Francisco Javier Timón García.
Desde el 14 de diciembre de 1808, día en el que tropas al servicio de Napoleón Bonaparte entraron en Navalmoral de la Mata por primera vez, hasta el 30 de marzo de 1813 cuando las últimas partidas enemigas abandonaron definitivamente la comarca del Campo Arañuelo extremeño, los abusos de todo tipo cometidos por los soldados franceses en el contexto de la Guerra de la Independencia Española contra los comarcanos, sus bienes y sus haciendas, fueron constantes. Tales quebrantos, sumados al hambre, las epidemias y las enfermedades que surgieron como consecuencia de la guerra, convirtieron esa «Mesopotamia» entre los ríos Tajo y Tiétar en un espacio inhóspito, carente de lo más necesario para subsistir, insalubre y peligroso durante gran parte de dicho periodo; hasta el punto de que a lo largo de 1809 la mayoría de sus pobladores se hallaron ausentes de sus hogares debido a la incertidumbre y al miedo, refugiados en otros pueblos lejanos más seguros, u ocultos «como alimañas» en habitáculos improvisados en las soledades de montes y sierras, de donde no se atreverían a salir hasta bien entrado 1810.
La crónica general de aquel conflicto registra el desarrollo de sus grandes acontecimientos, así como los nombres y experiencias de quienes, para su gloria o su deshonra, fueron protagonistas destacados de hechos concretos —decisiones políticas o acciones militares—, y no las identidades y vivencias de otros muchos personajes menores de todo género y condición que, muy a su pesar y con motivo de aquellos grandes sucesos, hubieron de afrontar en su devenir cotidiano las más extremas circunstancias y sufrir sus consecuencias sin más socorro que su ingenio o su buena estrella, ni más fiel de fechos de sus fatigas que la apatía del anonimato. Aunque, si se indaga, la investigación en el ámbito de lo local —donde se hallan muchas de las fuentes que nutren la intrahistoria— nos sorprende a veces con el discreto pero valiosísimo testimonio de algún humilde espectador de primera fila que tuvo la intuición suficiente como para darse cuenta de la trascendencia histórica de los acontecimientos del día, y el talante y acervo necesarios como para detenerse a contarlo desde la óptica de su propia experiencia.
En este sentido y en tal contexto, caso verdaderamente excepcional fue el de don Manuel Talabán Mateos, cura rector de la parroquia de Santiago Apóstol el Mayor de la villa cacereña de Belvís de Monroy antes y durante los años de la Guerra de la Independencia; testigo y víctima coyuntural de tan dramático episodio de nuestra historia, en el que ser clérigo no fue, precisamente, un salvoconducto para la supervivencia, sino todo lo contrario. Personaje respetado y apreciado entre sus feligreses, a los que impartió el pasto espiritual de la fe católica durante gran parte de su vida; culto, informado, curioso y diligente, según se extraen de la multitud de escritos, de verbo fácil y letra sencilla y clarísima, que nos ha dejado, insertos en muchas páginas de la literatura canónica y registral de la mayoría de los libros propios de dicha parroquia que él conoció y manejó. Algunos de esos textos y anotaciones se refieren al capítulo de la Guerra de la Independencia, y nos permiten conocer hoy importantes detalles del drama que aquel conflicto provocó en su vida y, sobre todo, en la de los vecinos de la villa y señorío de Belvís de Monroy y su entorno. Libros y documentos por los que don Manuel mostró gran interés y extraordinario celo desde su aparición en esa villa arañuelana, de la que no era natural, y que, luego, tras los destrozos producidos en ella por parte de los franceses a primeros de agosto de 1809, se preocupó de resguardar —hasta niveles insospechados, como veremos—, renovar y reconstruir en forma y contenido en cuanto se lo permitieron las circunstancias. Gracias principalmente a esa actitud, y además de lo referido, se ha conservado hasta hoy una muy importante base de datos que aglutina buena parte de la historia de Belvís de Monroy, en concreto la que tiene que ver con las costumbres y tradiciones religiosas, e incluso con la genealogía y pedagogía de sus vecinos, mucho más allá del año fatídico de 1808; cosa nada baladí, si se tiene en cuenta la importancia que esta villa alto-extremeña tuvo en el pasado, cuando su nombre trascendió incluso la barrera del marco continental.
Sirvan, pues, estas páginas como reconocimiento particular a la figura de don Manuel Talabán Mateos por su determinación en pro de la salvaguarda de una parte sustancial e insustituible de nuestra memoria escrita —la de todos—, y como recuerdo y homenaje a este «cronista accidental» que se empeño en dejar constancias de los dramáticos sucesos que le tocó vivir, «para memoria de los venideros», como él mismo apuntó —requien in gloriam Dei—. Personalidad que, por otro lado, debería ser motivo de orgullo y objeto de honores por parte de los vecinos del municipio de Belvís de Monroy[2] de ahora y de mañana, principales usufructuarios de su legado que también se pretende perpetuar a través de las páginas de este trabajo.
EL PERSONAJE Y SU ENTORNO ANTES DE LA INVASIÓN NAPOLEÓNICA
- Belvís de Monroy en el umbral del siglo XIX
Olvidados ya los trastornos que la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) provocó en la zona en ciertos momentos de su desarrollo, la vida en los pueblos de la comarca del Campo Arañuelo extremeño había transcurrido sin mayores sobresaltos a lo largo del resto del siglo, al ritmo pausado y discreto de los trabajos del campo y sus oficios y al paso solemne de las costumbres y los ritos seculares propios del Antiguo Régimen, cuyo orden aparecía representado de manera paradigmática en la pequeña villa arañuelana de Belvís de Monroy. En ella el devenir de sus vecinos giraba en torno a sus abundantes tierras comunales, a las dehesas, pequeñas industrias y propiedades de su señor feudal y alrededor de las diversas fincas rusticas pertenecientes a sus numerosas instituciones religiosas; a saber: las vinculadas al rico convento de dominicas llamado de Santa Ana, al más modesto de monjas clarisas titulado de San Juan de la Penitencia y, en menor medida, a las propiedades de sus parroquias y a las muy pocas del humilde convento extramuros de franciscanos descalzos llamado de San Francisco del Berrocal, desde el que partiera en 1523 la primera misión encargada de evangelizar a los indios de Nueva España, cuyos miembros pasarían a la historia como «Los Doce Apóstoles de México».
A propósito de sus peculiaridades en este periodo finisecular, bien conocidas son las informaciones registradas en los «famosos» Interrogatorios de la Real Audiencia de Extremadura, incoados al hilo de la fundación de este instituto (30 de mayo de 1790) y encargados por él con el objeto de recabar noticias puntuales respecto del estado de los pueblos y ciudades de cada uno de los ocho partidos de la Provincia[3], que en Belvís de Monroy, del partido de Plasencia, fue cumplimentado por los señores de su Justicia y Ayuntamiento con fecha de 10 de marzo de 1791. En resumen, y teniendo en cuenta otras informaciones[4], aquellos comisionados dijeron que Belvís de Monroy junto con su pedanía de Casas de Belvís, «las Casas», formaban un municipio que se componían de 147 vecinos (unos 600 habitantes)[5], la mayoría «labradores de pan sembrar» y jornaleros, además de siete tejedores de lienzos, dos sastres, un zapatero y tres herreros. Que era villa de señorío particular que incluía los pueblos de Valdehúncar, Valdecañas y Mesas de Ibor, entonces bajo la jurisdicción del duque de Alba, don José María Álvarez de Toledo y Gonzaga[6], con residencia en Madrid[7], quien cada año y a través de un administrador ejercía su derecho por privilegio Real sobre la elección de los representantes municipales de los pueblos del señorío, como siempre lo habían hecho sus antecesores.
En cuanto a la sanidad, cuidaban del vecindario un médico, un boticario y un cirujano, y otro cirujano en el barrio por voluntad y a costa de sus vecinos, aunque también había en la villa un pequeño hospital titulado de San Pedro, para enfermos pobres de ella y pueblos de su estado, fundado por patronato de doña Beatriz de Monroy y Ayala en 1575, con una capilla y cuatro camas fijas, atendido por una enfermera y administrado por un rector nombrado por el titular del señorío, patrono de dicha institución.
En el aspecto religioso, Belvís de Monroy pertenecía a la diócesis de Plasencia y al vicariato de Jaraíz. Además de los referidos conventos, contaba con dos parroquias, una en la villa titulada de Santiago Apóstol el Mayor, bajo la potestad de un cura rector, y otra en el barrio, bajo la advocación de San Bernardo y gobernada por un cura teniente del párroco de la villa[8]. Anejas también a la de Santiago Apóstol eran las parroquias de Valdehúncar, Valdecañas, Mesas de Ibor y Millanes, dirigidas por tenientes del cura del párroco titular de Belvís. La secular presencia en la villa de dichos conventos hizo que el sentimiento religioso tuviera en Belvís-Casas especial significación, de manera que sus principales ritos y tradiciones giraban en torno a las fiesta y celebraciones de la Iglesia Católica, su liturgia, sus símbolos y sus santas imágenes, entre las que destacaba la de Nuestra Señora del Berrocal, pues gozaba de gran devoción incluso más allá de los límites del señorío; su pétrea representación se venerada en la ermita extramuros del mismo nombre, la única de las tres ermitas que hubo en el municipio de Belvís que se conservaba en pie al tiempo del Interrogatorio, y aún hoy. Junto con los párrocos, los vicarios de los conventos femeninos y el guardián de los franciscanos eran dignidades que gozaban de gran predicamento entre belvisos y caseños[9].
La educación pública se aplicaba por medio de una escuela «laica» de patronato particular, pero fundada con permiso Real fechado en la Corte el 3 de abril de 1772, gratuita para los hijos de vecino y para los parientes del fundador. Era su único patrono el cura párroco de la villa por merced de la voluntad del benefactor don Buenaventura Pérez Sánchez, que fue natural de ella y presbítero en el arzobispado de la ciudad de México, donde residió, y desde donde envió una importante suma para que se cumpliese su deseo de la fundación de dicha escuela y su dotación de una cátedra de primeras letras y otra de latinidad, además de dos becas de estudios superiores en el Seminario Conciliar de Plasencia, de las que podían beneficiarse estudiantes de la villa y de los pueblos anejos al curato de Belvís. Ese dinero enviado por don Buenaventura Pérez se recibió en Belvís el 2 de julio de 1767 junto con un soberbio y valioso ajuar para uso y ornato de la iglesia de su pueblo natal, alhajas que, a la postre, tuvieron un destino mucho menos piadoso, como en su momento veremos.
En definitiva, ese sólido entramado político-administrativo, económico, social, cultural, arquitectónico incluso, y, sobre todo, religioso que se había ido tejiendo a lo largo de 500 años, en medio del cual se forjó la personalidad de aquellos, estaba a punto de quebrarse como consecuencia de las desazones generales y particulares que provocaría la Guerra de la Independencia, germen de las extremas novedades que alumbraría el nuevo siglo.
