Extremadura, la mirada de una tierra por el paso de los viajeros durante los Siglos XVIII, XIX y XX.
Jennifer Rol Jiménez y Ángela Alonso Sánchez.
Área de Arqueología
Departamento de Historia
Universidad de Extremadura
Para comenzar, debemos tener presente que Extremadura cuenta con un gran número de viajeros que, movidos por razones diversas, han recorrido, a lo largo de los siglos y en todas direcciones, la heterogénea geografía de esta región. De este modo, nos encontramos ante la existencia de un gran conjunto de obras en las que sus autores han plasmado, con mayor o menor fortuna, sus impresiones personales sobre aquellos lugares y gentes que encontraron en su camino. Hay que destacar que los viajeros de habla inglesa ocupan uno de los lugares más relevantes, especialmente a partir de los siglos dieciocho y diecinueve, atravesando el territorio extremeño y plasmando en sus “diarios de viaje” el efecto que les causó esta experiencia. Esto no quiere decir que todos los relatos ofrezcan una misma impresión, ya que la opinión que cada uno de ellos extrae de lo que ve, se encuentra influida por diferentes factores, como pueden ser el clima, el estado de ánimo del viajero, su salud, la prisa con la que atraviesa la región, su condición social, el motivo de su viaje, el itinerario, etc.
En este sentido, se plantea un acercamiento, por un lado, a la visión de los viajeros que entran o salen de España por Portugal, y se les obliga a pasar por Extremadura, pero casi sin detenerse. Todos son viajeros instruidos y formados[1] y una de las características de sus relatos es que omiten toda referencia a esta región, o hacen breves comentarios sobre el despoblamiento, la desolación del paisaje o la falta de cultivos agrícolas[2]. Otro tipo de viajeros sería el de aquellos soldados franceses e ingleses que participaron en la Guerra de la Independencia y estuvieron en Extremadura, haciendo referencia a la tarea de espionaje que desempeñaron algunos como el teniente coronel Sir Benjamin Badcock, y, por otro lado, los viajeros que vienen ex profeso a Extremadura, que suelen ser viajeros ilustrados y románticos y son los que producen los mejores relatos, ofreciendo diferentes puntos de vista y diversos aspectos a tratar. Es en la mirada que estos últimos nos ofrecen, donde haremos mayor hincapié. Nos centraremos en la visión que los escritores plasman a través de sus experiencias personales o sobre la información que recogen de Extremadura, intentando ofrecer una visión diacrónica, donde se puedan apreciar los cambios producidos entre una época y otra, en lugar de ofrecer una visión sincrónica o de un momento determinado.
El período en el que este tipo de viajeros comienza a visitar nuestra región con una mayor asiduidad parece coincidir con la segunda mitad del siglo dieciocho y con lo que se conoce como la moda del Grand Tour[3]. Hay autores que creen ver en el llamado Grand Tour del siglo XVIII un precedente del turismo moderno. Era un viaje por motivos educativos que solían hacer los jóvenes aristócratas destinados por su familia a ejercer altas tareas de gobierno, sobre todo en el Reino Unido, aunque también en otras naciones, por países como Francia e Italia, para concluir el proceso formativo. Se trataba de viajes de largo recorrido y larga duración, que se hacían con séquito de sirvientes y a las órdenes de un tutor, que solía ser el encargado de programarlo con todo detalle, fijando la fecha de salida, las ciudades a visitar, los contactos a establecer, las actividades a realizar, los medios de transporte a contratar, si es que no se contaba con medios propios, las formas de alojamiento a emplear, en general, en casas de amigos, y la fecha de regreso. También se podía hacer sin tener nada programado, improvisando, según el tránsito de un lugar a otro.
La mayor parte de los viajeros que recorrieron tierras extremeñas, se adentraban en Extremadura siguiendo el itinerario más común que une Madrid con Lisboa. Esta ruta transcurría por algunos pueblos y ciudades extremeñas en los que, a veces, a ojos de estos trotamundos se detenían brevemente bien para admirar algunos de sus monumentos o para descansar del exhaustivo viaje. Así, por ejemplo, muchos de ellos cuentan sus impresiones de lugares tales como Trujillo, Cáceres, Badajoz, Mérida o Guadalupe, entre otros.
Con respecto a la opinión que presenta la región extremeña entre la segunda mitad del siglo dieciocho y principios del veinte, y centrándonos en dicha temática, no se puede decir que sea muy positiva. En este sentido, Extremadura aparece como una provincia “terriblemente árida no produciendo otra cosa para relajar la vista que alcornoques muy diseminados y aquí o allá unos cuantos olivos deformes”[4], según Cumberland[5]. Pero hay que señalar que esta visión no es compartida por todos y cada uno de los viajeros que visitan Extremadura. Es más, para algunos viajeros el mayor atractivo que podía ofrecer esta región a los visitantes extranjeros era el de ser un lugar que poseía todavía una riqueza natural, casi intacta.
De este modo, un tema presente en todos lo viajeros, que en algunas ocasiones puede considerarse un tópico, es su constante referencia a la despoblación que sufría esta región: “Desde este elevado punto (el puerto de Miravete) empezamos a formarnos una idea de los despoblados o dehesas de Extremadura, inmensa extensión de llanuras que se pierden de vista sin que aparezca, leguas y leguas, el más pequeño pueblo en el horizonte”[6]. Se puede señalar que eran varias sus causas, entre las cuales se puede hablar de la expulsión de los moros que se produjo en el siglo XIII dejando pueblos enteros desiertos y grandes extensiones de tierra sin cultivar. Otra de las causas, según Ponz[7], que afirma que hacia finales del siglo XVIII, la población extremeña rondaba los cien mil habitantes, podía ser la peste de 1348, que destruyó dos tercios de la población de España, y en consecuencia, hizo que vastas extensiones de tierra quedaran sin cultivos, y se introdujera el descuidado sistema trashumante de pastoreo, nómada, que impedía la emergencia de una población sedentaria y concentrada que fuera en aumento. Por otro lado, también se hace referencia a la fuerte emigración que hubo hacia América por parte de los extremeños en busca de fortuna, “por ser país pobre y de escasos recursos”, o, como expone Laborde[8] porque “los conquistadores del Nuevo Mundo que eran de esta provincia; enardecieron la ambición de sus ciudadanos; se fueron a combatir bajo sus banderas y conquistar las riquezas en los países que habían sometido. Esta emigración fue la más numerosa de todas las otras provincias de la monarquía española”[9]. Asimismo, encontramos opiniones contrarias a esta teoría, como la de Richard Ford que afirma, poniendo como ejemplo a Inglaterra, que “la colonización nunca despobló a un Estado vigoroso y bien condicionado. La causa real es un mal gobierno, civil y religioso, que puede observarse por todas partes”[10]. Sin embargo, a la hora de referirse a la despoblación hay que tener en cuenta la condición de estos viajeros, que eran todos ellos hombres de ciudad, que se movían en numerosos círculos sociales, por lo que no debe extrañarnos que se asombren de la soledad de las dehesas extremeñas y de la despoblación general que sufría la región, en contraste con su tan poblada e industrializada isla, debido a la numerosa concentración de población en los núcleos industriales durante la Revolución Industrial y posteriormente. Además, podemos señalar que tanto la región extremeña como el resto de España, sufría los mismos desequilibrios sociales y la misma mala administración que el resto de la Península, ya que España se encontraba treinta años por detrás del resto de Europa.
