Manuel Jesús Ruiz Moreno
- INTRODUCCIÓN.
Paulino García Toraño en su estudio “El rey don Pedro el Cruel y su mundo” anota que la rebelión de la nobleza castellana contra el rey don Pedro no fue tanto por el bien del reino como por sus propios intereses particulares. Recoge el testimonio del cronista López de Ayala quien expresaba que “el propio e primer movimiento (de los nobles) fue por intereses e ambición e codicia e no por buen orden ni regimiento en el reino”. Suceso que no era nuevo en la historia de España, citando los casos de rebeliones nobiliarias también durante los reinados de su abuelo Fernando IV y de su padre Alfonso XI. Pero García Toraño hace constar una particularidad del levantamiento que se produjo ante Pedro I, y es que mientras en épocas pasadas la rebelión se produjo por un número muy limitado de nobles, en este caso fue un hecho mayoritario[1].
Fueron varios los aspectos que alegó la nobleza para intentar anular al monarca castellano. Entre ellos, el principal fue la necesidad de una conducta digna, del rey, en cuestión de su matrimonio y futura sucesión al reino. Dado que había repudiado a su legítima esposa la princesa francesa doña Blanca, tres días después de la boda. Postura que don Pedro asumió por dos motivos: el primero, que seguía viviendo amancebado con su amante María de Padilla, y el segundo, que había obtenido la confesión de la reina doña Blanca de que el reino de Francia no podía pagar la dote estipulada para su boda. Con este desprecio marcó la postura del reino de Francia, y con ello el apoyo de los franceses[2] al bastardo don Enrique, poco tiempo después[3]
Abierta la confrontación entre ambos candidatos al trono castellano, y después de una serie de cercos a las principales plazas fuertes por parte de unos y otros, tras la caída de Toledo (1355) y Toro (1356) en manos del rey Pedro I, don Enrique perdió toda esperanza de vencer y se retiró con algunos allegados a Francia, donde pasó a servicio del rey francés Juan. La enemistad con Francia y con el Papa, hacían caer al reino castellano de Pedro I en la órbita de la alianza con Inglaterra y con Navarra, cuyo rey, Carlos II, estaba preso del francés. Además, como señala Luis Suárez Fernández en su estudio sobre las guerras de Castilla y Aragón en el siglo XIV, Navarra necesitaba de los puertos castellanos de Guipúzcoa para mantener sus comunicaciones con el territorio de Normandía, del que era señor también el rey Carlos II[4].
El reino de Aragón, de Pedro IV el Ceremonioso, había mantenido una política de cautela en este enfrentamiento, observando los movimientos de las fuerzas del reino de Castilla. Los aragoneses eran conscientes del superior potencial de los castellanos, en cuanto a su mayor población y mayor riqueza. Situación de inferioridad que se fue agravando a medida que la corona catalano-aragonesa sufría una desintegración por el modelo feudal imperante, mientras Castilla iba concentrando en el rey todo el poder del estado. Por ello, la política del rey de Aragón se orientó a evitar la confrontación directa y aprovechar las dificultades internas de Castilla, provocadas por las luchas de sucesión. De tal manera que en ocasiones apoyaba a un bando y en otras al contrario. Con este fin, pretendía sacar provecho de las diferencias entre unos y otros. Esta forma de dirigir las relaciones con los castellanos comenzó con Pedro I de Aragón y se mantuvo con sus sucesores. Llegando a su máximo apogeo con el rey Pedro IV, quien no escatimó, incluso, en aliarse con el reino de Granada en contra de su vecino castellano[5].
Julio Valdeón, en su estudio Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara, anota que el apoyo francés que recibió Enrique II para luchar contra su hermano Pedro I, se vio fortalecido por la llegada al trono francés de Carlos V. El cuál en lucha contra los ingleses precisaba la ayuda de la flota castellana. Como Pedro I era aliado de Inglaterra, optó por apoyar a Enrique con la intención de que sustituyera al rey Pedro, y por ello envió las Compañías Blancas bajo el mando de Beltrán du Guesclin, y financiadas por Francia, la Corona de Aragón y el Pontificado. También recabó Enrique la ayuda de los castellanos exiliados en el reino de Aragón, y de otros castellanos descontentos con el brusco comportamiento que el rey Pedro tenía con ellos, tal como indica el cronista Pero López de Ayala. Con todos estos refuerzos en primavera de 1366 se dispuso a tomar el trono de Castilla[6].
El pretendiente al trono, don Enrique, entró por la frontera entre Aragón y Castilla cabalgando a lo largo del rio Ebro, asediando y tomando Calahorra. Su fácil triunfo hizo que sus fuerzas se autoconvencieran de que el rey Pedro no podría derrotarles y animado por ello se autoproclamó rey de Castilla y León el 16 de marzo de 1366, en su campamento, cercano a la población que acababan de tomar. Después de un intento infructuoso de tomar Logroño, las fuerzas del rey Enrique se dirigieron hacia Burgos, tomando otras poblaciones menores a su paso. En Burgos se encontraba el rey Pedro, que informado de las fuerzas con que venía su hermano decidió no presentar batalla, y abandonó la ciudad a su suerte, acompañado por algunos nobles de su confianza, entre ellos el cronista López de Ayala, dirigiéndose hacia Toledo. Los burgaleses, una vez huido el monarca don Pedro, enviaron una embajada al rey Enrique para negociar su rendición. Tras el acuerdo pertinente, el rey Enrique entró en la ciudad en la que fue recibido con mucho agrado por sus habitantes. Momento a partir del cual, empezó a recibir muchos emisarios de ciudades y villas, así como caballeros e hidalgos en señal de sumisión y cooperación con su causa[7]. En Burgos fue donde se celebraron los actos solemnes de la coronación oficial del nuevo rey de Castilla y León, don Enrique, el 5 de abril de 1366, en el monasterio de La Huelgas. Una vez tomado el poder y controlando la meseta norte, a decir de Valdeón, se dirigió hacia Toledo para controlar todo el resto del reino. De nuevo, don Pedro no quiso enfrentarse con su hermano y huyó a Sevilla. Don Enrique entró en Toledo, en el que se sucederían nuevos reconocimientos de personalidades y representantes que se sumaban a su causa, entre ellos el cronista Pero López de Ayala y el maestre de la orden militar de Santiago, Garcí Álvarez de Toledo. De allí, Enrique se dirigió hacia Sevilla, pero al igual que en Burgos y Toledo, el rey Pedro huyó de nuevo, en esta caso hacia Portugal, buscando su apoyo[8].