- Notas sobre la biografía y la intelectualidad de don Manuel Talabán Mateos
En tal contexto sociológico vivió y desarrolló su sagrado ministerio nuestro particular protagonista a lo largo de los últimos 27 años de su existencia, y si bien pudo sentir aquellos cambios que promovió la Guerra de la Independencia ya no viviría para afrontarlos.
Primogénito del matrimonio entre Pablo Talaván Talaván y Teresa Mateos Valencia, vecinos y naturales de la villa de Casar de Palomero, nació en ella el día 7 de julio de 1757, y fue bautizado en su iglesia parroquial del Sancti Spiritus al día siguiente por el cura rector don Domingo Álvarez, actuando como sus padrinos Manuel Gómez y su mujer, Ana Monforte. Recibió el sacramento de la Confirmación, junto con su hermano Francisco, el día 15 de octubre de 1760, de la mano del obispo de la diócesis de Coria don Juan José García Álvaro[10].
Tras completar su formación sacerdotal con el grado de «Bachiller», probablemente en el Seminario de Plasencia, fue su primer destino la parroquia de La Asunción de la villa de Serradilla, perteneciente al obispado placentino, en la que ejerció como cura teniente durante dos años (desde enero de 1784 hasta febrero de 1786), para hacerse cargo seguidamente del curato de la parroquia de Santiago Apóstol el Mayor de la villa de Belvís de Monroy, en sustitución de don Ubaldo Fernando Mendo. Él mismo dejó constancia de la fecha de la toma de posesión de su nuevo curato, así como de una de sus principales preocupaciones desde ese momento, como fue la salvaguarda de los libros y documentos de su parroquia:
«El día seis de Marzo de 1786 años yo el B.r Man.l Talaban Mateos natural de la villa del Casar de Palomero Obispado de Coria empecé a servir este Curato de Belbis de Monroy, y advirtiendo en su archivo Parrochial alguna falta de libros, y papeles, vistos los anteriores ynventarios, se lo participé à S.S. Ylma., quien resolvió unicam.te hiciere las posibles dilig.as para recuperar los extraviados, y no pudiéndose haver, no procediese à mas; Solicité en la siguiente S.ta visita se me formase ynventario de ellos, para q.e por él se pidiese quenta en adelante: Nada se ha determinado: En cuia virtud, y que el hacer constar la existencia de libros y papeles Parrochiales es asunto mui interesante, me hé tomado el entretenimiento de leerlos, y compendiar; en los libros de Bautizados sus Partidas con orden Alfhabetico; en los de Casados… Todos estos papeles y libros Parrochiales estaban custodiados en un escritorio de estructura mui peregrina, colocados en un nicho de la Sacristía vieja con cerraduras en gran manera extrañas, empero con la injuria de un invierno húmedo, y paredes salitrosas no solo se descolaron las piezas, se desencajaron, se pudrieron, y se desvarató todo el escritorio, cundiendo la humedad y el salitre hasta los papeles, quedando libros y sus aforros sin virtud ni consistencia para su duracion. Visto esto coloqué en el mismo sitio un cajón mas tosco, pero mas libre de comunicar à los papeles la humedad de las paredes, y la de las colas como el anterior: en donde quedaron custodiados con dos puertas abrazadas con falleva, y una cerradura con dos llaves, que existen en poder del Parrocho los libros y papeles siguientes…»[11]
Además de esa preocupación por las cosas que afectaban a su entorno cercano, también se interesó de cuanto sucedía más allá de los límites de su jurisdicción eclesiástica, a tenor del resguardo de un boletín de suscripción de la Gaceta de Madrid a su nombre, correspondiente al primer sexenio del año 1796, que se conserva entre las hojas del Libro de Difuntos nº 2 (1732-1776) de la Parroquia de Santiago Apóstol de Belvís. Por ese tiempo, las autoridades e instituciones eclesiásticas españolas —a instancias de la Corona— participaban en la recogida de fondos para el pago de la deuda nacional y gastos de la guerra contra Gran Bretaña, incluso proclamando aquel conflicto como «cruzada contra los enemigos acatólicos», lo que vino a significar la prórroga de contribuciones por bula e indultos para aliviar o excusar ayunos y penitencias promulgadas con motivo de la pasada guerra contra La Convención francesa. De ello quedó constancia en el Archivo Parroquial de Belvís de Monroy por mano de don Manuel Talabán en la trascripción de varias circulares enviadas a las parroquias de su diócesis por don José González Laso de San Pedro, obispo de Plasencia, registradas allí entre 1796 y 1801[12].
A propósito del desarrollo en Europa de las campañas de Napoleón, adalid de los principios de la Revolución francesas y ya aliado de España, la Gaceta de Madrid de aquellas fechas informaba cada día extensamente de su pormenores, campañas de las que don Manuel debió de estar bien informado, al menos por ese periodo en el que, a ciencia cierta, estuvo suscrito al rotativo oficialista, y, probablemente, también después.
COMPORTAMIENTO DE DON MANUEL TALABÁN DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
- Los primeros compases de la guerra en Belvís de Monroy
Comenzó 1808 en el municipio de Belvís de Monroy bajo la expectación que siempre despertaba el proceso de selección de los maestros de su escuela, que se inició el 10 de enero. Este asunto, de interés nacional[13], dependía directamente de la autoridad de don Manuel Talabán, por ser el único patrono de la fundación de «las escuelas de don Buenaventura Pérez”» gracias a su condición de párroco titular de la villa, y responsable, por tanto, de su adecuado funcionamiento[14]. Se trataba entonces de cubrir la vacante de la «cátedra de Latinidad» de dichas escuelas, que fue obtenida finalmente por don Alonso González Trejo, de 51 años de edad, casado y natural de Logrosán, donde ejercía como Maestro de Gramática, quien tomó posesión de su nuevo cargo el día 27 de abril[15].
Al tiempo que se desarrollaba aquel concurso oposición en la villa de Belvís, se sucedían en la Corte los acontecimientos que culminaron la evidente debilidad «del infeliz Carlos quarto»[16], como el mismo don Manuel Talabán definió por entonces a aquel rey linfático, bonachón e inútil que no supo imponerse ante los acontecimientos que habrían de desencadenar el mayor desastre nacional, que dio comienzo a partir de los bien conocidos sucesos de Madrid del lunes 2 de mayo. Ese mismo día, los alcaldes de Móstoles signaron y cursaron su famoso bando, que llegó al día siguiente a Navalmoral de la Mata, desde donde sus autoridades municipales se encargaron de reenviarlo sin dilación hacia Badajoz, capital de la Provincia de Extremadura y sede de su Capitanía General, y de poner sobre aviso a los pueblos de su entorno, como Belvís de Monroy. Nada más recibir el informe de los alcaldes de Móstoles, los responsables del Ayuntamiento de Navalmoral, pueblo que contaba entonces con unos 700 vecinos (alrededor de 2.800 habitantes), nombraron una Junta Local de Gobierno o Junta Local de Guerra, conscientes del peligro que se les avecinaba debido a la evidente situación geográfica del municipio, en la carretera Real Madrid-Badajoz, que cruzaba el río Tajo por el cercano puente de Almaraz, o de Albalat, alrededor de la cual se desarrollarían buena parte de los episodios militares de la Guerra de la Independencia en el territorio extremeño. La Junta Suprema de Extremadura, que se creó el 31 de mayo bajo la presidencia del brigadier y flamante Capitán General de la provincia don José Galluzo y Páez, puso enseguida en marcha la formación de un ejército provincial que garantizase la seguridad de su territorio frente a los intereses de Napoleón, y para ello promovió el alistamiento general por cupo entre los varones «útiles» de 16 a 40 años de toda la provincia a través de las autoridades responsables de cada partido. La orden de alistamiento de los 41 soldados del cupo que correspondieron al municipio de Belvís, por sus 164 vecinos contribuyentes con los que contaba entonces, llegó por Plasencia a esta villa el día 8 de junio[17], y para su inmediato cumplimiento el alcalde, Francisco Martín Ballestero, la comunicó a los interesados en los siguientes términos, que ponían ya de manifiesto la importancia capital de los libros parroquiales para los intereses de la España rebelde en aquella coyuntura:
«… p.a q.e llegue a noticia del público mando se publique en la forma acostumbrada citándose a los individuos del Ayuntamiento p.a el Alistamiento q.e se manda p.a el q.e se pasará el debido recado à los Curas Párroco y Teniente a fin de q.e concurran en el día de mañana a las ocho de ella con sus libros de bautismales…»[18].
En primera instancia resultaron inscritos 60 solteros y 52 casados, de entre los que saldrían los 41 soldados preceptivos según su categoría o «clase». De las filiaciones y edades de los alistados dieron fe los libros de bautismo de las dos parroquias del municipio, presentados respectivamente por el cura párroco de la villa de Belvís, don Manuel Talabán, y por el cura teniente de las Casas, don Leonardo Antonio Rodríguez Solano. El día 10 se despachó al Corregidor de Plasencia el informe de aquella relación de reclutados junto con el inventario del número y clase de armas que se había solicitado previamente, para proceder luego a su embargo, y que resultaron ser cuatro alabardas, una espada, dos pistolas y veintiuna escopetas. Entre los vecinos que declararon aquellas armas estaba nuestro protagonista, quien entregó una escopeta[19].
El 19 de junio se encontraban ya reclutados 37 de los 41 soldados que tocaron a Belvís-Casas, todos solteros. Éstos, junto con los de Valdehúncar y Millanes, quedaron concentrados en un primer momento en el «Cantón de Belvís» a la espera de novedades[20], con la vista puesta en el cercano puente de Almaraz al menor atisbo en el horizonte de amenaza enemiga. Seguían las directrices del oficial encargado de organizar la resistencia en el partido de Plasencia, el comandante general don Antonio Vicente de Arce, que se hallaba acuartelado en Navalmoral de la Mata. Al Ayuntamiento de Belvís le correspondió la pesada carga de pagar los prestes correspondientes a los movilizados de su municipio y de Valdehúncar hasta el día 20 de julio, cuando cesaron dichas asignaciones por orden del general De Arce[21]. Por cierto que ya el jueves 16 de junio, aquel año festividad del Corpus Cristi, había mostrado el Ayuntamiento de Belvis problemas para atender a tan urgente fin, como así consta en el Libro de Cuentas de su Ermita de Nuestra Señora del Berrocal, en el que don Manuel Talabán escribió:
«Se [a]nota que los 554 reales que dice la quenta y Cargo de este Maiordomo [Gabriel Serrano] tener archivados en el de la Parroquial provenientes de una Escritura Real de Censo, están prestados a la Justicia Real de este pueblo para los fines que dice el recibo que reservó, con lo que se evitó el que hubiese un tumulto por no pagar dicha Justicia a los alistados día del Corpus de 1808»[22].