Por otro lado, lo mismo que mencionan el despoblamiento, no dejan de señalar, como contraste, la fertilidad de su suelo, las excelentes cosechas que se producen allí donde se cultivan los campos, y la magnífica producción agrícola que podría obtenerse si éstos se cultivaran más. “Su suelo es muy fértil (…). Si da algunas producciones, no se debe a la industria de los hombres; es ella sola quien actúa, y se puede asegurar que sería una de las provincias más fértiles de España, si no fuera la menos cultivada”, en palabras de Laborde. Asimismo, Ford también reafirma esta característica hablando de “vastos distritos de tierras fértiles, y con un clima beneficioso que están abandonados al paso de las ovejas”. Son constantes las referencias a que Extremadura era un vergel y un granero cuando estaba poblada por moros y romanos, y, como prueba de ello, aluden a la importancia que tuvo Mérida, como capital de la Hispania Ulterior en la época romana y los numerosos vestigios que quedan aún de su antiguo esplendor. Pero, sugieren también que los campos no se cultivaban por comodidad de los propietarios, que no querían arriesgarse a tener malas cosechas, ya que “su renta es siempre la misma y siempre igualmente segura teniendo sus tierras como pastos; los arriendan para servir a los numerosos rebaños que van todos los años hacia el otoño y pasan el invierno”[11]. En este sentido, la Mesta, es un tema a tratar por casi todos, por considerarla generalmente la causa principal del despoblamiento y de la falta de cultivos, y prueba de ello es que la consideraban como una institución abusiva, con una gran cantidad de privilegios, que estaba en contra de los extremeños, convirtiéndose en la causa principal por la que se entablaron innumerables disputas entre los agricultores extremeños y los ganaderos trashumantes.
Por otro lado, entre las muchas preocupaciones que rondan a los viajeros mientras recorren la región extremeña, ocupa un lugar predominante la cuestión del alojamiento y de la comida. Ambos temas se hallan estrechamente unidos, ya que resulta bastante común abastecerse de alimentos en el lugar en el que se pernocta. Sin embargo, en la Extremadura de aquella época, la escasez en general, era una de las características más prominentes: escasez de alojamiento, de carreteras, de alimentos y de medicinas. Así pues, no es de extrañar que fuese una práctica relativamente común, entre la mayoría de los visitantes que deambulan por nuestra región, proveerse de alimentos antes de iniciar el viaje y, cuando las provisiones disminuían, aprovechar cualquier oportunidad para reponerlas.
En este sentido, hay que señalar que las alusiones a la comida en los diarios de viajes no suelen ser ni muy numerosas ni excesivamente extensas, a pesar de su importancia. Sin embargo, en buena parte de las anotaciones que los escritores hacen sobre este particular se suplen esas deficiencias con comentarios muy jugosos en los que se destacan la calidad de los productos locales o se muestra el asombro con el que algunos viajeros reaccionan ante algún plato novedoso e incluso inusual. En Jaraicejo, Robert Southey[12] se sorprende ante la obtención de abundantes alimentos por un módico precio, “nos vendieron un conejo, una liebre y cuatro perdices por un dólar”, y cuando llegan a Miajadas añade “nuestra despensa para el viaje no ha estado nunca mejor provista: dos liebres, dos conejos, un par de perdices, un jamón, […] y el lomo adobado, una memorable lista de comida”. Sin embargo, en la mayoría de los viajeros predominará la imagen de la carencia de alimentos en la Extremadura del siglo diecinueve que perdurará en su literatura hasta finales de siglo y muchos viajeros temerán aventurarse por nuestra región, por miedo a esa falta de víveres, como le sucedió a Southey en su visita a Trujillo, donde no pudo hacerse con provisión alguna, “ni tan siquiera un huevo”.
A las puertas del siglo veinte, Main[13], uno de los viajeros que visita Mérida trata de calmar el desasosiego de sus conciudadanos con respecto al tema de la alimentación con la descripción del menú que le sirvieron en una posada y que según él consistía en lo siguiente: “una buena sopa seguida de riñones estofados, lo mejor que he comido jamás. Pescado frito muy caliente y sin aceite; estaba buenísimo. Deliciosas chuletillas y ensalada. Repostería de primera clase […], dulce de membrillo y pastelillos. Postre de melón, naranja, etc. El vino estaba especialmente bueno”. Además de los alimentos mencionados, los viajeros aluden también a los productos regionales que por una razón u otra les llaman la atención. En su viaje a Logrosán, Cook[14] reconoce que los productos agrícolas más importantes de esa zona son el aceite y los cereales; de la misma manera, señala la escasa producción de vino, si bien alaba sin reparos su calidad. Por otra parte, Roberts[15], a su paso por Cuacos se refiere a otro producto típico del lugar, en concreto a los pimientos rojos que se utilizan para fabricar el tradicional pimentón de esa región. Le llama la atención que en una de las habitaciones de la posada en la que se aloja en Plasencia, y también en la casa que los acoge en Torrejón, el método tradicional que se empleaba en Extremadura, y probablemente en otras partes de la Península, para conservar diversas frutas hasta el invierno: “el techo estaba adornado […] con una buena fila de melones”.
