que quien no le daba nada no era su amigo«[73].

Valdivia contesta en estos términos: «Al deceno digo que no hay que responder ni yo sé tal cosa, sino ques ocasión de tener qué decir»[74].

Los testigos dicen ignorar tales afirmaciones. Según Gregorio de Castañeda, «este testigo no sabe cosa de lo contenido en el dicho capítulo, ántes le paresce que es refrán viejo»[75]. Y Diego García Villalón asegura que, «aunque no sabe nada de lo contenido…cuando este testigo fue con socorro, le dio, por contentallo no sé qué cosillas, al presente no se acuerda qué cosas»[76].

d) Desmedida riqueza de doña Inés. De hecho la compañera del conquistador tiene una gran riqueza en tierras e indios. Así lo afirman sus acusadores en el capítulo 48: «Item, que de tres partes de la tierra, tiene el gobernador las dos, e Inés Suárez y Alderete la otra»[77].

Pedro de Valdivia contesta en un tono especialmente solemne: «Juro a Dios e a la señal de la cruz que, a lo que yo alcanzo y entiendo, en lo poblado de agora, no tendré de mill e quinientos indios arriba, y Alderete tendrá hasta cuatrocientos, e Inés Suárez podrá tener hasta quinientos, y dello podrá V.S. ser informado, que aquí está quien lo ha visitado, e los que he tenido e tengo, bien se creerá que los he menester, para me sustentar». Añade después que para ir a Chile, tuvo que renunciar en Perú al «mejor repartimiento que allí había» y a «una mina riquísima»[78]. Si tenemos en cuenta que, según afirma el propio Valdivia en su defensa, contestando al capítulo 39, «la tierra es tan falta de naturales que por visitación no se hallaron después doce mill indios y parescía haber cacique que no tenía trescientos indios»[79], la aseveración de sus enemigos es manifiestamente exagerada.

Luis de Toledo asegura que «Pero de Valdivia tenía poco más de mill e quinientos indios… e que de lo que más se quejan los soldados es de lo que tiene la dicha doña Inés, la cual, al parescer deste testigo terná más de seiscientos indios» y que «Alderete terná otros tantos»[80]. Gregorio de Castañeda «sabe que, para lo poco que hasta agora hai pacificado, en la tierra tiene muchos indios e que le paresce a este testigo que (Valdivia) tiene dos mill e quinientos indios, e de Alderete, que no sabe que tenga más que otro vecino, e que le paresce que la dicha Inés Suárez terná más de seiscientos indios»[81]. Diego García de Villalón adjudica a Valdivia poco más de 1.500 indios, que merece perfectamente, porque dejó en Perú un repartimiento que renta más de 100.000 pesos, además de que es «mui gran gastador, e gasta lo que tiene con soldados»[82], mientras que a Inés Suárez le calcula hasta 700 indios y a Alderete 400 o 500.

e) Favoritismo en la redistribución de indios. En el capítulo 39 se censura especialmente la codicia de Inés Suárez, que obtiene del gobernador favores desmedidos en tierras e indios. Las contestaciones proporcionan datos inapreciables para conocer la verdadera historia de la ilustre placentina. Por esa razón vamos a tratar el asunto con una mayor amplitud que los restantes cargos.

Se acusa en él a Valdivia de haber quitado a los conquistadores Francisco Núñez y Lope de Landa -recuérdese que este último es uno de los que firman el documento contra el gobernador- los indios que antes les había concedido, «para dárselos a su manceba«, a la que había otorgado anteriormente «gran cantidad de indios«.

Valdivia se extiende mucho más de lo normal en defenderse de este cargo. Refiere que hizo al principio de la conquista un reparto de los indios de las tierras próximas a Santiago. Sin embargo, posteriormente, a petición del cabildo de la ciudad y de los oficiales, hizo una reforma de la anterior distribución, al proceder a la adjudicación de indios de las tierras más alejadas de la ciudad. La modificación era necesaria, porque, a veces, los indios de un cacique pertenecían a tres, y aun hasta cuatro españoles. . Por eso «me pidieron e requirieron por muchas veces que hiciese reformación e remediase los daños que dicho tengo, i a la cabsa la hice, dando los indios en Dios y en mi conciencia a quien me parescía e era más justo dárselos, y luego, el mesmo día que el repartimiento se publicó, hice dar un pregón en la plaza en que referí lo dicho, e que a todos los que se les habían quitado algunos indios, le daría cuatro doblados en lo de adelante diez o veinte leguas». Algunos aceptaron el cambio de buen grado. Pero otros se opusieron a la nueva adjudicación, porque «les parescía que les alcanzaría parte en el pueblo, y después no pudo ser», por lo que «quedaron quejosos, e me concibieron odio». No niega, pues, el hecho. Y seguidamente habla de su amante en términos altamente encomiásticos. Para justificar su conducta, expone los méritos evidentes de su compañera: «I en lo que dicen de Inés Suárez, es que, a pedimento e importunidad delos que en aquella tierra estaban, por las buenas obras que della dicen haber recibido, e porque decían que aquel día que los indios dieron aguazabara a la ciudad, para la dicha Inés Suárez grande ayuda para que no se desamparase, por la dilijencia que había tenido en curar los heridos para que volviesen a la pelea, e después en el ánimo que tuvo en que se matasen los caciques y en ayudar a ello, que fue cabsa principal para que los indios, vistos muertos sus señores, se retrujesen, e que por ser la primera mujer que en aquella tierra había entrado, se le diesen algunos indios para su sustentación, porque sin ellos no podría vivir…a contemplación de todos los indios que yo tenía en mi depósito, le dí un cacique que la alimentase; y los indios que dice en el capítulo que se quitaron a Francisco Núñez fue un principal, sujeto a este cacique, sobre el cual traía pleito el mismo cacique con el dicho Francisco Núñez, e sabido la verdad, él mismo hizo dejación dél e se lo dejó; y en lo de Landa, en la reformación se dio aquel principal que tenía a su cacique, porque era subjeto suyo, e por pleito que con Landa había traído, el alcalde se lo había adjudicado por sentencia»[83]. Como vemos, gracias a esta acusación, tenemos la certeza absoluta de que la historia de la defensa de la ciudad el 11 de septiembre de 1541 no es una invención de Mariño de Lobera, sino que los hechos cuentan con el aval y el testimonio de propios y extraños, de amigos y e enemigos.

Luis de Toledo insiste en los méritos de Inés Suárez, «la primera mujer española que fue en aquella tierra… que ha fecho mucho bien en curar los españoles e apiadallos»…, que se portó heroicamente cuando los indios irrumpieron sobre la ciudad en número de «ocho o nueve mill» cuando Valdivia estaba fuera «con intento de quemar la ciudad y sacar los caciques, y teniendo el dicho aprieto del pueblo, porque ya tenían ganada la plaza del pueblo, la dicha Inés dijo a los que allí estaban que matasen a los caciques, e, no queriéndolos matar, instó tanto en ello que los mataron e los ayudó a matar… por lo que los indios dejaron el combate y se fueron»[84]. Y concluye este capítulo diciendo que gracias a esta gesta, no sólo se vio libre la ciudad, sino que a partir de entonces hubo paz, lo cual no hubiera sido posible estando libres los caciques, pues eran «hombres belicosos en quien los otros indios tenían mucha confianza».

Gregorio de Castañeda insiste en alabar a Inés Suárez, «mujer honrada, e es la primera española que ha ido a aquella tierra, e que es mui caritativa, e a todos quiere como si fuesen sus hijos, e cura desconcertaduras e otras cosas, e en el cerco del pueblo ha oído decir este testigo que fue mui animosa e que hizo matar los caciques… e ansí la dicha Inés Suárez, después de venido Pero de Valdivia con todos los buenos del pueblo, hizo una probanza de sus méritos»[85].

Diego García Villalón repite que la reformación se hizo a petición del cabildo de la ciudad. Con relación a Inés Suárez, insiste en afirmar que «es la primera española que fue a Chile, é era mui bien quista, cuando este testigo de allá partió, de todos, porque hacía por todos, e cuando sabía que algún soldado tenía necesidad de algo, se lo enviaba»… Luego, refiriéndose a la defensa de la ciudad, dice que «casi no quedó español que no quedase herido; e la dicha Inés Suárez los curaba, rompiendo las mangas de la camisa, e viendo que la causa de poner en tanto estrecho la ciudad eran los caciques, aconsejó que los matasen»[86].

La tercera, última y más grave, de las acusaciones que en su proceso se formula contra Pedro de Valdivia -y, de rechazo, contra Inés Suárez- es, sin duda, la de escándalo público, por vivir ambos en notorio amancebamiento.

El capítulo once de los cargos, presentados contra Valdivia por sus enemigos, está redactado en los siguientes términos: «Item, que todo el tiempo que está en Chile, y desque salió del Cuzco, que há más de ocho años, está amancebado con esta mujer (Inés Suárez), y duermen en una cama y comen en un plato, y se convidan públicamente a beber a la flamenca, diciendo: yo bebo a vos: e manda a las justicias como el mismo gobernador, y los cabildos comunican antes lo que han de hacer, y después, lo hecho, porque siempre hace Valdivia, el gobernador, el cabildo de sus criados y amigos»[87].

El conquistador trata de justificarse, quizá sin mucha convicción, negando los hechos. Copiamos íntegra y literalmente su respuesta: «Al onceno digo que, en lo que toca a Inés Suárez, cuando yo fuí a aquella tierra, fué allá con licencia del marqués -se refiere a Francisco Pizarro- e yo la recojí en mi casa para servirme della, por ser mujer honrada, para que tuviese cargo de mi servicio e limpieza, e para mis enfermedades, e así en mi solar tenía aposento aparte; e cuanto al comer juntos, es al contrario de la verdad, si no fuese algún día de regocijo que el pueblo hiciese, que, a ruego de algunos, saldría a comer con los vecinos que en aquel pueblo había, porques mujer mui socorrida, que los visitaba y curaba en sus enfermedades; e por las buenas obras que della han recibido, vía que era mui amada de todos; y en lo demás que el capítulo dice de las justicias y cabildo, ella ni otra persona ninguna no es parte, porque la elección de los alcaldes y rejidores que se hace, se hace por votos, como se acostumbra en otras partes; y de los que me traían señalados, elejía los me parescían más idóneos e sabios, e V.S. no debe mandar dar crédito a ninguna cosa de las que me ponen en el capítulo contenidas»[88].

Luis de Toledo -hombre de toda confianza de Valdivia- admite abiertamente los hechos. «Al onceno capítulo de los dichos interrogatorios, dijo que el tiempo contenido en el dicho capítulo tiene el dicho Pero de Valdivia a la dicha Inés Suárez, e que los ha visto comer e dormir muchas veces juntos, e ha visto lo contenido en el dicho capítulo en algunos convites de los regocijos, y, en lo que toca cerca de los cabildos, dijo que no sabe nada»[89]. No cabe mayor imparcialidad. Lo que valora la sinceridad y honradez de su testimonio.

Gregorio de Castañeda -también amigo de Valdivia, hasta el extremo de que (junto con Luis de Toledo), una vez concluido el proceso, regresó desde Perú a Chile con el gobernador- repite casi idénticas afirmaciones. «A los once capítulos de los dichos interrogatorios, e siéndole leídos, dijo que sabe este testigo que es verdad que siempre la ha tenido en su casa, e muchas veces en una cama, e, otras veces, a comer a una mesa, e ha visto que la trata como a mujer que quiere bien, e es verdad que en algunos convites se convidaban como otros que allí estaban; e que no sabe más cerca de lo contenido en el dicho capítulo, mas de que se sabe que el dicho Pero de Valdivia hacía de los cabildos aquellos que tiene por más amigos»[90].

Diego García de Villalón trata de dañar lo menos posible al gobernador con su testimonio, aunque reconoce la verdad de fondo: «A los once capítulos… dijo que es verdad que este testigo vio cómo continuamente la dicha Inés Suárez comía aparte, e no con el dicho Pero de Valdivia, sino era en algunos regocijos, como era el día de Nuestra Señora, e Santiago, e día e Sant Pedro porque el dicho Pero de Valdivia , por entretener la jente y alegralla, procuraba muchas veces regocijos, e, a ruego de la jente, comía la dicha Inés con el dicho Pero de Valdivia e los demás, porque la dicha Inés era mujer mui socorrida, e que hace por todos , e, fuera de la conversación que con el dicho Pero de Valdivia tiene, es mujer honrada y de quien nunca se sintió otra cosa»[91]. Como se ve, hay un «pero» en la honradez de Inés Suárez: la «conversación» -es un buen eufemismo- con Valdivia.

Finalmente, Diego García de Cáceres rechaza el amancebamiento habitual, pero no niega la convivencia ocasional del conquistador de Chile con Inés Suárez. «Dijo que este testigo vido que la dicha Inés Suárez fue desta tierra en compañía del dicho Pero de Valdivia, la cual tenía su cama aparte, e este testigo los vio a entrambos en una cama, y comer en regocijo junto con otros muchos del pueblo, pero no ordinariamente, porque ella tenía su servicio apartado onde le hacían de comer e comían, e que nunca este testigo ha oído decir que las justicias y cabildos hiciesen lo que ella les mandase, ántes este testigo tiene a la dicha Inés Suárez por mujer cuerda e caritativa, porque durante el tiempo que este testigo la conoce le ha visto hacer mucho bien a españoles e curallos en enfermedades e darles de lo que ella tenía, e algunos, a quienes ella hizo bien, están en esta ciudad (Lima), a la cual ha visto ansí mesmo fundar ermitas en la dicha provincia de Chile, e adornar los altares dellas de lo que allí tenía, e este testigo nunca ha visto ni conocido que tuviese ningún criado del dicho Pero de Valdivia cargo de justicia, si no fuesen Jerónimo de Alderete, que era rejidor, e Rodrigo Daraya, que fue alcalde»[92]. El testigo, como se ha visto, se deshace en elogios de Inés Suárez, a la que califica de honrada, caritativa, e incluso piadosa.

La sentencia -firmada por La Gasca el 19 de noviembre de 1548- absuelve a Valdivia de los otros cargos que se le hacen. Pero en cuanto a la acusación de concubinato, no se condena abiertamente al gobernador, pero tampoco se admite su inocencia. Más bien, del texto se deduce una culpabilidad implícita. O, por lo menos se le recomienda que no dé ocasión a que se pueda pensar mal de su conducta. Que, como la mujer del César, no sólo debe ser honrado, sino que tiene que parecerlo. Se le manda, pues, «que no converse inhonestamente con Inés Suárez, ni viva con ella en una casa, ni entre ni esté con ella en lugar sospechoso, sino que en esto, de aquí adelante, de tal manera se haya, que cese toda siniestra sospecha de que entre ellos haya carnal participación, e que dentro de seis meses primeros siguientes después que llegase a la ciudad de Santiago de las provincias de Chile, la case o envíe a estas provincias del Perú, para que en ellas viva , o se vaya a España o a otras partes donde ella más quisiere». Así mismo, se le quitaban los indios que Valdivia le había concedido, los cuales deberían repartirse entre los demás conquistadores[93].

