Dic 292013
 

Luis Vicente Pelegri Pedrosa.

Un día otoñal de 1551. Una adolescente de apenas 17 años se apresta entre la garúa del puerto del Callao a embarcar con dos hermanastros y varios allegados, casi más que familiares, hacia la primavera española. Su historia podría ser la de cualquier criolla, fruto del mestizaje de dos culturas: la hispánica y la incaica, sin embargo es nada menos que doña Francisca Pizarro Yupangui,  la  primera mestiza del Perú, hija y única heredera del conquistador, capitán general y gobernador del territorio, Francisco Pizarro, y de una joven princesa inca, doña Inés Huaylas Yupanqui, llamada la «pizpita», o pajarillo, por el propio Francisco. Inés fue la princesa y gran señora de Hatum Huaylas, hija del inca Huayna Cápac y de la coya, o esposa principal, Cóndor Huacho. Doña Inés y su madre tuvieron un destacado protagonismo en la resistencia de Lima contra el ataque incaico. La azarosa y prolongada vida de doña Francisca para su época (1534-1598),  puede resumirse en cuatro etapas: peruana, vallisoletana, trujillana y madrileña.

Francisca nació en Jauja, primera capital del Perú, hasta que su ilustre padre trasladó la cabecera del territorio  a la costera Ciudad de los Reyes, donde fue bautizada. Curtida y madurada en comprometidas situaciones. Vivió los duros años que sucedieron a la ejecución del último emperador inca Atahualpa, la conquista del Tahuantinsuyo, la  rebelión inca y las guerras civiles entre españoles. Separada de su madre a los tres años; huérfana de padre a los siete, cuando aquel fue asesinado por las huestes de Diego de Almagro «El Mozo», el domingo 26 de junio de 1541; expulsada de su propia tierra con 17.

Pizarro dejó a su madre doña Inés por doña Angelina, una hija principal de Huayna Cápac que estuvo destinada a ser la coya de Atahualpa, cuyo nombre de ñusta, o princesa,  fue Cuxirimay Ocllo. Aun así el gobernador dejó a doña Inés bien dotada y casada con otro español, Francisco de Ampuero, servidor suyo que llegó a Perú con Hernando Pizarro. Tal vez este cambio de compañera se debiera a un intento Francisco de prestigiar aún más su posición ante los señores incas y garantizar la obediencia de éstos, o al prosaico motivo del carácter de doña Inés, por la crueldad que demostró  con su medio hermana la coya Azarpay, a la que mandó ejecutar.

Diez años después del asesinato de su padre, y ante el malestar que provocaba la presencia de los herederos del conquistador, y más tras la derrota y ejecución de su tío Gonzalo Pizarro, la Corona obligó a su expatriación. Doña Francisca viajó a España acompañada de un numeroso séquito de parientes y sirvientes. La Corona española había reconocido su noble condición: nieta de inca, hija de inca, sobrina de inca e hija de doña Inés Huaylas Yupanqui, princesa y señora del Hatum Huaylas.  Era, además, la heredera directa de la enorme fortuna y propiedades de su padre, Francisco Pizarro, y como tal vivió rodeada de lujos y de una refinada educación, y más para una mujer de su tiempo, pues aprendió a leer y escribir, supo ejecutar los bailes de salón de su época y tocaba el clavecín. Además, tuvo a su servicio cuatro esclavas blancas y numerosa servidumbre indígena

Doña Francisca fue criada en el hogar de su tío Martín de Alcántara, hermano por parte de madre de Francisco Pizarro,  y su esposa Inés Muñoz, una española de origen campesino que vio morir a sus dos hijos españoles en el duro viaje hacia Perú, y que adoptó a doña Francisca y su hermano Gonzalo. Con ellos viajó a España. Allí la esperaba con grandes planes el verdadero cerebro económico de la empresa conquistadora de los Pizarro, Hernando, el único hijo legítimo e hijodalgo de los cuatro hermanos del clan. Existen pruebas de que, ante la persecución emprendida por los funcionarios reales para acabar con el poder de los Pizarro en Perú, Hernando y  Gonzalo habían tratado de la salida hacia España de Francisca y de los hijos supervivientes de los  hermanos conquistadores.

Hernando se encontraba preso en el castillo de la Mota de Medina del Campo. El joven príncipe de Asturias, futuro Felipe II, mantenía en jaula de oro al viejo conquistador, cuyas relaciones y poder en ultramar no convenía dejar operar en libertad, pero tal vez el reconocimiento del príncipe y una posible simpatía por el viejo conquistador nos ayuden a entender su destino. Hernando desde su prisión siguió manejando hilos a través de testaferros, y a costa de litigar con la Corona y con particulares salvó parte del imperio peruano del que repatrió una importante fortuna invertida sobre todo en su solar trujillano. Hernando Pizarro culminaba así su carrera militar, cumpliendo el anhelo de regresar como rico señor a su tierra, a la que siempre pensó en volver como demuestran sus tempranas inversiones desde América. Todo ello permitió al futuro rey Prudente extirpar del Perú el peligro de posibles revueltas en torno al clan conquistador, proscrito así para siempre de la Nueva Castilla.

