Oct 011984
 

Joaquín Cuadrado.

1. Tío Calrinu.- Vivía, cuando yo era niño, en mi misma calle de “Oriente”, hoy de “Solís Ávila”. Bajo de estatura, moreno, quemado por el cierzo campesino, enjuto de carne, de andares vivos. Vestía calzones de pana negra y una ancha blusa de corte extremeño, todo tocado con sombrero calañés. Su mujer se llamaba tía Juana. Tíu Calrinu era muy amante de los animales, pájaros e insectos. Sobre todo las abejas, de las que vivía y cultivaba en gran número de colmenas, instaladas en “los Viñazos” quien otros parajes escogidos, no propios, sin más derecho de posesión el lugar justo que ocupaban. Siempre en la torre se refugiaron enjambres en los huecos u hornillas, aún hoy existen. Los días de viento en “las pesas”, del reloj, esquina de la torre donde el viento más aprieta cerca del domicilio de tíu Calrinu, los pobres insectos, abatidos, caían irremediablemente al suelo. Llegaba el celo de este hombre admirable, que hoy llamaríamos un buen ecologista, acoger una por una las abejas caídas, que colocaba con ánimo en la palma de su tosca mano, y con un leve impulso de soplo, las invitaba volar, con estas palabras: “coñu, coñu, que mal andáis, preciosas. ¡Hala, caraju, a volar! ¡A vuestra casa! Nosotros a veces le hacíamos rabiar. Jugando en la puerta de la iglesia, al verle, pensábamos las abatidas abejas matando las; más que por hacer mal a los pobres insectos, por darle la lata a tíu Calrinu. El, fuera de sí, nos increpaba: “¡bandidos, criminales, que mata es al mejor de los animales!; y así nos divertíamos. Otra anécdota: acompañado de su hijo Constante, llevaba de traslado en un burro dos colmenas de corcho, las potenciadas, dio lugar a otro de nueva instalación. El burro tropezó y cayó profesor. Los corchos rodaron por el suelo y se rompieron. Las abejas, que no conocen dueño en tal caso, desparramadas y rabiosas, atacaron a padre dijo, que sin provistos de careta, sufrieron multitud de picaduras teniendo que dejar abandonados burro, corcho, y abejas, corriendo hasta llegar a casa. De su boca no salió ni una queja, ni una palabra en contra de sus queridos insectos y eso era vehemente de genio.

2. Tíu Farrucu.- Francisco es un hombre y Francisca su mujer. No tuvieron hijos. Les conocí de criados en la “casa de los González” (tío Pedro y José), como guarda de la “Viña de los Lomos”, de la que se obtenía un excelente vino de pitarra. Era viñador, que no vinatero, que es distinto. Cultivaba la viña con labores apropiadas y recolectaba la uva para el lagar para su pisado y envase en conos de fermentación. Aún recuerdo con nostalgia presenciar las faenas del lagar de mi tío Botica, dueño de “Los Lomos”, casado con mi tía Sotera, hermana de mi abuela Rosalía. Pues bien, tío Farrucu era alto, más bien larguirucho, de cara chupada y pómulos salientes, de boca sin dientes, que, cuando la abría para reír, (era muy simpático), semejaba a un nido de pájaros, con la lengua de mullica. Su cigarro, pegado en el labio inferior derecho, no se le caía nunca. Tras uno envolvía otro. El arder era lo peor, pues le humedecía con su constante fluir de saliva, teniéndoles que escupir enteros y como una sopa. Me caía simpático a mí este hombre y con mi primo Alonso González Cancho, que en paz descanse, le visitábamos muchas veces en “Los Lomos”, llevándole una cajetilla de tabaco del real, tan fuerte como él. Hablaba un lenguaje puro garcieño, con acentuadas terminaciones en “u” y en “i”, aparte, claro está, de las “h” aspiradas y diminutivo “ino” e “ina”, de ahí que yo haya adoptado su apelativo o mote: “Farrucu” (puesto cuando mozo porque era “mu jándalo y valentón”, aparte de enamoriscao), para pseudónimo de mis escritos en “castuo”.

3. Tío Mesias.- José, nos vino de Madroñera. Maestro albañil, adelantado en técnicas del oficio para aquella época. Trajo a Garciaz innovaciones en la construcción, tanto en arquitectura como en materiales. Fue pionero en el uso del cemento y el ladrillo, y no el adobe. Su primera casa hecha recién vendido fue la de mi suegro don Pedro Carrera. Casa de dos pisos, bonita y bien cimentada; abajo la tienda-comercio, trastienda y comedor familiar; arriba cocina y dormitorios a un lado y otro de un pasillo, pues era familia numerosa: once hermanos. Aún sigue llamativa y en pie, aunque reformada acorde con los tiempos. Posteriormente haría más casas, entre ellas destaca la del médico D. Victorino Valledor Butler, en Las Pesas, hoy de Aranda, y la suya en la carretera. Hombre raro, serio, con gran bigote, pero muy arreglado siempre, casó con una garcieña, Francisca Rumbilla, de la que no tuvo hijos, pero sí sobrinos que le heredaron. Hizo buen capital y vivió de viejo de sus rentas. Elaboraba excelentes vinos de su viña en su propio lagar, muy frecuentado luego por las amistades invitadas a degustarles. Era hombre generoso, secundado por Francisca, que nos obsequiaba con algún aperitivo. No era creyente, de aquí vino mi amistad con él, por las discusiones que nos sosteníamos con la fe. Al final fue hombre convencido ante la evidencia de la verdad, y confesó antes de morir. Visitaba la tertulia en el comercio del tío Carrera, donde con nosotros éramos asiduos concurrentes para jugar una “botelleja”. Tío Mesías era bastante ingenuo y despistado y, casi siempre, era el pagano.