En cumplimiento de esta sentencia -como dejamos indicado-, Inés Suárez contrajo matrimonio con un prestigioso soldado, Rodrigo de Quiroga, luego alcalde y regidor de Santiago y gobernador de Chile, por lo que conservó las tierras e indios que Valdivia le había dado en las reparticiones.

CONCLUSIONES

Ya indicamos en la introducción a este trabajo que el personaje de Inés Suárez ha tenido un tratamiento escaso entre los historiadores. De ahí que su real personalidad sea desconocida por el vulgo. En Chile todos saben que fue la compañera de Valdivia y la defensora de la ciudad de Santiago en los primeros meses de su fundación. En Plasencia, su patria, son muy pocos los que conocen más detalles de su vida. Es posible que, incluso los alumnos del Colegio Público «Inés Suárez» -el único recuerdo de la ilustre placentina en su ciudad natal- apenas tengan más noticias de su egregia paisana.

Por eso creemos muy interesante el estudio del proceso de Pedro de Valdivia, donde aparecen, aunque sea tangencialmente, las cualidades y defectos de aquella placentina memorable.

Fue -no cabe la menor duda- una mujer valiente. Porque hacía falta un valor nada común para cruzar el océano -ya fuese sola, o junto a su marido- en busca de su amor o de una posible fortuna. Lo fue también -no importan los móviles- para alistarse junto a unos 150 rudos guerreros en la expedición a Chile de Valdivia. Máxime cuando en una anterior empresa un hombre, de la talla de Almagro, había cosechado el fracaso más estrepitoso. Lo otro, la heroica defensa de la ciudad de Santiago aquel memorable 11 de septiembre de 1541, que con tanta viveza describe Mariño de Lobera, es una anécdota relevante, una manifestación espléndida de su temple casi varonil.

Fue una mujer ambiciosa, nada conformista. Por eso hizo las Américas. Por eso, para no perder los indios y las encomiendas que había recibido, tras la sentencia de La Gasca, prefirió quedarse en Chile y contraer matrimonio con Rodrigo de Quiroga. Los favores y las tierras que recibió de Valdivia no fueron arbitrarias e interesadas concesiones del conquistador extremeño, sino premio a sus merecimientos personales durante la conquista y primera colonización de Chile. Y, desde luego, no parece que abusó de las circunstancias, que le eran propicias, para enriquecerse. Debemos destacar también que su ambición fue no sólo de dinero, sino de cultura y de posición social. Salida, a lo que parece, de un ambiente humilde e ignorante, en plena edad adulta, se sacudió el analfabetismo y aprendió a leer y a escribir, teniendo por maestro al clérigo Rodrigo González Marmolejo, futuro primer obispo de Santiago. En el orden social, escaló los más altos puestos, pasando de ser una desconocida a una mujer influyente y rica en tiempos de Valdivia, convirtiéndose más tarde en la primera dama de la colonia, como esposa del gobernador Quiroga.

Fue una mujer marcada por el amor, fiel a sus tres amores. El de su primer esposo la llevó a América; el de Valdivia la empujó hacia Chile, y el de su segundo marido la impulsó a permanecer en aquellas tierras hasta su muerte. Nadie la considera mujer fácil o frívola, hasta el punto de que, pese a su vida irregular de convivencia con el conquistador chileno, en una sociedad tan puritana como la del siglo XVI, gozaba de gran aprecio entre los soldados y convecinos.

La influencia sobre su amante es tan indudable como normal. Creemos que no fue mayor que la que tendría cualquier mujer sobre el compañero, con el que convive.

Su altruismo y generosidad para con la tropa queda también en evidencia. Quienes la conocieron y trataron se deshacen en elogios de ella. Era -dicen- mujer «mui socorrida». Recordemos las palabras ya citadas de Gregorio de Castañeda: Era «mujer honrada, e es la primera española que ha ido a aquella tierra, e que es mui caritativa, e a todos quiere como si fuesen sus hijos, e cura desconcertaduras e otras cosas».

También en el proceso se pone de manifiesto su profunda religiosidad, que, aunque a alguien pueda parecerle extraño, porque contrasta con su conducta moralmente escandalosa, sin embargo deja entrever hondas convicciones de fe. Su «gran cristiandad» desembocaría más tarde, una vez regularizada su situación mediante su segundo matrimonio, en la construcción de iglesias, fundaciones pías y obras de caridad.

Estas conclusiones quedan avaladas por la citada sentencia de Pedro de La Gasca. En ella parece considerarse censurable la conducta de Inés Suárez, puesto que se prescribe a Valdivia que, además de casarla o enviarla a Perú o a España, le quite los indios que le había concedido y los reparta entre los conquistadores. Esta parte de la sentencia no se cumplió, quizá, porque, tanto el gobernador como los soldados pensaban que Inés Suárez se había ganado sobradamente, por méritos propios, las encomiendas que se le habían confiado. O quizá, porque interpretaron que esta decisión de La Gasca sólo tendría valor en el caso de que doña Inés abandonase las tierras chilenas.

De cualquier forma, el juicio definitivo sobre la heroica placentina, corresponde, desde el punto de vista puramente humano, al benévolo y atento lector.


NOTAS:

[1] Cf. BARROS ARANA, DIEGO: «Inés Suárez i doña María de Gaete», en Obras completas, t. VII, Estudios históricos, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1909, p.367.

[2] Es muy frecuente llamar a esta ilustre placentina «Inés de Suárez», introduciendo la preposición «de» entre el nombre y el apellido. Sin embargo, un prestigioso historiador chileno, Thayer Ojeda, ya en 1950 escribía: «Existe el error muy generalizado de llamar a Doña Inés Suárez, Inés de Suárez. Conviene señalar que el patronímico no admite el «de», y que ningún documento de la época, ni ella misma, se firmaba con «de» (THAYER OJEDA, THOMAS: Valdivia y sus compañeros, Santiago de Chile 1950, p. 31, n. 2).

Sin embargo, en el rótulo del parque que Santiago de Chile tiene dedicado a nuestra famosa placentina se puede leer: «PARQUE INÉS DE SUÁREZ», en caracteres vacíos sobre metal. Igualmente, sobre el muro exterior de la casa aneja a la iglesia de Monserrat, en la misma población chilena, hay una placa de mármol, que, con grandes caracteres, dice: «SANTUARIO DE MONSERRAT. CONSTRUIDO POR DOÑA INÉS DE SUÁREZ EL AÑO 1545 Y REEDIFICADO EN ESTE LUGAR EN EL AÑO 1835» (Actualmente «La Viñita»).

[3] Así la llama la inscripción grabada sobre su tumba. Al entrar en la iglesia de Nª Sª de la Merced, en Santiago de Chile, a mano derecha, en la parte interior del muro de la fachada principal, hay una pequeña lápida funeraria con la inscripción siguiente: «AQUÍ REPOSAN LOS RESTOS DEL GOBERNADOR DEL REINO DE CHILE, CAPITÁN GENERAL DON RODRIGO DE QUIROGA – 1512-1580 – Y DE INÉS SUÁREZ DE QUIROGA – 1507-1578 – PRIMERA MUJER ESPAÑOLA VENIDA A SANTIAGO Y HEROINA DE LA DEFENSA DE LA CIUDAD EN 1541.- STGO. 5 – XI – 1982.- INSTITUTO HISTÓRICO DE CHILE».

[4] MARIÑO DE LOBERA, PEDRO: Crónica del Reino de Chile, escrita por el capitán D. Pedro Mariño de Lobera, dirigida al Excelentísimo Sr. D. García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, Vicerrey y Capitán General de los reinos del Perú y Chile, reducido a nuevo método y estilo por el Padre Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesus. Ed.: Crónicas del Reino de Chile, Edición y estudio preliminar de Francisco Esteve Barba, Madrid, Ediciones Atlas, Biblioteca de Autores Españoles, 1960, pp. 225-562.

El capitán Pedro Mariño de Lobera escribió la crónica del reino de Chile. Pero Lobera era un soldado y no tenía la preparación literaria suficiente para publicar su obra, por lo que entregó el manuscrito al P. Bartolomé de Escobar, S.J., quien retocó -«escribió de nuevo», según las propias palabras del jesuita- la obra original del compañero de Valdivia. Escobar dedicó este nuevo trabajo a don García Hurtado de Mendoza, a quien se lo entregó después de la muerte de Mariño de Lobera, ocurrida en 1594. Cf. ORELLANA RODRÍGUEZ, MARIO: La Crónica de Gerónimo de Bibar y la conquista de Chile, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1988, p. 60.

[5] Véase ESTEVE BARBA, FRANCISCO: Estudio preliminar a Crónicas del reino de Chile, Madrid, Ediciones Atlas, Biblioteca de Autores Españoles, tomo CXXXI, 1960, p. XXX-XXXI.

[6] Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, compuesta por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo. Ed.: Crónicas del Reino de Chile, Edición y estudio preliminar de Francisco Esteve Barba, Madrid, Ediciones Atlas, Biblioteca de Autores Españoles, 1960, pp. 75-224.

[7] Cfr. ORELLANA RODRÍGUEZ, MARIO: o. c. p. 31.

[8] Véase, por ejemplo, GERÓNIMO DE VIVAR: Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile, Introducción, selección y versión actualizada de Sonia Pinto Villarejos, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1987.

[9] Cfr. PUMAR MARTÍNEZ, CARMEN: Españolas en Indias. Mujeres-soldad, adelantadas y gobernadoras, Madrid, Anaya, Biblioteca Iberoamericana, 1988, p.79.

[10] Orellana Rodríguez sostiene la existencia de un poso derivado de su formación conventual: «En relación a su educación conventual parece innecesario esforzarse en probarla, puesto que ella era bastante común en España. De todos modos podríamos argumentar que varios temas tratados en la crónica, y también en otras del siglo XVI, reflejarían esta educación. Así, por ejemplo, Bibar tiene especial interés en enfatizar el valor evangélico del primer poblamiento español (véase suProemio) y en referirse a la historia de la Iglesia en la gobernación de Chile (cap. CXLI)» (ORELLANA RODRÍGUEZ, MARIO: o. c. p. 29).

[11] La primera fue publicada por Alejandro Vicuña, en 1941, en Santiago de Chile, con motivo del centenario de la fundación de la ciudad. Se titula Inés de Suárez y tiene 228 páginas. La obra gira en torno a los amores entre la protagonista y Pedro de Valdivia. Aunque incluye algunas citas documentales, tanto por la forma literaria, como por el contenido, no se puede decir que sea un trabajo con rigor histórico.

La segunda novela sobre el mismo tema se titula Inés de Suárez, la Condoresa. Su autora es Josefina Cruz y se publicó también en Santiago de Chile en 1974. En sus 242 páginas la escritora novela los principales acontecimientos históricos que encuadran el romance amoroso de Pedro de Valdivia y la heroína extremeña.

[12] BARROS ARANA, DIEGO: «Inés Suárez i doña María de Gaete», en Obras completas, t. VII, Estudios históricos, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1909, pp. 367-391.

[13] OPAZO MATURANA, GUSTAVO: «Inés Suárez», El Mercurio, (12-II-1941) pp. 92-94.

[14] PUMAR MARTÍNEZ, CARMEN: Españolas en Indias. Mujeres-soldad, adelantadas y gobernadoras, Madrid, Anaya, Biblioteca Iberoamericana, 1988, pp.78-84.

[15] Cfr. MARIÑO DE LOBERA, PEDRO: Crónica del Reino de Chile…, p. 250.

[16] BARROS ARANA, D.: o. c., p. 368. El autor menciona dos villas o aldeas que se llaman Placencia, una en Guipúzcoa y otra en Vizcaya, y tres Plasencias, dos en Aragón y la tercera en «Estremadura», que es la más importante de todas, donde vio su primera luz nuestra protagonista.

Con motivo del cuarto centenario de la fundación de la ciudad de Santiago de Chile, el diario El Mercurio publicó el 12 de febrero de 1941 un número extraordinario, en el que se incluyen numerosos artículos sobre los protagonistas de la importante efemérides. Entre ellos, merece citarse el de Gustavo Opazo Maturana titulado «Inés Suárez», en el que podemos leer: «En la villa de Placencia, de Estremadura, de hidalga familia, nacía en el año 1507 doña Inés Suárez» (o.c., p. 92). Por cierto que habla de la villa de Plasencia, cuando esta población nació ya como ciudad desde su fundación por Alfonso VIII, y no fue nunca villa.

[17] Ver nota 3.

[18] OPAZO MATURANA, GUSTAVO: «Inés Suárez», El Mercurio, (12-II-1941) p. 92.

[19] BARROS ARANA, D.: o.c. p. 368.

[20] Cf. OPAZO MATURANA: o.c., p. 92.

[21] Cfr. BERMÚDEZ PLATA, CRISTÓBAL: Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, v. II (1535-1538), Sevilla, Imprenta editorial de la Gavida, 1942, p. 201, n. 3369, año 1537.

[22] OPAZO MATURANA: o.c., p. 92.

[23] Cfr. MARIÑO DE LOBERA, o.c., p. 250.

[24] Cf. ALONSO DE GÓNGORA MARMOLEJO: Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, compuesta por el capitán Alonso de Góngora Marmolejo. Ed.: Crónicas del Reino de Chile, Edición y estudio preliminar de Francisco Esteve Barba, Madrid, Ediciones Atlas, Biblioteca de Autores Españoles, T. CXXXI, 1960, p. 82. El capitán Alonso de Góngora Marmolejo acompañó a Valdivia en la conquista de Chile, por lo que su relato merece la mayor credibilidad. Su manuscrito, dedicado a Juan de Ovando, durmió durante dos siglos en la biblioteca del monasterio de Monserrat en Madrid y fue publicado en 1850.

[25] En el Proceso de Valdivia, el propio acusado se defiende del cargo de amancebamiento con Inés Suárez, que se le imputa (Cfr. BARROS ARANA, D.:Proceso de Pedro de Valdivia, en Obras completas, t. VII, Estudios históricos, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1909, p. 53-54).

[26] Cf. BARROS ARANA, D.: Los socios de Pedro de Valdivia: Francisco Martínez i Pedro Sancho de Hoz, en Obras completast. VII, Estudios históricos, Santiago de Chile 1909, p. 327.

[27] Cfr. O.c., p. 249.

[28] D. BARROS ARANA, «Los socios de Pedro de Valdivia: Francisco Martínez i Pedro Sánchez de Hoz» en Obras completas, VII, Santiago 1909, p. 327-329.

[29] MARIÑO DE LOBERA: o.c. p. 250.

[30] «Púsole por nombre Santiago, tomándolo como abogado como a patrón d´España», escribe un cronista contemporáneo (GÓNGORA MARMOLEJO: o.c., p. 83).

[31] Cf. DIEGO DE ROSALES: Historia general del reino de Chile, Flandes indiano, Segunda edición íntegramente revisada pr Mario Góngora, t. I, Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1989, p. 349.

[32] Cfr. MARIÑO DE LOBERA: o.c., p. 264-265.