Como colofón al salvamento de bienes y propiedades Hernando contrajo matrimonio con su sobrina doña Francisca, hacia 1552, se unían la sangre y la fortuna del clan Pizarro. Durante una década, convivieron los cónyuges en Medina del Campo, hasta que el ya rey Felipe II dio la libertad definitiva al viejo militar. El maduro conquistador y la joven princesa mestiza forjaron un linaje al que trasmitieron su estirpe gracias a un mayorazgo fundado en 1578, año de la muerte de Hernando.

Pero las disposiciones del hermano superviviente de la Conquista fracasaron en parte con las aspiraciones de su joven viuda. En 1581,  doña Francica contrajo segundas nupcias con don Pedro Portocarrero, hijo de los condes de Puñonrrostro, de más abolengo que fortuna, que saneaban gracias a su enlace con la rica criolla. Don Francico Pizarro y Pizarro, uno de los tres hijos que tuvo con su tío, casaría a su vez con una hermana de don Pedro. Por tanto, madre e hijo pasaban a la  vez a ser concuñados. La nueva estirpe indiana añejaba así también su nueva nobleza emparentando con un linaje castellano. Como no podía ser menos para una noble con aspiraciones, la pareja residió en Madrid, con casas en la Calle Relatores y la calle del Príncipe. Los dispendios obligados por el tren de vida cortesano comenzaron a menguar la fortuna de la refina mestiza. Así, en compañía de un hombre más joven que ella y en medio de boato para el cual fue educada, vivió doña Francisca los últimos veinte años de su etapa madrileña.

La vida de doña Francisca, en suma, fue la de una mujer refinada y educada, pero templada en mil adversidades, que recoge la herencia de dos mundos y  funda una estirpe que, junto a otras, son el origen de un grupo social que podríamos llamar la “aristocracia indiana en España”, formada por indianos retornados y por criollos, que, provenientes de esta nueva élite mestiza, dejaron huella de su fortuna, como fue el caso de los Moctezuma, herederos de la princesa azteca Isabel de Moctezuma,  e incluso en la cultura, con el gran Garcilaso de la Vega. Un capítulo esencial para entender la obra de España en América y el origen de una cultura común.

Nov 292013
 

 Luis Vicente Pelegrí Pedrosa.

 Introducción. El levantamiento patriótico en Extremadura: una reinterpretación.

 Badajoz, lunes, 30 de mayo de 1808, pasadas las dos horas de la tarde, bajo un sol abrasador una multitud vociferante de paisanos y soldados arrastra un cadáver. La víctima  es el capitán general de la provincia de Extremadura, Toribio Grajera de Vargas, III conde de la Torre del Fresno, acusado de afrancesado y víctima de un tumulto. Con este hecho sangriento estalla la revuelta extremeña contra el gobierno y la ocupación napoleónicos, siguiendo la estela de otros territorios. Era el resultado de un mes de mayo convulso y complejo en acontecimientos, que revela la profunda crisis política que vivía España. Con el presente trabajo intentamos una relectura, lo más exhaustiva posible, de las fuentes y una revisión de los planteamientos. A la luz de datos inéditos, y de nuevos enfoques, marcamos un objetivo esencial: desmentir la apariencia de motín espontáneo y popular a favor de otra interpretación más compleja.

 

Empleamos un punto de vista microhistórico, a partir de un homicidio analizamos una revuelta de poco más de doce horas de duración y los antecedentes y el contexto que la explican. Para ello se contrastan los testimonios de un consejo de guerra, cuyo sumario intentamos reconstruir, así como una correspondencia, no estudiada hasta ahora, entre el capitán general de Extremadura y el general francés Kellerman, que hemos hallado en el Archivo Histórico Nacional, y  que constituyen las fuentes esenciales de este trabajo . Dejamos ante todo que hablen los protagonistas, para luego analizar sus palabras. Gracias a los testimonios conocemos como se percibieron, por parte de algunas de las principales autoridades de la provincia, los prolegómenos de la  Guerra de Independencia: la conjura y el proceso del Escorial, las abdicaciones de Bayona, el levantamiento popular del 2 de mayo en Madrid, el bando del alcalde de Móstoles, la presencia de las primeras tropas francesas en Extremadura y, en definitiva, la difícil coyuntura de mayo de 1808. Para entender los hechos, sus antecedentes, evolución y consecuencias, es necesario conocer su contexto.

 

1-Badajoz, capital de Extremadura y plaza de frontera desguarnecida

 

            Badajoz, como fortificación junto a Portugal, era la principal plaza militar de Extremadura y una de las más destacadas de España. Como sociedad de frontera, su historia ha estado siempre marcada por la constante de la guerra, el paso de las tropas y el peso de los ejércitos. En 1801, siete años antes de los hechos que nos ocupan, fue base de operaciones para la invasión de reino vecino, promovida por el pacense Manuel Godoy[1].  Para desgracia de la propia ciudad,  un gran militar, como el mariscal Soult, apreció su valor estratégico en 1811: “Yo insistía recordando que en España no quedaban por tomar más que cinco o seis plazas, y que el asedio de Badajoz, con el de Ciudad Rodrigo, eran los más importantes. Badajoz, que permanecía sin ocupar, dejaba libres al enemigo Extremadura, Andalucía y la Mancha”[2].