Médicos

Toca el turno ahora, en el marco de estas semblanzas, a tres médicos, que conocí de niño, excito por orden cronológico: don Victorino Valledor Butller, don Juan Senso Santurino y don Nicanor Cuadrado Abril. Más recientes he de señalar a los también difuntos: don Juan Rodríguez Viñuelas, don José Abril Martín y don Isidoro Pérez Nicolás. Tuvo suerte Garciaz con los médicos, incluso actual mente. Por aquí pasó una eminencia, don José Novoa Santos, a finales del anterior siglo y principios del actual, a quien no conocí, pero me dieron referencias de él mi abuela, donde se hospedó, y mis tías, era ciego, de aquí partió para ser catedrático de medicina interna de Madrid. Escribió un tratado de patología que aún modernamente se estudia en las facultades.

4. D. Víctor Vallador.- Madrileño, vino después de don José Novoa, por 1908. Soltero caso aquí con una garcieña, doña Josefa Abril Figueroa, de triste recuerdo, que murió en la Guerra Civil, ya viuda. D. Victorino era alto, bien parecido, vestía elegante con sombrero de hongo y bastón de caña, poseía una gran cultura literaria, aparte de la profesional, poseyendo una bien nutrida biblioteca; siempre llevaba traje de lana, de estambre, y blanca camisa con cuello de pajarita. También estuvo hospedado en casa de mi abuela Rosalía Lozano. Debido a sus clases pudieron hacer su carrera de maestras mis tías Dominica y Dolores Palacios. Hizo la casa nueva en que ahora vive Aranda, antes de tío Bizco, la que vendió a éste, para hacer otra más moderna cerca del cuartel, hoy de Robustiano, oficial del ayuntamiento. Tenía un hermano, don Baldomero, que fue presidente nacional del Colegio de Médicos. Al morir, su biblioteca fue repartida entre sus herederos, especialmente, la mayor cantidad de libros de medicina y literarios fueron para su sobrino, también médico en Logrosán, don Francisco Abril. A mi me dejo, por su amistad con mi casa, las obras de Julio Verne y algunas novelas de Tolstoi, prestadas y pérdidas. Como profesional era intachable y curó a miles de garcieños por su gran ojo clínico, dentro de lo poco que podía la medicina en aquellos tiempos. Fue autor de las coplas del Cristo, impulsor de la Hermandad e instaurador de las fiestas de la Cruz de Mayo, cuando era mayordomo de la Cofradía, dándose dos y tres corridas de toros. En su vida privada era amigo de las diversiones, del bel canto, revistas y teatro, con escapadas amaré. Durante su ejercicio hubo una gran epidemia de sarampión, que él supo amortiguar.

5. D. Juan Senso Saturnino.- Allá por principios del siglo, nuestra villa contaba con unos 3.000 habitantes y ocupaba a dos médicos titulares sufragados por el municipio. Con don Víctor estuvo don Juan Senso, extremeño también, que casó con doña Teresa Cuadrado Flores, hermana de Lorenzo y de “Juanaco”, ricos ambos, uno ganadero y otro merchán de ganado, padres respectivamente, de Joaquín y de José Pedro, dos instituciones en la villa. Del matrimonio Senso-Cuadrado, nacieron tres hijos: Florentina, María, y Nicasio (Leocadio), médico en Trujillo muchos años, en la especialidad de tocología, ya fallecido, muy locuaz, simpático y dicharachero, dominador del lenguaje castuo “garcieño”, con raíces parecidas al ahigalense y montehermoseño, en el que escribió algunas “cosinas” con gracejo y buen humor. Muy conocido los ambientes trujillanos fue sobre todo amigo de los niños, a los que destinaba los caramelos que siempre llenaban sus bolsillos. Fue tan célebre como su padre don Juan y de sus andanzas en Galicia, en Santiago, cuando hacía su carrera, se puede escribir una historia, no tuvo nunca prisa en acabarla, llegando al decanato entre sus compañeros de estudio en la facultad y en la tuna.

Fueron célebres sus romances con las niñeras en el parque. Don Juan era ocurrente y guasón, amigo de dar bromas, ingenioso y muy aficionado al buen vino. De él se cuentan multitud de anécdotas; entre ellas que cuando giraba visita a los enfermos, muy temprano, era madrugador, le gustaba ser obsequiado aún de mañana, con un jarro de buen vino garcieño, que él llamaba “circunstancia”. Cuando se le bebía, decía: “chica, repite la dosis”; si el recorrido era largo y muchos los enfermos, ya se pueden suponer como terminaba bebiendo de pitarra en pitarra, de casa en casa. No obstante, no se le conocía; aguantaba mucho, como buen Senso, sólo se le coloreaban las mejillas en exceso. De mediana estatura, más bien grueso, vestía siempre chaleco de pana, botas campesinas y bastón tosco. Además de su profesión atendía las fincas de su mujer a caballo enjezado. Era atrevido en cortar y sajar heridas, por lo que le motejaban de “carnicero”. A su esposa la apodaban “la fiera”, debido a su gran genio y amplio dominio en el gobierno de su casa y fincas. Les sirvió un hombre fiel, tío Pérez, especie de guarda y mozo de casa. Don Juan tomaba la vida con un gran sentido del humor y así pudo vivir y aguantar el carácter de su consorte, que le trataba con bien poca delicadeza y respeto.