En lo relativo a los productos extremeños, también se destaca la calidad de algunos productos, tales como el chorizo, los jamones o el tocino, de los que se abastecía al resto del país, siendo indispensables para la olla o el puchero. Esta importancia se manifiesta en varios de los dichos populares que circulaban en la época: “No hay olla sin tocino, ni sermón sin Agustino”, o la versión parecida: “Ni boda sin tamborino. Ni olla sin tocino”. Por otro lado, se pone de manifiesto la importancia que tenía el cerdo en la economía extremeña, y, de igual modo, podemos referirnos a otro famoso refrán que pone de manifiesto la gran calidad de éste: “el extremeño jamones trae en vez de doblones”, pudiendo aludir, al mismo tiempo, a la importancia que tenía la matanza dentro de la vida doméstica extremeña, que se celebraba en el mes de noviembre. Asimismo, uno de los productos de gran fama en la región y, posiblemente, fuera de ella, siguiendo el comentario de Roberts, es el jamón de Montánchez; los jamones de Montánchez no son sólo, como dice Ford a sus lectores, “famosos en el mundo entero hoy en día”, sino que han disfrutado de esta fama al menos desde hace varios siglos. Esta explicación la basa este autor en su propia experiencia, cuando se hizo con dos jamones de siete kilos cada uno, y fue dando cuenta de ello en el viaje desde Mérida a Granada pasando por Sevilla.
Por otra parte, los viajeros que atraviesan Extremadura, entre finales del dieciocho y principios del veinte, se encuentran con dificultades a la hora de hallar un lugar mínimamente decente donde reponerse de las fatigas y pernoctar. Debemos tener en cuenta que los visitantes, por lo general, estaban acostumbrados a las comodidades que les ofrecían las diversas posadas y hoteles de su país. Sin embargo, y en contraposición, no todos los comentarios son negativos, pues de vez en cuando nos topamos con las observaciones de algunos viajeros que alaban sin reparos la calidad del establecimiento donde se alojan. De una de las posadas de Trujillo, Badcock, en 1835, dice que era muy buena y limpia. Años más tarde, en 1844, Cook se aloja también en Trujillo y, a pesar de asegurar que Extremadura es la región de España con las peores posadas, considera que el establecimiento en el que se hospeda en esta ciudad es de una gran calidad, aunque echa de menos la comodidad que supone tener cristales en todas las ventanas: “encontramos una amplia y excelente posada regentada por una respetable señora. Es una posada realmente española, limpia y cómoda, una de las mejores del reino”. Estas alabanzas que los viajeros dedican al alojamiento que encuentran en Trujillo[16] se repiten también en el diario de viajes de Roberts, que recorre Extremadura en el año 1860. En efecto, este autor dice que “Trujillo no sólo es una vieja ciudad típica, con estrechas y tortuosas calles, llena de casas pintorescas, sino que contiene la mejor posada con la que nos hemos encontrado entre Madrid y Sevilla”. Por su parte, Richard Ford, también se refiere a una posada de Trujillo muy decorosa y limpia que responde al nombre de “Posada de los Caballeros”, llevada por una viuda. “Está en la parte alta de la ciudad aunque el camino pasa por la parte de abajo. La ciudad antigua se eleva a la izquierda, y ofrece desde su situación un efecto imponente, que desaparece tan pronto se entra en ella”[17]. Probablemente, se refieran a la misma posada.
Por otra parte, Southey[18] vierte algunas críticas referentes a la posada de Venta Nueva[19], ya que los rústicos camastros descansaban en cuatro troncos a los que nunca se había despojado de la corteza y la Corte había usado toda la ropa de cama: “Mi catre está colocado sobre palos de los que no se ha retirado la corteza. Las camas son malas, y la Corte ha manchado toda la ropa blanca”[20]. Sin embargo, en Casas de Miravete se hospedan en una posada mejor, “encontramos una casa de postas con el honorable nombre de las casas del Puerto de Miravete[21], y donde gustosamente acordamos pasar la noche. Para nuestra gran comodidad encontramos unas camas limpias en las que descansar”. En los Santos de Maimona, Robert Semple, se siente encantado con la posada en la que se hospeda, “la casa de postas era muy buena, y el grado de limpieza que imperaba en el interior, habría sido tenido en cuenta hasta en Inglaterra”. Llama la atención a los viajeros en diferentes posadas, el hecho de que las ventanas tengan o no cristales. En el caso de Baretti[22], cuando decidió visitar a su familia, no dejó de subrayar, respecto a su alto en Badajoz, que las ventanas de la posada de Santa Lucía, igual que las de Portugal, carecían de “cristales y tenían solamente postigos que excluían la luz si se cerraban para protegerse de la lluvia, viento o frío. No había cajones, armarios ni espejos”, ofreciendo, además, una crítica a la escasez de mobiliario que presentaban las posadas.
En contraposición a la calidad de los alimentos y casas de posta, y en lo referente al tema de la salud en nuestra región, hay que señalar que es tratado por Dalrymple[23] y Cook de diferente modo. El primero tiene la impresión de que los habitantes de Badajoz sufren de ictericia[24] y con respecto a toda la región, opina que los extremeños “son propensos a las calenturas y a las fiebres palúdicas, lo que le da un aspecto enfermizo”. Cook cree que el problema de las fiebres, que él denomina tercianas, tiene su origen en una mala alimentación y, en especial, “en el uso desordenado de alimentos vegetales”. Por su parte, Richard Ford, advierte en su obra que “las cantidades de “Chorizo” y de “Pimentesco”[25] que se comen en Extremadura producen el carbunco[26]”, estando equivocado en las causas que producen dicha enfermedad, ya que esta enfermedad se transmite por el ganado ovino, vacuno y cabrío, incluso equino, pero no tiene nada que ver con chorizo ni con el pimentón. Otra patología destacable es la aparición de la viruela. Baretti, en su paso por Trujillo, hace referencia a dicha enfermedad y dicho lugar, que le parece un sitio desagradable; sus calles “mal pavimentadas con cantos de pedernal, las casas irregulares y muy bajas, y la pobre posadera había perdido aquella mañana a sus dos hijos, víctimas de la viruela”, haciendo referencia al atraso que sufría la región extremeña, ya que “se desconocía la vacunación” [27].