 

            En 1808 Badajoz era sede de obispado, y, como capital de una de las provincias de Castilla, también lo era de intendencia[3], corregimiento[4], capitanía general  o comandancia de las armas[5], así como del gobierno militar  y político de la plaza. Tenía además derecho de voto en las Cortes de Castilla[6]. Badajoz era, por tanto, el principal centro de poder político y militar de la provincia de Extremadura, salvo en el aspecto judicial, encabezado por la Audiencia, establecida en Cáceres desde 1791. Con  algo más de 11.000 habitantes era la ciudad extremeña más poblada[7].

                                                                              

            Podemos resumir el estado militar de Badajoz, el 30 de mayo de 1808, afirmando que se trataba de una plaza bien protegida, por su imponente sistema de murallas, fuertes y baluartes, pero mal guarnecida y peor defendida en caso de un previsible asedio francés[8], como demuestra el estudio de sus tropas y cuarteles.

 

Madoz describe, hacia 1850, los cuarteles e instalaciones militares de la capital pacense, la mayoría de los cuales existían en 1808[9]: 1) el parque de ingenieros, en el campo de San Francisco; 2) la maestranza de artillería “de bastante capacidad y buen gusto en la fábrica y un cuartel de infantería, que ocupa la compañía de artillería destinada a la plaza”, en el campo de la Cruz; 3) el cuartel de infantería de Santo Domingo con capacidad para 1.000 hombres, 4) en el mismo campo de Santo Domingo, el cuartel de los gitanos, para 100 caballos y sin alojamientos para hombres y, por último,  5) el cuartel de caballería de la Bomba, en el baluarte de San Juan, con cabida para 200 caballos.

 

Teóricamente, en Badajoz, se encontraban destinadas unidades militares correspondientes a las diversas  armas del ejército español; de infantería de línea, el tercer batallón del regimiento de Mallorca y el primer batallón del regimiento de Órdenes Militares; de caballería, el primer regimiento de Húsares de María Luisa, o Húsares de Extremadura[10]. Había una compañía fija de artillería y soldados del regimiento de ingenieros zapadores[11]. Se trataba de una guarnición importante, apropiada para una destacada plaza militar de frontera y sede de una capitanía general.

 

Pero la realidad era muy distinta. Puede resultar exagerada la descripción que hace Toreno de la indefensión de la capital, hasta el punto de parecerle una temeridad el levantamiento antifrancés pero, sin embargo, parece ajustarse a la realidad de la escasez de tropas que padecía.[12]

“Casi desmantelada la plaza y desprovistos los habitantes de lo más preciso para su defensa, estando el enemigo no lejos de sus puertas. Ocupaba Yelbes el general Kellerman. Y recurriendo a mil estratagemas que estorbasen un posible ataque. La guarnición estaba reducida a 500 hombres[13]. La milicia urbana cubría a veces el servicio ordinario. Uno de los regimientos provinciales estaba fuera de Extremadura, y el otro desarmado”.

 

Sólo si se hubiera encontrado completo el regimiento de húsares, acuartelado en la Bomba, la plaza tendría al menos una guarnición de 700 hombres[14]. Hay que tener en cuenta, para explicar esta situación, que gran parte de las tropas pacenses acompañaron al anterior capitán general, Carrafa, en la invasión de Portugal junto a las tropas francesas del general Junot, por entonces aliadas, en virtud de Tratado de Fointenebleau. Por otro lado, había regimientos extremeños fuera de la provincia, por ejemplo, el regimiento provincial, al que se refiere Toreno, el de Milicias Provinciales de Badajoz, se hallaba destinado en Ayamonte[15]. Por tanto, en el momento de estallar el motín, sólo se encontraban en Badajoz una parte de los militares allí destinados. Las fuerzas más destacadas eran el regimiento de Húsares de María Luisa, o de Extremadura, y las milicias urbanas[16]. Así no es de extrañar que estas últimas realizasen funciones que correspondían a unidades regulares o de línea. No obstante, a aquella agrupación de caballería ligera le correspondería un destacado protagonismo en los acontecimientos del día 30 de mayo.

 

 

2-El conde de la Torre del Fresno, de militar cortesano a capitán general

 

           

Toribio Grajera de Vargas (1757-1808), III conde de la Torre del Fresno, nació en Talavera la Real, donde se encontraba la residencia solariega de sus antepasados[17]. Ejerció los cargos honoríficos de alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición de Llerena y regidor perpetuo de Badajoz. Formaba parte de la nobleza que encabezaba la oligarquía extremeña.