El rey portugués lo recibió con cortesía pero viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, declinó prestar ninguna ayuda y solo le facilitó el paso a sus tierras de Galicia, que todavía le eran fieles. Las fuerzas de Enrique tomaron Sevilla sin resistencia y capturaron el tesoro real que había embarcado en una galera por el rio Guadalquivir, unos 36 quintales de oro y numerosas joyas. La mayor parte del reino se inclinaba ante la corona de Enrique, pero todavía existían partidarios del rey Pedro, que en algunas poblaciones importantes se resistían a ceder ante el nuevo rey. Vista la situación de triunfo, el rey Enrique decidió licenciar a parte de sus fuerzas mercenarias de las Compañías Blancas, pagando sus servicios y enviándoles para sus tierras. Aconsejado por sus allegados, el rey Pedro se dirigió a pedir ayuda a Inglaterra, embarcando para Bayona y llegando en agosto de 1366, población en poder de los ingleses. Enrique aprovechó la ocasión para realizar una ofensiva contra las plazas fuertes de Galicia que apoyaban al rey Pedro. Después de unos duros enfrentamientos, Lugo, centro principal de los petristas, cayó en poder del rey Enrique. A partir de entonces, aunque se mantuvieron algunas poblaciones todavía a favor del rey Pedro, Enrique pasó a ser el rey efectivo de los reinos de Castilla y León. Y con dicho poder comenzó a reinar, aplicando el consenso, y el agradecimiento con donaciones, tanto a los nobles que le habían apoyado, como a las ciudades y villas que estaban a su favor [9].
Una vez en el territorio de la Francia controlado por los ingleses, Pedro I fue recibido por Thomas Felton, senescal de Aquitania, que le escoltó hasta Burdeos, ciudad en la que estaba el Príncipe Edurdo III, apodado el Principe negro, por el color de su armadura. Tras los acuerdos de Libourne los ingleses colaborarían en dar asistencia militar a Pedro I para luchar contra Enrique, y como pago de sus servicios además de un pago en metálico, recibirían ciertos territorios castellanos, como el señorío de Vizcaya. El rey de Navarra también se unió con los aliados castellano-ingleses, y prometió no poner impedimentos al paso de los ingleses por su reino, a cambio de una cantidad y la entrega por parte castellana de Vitoria y Logroño, a lo que había que sumar una salida al mar de su reino por Guipúzcoa[10].
En enero de 1367, diez mil combatientes veteranos de las guerras contra los franceses atravesaron el reino de Navarra en busca de las fuerzas de Enrique. Para asegurar el avance sin problemas del cuerpo expedicionario, el Principe negro envió algunas avanzadillas para reconocer el terreno, una de ellas bajo el mando de Thomas Felton [11]. Dicho grupo, a decir de Valdeón partió de Pamplona hacia Logroño. En el mes de marzo el ejército de los aliados castellano-ingleses se encontraban jugando al gato y al ratón con las fuerzas del rey Enrique, pues sus aliados franceses, que aún quedaban en sus filas, experimentados por la eficacia de las tácticas inglesas en batalla. le aconsejaron hacer una guerra de guerrillas con un hostigamiento continuo, cerrándole el acceso desde las tierras de Burgos y la Rioja. Pero otros caballeros aconsejaban entrar en batalla cuanto antes, para evitar que empezasen a levantarse poblaciones en favor de su hermano[12].
Paulino García Toraño indica que las fuerzas de Enrique se dirigieron a los altos de Zaldiarán y envió a un destacamento bajo el mando de su hermano don Tello, junto con el Marqués de Villena, a los que siguieron las fuerzas de Pero González de Mendoza, Pero Moñiz, maestre de Calatrava, Juan Ramírez de Arellano, el comendador de Santiago, el mariscal Audrehem, el Begue de Villaines y otros muchos caballeros para hostigar el avance de los aliados[13].
Sorprendidas las tropas de Felton, éstos se refugiaron en un otero junto a Ariñez a una legua de Vitoria, los castellanos vencieron a los ingleses, y tomaron algunos prisioneros. Tas lo cual las fuerzas de don Tello regresaron a su campamento de Zaldiarán[14].
Imagen 1 Las fuerzas de reconocimiento inglesas son vencidas en Ariñez por los hispano-franceses. Cortesía de los grupos de recreación histórica Fronteros de Extremadura y Caballeros y Damas de la Orden de Calatrava
Para Martínez Canales, lo ocurrido en Ariñez sembró la desconfianza de la superioridad militar de las tropas al servicio del rey don Pedro, por lo que el príncipe de Gales ordenó un despliegue de sus fuerzas al sur de Vitoria esperando el avance de don Enrique. Pero dicho avance no se produjo y las fuerzas petristas buscaron otro camino para llegar a Burgos[15].
