Fernando Moreno Domínguez, Francisco Pérez Solís, Alberto Durán Sánchez, Gregorio Francisco González.
Un año más nos sentimos honrados de participar en unos Coloquios Históricos de Extremadura convertidos desde hace tiempo en referente indiscutible de la investigación histórica y arqueológica en la provincia de Cáceres. Unos encuentros que realizan una labor de divulgación y sociabilización tan encomiable como necesaria, con la cual, dentro de nuestras modestas posibilidades, nos orgullecemos de colaborar mediante la presente comunicación. Como viene siendo habitual en nuestras anteriores intervenciones, presentamos una serie de descubrimientos arqueológicos realizados por nosotros mismos, de muy diversa índole y cronología, quizás en arriesgada mezcolanza que casi alcanza el totum revolutum. A pesar de todo, entendemos que esta fórmula proporciona unas ventajas superiores a los posibles inconvenientes: nos permite realizar exposiciones ligeras, en absoluto definitivas, de estos hallazgos casuales; genera un relato ameno, accesible al público general, acorde con la labor sociabilizadora que reconocemos en estos Coloquios, y que tantas veces es obviada en los trabajos científicos (no olvidemos que es la sociedad, y no las fuerzas de seguridad, ni mucho menos la administración, quien tiene el poder de proteger y salvaguardar el patrimonio cultural); en última instancia, nos permite realizar un recorrido cronológico, desde la prehistoria hasta los tiempos más modernos, que muestra la extraordinaria riqueza arqueológica que guardan las tierras de Trujillo. Una riqueza latente aún, que, bien gestionada, podría generar infinidad de recursos sociales. Este patrimonio, estamos convencidos de ello, no solo abarca a los restos del pasado, sino que supone garantías de futuro.
Ajustándonos a la presentación, nos centraremos en un área muy concreta del berrocal trujillano, los parajes de la Canchera y del Castrejón, en el flanco sureste del batolito granítico que circunda la ciudad. Una zona que no deja de proporcionar hallazgos prehistóricos[1] desde que en el año 1998 don Manuel Rubio Andrada, coordinador de estos Coloquios, publicase la existencia del poblado del Acebuche[2]. En esta intrincada área del berrocal desgranaremos en primer lugar el entorno inmediato de este yacimiento, donde hemos podido localizar un variado repertorio de asentamientos asociados a períodos calcolíticos. En segundo lugar, casi contiguo a los anteriores, analizaremos un poblado fortificado islámico (tipo hiṣn o qarya) que viene a arrojar luz sobre el poblamiento rural de esta época en el batolito trujillano.
Entre medias, la excursión arqueológica se desplazará hasta el término de Ibahernando para visitar el yacimiento romano de la Higueruela, aunque prestando atención a un elemento mucho más antiguo: una mesa de ofrendas prehistórica.
Una vez más, tenemos que agradecer al doctor Antonio González Cordero la inestimable paciencia y desinteresada ayuda que nos ha ofrecido a la hora de abordar los problemas interpretativos que plantean los hallazgos aquí presentados.
Ilustración n.º 1: Situación de los yacimientos visitados en la excursión (Fuente: SIGPAC)
- NUEVAS APORTACIONES A LA PREHISTORIA DEL BERROCAL TRUJILLANO, EN TORNO AL YACIMIENTO DEL ACEBUCHE.
Han pasado 21 años desde la publicación, en estos mismos Coloquios Históricos, de un artículo al que queremos rendir homenaje, puesto que ha servido de base para las páginas que ahora nos disponemos escribir. Aquel estudio hacía referencia al yacimiento del Acebuche (Trujillo, Cáceres), siendo seguido en años posteriores por la publicación de los poblados de Aguas Viejas[3] o el Avión[4], todos ellos localizados en el intrincado paisaje del berrocal trujillano. La primera parte de nuestra comunicación pretende profundizar en el análisis del entorno físico de aquel primer yacimiento, que no se presenta aislado, sino formando parte de una intrincada y compleja red de poblamiento prehistórico.