 

            Conocemos su carrera militar gracias a las anotaciones de Gómez Villafranca.  En 1793,  durante la Guerra contra la Convención francesa se ofreció para participar en puestos de mando en primera línea del frente. En 1799 comenzó a servir como gentilhombre de cámara de Su Majestad, al servicio del infante don Francisco de Paula, precisamente el niño cuya salida del Palacio Real provocó el estallido del motín del 2 de mayo en Madrid. En 1802 fue ascendido mariscal de campo de infantería –general de división-. Torre del Fresno comenzó a ejercer como gobernador interino de la plaza  en septiembre de 1807 y después ascendió a la comandancia o capitanía general, también interino, en diciembre del mismo año, por ausencia del titular, el general Juan Carrafa que fue destinado a dirigir una división de las tropas invasoras de Portugal, en colaboración con las fuerzas francesas[18]. La residencia de Torre del Fresno y donde, por tanto,  convocaba las juntas militares y de autoridades, se hallaba en el palacio de la plaza de las Descalzas que durante muchos años sería sede de la capitanía general.

                                                              

3-Los hechos. Asesinato del capitán general. Rebelión militar y motín popular

           

 

El 16 de febrero de 1816, a instancia de la viuda del finado, doña Juana Topete y Argüello, representada por su yerno, el teniente coronel don Carlos María de Combes, el capitán general de Extremadura recibió orden de celebrar en Badajoz consejo de guerra, e investigación sumaria, para averiguar la conducta militar y política del conde de la Torre del Fresno. El 6 de marzo fue nombrado fiscal Manuel Cabrera, comandante agregado al regimiento de infantería de Extremadura, asistido del teniente del regimiento de infantería de Mallorca, Ventura Fernández, como secretario, quienes instruyeron el sumario y comenzaron pocos días después el interrogatorio[19].

 

El sumario nos permite reconstruir, paso a paso, el tumulto gracias a la información de testigos presenciales que formaban parte de las más altas instancias civiles, militares y eclesiásticas de Badajoz y, por tanto, tenían conocimiento de causa de la situación previa. Entre los eclesiásticos, seis en total, deponen el obispo, Mateo Delgado, un inquisidor de Llerena, Francisco María Riesco, el provisor de la diócesis, Gabriel Rafael Blázquez Prieto,  un presbítero, el deán, Francisco Romero Castilla, y el  maestrescuela del cabildo catedralicio, Juan Caldera.[20].  Entre los militares, el grupo más numeroso, con once declarantes, testifican, teniendo en cuenta la graduación que habían alcanzado en 1816, un comandante, tres tenientes coroneles, dos coroneles, dos generales: el marques de Monsalud y José Galluzo, jefe de la compañía de artillería, y un capitán y un teniente coronel de milicias urbanas. Igualmente podemos considerar entre éstos últimos al teniente de rey, o segundo en el mando interino de la plaza, Juan Gregorio Mancio.

 

Se trata de las principales autoridades militares y eclesiásticas de la ciudad y de la provincia. Muchos de ellos formaron parte de la Junta Suprema de Extremadura, radicada en Badajoz, que dirigió la defensa y la administración de la provincia durante la guerra[21]. Son más prolijos en detalles, e insisten más en la defensa del capitán general, los testigos que mantenían con él una relación más estrecha. Son los casos del provisor Blázquez o  del teniente de rey Mancio. Destaca la ausencia, entre los testigos, de autoridades civiles, como regidores, u otros altos cargos de la administración militar. Entre éstos últimos destacaron, Félix de Ovalle, tesorero del ejército, o Martín de Garay, intendente del ejército de Extremadura, ambos formaron parte de la Junta de Extremadura, primero y de la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino después, el último incluso llegó a ser ministro de hacienda con Fernando VII y promotor del primer plan presupuestario del gobierno en 1817[22]. Entre los ciudadanos sin cargos relevantes sólo son destacables un presbítero y un comerciante.

 

Cada testigo resalta un aspecto prioritario, según el momento que vivió o del que tuvo referencia directa. (Ver apéndice I). Los  testimonios de los eclesiásticos se muestran más completos, sobre todo el del provisor eclesiástico que narra con minuciosidad la composición y la trayectoria del motín[23]. Por el contrario, los militares ofrecen noticias sustanciales para el desenlace final. No obstante,  llama la atención lo resumido de las intervenciones de los oficiales de mayor rango, como los brigadieres Monsalud y Galluzo que, por su posición inmediata al capitán general, en la escala de mando, tendrían una amplia perspectiva de los acontecimientos. Por otro lado sorprende el laconismo e incluso frialdad de Galluzo.

 

3.1-Comienzo de la junta, acuartelamiento de las tropas y estallido del motín

 

 

            Torre del Fresno convocó  una junta de autoridades para el día 30:

“Desconfiando de si mismo deseaba luces y consejos en tan críticas circunstancias, por lo que, habiéndole yo acompañado en su despedida, en la puerta misma del palacio episcopal, manifestó allí deseos de que le visitase. En efecto, pasé a ver al señor conde la mañana del día 29 de mayo y, hallándose acompañado de varias personas, solamente dijo separadamente a don Vicente Godino, difunto, alcalde mayor de esta ciudad, y a mi, que había recibido noticia del levantamiento de Sevilla y de la muerte del conde del Aguila, y que pensaba convocar una Junta, lo que nos parecía bien, haciéndole yo un ligero recuerdo de su citada circular impresa”.