En lo referente a los aspectos climatológicos, Southey relaciona el mes de enero en la región extremeña, tan templado, con el mes de junio en Inglaterra, “las violetas estaban en flor, o la falta de mantas durante la noche no significaba grave quebranto. Hemos encontrado a un hombre cabalgando sin chaqueta ni chaleco, con la camisa abierta y las mangas subidas, un fresco desnudo para enero”[28]. También le llama la atención que la mayor parte de las mujeres y los niños anden descalzos.
En el caso de Badcock[29], cuyo objetivo principal en su viaje a España, era averiguar si habían entrado en Portugal algunas fuerzas españolas y enterarse de qué pensaban hacer los españoles, cuando tomó una diligencia hasta Trujillo, y una vez allí, señala que el calor fue demasiado intenso para andar recorriendo sus calles. Jaraicejo, que era la siguiente etapa, ofrecía tan desolador aspecto que le pareció “como si un ejército lo hubiese evacuado veinticuatro horas antes”[30]. Por su parte Beckford[31], que atraviesa Extremadura en invierno bajo unas condiciones climáticas difíciles y en un estado de salud bastante malo, ofrece una impresión sombría de las ciudades por las que pasa. De ahí que el adjetivo que aplica a Badajoz y sus habitantes sea el de “fúnebre” y que defina a Trujillo como una “lóbrega ciudad […], situada en un oscuro altozano”, añadiendo a continuación que fue esta ciudad “la que vio nacer al despiadado Pizarro, el azote de los peruanos y el asesino de Atabaliba[32]”, frases extraídas de esa leyenda negra que durante siglos alentaron algunas naciones de Europa.
En lo referente a los rasgos fisiológicos y al carácter de la población extremeña, la extrañeza que les produce a estos viajeros una cultura y tradiciones que, en principio, les son muy ajenas, les lleva a consignar en sus diarios, hechos ciertamente curiosos. Este es el caso, por ejemplo, de los campesinos extremeños de la zona de Fuente de Cantos, a los que Semple[33] describe como “increíblemente robustos, aunque no altos”. Posteriormente, su reflexión sobre el campesinado de nuestra región le lleva a emitir un juicio muy particular en el que llama la atención sobre las grandes semejanzas existentes entre los campesinos escoceses y los de algunas partes de España. En este sentido, en el diario de viaje de Luffmann, publicado a principios del siglo veinte, encontramos una breve alusión a los campesinos de la zona de Cáceres, capital en la que se les describe como “pequeños de estatura, pero muy bien formados, tranquilos y corteses”.
En este sentido, les resultan significativos los hábitos de ciertos individuos, como sucedía con el campesinado, además de llamarles notablemente su atención, el aspecto físico y el carácter de los habitantes de esta región, encuentran relevantes otros aspectos como los referentes a los monasterios de Yuste y Guadalupe y, sobre este último, la leyenda de la aparición de la Virgen y su devoción, los numerosos rebaños que tenía en propiedad, así como la inmensa riqueza de la orden. En este sentido, podemos aludir al famoso dicho popular de la época que corría de boca en boca hasta llegar a oídos de estos viajeros refiriéndose al monasterio guadalupense y que dice así: “Quien es conde y desea ser duque, meterse fraile en Guadalupe”.
Por otro lado, hay un aspecto, en la región extremeña, que puede resultar de gran interés y que sería el tema de las Hurdes, a las que Sir John Talbot Dillon[34] se refiere como tierras de salvajismo y paganismo entre sus habitantes, de desdicha y miseria. Todo ello va a formar parte de la leyenda, mantenida por diferentes autores hasta bien entrado el siglo diecinueve, acerca del atraso y barbarie de los hurdanos, como Javier Marcos[35] recoge en su trabajo sobre la historia de la antropología extremeña. Dillon anotará que “en alguna parte de este desgraciado país, si preguntan donde están las Hurdes, algunos le dirán, un poco más adelante, y cuando llegue, otro le informará que está a una pequeña distancia por detrás; nadie quiere reconocerse como habitante de este desgraciado país de las Hurdes”.
En otras ocasiones, los comentarios de estos trotamundos giran en torno a la hermosura de la mujer extremeña. Para algunos, el origen de la belleza de la mujer española se halla precisamente en ese atractivo que posee lo exótico, y en particular los países del sur de Europa, para los habitantes del norte y, en especial, para los de habla inglesa, por ser estos los que con más frecuencia nos visitan. Badcock, hace una comparación entre la mujer española y la portuguesa, encuentra la razón del atractivo de las primeras en su andar elegante, sus ojos oscuros y sus costumbres moras. En concreto, este autor afirma de las mujeres españolas que “su carácter en el amor está lleno de extrema pasión, celos y furia que las conduce a cometer cualquier exceso”. Mientras que para Badcock, las damas portuguesas, aunque por lo general no son tan hermosas, son más agradables. “Todas tienen los ojos muy brillantes, y son muy apegadas, fieles y hogareñas”.
Otro de los temas de gran interés, con numerosas descripciones al respecto, son las referencias a la cultura material. En lo referente a las opiniones que a todos ellos les merecen las ciudades extremeñas varían notablemente debido a numerosos factores. En el caso de Baretti[36], refiriéndose a Mérida, destaca que encontró que los habitantes se sentían orgullosos de sus restos antiguos, pero parecía, lamentablemente, que no les importaba demasiado. El puente era “noble, largo, espacioso y todo él de piedra”; Otro ejemplo lo representa el capellán Edward Clarke[37], que atraviesa Extremadura de forma rauda y apresurada, describiendo la ciudad de Trujillo como “situada en una colina en cuya cima hay un castillo”[38]. De Mérida dice que “…está construida a orillas del Guadiana sobre el que hay un majestuoso puente […]. Hay algunos restos de un anfiteatro, de un acueducto, de un circo, todo romano”. En este sentido, se trata de una visión meramente descriptiva, sin ofrecer ningún comentario crítico al respecto. Otro dicho popular utilizado por Davillier en su obra, es el referido a Trujillo y a la orografía del terreno con su conjunto de batolitos graníticos: “Por doquiera que a Trujillo entrares, andarás una legua de berrocales”[39]. Richard Ford[40], también hace referencia a este dicho y afirma en su obra que “Trujillo es un triste monumento de ciudad desgastada en la cual los armazones de una anterior grandeza se burlan de la presente pobreza; ahora el pueblo es agrícola y sin vida ni tiendas, ni comercio –meros cultivadores de la tierra-, o criadores de cerdos, principalmente de esto último, ya que la tierra está abandonada sin cultivar, puesto que en su mayor parte es pedregosa y pobre”, de aquí el dicho, “por do quiera que a Trujillo entrares, andarás una legua de berrocales”.