Situado en el margen sur del batolito, entre dos arroyos estacionales que vierten al río Magasca, el yacimiento del Acebuche se configura como un pequeño asentamiento rodeado por grandes bolos graníticos, en torno a los 518 msnm, un emplazamiento a priori similar al resto de morros rocosos del entorno. En la publicación del año 1998 se realizó un estudio de los fragmentos cerámicos vistos en superficie (platos, cuencos o vasos) lo que permitía al autor incluir este yacimiento en la etapa calcolítica, más concretamente en la llamada Cultura del Suroeste.
Incentivados por los datos ofrecidos por esta publicación, hemos realizado diferentes excursiones a esta hermosa, aunque compleja, zona del berrocal, en la que resulta fácil desorientarse entre cerros, valles y prominentes afloraciones rocosas. Pronto pudimos comprobar la veracidad de las palabras de don Manuel Rubio cuando afirmaba que son numerosos los puntos donde se pueden detectar materiales prehistóricos a ras de suelo, por lo general en escaso número y poco relevantes. A pesar de ello, sí nos gustaría destacar una serie de elementos situados en las mismas cercas que el poblado del Acebuche, en el paraje de la Canchera de don Pedro, todos ellos dentro de un radio de 550 m. a partir del asentamiento (en dirección sur-sureste). Se trata de siete nuevos yacimientos arqueológicos, de distinta naturaleza y entidad, que no solo presentan restos cerámicos sino también estructuras, pinturas y otros elementos singulares, al menos a nuestro entender, para poder ir completando el sucinto puzle de la prehistoria de la comarca de Trujillo.
- Canchera de don Pedro I: a apenas cien metros de distancia en línea recta al sur del Acebuche encontramos un covacho que actualmente no reúne condiciones de habitabilidad, aunque al estar colmatado de tierra desconocemos las dimensiones reales que, no obstante, no deben de ser amplias permitiendo a lo sumo su uso como refugio. Lo destacable de este espacio es la extraordinaria cantidad de restos cerámicos facturados a mano visibles en su interior. Evidentemente, las condiciones de estos materiales impiden una descripción o estudio pormenorizado de los mismos (extremo que debería contar con la pertinente intervención arqueológica) aunque entre ellos destacan las formas con mamelones redondeados, los bordes con moldura triangular o los apliques de cordones con decoración impresa, características todas ellas que nos retrotraen a períodos calcolíticos o del bronce inicial, en plena concordancia por tanto con el yacimiento del Acebuche.
- Canchera de don Pedro II: si continuamos otros cien metros hacia el sur, encontramos un segundo asentamiento, esta vez al aire libre y amurallado, de pequeño tamaño (unas 0,2 has.), de planta redondeada con un diámetro cercano a los 40 metros. En todo su perímetro se aprecia un suave terraplén donde se acumulan los mampuestos de granito de mediano y gran formato, en buena medida ocultos por el pasto y las retamas que pueblan el paraje. Sobresalen en este recinto murado dos torres semicirculares, de unos dos metros de diámetro cada una y cuatro metros de separación entre ellas, de las que solo se observa una única hilada de grandes bloques graníticos. No se distinguen más torres en el recinto, por lo que cabe la posibilidad de que estén flanqueando una puerta de acceso, en cuyo caso estaría orientada al suroeste. Los únicos materiales que permiten asociar este fortín con el poblado del Acebuche son los restos cerámicos dispersos abundantemente por la zona, casi todos ellos galbos a mano de alisado tosco, cocción reductora y desgrasantes de cuarzo y mica. Aunque este recinto amurallado se sitúa en torno a los 500 msnm, una elevación menor que la del Acebuche, quizás se beneficia de una posición más ventajosa en cuanto que, próximo a la llanura del río Magasca, aprovecha la ladera natural del valle, asegurándose un completo control visual del mismo. En referencia a su reducido tamaño, estas dimensiones cuestionan su uso como asentamiento propiamente dicho, debiendo ser, quizás, considerado un lugar fortificado con funciones específicas (almacenaje, control del territorio, defensa puntual…) que solo una excavación arqueológica podría desvelar[5]. En cualquier caso, podemos encontrar paralelos de fortificaciones similares en otros yacimientos calcolíticos de la comarca, como Cortijo Zacarías[6] (salvando evidentemente las diferencias de escala, Almendralejo, Badajoz), Castillejos (La Cumbre), así como de fuera de ella[7].