[33] La encomienda de Apoquindo le fue concedida a doña Inés el 20 de Enero de 1544, y la de Melipilla el 11 de Junio de 1546 (Cf. OPAZO MATURANA: o.c, p. 94).

[34] BARROS ARANA, D.: Proceso de Pedro de Valdivia, en Obras completas, t. VII, Estudios históricos, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1909, pp. 1-142.

[35] Íbid., p. 138.

[36] Íbidem.

[37] Cf. «Quiroga, Rodrigo de», en FUENTES, J. y otros: Diccionario Histórico de Chile, Santiago, Zig-Zag, 1965, pp. 490-491; y TORECHIO, DONATO: Diccionario histórico y biográfico de Chile, Barcelona, Ediciones Mateu, s.a., p. 147.

[38] Cfr. BARROS ARANA, D.: «Inés Suárez i doña María de Gaete», en Obras completas, t. VII, Estudios históricos, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1909, p. 373, nota 5.

[39] En una lápida de mármol, colocada al lado de la vivienda que está unida a la ermita, podemos actualmente leer: «Santuario de Monserrat. Construido por doña Inés de Suárez el año de 1545. Y reedificado en este lugar en el año 1835» (Actualmente, La Viñita).

[40] VICUÑA, ALEJANDRO: Inés de Suárez, Santiago de Chile, Editorial Nascimiento, 1941, p. 218, nota 6.

[41] Cf. Íbid. Los religiosos agraciados con la donación de la ermita de Nuestra Señora de Monserrat fueron los PP. Dominicos, no los Mercedarios, como afirma Opazo Maturana en su artículo de El Mercurio.

[42] G. OPAZO MATURANA, art. cit. de El Mercurio, p. 94.

[43] Íbid., p. 94.

[44] Cf. BARROS ARANA, D.: Proceso de Pedro de Valdivia, en Obras completas, t. VII, Estudios históricos, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1909, pp. 1-25.

[45] Había nacido en Navaregadilla, junto a Barco de Ávila, y era clérigo y Maestro en Teología por la Universidad de Alcalá. Fue enviado por el emperador Carlos V a Perú en 1545, para pacificar aquellos reinos frente a la rebelión de Gonzalo Pizarro. Para ello recibió amplísimos poderes, que conservó hasta 1550. Más tarde regresó a la Península Ibérica, donde fue nombrado obispo de Palencia y luego de Sigüenza. Cf. FRANCISCO LÓPEZ DE GÓMARA: Historia General de las Indias, I, Hispania victrix, Barcelona, Edicones Orbis, 1985, p. 253.

[46] Cfr. BARROS ARANA: o. c. p. 9.

[47] Íbid. p. 10.

[48] Íb. p. 13.

[49] Íb. p. 17.

[50] Íb. p. 17.

[51] Íb. p. 27.

[52] Íb. p. 50.

[53] Íb. p. 71.

[54] Íb. p. 51.

[55] Íb. p. 72.

[56] Íb. p. 36-37. Destacamos en estas líneas el interés demostrado por Inés Suárez por formarse y aprender a leer y escribir. Su maestro, el clérigo Rodrigo González Marmolejo sería el futuro primer obispo de Santiago (Cf. BARROS ARANA, D.: «Inés Suárez…p. 370).

[57] Íb. p. 66.

[58] Íb. p. 35

[59] Íb. p. 62-63.

[60] Íb. p. 82.

[61] Íb. p. 36.

[62] Íb. p. 65.

[63] Íb. p. 83-84.

[64] Íb. p. 97.

[65] Íb. p. 29.

[66] Íb. p. 53.

[67] Íb. p. 74.

[68] Íb. p. 89.

[69] Íb. p. 29.

[70] Íb. p. 53.

[71] Íb. p. 74-75.

[72] Íb. p. 103.

[73] Íb. p. 29.

[74] Íb. p. 53.

[75] Íb. p. 89.

[76] Íb. p. 103.

[77] Íb. p. 36.

[78] Íb. p. 65.

[79] Íb. p. 61.

[80] Íb. p. 84.

[81] Íb. p. 97.

[82] Íb. p. 112-113.

[83] Íb. p. 61-62.

[84] Íb. p. 81-82.

[85] Íb. p. 95.

[86] Íb. p. 110.

[87] Íb. p. 29.

[88] Íb. p. 53-54.

[89] Íb. p. 75.

[90] Íb. p. 89.

[91] Íb. p. 103.

[92] Íb. p. 119.

[93] Íb. p. 138-139.

Oct 011998
 

Julio Ceballos Barbancho.

El sepulcro: aspectos generales

Antes de afrontar el estudio tipológico de la diócesis Coria-Cáceres conviene analizar el proceso constructivo que supone la erección de un sepulcro en un templo. Esbozaremos para ello un breve resumen de los trámites y trabajos necesarios para la edificación de los mismos.

Ante todo señalaremos que los documentos de todo tipo (tumbos, becerros, escrituras de fundación, cuentas de fábrica y, sobre todo, los contratos) nos proporcionan noticias sobre el proceso de construcción de un monumento funerario.

El primer aspecto a considerar es la preparación del lugar, que conlleva una serie de trámites burocráticos, permisos, etc., además de una compleja jerarquía espacial en la ubicación del sepulcro en la iglesia.

A continuación se procede a la realización del sepulcro. Para ello hay que contratar primeramente al/los artista/as, que además de escultores pueden ser arquitectos, rejeros, pintores o entalladores.

El artista elabora las trazas o proyecto del sepulcro, a los que se debe ajustar la realización de la obra si recibe la aprobación del cliente.

Para la construcción de obras funerarias se utilizan en los tiempos modernos variados materiales. Su uso implica una jerarquización que está en función de la condición socioeconómica de los personajes a los que pertenecen. Otros aspectos a considerar en este sentido son la calidad del material, su dificultad de labra, procedencia, etc. Los materiales que aparecen en los monumentos funerarios de la diócesis Coria-Cáceres son básicamente pétreos (granito, mármol, alabastro, pizarra, piedra común, arenisca, caliza…), ya que no hemos hallado materiales metálicos (como oro o bronce), o soportes menos nobles (como madera, yeso o barro).

Además de proporcionar la traza al sepulcro, a veces el artista debía confeccionar un modelo previo a la realización del monumento funerario definitivo, modelo que debía aprobar el cliente.

En los contratos solían aparecer ciertas cláusulas en las que se proponía al escultor la inspiración en un modelo funerario anterior, lo que nos habla del prestigio de determinados sepulcros que fueron tomados como paradigma. En este sentido, era habitual establecer comparaciones con otros sepulcros, tratando de igualarlos y, si era posible, superarlos.

Las detalladas cláusulas que aparecen en algunos contratos constituyen una excelente fuente para el conocimiento de la terminología y de los estilos que se suceden a lo largo del amplio marco temporal que trabajamos, y que describen y explican los diversos elementos de un sepulcro.

Otro tanto sucede con la representación del difunto, en la que pasamos del gusto macabro goticista a la severidad del Renacimiento. El Barroco volverá a marcar tendencias más realistas.

La indumentaria del difunto es un dato histórico de gran valía, no sólo por su fiabilidad en función de su realismo, sino por su relación con la escala jerárquica social.

Aspecto de singular interés es la colocación del sepulcro en función de su tipología. El difunto se sitúa, en cualquier caso, siempre mirando al altar de la capilla o templo.

En la confección de los contratos se prestaba gran atención al apartado referente a las medidas y peso de los sepulcros.

Otro de los componentes básicos de los monumentos funerarios es la iconografía. El repertorio iconográfico suele responder a la voluntad del cliente. Era frecuente estipular en el contrato los temas y/o figuras que debían acompañar a la representación del difunto.

La heráldica y las inscripciones constituyen elementos que proporcionan datos básicos en la configuración de los sepulcros y, sobre todo, en su análisis y estudio. Escudos de armas y epitafios indican la posesión del sepulcro por parte del personaje allí enterrado y su pertenencia a un determinado linaje.

En cuanto a los precios, estos suelen abordarse al final del contrato. Las cantidades a pagar se explicitaban en monedas coetáneas (ducados, reales, maravedíes…). El precio del sepulcro incluía, además del trabajo del artista, todo tipo de conceptos abonables: material, desplazamientos del escultor a las canteras, transportes del material, sueldos de oficiales y ayudantes, gastos de instalación, etc.

También debemos hablar del taller y los salarios. Lo más frecuente es que el artista que se hace cargo de un sepulcro cuente con el auxilio de oficiales y aprendices en su taller.

A continuación habría que citar el tema de los plazos. El cliente deseaba ver terminado el monumento funerario lo antes posible, por lo que se concedían al escultor unos plazos de tiempo que había de cumplir. Lo habitual, de todos modos, era que no se cumplieran, por lo que el comitente recurría a estímulos o penalizaciones pecuniarias.

Para el lugar de trabajo era habitual que el cliente se comprometiera en el contrato a proporcionar casa y taller a los escultores, que así se obligaban a permanecer largas temporadas (incluso años) en las ciudades donde trabajaban.

El acabado y la correspondiente instalación del monumento funerario eran condiciones de cumplimiento imprescindible para que el cliente abonara al artista todos los pagos.

Finalmente queda el tema de la tasación. Una vez finalizado el sepulcro, las partes contratantes nombraban a peritos en la materia para que, a la vista de la obra, examinaran si se habían cumplido las condiciones establecidas en el contrato y si era merecedora del precio marcado.

Tipología

No es posible afrontar un análisis tipológico del género funerario sin comentar someramente la incidencia estilística, ya que esta es determinante en la configuración del sepulcro. Así, las figuras expresivas, el gusto por lo macabro e incluso lo grotesco y desagradable, marca el declive de los tiempos medievales en la caracterización de las figuras de enterramientos góticos. La religiosidad y la dignidad en cambio, son rasgos claramente distintivos en las representaciones de los difuntos que hallamos en el siglo XVI; serenidad, ausencia de patetismo y reposo son notas comunes en la estatuaria funeraria diocesana renacentista. Los siglos XVII y XVIII, escasísimos en representaciones figuradas, marcan tendencias dispares. Debemos aclarar, de todos modos, que la gran mayoría de los ejemplos que estudiamos destacan por la ausencia del bulto: sepulcros murales, arcosolios y laudas configuran el corpus artístico básico en la diócesis, y los ejemplos de difuntos que hallamos son muy escasos.

Las estructuras arquitectónicas que albergan los túmulos, figurados o no, responden a las pautas características de los estilos artísticos del momento: Gótico, Renacimiento y Barroco.

A continuación señalaremos los tipos sepulcrales estudiados hasta el momento en la diócesis de Coria-Cáceres, apuntando los correspondientes ejemplos de cada variedad:

SEPULCROS CON SARCÓFAGOS (SARCÓFAGOS).

El tipo de sarcófago está inspirado o copiado de modelos romanos. Existen diversas variantes de esta tipología, de las que tenemos algunos ejemplos interesantes en la Concatedral de Santa María (Cáceres). Ejemplos: Sepulcro de los Enríquez- Andrada (Santa María de Cáceres), siglo XVI, alabastro; Sarcófago de Yáñez de la Barbuda (Santa María de Almocóvar, Alcántara), segunda mitad del siglo XV, granito.

SEPULCROS DE CONCEPCIÓN HORIZONTAL

La lápida sepulcral.

Obviamente se trata del tipo más común en los pavimentos diocesanos, En algunos casos los suelos de los templos son auténticos museos heráldicos (Catedral de Coria, Concatedral de Santa María y Convento de San Pablo en Cáceres, Claustro del Convento de San Benito e iglesia de Santa María de Almocóvar en Alcántara…). Ejemplos: Laudas funerarias del Convento de San Pablo ( Cáceres ), fines del siglo XV-siglo XVI; losas sepulcrales de la Catedral de Coria, siglo XVII; lápida del claustro del Convento de San Benito de Alcántara, siglo XVIII.

La cama sepulcral exenta.

Su origen está en un progresivo desarrollo en relieve de la lápida sepulcral. En función de su forma, existen también algunas variantes de este tipo, pero en nuestro ámbito de estudio hay un solo ejemplo del tipo denominado “sepulcro exento con figuras de bulto redondo en las esquinas del lecho”. Se trata del soberbioenterramiento del Comendador de Piedrabuena, Antonio Bravo de Jerez (Santa María de Almocóvar, Alcántara, antes en el Convento de San Benito). Se trata de una cama con yacente labrado en mármol, siglo XVI.

SEPULCROS DE CONCEPCIÓN VERTICAL

Se caracterizan por precisar de un soporte vertical, conformado generalmente por un muro, o muy raramente por un pilar en sustitución de la pared.

El relieve mural funerario o “Epitafio”

Se trata de relieves conmemorativos ubicados generalmente en un muro del templo. En el claustro de la Catedral de Coria tenemos dos bellos ejemplos: el relieve mural gótico de Diego González de León, siglo XV; y el inquietante epitafio renacentista (si bien de clara reminiscencia gótica) del Chantre Narváez, del siglo XVI.

El sepulcro mural

Su estructura admite múltiples variaciones debido a los diversos elementos que lo pueden constituir y a las diferentes combinaciones que se establecen entre ellos. Por lo general, en el sepulcro mural arquitectura y escultura se combinan a la perfección, condicionándose entre sí al mismo tiempo. De todas las variantes existentes tenemos en la diócesis Coria-Cáceres ejemplos de dos de ellas: sepulcro mural en nicho (con o sin representación del difunto) y los grupos de sepulcros murales.

a) Sepulcro mural en nicho

Se conciben en profundidad e implican la apertura de un arco en la pared. Las formas que hallamos en la diócesis Coria-Cáceres comprenden el arco practicado en el muro del templo, en el que se introduce una cama sepulcral sobre la que se ubica la figura del difunto si la hubiere. El frente de la cama o arca se alinea con respecto a la superficie exterior de la pared y se decora con motivos de diversa índole: figurados, heráldicos o epigráficos. Por encima de la cama, los muros y la bóveda del nicho pueden ser revestidos con ornamentación esculpida o pintada. En el muro frontero, y a veces en los laterales, se esculpen o pintan los temas iconográficos bajo cuya protección se halla el difunto; a su vez, la rosca del arco no suele permanecer denuda y se enriquece con diversas molduras. Partiendo de estos elementos, base del sepulcro mural, el monumento admite múltiples formas.

Ejemplos de sepulcro mural en nicho con representación del difunto podemos señalar a las figuras yacentes de Gonzalo Gutiérrez, en Santa María la Mayor de Brozas, sepulcro de alabastro de la primera mitad del siglo XVI; el sepulcro con doble representación de Gonzalo de Valdivieso y Pedro de Campos, en la iglesia parroquial de

Nuestra Señora de los Ángeles (Villa del Campo), estructura de granito de finales del siglo XVI; y a un yacente no identificado ubicado en el ábside de la iglesia de San Mateo de Cáceres, también de granito y del siglo XVI.