6. D. Nicanor Cuadrado Abril.- Sucedió en la titular a don Victoriano, contemporizando sus tres pelos médicos cuando Juan, en un Garciaz de 2.700 habitantes. Hijo de don Francisco Cuadrado Díez, oriundo de Villamesías, rico propietario y doña Juana Abril Donaire, que se vinieron aquí a domiciliarse. Pronto tuvo dos hermanos más de la primera esposa de don Paco, como era conocido, Victorino y Francisco (Paquino), interés de la segunda esposa de su padre, Juana Crespo; Pepita, María y Gaspar. Dicen las crónicas que no fue muy buen estudiante, aunque inteligente. El único que hizo carrera, pues los otros dos, empezaron y no terminaron ninguna. Casó con Petra Torres Casares y por ella terminó medicina pues le dijo que no contraería matrimonio hasta que no la acabara. Tuvieron una única hija, Isabel, casada actualmente con un asturiano, veterinario, don Juan. Era hombre extrovertido, aparente, muy aficionado al juego de cartas, el giley, y gran degustador de vinos, pero no borracho. De genio vivo y pronto, gran hablador y con una muletilla: “chiquito, sabes chiquito”. Murió de un infarto en la finca de su mujer conocida como “La Hoya”, un mes de julio, por un disgusto que le dieron sus segadores.

7. D. José Abril Martín.- Cuñado del anterior, casado con doña Isabel Torres Casares, le sucedió como interino. Era hijo de Juan Manuel Abril y de Micaela Martín Pizarro y en su matrimonio tuvo cuatro hijos: Juan Manuel, José, Diego y Juanita. Fue un gran profesional, honrado y de gran sentido clínico para el diagnóstico de los enfermos preocupado siempre por su carrera, que se frustró por venirse de Valencia donde estuvo destinado al finalizar la Guerra Civil en el Hospital Militar, influenciado por su esposa con raíces garcieñas y añoranzas profundas. Pensaba en izquierdas antes de la República, por la consecución de la justicia social inexistente en España, y tal motivo, para evitar molestias, ingresó voluntario en la Legión, IV Bandera, donde alcanzó el grado de teniente médico. Venido de Valencia ejerció en Graciaz con gran competencia y acierto y luego en Zorita, donde murió tempranamente de enfermedad mortal. Fue un gran amigo.

8. D. Juan Rodríguez Viñuelas.- Médico también. Nos vino de Guadalupe, por razón de matrimonio con doña Flor Plaza, dueño de “La Cecinada”, en este término municipal. Ejerció la procesión, como titular, atrás por el año 45 al 50. Hombre muy humano, bondadoso y de gran simpatía. Fuimos buenos amigos. Poseía una buena biblioteca y en ella vi el Quijote en dos tomos valiosos, muy antiguos, que conservaba con esmero apreciando su incalculable valor. Tuvo una gran familia con su esposa; diez hijos, que muerto él volvió a casarse con don Emilio, un veterinario que ejercía aquí. Dos meses y José Rivero y con nosotros. Los demás, repartidos, se dedican a diversas actividades. Como anécdota curiosa recuerdo que don Juan era apetente de buenos manjares, entre ellos la carne, de la que era gran consumidor, pero entre tanto hijo no dejaban una presa, que él cedía generosamente como por el padre, por eso siempre estaba deseoso de que preparáramos algún guiso en el casino de entonces. Al acabar de comer merecía invariablemente: “menos mal que contigo me puedo jartar de carne; en casa no la pruebo”.

9. D. Isidoro Pérez Nicolás.- Palentino, siguió mis pasos regionales, o mejor, yo tras él. Primero en Peraleda de San Román, luego en Conquista de la Sierra y luego, por fin, en Garciaz. Él llegó un año antes que yo, en 1957. Le conocí de soltero por estas tierras extremeñas allá por los años 1935 y 1936, que vino a cortejar a doña Josefa Abril y Abril, de la que se hizo novio y después marido, motivo por el que se quedó con nosotros. Fue padre de seis hijos, un solo varón Ventura, como su abuelo, y cinco hembras. Sólo Toyi y Ventura viven en Garciaz. Si hemos de definir la personalidad de don Isidoro, hemos de usar una frase resumen: “era un hombre bueno”. Paciente y cariñoso con los enfermos, a quienes acompañaba largos ratos en sus visitas animándoles y dándoles su confianza. Ahorrador y austero, como buen castellano, sin vicios y gran cumplidor de su deber profesional. El pueblo, en gratitud, dedicó un merecido homenaje a su jubilación. Fue fumador, dos paquetes al día, ameno hablador con todos. Murió en 1978, con 75 años, y está enterrado aquí. Su esposa vive aún con 75 años.