Ilustración n.º 2: Bastiones semicirculares en el yacimiento de Cancheras de don Pedro II.
- Castrejón I, II, III y IV. Al este y sureste de este último poblado amurallado, encontramos sendos paneles de grabados rupestres de cazoletas esculpidos en abrigos de reducido tamaño. El más cercano de ellos (Castrejón III), unos 115 m. al este de Cancheras de don Pedro II, es quizás el más destacado, debido a las impresionantes formas que la erosión ha otorgado a los enormes bolos que lo coronan. Castrejón I y II se sitúan a poca distancia uno del otro y apenas superan la veintena de cazoletas por panel.
En cuanto a Castrejón IV, presenta características muy particulares, situándose a unos 980 m. de distancia al suroeste del poblado del Acebuche, frente a un poblado islámico que ocupará la tercera parte de nuestra comunicación. Se trata de un afloramiento granítico desgajado de su base y retallado en todos sus bordes, seguramente como resultado de su explotación como cantera. No obstante, en su cara superior presenta una notable constelación formada por medio centenar de cazoletas de desigual tamaño alineadas en largas hileras.
- Don Pedro: uno de los sitios más interesantes del entorno del yacimiento del Acebuche es sin duda una estrecha cueva situada a apenas 250 metros hacia el este del mismo. Alberga varias manifestaciones de pintura rupestre, realmente escasas en nuestra comarca debido a los procesos de erosión del soporte granítico. Adquiere forma de grieta estrecha y alargada (longitud transitable 5,77 m., anchura máxima 2,35 m.) a partir de la superposición de grandes masas rocosas, en especial un gigantesco bolo granítico que le sirve de apoyo en su lateral occidental. Otros peñascos de menor volumen la cierran encajonados por el resto de lados. La cavidad permanece camuflada en el paisaje, pasando completamente inadvertida hasta que se alcanza la misma base del roquedal. La entrada es muy estrecha, pues, aunque en su base alcance el 1,20 m. de anchura, por arriba se estrecha bastante de modo que el acceso se debe hacer reptando. El interior, de sección triangular, tampoco es espacioso ni cómodo, con una altura máxima de 1,90 m. Pese a que el suelo actual está formado por tierra proveniente de escorrentías y arrastres, sospechamos que las medidas originales no diferirían demasiado de las actuales. Las paredes están muy deterioradas. Además de la disgregación natural del granito (de grano muy grueso en esta zona del berrocal) se observan manchas de humedad y hollín, resultado de la reutilización de este espacio. Tanto en el interior de la cueva como en su entorno son frecuentes los hallazgos de fragmentos cerámicos de factura manual, cocción reductora y desgrasantes de cuarzo y mica.
Ilustración n.º 3: Cueva de Don Pedro, croquis general de la planta.
Ya desde el exterior se adivinan las primeras cazoletas (panel 1, con unas dimensiones visibles de 1,56 m. × 1,15 m.), en una lanchuela granítica a nivel de suelo decorada con dieciocho insculturas semiesféricas (de entre 8 cm. y 3 cm. de diámetro) agolpadas todas en la mitad occidental de la roca. Juste enfrente, en la pared oeste, encontramos otras veinticuatro cazoletas (panel 2) dispuestas las más en líneas paralelas, aunque otras se apartan del grupo principal y se sitúan en los bordes del panel. Los diámetros de las cazoletas en este segundo panel oscilan entre los 2 cm. y los 4 cm.