Ejemplares orantes serían los magníficos sepulcros de la Capilla Mayor de la Catedral de Coria: Pedro Ximénez de Préxamo, figura de alabastro de finales del siglo XV; y Pedro García de Galarza, orante de mármol de fines del siglo XVI; así como el sepulcro orante de Fabián Cabrera en la ermita de Nuestra Señora de los Remedios (Alcántara), figura de granito del siglo XVIII.

Ejemplos de sepulcro mural en nicho sin difunto podemos apuntar entre otros muchos un sepulcro gótico en uno de los ábsides del convento de San Francisco de Cáceres, de granito y del siglo XV; el sepulcro de Inés de Aldana (Convento de San Pablo, Cáceres), del siglo XVI y de granito; o el extraordinarioenterramiento de Sancho de Figueroa (Iglesia de Santiago, Cáceres), igualmente de granito y del siglo XVI.

b) Grupos de sepulcros murales.

Con motivo de la fundación de algún panteón familiar o capilla, a veces no sólo se levanta el sepulcro de los fundadores, sino que se erigen dos o más monumentos funerarios pertenecientes a sus familiares que se ajustan a la misma traza.

Pueden situarse contiguos o enfrentados, abriéndose en ocasiones de modo simétrico a los lados de un altar.

En la ciudad de Cáceres existen diversos grupos de estas características situados en capillas conmemorativas de iglesias parroquiales o conventos. Ejemplo:Sepulcro doble de Álvaro y Francisco de Aldana, en la Capilla de los Aldana del Convento de San Pablo (Cáceres). Conjunto de granito, siglo XVI.

Oct 011998
 

Mª Gema Cava López.

1. Introducción: Sociedad y exposición en los tiempos modernos.

La cualidad de expósito ligada a la infancia supone en el esquema mental y social de las comunidades de Antiguo Régimen la ubicación en el nivel de consideración más ínfimo puesto que suma al escaso significado que adquiere el menor en el seno de los grupos de estudio la tacha que representa su presumible filiación ilegítima, la falta de identidad social y desvinculación del núcleo familiar de origen, así como el estado de miseria que acompaña al individuo en todo su desarrollo[1]. Sin embargo, la exposición no se limita a ser una condición de marginación social y de desprestigio personal desde la infancia. Conlleva un maltrato legal tan sólo formalmente paliado a finales del siglo XVIII, cuando por iniciativa de Carlos IV sean reconocidos como legítimos a todos los efectos civiles y abolidas todas las penas y agravios que les son aplicados, además de unas precarias cuando no escasas posibilidades de existencia de las que dan prueba tanto las elevadas tasas de mortalidad que se repiten en cada uno de los establecimientos de acogida como las condiciones de abandono y necesidad que siguen al corto período de asistencia cubierto por las instituciones al respecto.

La consideración general de la que es merecedora la figura del expósito representa un punto de acuerdo de los planteamientos emanados desde el poder político, el discurso religioso y las concepciones sociales de los colectivos de Antiguo Régimen. Aunque fundamentadas en principios particulares de cada uno de los ámbitos mencionados, las posiciones adoptadas desde cualquiera de ellos acabarán por conformar al unísono el marco de intolerancia y exclusión en que es situado el menor abandonado.

La actitud manifestada por el Estado frente al expósito se caracteriza en todo momento por la relativa indiferencia e insensibilidad mostrada hacia las difíciles circunstancias de este colectivo. La atención del poder político aparece reducida a la escasa obra legislativa sobre este particular, lejos de mayores implicaciones a nivel material y de logros tangibles, en la cual es posible apreciar el fuerte contenido y orientación utilitarista que subyace en ella. Así pues, la normativa elaborada desde la centuria de Seiscientos evidencia desde fechas tempranas el propósito que la determina, concretado en la interesada integración de este grupo al objeto de procurar miembros productivos desde el punto de vista económico y de diluir el potencial elemento de perturbación social que se reconoce en él[2]. En esta línea, el Derecho castellano limita hasta fines del siglo XVII las iniciativas sobre la materia a las disposiciones referidas a la ordenación dirigista de la educación de estos marginados. A través de ellas se pretende la exclusión una vez más de tales menores de la formación cultural en favor de la instrucción en actividades artesanales o en el ejercicio de la milicia[3] en el solo empeño de lograr individuos útiles a la organización socio-económica del Estado[4], en conformidad con el principio de instrumentalización que rige la totalidad de las determinaciones vertidas sobre este sector social. Únicamente tras la segunda mitad del Setecientos en consonancia con los nuevos valores ilustrados de filantropía y humanismo pero también de utilidad política y económica, y vinculado al clima de común preocupación suscitada por la infancia en general y por el expósito en particular, se asiste a un mayor esfuerzo de concienciación e intervención estatal[5] materializado en la labor de dignificación y preservación del colectivo de expósitos impulsada por la legislación de los últimos cincuenta años del siglo. En esta doble línea de actuación han de ser contextualizadas la Real Orden de 1.788, insistente en el celo gubernamental al respecto de la crianza y educación por terceras personas de los menores abandonados, y las Reales Cédulas de 1.794 y 1.796, por las cuales se procede al reconocimiento de la condición de legítimo de todo individuo expósito así como a la organización de la red asistencial ocupada de los mismos[6]. Con anterioridad a estas últimas cabe subrayar por su significado la demanda de información que fuera solicitada por el Consejo de Castilla en 1.790 al respecto del estado de las obras de expósitos, en lo que representa una muestra del interés y la necesidad de conocimiento de la realidad sobre la que era pretendida una acción eficaz.

No obstante el empeño de concienciación y la aparente dinamización de la actividad desarrollada en torno a este colectivo desde el poder político, en el marco de general inquietud y reflexión teórica sobre esta preocupación que caracteriza al siglo XVIII[7], la realidad que descubre el mismo período pone en evidencia el reducido efecto de los planteamientos formulados. El fracaso de tales esfuerzos, confirmado por los resultados de la totalidad de los estudios sobre la exposición institucionalizada[8] que ratifican la información suministrada por los propios textos de la época, es producto tanto del limitado compromiso adquirido por los órganos de poder como de los dictámenes de la coyuntura económica en las décadas finales del Antiguo Régimen. Las repetidas iniciativas abortadas[9] ante la falta de medios económicos dispuestos por el Estado, ya que en todo momento las disposiciones apuntan a la búsqueda de recursos dependientes de los bienes municipales y eclesiásticos, junto a la decisión final de proceder a la desamortización de las propiedades de la totalidad de las instituciones de caridad pública dadas las necesidades financieras de la Corona en 1.798 descubren finalmente los contrasentidos y limitaciones de una política más ambiciosa que efectiva y de una preocupación más teórica que real[10], pese a ciertos logros entre los que se sitúa la fundación de diversos centros asistenciales por iniciativa y colaboración del propio Estado en el último tercio del siglo XVIII[11].

El mismo carácter contradictorio e idéntica actitud de exclusión y desestima moral se hace presente al plantear el análisis del discurso elaborado por la Iglesia a propósito de tal asunto. Si bien la definición doctrinal entiende al expósito como resultado de la violación de la normativa moral, en tanto es sobreentendida su condición de ilegitimidad, y descendencia no bendecida en virtud de las circunstancias de pecado que se encuentran en su origen[12], el planteamiento inicial de expulsión de los cuadros de organización social y religiosa y la tacha de anormalidad que supone lo anterior no obsta para entender en la institución eclesiástica el principal valedor de los menores abandonados durante toda la Edad Moderna. Frente a la pasividad, retardo e ineficacia de las acciones gubernamentales, aquélla aparece particularizada por su larga tradición de asistencia por medio de una activa y continuada labor de creación, dotación y mantenimiento de diversos centros a cargo de los recursos ofrecidos por la misma[13].

La ambivalencia cuando no la relativa incoherencia de la actitud defendida por la Iglesia se plasma en los postulados planteados acerca de esta cuestión. Tras su examen es posible advertir la paradoja que enfrenta la realidad del empleo de un procedimiento de alto riesgo para la vida del nacido, cual es el abandono, con actitudes permisivas frente a este hecho, y contrapone nítidamente el riguroso juicio que merece la práctica del aborto[14] a la valoración condescendiente frente a la exposición. El estudio de los textos eclesiásticos evidencia, en términos generales, la escasa relevancia adjudicada al abandono en cuanto falta ética y moral contraria al principio de preservación de la vida, tanto más atenuada si los argumentos que lo justifican se relacionan con circunstancias de probada necesidad material o riesgo para la vida u honra de los adultos implicados. El interés dedicado a este problema, siempre mínimo y en creciente reducción tras el Setecientos, aparece pues en mayor medida relacionado con responsabilidades secundarias pero dotadas de mayor relieve, tales como las obligaciones de alimentación y crianza para con el nacido, derivadas y sin embargo priorizadas ante la cuestión principal[15]. Pese a la limitada importancia merecida por el tema, la aparente indiferencia hacia los riesgos inherentes al abandono y el rechazo manifiesto a la figura del expósito en consideración de su naturaleza supuestamente ilegítima, la acción desarrollada por la Iglesia la identifica como la única institución empeñada en la atención a la infancia abandonada, bien por iniciativa propia o por delegación de los poderes públicos, con independencia de los contrarios planteamientos de partida y las episódicas muestras de rechazo desde la propia organización a su labor de asistencia.

Finalmente, la consideración y trato social concedido al menor expósito no es más que fiel reflejo de las nociones desprendidas desde los órganos institucionales, cuyos discursos ayudan a conformar el sistema de valores del que depende el posicionamiento de la comunidad frente a este elemento social. Aún así, no es únicamente el traslado al plano de las concepciones sociales de los criterios jurídicos y religiosos o morales el factor que determina la definición y el carácter de la actitud mental colectiva; también el propio sentido del honor familiar[16] y el modo de articulación social, basado en la definición de grupos de pertenencia cohesionados internamente por redes de solidaridades y parentescos naturales, espirituales o ficticios[17], contribuyen a conformar el dictamen final de exclusión[18]. Más allá aún, la actitud adoptada hacia el abandonado no se limita a las muestras de rechazo derivadas de los planteamientos ya señalados, sino que decide y justifica la explotación económica a la que con frecuencia son sometidos estos menores. En tal sentido, M. Fernández Álvarez constata la existencia en la Salamanca del Quinientos -fácilmente extrapolables a otros marcos geográficos o temporales- de una amplia serie de usos abusivos con respecto a ellos que engloban los frecuentes malos tratos, el abandono por parte de las familias responsabilizadas en su crianza, la dedicación a la mendicidad o la prohijación tras la cual se esconde la explotación del expósito bajo un régimen laboral cercano a la servidumbre[19]; hechos de los que no parece haber sido desconocedor el poder político[20]. Todo ello resulta evidenciador por sí solo del grado de subestima dirigido a los mismos y de la práctica ambivalente de expulsión e integración utilitarista e interesada a la que están sujetos. La aparente insensibilidad ante las alarmantes cifras del número de abandonos y muertes ocurridas en los centros de acogida, la ausencia de sustanciales iniciativas privadas en favor de un sector requerido de la contribución material para la creación y sostenimiento de las instituciones asistenciales, sumadas a los reiterados testimonios de los abusos sufridos por este colectivo componen parte del inventario de pruebas que pudieran aportarse al respecto del carácter de la consideración y trato dispensado a la infancia expósita. Es precisamente la persistencia y abierta discrepancia del grado de aprecio social con las ideas regeneradoras impulsadas desde los planteamientos intelectuales y políticos la responsable de la perpetuación, excediendo la cronología de Antiguo Régimen, de las viejas pautas de estima y atención hacia estos marginados pese al esfuerzo de reconocimiento de los derechos y la dignidad del expósito potenciado desde el Estado. Ello es así por cuanto «la sociedad, sin embargo, se mostraba reacia a admitir en su seno a quienes carecían más que de un pasado familiar honorable de los imprescindibles sustentos monetarios«[21].

2. Aproximación cuantitativa a la exposición en la Alta-Extremadura moderna.

Por contraste con las reiteradas conclusiones de todas las investigaciones, conformes en señalar la importante proporción del fenómeno de la exposición y la tendencia creciente del mismo a lo largo del período moderno aunque notablemente más acusada a finales del siglo XVIII, el comportamiento que muestra la Alta-Extremadura sugiere rasgos y desarrollo discordante con respecto a las características apuntadas. Efectivamente, el espacio de estudio manifiesta en términos globales, cualquiera que sean las fuentes empleadas para la aproximación cuantitativa al problema, un reducido volumen de abandonos cuya evolución general, lejos de ratificar la tónica ascendente conocida, contradice los resultados al presentar un siglo XVII de signo claramente regresivo tras el cual volverá a recobrarse la pauta común de aceleración del crecimiento que particulariza al Setecientos. Siendo así y al comprobar por medio de los registros parroquiales la escasa contribución de la exposición a las cifras y movimiento general de la variable de la ilegitimidad, puede por último convenirse en aceptar el abandono como una práctica escasamente recurrente en el ámbito de estudio con frecuencia sustituida, en los casos en los que su empleo responde a las presiones sociales y religiosas ligadas a los nacimientos extramatrimoniales, por las alternativas que ofrece la ocultación de la paternidad y el traslado geográfico de los nacidos a otras localidades.

La explotación de los registros de bautismos de siete localidades rurales encuadradas en el marco geográfico de la Diócesis de Coria[22] tan sólo ha proporcionado 54 casos de nacidos asentados bajo la calificación de expósitos en el amplio intervalo comprendido entre 1.545 y 1.799. Tal número supone un 14,7% del total de ilegítimos registrados por los mismos núcleos en idéntico período y un inapreciable 0,2% de la suma global de nacimientos. Los resultados conocidos permiten comprobar con toda nitidez no sólo la mínima proporción que representan con respecto a la totalidad de los nacidos y la débil aportación de las cifras de los abandonos a la definición del comportamiento de la ilegitimidad, sino que confirman la anormal invariabilidad de las proporciones a lo largo de los tres siglos de estudio, discrepante con los datos aportados por otras investigaciones si bien referidas a ámbitos urbanos y de mayor entidad[23].

Ilegítimos y expósitos en el medio rural: 1.545-1.799.