Sacerdotes

Acabado el capítulo de médicos, toca el turno a otros profesionales como sacerdotes, farmacéuticos, veterinarios, secretarios, etcétera. Luego labradores y demás hombres famosos por su quehacer o anecdotario, de los muertos, que ya son historia, no de los vivos, por no herir susceptibilidades, no quiero escribir ni tampoco de familiares.

10. D. Emiliano Díaz del Amparo.- Regentaba esta parroquia de Santiago Apóstol cuando yo nací en 1915. Antes que él, de inmediato, lo fue don Julián Polo, que según referencias, fue cura de gran talla, tanto intelectual como físicamente. Doctor en teología y con pose de obispo, pero carácter fuerte y serenidad extrema. Gran orador, mucho cura para un pueblo. A partir, por gestiones del Obispado de Plasencia, le sucedió don Emiliano, pequeño de estatura (hubo que acortar las ropas talares de don Julián), pero de gran bondad y simpatía. Cayó bien en los ambientes de la feligresía. No obstante, no sé porqué, fue motejado con el epíteto de “cura parpalá”, quizá por su locuacidad. Durante su ejercicio parroquial, fui bautizado por don Clodoaldo Naranjo, capellán de las religiosas Carmelitas de Trujillo, a quien después sucedería él al cesar en sus funciones en esta villa. Destacamos del biografiado dos virtudes: humildad y santidad de vida. Murió en Trujillo no hace muchos años.

11. D. José Gil Loro.- Nos vino de Logrosán, de donde era natural, a suceder a don Emiliano. Con él fui monaguillo a los siete años. Recuerdo su carácter bondadoso, paciente y caritativo, de ancha y frecuente sonrisa y acrisolado de virtudes. Para mí y para muchos de los que le conocieron, era un santo sacerdote, nunca mejor aplicado el tópico. A sus virtudes unía un gran fervor en sus celebraciones litúrgicas y una gran facilidad de palabra en sus sermones. Sembró el bien en Garciaz a manos llenas. Después marchó destinado por el obispo placentino, de grato recuerdo, don Ángel Reguera López, a Don Benito en donde ofrendó su vida como mártir de Cristo a manos de un piquete de milicianos en la Guerra Civil en 1936. Murió como su divino maestro, perdonando a sus asesinos. Uno de ellos quedó ciego y no dejaba de ver la silueta del santo mártir, inmolado por serlo, sin más delito.

12. Don Julián de la Paz.- Verato, alto, de corte episcopal y muy ceremonioso en las celebraciones. Vino acompañado de su hermana Brígida, complaciente y cariñosa. Hombre de gran corazón, pero de genio vivo, incontenible. Con un único defecto, su afición a beber vino en exceso. Amigo de sus amigos a quienes visitaba. También lo hacía con asiduidad a los enfermos de la parroquia. En su casa siempre había un obsequio para los que fueran a verle. Se cuenta de él que unas Navidades concertó con unos músicos, al frente de los cuales estaba un teniente de sanidad, buen amigo suyo, don Teodoro Gil, natural de aquí, que tocaran durante la misa. No se sabe si por confusión o malicia al salir de la sacristía para celebrar, la banda atacó una musiquilla de entonces, “La Cirila”. La respuesta de don Julián no se hizo esperar, quien con su vehemente genio puso en la calle a los profanadores, sin tener consideración, ni averiguar si fue confusión.

13. D. Pedro González Chorro.- Oriundo de Zorita nos vino este cura, muy joven, gran músico, allá por el año de 1931. Hizo buenas amistades con los profesionales del pueblo. Era hombre culto y dio gran impulso a los coros parroquiales, y al esplendor de los actos litúrgicos, en especial al culto del Sagrado Corazón de Jesús. Cantaba bien, dando clases de piano a jóvenes de la localidad. Coincidió su estancia aquí con la plena efervescencia política de aquellos años, significándose por sus ataques desde su cátedra sagrada a los que iban contra la iglesia, zahiriéndoles la prohibición de procesiones y el toque de campanas convocando a los fieles a los actos del culto. Por estos motivos fue perseguido, teniendo que huir y dejar su parroquia. Fueron célebres las tertulias en la casa parroquial de los profesionales del pueblo, que jugaban allí con el sus partidas de cartas al subastao, tute y julepe. Terminada la guerra fue destinado Don Benito, a la parroquia de Santa María, y allí murió.

14. D. Luis Macías Martín.- Sucedió a don Pedro de ecónomo desde Conquista, hasta que se tranquilizó la cosa política, viniéndose luego vivir aquí, como párroco, al terminar la Guerra Civil en 1939. También era verato, fino del cuerpo, avispado y de gran dinamismo y trabajo. Tenía una hermana, que vino con el, Delfina, y un hermano, Ricardo. Le fue difícil su apostolado en tiempos de crisis de valores espirituales recién acabada la contienda. No obstante, desplegó su gran celo de captación de la juventud organizando con ella la incipiente, entonces, Acción Católica. Por cierto, como anécdota, en sus sermones, un domingo y otro, largaba la definición y metas de Acción Católica, con estas palabras: “Acción Católica es la participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la iglesia”, palabras que movían a mi buen maestro y tío don José Gallardo Rico, a remedar en su casa después de venir de misa, con el gracejo andaluz que le caracterizaba, dando con ello la lata a mi tía y a su esposa, doña Dominica Palacios, mujer de arraigadas convicciones religiosas, tratándose de los curas, y apostillaba al final: “Dominica, quee tío más pezao”. Incrementó los cantos de su antecesor Chorro. Destinado también a Don Benito, murió allí de párroco por el año 1970.