No obstante, es el fondo de la cavidad la que nos depara las mayores sorpresas. En una de las rocas que parece dividir el interior en dos, encontramos un soliforme pintado en excepcional buen estado de conservación. Solo borrado en uno de sus lados (quizás simplemente oculto tras las manchas de humedad), presenta una altura de 12 cm. Son visibles diez rayos que no siguen un trazado radial, sino que parecen más bien agrupados en paralelo de dos en dos. Hemos de resaltar la singularidad de que, pese a situarse en la zona más profunda de la grieta, este soliforme queda en ocasiones iluminado por los rayos de sol, tal y como pudimos constatar con sorpresa en una de nuestras primeras visitas al sitio[8]. Junto a él, en una de roca a menor altura, encontramos lo que parece un grabado formado por cuatro segmentos alargados y un rebaje romboidal, que en conjunto recuerdan una huella zoomorfa (quizás de lobo).
Ilustración n.º 4: Soliforme.
Ilustración nº. 5: Cueva de Don Pedro, exterior. La flecha roja marca el acceso al interior.
Los hallazgos continúan en el exterior de la cavidad. En el bolo ciclópeo que recibe al visitante al llegar al paraje, partido en dos por una rectilínea grieta natural, encontramos al menos otras tres pinturas rupestres[9]. Una de ellas es la huella de una mano izquierda en positivo (36 cm. de longitud, incluyendo dedos, palma y muñeca; quizás también parte del antebrazo, aunque podría deberse a que el pigmento se ha desdibujado; se observan todos los dedos, aunque el pulgar no de forma completa). Una segunda podría representar a un antropomorfo en posición vertical (10 cm. de longitud, la cabeza apenas marcada, brazo derecho de escaso desarrollo mientras que el izquierdo cae en arco, extremidades inferiores unificadas en una especie de faldón) mientras que la tercera se encuentra aún más desdibujada, apenas un borrón sobre la roca (8 cm. de longitud). Todos los motivos de la cueva de Don Pedro son monocromos, en tonalidades rojizas y por el grosor de los trazos parecen ejecutados utilizando la yema de los dedos directamente como pincel.
Estas manifestaciones vienen a sumarse al resto de pinturas rupestres ya documentadas y publicadas en el término trujillano[10], respectivamente en la Cueva Larga de Pradillo y en los Canchalejos de Belén.[11] Con todo, no dejan de ser minoritarias respecto a los paneles ejecutados sobre cuarcita u otros tipos de roca en la región (hace nueve años se contabilizaban medio centenar de casos de pinturas en soporte granítico en toda la provincia de Cáceres). Cabe destacar, en primer lugar, la relación de estos pictogramas con las cazoletas y con el resto de materiales cerámicos dispersos en la cavidad. En ocasiones se ha apuntado al uso funerario de estos espacios cerrados, a modo de dólmenes naturales. La asociación entre pinturas y restos materiales es frecuente en otras zonas de la provincia, con un arco cronológico establecido entre períodos neolíticos y calcolíticos, en sintonía, por tanto, con el resto de yacimientos expuestos del entorno del Acebuche. En segundo lugar, nos gustaría resaltar la impronta de mano, debido a la larga tradición historiográfica de este tipo de pinturas rupestres, que en nuestro país son difíciles de encontrar lejos de la cornisa cantábrica, excepción hecha, claro está, de la insigne Maltravieso[12], en la capital cacereña. La aparición de este motivo supone una brusca ruptura temporal respecto al contexto arqueológico de la cueva, remontándose hasta etapas del paleolítico, lo cual plantea interesantes cuestiones acerca de los orígenes de la frecuentación de este paraje y/o sobre la continuidad de estas figuras en periodos posteriores de la prehistoria.
Sea como fuere, lo que sí es segura es la presencia de más pinturas en otros abrigos del entorno de la cueva de Don Pedro. En concreto, digitaciones y otros motivos peor definidos a unos 20 metros de distancia por encima de la cavidad; indicios más que suficientes para asegurar un prometedor potencial arqueológico, aún inédito, a esta zona del berrocal trujillano.
Ilustración n.º 6: Pinturas rupestres en el exterior de la cueva de Don Pedro.
- LA MESA DE OFRENDAS DE HIGUERUELA (IBAHERNANDO).