Nacimientos Ilegítimos Expósitos Ilegit. global
Total 0% Total 0% Total 0% Total 0%
1545-1560 508 100 1 0,2 0 0 1 0,2
1580-1610 5746 100 117 2 12 0,2 129 2,2
1645-1660 3749 100 30 0,8 9 0,2 39 1
1680-1710 7842 100 70 0,9 13 0,2 83 1,1
1745-1760 5554 100 26 0,5 6 0,1 32 0,6
1780-1799 8406 100 69 0,8 14 0,2 83 1
1545-1799 31805 100 313 1 54 0,2 367 1,2

Las referencias suministradas por la documentación relacionada con la exposición institucionalizada contribuyen a apoyar las iniciales conclusiones sugeridas por el examen de las fuentes parroquiales al insistir nuevamente en el pequeño número de ingresos registrados, con independencia del establecimiento observado. De tal modo, la Pila de Trujillo contabiliza 899 acogidos en el período 1.640-1.699, lo cual supone una media anual de 15 niños, similar a las 16 entradas por año que contabiliza la Casa Cuna dependiente del Monasterio de Guadalupe entre 1.785-1.790 y no sensiblemente distanciada de los 27 admitidos que asienta la Casa de expósitos de Plasencia en las décadas comprendidas entre 1.717 y 1.800[24]. La moderación de estas cifras se hace aún más evidente al ser contrastadas con las estimadas en los grandes centros asistenciales. Los ingresos medios anuales del quinquenio 1.785-1.789 en los establecimientos de Guadalupe y Plasencia, cifrados en 16 y 40,2 entradas, distan de forma considerable de las 508 asentadas por el Hospital General de Zaragoza en el mismo período, los 558 y 358 expósitos acogidos respectivamente en cada año en el Hospital General de Barcelona y Valencia, la media de 767 entradas por año de la Inclusa de Madrid entre 1.781 y 1.790 o las 314 y 413 de las Casas de Sevilla y Cádiz, por citar algunos ejemplos. La modestia del volumen ha de relacionarse más bien con aquellas medias anuales situadas en torno a los 40-50 abandonos a los que dan cobertura las instituciones existentes en localidades de menor entidad tales como Lorca, Guadix, Antequera, Roda, Baeza o Ávila[25].

Por lo que respecta a la segunda de las características particularizadoras de la exposición en la Alta-Extremadura, la alternativa ofrecida por las fuentes vinculadas a los centros asistenciales de acogida hacen posible la comprobación de la extraña tendencia estabilizadora que habían manifestado las proporciones de los abandonos anotados en los registros de bautismos. El examen de aquéllas insinúa en primer término el anómalo decrecimiento del volumen de los abandonados en el transcurso del siglo XVII, siquiera por lo que importa al espacio de influencia de la Pila de Trujillo[26], de modo contrario a la evolución general descrita y al efecto de recuperación de los valores que cabría esperar como resultado del trasvase de las cifras de la natalidad ilegítima a esta categoría, fruto de la aparente reducción de los valores de aquélla en el contexto represivo y moralizador de la Reforma[27]. Los nuevos datos no sólo apoyan las primeras apreciaciones sino que insisten en la nítida ruptura y distanciamiento del comportamiento de esta variable con respecto a la trayectoria positiva que marca el Seiscientos en otros ámbitos. Incluso el inicio de la centuria siguiente parece confirmar en el área al que compete la actividad de la fundación de Plasencia el sostenimiento de las proporciones descendentes del siglo anterior, al menos durante el primer cuarto del mismo según expresa el valor de la tendencia (-0,5) para el período 1.717-1.725. Tal pauta parece truncarse en la década de los treinta, momento en el cual se inaugura una fase positiva de recuperación de las cifras, intensificada a fines del Setecientos -valor de la tendencia 1.736-1.770: +0,2; 1.774-1.800: +1,3-, que es coincidente con el notable incremento generalizado que registran las tasas de expósitos e ilegitimidad en todo el occidente moderno al término del Antiguo Régimen.

No obstante este último efecto de evidente recuperación, los escasos valores de una y otra variable detectados a lo largo del amplio período de análisis y mantenidos incluso en las etapas de mayor incidencia del fenómeno sólo caben ser entendidos al considerar la baja densidad poblacional de los núcleos muestreados, y por extensión de la totalidad del espacio de investigación[28], junto a la escasa incidencia de las prácticas sexuales ilícitas en comunidades en las que puede ser admitido el éxito de la implantación de un riguroso código de conducta social y moral surgido de los planteamientos de la Reforma católica[29].

Las características poblacionales de la mayor parte de los municipios alto-extremeños determinan las menores oportunidades de establecimiento de diferentes relaciones a partir de las cuales generar los nacimientos extramatrimoniales que se presuponen principales causantes y componentes del grupo de expósitos, al tiempo que coartan la práctica del abandono dada la situación de fuerte control social y vigilancia desde el orden civil y eclesiástico que ha de presumirse en colectivos de tan reducida entidad[30]. Al respecto conviene recordar la irrelevante proporción de las tasas de ilegitimidad arrojadas por los núcleos de estudio, de acuerdo con las cuales apenas uno de cada cien nacimientos de los producidos en los tres siglos considerados tendría origen fuera del marco de las relaciones legítimas, que son conformes con el comportamiento peculiar del mundo rural caracterizado por la significativa menor incidencia del fenómeno de la ilegitimidad con respecto al ámbito urbano. De igual modo, la comprensión de la quiebra del ritmo de crecimiento que ha sido observado en el transcurso del XVII no puede dejar de ser relacionada con el descenso, próximo al 50%, de los porcentajes de aquella variable que resultaría del esfuerzo de erradicación del concubinato, la mayor contención ejercida sobre las costumbres, la intensa presión de la Iglesia para proceder a los matrimonios de reparación precedidos de una concepción y el discutible empleo de medios anticonceptivos en las relaciones extramatrimoniales, a los que obliga el clima moralizador postridentino[31]. A todo ello, Testón Núñez añade como justificante de la baja de los datos relativos a la institución de Trujillo el creciente rechazo social y religioso que experimenta la práctica de la exposición desde finales del XVII a principios de la centuria siguiente, al que se unen las crecientes muestras de desacuerdo expresadas desde la propia Iglesia con respecto a la continuación en su labor de asistencia hacia estos marginados[32].

De tal forma, pese a comprobar la mínima incidencia de las prácticas sexuales ilícitas -de las cuales se nutre mayoritariamente el colectivo de niños abandonados- en grupos notablemente condicionados por su entidad poblacional y el acatamiento al código de conducta moral y social surgido de la Reforma, dadas aquéllas la sociedad alto-extremeña de Antiguo Régimen encuentra en posibles métodos abortivos y anticonceptivos de difícil estimación, pero especialmente en la ocultación frecuente de la identidad de los padres y en el desplazamiento de la madre y el nacido a otras localidades los instrumentos de escape del rechazo social y la sanción jurídica y religiosa que supone la anomalía de la ilegitimidad. La opción extrema de ocultación que representa el abandono o la exposición no parece haber supuesto un uso recurrente, habida cuenta de los totales ofrecidos por los registros bautismales o las fuentes institucionales. A propósito de lo anterior ha de ser considerada la mayoritaria presencia de parejas implicadas en relaciones de tal naturaleza en las que se desconoce la persona de ambos o al menos uno de los miembros, cuyas proporciones se sitúan ampliamente y en todo momento por encima del 60% de la totalidad de las concernidas.

Caracterización general de las parejas implicadas en nacimientos ilegítimos: 1.580-1.799.

Ambos desconocidos Uno conocido Ambos conocidos
Total 0% Total 0% Total 0%
1580-1610 46 39,3 70 59,8 1 0,9
1645-1660 7 23,3 11 36,7 12 40
1680-1710 46 65,7 12 17,1 12 17,1
1745-1760 1 3,8 15 57,7 10 38,5
1780-1799 12 17,4 34 49,3 23 33,3
1580-1799 112 35,9 142 45,5 58 18,6

Por lo que importa a la segunda de las alternativas apuntadas como sustitutorias de la práctica extrema de la exposición, el traslado geográfico de los nacidos, en ocasiones motivado por el de la madre durante la gestación, adquiere un significado similar y una importancia numérica no despreciable con respecto a la primera. El desplazamiento del niño constituye una vía atenuada del abandono en la que es resuelta de manera compatible la aceptación de las responsabilidades de la paternidad y la crianza de estos menores con la dejación de los mismos, si bien bajo atención de los progenitores, con los consiguientes efectos de desvinculación paternal, familiar y geográfica del nacido de su entorno original. En este flujo de intercambios entre núcleos próximos se encuentran implicados 34 niños de las localizadas muestreadas, siete de los cuales aparecen acompañados de sus madres en lo que se intuye un traslado de ésta por motivaciones diversas y no suficientemente claras[33]. En cualquier caso, la crianza por nodrizas mercenarias en municipios ajenos al de origen pero geográficamente cercanos al objeto de favorecer los contactos entre padres e hijos plantea una importante diferencia cualitativa en las condiciones de vida que contrastan de manera notable con las que ocasiona el hecho del abandono en sentido estricto, por cuanto éste implica una drástica ruptura con todos los elementos articuladores e integradores de la vida del individuo, la total desasistencia material y el aislamiento en medio de comunidades organizadas por lazos de parentesco y redes de clientelismo y solidaridades vecinales y familiares.

3. La asistencia institucional a la infancia abandonada.

Pese a la generalizada actitud de rechazo social e institucional frente al expósito, la ineludible necesidad de dar respuesta a un hecho cotidiano, palmario y en franco crecimiento exige, en el transcurso del período moderno, la creación a nivel nacional de diferentes instituciones dedicadas a la atención de este sector de marginados, en consonancia con las motivaciones, las demandas de la coyuntura socio-económica y la evolución del fenómeno de la exposición en cada momento.

La realidad de la asistencia en el territorio de estudio se singulariza por el desequilibrio en la distribución de las fundaciones ocupadas de dicho colectivo, la inercia en el funcionamiento de las mismas y el aparente escaso interés suscitado en la iniciativa privada, a juzgar por los escasos apoyos constatados hacia esta materia. Por lo que concierne a la geografía asistencial en la Alta-Extremadura, la observación de la dispersión de los centros a lo largo del territorio descubre la contrapuesta situación de los espacios dependientes de una y otra diócesis. De tal modo, mientras la mitad occidental de la actual provincia de Cáceres se muestra en un estado de total abandono a nivel institucional en este ramo de la beneficencia, el espacio dependiente de la jurisdicción de la Diócesis de Plasencia aparece suficientemente dotado por tres fundaciones localizadas en Trujillo, Plasencia y Guadalupe, conformadoras de una red asistencial coherente capaz de atender las necesidades de norte a sur del territorio diocesano.

En tanto el término del Obispado de Coria carezca de medios por los cuales organizar y centralizar la atención a los expósitos originados en el propio territorio diocesano, habrán de ser las autoridades civiles y eclesiásticas, aun cuando excepcionalmente se documente la implicación de alguna iniciativa particular, las ocupadas a nivel local de la atención primaria y financiación de los gastos derivados de la crianza a cargo de amas de los respectivos o núcleos próximos:

«En el lugar de la Zarza de Montanches en veinte y nueve días de el mes de Agosto de el año de mil setecientos noventa y seis, Don Francisco Fernández Martha, cura párroco de él, bauticé solemnemente sub conditione a una niña (…). Y havía aparecido expuesta el día quatro de el próximo pasado Julio en una espuerta colgada de la ventana de casas de morada de Don Juan Sánchez Yzquierdo, presbítero de este lugar (…). Fue entregada dicho día quatro a esta real justicia, alcalde Gaspar Prieto quien haviendo gestionado para su admissión en la pila de Truxillo, no la reciben. (…) tomé la providencia de passar aviso a María Rodríguez Suero, muger de Juan Duque Higuera de esta vecindad, quien la está criando y por nombramiento que hice en ella para madrina de dicha niña, y lo fue (…)«[34].

La inexistencia de una institución propia origina un flujo de desplazamientos de los abandonados hacia los centros cercanos de Plasencia, Salamanca, Badajoz o Trujillo, de acuerdo con las áreas de influencia de cada uno de ellos, a partir de los cuales se inicia un nuevo tránsito de los menores hasta las localidades de residencia de las nodrizas mercenarias empleadas en tales fundaciones. La presencia de expósitos cacereños en Salamanca es, no obstante, poco significativa a juzgar por el escaso porcentaje del total de foráneos recogidos (8,72%) que contribuyen a completar junto a los procedentes de las provincias de Ávila, Madrid, León o Asturias durante el primer cuarto del siglo XVIII[35]. Por tanto, dadas las condiciones de proximidad geográfica y accesibilidad en cada caso, habrán de ser las instituciones de Plasencia y Trujillo las principales destinatarias habida cuenta de las dificultades orográficas y la limitada capacidad asistencial planteada por la Casa Cuna del Monasterio de Guadalupe:

«Se advierte que transitan por esta villa (según dicen) los niños expósitos que vienen de justicia en justicia y van a parar a Truxillo, y sufre el gasto del ama y de la conducción a otro pueblo«[36].

Finalmente, y dentro de la corriente de promoción y expansión de la red de centros de beneficencia estimulada por la gestión ilustrada en las últimas décadas del Setecientos, se procederá en el último cuarto del siglo XVIII a la fundación del establecimiento perteneciente a la Diócesis de Coria, constituido a instancia real pero dotado de los fondos señalados en las rentas eclesiásticas de acuerdo con el carácter de las directrices seguidas en política asistencial por los Borbones[37]. A pesar del retraso en la materialización del proyecto, la manifiesta necesidad de esta Casa de Expósitos había sido ya detectada y explicitada por las autoridades locales ante la Corona con algunos años de anterioridad, según se documenta en la declaración remitida al Consejo de Castilla en 1.790:

«[Coria] Dice su Reverendo Obispo que acaba de llegar a aquella Diócesis y que el informe sobre la acordada pedía mucho tiempo, y se inclinaba a creer que en la villa de Cáceres sería necesaria una casa de Expósitos. Mandó el Consejo que el Reverendo Obispo, de acuerdo con la Justicia de Cáceres, informase sobre la casa que juzgaba necesaria en esta población y formasen ordenanzas«[38].

Poco más de tres siglos antes, en la segunda mitad del XV, había sido creada la Casa Cuna dependiente del Monasterio jerónimo de Guadalupe cuyo radio de acción se extenderá sobre las zonas limítrofes al establecimiento y poblaciones de los Montes de Toledo, La Serena, Puebla de Alcocer, Talavera de la Reina «y en fin de más de 20 lugares en contorno«[39]. La baja densidad demográfica del espacio suministrador de los expósitos acogidos, las dificultades de acceso al centro debido a las barreras orográficas que condiciona su enclave, unidas a una adecuada organización interna convierten a ésta en la única institución a nivel nacional con un nivel óptimo de funcionamiento a tenor del panorama global dibujado por las informaciones remitidas a instancias de la Corona en 1.790 a propósito de las condiciones de los establecimientos de expósitos. De acuerdo con el contenido de la citada memoria, la Casa Cuna de Guadalupe recibió 80 expósitos en el quinquenio 1.785-1.789 de los cuales tan sólo 15 niños y 12 niñas, esto es el 33,75% del total de los admitidos, fallecieron durante el tiempo de su acogida. La sola referencia a este último dato, en el momento en que la tasa de mortalidad en el interior de las inclusas podía elevarse fácilmente como tónica general hasta el 80% de los ingresados, basta para expresar el satisfactorio grado de funcionamiento alcanzado por aquélla. Al mismo contribuye no sólo la lograda tarea de crianza y atención de los menores, puestos al cuidado de amas por espacio de siete años, sino además la labor de formación profesional que sigue al período anterior orientada a la enseñanza y ocupación en las propias fábricas del Monasterio en los trabajos relacionados con la lana, el curtido y la hilaza, en el caso de las jóvenes.