Las tropas de don Enrique vigilaban estos movimientos, y pensando en cortar el avance del ejército del rey don Pedro, estableció su campamento entre Nájera y Navarrete, en la zona del caserío de Aleson, defendiendo el puente que permitía cruzar el río Najerilla con vistas a impedir el avance sobre Burgos. Allí fue donde ambos ejércitos se encontraron[16].
- FREY MELEN SUÁREZ , CLAVERO DE ALCÁNTARA.
- Frey Melen Suarez es citado por Torres y Tapia en su Crónica de la Orden de Alcántara como procedente de la familia de los Sotomayor, apoyando a don Enrique desde su coronación como rey de Castilla en Burgos, siendo citado en los documentos como “Clavero de Alcántara, Tiniente de Maestre”[17].
Melen Suárez aparece como Clavero bajo el maestrazgo de D. Frey Suero Martínez, nombrado maestre en 1356, como se cita en la crónica de Torres y Tapia[18]. Melen también se muestra como Clavero siendo maestre don Gutierre Gómez de Toledo, nombrado en 1362 [19]. Y de don Pedro Muñiz de Godoy, elegido como Maestre en 1366, al haber sido destituido don Martín López de Córdoba, partidario del rey don Pedro, por algunos Caballeros de la Orden, en consonancia con los requerimientos de don Enrique, Don Pedro Muñiz asumió en ese momento el maestrazgo de Alcántara, con el de Calatrava, que ya poseía[20]. Pero los alcantarinos partidarios de don Martín López protestaron ante el papa Urbano V, lo que provocó según Novoa Portela, en su trabajo Los maestres de la Orden de Alcántara durante los reinados de Alfonso XI y Pedro I, que el Papa decidiera que la Orden de Alcántara fuera administrada por el Clavero, Frey Melen Suárez, hasta que todo se aclarara. Dice la Crónica de Torres y Tapia que “No podía el Maestre cuidar por su persona del gobierno de ambos Maestrazgos, y para que asistiese al de la Orden de Alcántara nombró por su teniente a D. Melen Suarez, Clavero de ella”[21].
Don Melen Suarez es mencionado en la Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara, de Bonifacio Palacios Martín en un fragmento del Cuaderno de Cortes (7 de febrero de 1367), en el que se hace una petición para confirmar los privilegios otorgados por Alfonso XI a los alcantarinos en las Cortes de Valladolid. La Orden quedaba protegida bajo el amparo del nuevo rey, de tal manera, que si alguien les causase algún daño o perjuicio, recibirían todo el daño y menoscabo efectuado “doblado[22].
Torres y Tapia afirma que Melen Suárez “se halló en la batalla de Naxara” y dice: “El rey don Enrique (…) formó campo y ordenó su ejército, que era tambièn muy lustros y había en el muchos y muy grandes Caballeros de los Reynos de Castilla, Francia y Aragón, y entre ellos estaba don Melen Suárez, Clavero de Alcántara, con otros de ella que seguían la voz del Rey D. Enrique, la Cronica por yerro le llama Martín”[23]. También la Crónica de la Orden de Alcántara de Rades y Andrada indica que en dicha batalla se hallaron del lado del rey don Enrique el maestre don Pedro Muñiz y los suyos, entre ellos el clavero don Melen Suárez[24].
Seguramente del lado contrario podríamos encontrar al maestre de Alcántara depuesto, don Martín López de Córdoba, ya que Molina Molina, en su estudio sobre don Martín, indica que éste acompañó al monarca don Pedro al exilio para tomar parte en las negociaciones con el Príncipe Negro en Bayona, ciudad en la que, para garantizar el cumplimiento de los tratados, dejó como rehenes a su esposa y a sus hijas, junto con las del monarca[25].
- LAS DISPOSICIONES DE AMBAS FUERZAS ENFRENTADAS
Según narra la crónica de Ayala, el rey don Enrique tenía su Real (campamento) asentado detrás del rio Najerilla, de tal manera que éste se presentaba como un obstáculo ante el posible avance de las fuerzas de rey don Pedro y su aliado el príncipe de Gales, Pero como rasgo de caballerosidad, para no contar con esta ventaja, don Enrique mandó pasar el río y se dispuso a presentar batalla en la otra orilla, con gran pesar por parte del cronista López de Ayala, por echar a perder esa ventaja ante el enemigo. Mientras tanto, las fuerzas del rey don Pedro partieron de Navarrete para entablar combate con las de don Enrique. Durante estos movimientos previos de ambas formaciones, narra Ayala que algunos jinetes, junto con las gentes de San Esteban del Puerto, con su pendón, desertaron del ejército de don Enrique y se pasaron al de don Pedro[26].
Fuller señala que los ingleses solían disponerse para los enfrentamientos en el siglo XIV de la manera siguiente: “ tres “batallas” o divisiones, dos desmontadas, al frente, con un intervalo entre ambas, y otra a retaguardia, montada o dispuesta a montar, y mantenida de reserva. Los arqueros formaban a los flancos de las dos primeras “batallas”[27].