Ciertamente, la Iglesia extremeña aportó importantes cantidades para la formación del Ejército Provincial y demás gastos originados por la guerra, sobre todo en estos primeros momentos, muchas veces a instancias de la Junta Central o de la Junta de Gobierno de la Provincia. En este sentido, a principios de junio los obispos de las tres diócesis (Plasencia, Coria y Badajoz) habían ordenado a sus súbditos la entrega de las alhajas de oro y plata de sus iglesias, además de todo lo que no fuese imprescindible para el culto[23]. Por su parte, la parroquia de Santiago Apóstol de Belvís de Monroy, a través de don Manuel Talabán, aportó 842 reales y 23 maravedíes pertenecientes a los fondos de la ermita de Ntra. Sra. del Berrocal, que fueron llevados al vicario de Jaraíz por orden del obispo de Plasencia, «para subvenir a los gastos del exército, día 7 de julio de 1808»[24]. También por esas fechas la misma parroquia contribuyó con alguna cantidad de plata, según consta en su correspondiente Libro de Cuentas de Fábrica[25], que, de haber sido en forma de alhajas y no de «plata machucada», tampoco debieron de ser muchas ni de gran valor, pues no se especifica, ya que las más suntuosas no salieron entonces de su iglesia.
- Formación de la Junta de Guerra de Belvís
Desbordados por la gravedad de toda aquella situación, especialmente por la amenaza de alborotos y revueltas por parte de los alistados acantonados en Belvís debido a los problemas que surgieron respecto de su paga y sostenimiento, los responsables municipales, junto con el administrador del señorío confiscado[26], acordaron la creación de una Junta de Guerra, con el fin de atender de la mejor manera posible los imprevistos derivados de tal crisis. La revelación de esta noticia supone un descubrimiento de gran importancia para la reconstrucción de nuestra historia general y particular —a juicio de quien suscribe—, pues evidencia, una vez más, la activa inquietud de nuestros antepasados frente a tan colosal empresa, al menos al principio del conflicto, que en la pequeña villa arañuelana de Belvís de Monroy se tradujo en la implicación formal a través de los representantes de todas las seculares instituciones del municipio, tanto civiles como religiosas, en la lucha por la independencia de su país frente a las fuerzas extranjeras de ocupación. La fundación de aquella Junta de Gobierno se formalizó en la casa consistorial de Belvís el día 26 de junio de 1808; he aquí un fragmento del convenio, que contó con el visto bueno del general don Antonio Vicente de Arce:
«Habiendo dictado quantas providencias han parecido conformes à arreglar un método y orden equitativo y prudente à este Pueblo, y conservar à el corto número de habitantes y sus derechos p.a poder defendernos del enemigo común de qualquiera invasión q.e intentase alguna porción de individuos de su exército q.e se derramase por estos campos, y no habiendo bastado, à pesar del continuo celo que hemos interpuesto, juzgando ser mui conforme el que se formase una Junta de Gobierno con personas de la mayor gerarquía de este pueblo, q.e ilustrarán nuestros cortos y rústicos dictámenes con los de su conocida ciencia y prudencia; tuvimos por conveniente el consultar con el Exmo. Sor. Comandante General del Campamento del puente de Albalat para q.e àcerca de este particular dijese lo q.e estimase por más oportuno; y haviendo condescendido y adoptado el plan q.e se le propuso, determinó su creación valiéndonos de los sugetos q.e hubiere en el Pueblo de la mayor atención y esfera, y de quien en tiempo alguno se pudiese sospechar de su conducta. Llevando adelante este negocio tan urgente como necesario según lo exigen las críticas circunstancias del día…»[27].
Además del escribano público y otros miembros del Ayuntamiento, firmaron el referido acuerdo los que habrían de formar parte de la nueva Junta, en la que no podía faltar nuestro protagonista; por este orden fueron: el párroco titular don Manuel Talabán Mateos, el vicario del convento de Santa Ana fray Miguel Martín de Plasencia, el vicario del convento de San Juan de la Penitencia fray Alonso Valverde, el administrador del estado de Belvís don Ramón Pérez Salcedo, el cura teniente de las Casas don Leonardo Antonio Rodríguez Solano y fray Clemente de Valverde, morador en el convento de San Francisco del Berrocal, por ausencia del guardián del mismo. Quedaba como presidente Francisco Martín Ballestero, alcalde del municipio.
En los días sucesivos al de su creación, la Junta de Gobierno de Belvís de Monroy se ocupó principalmente de favorecer los medios para proveer y asegurar los recursos para el sustento de la tropa allí acantonada, además de otros menesteres. Sin embargó, a pesar de la buena voluntad de sus componentes, dicha Junta tendría una vida muy corta, pues no llegaría más allá de mediado diciembre, que fue el tiempo en que la feroz presencia del enemigo comenzó a sentirse en el municipio, desbaratando aquel intento de organización formal de la resistencia popular, aunque algunos miembros de ella, como don Manuel Talabán, tendrían en adelante ocasión de contribuir a tal insurrección y de tomar decisiones importantes para su comunidad.
- Belvís de Monroy, 14 de diciembre de 1808
La entrada victoriosa de Napoleón Bonaparte en Madrid el día 4 de diciembre le permitió seguir con su plan de adueñarse de Portugal. Para ello decidió adentrarse en Extremadura, llave del suroeste peninsular, por la ruta de Talavera de la Reina hacia Badajoz y Alcántara, mandando por delante las divisiones de caballería de los generales Milhaud y Lasalle. Estas unidades habrían de preparar el terreno al 4º Ejército de la Armada francesa a cargo del mariscal Lefebvre, duque de Danzig, y asegurarle el paso del Tajo por el “«estratégico y, por tanto, codiciado» puente de Almaraz[28], que era imprescindible ganar frente al débil Ejército de Extremadura, medianamente recompuesto tras sus escandalosas derrotas en Burgos y Somosierra con los dispersos de aquellas batallas y no pocos voluntarios.
Milhaud y Lasalle tomaron Talavera de la Reina el 11 de diciembre, y el 14 entraba el arrogante y temible general Antoine Charles Louis Lasalle en Navalmoral de la Mata al frente de su poderosa división de caballería formada por cazadores, dragones y lanceros polacos. Desde ese día y hasta la tarde del 28 del mismo mes cuando el mariscal Lefebvre se retiró con sus tropas del Campo Arañuelo cruzando el Tiétar camino de Plasencia[29], los franceses dominaron el territorio con bastante comodidad, pues el Ejército de Extremadura, dirigido entonces por don José Galluzo, tuvo que evacuar sus posiciones a la izquierda del Tajo y huir hacia el sur ante el decidido empuje de sus enemigos, perdiendo así el puente de Almaraz y abandonando a su suerte a las poblaciones que había dejado atrás. Como consecuencia de aquella primera campaña, Navalmoral sufrió un durísimo saqueo, e incluso se vio perjudicada la integridad física y moral de algunos de aquellos vecinos que osaron permanecer, pues la mayoría habían huido antes de la llegada de Lasalle y sus jinetes. Uno de los malparados fue su cura párroco, don Blas Ramón Santos, quien recibió tres golpes de sable de un soldado francés, de cuyos efectos vino a fallecer en Navalmoral el 25 de noviembre del año siguiente[30]. Su casa fue saqueada, y resultó dañado el archivo de su parroquia de San Andrés Apóstol, si bien la iglesia no sufrió daños de consideración. En la villa de Casatejada los destrozos materiales resultaron aún mayores, pues, desamparada totalmente de sus vecinos, fue ocupada por los franceses el día 19, quienes la saquearon a placer, «robaron la Yglesia y quemaron el archivo…»[31], según dejó escrito su párroco don Manuel Fernández Ballestero, de modo que se perdieron algunos de sus libros y documentos parroquiales. Dos días más tarde los franceses llegaron a Toril, que ya devastaron casi por completo, con la consiguiente pérdida irreversible de todos sus archivos, tanto civiles como religiosos. La misma pérdida sufrió Almaraz, pues, debido a su particular situación estratégica, quedó ya prácticamente destruida de resultas de aquella primera invasión, mientras que en el resto de pueblos de la zona se produjeron también saqueos y destrozos considerables con desigual efecto sobre su memoria escrita.
La villa de Belvís de Monroy y su barrio de las Casas tampoco pudieron librarse de la barbarie y los abusos propios de la soldadesca francesa, de modo que el 14 de diciembre, al tiempo que los enemigos saqueaban Navalmoral de la Mata, una partida suelta de ellos entró repentinamente en la villa, y destrozaron cuanto no encontraron de su utilidad. La mayoría de los vecinos del municipio, incluidos los párrocos y miembros de las comunidades religiosas, ya no se hallaban en él, pues habían huido de sus hogares apenas con lo puesto, para ocultarse en un primer momento en los campos cercanos y riberos del Tajo a la espera de que amainase el peligro. Pero, el día 17 entró el propio general Lasalle en la villa al frente de 1.500 dragones, y la tomó como base de operaciones de sus correrías contra las tropas y guerrillas españolas que defendían el puente de Almaraz. Los jinetes enemigos se acomodaron en los conventos, iglesias, casas particulares y demás inmuebles a propósito dentro del caso urbano, haciendo lo propio con su caballos, algunos de los cuales fueron incluso alojados en la capilla del hospital de San Pedro, mientras que el general Lasalle instaló su residencia en la casa de don Ramón Pérez Salcedo, administrador del señorío[32]. Un testigo presencial de aquellos sucesos declaró años más tarde «ser de todos conocidos los perjuicios incalculables»[33] que hicieron los franceses en Belvís entonces, «ya rompiendo, ya quemando papeles así en la casa Administración de este Estado, como en todas las demás oficinas de Ayuntamiento, Parroquias y Conventos, q.e así en las existencias de unas y otras corporaciones como en las de los particulares destrozaron quanto no les servía»[34]. Sin embargo, don Manuel Talabán registró más tarde que ni la iglesia de Santiago Apóstol, ni los ricos tesoros que albergaba y que el párroco había logrado poner a buen recaudo ocultándolos en los sepulcros de la nave del templo, ni sus estimados libros y documentos archivados en la sacristía sufrieron quebranto alguno a resultas de aquella primera invasión.
- El exilio voluntario de don Manuel Talabán
Una vez que las tropas al servicio de Lefebvre abandonaron la zona, don Manuel Talabán pudo salir de su refugio temporal y anotar en sus libros eclesiales las cuestiones pertinentes; así, con fecha de 31 de diciembre, dio fe de haberse bautizado en aquel año a nueve varones y a tres hembras «solamente»[35]. Como el párroco de Belvís, los habitantes arañuelano pudieron «disfrutar» entonces de varias semanas de una relativa calma, tiempo que muchos aprovecharon para regresar a sus maltrechos hogares y recuperar lo que pudieron y más necesario para huir de nuevo a refugios más seguros, pues los franceses no tardaría en hacerse presentes y en número más crecido.