En la cabecera del arroyo de la Higueruela, corriente de escaso recorrido tributaria del río Gibranzos, encontramos el yacimiento romano del mismo nombre, en medio de la penillanura que caracteriza al espigón norte del término municipal de Ibahernando (Cáceres). En esta zona, a una altitud media de 500 msnm, los extensos pastizales rodean casas y cortijos de notable antigüedad, muchos de ellos asentados sobre villae romanas, presentando sus muros gran cantidad de elementos reutilizados de notable interés. Estas tierras han sido cultivadas hasta nuestros tiempos y, aquí y allá, el arado ha levantado bloques labrados, sillares, materiales latericios o mampuestos, y no faltan tampoco los sempiternos fragmentos de tégulas que constituyen el indicio más visible de la presencia de un asentamiento romano-tardorromano. Estos elementos se encuentran hoy día dispersos, o bien amajanados, siendo difícil discernir los límites reales del yacimiento/s, a falta de una investigación arqueológica en mayor profundidad que pudiera proporcionar información fiable acerca de la extensión, entidad o la secuencia cronológica del asentamiento. Lo que sí parece claro es que debió adoptar la forma de una o varias villae, a tenor de los elementos asociados a la producción de vino y/o aceite actualmente repartidos por los cortijos del entorno. A saber: un mortarium en la casa de Higueruela del Espadero, un lapis pedicinus en el cauce del arroyo, un contrapeso cilíndrico en el camino de acceso o, algo más alejado, un segundo lapis en la casa de Higueruela Santa.
A pesar de la sugerente toponimia referida[13], queremos centrar esta parte del trabajo en etapas anteriores a la romanización de estas tierras, pues el triangulo comprendido entre las localidades de Ibahernado, Ruanes y La Cumbre alberga una enorme cantidad[14] de grabados rupestres sobre granito, la mayoría de los cuales caracterizados por la presencia de un número variable de insculturas o cazoletas. Sin embargo, sin lugar a dudas el grabado más singular de todos se localiza en el yacimiento de la Higueruela, podríamos decir que en una posición marginal, aunque encontramos restos romanos tanto al este como al oeste de nuestro elemento. Se trata de una mesa de ofrendas labrada en un bloque de granito exento (1,8 m. × 1,63 m.) que en origen debió ser ovalada pero el desgaste o fracturación de uno de sus laterales le ha proporcionado la forma redonda que muestra hoy día. Resulta evidente que el bloque fue trabajado con esmero, puliendo todos sus bordes (aunque los animales la hayan usado posteriormente de rascadero) y, sobretodo, alisando una cara superior que más tarde recibió los grabados rupestres. La mesa parece conservarse in situ, tal y como indica el canal (1,17 m. de longitud, 5 cm. de anchura media) que recorre uno de sus bordes y que termina convergiendo en su punto más bajo, hacia el saliente. En ese lateral la acción del agua (quizás también del hombre) ha rebajado la tierra, siendo el único punto donde se observa completo el canto de la pieza (45 cm.).
Ilustración n.º 7: Mesa de ofrendas de Higueruela (Ibahernando).
El grabado se localiza en la cara superior de la mesa. Se compone de una serie de elementos de sobra conocidos en esta comarca, cazoletas y canalillos; podríamos decir incluso recurrentes, ya presentados en otros trabajos anteriores publicados en estos Coloquios Históricos[15]. Hemos contabilizado un total de 98 cazoletas, solo aquellas que se distinguían con claridad pues debido a la erosión del granito podría haber contado con más, lo que supone una notable concentración dado lo reducido del soporte. Estas cazoletas presentan un diámetro medio de 3,5 cm. (la mayor 10 cm., la menor 2 cm.) y una profundidad media de 0,5 cm. Se disponen de forma aparentemente anárquica, en el plano inclinado del panel, si bien las de mayor tamaño se disponen en el centro del grabado, aunque ligeramente desplazadas hacia la mitad septentrional. Buena parte se aprecian solo con dificultad debido a la notable erosión que presenta la superficie. Muchas de ellas están unidas de dos en dos mediante un canalillo corto, otras aparecen alineadas, cuando no ensartadas, patrones recurrentes en nuestra comarca comunes a decenas de grabados rupestres que suelen ser situados, a falta de una mayor precisión cronológica, en periodos calcolíticos o de la edad del