En la batalla de Nájera, el cronista López de Ayala comenta que las fuerzas del rey don Pedro y sus aliados se posicionaron de la siguiente manera: en la avanguarda (primera línea) a pie, venía don Juan Duque de Lancaster, hermano del Príncipe, junto con Mosen Juan Chandos, Mosen Rayul Camois, Mosen Hyugo de Caureley y “otros muchos Caballeros e Escuderos de Inglaterra e de Bretaña, que eran tres mil omes de armas, muy buenos omes, é muy usados de guerras usados de guerras”. En su ala derecha venía el Conde de Armiñaque y otros grandes caballeros hasta dos mil lanzas (caballería pesada), y en el otro ala del Cabdal de Buch, y otros caballeros y escuderos de Guinea, Alemania y otros lugares con otros dos mil hombres de armas (caballería pesada). Detrás de los hombres a pie venía el rey don Pedro, don Jaime, rey de Nápoles, el Príncipe de Gales y el pendón del rey de Navarra, que junto al resto de caballeros sumaban tres mil lanzas (caballería pesada). Estimando el cronista Ayala, que las fuerzas aliadas del rey don Pedro, presentes en la batalla, en total serían “diez mil omes de armas, é otros tantos flecheros”, y traían en sus escudos y sobrevestas, cruces de San Jorge sobre fondo blanco[28].
La nueva táctica inglesa de hacer combatir a sus hombres de armas a pie, en un momento en el que la carga de caballería pesada seguía siendo imperante en Europa fue debida al intento de contrarrestar las derrotas que éstos habían acumulado en las batallas contra los escoceses a principios del siglo XIV. Bannockburn, en opinión de Michael Prestwich, en su estudio “El desafío a la caballería: el arco largo y la pica, 1275-1475”, fue la derrota devastadora que obligó a los ingleses a cambiar su táctica de carga con caballería pesada. Pero de acuerdo con el citado autor, este cambio no consistió únicamente en copiar la formación defensiva de los lanceros escoceses, los “schiltrom”, sino en una evolución hacia una posición defendida por los hombres de armas a pie y apoyada por los arqueros. Este sistema básico se convirtió en la forma clásica de combatir de los ingleses durante los siguientes cien años[29] .
Geoffrey Parker anota, en su “Historia de la Guerra”, que el papel de los arqueros en esta táctica tenía un papel muy importante, que consistía en el lanzamiento de una lluvia de flechas ante el avance del enemigo, fuera éste a caballo (Crecy), o a pie (Poitiers), de tal modo que enflaquecieran las filas atacantes y disminuyesen su moral antes de alcanzar las filas inglesas. Allí les esperarían los hombres de armas, bien entrenados y armados, quienes absorberían el ataque, ya debilitado previamente por los arqueros, aguantando su embestida y tomando la iniciativa[30]. En lo que denominamos en nuestro estudio El Hacha de armas en la batalla de Aljubarrota, la “táctica del Yunque y los martillos”[31].
Imagen n.º 2. Arquero recreacionista con arco largo. Fotografía propiedad del autor
Para Montgomery fue en Inglaterra el primer lugar donde se observó la primacía de las formaciones de infantes frente a las cargas de caballería, de la mano del rey Eduardo I, quien asumió el arco largo de origen galés como arma principal de apoyo de los hombres de armas ingleses. El efecto de este arco fue observado por los ingleses en las guerras contra Gales, aprendiendo que el primer movimiento de las fuerzas antes de entrar en batalla debía ser el lanzamiento de una lluvia de flechas con el fin de destruir la cohesión del avance del enemigo[32].
En los ejércitos españoles (castellano, aragoneses, navarros y portugueses), al igual que en los franceses primaba todavía el uso de la carga de caballería pesada, para derrotar al enemigo. Pero vistas las victorias de los ingleses en Crecy (1346) y Poitiers (1356), los franceses se adaptaron al modo de combatir de los ingleses y aconsejaron al rey don Enrique que dispusiera una fuerza de hombres de armas a pie para luchar contra los ingleses, utilizando además a los jinetes (caballería ligera), que era la caballería más numerosa en las fuerzas de don Enrique, para hostigar a las tropas inglesas antes y durante la batalla, en un papel un tanto similar al de los arqueros ingleses[33].
De la disposición de las fuerzas hispano-francesas, el cronista Pedro López de Ayala, comenta que “El Rey Don Enrique ovo su consejo, é dixenrole, que pues los contrarios venían todos a pie, que era bueno tener esta ordenanza” Por lo que ordenó la disposición de sus fuerzas de la siguiente manera: de pie en la delantera, los mercenarios franceses de Beltrán Du Guesclín, junto a algunos caballeros castellanos, navarros y aragoneses, entre ellos cita a “Men Suárez, Clavero de Alcántara”, a su lado los caballeros de la orden de la Banda, portando su pendón el propio cronista López de Ayala, haciendo un total de 1.000 hombres a pie[34].
Imagen 3. Caballero de Alcántara junto a los de la Banda dispuestos en formación de linea a pie. Cortesía del grupo de recreación Fronteros de Extremadura.
En el ala izquierda se posicionaron las fuerzas a caballo de don Tello, hermano del rey, junto con los hombres de don Gómez Pérez de Porres, Prior de San Juan y otros nobles hasta sumar mil de caballo, en los quales avia muchos caballeros armados. En el ala derecha se situaron fuerzas a caballo comandadas por el don Alfonso, Marqués de Villena, don Pero Moñiz de Godoy Maestre de Calatrava, y los Comendadores mayores de Santiago, don Ferrand Osores y don Pero Ruiz de Sandoval, el número de integrantes de la misma serían según la crónica otros mil hombres, en la que iban muchos armados, es decir habría jinetes (caballería ligera)la mayoría, y hombres de armas (caballería pesada). En el grupo de en medio se situó el rey don Enrique, con el conde don Alfonso, su hijo, junto a muchos caballeros y escuderos de Castilla y de León, y muchos Ricos omes e Fijos-dalgos de Aragon, en un número de mil quinientos a caballo. Ayala afirma que en total, el ejército del rey don Enrique contaba con 4500 hombres entre los que luchaban a pie y a caballo, a los que hay que sumar algunas partidas de escuderos de pie, de las Montañas, Guipúzcoa, Vizcaya, Asturias, pero que fueron de poco provecho en la batalla, porque “toda la pelea fue en los omes de armas”[35].