Fue el mariscal Víctor, duque de Belluno y general en jefe del 1er Ejército de la Gande Armée, el encargado ahora de entrar definitivamente en el interior del territorio extremeño con vistas a apoyar desde él la campaña del mariscal Soult en Portugal, movimiento que comenzó a desarrollarse a partir del día 11 de enero desde Toledo, donde se hallaba acuartelado el mariscal[36]. Ante tal horizonte, ya fuese por prudencia o temiendo realmente por su vida, pues debió de conocer la agresión sufrida por el párroco de Navalmoral, don Manuel Talabán decidió abandonar su parroquia para marchar lejos del radio de acción del enemigo. Su huida tuvo que ocurrir poco después del 19 de enero de 1809, pues a esta fecha corresponde la caligrafía de la última partida sacramental registrada de su puño y letra en ese año, aunque se trata de una ceremonia de Bautismo celebrada por fray Francisco Zanca de Gata, «morador» del convento extramuros de San Francisco del Berrocal, quien actuó entonces con licencia de don Manuel, y también en repetidas ocasiones durante la ausencia del párroco, además de otros clérigos.
El destino del forzado viaje de don Manuel Talabán fue Casar de Palomero, su pueblo natal, en cuyos libros parroquiales también dejó testimonio escrito de su estancia. En ellos consta que tuvo allí ocasión de derramar las aguas del Bautismo sobre varios niños a lo largo de 1809 y 1810, e incluso que celebró algunos matrimonios en ese periodo, siempre con licencia o por ausencia del cura rector, salvo en la primera ocasión en la que ofició, de la que se trae este extracto como prueba documental de su particular destierro:
«En la ermita de Santa Cruz, en que está la parroquia de Sancti Spiritus de esta villa del Casar de Palomero[37], a 27 días del mes de abril del año de 1809, yo, D. Fernando Terrón, presbítero y capellán de ella, con licencia expresa de D. Vicente Sánchez, cura rector de la misma, puse los santos óleos y sagrado crisma, a una niña llamada Antonia [Martín Martín], la que en caso de necesidad fue bautizada sin solemnidad por el Sr. D. Manuel Talaván, residente en esta villa y cura rector de la de Belvís de Monroy…»
Curiosamente, el infortunio de su auto-exilio le dio la oportunidad de bautizar el 28 de mayo de 1809 a su sobrino Antonio Faustino, que había nacido dos días antes, hijo de su hermano Pedro Talaván y de su esposa Ramona Santibáñez, como quedó recogido de su puño y letra en la correspondiente partida, en la que se reconoce como «cura rector de la villa de Belvís de Monroy, obispado de Plasencia, con licencia del actual cura rector…»[38]
Para entonces, don Manuel ya se había convertido en un insurrecto para el Gobierno de José Bonaparte, quien el 1 de mayo de 1809 firmó un decreto según el cual todos aquellos eclesiásticos y empleados públicos que se hubieran ausentado de sus destinos y prebendas desde el 1 de noviembre de 1808 deberían reintegrarse a ellos en fecha inmediata, pues de lo contrario serían privados de sus empleos y de sus bienes, acusados de contribuir con su conducta a alarmar a las gentes en su contra y castigados con el mayor rigor[39].
- Belvís de Monroy, 4 de agosto de 1809
De annus horribilis para los habitantes del Campo Arañuelo en particular puede calificarse aquel de 1809, pues, sin lugar a dudas, ha sido el más catastrófico y dramático de la historia de esta comarca, que tuvo que soportar, con todas sus funestas consecuencias, el paso por su territorio de tres grandes ejércitos: el español, víctima constante de una Administración pésima, a pesar de la sobriedad de sus soldados, el francés desconsiderado y tirano, y el inglés, insaciable en sus demandas a la Junta Provincial y a los pueblos para el sostenimiento de sus tropas, que derrocharon más de lo que consumieron[40].
La pesadilla comenzó con la llegada del mariscal Víctor y su 1er Cuerpo de la Armada, quien consiguió derrotar a las tropas del Ejército de Extremadura, dirigido ahora por el general don Gregorio García de la Cuesta, primero el 18 de marzo en Mesas de Ibor, acción que forzó la retirada de los españoles del puente de Almaraz, que dejaron ya inutilizado, y el 28 de marzo en los campos de Medellín, donde sucumbió buena parte de la juventud masculina extremeña. A pesar de esta aplastante derrota, Cuesta consiguió recomponer su ejército en un tiempo récord, y en alianza con las tropas británicas mandadas por el general Wellington poner a raya a Víctor en la batalla de Talavera de la Reina, que se desarrolló durante las jornadas del 27 y el 28 de julio. Pero las celebraciones de aquella corta victoria sólo duraron hasta que apareció en escena el poderoso y temido ejército del mariscal Soult, duque de Dalmacia, quien, al mando del 2º Cuerpo de la Armada Imperial, bajó desde Salamanca por el puerto de Baños en apoyo del mariscal Víctor, aunque con retraso; y lo hizo acompañado del 5º Cuerpo a las órdenes del mariscal Mortier y del 6º del mariscal Ney, En definitiva, una fuerza de algo más de 50.000 hombres bajo la autoridad del duque de Dalmacia, que actuaba en jefe sobre los otros dos mariscales de Napoleón. La vanguardia de aquel súper ejército entró en la ciudad de Plasencia el día 1 de agosto, y seis días más tarde todos sus efectivos se hallaban estratégicamente distribuidos por el territorio entre Navalmoral de la Mata y más allá de Oropesa.
Atenazado entre Soult y Víctor, que reaccionó de inmediato, Cuesta se retiró de Talavera y se hizo fuerte en Puente del Arzobispo, cubriendo la retirada hacia Portugal de Wellington. El inevitable enfrentamiento entre españoles y franceses tuvo lugar en la villa puenteña el día 8 de agosto, con resultado absolutamente desfavorable para Cuesta, que tuvo que retirarse con los restos de su ejército hacia el interior de Extremadura. Después de la batalla, Soult se estableció en Plasencia y Mortier en Talavera, haciéndose dueños absolutos de todo ese espacio hasta vísperas de la batalla de Ocaña.
Si desastroso para los intereses de sus comarcanos resultó el paso de ida y vuelta del ejército de Víctor por el Campo Arañuelo a lo largo del primer semestre del año, de «plaga bíblica» puede calificarse la impetuosa llegada y prolongada estancia en el territorio de la armada bajo las órdenes de Soult, pues sus soldados arrasaron de nuevo con todo, aplicando las prácticas más destructivas y ruines; incluso consiguieron dar con muchos paisanos de los que se hallaban escondidos en montes y sierras, a los que obligaron a regresar y permanecer en sus respectivas poblaciones para asistir a las tropas en sus continuas y variadas demandas. La crónica del desastre es similar en todos aquellos lugares de la tierra de Plasencia de los que hay constancia, y en todos se destaca el ensañamiento contra las instituciones religiosas, tal vez como respuesta a la ya íntima implicación de la Iglesia extremeña —en particular— en el entramado de la resistencia[41].
También la villa de Belvís de Monroy sería saqueada de nuevo por los franceses, pero ahora con mayor determinación y acierto. Ocurrió el día 4 de agosto y siguientes, «día aciago y desgraciado para este pueblo y Campo Arañuelo», como escribió don Manuel en una partida de difuntos[42]. Al parecer, fueron dragones de las divisiones del general Lorges o del general La Houssaye quienes protagonizaron tal acción, los cuales, además de dar buena cuenta ahora de los tesoros de la iglesia de Santiago el Mayor, entre otros desmanes, dejaron su particular marca de destrucción en el archivo del ayuntamiento, en los archivos parroquiales y, sobre todo, en el convento de San Francisco del Berrocal. Varias de las notas y escritos que don Manuel Talabán dejó en los libros eclesiales tras su regreso definitivo a Belvís hacen especial mención a aquellos sucesos, como en este texto, del que se trae un fragmento, que debió de ser escrito a finales de 1810 o principios de 1811, y es parte inicial de un informe de dos hojas que, con el título de «Advertencia», abre el nuevo Libro de Casados que tuvo que habilitar don Manuel tras su regreso definitivo, pues el que regía fue destruido casi en su totalidad por los franceses como expuso en este mismo escrito, además de otras informaciones:
«A mediados del mes de Diciembre del año de mil ochocientos y ocho bajaron las tropas Francesas a este Campo Arañuelo, y aunque saquearon los Pueblos y algunas Iglesias de ellos, tuvimos aquí la felicidad de no haber tocado a esta Parrochial en todas las incursiones que cometieron. Pero haviendo subido desde la Extremadura baja por el paso de barcas, que se fabricó por bajo de donde estaba roto el famoso puente de Almaraz o de Albalat, nuestro ejército combinado con el inglés a fin de atacar al enemigo, que iba en retirada hacia Talavera de la Reina, trabose allí la batalla, y después de una gran matanza y de haver quedado el Campo por nuestro, bajó por el Puerto de Vaños a Plasencia y de allí a este Campo otro Exército Francés a combatir la retaguardia del nuestro, quien tuvo que huir volviendo a pasar el Tajo por Almaraz y Puente del Arzobispo, quedando abandonados todos estos Campos al Exército Enemigo. Entonces fue quando sufrimos todos sus moradores las maiores inhumanidades, violencias y saqueos que jamás pudiéramos imaginar. Entonces fue cuando, como fieras rabiosas, no perdonando ni aun lo más sagrado de los templos. Y entonces, por decirlo de una vez, fue cuando entraron en esta Parrochial, respetada siempre por las tropas que habían habitado aquí en las continuas vicisitudes que ocurrieron de subir, bajar y permanecer en esta villa. El infausto día quatro de Agosto de 1809 y siguientes, la saquearon completamente. Abrieron cincuenta y tres sepulcros de ella, hasta encontrar las alhajas de oro y plata que tenía, hicieron burla de las santas Ymágenes, destrozando algunas, el órgano y el archivo de papeles; entre éstos fue el libro moderno que actualmente regía donde se anotaban las Partidas de Casados,….[43]
En similares términos y con fecha de 19 de noviembre de 1810 escribió don Manuel el siguiente texto, que da inicio al nuevo Libro de Difuntos que tuvo que abrir, pues el original también había resultado destruido por los franceses:
«En el mes de agosto de mil ochocientos y nueve años, habiendo entrado el Exército francés en esta mi Yglesia, no sólo robó todas sus alhajas de plata y oro; sus ornamentos sagrados y utensilios preciosos de que estaba bien provista; sino también el libro de difuntos que actualmente regía, habiendo encontrado tan solamente dos hojas de él, que van aquí incorporadas, en cuya virtud empieza a servir este cuaderno de libro, en que se asienten las Partidas de los que fallezcan en esta mi Parrochial del Señor Santiago Apóstol el Maior, desde mediados de Diciembre del año de mil ochocientos y ocho, época en que el exército enemigo empezó a asolar este Campo Arañuelo, aunque a la [iglesia] Parrochial había respetado y dejado intacta hasta el referido Agosto y año siguiente, en que una División venida desde Salamanca por el puerto de Baños y Plasencia hizo los maiores estragos y fierezas que se pueden imaginar; sin perdonar a lo más sagrado de nuestros Sacramentos, Ymágenes Religiosas y Ministros del Altar; entonces fue cuando quemaron el convento de Religiosos Franciscos descalzos, llamado del Berrocal, extramuros de esta Villa; Y entonces [fue] cuando las gentes vivieron mucho tiempo escondidas en las montañas y en las grutas que los riberos del Taxo las franqueaban; pero habiendo permanecido el enemigo tiempo dilatado en este País, supo sus escondrijos, halló a mucha de las gentes, y otras se refugiaron a las sierras de Guadalupe y Vera de Plasencia…»[44]
Tal vez porque pudiera delatar cierto «afrancesamiento», y sin duda porque el resultado de este segundo saqueo fue especialmente desastroso para los bienes y propiedades de su iglesia y parroquia, conviene destacar el interés que mostró don Manuel Talabán por distinguir la diferente actitud de las tropas francesas al ocupar la villa en diciembre de 1808 y en otras ocasiones que sucedieron a aquella, y la que ocurrió en agosto de 1809, circunstancia que queda de manifiesto en las citas anteriores, y aún más en la siguiente, que registró en el Libro de Becerro de su parroquia:
«En principio de Agosto de 1809 años saqueó el enemigo esta mi Parrochial; y encontró todas las alhajas que tenía enterradas en los sepulcros de ella, robolas y destrozó todos los utensilios de seda y lino que servían al Sto. Sacrificio de la misa, y sólo pudo haberse 16 libras de plata machucada y algunas telas de seda que se encontraron. De cuia sacrílega acción se habían abstenido desde el Diciembre inmediato, que empezaron a habitar en el pueblo; y sólo estos malditos nuebamente venidos desde Plasencia fueron los desacatados…»[45]
Motivos sobrados tenían el párroco para mostrarse tan vivamente dolido con la acción de los soldados de Soult, aun cuando no dañaron la estructura del templo parroquial, pues en lo que se refiere a la calidad y al valor de las alhajas robadas probablemente superaban con creces las del resto de las iglesias de la zona, riquezas de las que nuestro sacerdote-cronista sin duda debería de estar bien orgulloso. Entre otros objetos, se trataba de aquel ajuar de ornamentos y vasos sagrados, principalmente elaborados en plata, que había regalado a la parroquia de la villa de Belvís su destacado hijo el presbítero don Buenaventura Pérez, quien lo envió desde la ciudad de Méjico en 1767.