bronce. Mucho más singular resulta, por ejemplo, la cazoleta unida a un canalillo circular (cuya forma recuerda vagamente a una sortija), la cazoletilla provista de dos canales a modo de canales o los canalillos en recodo que unen algunas cazoletas en la parte baja del panel. Estas manifestaciones, sin embargo, no dejarían de ser un ejemplo más en el amplio corpus de grabados similares de la zona si no fuera por el soporte donde se encuentran. Ya hemos aludido al plano inclinado, a la roca redondeada y al canal perimetral, pero habría que añadir también una zona libre de cazoletas, alisada con esmero, situada en su zona más elevada, que parece destinada a recibir cualquier elemento depositado sobre la roca, una especie de foculus (se marca con una A en la Ilustración n.º 8). Nos parecen todos ellos elementos suficientemente elocuentes que permiten otorgar al monumento un carácter ritual, relacionado con libaciones, quizás incluso con sacrificios. De función incierta, hartamente discutida, las cazoletas suelen vincularse con asentamientos cercanos, monumentos megalíticos o espacios de culto y, dentro de estos últimos, las dispuestas en planos inclinados se identificaban con ceremonias que entrañaban manipulación y vertido de líquidos [16]. Pese a todo, entendemos que ningún otro grabado descubierto hasta la fecha permite relacionar las cazoletas con estos ritos de un modo tan evidente, como lo hace el de la Higueruela, siendo posible incluso reconstruir el modus operandi del oferente: el contenedor de líquidos era depositado en el foculus y desde allí vertido sobre la superficie de la mesa. El líquido era recogido de forma desigual por las cazoletas y el sobrante evacuado por el canal perimetral. Dejando volar la imaginación (tal y como hicieron algunos eruditos de la primera mitad del siglo XX cuando se enfrentaron con los lagares rupestres diseminados por los campos extremeños), podríamos incluso suponer sacrificios de sangre en el foculus.
Ilustración n.º 8: Grabado de la mesa de la Higueruela.
Desconocemos por completo el ritual que seguían los oficiantes en la mesa de la Higueruela, pero la disposición perimetral del canal de desagüe, en el borde de la roca, sin relación alguna con el conjunto de insculturas, nos permite otorgar a este elemento un carácter funcional, como si el mismo líquido vertido sobre el panel fuese considerado también sagrado y por ello debiera ser recogido en un recipiente dispuesto al pie del monumento. En cualquier caso, no deja de ser una hipótesis interpretativa que difícilmente podría ser comprobada. Apuntábamos anteriormente al desgaste del soporte por su lateral norte, pero sin embargo entendemos que el conjunto se encuentra completo en su mayor parte, si no de forma íntegra. Las dos cazoletas de gran tamaño (8 cm. de diámetro) situadas, una a continuación de la otra, en el extremo del canal parecen cerrarlo a modo de ataguías.
Como decíamos, la mesa de la Higueruela es un caso único, pero no aislado, puesto que en el área del yacimiento romano encontramos otros grabados de cazoletas, e incluso un posible antropomorfo (formado por un tridente inciso con una inscultura en cada extremo del segmento central) a poco más de 200 metros de distancia de la mesa.
Por último, nos gustaría resaltar la relación, al menos espacial, entre el yacimiento romano y los grabados de cazoletas. Sería absurdo afirmar que la presencia de los segundos determinó la instalación de los primeros (los llanos cerealísticos son reclamo más que suficiente para el asentamiento romano) pero sí resulta evidente que los moradores de las villas conocieron y respetaron estas rocas grabadas que, con toda seguridad, les resultaban tan enigmáticas y misteriosas como a nosotros. El grabado de la Higueruela parece guardar una composición uniforme, no apreciándose a priori signos de la apropiación simbólica que sí hicieron los latinos en otros santuarios precedentes como el archiconocido caso de Panoias (Vale de Nogueiras, Vila Real, Portugal). Tampoco se observan indicios de cristianización de la mesa (tan comunes en tantos grabados y altares de nuestra comunidad, exorcizados mediante cruces y calvarios[17]), lo cual podría indicar que, quizás, una vez agotadas las fases de ocupación romanas la mesa de la Higueruela ha pasado desapercibida para los moradores de estos pagos hasta la actualidad.