Etxeberría Gallastegi, en Fazer la guerra, describe el papel de la caballería ligera (jinetes) y como había sido heredado de las luchas fronterizas contra el reino de Granada. Forma de combatir que no solo se llevaba a cabo en la Península Ibérica, también los húsares hungaros y los estradiotes venecianos combatían de igual manera. Esta caballería contaba con hombres menos armados que la pesada y no tenían entre sus misiones principale,s el entrar en un cuerpo a cuerpo con el enemigo. Su imagen habitual era la de un jinete arrojando jabalinas y hostigando al enemigo con una gran movilidad sobre el terreno. Para Etxeberría, “la caballería ligera era relevante tanto al inicio como al final de las batallas. Sus funciones podrían resumirse en escaramucear, ocupar posiciones clave y perseguir al enemigo derrotado”. Aunque en ocasiones si podrían haber formado escuadrones mixtos, respaldando a los hombres de armas. Presumiblemente, según Etxeberría, sería la caballería pesada la encargada de entrar en contacto con el enemigo y romper sus líneas, mientras los jinetes irían detrás para aprovechar la ruptura de las filas enemigas[36].
Arnold Blumberg, en “The jinetes”, anota que el arma característica del Jinete era la jabalina para lanzarla contra el enemigo, para ello necesitaba un uso efectivo del caballo con “la monta a la jineta” a un nivel superior al que se requería para “la monta a la brida” de la caballería pesada. El jinete solía llevar dos jabalinas, la primera se lanzaba a la mayor distancia posible contra la caballería pesada del enemigo, ataque que provocaba la inmediata carga de los hombres de armas a caballo, tras lo cual, se giraba y en plena cabalgada de huida se daba la vuelta y asaeteaba a sus perseguidores que no esperaban esta respuesta. Contaban además con mulas de carga cerca de sus posiciones para reemplazar las jabalinas utilizadas. Para el citado autor la combinación de hombres de armas y jinetes proporcionaba una potencia de fuego de lanzamientos de jabalinas, previa al choque de la caballería pesada, lo que implicaría no solo la pérdida de algunos combatientes enemigos, sino el quebranto de su moral, y la ruptura de su formación de ataque, desorganizándolos, antes del choque con los hombres de armas propios. Por lo general, según Blumberg, la táctica de los jinetes no era tanto acercarse y cargar contra sus oponentes como el de cabalgar alrededor de sus flancos y retaguardia, acribillándolos con sus jabalinas, para luego cargar cuando su formación y cohesión se hubieran desmoronado[37].
- LA BATALLA DE NÁJERA
Dice la crónica de Ayala que los hombres de armas, a pie, de don Enrique iniciaron el avance hacia la vanguardia del duque de Láncaster y Mosen Juan Chandos. “E tan recio se juntaron los unos con los otros, que a los de la una parte, e a los de la otra cayeron las lanzas en tierra: e juntaronse cuerpos con cuerpos, e luego se comenzaron a ferir de las espadas e hachas e dagas”. Para animarse, las tropas de don Pedro y del Príncipe de Gales gritaban: ¡Guiana! ¡San Jorge!. Mientras los de don Enrique: ¡Castilla! ¡Santiago![38].
Imagen 4 Recreación enfrentamiento entre las fuerzas de don Pedro y don Enrique. Cortesía del grupo de recreación Fronteros de Extremadura.
Froissart dice que: «En el primer encuentro de esta batalla hubo grandes arrojamientos de lanzas y estocadas, y durante mucho tiempo estuvieron en esas situación, antes de que pudieran entrar en uno u otro lado. Allí hubo grandes hechos de armas y muchos derribados, que nunca más se levantaron”. Y sigue Froissart comentando que la mayoría sostenían las lanzas con las las dos manos y así arremetían con ellos unos con otros, y otros combatían con espadas cortas y dagas. Al principio franceses y aragoneses aguantaron muy bien y combatieron con gran valor, y los buenos caballeros de Inglaterra resistieron con gran esfuerzo[39]
Sigue narrando Ayala, que las fuerzas de vanguardia del Príncipe de Gales empezaron a retroceder, con lo que los de don Enrique pensaron que vencían y se animaron más en el combate [40].
Tom Lewis indica que los hombres de armas que luchaban a pie se dispondrían en
lineas, que serían relevadas por otras posteriores cada 10 o 15 minutos. Ya que según unas pruebas realizadas con recreacionistas, por la Universidad de Leeds, evaluando el esfuerzo que realizaban, con replicas de la indumentaria y armas que pudieron llevar los combatientes en el siglo XIV, se mostraba que los hombres que recreaban a los hombres de armas con su blindaje de chapas, gastaban el doble de energía en sus movimientos y lucha contra el contrario, que los pobremente protegidos por prendas con menos poder de resistencia a los impactos[41].