 

            Así lo vivió Blázquez. Al día siguiente, durante la junta, comenzó el tumulto:

“Llegué en efecto a su casa, y rodeado, según era ordinario, de muchas personas, tardó bastante en vestirse de ceremonia para pasar a la sala en que se celebró la junta. En ella, apenas había manifestado el señor conde las noticias que tenía, y sus buenas disposiciones para cuanto pudiese practicarse en beneficio de nuestro amado soberano, de su augusta real familia y de todos los españoles, y hablaron otros insustancialmente, sin proponerse ni resolverse cosa alguna. Cuando resonaron continuos cañonazos de esta plaza, con grande gritería, lo que me excitó a decir por dos veces, dirigiéndome al señor conde, pues no mediaba entre los dos sino el señor don Martín de Garay, que convenían prontas y enérgicas providencias, sin detenerse en largos e impertinentes discursos”.

 

La versión del General Galluzo simplifica la del provisor: “A poco rato de esta propuesta, -meditar los medios de defensa- se notó conmoción popular y dio una salva, que sin orden del difunto, hizo el pueblo, enarbolando la bandera, con cuyo motivo se disolvió la junta sin  acordar cosa alguna”. Al mismo tiempo, el teniente coronel Huertas, desde la calle, aproxima la hora del comienzo:  “Se hallaba el pueblo incomodado porque, siendo día de San Fernando y a las nueve de la mañana, no se había echo salva”.

 

Todos los autores que se han ocupado del tema, desde el conde de Toreno, han insistido en los cañonazos provocados por los paisanos como detonante del motín, ya sea para resaltar su espontaneidad o, todo lo contrario, como señal convenida por una conspiración previa. Toreno cuenta que: “Se apiñó la gente en la muralla y una mujer atrevida, después de reprender a los artilleros, cogió la mecha y prendió el cañón. Al instante dispararon otros y a su sonido levantóse en toda la ciudad el universal grito de viva Fernando VII y mueran los franceses”[24]. Gómez Villafranca da nombre a la responsable: María Cambero la “Maricona” –o marimacho-[25]. Sin embargo, no hay constancia de este particular en los principales testimonios del sumario. Tal vez responda a una tradición oral. Tenemos así planteado en Badajoz otro tópico del levantamiento patriótico: la heroína popular, la mujer artillera. Tampoco hay pruebas para asegurar que el estallido del motín se precipitase, aunque Toreno ofrezca incluso fechas concretas[26]. Es significativo, el dato que éste aporta: “Cuadrillas de gentes recorrieron las calles con banderolas, panderos y sonajas, sin cometer exceso alguno”. Es decir, no hubo los saqueos y destrucciones que suelen acompañar a una explosión espontánea de ira popular[27].

 

3.2-Salida del las tropas rebeldes y recorrido del motín

 

Poco antes de comenzar la junta las tropas habían sido acuarteladas, por orden del capitán general, tal y como reconoce el teniente coronel Fuentes: “Estaba con los demás oficiales del regimiento de Húsares de María Luisa, reunidos en el cuartel de la Bomba, esperando órdenes, pues así se les mandó en la orden que se les dio entre las 9 y las 10  de la misma mañana”. Lo que en principio parecía arrancar como un motín popular deviene en rebelión militar: “Había estado toda la mañana en el cuartel, como todos los demás oficiales y tropa, hasta que fue el populacho y echó fuera toda la tropa de los cuarteles”, declara el  coronel Garrigó.  El comandante Vergara lo complementa:

“Hallándose en el cuartel de la Bomba, a cosa de las once o doce del expresado día treinta, con la mayor parte de los oficiales de su regimiento, reunidos en aquel punto por disposición de los jefes, oyeron ruido como de tumulto  y saliendo todos a la puerta del cuartel, vieron venir a un inmenso pueblo gritando: Viva el rey nuestro señor Fernando VII, mueran los traidores. Y haciendo alto en aquel sitio pedían saliese la tropa en su compañía. Pero habiéndoles contestado el que declara, y demás oficiales, que estaban pendientes de la voluntad de los jefes superiores, sin cuya orden no podían disponer de dicha tropa, se contuvieron algunos instantes. Repentinamente volvieron a esforzar las voces, atropellando la centinela y oficiales, y consiguiendo por este modo violento llevarse a todos los soldados pie a tierra”.

 

 

            Este episodio revela que las primeras tropas destacadas en los desórdenes fueron las de húsares, como se ha adelantado. Por otra lado, resulta chocante la poca capacidad que demostraron los oficiales para evitar que salieran los soldados, contraviniendo así la orden de acuartelamiento.