En este sentido, las descripciones de Cook [41] cuando toma una diligencia de Badajoz, camino de Trujillo, señala que a su paso, no pudo por menos de anotar que el puente destruido en Almaraz[42] continuaba aún quebrado, y Trujillo le pareció, a pesar de su ruinoso estado, “una vieja ciudad de gran belleza”, que pasa a describir con considerable detalle antes de proseguir hacia Logrosán, motivo primordial de su viaje. También era un pretexto para llegar a Guadalupe, que atesoraba todavía obras de Zurbarán “no dañadas ni tocadas”, y que, a su juicio, debieran llevarse al Prado antes de sufrir el funesto destino de la biblioteca, casi desaparecida.
De este modo, hay que referirse a la visita que hace el capitán de navío Cook[43], a la sierra de Guadalupe, a mediados del siglo diecinueve, en el año 1843, con el ánimo de comprobar la situación de la fosforita y la finalidad de visitar varias minas, especialmente en Logrosán, permitiéndole recorrer algunos pueblos de la zona. Antes de llegar a ellas, se detiene en Trujillo durante un período de tiempo, suficiente como para permitirle visitar con detenimiento los principales monumentos de la ciudad, afirmando que son “extremadamente interesantes” y prueba del interés que en él despierta, la dan las numerosas páginas que en su relato dedica a su descripción.
Otra de las ciudades extremeñas que llaman la atención, entre los relatos de los viajeros O´Shea, O´Really y Luffmann, es la ciudad de Cáceres. Narrando sus impresiones de la ciudad, el primero de ellos cuenta en su obra de 1865 que Cáceres, que tiene una población de 13.466 habitantes y un invierno muy suave, “por su situación apartada y por la falta de carreteras, se halla en un rincón ignorado de Extremadura, siendo aburrida, sin vida, sucia y lúgubre”. Esta opinión tan poco halagadora que O´Shea formula de la ciudad, no parece compartirla cincuenta años después O´Reilly[44], que hace referencia a varias cuestiones dialécticas; de este modo, el habla de los habitantes de Cáceres, al que califica de “castellano puro”, comparado con el de Andalucía, al que se refiere como “descuidado dialecto andaluz”, no suponen un mismo dialecto. Esta alusión a la pureza de la lengua que se habla en Cáceres tiene su eco en el relato de Cook, quien ya en 1844 ensalza la forma de hablar de las gentes de Trujillo calificándola de “dialecto extremadamente puro”. Por otro lado, Luffmann[45], que visita Cáceres en 1910, describe la ciudad en términos muy halagadores haciendo especial hincapié en la limpieza de sus calles y en los rasgos regulares de sus habitantes. Así, por ejemplo, en cuanto a su pulcritud, manifiesta que “está inmaculadamente limpia”. También añade que “Cáceres es hoy suficientemente limpia como para merecer escapar a cualquier forma de contagio, ya que no hay ninguna calle, casa, individuo o vestimenta sucios”. Llama notablemente la atención algunos de los contrastes que encontramos entre diferentes autores sobre un mismo tema, como puede ser el de la limpieza. En cuanto a sus habitantes comenta, como se ha señalado anteriormente, que “los campesinos son pequeños de estatura, pero muy bien formados, tranquilos y corteses” y que las mujeres de Cáceres “tienen rasgos sorprendentemente regulares y algunas son increíblemente hermosas”.
De este modo, Ford, aunque no había conocido, por desgracia, la ciudad de Cáceres, en su primera edición encontramos un pasaje en que se dice: “poca cosa hay que ver aquí, y la población es apagada y porcina”. En la tercera edición, el pasaje se modifica y amplía, llamando la atención la nueva visión descriptiva que ofrece: “Cáceres abunda en arquitectura feudal, macizas casas señoriales, con portalones de granito y escudos de armas. Incluso cabe citar que la heráldica y los jamones se han desmandado…; la parte más alta de la villa conserva sus viejas murallas y torres. Son de notar dos aljibes, el arco de Estrella y los pasajes que llevan a la plaza…; el amante de las casas antiguas se fijará en la de Veletas, el alcázar moruno, la de los Golfines, con sus mosaicos, la de los condes de la Torre, y especialmente la mansión del duque de Abrantes, en la que destacan las ventanas”.[46]
Es destacable que la mayoría de los viajeros que atraviesa nuestra región presta una atención especial a su riqueza arquitectónica así como a la belleza natural de algunos de sus parajes. En algunos casos, esas descripciones se ven enriquecidas con comentarios de diversa naturaleza y en los que tienen cabida un sinfín de temas que por una u otra razón despertaron el interés del viajero.
Por otro lado, en los escritos de los viajeros que visitan nuestra región nos topamos a veces con retazos de información sobre aspectos de poca importancia, en apariencia, pero que pueden resultar de gran interés hoy en día. Así, por ejemplo, a Southey, a principios del siglo diecinueve, le parece que los cántaros de barro de Trujillo están mejor hechos y se han utilizado mejores materiales en su fabricación que cualquiera de los que ha visto en Inglaterra, aunque también encontró platos fabricados en este país. Esta industria trujillana parece haberse mantenido al menos durante todo el siglo diecinueve, ya que en el diario de Chapman y Buck, a principios del siglo veinte, se testifica su existencia así como la de la fabricación de collares de hierro con púas para perros.
Sin embargo, por otro lado, se destaca la escasez de manufacturas que había en esta región y su poca importancia, enumerando las pocas industrias existentes: “Se reducen a una fábrica de sombreros en Badajoz […] Dos fábricas semejantes en Zafra. Un gran número de curtidurías también en Zafra y en Casar de Cáceres. Una manufactura de paños gruesos en Arroyo del Puerco[47]. Todavía quedan algunos telares de paños en Hervás…”[48]. También se hace referencia a la descripción de un martinete, que había en Guadalupe, donde se trabajaban utensilios de cobre bastante comunes y, en alguna ocasión, se considera como el único representante de toda la industria del distrito.