Para Tom Lewis el objetivo general de los comandantes medievales era romper la linea enemigas. Atacar al enemigo no solo de frente sino también por el costado o la retaguardia era el medio más idóneo para superar la resistencia del enemigo. Lewis indica que era común situar en la primera línea, a los combatientes más fuertemente armados y con mejores defensas de placas, con armas tales como lanzas (acortadas), espadas y escudos, y hachas de armas. Habiendo una cierta competencia entre ellos por demostrar quienes eran los más valientes. Normalmente después se encontrarían los soldados con armas de asta, tales como billhook y glaives, menos blindados, posiblemente brigantinas, gambesones y cotas de malla, lo que implicaría una mayor velocidad en el ataque y en la retirada, al abrigo de sus hombres de armas que aguantarían la respuesta de los contrarios. Algunos autores sugieren que ambas lineas: hombres de armas y combatientes con armas de asta, se podrían encontrar mezclados, pero en opinión de Lewis, esto parece poco probable, pues a parte de que se estorbarían mutuamente al manejar armas distintas con movimientos de esgrima diferentes, el enemigo atacaría prioritariamente a los combatientes peor defendidos por su blindaje, lo que implicaría su retroceso y por ello la rotura de la línea del frente[42].
Imagen 5. Combatiente armado con un billhook. Cortesía grupo de recreación Fronteros de Extremadura.
Froissart continúa narrando el combate“Os digo que allí fue mi señor John Chandos muy buen caballero y bajo su estandarte realizó grandes hechos de armas combatiendo a sus enemigos y retrocediendo. Una de las veces avanzó tanto que fue empujado y derribado al suelo. Sobre él calló un gran hombre castellano llamado Martín Fernández que entre los españoles tenía fama de intrépido y valiente. Trató por todos los medios de matar a mi señor John Chandos y lo tuvo debajo de él en gran calamidad. Entonces el susodicho caballero echó mano a un cuchillo que llevaba en el cinto. Lo sacó e hirió tanto al tal Martín en la espalda y en los costados que lo hirió de muerte mientras estaba sobre él, y luego lo echó a un lado”. Anota Froissart que en las filas del rey Enrique había buenas “gentes de armas”, y que estos “combatieron valientemente con lanzas, visarmas, flechas y espadas”[43].
Imagen 6. Los combates cuerpo a cuerpo solían terminar con la lucha con dagas. Cortesía grupo de recreación Fronteros de Extremadura.
Martínez Canales, en su Nájera 1367, hace constar que debió ser utilizado este momento para que la caballería del rey don Enrique situada en los flancos atacase a sus contrarios y mantuvieran el frente, pero las fuerzas de caballería del ala izquierda del ejército hispano-francés, mandadas por don Tello, dudaron y no se incorporaban a la lucha, momento que aprovecharon las fuerzas inglesas, del mismo flanco para cargar y atacarle, y “el e los que con el estaban non los esperaron, e movieron del campo a todo romper huyendo”. Viendo la retirada de este flanco, y que no podían alcanzar a los que huían, los ingleses“tornaron sobre las espaldas de los que estaban de pie en la avanguarda del Rey Don Enrique, que peleaban con la avanguarda del Príncipe”, donde estaba el pendón de la Banda, hiriéndoles por las espaldas “e comenzaron a prisa a matar dellos”[44].
En el ala derecha de don Enrique las cosas no iban mejor, Castillo Cáceres en su estudio sobre esta batalla nos indica que en el enfrenamiento entre caballerías, las fuerzas del Marqués de Villena, también fallaron, y los que no cayeron muertos o prisioneros, huyeron, por lo que los ingleses se dedicaron a atacar por la espalda a los hispano-franceses que combatían a pie, por los dos flancos, de tal manera que fueron cercados por el enemigo y nadie podía socorrerlos[45].
Imagen 7. Hombres de armas enfrentándose. Cortesía de The Medieval Things.
En la batalla de Nájera los flancos de los hombres de armas luchando a pie estaría defendido por la caballería de don Tello y del Marqués de Villena, pero al huir ambas fuerzas, los hombres de armas quedaron flanqueados por los ingleses en un movimiento de tenaza que fue su perdición.
Viendo el desarrollo de la batalla, Iain Dickie anota que, el rey don Enrique se dispuso a salvar a sus hombres de armas a pie, lanzando una carga de caballería desde su posición en la retaguardia, pero aunque lo intentó hasta tres veces, en su caballo armado de loriga, no consiguió liberarlos de las tenazas de los enemigo[46]. Ya que los arqueros ingleses, que apoyaban a las fuerzas anglo-españolas, les hicieron retroceder, al igual que a la infantería de apoyo de don Enrique, entre la cual Froissart anota la presencia de honderos: “Españoles y catalanes llevaban hondas con las que lanzaban piedras hundiendo yelmos y bacinetes. Así hirieron y mataron a muchos hombre. Hubo un gran ataque de lanzas y mucho hombres murieron y fueron derribados al suelo”. Pero después de la respuesta, por parte de los arqueros ingleses éstos también dejaron de mantener el orden y también huyeron[47].
Tom Lewis indica que aunque fueron mejorando las protecciones de los hombres de armas y de sus monturas, para hacerlas casi invulnerables a las flechas, no toda la superficie podía ser protegida. Narra como en la batalla de Poitiers, los caballeros franceses aprendieron de su derrota en Crecy, y blindaron a su caballería pesada contra los arqueros ingleses, pero éstos, al observar la poca eficacia de sus flechas contra la carga frontal de los caballos, cambiaron de posición para flanquear y disparar sobre los cuartos traseros de los caballos, que estaban menos protegidos, consiguiendo su objetivo de desbaratar la carga francesa. Aún así la carga de caballería no fue eliminada como factor a tener en cuenta durante el siglo XIV, y mantuvo un papel primordial como tropa de choque, capaz de hacer una aparición repentina, pillando desprevenidos a los enemigos, con un efecto devastador[48].