 

El comandante Vergara describe  también el avance de los amotinados:  “Observé como se dirigió dicho pueblo hacia la calle donde vivía el general, conde de la  Torre del Fresno, a quien daban el título de traidor, y clamando que muriera”. Mancio, topó con el grupo al salir de su casa –debía de llegar tarde a la junta, porque estaba convocado-: “gritaban pidiendo se pusiera la bandera”. Ambos testigos confirman  que, desde el principio, se pedía celebrar la onomástica del rey y la muerte del conde.

 

El provisor Blázquez se encontraba mientras en la junta:

“Inmediatamente propuso uno de los concurrentes, que no recuerdo quien, que saliese el señor obispo, y un regidor de esta ciudad, con objeto de tranquilizar a los alborotadores y de asegurarles que todos los individuos de la junta estaban animados de los más leales y patrióticos sentimientos, conformes a los de todo su pueblo y que, en seguida, se darían todas las providencias que pareciesen convenientes, a lo que conduciría la tranquilidad pública. El señor don Martín de Garay se opuso a que saliese el ilustrísimo señor arzobispo obispo y me propuso a mi, lo que se acordó sin dilación, siendo igualmente nombrado el señor don Pedro Martín Saavedra, regidor perpetuo de esta ciudad. Salimos los dos, e informados de que, hacia el convento de la Trinidad, se hallaba el gran número de los alborotados, caminamos reunidos. Al llegar a la calle de San Blas, salía de ella al campo de San Juan, llamado, ya plaza Real de Fernando VII, una gran porción de hombres y mujeres, entre la que, por su calidad y circunstancia, no recuerdo haber conocido a persona alguna. Retrocedimos algunos pasos para hallarnos en medio de dicha plaza y nos separamos deliberadamente envueltos en el gentío. Era indecible la gritería de viva la religión, viva el rey, mueran los traidores, y otras cosas semejantes. Los hombres estaban alborotados, pero las mujeres no parecían menos que furias infernales. Apenas con mucho trabajo podía hacerme oír de alguno de los alborotados, y en cuanto era posible hacía presente ya a uno, ya a otro, lo que me parecía oportuno, reducido a que sus voces e inquietudes para nada podían ser útiles, que en tal estado no podían adquirir la conveniente instrucción y que las autoridades militares y civiles estaban reunidas y eran muy amantes de la religión, del rey y de la patria y determinarían lo más conducente a la satisfacción del pueblo y utilidad pública.

           

Los lemas eran similares a  los de otros motines, acaecidos días antes en otros puntos del país: religión, rey y patria, motores ideológicos del levantamiento. El provisor intentó utilizar su autoridad moral de la misma forma que en otra revuelta, una semana antes, el 23 de mayo. Ese día el cabildo, con el obispo al frente, salió en procesión y “el pueblo, en medio de gran alboroto, obedeció con la mayor reverencia, y a las cuatro y media ya estaba pacífico”[28]. Pero, el día 30, cuando el provisor y el regidor se encontraba en la plaza del Rey, aparecieron  en escena nuevos protagonistas que dieron otro cariz al motín:

“El trabajo, en medio del gentío alborotado, con un sol abrasador, fue mucho y no habría sido infructuoso, si al cabo de hora y media, poco más o menos, que mi compañero y yo manteníamos a los alborotadores en la dicha plaza, disminuyéndose más que aumentándose la gente y el tumulto, no hubiese venido una pequeña columna de hombres, al parecer casi todos soldados vestidos a la manera que están en sus cuarteles, algunos armados con fusil y bayoneta, otros con fusil sin bayoneta y otros con sable sin fusil, muchos tambores y dos banderas, una regular de regimiento y otra muy pequeña y muy antigua, que luego vi en casa del señor general don José Galluzo, y entendí haber sido sacada de la iglesia del convento de San Agustín. Esta columna, con paso sumamente acelerado y con gran ruido de tambores, vino por la calle de San Juan y se dirigió a la plaza, llamada de las descalzas, sin que hubiese habido tiempo para contenerla, lo que, según mi entender, no habría sido posible sino que quien se hubiese puesto al frente habría sido arrollado”.

 

            La chupa de color azul, -chaleco o chaqueta sin mangas que se vestía debajo de la casaca- parece indicar que estos soldados pertenecían al regimiento de Húsares de María Luisa. En realidad, no tenemos completa certeza de que la chupa de este regimiento fuera azul celeste, como los calzones y la pelliza, -el dolmán o casaca adornada de alamares era roja- pero sí tenemos seguridad de que no se trataba de soldados zapadores, el otro cuerpo que participó en los tumultos, porque la chupa reglamentaria de los ingenieros solía ser roja.”[29]

 

            Así pues, el motín, tras un largo marasmo en la plaza de San Juan, incluso parecía que podía disolverse, fue avivado por la presencia un pelotón de soldados, que en uniforme cuartelero o de faena, pero en formación, avivó el tumulto y lo empujó hacia la casa del conde. Sería un segundo acto acelerador del motínel primero fue el segundo cañonazo durante el primer diálogo con el conde-.  La marcha de los amotinados rebela, en múltiples detalles, un plan organizado.