15. D. Hilario Palacios Jácome.- Sucesor de don Luis en 1940, aldeano, es decir de Aldea Centenera, nos llegó este cura procedente de Deleitosa, acompañado de su cuñada viuda Catalina y de sus hijas Visita e Isabel. Como dato anecdótico decir que la primera boda que hizo aquí fue la mía, en noviembre de 1940. Mantuvo por ello desde el principio un contacto amistoso con mi casa hasta su muerte, acaecida el 3 de mayo de 1971, coincidiendo con nuestra fiesta de La Cruz, que tantas veces celebró a lo largo de sus 31 años de permanencia entre nosotros, a los 76 de su vida, bien conservado a su edad, pero que terrible enfermedad anticipó su ida al Reino, donde nos esperará, por ser gran devoto de las ánimas y filial propalador de la devoción a su madre del Carmen, Cofradía que el fundó y dio impulso en esta su parroquia de Santiago Apóstol. Está enterrado en el camposanto de su aldea natal. Fue gran conservador de las tradiciones de la parroquia y siguió haciendo lo que siempre se hizo en hermandades, actos y fiestas litúrgicas. Es difícil reseñar en unas líneas su hacer sacerdotal, pero voy a señalar tres rasgos principales de su carácter: ordenado, indulgente y locuaz. Añadiré otro más: puntual, es acto cumplidor de su deber hasta la hora de su muerte, pues bien débil y minado por su incurable enfermedad, siguió diciendo su misa diaria. Del altar le llevaron al lecho con su mareo intenso. Fue su última oración pública ante Dios y sus amados feligreses. Ya antes –yo fui testigo- le habían dado en nuestro paseo diario otros mareos más débiles. Visitaba semanalmente las escuelas con su catequesis, llena de humor y fino sentido pedagógico. Conservó con celo y protección los archivos parroquiales, ordenándolos, así como todas las pertenencias de la parroquia. Tuvo otra gran cualidad; no era amigo del dinero, demasiado ahorrador, no gastando ni lo necesario a veces, y no pidiendo nunca dádivas a los fieles, sólo su voluntad. Su simpatía y chistoso referir, le valió el cariño de los vecinos y de sus compañeros: “cosas de Hilario” –decían-. Descanse en paz tan buen sacerdote y entrañable amigo.

16. D. Antonio Vegas Osado.- Paisano, garcieño, nos vino después del don Hilario, a petición propia, desde Plasenzuela. Mutuos amigos, a pesar de llevarme once años, nació en 1904, de padres pobres y virtuosos: Basilio y María, carpintero él; hacendosa y buena su madre; santa, añado por mi cuenta; con dos hermanos más, José y Juan. Siendo seminarista influyó en el ánimo de los que con él convivimos, dándonos su gran lección de entrega generosa al Señor por su fiel devoción sacerdotal y su santidad de vida. Ha estado con nosotros de párroco desde 1971 a 1982, once años. Ya jubilado, aún vive con sus 80 años, celebrando su misa diaria, como siempre hizo en la ermita de la Caridad mayoritariamente o en la iglesia. Dios nos lo conserve[1].

Farmacéuticos

Allá por principios de siglo ejerció D. Emilio, que tuvo la farmacia en la casa que fue luego de don José Gallardo Rico, maestro, luego trasladada donde es hoy el domicilio del Fiscal General del Estado, don Luis A. Burón.

17. D. Uwaldo García Montero.- Natural de Huertas de Ánimas, vino aquí por el año 1928. Hijo de un maestro de Huertas muy celebrado, don José García, y con otro hermano, también farmacéutico del mismo pueblo. Era hombre afable y simpático. Tuvo la desgracia de aficionarse a la morfina y se retiró de la farmacia, yéndose a vivir a su pueblo donde murió soltero y trágicamente.

Le hizo el traspaso de su farmacia a don Ángel Fernández Barbero que la desempeñó, sin ser titular, hasta adquirirla doña Carmen Osorio Perucho, de Madroñera, que la llevó a base de suplentes o auxiliares hasta hoy, comprada por don Vicente.

Veterinarios y secretarios

18. D. Bernardo Cruz Aguilar (veterinario).- Natural de Zorita, vino sobre el año 1930, permaneciendo hasta en 1941. Años después murió sobre el año 1955, ejerciendo ya en su pueblo natal. Soltero mayor aquí, alto, corpulento, elegante, buen profesional, conocedor de los secretos del diagnóstico de enfermedades en el ganado, siendo pionero del uso de vacunas. Estuvo siempre de pensión en casa de tía Antolina.

19. D. Gaspar Gómez Pita (secretario).- Entre los muchos que pasaron por aquí, citaré por su importancia a él y a don Francisco Villaespesa y Valdivia. Don Gaspar lo fue hasta por el año 1927-1928, durante la Dictadura. Era además licenciado en Ciencias Exactas, hombre inteligente, casado con doña Herminia y dos cuñados: Sebastián y Rufino. Todos vinieron aquí. Fue influyente ante todos los alcaldes de aquella época, sagaz político que supo vivir con todo sin renunciar a sus principios y beneficios, como buen secretario. Como profesor mío de álgebra y trigonometría, tengo grato recuerdo y cariño por su gran competencia.