- EL POBLADO ISLÁMICO DEL CASTREJÓN (TRUJILLO).
Cerramos nuestra comunicación abandonando la prehistoria con un hallazgo no menos interesante que los anteriores, en cuanto que arroja algo de luz al poblamiento alto medieval de las tierras de Trujillo, quizás uno de los aspectos menos conocidos de la Madinat Turyilo. Resulta sorprendente que un asentamiento de esta entidad haya pasado inadvertido hasta el momento, mucho más si tenemos en cuenta que domina el vado del río Magasca en la Cañada Real Leonesa, uno de los principales accesos al batolito trujillano desde el sur (posteriormente reforzado en el s. XV con la construcción del puente de la Aldehuela de Mordazo). Justo allí se levanta el poblado del Castrejón, camuflado entre el fragoso paisaje del berrocal, beneficiándose de una posición discreta que le ha garantizado un aceptable estado de conservación. No hemos encontrado referencias a este yacimiento en la bibliografía publicada hasta el momento, a excepción de una vaga cita en la obra de Tena Fernández que lo relacionaba, no obstante, con periodos neolíticos[18]. A pesar de todo, el poblado del Castrejón dista apenas 1 km. de distancia del yacimiento del Acebuche, que nos servía de hilo conductor en la primera parte de la comunicación.
Ilustración n.º 9: Vista general del poblado islámico del Castrejón.
Los restos materiales dispersos en superficie y las estructuras asociadas al asentamiento delimitan una extensión de algo menos de dos hectáreas, ocupando uno de los primeros cerros del berrocal bañado por el río Magasca. Por el este, un arroyo de curso estacional le proporciona acceso directo al agua corriente y un lote nada desdeñable de tierras de huertas. La parte superior del cerro está rodeada por una muralla, a modo de alcazarejo, pero la población no se circunscribía al interior de esta cerca, sino que la rebasaba ampliamente en dirección al arroyo y al río Magasca. En este último lado, se observan incluso largas alineaciones de mampuestos que sugieren la presencia de un camino que se dirigía al río.[19]
Los cimientos de las casas se pueden observar a simple vista en los dos mencionados arrabales. Son de planta rectangular, formado el basamento con grandes bloques graníticos sin apenas labra, a excepción de las jambas de acceso que se desbastan groseramente. En la parte superior de algunos bolos se observan mechinales rebajados en la roca, que debieron servir para soportar una techumbre o cubierta, conformando un hábitat semirupestre de clara economía de medios constructivos, similar al de otros asentamientos altomedievales de la provincia cacereña.[20]
La muralla constituye la construcción más relevante del poblado describiendo, como decíamos, un alcazarejo de planta circular de media hectárea de superficie. En su construcción se aplicaron los mismos principios de economía, apoyándose su trazado en los imponentes afloramientos graníticos que jalonan las barreras. Entre bolo y bolo, siguiendo la curva de nivel, conserva puntos de hasta un metro de altura, con tramos de muro bien careado ejecutado con mampuestos de mediano y gran tamaño. En ocasiones, las menos, los bloques presentan mejor labra para adoptar la forma de sillarejos. En el flanco norte, el paramento se asienta directamente sobre la pared rocosa, aprovechando las posibilidades defensivas de esta barrera natural. En este punto la muralla debió contar con una considerable altura, a tenor de los derrumbes observados al pie de esta pared. Además, en el ángulo noroeste del sistema, quizás el lado más vulnerable, pudo existir un bastión defensivo (alguna especie de fortín o puerta fortificada) del que solo son visibles unos cimientos que delimitan un espacio rectangular de considerable tamaño. Dentro de este alcazarejo, en el punto más elevado del yacimiento, contamos con un bolo granítico alargado, no demasiado alto, que tuvo que desempeñar funciones de mirador o zona de vigía, como evidencian los toscos escalones tallados en una de sus caras para acceder a él. Desde allí se obtiene una amplia panorámica de la penillanura trujillana, entre el berrocal y la sierra de Santa Cruz, pero al mismo tiempo se mantiene el contacto visual con las torres más altas del casco antiguo de Trujillo, caso de los campanarios de la iglesia de Santa María o del propio castillo.