 

3.3-Concentración en la plazuela de las descalzas

 

El regidor y el provisor siguieron con los amotinados hasta llegar a la plazuela de las Descalzas, el primero lo relata así:

“Luego que pasó la columna, desfilaron en su seguimiento las gentes que en dicha plaza real habíamos contenido mi compañero y yo, que entonces pudimos volver a vernos y reunirnos. Y en seguida nos dirigimos a la plazuela de las Descalzas, llena de gentes, entre la que volvimos a separarnos. Me acerqué a la puerta del convento de dichas religiosas descalzas, desde donde vi al ilustrísimo señor arzobispo obispo y a otros individuos que existían en una sala con las ventanas abiertas, diversa de aquella en que se había empezado la junta”.

 

Mancio, en cuanto llegó a la junta, entre los rebeldes, comunicó al conde lo que pedían. Huertas ratifica los hechos y la impresión que la causaron éstos:“Oyó al populacho que pedía que se pusiese la bandera y se hiciese la salva, a lo que contestó el conde que él no se había negado (…) se haría a las horas acostumbradas. (…) En aquel terrible día todos parecían locos. Huertas y Toro completan el relato:

“En aquella misma mañana había mandado, delante del que declara, el conde de la Torre del Fresno al ayudante de esta plaza, don José Hernández, que ya ha muerto, que fuese inmediatamente para que se arbolase la bandera y, habiendo pedido el populacho, de que se hiciese la salva de artillería, lo mandó también, faltando a la costumbre que, de tiempo inmemorial había en esta plaza, pues las tres salvas se ejecutaban la primera una hora antes de ponerse el sol, la segunda media  y la última al tiempo de ponerse”.

 

El obispo, al mismo tiempo, ofrece la visión desde dentro del edificio

“Se presentó el populacho alborotado delante de su casa a él que se procuró contener y tranquilizar, saliendo a los balcones así el conde como varios de los que habían concurrido a ella, sin que hubiesen sido suficientes razones algunas para conseguirlo, ni haberse prestado el conde a que se disparasen la artillería, como se disparó, y  a dejar o entregar el mando en vista de la desconfianza que manifestaban los alborotados”.

 

Pero el conde, con los rebeldes delante de su residencia,  aún tuvo tiempo de dar nuevas órdenes,  según Mancio : “Al poco rato de formarse la Junta me marché a apaciguar los presos de la cárcel, por disposición del mismo difunto” Por tanto, el capitán general intentó apaciguar la situación desde un principio, reduciendo su autoridad, al ceder a la petición de los amotinados, incluso renunciando al mando. Pero reaccionó a tiempo evitando que se abriera un tercer frente de participantes, nada menos que los reos de la cárcel. Esta escena del diálogo entre la autoridad contra la cual se levanta el tumulto y los rebeldes, tiene lugar en otros casos, los más próximos, el que ese mismo día se estaba produciendo en la Coruña, iniciado por un excusa similar, o el tumulto de días antes en Cádiz.[30]

                                                                                                                            

Delante de la puerta de la casa, Blázquez describe una interesante ceremonia que parece acercarnos a los rituales de la milicia:

“Rodeando me acerqué a la puerta de la casa del señor conde de la Torre del Fresno, a la mano derecha, según se entra y allí vi que, cuatro o cinco soldados, con chupas azules, situados al frente de la misma puerta, con sable en mano, como cuando se presentan armas y con una faja encarnada, tendida por cima de las puntas de los sables, dieron algunos brincos o saltos de baile, elevando bastante la faja, y a poco rato apuntaron los sables hacia la puerta, por la que entraron ellos y otra mucha gente, y especialmente los de la columna, estrechándose a porfía con gran prisa. Cuando ya entraba menos número de personas hice movimiento para entrar en la casa y me cogió por detrás un criado mío quien se opuso a mi intento. Me agradó la fidelidad del criado a quien no había visto hasta que me sorprendió, reflexioné y me acerqué por el mismo camino a la puerta de la dicha iglesia de las descalzas”.

 

            La faja encarnada que nos presenta Blázquez no puede ser otra cosa que un fajín de general. Este rito amenazador, antes de entrar en la casa, es otra evidencia de la preparación minuciosa de la rebelión por parte de los conspiradores y su fin inmediato: subvertir el orden establecido matando a su principal titular[31].

 

Toreno afirma explícitamente que el conde huyó: “Ciegos de ira y sordos a las persuasiones de los prudentes, enfureciéronse los más y treparon sin demora hasta entrarse por los balcones. Acobardado Torre del Fresno, se evadió por una puerta falsa, y en compañía de dos personas, aceleró sus pasos hacia la puerta de la ciudad que da al Guadiana”[32]. Sin embargo, Gómez Villafranca aclara que “si trató de evadirse, no consta”[33]. Los testigos conducen el relato hacia la idea de un intento de mediación del conde, sin ninguna compañía,  en contacto directo con la multitud, pero fue empujado y arrastrado hacia Puerta de Palmas. Ese exceso de confianza en su ya esfumada autoridad, le condujo a la muerte. El propio obispo, desde dentro del inmueble, expone:  “Habiéndose éstos entrado en la misma casa del conde, atropellando la guardia, entonces bajó, se incorporó con ellos y llevándolo por donde quisieron”.