Igual destino que aquel tesoro corrió el ajuar que pertenecía a la imagen de Nuestra Señora del Berrocal, compuesto de muchas joyas de plata y ricos vestidos para su adorno, que, según nota de don Manuel Talabán, «perecieron todas en agosto de 1809, cuando los Franceses saquearon todo este País; castigo de nuestros pecados»[46].
Además de los destrozos causados en los referidos libros de partidas, el párroco dejó constancia igualmente de los habidos en otros volúmenes y legajos de su archivo, como en el «Libro de Cuentas del Patronato de las Escuelas», del que la mayoría de sus hojas fueron «destrozadas y hurtadas por los enemigos, que vinieron á esta día 4 de Agosto de 1809»[47], según anotó don Manuel con fecha de 15 de octubre de 1810.
También hubo que lamentar el la villa de Belvís alguna víctima personal como resultado de aquella entrada de los enemigos, pues Rosa Alcón (sic) “falleció en ella, en fuerza de las torpes y horrendas Violencias que contra su pundonor y notoria Castidad cometieron los Soldados Enemigos aun con hallarla postrada en cama; día quatro de Agosto de mil ochocientos y nueve años”, según registró don Manuel en el correspondiente Libro de Difuntos tras su regreso definitivo[48].
- La suerte de los libros parroquiales de la villa Belvís y el regreso de don Manuel
Las campañas de Soult en Andalucía primero y de Masséna en Portugal después convirtieron el sur de Extremadura en un territorio vital para Napoleón en su empeño de adueñarse de la Península Ibérica, lo que significó un mayor trasiego de tropas y convoyes de diferentes banderas por todo el territorio de la provincia a lo largo del año 1810. Tal circunstancia se notó especialmente en el Campo Arañuelo, debido, una vez más, a la importancia estratégica del puente de Almaraz, o ya más bien a la del vado que existía un poco más abajo, frente al Lugar Nuevo, conocido como vado de Albalat. Este punto, que casi siempre estuvo controlado por tropas francesas, se vio reforzado a principios de la primavera por efectivos de su caballería, encargados de velar por el buen desarrollo de la ejecución e instalación de un imponente paso flotante de balsas, que fueron fabricadas por artesanos locales con madera extraída de los pinares del Tiétar. A pesar de tan incómoda presencia, pues aquellos soldados a menudo sacaban de los pueblos del entono cuanto necesitaban, a partir de ese tiempo la situación mejoró sensiblemente para los paisanos residentes en comparación con las dramáticas experiencias pasadas, lo que favoreció el regreso de los huidos a sus maltrechas poblaciones, aunque de manera lenta y recelosa.
Noticioso, sin duda, de estas novedades y del comportamiento pasado de las tropas de Soult en el territorio arañuelano, don Manuel Talabán se atrevió también a salir de su refugio y regresar a Belvís de Monroy para hacerse cargo de los estragos cometidos allí por los enemigos, y, quizás, con la idea de quedarse. Este viaje tuvo que iniciarlo el 18 de abril o muy poco después, teniendo en cuenta que tal día bautizó a una niña en la ermita de Santa Cruz de su villa natal[49], y que el 22 se encontraba ya en Belvís, según consta, en este caso, en la siguiente nota autógrafa, que se conserva en el Libro de Becerro de su parroquia de Santiago Apóstol:
«En el año de 1808 y 1809 estubieron en este Campo los Franceses que saquearon el Pueblo, de que resultó gran detrimento en los libros y papeles Parroquiales que no pude evitar, por lo cual el dicho índice y árboles genealógicos fueron destruidos [se refiere a casamientos y relación de parentesco], pero espero en Dios renovarlos luego que regrese en paz desde esta villa [Belvís] a el Casar de Palomero a donde estoi refugiado. Hoy 22 de Abril de 1810»[50].
Pero, no debió de ver don Manuel muy clara la garantía de su seguridad en Belvís, por lo que decidió regresar poco después a Casar de Palomero. Sin embargo no lo hizo sin más, sino dejando un encargo en verdad original y sorprendente, además de arriesgado, como fue el de que se llevasen a su pueblo los libros parroquiales —tal vez, no todos— junto con lo poco de valor que había quedado tras el saqueo de la iglesia. Esta decisión fue registrada en el nuevo Libro de Cuentas de Fábrica habilitado en 1816, tres años después de la muerte de don Manuel, por el nuevo párroco titular don José María López, aunque da comienzo con el balance de 1808 a partir de las indagaciones hechas por este sacerdote. La nota que se trae aparece en la data relativa al año de 1810, y dice lo siguiente:
«Conducción……… Por conducir la plata y vestiduras y Libros al Casar de Palomero por disposición del S.or Cura p.a libertarlo de los franceses, pago……….76 [reales]»[51].
Una vez que el 2º Ejército a cargo del general Reynier abandonó la tierra de Plasencia por el camino de Zarza la Mayor para entrar en Portugal en apoyo de Masséna, y poco antes del 26 de septiembre, don Manuel Talabán se atrevió a regresar de nuevo a la villa de Belvís, y lo haría ya para quedarse. El retorno de los libros parroquiales se produjo poco después, y estuvo originado por la Real Orden expedida por la Junta Central desde el Alcázar de Sevilla con fecha 11 de enero de 1810, que instaba a las Juntas provinciales para que se encargasen de movilizar 100.000 hombres para completar los reemplazos correspondientes a cada ejército, de los cuales 6.000 debería ser de la provincia de Extremadura[52]. Su Junta de Gobierno vio entonces el momento oportuno para insistir en la necesidad de que los pueblos bajo su jurisdicción aportasen aquellos mozos que, por los motivos que fuere, no se habían incorporado a filas tras el primer alistamiento general de junio de 1808, ni lo hicieron tampoco como consecuencia del segundo convocado en febrero de 1809. Al efecto, y en lo que se refiere al partido de Plasencia, sus autoridades responsables cursaron las superiores órdenes por los pueblos del distrito, que no pudieron ejecutarse entonces en tiempo y forma debido a la amenaza de la presencia enemiga en muchos lugares de dicha demarcación. Hasta el día 26 de septiembre no pudo llegar al ayuntamiento de Belvís de Monroy la copia impresa de la normativa correspondiente, en la que constaba que el municipio —y otros muchos de la provincia— no había aportado al Ejército Provincial ningún hombre en la leva proclamada en el mes de febrero de 1809, tiempo en el que la villa y su barrio extramuros estuvieron prácticamente abandonados de sus vecinos, como ya sabemos. En definitiva, según aquella nueva orden de alistamiento correspondía aportar 24 soldados al municipio de Belvís, pues la Capitanía General sólo contempló el alistamiento previo de 17 en el de junio de 1808, lo que significó reclamaciones posteriores por parte del Ayuntamiento, que alegó haber dado 25 hombres en primera instancia de los 41 exigidos[53].