Ilustración n.º 10: Detalle de la muralla, entre dos bolos graníticos.
A pesar de que en el área del yacimiento encontramos alguna dolia y algún fragmento de tegula, la mayoría de los materiales cerámicos apuntan a periodos islámicos, (jarras acanaladas, asas de cinta, teja curva..).
Hace cuatro años, cuando publicábamos el sugerente conjunto rupestre de la Cerca de Polo[21], donde pudimos identificar varios grabados e inscripciones islámicas de carácter religioso, nos preguntábamos de dónde procederían los fieles que se congregaban para orar en los canchos de este eremitorio. Desconocedores entonces de la existencia del poblado del Castrejón, situado a menos de tres kilómetros de distancia de la Cerca de Polo, lo relacionábamos directamente con la ciudad de Trujillo. Pero este nuevo descubrimiento nos obliga a considerar una red poblamiento rural plenamente asentada en el berrocal en torno a la medina, que quizás continúe con los villorrios presentes en otras cercas del entorno como las Calderonas o Tercera Orden. Los períodos islámicos son quizás los más desconocidos de la historia de Trujillo[22], pero el ámbito rural asociado a esa etapa supone una frontera aún más lejana e ignota. Por tanto, nos mostramos esperanzados de que el poblado del Castrejón pueda suponer una punta de lanza en el mayor conocimiento de los husūn, burūŷ y qurā (fortalezas, torres y aldeas) con que, sin lugar a dudas, contó Madinat Turyilo a lo largo de su extenso berrocal.
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TENA FERNÁNDEZ, J., 1988: Trujillo histórico y monumental. Ed. Hijas de la Virgen de los Dolores.
[1] Rubio Adrada, M., Rubio Muñoz, F. J., 2017.
[2] Rubio Andrada, 1998.
[3][3] Rubio Andrada, 2001b.
[4] Rubio Andrada, 2001.
[5] Encajaría en la categoría poblado-fortín, equiparable a una atalaya o fortaleza, según la definición de González Cordero, 2005.
[6] Murillo González, 2014.
[7] Vide Vila Nova de São Pedro en Masip Felisart, 2014.
[8] En la primavera, durante las primeras horas del ocaso.
[9] Tenemos que agradecer de nuevo la ayuda prestada por el Dr. González Cordero a la hora de aplicar el programa DStretch y de interpretar estos pictogramas.
[10] Collado Giraldo, García Arranz, 2009.
[11] Esta última estación ha desaparecido.
[12] Ripoll López et alii, 1999.
[13] Vide las interpretaciones que ha tenido el topónimo Higueruela, tan frecuentemente unido a restos arqueológicos, en Ripoll Vivancos, 2013.
[14] A día de hoy, sin haber realizado ningún recuento exhaustivo, más allá de nuestro conocimiento personal de esta zona, tenemos localizados más de cincuenta paneles con grabados de cazoletas, siguiendo el tramo alto del río Gibranzos y el cordel del Montánchez. Semejante concentración resulta muy interesante y, esperamos, en el futuro pudiera dar pie a algún tipo de estudio en profundidad sobre el tema.
[15] Moreno Domínguez et alii, 2016; Moreno Domínguez et alii, 2018.
[16] González Cordero y Barroso Bermejo, 1996-2003, p. 86.
[17] Vide la Peña Carnicera (Mata de Alcántara) o la Zafrilla (Malpartida de Cáceres) en Delgado Correia dos Santos, 2015.
[18] Tena Fernández, 1988.
[19] Posteriormente, en el siglo XVII, se construyó un segundo puente (puente del Castrejón) justo en frente de nuestro poblado. Jiménez Valdós, A. 2017.
[20] El más emblemático, sin lugar a dudas, es la Peña Aburacá de Alcántara.
[21] Moreno Domínguez et alii, 2015.
[22] Rebollo Bote, 2016.