Don Francisco Villaespesa, lo fue durante la República, se significó en la extrema izquierda, siendo luego por hecho juzgado y detenido. Era primo del famoso poeta.

Como secretario del juzgado, ejerció muchos años mi abuelo materno, don Ildefonso Palacios Crespo, que por ser familiar, me inhibo de biografíar.

Propietarios y cazadores.

20. Fabriciano Pablos Parejo.- Natural de Huertas de Ánimas. Caso con Isabel Abril Cuadrado, mi prima, hija de Rodrigo Abril Figueroa y de María Isabel Cuadrado Bernardo. Tuvieron tres hijos: Juan, Ezequiel e Isabel Pablos Abril, muy conocidos en los medios provinciales y nacidos aquí. Fue Fabriciano un labrador y ganadero, propietario inteligente, con cultura adquirida al tomar las elecciones diariamente de sus hijos en bachillerato, debido a su constancia supo hacer de ellos hombres brillantes en sus carreras, hechas a base de sacrificios y privaciones. Juan, de notable médico cirujano y gobernador de Teruel y Tenerife; Ezequiel, competentísimo abogado, secretario general de Tráfico Nacional y actual secretario técnico del Gobierno Civil de la provincia de Cáceres; e Isabel, enfermera en Madrid actualmente. Destacó Fabriciano como alcalde de Garciaz durante la dictadura, con la consecución de obras y servicios municipales, entre ellos la fuente o pilar de las Canalejas, camino de la Dehesa, construcción de escuelas nuevas, charca del Caño, etc. Murió en Trujillo donde se domicilio.

21. Ventura Abril Figueroa.- Labrador y ganadero rico. Casado con Juana Abril Barbero y padre de Paco, Rodrigo (difunto), Josefa y Catalina. Dueño de “La Caballería” donde está ubicada la fuente del Pozo de la Nieve, llamada así porque allí conservaban la nieve los nobles de Trujillo, descendientes de Pizarro, para consumir en verano. Muchos de ellos se venían a veranear aquí a sus casas solas griegas que construyeron ad hoc. Hoy esas aguas vienen al abastecimiento público. Tío Ventura, comúnmente así llamado, era ahorrador en extremo, como la vida obligaba a ser entonces; austera y sacrificada. Destacó muchos años como juez municipal.

Paco murió siendo médico de Logrosán; Rodrigo en temprana edad también, Josefa casó con don Isidoro y Catalina con Fernando Gallego Recio, alcalde que fue algunos años.

22. Pedro González Pérez.- Labrador también; “quinto” del anterior y de mi padre, Fulgencio Claudio, que por serlo, no uno a este bosquejo biográfico. Tío Pedro, honrado, serio, inteligente, padre de mis primos Alonso González y Sotera; casado con una prima hermana de mi madre, Orencia, que murió joven, hija de mi tía Sotera, hermana de mi abuela materna, Rosalía, y de Plácida, abuela de Francisco Fernández Serrano, y de Juana Lozano, sin hijos. Tía Sotera estuvo casada con José Cancho, más conocido por tío “Pepe Botica”, por tener una especie de ella en su casa, de gran inteligencia y simpatía, un tanto aventurero, hermano de Los Canchos de Badajoz (La Giralda), y Talavera (Manuel Cancho, célebre alcalde).

23. D. Paco Cuadrado Díez.- Otro propietario que conocí, casado con Juana Abril Donaire, oriundos de Villamesías, padres de tres hijos: Nicanor (médico), Victorino y Paquino (Francisco). En segundas nupcias caso con Juana Crespo, y tuvo otros tres hijos: Josefa, María y Gaspar (murió en accidente). Don Paco fue dueño del “Pardito”, Caballería de don Paco y de numerosos prados morados, de gran valor y “La Lobera”. Le conocí con su bastón de caña, impecablemente vestido, afable y cariñoso, un gran señor. Esos últimos años declinó, viviendo pobremente, pues tuvo que vender todo, hipotecado por gastos excesivos en la carrera de sus hijos y mala administración de su extenso capital, en manos de gente y criados poco escrupulosos y honrados, pero aún conservó siempre su empaque de gran señor y nobleza de cuna hasta última hora. Su excesivo altruismo le perdió.

24. D. Diego Torres.- No le conocí, pero si sus obras. Procedente de Madroñera, fue otro rico propietario, dueño de la finca más extensa del término: “La Hoya de don Diego”. Casó con una chica que servía con sus padres, doña Aureliana Casares. Le tocó dicha finca de sus padres y se vinieron aquí a vivir. Si conocía a su esposa, excelente señora, cariñosa y complaciente. Don Diego, por referencias, fue un gran caballero, magnánimo con los pobres, justo con su servidumbre, dadivoso con todos. A su lado no había penas. Tuvo una ganadería extensiva de vacas, ovejas y cerdos, selectos en razas y buenos caballos de tiro y montura, así como forzudos bueyes para el carro. Sus hijos fueron: Concha (casada con don Dionisio Peña, boticario de Zorita); Petra Torres Casares (casada con don Nicanor, médico), Julia (casada con don Ángel Fernández, boticario), Isabel (casada con don José Abril, médico, viuda) y Aureliana, soltera. Hijos varones: José, murió soltero; Juan, casado con dolores Gil; y Diego, maestro, casado con doña Marina Ortiz Mantrana, también maestra). En total ocho hijos, con ocho partes en “La Hoya”, a 200 fanegas cada una y todos viven hoy bien, ellos o sus herederos.