Nada más recibir la citada orden, los representantes municipales, con su alcalde a la cabeza y con la colaboración imprescindible de los curas párroco y teniente, se pusieron manos a la obra en el asunto, de manera que al día siguiente certificaron un primer borrador con los nombres de aquellos vecinos sorteables que había en el pueblo, en el que figuraban 31 correspondientes a la villa y 13 al barrio[54]. Pero, el ambiente que rodeó este sorteo era, en general, bien distinto al que se dio en el primero, cuando la euforia patriótica de aquellos tiempos iniciales en los que aún no se había visto por la zona el feroz rostro del enemigo facilitó la recluta. Ahora las cosas habían cambiado en extremo, hasta el punto de que, en todas partes, los alistados se agarraban a cualquier pretexto para excusarse de ser movilizados, sabedores de la infinidad de calamidades por las que habrían de pasar en el seno de los Ejército nacionales, antes de enfrentarse a las temibles «águilas» de Napoleón. Por todo ello, se produjeron en Belvís numerosas reclamaciones y protestas difíciles de resolver por parte de las autoridades locales, debido principalmente a la pérdida de los certificados relativos al sorteo primero por causa de los destrozos provocados por el enemigo en el archivo municipal, y también a la falta de los libros de bautismo de la parroquia, que aún se hallaban en Casar de Palomero. Además, merodeaban por las zona partidas francesas avisadas de que se reclutaba gente contra su Armada, circunstancia que preocupó sobremanera a los responsables municipales, teniendo en cuenta que había paisanos dispuestos a informar al enemigo sobre la celebración de los sorteos con tal de salvarse de la recluta. Frente a este panorama, incapaces de continuar con los alistamientos preceptivos, con fecha de 29 de septiembre de 1810 los Justicias de Belvís de Monroy dirigieron un escrito a la Junta de Gobierno de Plasencia solicitando ayuda al respecto, escrito que no daría los resultados apetecidos, y del que se trae este fragmento, que delata la actitud y el papel de don Manuel Talaván ante aquella situación extrema:
«[…] Que se hallan los Franceses aunq.e en corto número (según se dice) a siete leguas de distancia en las V.as de Oropesa y Puente del Arzobispo y sus avanzadas a menor, q.e p.r esta circunstancia es muy posible llegue a su noticia, y q.e nos sorprehendan acaso en el acto del sorteo, de q.e VV.SS. pueden conocer las funestas consecuencias que surtiría este acto.
Tampoco podemos executar o cumplimentar la superior orden con la prontitud q.e se nos previene, y nosotros deseamos, p.r falta de libros Parroquiales de Bautismo, p.r no haberlos traido a su regreso de la emigración q.e ha hecho de esta V.a su Cura Rector el B.r D. Manuel Talabán Mateos, quien juzgó conveniente no exponerlos a caer segunda vez en poder de los franceses, q.e aún a su venida permanecían en este país, habiendo mandado este S.or p.r ellos el veinte y séis del q.e rige p.r la noche tan luego como supo eran indispensables p.a cumplir esta orden…»[55]
Los libros parroquiales debieron de llegar a Belvís no después del 4 de octubre, pues ese día se reanudó aquel nuevo proceso de alistamiento y se procedió a tallar a los 24 mozos que exigía la orden superior, para lo cual eran imprescindibles los pertinentes de bautismo, que fueron los únicos de partidas de la parroquia de Santiago Apóstol que se salvaron de los saqueos.
Ciertamente arriesgado para don Manuel Talabán tuvo que ser el momento de su regreso a la villa, pues los enemigos seguían haciendo estragos por la zona, tal como él mismo registró en ese momento en su citado prefacio del nuevo Libro de Casados:
«[…] quienes todavía amenazan el País con sus frecuentes incursiones, saqueos y todo genero de hostilidades y violencias, que tienen a las Gentes en un continuo ahogo, y sobresalto, pues ni se come, si se duerme con sosiego; ni se abraza el cultivo de los campos con gusto, ni la cría de ganados se fomenta y adelanta…»[56]
A pesar de todo, nuestro protagonista quiso ver entonces un destello de esperanza en forma de intercesión divina, a la cual concedió también la gracia de que no se hubiesen producido en Belvís mayores desastres hasta aquel momento, como en verdad ocurrieron en otros lugares del partido. Así lo anotó don Manuel a continuación del párrafo anterior:
«… Pero la amorosa y extraordinaria Providencia de ntřo Dios y Señor está derramando su bendición sobre los Campos mas alla de Talavera de la Reina donde el año de 1810 se cogio una cosecha tan copiosa y florida de trigo, que se vende aquí el pan de dos libras muchos días á un real de vellón:Y qunq.e otros Pueblos, como Casatejada, Navalmoral, Millanes, Valduncar, y Mesa de Ybor padecieron mucho y murieron muchos de la peste, en este (a Dios gracias) no fue cosa lo q.e se encarnizó la muerte, ni tampoco mataron los Franceses á Paisano alguno, como sucedió en otros Pueblos»[57].
Teniendo en cuenta tal optimismo, no cabe duda de que fue gracias a su consejo por lo que su hermano Ramón solicitó al Ayuntamiento de Belvís, «por justos motivos», se le admitiese allí como vecino; súplica que formuló éste por carta fechada en Casar de Palomero el 24 de octubre de 1810. Más tarde le fue admitida favorablemente aquella solicitud, dispensándose al interesado incluso del preceptivo visto bueno del Ayuntamiento de su lugar de origen, «por respeto a su hermano el Sr. Cura Rector, párroco respetable»[58].
A propósito del destino de los libros parroquiales, es cierto que toda aquella documentación que don Manuel había intentado salvar de las garras de los franceses quedó de nuevo expuesta a los mismos peligros, pero no por ello debe negarse el valor y la oportunidad de la iniciativa del párroco, quien, tal vez, no sólo intentó proteger aquellos volúmenes de los enemigos de la Patria, a juzgar por la actitud de algunos vecinos incluidos en los alistamientos, quienes, en cierto momento y con la intención de alterar su inminente destino, llegaron incluso a amotinarse contra las autoridades civiles del municipio. Esta sospecha se extrae de ciertas palabras que escribió el ya citado don José María López en una «Advertencia» fechada el 15 de mayo de 1818 e inserta en el Libro de Cuentas de la Ermita del Berrocal, y que dejan en entredicho la honradez de ciertos anónimos vecinos de municipio; palabras que incluyen también un explícito reconocimiento a la impecable labor administrativa realizada por don Manuel Talabán:
«Encontre este libro destrozado sin haber quedado de el mas hojas que las preced.tes. Dudo mucho que le destrozasen los franceses, y me inclino mas a que seria alguno interesado en que no se viese lo que había en el, y las escelentes notas que tenía puestas mi celoso Antecesor, que bastante da a entender en la llana anteced.te»[59].
- La actitud de don Manuel Talabán en los últimos compases de la guerra
Las constantes inseguridades e incertidumbres halladas a su vuelta, no mermaron la profesionalidad de don Manuel en lo relativo al orden y al cuidado de las cosas de su competencia, de manera que, nada más regresar a Belvís, se puso manos a la obra en el arreglo de los destrozos provocados por los franceses en las propiedades de la parroquia, incluida la casa del curato, y de manera especial en el acondicionamiento del maltrecho archivo eclesiástico. Pero no sólo se ocupó de la restauración de sus libros y de habilitar los nuevos ejemplares que habrían de sustituir a los perdidos, en los que fue incluyendo su particular relato de los episodios bélicos acaecidos y demás incidencias, sino que también se empeñó en la tarea de recoger, hasta donde pudo, aquellas informaciones que desaparecieron con dichos volúmenes, y también las que no fue posible registrar formal y puntualmente debido a los contratiempos ocasionados por la guerra, como ocurrió en el caso de la muerte del «Preceptor de Latinidad de las escuelas de la villa», aquel don Alonso González Trejo, que había tomado posesión de su cargo el día 27 de abril de 1808, y que murió de muerte natural el 1 de febrero de 1809[60]; o lo relativo a la información que incluye esta partida que sigue, que se encuentra igualmente en el nuevo Libro de Difuntos:
«Ambrosia Pérez moza soltera e hija legítima de Manuel Pérez y Feliciana Gómez, vecinos de esta villa, falleció a orillas del Tajo, huyendo del enemigo; fue sepultada en la número 73 de esta Parroquial en el mes de septiembre de mil ochocientos y nueve, de que doy fe»[61].
Nada fácil debió de resultarle esa tarea recopiladora en un principio, al menos en lo relativo a los finados desde diciembre de 1808, debido a la dispersión del vecindario aún a su llegada por causa de la referida presencia en la zona de tropas enemigas:
“[…] por cuia causa permanecen hasta el presente año de 1810 muchos vecinos esparcidos y acaso muertos, de los q.e no puedo dar noticias, por lo q.e sólo anotaré los que fueron aquí sepultados…»[62]
De cualquier modo, se adelantaba así el párroco a la orden dada, ya después de su muerte, por el Fiscal General Eclesiástico de la diócesis de Plasencia con fecha de 12 de marzo de 1814, que instaba a los sacerdotes encargados de las iglesias de los pueblos de ese obispado para que hiciesen lo posible por recuperar los datos incluidos en aquellos libros de partidas eclesiásticas que se perdieron durante la francesada. Y bien seguro estaba don Manuel de la trascendencia y calidad de su trabajo, a juzgar por lo que escribió en la citada «Advertencia» del nuevo Libro de Casados:
[…] Aunque fue destrozado dicho libro q.e comprendía todos los casados por mí y D.n Ubaldo Fernando Mendo, mi Antecesor, no obstante en el Yndice que tengo formado de todos los bautismos y matrimonios que constaban en los libros de esta mi Parrochia pueden hallarse los matrimonios atestados en ellos, a que si nuestro Prelado Eclesiástico interpone su autoridad, deberá darse entera fe, pues declaro y juro in verbo sacerdotis que dicho Yndice está legalmente y con toda verdad extractado como y en la manera que lo hallé en los referidos libros. Los de Bautismo pude recogerlos intactos, y son cuatro libros de a folio; los de Casados son dos, excluso éste que ahora empieza, en cuyo principio se ven dos partidas que con mi licencia celebró Fr. Alonso Rodríguez Blanco, del Orden de Predicadores y Vicario de estas Religiosas Dominicas de la Sra. Santa Ana, rubricadas con mi letra y firma. Las Reales Pragmáticas que sobre la celebración de matrimonios y validación de esponsales rigen y deben observarse en el día, pueden verse en el libro de Colección de Encíclicas Episcopales y demás órdenes pertenecientes a los Párrocos, que aún conservo en este mi archivo Parrochial con los demás libros y papeles que por especial beneficio del Señor, no acabaron de destruir los Enemigos…»[63]
Llegó el año de 1811 al Campo Arañuelo, y con él nuevos, peligros y nuevas inquietudes, aunque don Manuel no anotó incidencia alguna destacable relativa a dicho año. A lo largo de su primer semestre, varios pequeños ejércitos expedicionarios franceses hicieron tránsito por el territorio, hasta que mediado junio el mariscal Marmont, duque de Ragusa, responsable ya de l´Armée de Portugal, cruzó el Tajo con parte de sus tropas por el vado de Albalat para reunirse con Soult en Mérida. Luego, volvió sobre sus pasos y asentó su cuartel general en Navalmoral de la Mata a lo largo de gran parte del verano, tiempo que dedicó al descanso de sus tropas y a la supervisión de los trabajos que mandó realizar para fortalecer con una doble cabeza de puente el paso del Tajo por el vado de Albalat. Para ello, se levantaron dos fortines, uno a la orilla izquierda, grande y poderoso, y otro más discreto a la orilla derecha. Ambos fueron construidos por alarifes y obreros de la zona, y en gran medida con escombros sacados de las ruinas de Almaraz.
A partir de 1812 la dirección del conflicto cambia de rumbo, y la campaña de Rusia obliga a Napoleón a derivar hacia aquellos frentes tropas veteranas que actuaban en éstos, de manera que la iniciativa de la guerra en la Península Ibérica pasó entonces definitivamente a manos aliadas.