Por su parte, la fundación creada en la localidad de Trujillo en el último cuarto del siglo XVI por voluntad de Don Juan Pizarro Carvajal establece por objeto «atender a la crianza y educación de todos los niños que fueran depositados a las puertas de Santa María y Santiago de Trujillo«. El cumplimiento de la anterior disposición testamentaria se concreta en la colocación de los expósitos en domicilios particulares de la propia localidad o geográficamente cercanas tal y como evidencian los ocasionales testimonios hallados en los registros de bautismos de Montánchez, Zarza de Montánchez o Arroyomolinos de Montánchez, poblaciones hasta las que son conducidos para su crianza, si bien con posterioridad la fundación contará con casa propia. Del interés e importancia de la labor desarrollada por la fundación dan muestras las iniciativas de apoyo acometidas por diversos particulares y de protección proporcionadas por los poderes públicos a través de la acción municipal y la adopción de puntuales disposiciones gubernamentales tales como la Real Cédula de 1.691, según la cual se determina la donación de un subsidio fijo de 413.200 maravedíes anuales obtenidos de los recursos aportados por los tributos de alcabalas de los municipios de Abertura, Escurial, Zorita, Alcollarín, El Campo, Robledillo, Villamesías, Madrigalejo, Herguijuela y Trujillo. En último término, lo anterior no será obstáculo para que el proceso desamortizador de los bienes pertenecientes a las instituciones de beneficencia iniciado en 1.798 termine por extinguir dicha fundación[40]. En tanto tiene lugar este fin, los datos conocidos por lo que concierne a la capacidad asistencial de la misma contabilizan 899 niños acogidos por la Pila en el período 1.640-1.699, de los que tanto el volumen como evolución descendente del número en el medio siglo observado han permitido corroborar la idea de la escasa importancia cuantitativa del fenómeno y su anómala trayectoria con respecto a la tónica de otras áreas del país.

Finalmente, el noreste del actual territorio provincial es atendido por la Casa Cuna de Plasencia, la cual colabora a completar de modo aceptable la red asistencial de la zona. Pese a la constancia de referencias anteriores alusivas a la existencia de la denominada Casa del Buensuceso dedicada al alojamiento de los niños expósitos, los primeros datos concretos referidos a su origen aparecen datados en 1.581, pero el inicio de la actividad continuada de afianzamiento de la fundación sólo parece advertirse a fines del siglo XVI e inicios de la siguiente centuria cuando se suceda la donación de diferentes legados donados en su totalidad por las autoridades eclesiásticas de la Diócesis para aquel fin[41]. El examen de esta institución, a diferencia de las anteriores, ofrece la posibilidad de lograr un acercamiento exhaustivo a los rasgos de la exposición institucionalizada en el ámbito demográfico, social y económico de la Alta-Extremadura durante el siglo XVIII por medio de la documentación sistemática de los asientos de ingreso de expósitos en la Cuna así como de los libros de administración de la misma, perfectamente conservados.

Evolución del número de ingresados en la Casa Cuna de Plasencia: 1.717-1.800.

graf1El análisis de los datos extraídos de los Libros de entrada de expósitos[42] insisten, como ya fuera apuntado, en la moderación de las cifras del abandono en el caso propio incluso en la fase de mayor crecimiento del fenómeno, aunque parecen confirmar la tendencia al incremento del número de acogidos en el transcurso del XVIII, más intensificada en las últimas décadas del siglo. Son un total de 1.954 los menores ingresados en el intervalo 1.717-1.800, a excepción de los correspondientes a los años 1.727-35 y 1.771-73 cuya suma se ignora; volumen considerablemente distanciado de los globales ofrecidos por la institución próxima de Salamanca, incluso sensiblemente inferior a los datos parciales conocidos para el establecimiento regional de la ciudad de Badajoz y en absoluto comparable con los resultados proporcionados por cualquiera de los centros dedicados a este sector localizados en las principales capitales de provincia. No obstante esta discrepancia en cuanto a la intensidad de los ingresos, el movimiento secular de los mismos en la institución placentina reproduce debidamente en su escala la evolución creciente del fenómeno que caracteriza al siglo XVIII.

Por lo demás, los aspectos cualitativos de la exposición en la Casa Cuna de Plasencia se muestran similares a los ya sabidos: posible filiación ilegítima de los abandonados, en tanto el 60% de los ingresados son nacidos el mismo día del abandono o a lo sumo veinticuatro horas antes de producirse la entrega; alarmante tasa de mortalidad que afecta al 72,2% de los niños en todo el período de estudio; temprana muerte de los menores, a juzgar por el 74% de fallecidos en el transcurso del primer año de vida dependiente de la institución; mínimas alternativas a la condición y situación del expósito, puesto que los casos de recuperación o devolución a la familia natural se limitan al 4% del total mientras los de prohijamiento se reducen a un ejemplo casi anecdótico. En último extremo, la década final de análisis conoce el agravamiento de todos los indicadores y muestra los caracteres de la peculiar crisis asistencial de la institución extremeña análoga a la que padecen sus homólogas a nivel nacional en idénticas fechas. La inercia en el funcionamiento interno del centro dada la presumible falta de recursos materiales para adecuar el pago de los servicios de las amas, principales sostenes del sistema, en el momento de mayor presión provocado por el notable crecimiento del número de ingresos, la tímida implicación de la sociedad alto-extremeña en este conflicto justificado por las duras condiciones de existencia agravadas a fines del Antiguo Régimen y la posible indiferencia ante unos menores a los que se les relaciona con la tacha social y moral de la ilegitimidad pueden aportar los argumentos de base para comprender el progresivo deterioro de la calidad de la atención y el aumento del número de muertes derivadas de ello. Por lo que respecta a las causas inmediatas de estos resultados, éstas habrán de ser puestas en relación con la mayor precariedad de la asistencia que se vincula a la frecuente participación a fines del XVIII de amas de localidades más deprimidas y distanciadas, situadas mayoritariamente en la comarca de Las Hurdes, únicas dispuestas a aceptar las reducidas compensaciones económicas proporcionadas por la Casa Cuna en el instante en el que comienza a ser detectada su parálisis funcional.

4. Consideraciones finales.

El análisis de distintos rastros relacionados con el fenómeno de la exposición en el marco espacial y social de la Alta-Extremadura moderna ha permitido poner de relieve la escasa incidencia de un uso, sin embargo, ampliamente difundido y en creciente expansión en las comunidades tradicionales modernas. La singularidad de tal comportamiento cabe ser entendida esencialmente a la luz de las características poblacionales de los grupos de estudio y del sistema de valores y las concepciones sociales que los determinan, imbuidas de los dictámenes de la Iglesia de la Reforma. No obstante, si la miseria ha de presumirse en grado de difícil estimación en el trasfondo de las motivaciones que, pese a lo dicho, originan esta práctica, la misma ha de estar presente en la explicación de las precarias condiciones de vida ofrecidas a los menores en las instituciones asistenciales extremeñas y en la comprensión de la gravedad de las consecuencias que de ellas se derivan, medible en términos de tasas de mortalidad.


NOTAS:

* El presente trabajo se inscribe dentro del proyecto de investigación más amplio dedicado a la condición y situación de la infancia en la Extremadura del Antiguo Régimen, que está siendo desarrollado gracias a la ayuda prestada por la Consejería de Educación y Juventud de la Junta de Extremadura.

[2] Jolibert, B. L’enfance au XVIIe siècle. Paris, 1.981, p. 32.

[4] Novísima Recopilación. Libro VII. Título XXXVII. Leyes I y II.

[6] Novísima Recopilación. Libro VII. Título XXXVII. Leyes III, IV y V.

[8] La obra de M. Lobo Cabrera, Mª Elisa Torres Santana. «Los «otros» a partir de la obra de Domínguez Ortiz» en Manuscrits, nº 14, 1.996, junto a los trabajos de A. Marcos Martín. «Infancia y ciclo vital: el problema de la exposición en España durante la Edad Moderna» en De esclavos a señores. Valladolid, 1.992 y el ya referido de A. Domínguez Ortiz permiten un breve acercamiento a la producción historiográfica española en esta materia así como a las primeras síntesis e interpretaciones globales sobre los datos conocidos.

[10] Ibíd., p. 174.

[12] El trabajo de L. C. Álvarez Santaló. «Anormalidad y códigos de conducta de la familia en el Antiguo Régimen: la doctrina religiosa sobre el abandono de niños» en Chacón Jiménez, F. Familia y sociedad en el Mediterráneo Occidental. Siglos XV-XIX. Murcia, 1.987, aborda un interesante análisis del discurso eclesiástico sobre la exposición a partir del estudio de las fuentes que constituyen los manuales de confesión y las sumas morales de la época.

[14] A propósito de la polémica teológica y moral planteada en torno al aborto, el infanticidio y la anticoncepción puede consultarse A. Sauvy, H. Bergues y M. Riquet. Historia del control de nacimientos. Barcelona, 1.972.

[16] Fernández Álvarez, M. La sociedad española del Renacimiento. Salamanca, 1.970, p. 161.

[18] En términos generales, el ilegítimo «es propiamente aquél a quien es imposible asignar una plaza en la organización social existente. Económicamente no es el heredero de ninguna fortuna, políticamente no puede llevar títulos ni nombre, religiosamente es rebajado a un rango inferior a causa de la falta moral que mancilla su origen«. Jolibert, B., op. cit., p. 25.

[20] «Los Rectores ó administradores de las casas de niños expósitos del Reyno pongan el mayor cuidado en saber quien saca de ellas a las criaturas (….), para evitar iguales casos á lo ocurrido en San Lucar de Barrameda de haber sacado la Sociedad Económica de Amigos del Pais de aquella ciudad de poder del autor de una compañía de volatines dos chicos que habia tomado en la casa de expósitos de Valencia, para habilitarlos en sus violentos manejos de cuerpo«. Novísima Recopilación. Libro VII. Título XXXVII. Ley III.

[22] Los núcleos rastreados en el presente trabajo son Acebo, Aliseda, Brozas, Hoyos, Montánchez, Robledillo de Gata y Zarza de Montánchez.

[24] Testón Núñez, I. Amor, sexo y matrimonio en Extremadura. Badajoz, 1.995, p. 244. Los datos concernientes a la Casa Cuna de Guadalupe han sido obtenidos de la Representación de Don Antonio Bilbao al Consejo sobre expósitos. Resolución del Consejo e informe de muchos prelados sobre la situación de los expósitos de sus diócesis. Biblioteca Nacional. Sección Manuscritos. Manuscrito 11.267 32; en tanto, las referencias a la institución de Plasencia han sido extraídas de los Libros de entradas de expósitos en la Casa Cuna de Plasencia conservados en el Archivo de la Diputación Provincial de Cáceres.

[26] El número de admitidos en la Pila evoluciona de modo decreciente a lo largo de las décadas comprendidas entre 1.640 y 1.699, con excepción de la recuperación de los valores observada en el período 1.680-1.689. Los totales describen una línea de descenso que se inicia en el nivel de los 201 abandonados durante la década 1.640-1.649 para concluir en la cifra de 98 ingresos registrados en el último decenio. Testón Núñez, I., op. cit., p. 244.

[28] Rodríguez Cancho, M. «El número de extremeño en los tiempos modernos» en Rodríguez Sánchez, A., Rodríguez Cancho, M. y Fernández Nieva, J. Historia de Extremadura. Tomo III. Los tiempos modernos. Badajoz, 1.985, pp. 485-503.

[30] La población total de los núcleos de estudio en el momento de la elaboración del Censo de Floridablanca son, de acuerdo al mismo, los siguientes:
Acebo: 1.464 habitantes. Aliseda: 982 habitantes. Brozas: 4.701 habitantes. Hoyos: 1.151 habitantes. Montánchez: 2.618 habitantes. Robledillo de Gata: 528 habitantes. Zarza de Montánchez: 795 habitantes. Censo de Floridablanca, 1.787. Cáceres. Edición I.N.E.. Madrid, 1.987.

[32] Testón Núñez, I., ibíd., p. 245.

[34] A. D. C. Bautizados. Zarza de Montánchez. Libro 7. Año 1.796; fol. 205.

[36] A. H. P. C. Sección Audiencia. Interrogatorio de la Real Audiencia. Torreorgaz. Caja 643; expediente 16.

[38] Biblioteca Nacional. Sección ManuscritosRepresentación de Don Antonio de Bilbao al Consejo sobre expósitos… Manuscrito 11.267 32, fol. 46.

[40] Ortí Belmonte, M. A., op. cit., p. 61.

[42] A. D. P. C. Sección Beneficencia. Libros de entrada de expósitos en la Casa Cuna. Números 1-9.

Oct 011998
 

Mª del Pilar Cárdenas Benítez.

Muchos son los extremeños que emigraron a Indias y que participaron en su descubrimiento, conquista y población. Como la mayoría, llegaron impulsados por el afán de gloria, de grandezas, de enriquecimiento, de fama.

Juan Prieto de Orellana pasa a las Indias con un propósito: terminar la visita comenzada por Juan Bautista de Monzón, que ha sido hecho preso por los miembros de la Audiencia de Santa Fe.

Este trabajo va a servirse de las cartas que Prieto de Orellana envió al rey desde Santa Fe.

I.- LA VISITA

La monarquía española utilizaba normalmente un doble sistema para asegurar que los funcionarios cumplieran sus deberes: el juicio de residencia y la visita.

La bibliografía existente sobre este tema es bastante escasa y hace falta una síntesis de conjunto, porque lo que hay son estudios parciales o particulares de algunos de los principales visitadores.

En realidad, hay un tercer procedimiento de control, que es la pesquisa; pero tanto por ser más esporádico como por su carácter criminal, y el estar cometido a jueces comisarios, lo hacen algo diferente.

Según José María Mariluz Urquijo, la diferencia entre los juicios de residencia y las visitas consiste en su procedimiento, ya que la corona podía utilizarlos indistintamente y el funcionario que para unos es juez de residencia, es para otros el visitador.

Durante la visita, las autoridades continúan ejerciendo sus cargos; es lo normal en los cargos colegiados, por lo que la visita será la forma más común de fiscalización en este tipo de órganos. Tienen carácter cerrado y no hay posibilidad de suplicación.

Se denominaba con el término visita a las que realizaban todo tipo de visitadores nombrados por el rey, no sólo las que enviaba el Consejo de Indias a Audiencias, cajas reales, casas de moneda, universidades, consulados, casa de contratación, armadas, etc., sino también por otros consejos, como el de la Inquisición para sus tribunales de Indias o el de Ordenes para los caballeros militares, o el de Cruzada para sus tribunales. También se llamaban visitas las que disponían los virreyes en el territorio de su jurisdicción, las Audiencias y los tribunales de la Inquisición de Indias en sus respectivos distritos y las que disponían los superiores de las órdenes religiosas a sus conventos de Indias.

La visita constituía una práctica periódica en los tribunales de justicia de la Península. Parece ser que ante las denuncias, el fiscal del Consejo de Indias aconsejaba al rey la visita y era el propio Consejo quien proveía a los visitadores.