Esta escasez de manufacturas, unidas al abandono de la Corona y a las tareas devastadoras y ruinosas llevadas a cabo por la misma, a su paso por la región, se convierten en un excelente caldo de cultivo que conduce al atraso y al inmovilismo de los pueblos extremeños. Podemos señalar uno de los pasajes que destaca Southey, referente a los viajeros que marchaban a la zaga de la Corte, y que describe de la siguiente manera: “Nunca he presenciado un panorama de tan melancólica devastación. Su católica majestad se desplaza como el Rey de los Gitanos; su séquito despoja el campo sin pagar por nada, duerme en los bosques y quema los árboles. Encontramos muchos árboles ardiendo aún. El hueco de un hermoso alcornoque utilizado como fogón. Los de los alrededores destruidos para usarlos como combustible. Si el más leve viento se levantase ahora, el bosque entero sería pasto de las llamas. Mulas, caballos y burros tendidos, muertos a lo largo del camino”. En este sentido, comenta que cuando llegaron a Jaraicejo, la hospedera de este pueblo les dijo, entre lágrimas, que los gastos de la escolta del Rey en su casa ascendían a más de mil reales, de los cuales no había recibido ni tan siquiera uno. “Su Majestad y su escolta habían quemado los árboles, copado los caminos, ensuciado las ropas de cama, y devorado las provisiones”[49]. Del mismo modo, este otro caso, que también encontramos en los relatos de Southey, puede resultar anecdótico, ya que al entrar en la aldea del Puerto de Santa Cruz, donde cenaron, la gente les rodeó, preguntándoles si eran ellos los caballeros que venían a pagar las deudas del Rey.
Otro de los diferentes temas que encontramos, es el referente al tipo de transeúntes que deambulaban por aquellos caminos, que además, de estar compuesto por el séquito de la Corte del Rey, también estaba formado por los bandidos que vagaban por aquellas tierras, considerados como un problema que afectaba a la región extremeña. En el relato de Cumberland, se manifiesta que recibió aviso de mantenerse en guardia contra los ladrones en la zona entre Trujillo y Miajadas. Años más tarde, Southey informa al lector de que la región entre Plasencia y Trujillo se hallaba plagada de bandidos. Badcock, por citar un ejemplo, refiriéndose a la comarca que va desde Navalmoral a Plasencia afirma que esta zona “se encontraba infestada de bandidos y que los viajeros y la gente del lugar la atravesaban únicamente en grandes grupos armados”. Sin embargo, a pesar de los comentarios realizados sobre el tema de los bandidos en sus relatos, la mayoría de los viajeros, no parece haberse encontrado cara a cara con estos personajes, por lo que se puede hablar de un conocimiento teórico del asunto. También aparece reflejado, en algunos relatos, el tema del contrabando, señalando su importancia para la economía de algunos extremeños.
Otros de los aspectos que se tratan en los diferentes relatos están relacionados con diferentes temas. En este sentido, Cook y Chapman muestran su admiración ante la riqueza ornitológica de Extremadura, además, el primero se lamenta de la escasez de buenas mulas, cuando en el pasado, dice, “esta provincia tenía fama por criar las mejores mulas de España”. También son reseñables los comentarios de Badcock refiriéndose a la queja de los altos precios de la región, así como los aspectos comparativos que Whittinhton[50] realiza entre España y Portugal, diciendo que en España “las posadas son pequeñas, ni buenas ni malas durante todo el viaje, pero las de Portugal son peores que las de España”. Del mismo modo, al referirse al Camino Real dice que no está bien cuidado y que en algunos tramos es pedregoso y estrecho, y en otros, se convierte en un ancho sendero de arena, mientras que el camino portugués está pavimentado en casi su totalidad. De los caballos de postas españoles, afirma que, generalmente, dos de cada cuatro son muy buenos, son pequeños y galopan bien, mientras que en Portugal raramente se encuentra uno bueno de cada cinco, poniendo de manifiesto la gran calidad de los caballos españoles.
Para concluir, podemos señalar que la visión que estos viajeros nos ofrecen de Extremadura, relacionada con el tipo de visita que han llevado a cabo en la región, refiriéndose al despoblamiento, o a los malos caminos y hospedajes, puede relacionarse con los ensayos interpretativos acerca de la situación extremeña y su visión dominada por un tono más bien triste, que presenta una región abandonada por la Corona, con un nivel demográfico muy bajo, y con un escaso interés por parte de sus habitantes en superarse, abandonados a su destino, como recoge Davillier[51] en la famosa décima de Gregorio de Salas:
“Espíritu desunido
Domina a los extremeños;
Jamás entran en empeños
Ni quieren tomar partido:
Cada cual en sí metido
Y contento en su rincón
Huye de toda instrucción;
Y aunque es grande su viveza,
Vienen a ser, por pereza,
Los indios de la nación”.
Como contrapunto, a lo señalado anteriormente, todos están de acuerdo que podía ser una región rica, como lo fue en el pasado, con una importante producción agrícola, si hubiera un mayor esfuerzo por parte de todos. De todas formas, el enfoque que presentan es una visión general, casi esteriotipada, que tienen del país, tanto los viajeros ilustrados como los románticos. Sin embargo, conviene tener en cuenta el género de informantes locales que lograron, ya que a veces pueden estar reproduciendo una opinión meramente reflejo de arquetipos nacionales. Así pues, sería interesante conocer cuáles fueron sus fuentes de informantes y para ello, sería de gran interés, recurrir al trabajo de campo antropológico para contrastar su información con la que ofrecen los diferentes autores y viajeros españoles de la época, que conocen la zona.