25. Juan Torres Casares.- Hijo del anterior, heredó de su padre las buenas cualidades de ganadero y bondad de corazón. Nació, según él decía, con el siglo, en 1900, tendría hoy 84 años. Casado con Dolores Gil Pizarro, que le dio cinco hijos: Aureliana, Diego, Juan, Josefa y Julia. Vivía casi siempre en “La Hoya”. Allí le visitábamos los amigos y nos obsequiaba con un frite de cordero, guisado por el bueno de “tío Camillo”, pariente de la casa, solterón, que vivió al amparo de ella siempre.

26. D. Diego Torres Casares.- De los hermanos fue el único que logró Carrera. Empezó abogacía y al estallar la Guerra Civil se fue voluntario y al término de ella término magisterio, como oficial provisional. Ejerció en Madroñera, donde conoció a su esposa doña Marina, y ambos por consortes se vinieron aquí, a las escuelas recién inauguradas, desempeñando, en la cual murió como consecuencia de enfermedad (bronconeumonía), contraída en el ejercicio de su docencia. Por ello el Grupo lleva su nombre: Torres-Gallardo-Palacios. Su esposa aún vive con sus hijos en Sevilla.

27. Pedro Carrera Correyero.- Natural de Miajadas, vino a instalar aquí comercio, casado con Adriana Martín Pizarro, con la que tuvo diez hijos: Galo, Manolo, Antonio, Emiliano, José, Aquilina, María, Rita, Consuelo y Feliciana. “Tío Carrera”, como era llamado, fue un hombre comerciante, ganando dinero en el negocio. Simpático, afable y hospitalario. Por su comercio pasaron generaciones de mayores y jóvenes a jugar con él las famosas partidas de cartas al subastao y tute. También pasaron muchos pobres a comprar al fiado, con los que tenía paciencia si no podían pagar o perdonaba la deuda en casos de extrema necesidad. Guardo de mi suegro un grato recuerdo y le profesé gran cariño. De él se puede decir lo mejor: fue un hombre bueno.

28. León Díaz Martín.- De Zorita se vino aquí para instalar un casino de sociedad. Casó con Inés González Pérez, con tres hijas vivas: Ana, Casimira y Orencia. Especialista en el juego de cartas, hizo buen negocio al implantarlos en su casino, ubicado donde hoy está la Caja de Ahorros. Además servía buen café y bailes de sociedad de vez en cuando en las festividades. Compro viña propia elaborando excelente vino de pitarra en su lagar debajo del casino, y una huerta al sitio “Burgos”, con frutales, de los que era amante. Era hombre serio, flemático y muy irónico, con su seriedad se reía de todos, intuitivo e inteligente hacía asombrosos juegos de manos con las cartas. Quien jugaba con él, si quería, perdía siempre. Fumaba puro y fue juez muchos años.

29. Joaquín Cuadrado Abril.- Propietario y ganadero, hijo y heredero de Lorenzo, con dos hermanas: Rita y Florentina. Poseyó un buen patrimonio, cinco dehesas, montadas de ganado, una para cada hijo, decía él: Lorenzo, Juan Manuel, José, Isabel y Ventura. Casó con Juana Abril Martín. Hombre muy trabajador, madrugador y sacrificado y competente ganadero. Fue mi padrino y me puso su nombre. Militó en las filas del partido radical de Lerroux, y fue alcalde de la villa muchos años. Adquirió casa en Trujillo para estar más en contacto con los mercados ganaderos. De genio vivo y pronto, restregaba, por costumbre, las manos por las rodillas cuando se enfadaba, rechinando los dientes. Se le pasaba pronto, pues no era rencoroso, y te hacía un favor después.

30. Tío Victoriano, “el Grandón”.- Entre los cazadores “largos”, tío Pocero, tío Miguel el Cuervo, tío Bernardino Masa y otros, destacaba “el Grandón”, así llamado por su gran estatura. Usaba escopeta de Lafussé, que se cargaba por la boca, con trapos como tacos entre pólvora y perdigones. Excelente tirador, mataba las perdices al vuelo primorosamente, encima de una pared con una sola pierna apoyada, o ya de viejo desde su borriquilllo, que no podía andar por sus reumas. Caso con tía Matea, “la Larga”, llamada así por su astucia. Fumar tabaco “jarocho”, sembrado por él, y elaborado, fuerte, intoxícante, sólo resistido por costumbre: cazador furtivo vivió siempre derecha, como “los largos de Deleitosa”, sus amigos.

Labradores de clase media

Existían en Garciaz en la primera decena del siglo XX, unos hombres arrendando fincas llegaron hacer buenos capitales, que le sirvieron para adquirir, comprando a los propietarios arruinados, cercas y prados en buenas condiciones, explotándolas luego con vacas directamente: “los nuevos ricos”. Citaré algunos.

31. Francisco Morales (“el bizco”).- Casado con María Francisca morales, padre de Concepción, Feliciana, Nicolasa y ventura. Compró la casa a don Victoriano. Hizo buen capital como arrendatario de “La Butrera” y otras. Llamado bizco por serlo del ojo derecho. Todos sus hijos heredaron buenos cercados y viven bien hoy.