Tras la dramática reconquista de Badajoz por fuerzas anglo-lusas el día 7 de abril, Wellington decide empujar a los franceses hacia el norte y recuperar el control sobre la línea del Tajo, para lo que se hacía imprescindible ganar el paso del vado de Albalat, y por tanto los dos fuertes mandados construir por Marmont que controlaban los extremos del puente de barcas, y que se hallaban bien provistos de bastimentos y de artillería. Fue el general inglés Rowland Hill el encargado de desalojar a los franceses de esas posiciones, lo que consiguió el día 19 de mayo ayudado del Marqués de la Alameda y de voluntarios extremeños. Aquel asalto supuso un gran éxito para las tropas e intereses aliados, pues además de causar numerosas bajas entre los contrarios, forzó su huida precipitada hacia Oropesa, obligándoles a abandonar gran cantidad de provisiones y armamento de todo género[64]. Desde la atalaya de Belvís de Monroy, así lo vio nuestro sacerdote-cronista, que certificó aquella importante acción en la siguiente partida de difuntos, en la que se delata la interacción connivente entre paisanos y tropas Imperiales, en un momento de la guerra en que era ya imposible la supervivencia de los unos sin la colaboración de los otros en medio de una tierra totalmente devastada:
«En este mes de maio, y dho. año (1812) murió Juan Ballestero, marido de Ramona Manzano; Gaspar Villanueba, marido de Luisa [Martín] Aparicio, vecinos de esta villa en la vera de Plasencia [Villanueva]. Y el día 19 de dho. mes y año fallecieron ahogados en el Tajo al sitio del puente de Almaraz, Martha Huertas, muger de Jph. Rodríguez; Román Gómez, hijo de domingo; Antonio Calderón, hijo de Gregorio, en el acaecimiento de ir huiendo de ntras. tropas, que atacaron desde el Lugar Nuevo a las francesas, y tomaron por asalto aquella plaza y fuertes, que éstas tenían allí fabricados y al pasar estos infelices el puente de varcas para abrigarse del lado de acá, y venir a esta villa, rompieron los ntros. soldados dho. puente con una granada y quedaron sumergidos en las aguas con varios francese, que también venían huiendo. Entonces quedaron dhos. Lugar Nuevo, plaza y fuertes de una y otra orilla reducidos a cenizas, y varias piezas de artillería y municiones arrojadas en el agua; y muchos particulares enriquecidos con los despojos hallados en el río. También resultó ahogado del mismo modo Julián, hijo legítimo de los dhos. Martha y Jph. Rodríguez. Parece que dha. varca fue hundida con el peso de tanta gente, y no rota con granada»[65].
Esa acción fue la última destacable que se dio en territorio extremeño, y resultó de capital importancia para el desarrollo futuro de los acontecimientos bélicos, pues gracias a ella el ejército de Marmont quedó aislado del ejército de Soult que actuaba al sur, lo que favoreció la decisiva victoria de Wellington sobre el duque de Ragusa en la Batalla de Los Arapiles el 22 de junio de 1812. No obstante, siguieron produciéndose encuentros y escaramuzas entre tropas móviles francesas y fuerzas españolas (regulares o guerrilleras) en torno al puente y vado de Almaraz-Albalat, de manera que, aún en los primeros meses de 1813, algunos pueblos de La Vera y del Campo Arañuelo sufrían las «razias» de los soldados franceses. De tan incómodas «visitas», así como del sufrimiento de la población a lo largo de aquella funesta e interminable guerra, también dejó constancia don Manuel Talabán, cuando el 1 de enero de 1813 escribió en el correspondiente Libro de Bautismos de su parroquia:
«Han sido bautizados en este año de 1812 cinco varones y dos hembras solamente; cuia decadencia consiste en las muertes y expatriación que han acarreado las actuales guerras, pues de 110 vecinos [418 habitantes, contando sólo los de la villa de Belvís] que componían esta Parrochia apenas han quedado 10 [38 habitantes], y aún cada día se ausentan más y más a causa de los enemigos y el hambre que se nos causa»[66].
El 30 de marzo de 1813, según ciertos testimonios[67], dejó de sentirse las presencia de tropas enemigas en el municipio de Belvís y pueblos de su entorno, de modo que ese día terminó la Guerra de la Independencia para aquellos paisanos, si bien no sus incomodidades, pues el tránsito de tropas nacionales por el territorio y la necesidad de asistirlas de manera directa o indirecta, siguió agobiando al paisanaje aún por muchos meses.
A modo de epílogo, vienen muy a cuento las palabras con las que nuestro particular cronista concluyó su citada «Advertencia» inserta en el nuevo Libro de Casados, que, si bien debió de registrarlas a finales de 1810, o poco después, encajan igualmente en el contexto de ese momento final en el que los enemigos campeaban aún por el Campo Arañuelo. En ellas, don Manuel evitó culpar directamente al invasor de los desastres e incomodidades de la guerra, males que achacó a los «pecados» de la Monarquía española y de sus cortesanos, consciente de la debilidad de aquellos monarcas y buen conocedor de las intrigas palaciegas previas al alzamiento del 2 de Mayo; de todo ello dejó acerada e irónica constancia:
«Lo que para memoria de los venideros, y para q.e tributen al Señor continuas gracias [sus parroquianos], cuando haian logrado poseer sus bienes en paz, y vivir en sus hogares sin tales sobresaltos y horrores, me ha parecido oportuno [a]notarlos y sepan que no en vano se repiten las oraciones en el ofrecim.to del rosario, pidiendo a la Madre de Dios el que nos alcance la tranquilidad y sosiego y paz entre los Principes cristianos. He aquí porque siempre los Sumos Pontífices y demás que conceden Yndulg.as nos piden que para ganarlas hagamos estas suplicas ál Señor fervorosam.te; como que, ó han visto, leído ó experimentado cuan necesario es a la Stã. Yglesia la paz, para exercer líbreme.te sus religiosas funciones.
El S.or Todopoderoso se digne apiadarse de nosotros, y perdone a los Españoles las culpas innumerables que están mereciendo estos azotes; haga abrir los ojos a los Reies, para q.e jamás ocasionen (como al presente) tales desgracias en sus vasallos; no persigan a su Esposa la Iglesia [se refiere a la Alianza Trono-Altar]; ni tengan a su lado Validos tan distinguidos y honrados (Godoy); no duerman en inacciones y sensualidades, que así conseguiremos tener sosiego y paz en esta vida, que se junte con la eterna de la otra. Amen…»[68]
LA MUERTE DE DON MANUEL TALABÁN
Poco tiempo pudo disfrutar el párroco de la paz por la que tanto había rogado, ni lograría terminar su labor recopiladora y restauradora iniciada a finales de 1810[69], pues falleció de muerte natural en la villa de Belvís de Monroy el día 19 de julio de 1813 a la edad de 56 años. Su funeral debió de ser oficiado por don Antonio González Vizalo, encargado entonces de aquella parroquia y más tarde de la de Casas de Belvís, ya que fue este sacerdote quien firmó su partida de defunción el 13 de agosto siguiente[70]. En ella se dice que don Manuel pudo recibir los sacramentos de Penitencia y Extremaunción, pero no el de Eucaristía, «por no permitirlo la enfermedad»[71]. Su agonía tuvo que ser breve, teniendo en cuenta que había celebrado en su iglesia de Santiago Apóstol una misa de cuerpo presente el día 11 y un bautizo el día 14 del mismo julio. Esta partida de defunción incluye el testamento eclesiástico de don Manuel, que había sido registrado el día 7 de enero de 1808 por el entonces secretario del Ayuntamiento de Belvís don Antonio Berrocoso y Vergara, documento que aporta ciertos detalles sobre la vida y la personalidad de nuestro particular cronista. Quiso ser enterrado en la iglesia parroquial de Santiago Apóstol de la villa, «y sepultado en el número trece donde lo fue su madre, y si no en donde hubiere lugar en la misma capilla mayor…[72]; en orden a la mortaja se pida a esta Parroquia ó a otra de sus Anexos los vestidos sacerdotales de color morado pagados a precio justo…»[73]. En lo que se refiere a la retahíla de misas de novenario, de aniversario y votivas encargadas, conviene destacar la que dejó «en reverencia de la SSmã. Cruz q.e se celebra en el Altar de la Hermita sita en el pueblo de su naturaleza dando seis r.s de limosna»[74], las diez en memoria de sus padres, una en memoria de su hermano Francisco, cuatro por la de sus abuelos, diez por la de sus feligreses; «en cada pueblo [de las parroquias anexas] se repartirá a los pobres una fanega de pan amasado; Yd. en cada Convento de Religiosas se le diga una misa cantada, su limosna treinta r.s cada una…; Yd. otra cantada con vigilia de tres lecciones y señal de campana la noche antes en la Parroquial de la Serradilla, su primer curato, su limosna veinte r.s al celebrante y seis al sacristán. En el Pueblo de su naturaleza otra misa con vigilia y señal de campana precedente con la limosna acostumbrada en aquella Parroquia, y se pagará de sus bienes patrimoniales. Y de misas comunes ciento quarenta misas rezadas q.e repartirán sus testamentarios entre los Religiosos de los dos Conventos de Monjas, sacerdotes de sus Anexos que eligiesen…»[75]. A la Demanda de Ánimas de la villa de Belvís mandó donar el «huerto de la Mimbrera», de su propiedad, con el cargo de una memoria en su recuerdo[76]. Fueron sus testamentarios, además del presbítero don Antonio Fernández, sus cuatro hermanos, Pablo[77], Ramón, Pedro y Antonio, a quienes dejó por herederos de sus bienes patrimoniales, pues los eclesiásticos los donó a los pobres de la villa y sus anejos.
En agosto vino a sustituir al difunto don Manuel Talabán, aunque como cura ecónomo, el religioso franciscano observante fray Antonio Matas, personaje cuya vida fue aun más azarosa y compleja que la de nuestro protagonista; pero esa es ya otra historia.
Imagen 1.
Partida de nacimiento de don Manuel Talaván Mateos. (Copia digitalizada -ARCHIVO PARROQUIAL DE CASAR DE PALOMERO).
Imagen 2.
Caligrafías y firmas de don Manuel Talaván Mateos. (Fotografía de un documento original -ARCHIVO PARROQUIAL DE BELVÍS DE MONROY).
[1] Por respeto a la memoria de nuestro protagonista, que siempre firmó “Talabán” y no “Talaván”, se mantendrá en adelante la primera de estas grafías, si bien en su tiempo, e incluso en el seno de su propia familia, se emplearon ambas fórmulas.
[2] El municipio de Belvís de Monroy está compuesto por dos núcleos de población, la antigua villa de señorío de Belvís, “la de los Monroy”, y su barrio extramuros de Casas de Belvís.