Como conclusión final, podemos añadir que en el retrato de Extremadura que emerge de la pluma de estos viajeros no impera únicamente ese tono oscuro y sombrío que se pueda pensar. En esas pinceladas que dibujan nuestra región existen, asimismo, algunas zonas que destacan por su colorido, vistosidad o animación[52]. Así, es verdad que la impresión general de algunos de los viajeros sobre Extremadura está teñida de coloraciones ciertamente grisáceas o si para estos viajeros nuestra región no es sino un páramo desierto sin vida, para otros, sin embargo, nuestra tierra resplandece con ese brillo que le otorga una riqueza natural casi intacta. Si sus pueblos y ciudades merecen para la mayoría de los viajeros, los calificativos de míseros, pobre y en deterioro, para otros, son limpios y pintorescos. Lo mismo podemos afirmar de la comida o del alojamiento, pues si la escasez de productos alimenticios elaborados es un hecho para la mayoría de estos peregrinos, así como la escasez y poca calidad de las posadas, también es cierto que abunda en la región la caza y otros alimentos naturales, y que en algunos lugares, el alojamiento puede competir a nivel de igualdad con el de otros países más prósperos. Esta imagen ambivalente de Extremadura, que se asoma tanto en los relatos de viajeros extranjeros que visitan nuestra región en las últimas décadas del siglo dieciocho, como en los diarios de viaje de los que recorran tierras extremeñas a lo largo del diecinueve y principios del veinte, incorpora a nuestro rico acervo cultural un valioso punto de vista externo que nos permite comprender y apreciar, en mayor medida, los múltiples valores que conforman nuestra identidad como región. Ante todo, no debemos olvidar que nos movemos en el pasado para construir el presente y alcanzar el futuro; un futuro incierto, pero optimista, como es el que presenta nuestra identidad extremeña, perfilada a lo largo de los tiempos.
Agradecimientos:
A Manuel Prieto Matías y a Pedro Prieto Ramiro, por su inestimable ayuda.
Este trabajo ha sido financiado por la Fundación Valhondo Calaff a través de su programa de becas destinadas a postgraduados de la Universidad de Extremadura.
Bibliografía:
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- Romero de Tejada, P., “La visión de Extremadura en los viajeros europeos”, Antropología Cultural de Extremadura (Primeras Jornadas de Cultura Popular), Editora Regional, Mérida, 1989.
NOTAS:
[1] Pilar Romero de Tejada, “La visión de Extremadura en los viajeros europeos”, Antropología Cultural de Extremadura (Primeras Jornadas de Cultura Popular), 1989.
[2] Hay que tener en cuenta, que las rutas que realizan son las de Badajoz a Madrid o a Sevilla, que se caracterizan por ser las zonas donde se encuentran las grandes dehesas, así como Sierra Morena.
[3] Jesús A. Marín Calvarro, Extremadura en los relatos de viajeros de habla inglesa (1760-1910), Badajoz, 2002, pp. 13-27.
[4] R. Cumberland, Memoirs of Richard Cumberland griten by himself, Londres, 1806-1807.
[5] Richard Cumberland nace en 1732. En Inglaterra era conocido sobre todo como dramaturgo, su verdadera vocación, aunque tuvo que alternar la literatura con otras actividades vinculadas a la política. Viajará a España entre 1780-1781 encargado de firmar un tratado. Habiendo fracasado en su cometido, Cumberland abandonó su carrera política y administrativa y se retiró al campo, dedicándose plenamente a su vocación de escritor. Sus obras más conocidas son las comedias sentimentales The Brothers (1769) y The West Indian (1711). Fue el creador de un periódico “de ensayo” titulado The Observer. Murió en 1811.
[6] Davillier, 1984, vol. II, pág. 86.
[7] María Dolores Maestre, Doce viajes por Extremadura. (En los libros de viajeros ingleses. 1760-1843), 1995, pág. 227.
[8] Alexandre Louis Joseph, conde de Laborde. Nace en París en el año 1773. Escritor y político francés. Diputado liberal en 1822, participó en la revolución en 1830. Más tarde fue colaborador de Luis Felipe. Autor de varias obras tales como Itinerario descriptivo de España (1808) y Viaje histórico y pintoresco por España (1806-1820). Muere en París en el año 1842.
[9] Laborde, Itinerario descriptivo de España, París, 1808, vol. I, pág. 373.
[10] Richard Ford, A handbook for travellers in Spain and readers at home, Londres, 1845, vol. I, pág. 516.
[11] Laborde, 1808, vol. I, pág. 374.
[12] Robert Southey nació en 1774 en Bristol y se educó en Westminster y Balliol, Oxford. Mantuvo una estrecha relación de amistad con Words-worth y Coleridge y jugó un papel importante en el movimiento romántico inglés. Escribió una gran cantidad de obras en verso y en prosa destacando especialmente en su faceta epistolar. En 1808 se convirtió en un colaborador asiduo de la revista The Quarterly Review. Entre sus obras destaca el libro que apareció en 1797, Letters Written during a Short Residence in Spain and Portugal. Toda su vida siguió interesado por España. Murió en 1843.
[13] E. Main, Cities and sights of Spain. A Handbook for Tourists, Londres: George Bell and Sons, 1899.
[14] Capitán Samuel Edward Widdrington, hijo de una rica heredera, adquirió el rango de capitán de navío. Visitó España a partir de 1829. Fue elegido miembro de la Royal Society. Vuelve a España acompañando al destacado científico, el Dr. Daubeny, profesor de Botánica y de Química de Oxford, interesados en las minas de fosforita de Logrosán. Una de sus obras más destacables es Sketches in Spain during the years 1829, 1830, 1831 y 1832.
[15] Richard Roberts, An Autumn Tour in Spain in the Year 1859, Londres: Saunders, Otley, and Co., 1860.
[16] La mayoría de los viajeros comenta que la posada de Trujillo, se supone que “La de Caballeros”, era buena y limpia. Según los indicios, esta posada se situaba en la calle de la Encarnación.
[17] María Dolores Maestre, Doce viajes por Extremadura. Pág. 361.
[18] Ian Robertson, Los curiosos impertinentes. Viajeros ingleses por España. 1760-1855, pág. 173.
[19] Lugar Nuevo.
[20] María Dolores Maestre, Doce viajes por Extremadura. Pág. 208.
[21] Actual municipio de Casas de Miravete.
[22] Giuseppe Baretti. A Journey from London to Genoa through England, Portugal, Spain and France. Nació en Torino en el año 1719. Muere en 1789, año de la Revolución Francesa. Muere en Inglaterra. Realizó un largo viaje por Lisboa, España, Francia, después retornó a Milán y a Venecia. Realizó una gran descripción de la gente y paisajes de la España del 1760. En el año 1765 debido a la polémica suscitada por alguno de sus escritos, se estableció definitivamente en Inglaterra, donde murió en el año 1789.