32. Ramón Osado Barrado.- Cuñado del anterior, casado con Nicolasa Morales. Vivía en el Rincón de la Plaza y tuvo tres hijos: Felipe, Basilio y Rita. Además de arrendatario, abrió un bar, con las primeras cervezas que se despacharon aquí. Era hombre locuaz y chistoso. Se pasaba con el un buen rato, por su gracejo, como todos los osados.

33. Higinio Fernández Mejías.- Casado en primeras nupcias con mi tía Carmen, hija de Plácida Lozano. De ella tuvo dos hijos: Francisco y María. Es su segunda esposa, Teresa Teno, otros tres: Teodora, Tomás y Nazaret. Buen labrador, hombre inteligente, hizo buen capital. Su mayor mérito fue dedicar a sus hijos, con sacrificios, por el camino de las letras. Ese fue su afán. Compensado con largueza, pues tres de ellos brillaron en ellas: Francisco, canónigo archivero de Zaragoza, historiador y académico C. de la Historia; Nazaret, licenciada en filosofía y letras, profesora con ejercicio en Zaragoza; y Tomás, buen abogado, gerente hoy de una gran empresa de Zaragoza.

34. Juan Ángel Pizarro Gómez.- Casado con Antonia Rodríguez “tía Estanquera”, llamada así porque siempre tuvo el estanco. También arrendatario y padre de Isaías, Adolfo y Esther y algunos más que se le murieron. Le apodaban “tío Senagua”. Fue alcalde durante la República y anteriormente. Era hombre tranquilo, grueso y ocurrente; un poco engreído, pero inteligente.

35. Juan Andrés Rivas.- Otro mediero fuerte, caso dos veces. De la primera tuvo a Francisco, mi discípulo escolar, y de la segunda, Juliana Durán, a Lorenzo Rivas, exsacerdote, ya cándida, casada con Juan Piñas, hijo de Joaquín, de tío Budaque, farmacéutico en Ibahernando. Compró “La Marroquina”.

36. Ventura Piñas (Budaque).- El más rico de la clase media, por tener un solo hijo Joaquín y heredar todo, pues otra hija murió joven, Eulalia, casada con Basilio Osado. Adquirió numerosas cercas y prados, que hoy disfrutan sus nietos. Fue económico y su mujer, Ruperta.

37. Antonio Zuil Fernández.- Natural de Zorita, se casó aquí con una prima mía, Luisa Cuadrado, de la que tuvo dos hijos: Antonio, veterinario hoy en Talavera, y María, pero es de Pepe Sosa y vive en Herguiijuela. Fue un agricultor hacendoso y buen ganadero.

38. César Corrales.- Cuñado del anterior. Casado con otra hermana Televisa, Ana María, ganadero también y natural de Conquista. Tuvieron tres hijos: Juan, guarda forestal vecino y domiciliado aquí, Rosa y Ana. Su mujer aún vive con 80 años.

39. Emiliano Prieto Martín.- De Retamosa nos vino este dueño de “Las Ruas”, se casó con Sotera y se quedó aquí. De solteros se esperaba en casa de tía María Luisa, casado y de sus herederos la mujer del “Sabio”, en la Cuesta. Era amigo de las francachelas, con amigos y cantaores muy simpático y entrometido, apuesto y bien trajeado; con su padre, rico de Retamosa, no le faltaba dinero. Fue padre de una única hija, Matilde Prieto González, casada con Antonio Zuil, veterinarios de Talavera.

40. Tío Germán Fernández.- Fue en Garciaz una institución: alguacil y pregonero de toda la vida. Hombre paciente irrespetuoso. Vio pasar por su lado muchos alcaldes en la Monarquía, en la Dictadura y en la República, sabiendo tratar y vivir con todos. Con él desempeñaba las funciones de guarda rural, tío Pedro “El Roal”, Pedro Sasillas, otro hombre bueno, alto y fuerte, reunidos llenaron una época del siglo hasta 1940.

41. Pedro Jiménez (sacristán).- Natural de Trujillo, venido aquí por casar con Rosa Fernández. Muy aficionado a la música, por esto fue siempre sacristán de la parroquia, con todos los curas, desde don Julián Polo Hilario. Con él fuimos monaguillos muchos niños, y nos dio sus tirones de orejas, por ser exigente en las órdenes, pero de buen natural, sobre todo por los Santos y Difuntos, por tocar en la torre las campanas doblando, que nos llevaba las migas temprano. Murió ya de 80 años y dejó tres hijos: María, José Pedro y Eliseo, secretario de la Cámara.

42. Alfonso Tello Crespo.- La última semblanza, por no alargar más, pues no están agotadas. Quedan algunas. Cartero de la villa de 1930 a 1970, 40 años más o menos, en momentos difíciles, cuando era preciso bajar a por el correo a Conquista, con fríos y con lluvias, en un borriquillo, andando 13 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, y nunca faltó a su deber, expuesto a ladrones y mil peligros en la guerra y la paz. Su muerte, no muy viejo, fue debida a los fríos contraídos en el ejercicio de su profesión de una bronquitis neumónica crónica. Esto es hacer Patria, sin brillo social, pero dando testimonio.


NOTAS:

[1] Como párroco actual está don Julián Ángel S. Colosía.

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