El visitador, para ser elegido como tal, debía ser una persona con una sólida preparación jurídica, dotado de energía y carácter para enfrentarse a autoridades con gran poder y prerrogativas, lejos de la Corte. El nombramiento era realizado por el rey en España, junto con el Consejo; a veces, se delegó en los virreyes.

Las comisiones que lleva el visitador van a ser variables, según las circunstancias y los territorios, generalmente muy amplias.[1]

Se les señala un salario, diferente según las comisiones que lleve y que debe pagarse en el lugar donde se realice la visita.

El visitador debe ir acompañado de un escribano designado por el rey, recibiendo su título de escribano si no lo era anteriormente, y un salario, actuando como secretario de la misma. Junto a éste, un alguacil, también de nombramiento real, y uno o varios contadores de cuentas.

La duración de las visitas es muy variable. Se intenta que sean lo más rápidas posible, pero no hay un plazo general. A pesar de ello, solían tardar años y solicitar prórrogas si se prefijaba una fecha para su terminación.

II.- EL JUICIO DE VISITA EN INDIAS

No hay legislación precisa sobre el tema en los cuerpos legales castellanos ni en la literatura jurídica, sólo disposiciones sueltas, recogidas en las recopilaciones.[2]

Las competencias vienen establecidas por las comisiones que se entregan al visitador.

El proceso que se seguía era el que describimos a continuación:

1.- Iniciación: medidas cautelares.-

Durante esta fase se recomienda el máximo secreto. La realidad es que las noticias llegaban antes que el visitador y se intentaban encubrir los abusos que habían dado lugar a la visita, previa denuncia de los mismos.

2.- Publicación.-

Era obligatoria a la llegada a su destino y se recogía en el documento de su nombramiento. La publicación se hacía a viva voz y el edicto se colocaba en las principales instituciones, como en la Audiencia.

3.- Recusación.-

El juez visitador podía ser recusado desde el momento en que se hacía público su nombramiento por las autoridades que debían ser visitadas.

4.- Notificación.-

En el mismo poder o comisión general que se entrega al visitador al ser designado, se ordena a los visitados que obedezcan sus órdenes, bajo pena. La comparecencia podía realizarse en persona o por apoderado. Si el visitado ha muerto, la notificación citatoria se hace a los herederos, en donde éstos se encuentren.

5.- Demandas públicas.-

Uno de los despachos acostumbrados que se entregan al visitador, le autoriza a oír y sentenciar, con ciertas limitaciones, las demandas públicas que pusieren los particulares contra el virrey y la Audiencia, dentro del plazo fijado. El visitador comenzaba su actuación como juez atendiendo las demandas presentadas dentro de los 60 días primeros, plazo que quedó invariable. Entre estas demandas solía haber muchas de «mal juzgado» contra la Audiencia.

6.- Sumaria.-

A) Información secreta: denuncias, interrogatorio de testigos, revisión de libros.

La misión del visitador es esencialmente informativa. Deben realizar una información sobre la actuación de las personas a las que deben visitar en el ejercicio de sus funciones y cargos, en todos los aspectos de los mismos. Esta información ha de procurarse «por todas las vías y maneras», que en la práctica solían ser tres: denuncias, interrogatorio de testigos y revisión de libros.

Las denuncias al rey o al Consejo de Indias causaron muchas visitas. Algunas denuncias enviadas al Consejo, eran remitidas al visitador para que averiguase la verdad sobre el asunto.

La fuente principal de «la secreta», que así se solía llamar al interrogatorio de testigos, era la declaración de los testigos. Para ello, se redactaba un largo interrogatorio general con los cargos acostumbrados según las autoridades a quienes se visitaba. El visitador daba un auto para interrogar a los testigos, cuyas respuestas quedaban en secreto riguroso, (de ahí su nombre), dado que los visitados seguían ejerciendo sus oficios y era grande el temor a represalias. Por ello, no se pueden dar a los visitados los nombres de los testigos, aunque los pidan al visitador. Otra garantía era la cédula de amparo para todas las personas que pusieran querellas y demandas a los visitados.

Las declaraciones de los testigos debían realizarse ante el escribano de la visita, y no ante ningún otro.

Una tercera vía importante para obtener información era el examen de los libros de acuerdos de la Audiencia y de los libros de la Hacienda Real, pero no podían consultar el registro de cartas que los oidores enviaban al rey con motivo de la visita.

Una vez terminada la «secreta», se cosen las causas, el interrogatorio y la información y se da un auto declarándola cerrada y reservando su conocimiento al Consejo de Indias.

B) Cargos.

Los visitadores tenían que sacar «los cargos que resultaren de las visitas contra los oidores y ministros comprendidos en ellas, así del ejercicio de su tribunales y oficios principales como de todos los demás en que le hubieren tenido».[3]

Podían establecerse dos tipos de cargos: comunes, para todos los miembros de un mismo organismo visitado, y particulares, de cada visitado.

Los cargos son notificados al visitado dándole un plazo desde la notificación para que responda.

C) Descargos:

Los visitados presentaban sus descargos de forma muy detallada, a veces con testigos y amplios interrogatorios.

D) Suspensión y destierro de los visitados:

Si de la información que hace el visitador se deducen cargos contra alguno de los visitados, puede actuar contra ellos con rigor, sin esperar la sentencia del Consejo de Indias. El visitador suele contar entre sus comisiones, la facultad de poder privar de su oficio a un visitado, incluso desterrarle por causa grave. Durante la suspensión no gozan de salario. El rey y el Consejo limitaban mucho esta función.

Para llevar a cabo estas facultades ejecutivas, los visitadores cuentan con la ayuda de los alguaciles mayores de la Audiencia visitada y la del que nombraban por delegación real, para los asuntos de la visita.

7.- Envío de la visita al Consejo de Indias.-

Terminada la visita, se redacta un «memorial ajustado» que facilite a los consejeros de Indias el manejo de tal cantidad de información, obligatorio desde 1565, a petición del fiscal del Consejo Jerónimo de Ulloa.[4]

El visitador da su parecer sin emitir juicio y se da un auto por el que se manda que el tasador de la Audiencia tase las costas para que se abonen sus derechos al escribano de la visita. Aceptada la tasación, por los podatarios, se da otro para que se despache mandamiento para que paguen los salarios a los ministros de la visita y exhiban los pesos para el relator y escribano de la Cámara del Consejo y para las costas de la Avería hasta la Casa de Contratación, donde han de entregarse. Finalmente, el auto de conclusión de la visita y de su remisión al Consejo, que se comunica a los podatarios, y el escribano de cámara da testimonio de la entrega de la visita al Real Acuerdo para su envío a España, a no ser que sea el propio visitador o escribano de la visita el que la lleve personalmente a España. Por lo general se saca una copia que queda en Indias.

8.- La sentencia del Consejo.-

A) Vista.-

Llegada la visita al Consejo, se procedía a la vista de ella con citación de los procuradores de los visitados. A veces van los propios acusados a España. En primer término, son examinadas por el fiscal, pasando después a la sala del Consejo que le pareciere al Presidente. Para las votaciones, el Presidente sólo podía hacerlo si era letrado y debía de tomarse la decisión adoptada por la mayoría, siempre que hubiera un mínimo de tres votos iguales. Si la sentencia implica condenación corporal o privación de oficios, debe consultarse al rey para que él provea lo que conviene.

B) Texto.-

El gran volumen del expediente de la visita y la cantidad de trabajo de los consejeros, hacía que la sentencia tardara algún tiempo en darse. Su texto suele ser bastante amplio, distinguiéndose los cargos generales de los particulares y la gravedad de las culpas. Las penas suelen ser pecuniarias, en algunos casos con pérdida de empleo y sueldo y, una vez cumplida la condena, podían reincorporarse en el mismo tribunal o en otro de rango inferior. Durante la suspensión se nombraban otras personas para ocupar las vacantes.

C) Ejecución: notificación y remisión.-

Una vez dictada la sentencia por el Consejo, se remite a Indias para su ejecución, normalmente a la Audiencia respectiva. Se ordena que la real cédula que contiene la sentencia sea leída públicamente, se asiente la notificación y la publicación, se guarde en el archivo de la Audiencia y se envíe testimonio al Consejo. Un contador del Consejo lleva tres libros para la cuenta y razón de la cobranza de las condenaciones hechas para las ejecutorias y cédulas del Consejo, así en Indias como en España.

En la ejecución de las sentencias era frecuente la remisión de parte de la pena, acortando el tiempo de la suspensión o la cantidad a pagar de las condenas pecuniarias. En este último caso, también se podía pedir demora para su cumplimiento.

D) Suplicación.-

En principio, contra las sentencias del Consejo por visitas o residencias cabía la suplicación, hasta que el rey dispuso en 18 de mayo de 1565 que sólo podía haber suplicación en los casos de pena corporal o de privación perpetua de los oficios y posteriormente, en 1568, dispuso que no hubiera suplicación en las visitas, como era costumbre en la Península.[5]

III.- EL NOMBRAMIENTO DE JUAN PRIETO DE ORELLANA.

Juan Prieto de Orellana era natural de Trujillo, hijo de Juan Núñez Prieto y de Inés de Sosa. Casado con doña María de Sandoval, tenían al menos dos hijos, uno de ellos se llamaba también Juan Prieto de Orellana y que gozaba del título de licenciado, al igual que su padre. El otro era Jerónimo de Sandoval, que según la documentación era «Clérigo de evangelio» [6]

No conocemos cuál era su situación en nuestra Península, pero debía ser letrado de importancia para recibir el encargo que le fue proveído.

El rey se encontraba en Lisboa cuando sancionó la Real Provisión por la que comisionaba a Juan Prieto de Orellana para realizar la visita a la Audiencia de Santa Fe, y así completar la realizada por Juan Bautista de Monzón, que había sido hecho prisionero por los miembros de la dicha Audiencia. Esta real provisión llevaba fecha de tres de septiembre de 1581, tres años después de la de su antecesor.

En este documento se inserta la Real Provisión por la que se dio comisión a Monzón para realizar la primera visita. En ella se indica, en primer lugar, la razón por la que se hace dicha visita: «nuestra merced y voluntad es de mandar visitar a la nuestra Audiencia y Chancillería Real que residen en la ciudad de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada y sauer cómo el nuestro presidente y oidores, fiscal y oficiales della an husado y exercido sus oficios, ansí en las cosas del gobierno y buen despacho como en todas las otras cosas que conciernen a sus oficios». [7]

Seguidamente, se exponen las razones por las que se le ha elegido para realizar esta labor: «Por ende, confiando de vuestras letras y rectitud y prudencia y que bien fiel y diligentemente haréis la dicha visita…»[8]

A continuación, encontramos el nombramiento en sí:«nuestra merced y voluntad es de os la encomendar y cometer y por la presente os la encomendamos y cometemos y os mandamos…»[9]

Lo primero que establece de lo que debe realizarse en la visita es una relación de las autoridades a las que incluye y debe informarse del ejercicio de sus cargos:«presidente y oidores, fiscal, relatores, alguaciles, escribano, recetores, avogados y procuradores de pobres y los otros procuradores y oficiales de la dicha nuestra Audiencia han husado y exercido, usan y exercen sus oficios».[10]

El visitador debía ocuparse de averiguar la actitud de los visitados en tres aspectos fundamentales: el cumplimiento de las leyes vigentes, la conversión de los indios y la buena administración de la hacienda real. De todo ello debían realizar una información, con los cargos y descargos pertinentes, y llevarla ante el Consejo de Indias, cerrada y sellada.

Por último, da poder al visitador para imponer penas a los que no acudan a su llamamiento y colaboren con él.

Hasta ahora hemos visto cuál es el cometido que llevó Juan Bautista de Monzón, el anterior visitador. Pero al rey le ha llegado la noticia de los inconvenientes surgidos de dicha visita, razones por las cuales se envía un nuevo visitador, que va a ser Prieto de Orellana. Estas razones se recogen en el documento de su nombramiento:«Y por ciertas informaciones, testimonios y otros recaudos que en el nuestro Consejo Real de las Indias se an visto, a constado que prosiguiendo el dicho licenciado Monzón en tomar la dicha visita, los dichos nuestro presidente, oydores, fiscal y otros ministros y personas particulares han tenido contra el dicho visitador muchas diferencias e inouediencias, no queriendo obedecer los autos y mandamientos que dio cerca de la suspensión que hizo de los dichos presidente y algunos de los oydores y dieron ellos en contrario otros autos y provisiones para que no se obedesciesen ni executasen las dichas suspensiones y criaron un capitán del sello por que hiziese gente contra el dicho visitador e hizieron otros delitos y ecesos y cosas desacatadas de que han resultado muchos escándalos e inconuinientes, así contra nuestro seruicio como contra el buen gouierno y administraciión de la justicia de aquella Audiencia y en desacato de nuestras cédulas y provisiones y que el dicho licenciado de Monzón en el tiempo que ha residido en aquella tierra ha casado un hijo suyo con una hija del capitán Olalla, contra la boluntad della y de sus padres, porque auía de heredar sus indios teniendo para ello mañas y cautelas indeuidas sin tener licencia nuestra, y que ha tratado y contratado en mercaderías y otras cosas siendo contra lo por nos hordenado y mandado, y que los vnos y los otros en general y en particular, an hecho y cometido otros muchos ecesos y delitos que por las dichas informaciones y recaudos que con ésta se os entregarán, entenderéis más particularmente».[11]

A partir de este momento, se vuelven a repetir las mismas partes de que constaba el documento anterior. Hemos visto las causas que hacen necesario el nombramiento de un nuevo visitador y las razones que tiene el rey para hacerlo: «y por conuenir a nuestro seruicio y execución de nuestra justicia que en prosecución de la dicha visita que ansí está cometida al dicho licenciado de Monzón, se auerigue lo que cerca de todo lo susodicho ha pasado y pasa, y que no la auiendo él acauado de tomar, la fenezcáis y acauéis».

Continúa con las razones en que se basa el monarca para encomendar a Prieto de Orellana para realizar la citada visita: «Por ende, confiando de vos y de vuestras letras, retitud y prudencia que con todo cuidado, fidelidad y diligencia entenderéis en ello», para continuar con el nombramiento: «Es nuetra merced y voluntad de os lo encomendar y cometer y por la presente os lo encomendamos y cometemos».[12]

La parte dispositiva de la real cédula vuelve a ordenar lo mismo que la anterior, pero será Juan Prieto quien tenga que hacerla cumplir, y no el visitador de Monzón. Por otra parte, como las distancias eran largas y las noticias llegaban con cierto retraso, el rey desconocía la situación real en aquel momento del estado de la visita, por lo que establece que se continúe en el punto en que la encontrara, que el anterior visitador le entregue toda la documentación original que tuviera y se marche a su destino, pues había sido nombrado oidor de la Audiencia de Lima. Así, desde el momento de su llegada a Santa Fe, los trámites de la visita los continuaría Prieto de Orellana. También se sustituye al escribano encargado de anotar todos los asuntos de la misma. El resto del documento es igual que el anterior: informaciones y averiguaciones, cargos y descargos que deben enviarse una vez concluidos al Consejo de Indias, junto con la documentación entregada por Monzón. Se pide que todos acudan y ayuden al visitador en su cometido y le da poder para imponer penas a quien no lo cumpla.