[23] John Dalrymple, nació en New Hailes, Escocia, en el año 1737. Hidrógrafo y navegante británico que surcó los mares del Sur y levantó un mapa de las islas visitadas, del cual se sirvió Cook en su primer viaje en 1768. Muere en Londres en 1808.
[24] Enfermedad que consiste en ciertos trastornos hepáticos que producen aumento de bilis en la sangre, y se manifiesta generalmente por la coloración amarilla de la piel y las conjuntivas.
[25] Debe querer decir pimentón.
[26] El carbunco o carbunclo es una enfermedad contagiosa, virulenta y mortífera que sufre el ganado lanar, vacuno y cabrío, y a veces en el caballar, que puede transmitirse al hombre, denominándose ántrax maligno. La origina el Bacillus anthracis. No tiene, por tanto, nada que ver con el chorizo y el pimentón.
[27] Baretti, pág. 59. Los curiosos impertinentes. Viajeros ingleses por España. 1760-1855. Ian Robertson.
[28] María Dolores Maestre, 12 viajes por Extremadura. En los libros de viajeros ingleses. 1760-1843. Pág. 211.
[29] El teniente coronel Sir Benjamín Badcock, el autor de Rouge Leaves from a Journal Kept in Spain and Portugal during the Years 1832, 1833 and 1834(1835) formó parte de una misión militar inglesa que debía estudiar la situación en Portugal, al comienzo de la lucha fratricida entre don Pedro y don Miguel. Llevaba Badcock la comisión específica de averiguar los movimientos e intenciones de los españoles en la frontera de Portugal, y a poco de llegar a Lisboa salió para Badajoz. Encontró a los españoles suspicaces en demasía: en realidad hicieron en cuanto estaba en su mano por ocultarle los hechos. Intentó, a pesar de todo, sacar el mayor provecho posible de la embarazosa y molesta situación en que se encontraba, y le animó pensar que tal vez tuviera ocasión de volver a alguno de los lugares conocidos durante su anterior visita a España: no por nada era un veterano de la guerra de la Independencia, y buen conocedor de la región fronteriza.
[30] Ian Robertson, Los curiosos impertinentes. Viajeros ingleses por España. 1760-1855, Editora Nacional, Madrid, 1976, pág. 269.
[31] W. Beckford, Italy, with Sketches of Spain and Portugal, 2 vols., Londres, 1834.
William Beckford nació en 1759 en el seno de una familia inmensamente rica con plantaciones y esclavos en Jamaica. Recibió una educación refinada de los mejores maestros de la época. Sin embargo, combinó su sed de conocimientos con una devoción casi enfermiza por los placeres ilícitos. Su riqueza le permitió viajar y escribir. Su primer tour por Europa lo realizó a los veinte años viajando por Holanda, Francia, Italia, Suiza… Su obra tiene influencia de los romances satíricos de Voltaire. Murió en 1844.
[32] Probablemente el autor se refiere al emperador inca Atahualpa. Este tipo de errores en la transcripción de nombres propios, sobre todo nombres de personas y topónimos, resulta muy común en los escritos de los viajeros de habla inglesa.
[33] Robert Semple, viajero inglés que nace en 1766. Visita la Península en dos ocasiones: la primera en 1805 y la segunda durante la guerra de la Independencia, en 1809. De esta segunda visita da cuenta en su diario publicado en Londres en ese mismo año y que tituló A Second Journey in Spain, in the Spring of 1809; from Lisbon through the Western Skirts of the Sierra Morena, to Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga and Gibraltar; and thence to Tetuan and Tangiers.
[34] J. T. Dillon, Travels through Spain: with a view to illustrate the natural history, Londres.
[35] Javier Marcos Arévalo, “Etnografía y folklore en Extremadura”, en La Antropología cultural de España, Barcelona, 1986, pp. 321-379.
[36] Joseph o Giuseppe Baretti, nació en Turín en 1719, pasando sus últimos cuarenta años de vida en Inglaterra. El primer viaje a España lo efectuó en 1760, y lo publicó en italiano, su segundo viaje fue durante 1768-1769. Refleja lo que ve, impregnando sus descripciones de sus propios y buenos sentimientos.
[37] Edward Clarke nació en 1730. Se formó en la Universidad de Cambridge. Desempeñó funciones como clérigo en su país natal. Viene a España en 1760 como capellán del conde de Bristol, embajador a la sazón de su Majestad británica ante la Corona española. Durante su estancia en Madrid se dedicó a reunir información sobre el país para terminar con las erróneas visiones de España. En 1761 todos los miembros de la Embajada británica abandonaron precipitadamente la Península ante la inminencia de una guerra. En 1763 parte hacia Menoría como capellán y secretario del general Johns, puesto que continuó desempeñando con sucesivos gobernadores. Muere en 1786.
[38] E. Clarke, Letters Concerning the Spanish Nation: Griten at Madrid during the Years 1760 and 1761, Londres, 1763.
[39] Davillier, 1984, vol. II, pág. 88.
[40] María Dolores Maestre, 12 viajes por Extremadura, 1995, pp. 360-361.
[41] Ian Robertson, Los curiosos impertinentes. Viajeros ingleses por España. 1760-1855, Editora Nacional, Madrid, 1976, pág. 232.
[42] Puente de Albalat, denominado por la mayor parte del vulgo de Almaraz, por su cercanía con este municipio.
[43] S. E. Cook, Spain and the Spaniards, in 1843, Londres, 1844.
[44] E. B. O´Reilly, Heroic Spain, New York, 1910.
[45] C. B. Luffmann, Quiet Days in Spain, New York, 1910.
[46] C. B. Luffmann, Quiet Days in Spain, New York, 1910, pág. 316.
[47] Se refiere al actual municipio de Arroyo de la Luz.
[48] Laborde, 1808, vol. I, pág. 376.
[49] María Dolores Maestre, Doce viajeros por Extremadura, pág. 211.
[50] George Downing Whittington recorre la Península en el año 1803. Sus impresiones sobre España y Portugal verán la luz en 1808, en la obra que lleva por títuloTravels through Spain and Part of Portugal, publicada en Londres.
[51] Jean Charles Baron de Davillier y Gustavo Dore, Voyage en Espagne, Libraire Hachette, París, 1862, vol. II, pág. 85.
[52] Jesús A. Marín Calvarro, Extremadura en los relatos de los viajeros de habla inglesa. (1760-1910), Badajoz, 2002.