Aunque los arqueros habían reducido el dominio de la caballería pesada en los campos de batalla europeos, no lo había anulado, la efectividad de los jinetes era aun suficiente para mantenerlos como factor desequilibrador. Pese a ello, durante mucho tiempo bastó con observar que el contrario tenia arqueros para que los hombres de armas descabalgasen y se dispusieran a luchar a pie, con sus caballos situados en la retaguardia, lo suficientemente cerca para montar en caso de lanzar un contraataque de caballería pesada y perseguir a los enemigos derrotados.
Anota Froissart que la columna y la tropa que mejor y con mayor obstinación combatió, por parte de los hispano-franceses “fue la de mi señor Bertrand du Guesclin, pues allí estaban auténticas gentes de armas que combatían y se vendían con todo su leal poder, y allí se realizaron grandes hechos de armas” y continua “ al final, la columna de mi señor Bertrand du Guesclin fue destruida y murieron y fueron apresados todos los que allí estaban”[49].
Imagen 8. Caballero de Alcántara enfrentándose a un hombre de armas inglés. Cortesía grupo de recreación Fronteros de Extremadura.
El resto de las tropas de don Enrique huía en desbandada hacia la ciudad de Nájera intentando atravesar el rio, Froissart comenta que: “hubo allí gran horror y grandes efusiones de sangre, muchos muertos y muchos ahogados, pues la mayor parte saltaban al agua, que era rápida, negra y horrible, pues preferían morir ahogados que muertos con la espada”, continúa Froissart que “esta derrota fue muy grande y horrible, y sabed que sobre todo el rio hubo muchos muertos”, y que según había oído contar “en Najera se veía el agua roja de la sangre de hombres y caballos que allí murieron”[50].
La persecución llegó hasta la villa de Nájera, siendo en esta retirada muertos muchos de los hombres a caballo de don Enrique. En Nájera vieron como las fuerzas de don Pedro empezaron a rodear la ciudad, por lo que todos los que pudieron, intentaron huir de la misma. El rey Enrique tenía su caballo cansado, por lo que para evitar que fuera capturado, el escudero Ruy Fernández de Gaona, natural de la tierra de Alava, que montaba un “caballo ginete” (ligero), se lo cedió para que escapara de Nájera, camino de Soria[51].
De las tropas que luchaban a pie, Ayala comenta que fueron muertos Garci-Laso de la Vega, Suer Perez de Quiñones, y otros hombres de armas hasta alcanzar una cifra de 400. Mientras que fueron presos el propio cronista Pero López de Ayala, el Conde don Sancho, hermano del rey, Mosen Beltran de Claquin, el Mariscal de Audenehan, el Vesgue de Villaines, Juan Ramírez de Arellano, don Garcí Álvarez de Toledo, Maestre que fuera de Santiago, y Melen Suarez, Clavero de Alcańtara. De los de a caballo, el cronista menciona que fueron presos el Conde de Denia y Pero Moñiz Maestre de Calatrava[52]
En su huida, don Enrique llegó hasta Francia, donde recibió el apoyo del duque de Anjeu, hermano del rey de Francia, y tras entrevistarse con él en la villa de Aguas-muertas, pudo conseguir “piezas de moneda de oro, para venir a Castilla” a reclamar su trono. Contrató Compañías para la lucha y cabalgó hacia Castilla. En Calahorrra se le unieron algunos de sus antiguos compañeros de armas que habían luchado con él en Nájera, “y andaban por el reino de Castilla, fasta seiscientas lanzas”, entre ellos Juan Ramírez de Arellano y don Melen Suarez “Teniente lugar de Maestre de Alcántara”. Después de tomar varias ciudades como Dueñas, León y cercar Toledo, la respuesta del rey don Pedro fue clara, sea alió con el rey de Granada y atacaron las poblaciones adictas al rey don Enrique, tomando y arrasando Jaén y Úbeda. El rey don Pedro partió de Sevilla para levantar el cerco de Toledo, y en el camino se enfrentó en la villa de Montiel con las fuerzas del rey don Enrique, donde fue vencido y asesinado por don Enrique.
- FREY MELEN SUÁREZ , MAESTRE DE ALCÁNTARA.
Torres y Tapia afirma que tras la batalla de Nájera, Melen Suárez “ fue uno de los que quedaron preso”. Una vez libre, y habiendo vuelto a Castilla el rey don Enrique tras la derrota en Nájera, fue uno de los 600 hombres que le salieron a recibir, para continuar la guerra contra el rey don Pedro, estando presente al lado de don Enrique en la batalla de Montiel, en la que fue vencido y muerto el rey don Pedro I[53].
Don Melen Suárez fue elegido Maestre en 1369, según Torres y Tapia, muerto el rey don Pedro y siendo ya rey de Castilla don Enrique. Este nombramiento fue apoyado por el nuevo rey, quien presionó la elección de tan buen servidor suyo, al haber participado, don Melen, en la guerra de sucesión contra su hermano don Pedro. Pero alguna desaveniencia debió ocurrir entre el Maestre y el nuevo rey, cuando poco tiempo después, se pasó al bando del rey don Fernando de Portugal, quien muerto el rey don Pedro, alegaba que tenía derecho al reino de Castilla y León y comenzó una guerra contra el rey don Enrique. Durante la misma el Maestre don Melen Suárez conquistó la mayor parte de las fortaleza y castillos de la frontera para beneficio del rey portugués. La Crónica de Alcántara de Rades y Andrada hace constar que al final, algunos comendadores y caballeros de la Orden se rebelaron contra su mandado y se pusieron a las órdenes del rey don Enrique, recuperando las posesiones en mando de los partidarios del rey de Portugal. Finalmente Melen Suarez tuvo que exiliarse a Portugal donde el rey le prometió el maestrazgo de la Orden de Avis, por sus servicios, según relata la Crónica de Torres y Tapia[54].