A partir de este momento, vamos a conocer algunos aspectos de la visita de Prieto de Orellana a partir de las cartas que fue enviando al rey, sobre éste y otros asuntos.

El licenciado Juan Prieto de Orellana y su hijo, tienen licencia para pasar a Indias con fecha de 17 de febrero de 1582.[13]

La primera carta fue enviada desde Cádiz el 14 de marzo de 1582, por lo que todavía no habían partido para Santa Fe[14]. En ella informa de la documentación recibida sobre los negocios que lleva a su cargo, como es tomar las cuentas a Monzón de lo que ha gastado durante el tiempo que ha durado la visita, la necesidad de renovar a los miembros de la Audiencia para solucionar los problemas que allí han surgido, así como las que envía al licenciado Monzón y a los oidores Zorrilla, Orozco y Peralta, la conveniencia de las personas que se han nombrado como nuevos oidores: Salazar y Castillo. Por último, informa que ha embarcado sus cosas para salir de Cádiz en cuanto parta la armada de Sanlúcar.

El seis de diciembre escribe de nuevo, ya desde Santa Fe.[15] En esta carta nos informa de su llegada a esta ciudad el 24 de agosto, encontrando la tierra «tan reposada y tan en seruicio de Vuestra Magestad como lo está y a estado el lugar más quieto que Vuestra Magestad tiene en España». Lo que quiere expresar el visitador es que el estado de levantamiento que parecía haber en el distrito de la Audiencia no había sido otro que la consecuencia de saber que habían enviado un juez visitador y el temor que se tenía de que éste pudiera descubrir los abusos cometidos por unos y otros.

Continúa diciendo que el anterior visitador, el licenciado de Monzón llevaba preso once meses y tres días cuando lo soltó de la prisión al día siguiente de su llegada y que se hizo cargo de algunos procesos, porque sus causas tenían relación con la prisión de Monzón y era conveniente para la visita.

En cuanto al licenciado Gaspar de Peralta, para el que llevaba título de oidor de aquella Audiencia, lo había requerido en Cartagena, para que fuera a servir su plaza, como convenía al servicio real.

Defiende a Diego de Torres, al decir que se presentó ante él y que lo tiene preso hasta concluir su causa, que enviará para que se vean los engaños que se han hecho sobre el falso levantamiento de este cacique.[16]

Los puntos siguientes nos hablan del estado de la visita, de los desacatos realizados a Monzón, antes y durante su prisión, quejas sobre la actuación de la anterior Audiencia, y la necesidad de reformarla por las injusticias que han causado; en cambio, habla muy bien de los licenciados Salazar y Peralta, los nuevos oidores.

Por último, los comentarios sobre la visita anterior, al tener que concluir los procesos iniciados por Monzón, especialmente sobre el asunto de la marca del oro sin pagar el quinto real.

Finaliza diciendo que envía esta carta en el primer barco que zarpe para España, para que el rey siempre esté informado de la situación de aquella tierra.

El 13 de mayo de 1583 [17] escribe de nuevo al rey. En esta carta informa de las actuaciones del nuevo oidor, el licenciado Salazar, su forma de favorecer a los que estuvieron contra el anterior visitador y su forma de reprender y castigar a los que lo favorecieron:

  • El licenciado Salazar entró en la Audiencia con tanta arrogancia que parecía le venía pequeño el cargo.
  • Le ha dejado el primer lugar, aunque no le correspondía la primacía, para evitar enfrentamientos como los ocurridos en la anterior visita.
  • Solía decir que la visita no era para él, como no lo había sido la anterior para Zorrilla y Orozco, que vinieron proveídos junto con el visitador.
  • Las gratificaciones que realizó a los que habían maltratado y perseguido a Monzón, especialmente a los guardianes que tuvo mientras permaneció en prisión.
  • La condena realizada a un sobrino del licenciado Monzón, que estaba preso por el licenciado Zorrilla.
  • El tratamiento que recibieron Pedro de Salazar, Diego de Torres, Pedro Suárez Farfán, alguacil mayor de Santa Fe, el tesorero Gabriel de Limpias, Esteban de Albarracín e Iñigo de Aranza.

En esta carta informa también de tener preso al secretario Francisco Velázquez, por haber intentado averiguar quién era una persona que se había querellado contra él (como ya hemos dicho anteriormente, el interrogatorio de testigos debía ser secreto), que ya lo había hecho tres veces en tiempo de Monzón, y de estar procurando revisar la visita anterior con la mayor brevedad.

De esta carta podemos deducir el cambio de opinión del visitador sobre el licenciado Salazar y que, a pesar de que en principio tenía una buena opinión de él, contó con la oposición de éste y su actuación en perjuicio de las personas que favorecieron al anterior visitador, aparte de los inconvenientes que ya se le proponían al continuar la visita de Monzón.

Con esta misma fecha, encontramos otra carta dirigida igualmente al rey[18]. En ella nos informa del envío de varias cartas con Iñigo de Aranza, al que recomienda para que el rey le haga alguna merced, como al capitán Antonio del Berrio, el tesorero Gabriel de Limpias y Juan de Guzmán, que en todo momento apoyaron al anterior visitador y que ahora lo favorecen a él, aún jugándose con ello la enemistad con la Audiencia.

El 17 de agosto de este mismo año, envía Prieto de Orellana una nueva carta a Su Majestad[19]. En ella explica cómo en la flota que salió en Mayo había enviado los papeles que tenía hasta entonces, que había informado a los anteriores miembros de la Audiencia, el doctor Lope Díez de Armendáriz y los licenciados Auncibay, Mora y Cetina, de los cargos que se han dado contra ellos, más de mil cien; de la necesidad de reforma de la Tierra, porque la última visita se había realizado diecinueve años antes y se habían cometido desde entonces algunos abusos y desórdenes; en dicha visita se ordenó que en cada repartimiento, los indios dieran cierta cantidad de maíz, trigo y cebada, y los encomenderos pusieran bueyes, arados y rejas, así como media fanega de maíz para cada día, por cada 25 indios para su mantenimiento, pero no lo han cumplido y los indios tienen que pagar la demora [20] en mantas y oro. Tampoco cumplen la tasa que se estableció para los indios que sirviesen como pastores o arrieros, por lo que éstos no tiene con qué mantenerse, ni a sus familias; establece como solución que se le pague a cada indio un jornal por su trabajo. Otro inconveniente para el mantenimiento de los indios es que los encomenderos siembran todas sus tierras, lo que hace imposible que aquellos puedan sembrar ni sostener sus ganados; propone que las encomiendas se den fuera de los pueblos de los indios, para que éstos puedan tener sementeras y ejidos para sus ganados, que les dé para su mantenimiento y como ayuda para las demoras.

Trata también el tema de las doctrinas en las estancias, en las que la situación no era propicia para el convertimiento de los indígenas; había muchos niños sin bautizar y muchos amancebamientos por las altas tasas exigidas por los curas doctrineros para administrar ambos sacramentos.

Solicita nuevas cédulas reales en las que se vuelva a indicar la necesidad de que los oidores salgan a hacer las visitas por turnos rotativos cada año.

El tema de los indios es muy complejo y amplio, por lo que insiste en el mismo, aunque en aspectos diferentes, ya que la situación de los indígenas en la región denominada Tierras Calientes era diferente por tratarse de una zona de abundancia de minas. Continuando con los indios, se queja de que algunos repartimientos, pertenecientes al rey, eran entregados a particulares para su administración. Se han descubierto nuevas minas de oro en Ibagué, para cuya explotación requiere que se envíen esclavos negros, por estar los indios muy agotados. Concluye la carta solicitando algún oficio para su hijo.

La última carta que vamos a comentar es la enviada al rey con fecha de 6 de mayo de 1584[21]. Es mucho más larga que las anteriores, aunque parece que se escribió deprisa por la pronta partida de la flota, que se había retrasado demasiado.

El estado de la visita quedaba de la siguiente forma:

  • Se han dado los cargos y los descargos a todos los visitados, excepto Zorrilla y Orozco, que no han dado los descargos.
  • Que los últimos a los que dio los cargos fue a los secretarios de la Audiencia, por ser sus oficiales los que hacen las tasaciones habiendo un tasador en la Audiencia, además de que han llevado tasas de más.
  • Que no entiende por qué le han enviado una cédula en la que se le ordena que no entienda en cosas ajenas a sus comisiones y pertenecientes a la Audiencia, cuando él siempre se ha atenido a los negocios para los que ha sido comisionado.
  • Sobre los indios, para que cesen en sus idolatrías, ha enviado dos personas para que se informen de la situación de éstos en todo el territorio y se ha establecido que vivan juntos en pueblos, se les han construido iglesias donde no las había, se les han señalado tierras para su cultivo y utilización para ganados, y tengan tierras de la comunidad para ayuda de las demoras y remedio de los pobres de cada pueblo (esto ya lo proponía en la carta anterior). Para ello han tenido que recortar las tierras pertenecientes a los encomenderos. Se han tasado de nuevo los servicios personales que debían dar los indios y que los que fuesen necesarios para pastorear y otros menesteres, sean de los más pobres, ya que dichas labores debían realizarlas a cambio de un salario. Hace un repaso de varias zonas de la provincia de Santa Fe, y en todas coincide la situación de los indios, como está expuesto anteriormente. Los encomenderos realizaban un fraude al tener declarada una cantidad de indios mucho inferior a la real, como habían asentado en los libros de los repartimientos.
  • Sobre los corregimientos, debía reunirse con la Audiencia para ver cuáles convenían y cuales no, según la cédula real que llevaba para este asunto y su salario debe pagarse de la caja real. Pero surgen inconvenientes para su cumplimiento cuando los corregidores lo son de pueblos de indios y son éstos los que deben pagar los salarios con su servicio personal, siendo excesivo el trabajo a realizar por los indios para los corregidores y sus funcionarios, así como contrario a la orden que llevaba de quitar el dicho servicio personal.
  • Comenta la salida de Antonio de Berrio, que ha partido a descubrir El Dorado y los gastos ocasionados.
  • Ha enviado averiguar la diferencia que hay entre esta Audiencia y la de Quito.
  • Hay seis regimientos vacantes en la ciudad de Pamplona, que pueden ser vendidos.
  • Lorenzo del Mármol, escribano de la visita de Monzón, ha sido muy útil porque de su mano estaba escrito todo lo anterior y no ha recibido por ello ningún salario.
  • Recomienda a varios religiosos para cualquier servicio que se pueda plantear, por ser buenas y rectas personas.
  • Continúan los problemas con el licenciado Salazar, que no acepta que Prieto sea su visitador.
  • De la cantidad que envía a España de bienes de difuntos, pertenecen al rey setecientos cincuenta pesos, por no haber herederos.
  • La carta finaliza diciendo que se encuentra viejo y cansado para volver a pasar a España, por lo que solicita se le encargue allí de cualquier cosa que necesite en servicio del rey.

La visita de Prieto de Orellana a la Audiencia de Santa Fe supuso un avance en la defensa de los indios, ya que realmente se llevaron a cabo las reformas propuestas por él en este tema. Debemos agradecer su dedicación y su afán de justicia en un momento de la Historia en que la mayoría de las autoridades solían disponer de su cargo para su enriquecimiento personal.

Juan Prieto de Orellana merece ser incluido entre las grandes figuras de la historia extremeña.

BIBLIOGRAFIA:

  • Aguilar Rodas, Raúl: «La montaña de Oro». Medellín, 1996.
  • Gálvez Piñal, Esperanza: «La visita de Monzón y Prieto de Orellana al Nuevo Reino de Granada». Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-americanos, 1974.
  • Mariluz Urquijo, José María: «Ensayo sobre los juicios de residencia indianos». Sevilla 1952.
  • Ruiz Rivera, Julián:«La visita del Juez Vargas Campuzano a la provincia de Cartagena de Indias en 1675». En: ENTRE PUEBLA DE LOS ANGELES Y SEVILLA. HOMENAJE AL DR. J.A. CALDERON QUIJANO, pág. 317-332. Escuela de Estudios Hispanoamericanos y Universidad de Sevilla.
  • Sánchez Bella, Ismael:«Derecho Indiano: estudios. I Las visitas generales en la América Española (Siglos XVI-XVII). Barcelona, 1991.

NOTAS:

[1] En el libros de Ismael Sánchez Bella «Derecho Indiano estudios. I Las visitas generales en la América Española (siglos XVI-XVII)», en las páginas 26 a 28 podemos encontrar las comisiones otorgadas a Juan Bautista de Monzón.

[2] La recopilación de 1680 recoge en el título 34 del libro II el siguiente epígrafe: «De los visitadores generales y particulares».

[3] Recopilación de 1680, Real cédula de 3 de diciembre de 1630 al visitador del Perú Gutiérrez Flores.

[4] Real Cédula de 28 de junio de 1565 general para todas las Indias. A.G.I. Indiferente General, 524.

[5] Todo lo referente al estudio de la estructura y desarrollo de las visitas ha sido tomado de la obra de Sánchez Bella, Ismael:«Derecho Indiano estudios. I. Las visitas generales en la América Española (Siglos XVI-XVII)».

[6] Encontramos su información de méritos y servicios en A.G.I., Santa Fe 125, N.31, en 1585. Llevaba unos cinco años en las Indias cuando pasaron su padre y su hermano.

[7] A.G.I. Contratación 5792, L.1, F.224v-226r, Ims.442-445.

[8] Ibídem.

[9] Ibídem.

[10] Ibídem.

[11] Ibídem.

[12] Ibídem.

[13] A.G.I. Contratación 5538, L.1, F.343, Im.693. Lo mismo en Pasajeros L.6, E.4054 y E.4055.

[14] A.G.I., Santa Fe 16, R.26, N.163.

[15] A.G.I. Santa Fe 16, R.26, N.181.

[16] Diego de Torres es quien hizo la denuncia que dio lugar a la visita de Monzón. Era cacique de Turmeque, mestizo hijo de uno de los conquistadores de aquella provincia y se le había acusado de querer provocar un levantamiento indígena contra las autoridades españolas.

[17] A.G.I. Santa Fe 16, R.27, N.196.

[18] A.G.I. Santa Fe 16, R.27, N.197.

[19] A.G.I. Santa Fe 16, R.27, N.202.

[20] La demora es la cantidad de mantenimientos que necesitan los indios mientras están trabajando en las minas.

[21] A.G.I. Santa Fe 17, R.1, N.1.

Oct 011998
 

Manuel García Cienfuegos.

P.1. LA SOCIEDAD MONTIJANA A INICIOS DEL SIGLO XIX: UN ENJAMBRE POLÍTICO.

El análisis de un fenómeno como el ocurrido entre 1808 y 1814, la denominada Guerra de la Independencia española, conlleva forzosamente el previo interés por entender la realidad en la que se encuentra. Si se analiza este fenómeno que afectó a todos los ámbitos de la vida cotidiana de inicios del XIX, es obligada la visión de ese momento.

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