[3] Interrogatorio de la Real Audiencia, Extremadura a finales de los tiempos modernos. Partido de Plasencia, “Belvís de Monroy”, nº7, pp. 119-133. Asamblea de Extremadura, Primera Edición. Mérida, 1995.
[4] Respuestas Generales del Catastro del Marqués de la Ensenada (1749-1756). Villa de Belvís de Monroy, Provincia de Extremadura, 15 de noviembre de 1752. Biblioteca virtual del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (Copia microfilmada extraída del original del Archivo General de Simancas).
[5] Se ha aplicado un índice de conversión de 4 habitantes por cada vecino.
[6] Conviene aclarar que, en realidad, la titular del ducado de Alba y del señorío de Belvís era su esposa y prima doña María Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, duquesa de Huéscar, condesa de Oropesa, condesa de Deleitosa, marquesa de Jarandilla, etc., títulos y estados de los que tomó posesión el día 28 de abril de 1770.
[7] El antiguo catillo-palacio, situado en lo más alto de dicha villa, entonces deshabitado ya y casi arruinado, daba fe de un pasado más sonoro.
[8] Hoy las parroquias de Santiago Apóstol de Belvís y de San Bernardo Abad de las Casas siguen siendo independientes, aunque las dirige el mismo sacerdote adjunto al arciprestazgo de Navalmoral de la Mata, diócesis de Plasencia.
[9] Al momento del Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura, el convento de Santa Ana contaba con 10 monjas, el de San Juan de la Penitencia con 17 y la comunidad de frailes del Berrocal con 15 religiosos.
[10] ARCHIVO PARROQUIAL DE CASAR DE PALOMERO (en ARCHIVO DIOCESANO DE CÁCERES); Libro de Bautismos nº 2 (1747-1801), fol. 103.
[11] ARCHIVO PARROQUIAL DE BELVÍS DE MONROY, Parroquia de Santiago Apóstol (en adelante APBM), Libro de Becerro, fol. 186 y vto.
[12] APBM. Libro de Misceláneas, ff. 26 y 27 vto.
[13] Gaceta de Madrid del martes 26 de enero de 1808, núm. 8, pág. 95.
[14] APBM. Colegio de Gramática y Latinidad: Oposiciones, 1780-1808.
[15] Ibídem, ff. 211 vto. y 212.
[16] APBM. Libro de Becerro, fol. 97 vto.
[17] En el reparto general de la Provincia de Extremadura para la formación de su Ejército Provincial tocó a Plasencia y su partido el total de 3.966 soldados, que se concretó en 4 reclutas por cada 40 vecinos,
[18] ARCHIVO MUNICIPAL DEBELVÍS DE MONROY (en adelante AMBM), “Asuntos Militares”, Caja 10, Carpeta “Circular 1808”.
[19] Ídem.
[20] Ídem.
[21] Ídem.
[22] APBM. Libro de Cuentas de la Ermita de Ntra. Sra. del Berrocal (1790-1834): “Libro de quentas que tengo yo Gabriel Serrano Mayordomo de N.ta S.a del Berrocal en el año de 1807 y 1808”.
[23] GARCÍA PÉREZ, Juan y SÁNCHEZ MARROLLO, Fernando: “Guerra, reacción y revolución (1808-1833)”. En Historia de Extremadura. Tomo IV, pp., 661, 662. Badajoz, 1985.
[24] APBM. Libro de Cuentas de la Ermita de Nuestra Señora del Berrocal (1790-1834).
[25] APBM. Libro de Cuentas de Fábrica (1808-1882); folio 5.
[26] Al momento del estallido de la guerra, el señorío de Belvís de Monroy, incluido en el condado de Oropesa, estaba bajo la jurisdicción de don Diego Fernández de Velasco, duque de Frías, quien abrazó abiertamente la causa de Napoleón y colaboró con ella. Por tal motivo, el gobierno provisional español, declaró confiscados todos sus bienes, posesiones y estados, haciéndose cargo de los correspondientes en Extremadura su recién creada Junta Suprema, con fecha de 28 de agosto de 1808, embargo revalidado por Real Decreto de 2 de mayo de 1809, conocido como “Ley de Partida”.
[27] AMBM. Reales Despachos, Caja 2, Exp. 78.
[28] GÓMEZ VILLAFRANCA, Román: Extremadura en la Guerra de la Independencia Española, Memoria Histórica y Colección Diplomática. Primera Parte, p. 76. Imprenta Uceda Hermanos, Badajoz, 1908.
[29] PAREDES GUILLÉN, Vicente: “Los franceses en Plasencia en 1808 y 1809; entrada primera”; en Revista de Extremadura, vol. 10, p. 171. Cáceres 1908.
[30] ARCHIVO PARROQUIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA, Parroquia de San Andrés Apóstol, Libro de difuntos nº 3, 1809-1834, fol. 1. El testimonio fue recogido por el sacristán Ramón Ruiz, quien, al parecer, permaneció en la villa en circunstancias tan arriesgadas.
[31] ARCHIVO PARROQUIAL DE CASATEJADA, Libro de Difuntos, 1730-1853. Leg. 2, Carp. 2 (citado por LÓPEZ MORENO, Eugenio: El paso de los franceses por el Campo Arañuelo; en Coloquios Histórico- Culturales…; Ob. Cit., p. 82).
[32] AMBM. “CERTIFICADOS”, Caja nº8, Exp. 67.
[33] Ídem.
[34] Ídem.
[35] APBM, Libro de Bautismos nº 4 (1759-1815), fol. 273 vto.
[36] GARCÍA DE LA CUESTA, Gregorio: “Manifiesto que presenta a la Europa el Capitán General de los Reales Ejércitos Don Gregorio García de la Cuesta, sobre sus operaciones militares y políticas desde el mes de junio de 1808 hasta el día 12 de agosto de 1809 en que dejó el mando del ejército de Extremadura”; Imp. Miguel Domingo. Palma de Mallorca, 1811, pág. 31.
[37] La ermita de la Santa Cruz servía entonces de parroquia porque a ella se había trasladado la de Sancti Spiritus por orden del obispo de Coria, cuya iglesia amenazada ruina desde hacía tiempo. La primera partida registrada que se firmó en dicha ermita por tal circunstancia está fechada el 17 de junio de 1802.
[38] Algunas de estas partidas me han sido facilitadas por el religioso dominico don Crescencio Palomo, erudito natural de Casar de Palomero.
[39] A.H.N. ESTADO. Leg. 2993.
[40] GÓMEZ VILLAFRANCA, Román: Extremadura en la Guerra… Ob. cit., Primera Parte, pp. 152 y 153.
[41] “Noticias para el recurso a S.M. por Plasencia y su tierra, en razón de la devastación del País”. Biblioteca y Archivo de la Diputación Provincial de Cáceres, Legado Eugenio Escobar Prieto.
[42] APBM. Libro de Difuntos nº 4 (1808-1853), fol. 5.
[43] APBM. Libro de Casados nº 4 (1810-1851), fol. 1 y vto.
[44] APBM. Libro de Difuntos nº 4 (1808-1853), fol. 1 y vto.
[45] APBM. Libro de Becerro, fol. 78 vto. El subrayado es mío.
[46] Ibídem, fol. 93.
[47] APBM. “Convenio con el Colegio y Fundación de las dos Cáthedras de Primeras Letras y Latinidad en la villa de Belvís (1774-1824)”.
[48] APBM. Libro de Difuntos nº 4, (1808-1853), fol. 5.
[49] ARCHIVO PARROQUIAL DE CASAR DE PALOMERO, Libro de Bautismos Nº 3 (1801-1826), fol. 91 vto.
[50] APBM. Libro de Becerro, fol. 112 vto.
[51] APBM. Libro de Cuentas de Fábrica (1808-1882), fol. 7.
[52] ARCHIVO MUNICIPAL DE PLASENCIA, Caja: Disposiciones de 1810 habidas en enero.
[53] AMBM. Caja Reales Órdenes (Alistamiento de 1810). Exp. 38.
[54] Ídem.
[55] Ídem. El subrayado es mío.
[56] APBM. Libro de Casados nº 4 (1810-1851), fol. 2 y vto.
[57] Ibídem. Tal vez porque el primero no murió en Belvís y la segunda no fue directamente asesinada por los franceses, no quiso apreciar don Manuel Talaván en este escrito las muertes del cirujano titular de la villa don Vicente Jiménez, que perdió la vida por mano de los enemigos el día 19 de diciembre de 1808 a las afueras de Navalmoral, ni la citada de Rosa Alcón, muertes que registró don Manuel en el nuevo Libro de Difuntos que habilitó tras su regreso definitivo.
[58] AMBM. Año de 1811, Expedientes Varios; Caja nº 4, Exp. 46. El subrayado es mío.
[59] APBM. Libro de Cuentas de la Ermita del Berrocal nº 3 (1790-1834), fol. 36.
[60] APBM. Libro de Difuntos nº 4, (1808-1853), fol. 2 vto.
[61] APBM. Libro de Difuntos nº 4, (1808-1853), fol. 5 vto.
[62] Ibídem, fol. 1 vto.
[63] APBM. Libro de Casados nº 4 (1810-1851), fol. 2 y vto.
[64] Esta hazaña dio origen a la conmemoración popular que desde el año 2005 viene celebrándose, por las mismas fechas, en el pueblo cacereño de Romangordo y su entorno, conocida como “Ruta de los ingleses”.
[65] APBM. Libro de Difuntos nº 4 (1808-1853), fol. 17 vto.
[66] APBM. Libro de Bautismo nº 4 (1759-1815), fol. 289 vto.
[67] AMBM. “CERTIFICADOS”, Caja nº8, Exp. 67.
[68] APBM. Libro de Casados nº 4 (1810-1851), fol. 2 y vto. El subrayado es mío.
[69] Al inicio del nuevo Libro de Colecturía que inició don José María López escribió este sacerdote con fecha de 26 de febrero de 1818: «El libro que habia perecido en la invasión de los franceses y no se volvió a formar otro p.r dicho S.or Cura sin duda por q.e esperaba que se acabase del todo la Guerra p.a hacerlo con tranquilidad…»
[70] APBM. Libro de Difuntos nº 4 (1808-1853), fol. 22 vto., 23 y vto.
[71] Ídem.
[72] También había costumbre entre los feligreses del municipio de mandar ser enterrados en las iglesias de los conventos de la villa.
[73] APBM. Libro de Difuntos nº 4 (1808-1853), fol. 22 vto., 23 y vto.
[74] Ídem.
[75] Ídem.
[76] Ídem.
[77] Este hermano fue también sacerdote, y ejerció como cura teniente de la parroquia de Casar de Palomero desde 1813 hasta 1815. También figura como capellán y “clérigo sesmero” en Belvís de Monroy en la década de los 70 del siglo XVIII.