[1] GARCÍA TORAÑO, Paulino. El Rey don Pedro el Cruel y su mundo. Marcial Pons. Madrid 1996. p 133 y ss.
[2] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus cit. Pág 133
[3] VALDEÓN, Julio. Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara ¿la primera guerra civil española?. Aguilar 2002. P 65 y ss.
[4] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 135 y ss.
[5] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus. cit. Pág 219 y ss.
[6] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 121 ss.
[7] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus cit. Pág 395.
[8] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 143 y ss.
[9] VALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 149 y ss.
[10] VALDEON, Julio. Opus cit. Pág 165 y ss.
[11] RUIZ MORENO, Manuel Jesús . Ariñez 1367. Almena. Madrid 2020. p 10
[12] ALDEÓN, Julio. Opus cit. Pág 169 yy ss.
[13] GARCÍA TORAÑO, Paulino. Opus cit. Pág 435 y ss.
[14] CASTILLO CÁCERES, Fernando. Análisis de una batalla: Nájera 1367. Instituto de Historiade España. Facultad de Filosofía y Letras. Buenos Aires 1991. Pág 122 y ss.
[15] MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Nájera 1367. Una batalla internacional en la Guerra Civil Castellana. Almena. Madrid 2004. p 57 y ss
[16] MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Opus cit. Pág 69.
[17] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 121
[18] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 92
[19] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 98
[20] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 120 y ss.
[21] NOVOA PORTELA, Feliciano. Los Maestres de la Orden de Alcántara durante los reinados de Alfonso XI y Pedro I, HID 29 (2002). p 333 y ss
[22] PALACIOS MARTÍN, Bonifacio. Colección Diplomática Medieval de la Orden de Alcántara. De los orígenes a 1454. Fundación San Benito de Alcántara. Editorial Complutense. 2000. p 462.
[23] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 125
[24] RADES Y ANDRADA. Francisco. Crónica de la Orden de Alcántara. Fol 30.
[25] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 109 y ss
[26] [26] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 440 y ss
[27] FULLER, J.F.C. Batallas decisivas del mundo occidental. Tomo I. Ediciones Ejército. Madrid 1979. p 524
[28] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 442 y ss
[29] PRESTWICH, M. El desafío a la caballería: el arco largo y la pica, 1275-1475. La guerra en la Edad Media. Akal 2010. p 160 y ss
[30] PARKER, Geoffrey. Historia de la guerra. Akal 2010. p 92 y ss
[31] RUIZ MORENO, Manuel Jesús. El Hacha de armas. La táctica inglesa del yunque en la batalla de Aljubarrota. Revista Aequitas, número 16, 2020 . p 102
[32] MONTGOMERY. Historia del Arte de la Guerra. Aguilar S.A. 1969. p 205 y ss
[33] RUIZ MORENO, Manuel Jesús . Ariñez 1367. Almena. Madrid 2020. p 63 y ss
[34] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 442 y ss
[35] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 443 y ss.
[36] ETXEBERRIA GALLASTEGI, Ekaitz. Fazer la guerra. Estrategia y táctica militar en la Castilla del siglo XV. CSIC, Madrid 2022. p 294 y ss
[37] BLUMBERG, A. The Jinetes. Mounted warriors of medieval Spain. Medieval warfare. Vol.III. Issue 1. A Medieval cold war in Sapin: The war of the two Peters. Karwansary Publishers. P 18 y ss.
[38] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 453 y ss
[39] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 454.
[41] LEWIS, Tom. Medieval military combat. Casemate 2021. p 107.
[42] LEWIS, Tom. Opus cit. Pág 107.
[43] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec) Crónicas de Froissart. Ediciones Siruela. Madrid 1988. p 330 y ss
[44] MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Nájera 1367. Una batalla internacional en la Guerra Civil Castellana. Almena. Madrid 2004. p 74 y ss
[45] CASTILLO CÁCERES, Fernando. Análisis de una batalla: Nájera 1367. Instituto de Historia de España. Facultad de Filosofia y Letras. Buenos aires 1991. p 137
[46] DICKIE, Iain. Nájera, 1367. Batallas Medievales 1000-1500, Tikal . P 155 y ss.
[47] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec) Crónicas de Froissart. Ediciones Siruela. Madrid 1988. p 331
[48] LEWIS, Tom. Medieval military combat. Casemate 2021. p 68 y ss.
[49] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec) Crónicas de Froissart. Ediciones Siruela. Madrid 1988. p 332
[50] AA.VV. (Victoria Cirlot y J.E. Ruiz Domenec). Opus cit. Pág. 334 y ss.
[51]MARTÍNEZ CANALES, Francisco. Nájera 1367. Una batalla internacional en la Guerra Civil Castellana. Almena. Madrid 2004. p 80 y ss
[52] LÓPEZ DE AYALA, Pedro. Crónicas de los reyes de Castilla. Crónica de rey don Pedro Tomo I. Madrid 1779. p 456 y ss
[53] TORRES Y TAPIA, Alonso. Crónica de la Orden de Alcántara. Tomo II. Madrid 1763. p 120 y ss.
[54] TORRES Y TAPIA, Alonso. Opus cit. Pág. 121 y ss.