 

Por si fuera poco, entra en escena un nuevo elemento catalizador que, como el ceremonial militar y los cañonazos ya descritos, precipita los acontecimientos. Blázquez lo presenció:

“En esta situación sobrevinieron unas voces de que había llegado un correo y había traición, con lo que di por perdido todo trabajo, además que yo no podía más con tanta fatiga y excesivo calor. Y así me dirigí con mi criado por la calle del Gobernador Viejo a la expresada plaza real, en la que vi dos caballos de posta, que caminaban hacia la calle de San Juan, y en el uno iba montado un mozo como postillón, y detrás, en el otro que parecía ser el de posta o correo, iba montado un hombre con una larga capa de paño pardo, como un labrador, y llevaba derecho al lado izquierdo un fusil con bayoneta calada”.

 

En este punto, la versión que ofrece Toreno coincide con los testigos: “Se encaminaron a casa del gobernador, cuya voz se empleó exclusivamente en predicar la quietud. Impacientáronse con sus palabras los numerosos espectadores, y ultrajáronle con el denuesto de traidor. Mientras tanto, y azarosamente, llegó un postillón con pliegos, y se susurró ser correspondencia sospechosa y de un general francés”[34].  Sin embargo, Blázquez describe que impresión que la causó el episodrio:  “Aunque en el día 30 resonaron voces de haber llegado un correo y haber habido traición “ (…) “Ni entonces ni después, habiendo sido individuo de la junta de gobierno de esta provincia, he llegado a saber que fuese cierta, y no figurada, la llegada de tal correo, ni que haya habido pliegos o escritos algunos contrarios al buen nombre y reputación del señor general difunto”. Tenemos aquí el segundo acto que aviva del motín, cuando parecía que se encontraba en otro punto muerto, y que vuelve a agitar a las masas, como ocurrió antes con el desfile del pelotón. De todo ello se deduce que se puso en marcha, semanas antes, un eficaz “aparato de propaganda” que caló fácilmente en la opinión pública

 

Efectivamente, Torre del Fresno recibió correos del general Kellerman, auténtico jefe en esos momento de las tropas franceses que pululaban al sur del Tajo. Pero la última fue del 18 de mayo y, tal vez, el tono intimidatorio de la misma decidiera finalmente al capitán general a emprender la defensa preventiva -Ver apéndices-. Lo que no es demostrable, con la documentación que hemos hallado, es que se negociase en ningún momento la entrega de la plaza, ni menos aun que hubiera habido cualquier correo el  día 30. Por ello, como se ha visto, es muy desconcertante la noticia que da Monsalud de que llegaron a la par correos de Junot y Murat, salvo que en realidad se refiera a que se recibieron órdenes del gobierno encabezado por éste último, como lugarteniente mayor del reino. En cualquier caso, pudo exasperar a los vecinos de Badajoz la corrección con la cual mandó tratar el capitán general a los ciudadanos franceses que había en la ciudad.  Por tanto, la evidencia de las fuentes indican lo que podríamos llamar el montaje del postillón. El ardid sólo pudo elaborarse por alguien que, próximo al capitán general, conocía el flujo de comunicaciones entre el mando español y el francés e incluso su contenido.

 

3.4-Refugio y muerte en Puerta de Palmas. Escena del crímen

 

            Del testimonios de los oficiales que acudieron en ayuda de Torre del Fresno y, que por tanto presenciaron directamente los hechos, podemos deducir tres momentos en el refugio y acoso del capitán general: a) mediación de los oficiales, intentando protegerle; b) segundo intento de diálogo con las masas para tranquilizarlas, incluso ofreció ceder el mando, c) asesinato.

 

            Según el teniente coronel Fuentes:

“Estando comiendo en casa de su coronel, el marqués de Monsalud, vinieron a avisar a éste que, si no acudía pronto a la Puerta de Palmas, iba a suceder una desgracia con el conde, porque el pueblo, allí reunido, le quería quitar la vida. En el momento se levantaron de la mesa y fue acompañando a su expresado coronel con el capitán, entonces teniente de su mismo regimiento, don Domingo Losada, al citado puente de Puerta de Palmas, en donde encontraron un inmenso pueblo reunido y alborotado, y el conde refugiado en el cuarto del oficial de guardia. En tan crítico momento, empezaron a persuadir al pueblo de la inocencia del conde, que se sosegasen, pues de esto modo todo se podría componer, pues que nada se adelantaba con lo que pedían, que era que saliese el conde de aquel puesto para quitarle la vida”.

 

            El mismo testigo lamenta que:

“Todo fue infructuoso, a pesar de que el mismo conde, subido a una mesa, y sin ninguna divisa de mando, les decía: hijos, yo no quiero tener mando alguno, y soy vuestro compañero y paisano, y como tal verdadero y constante español, que me vanaglorio, se hará todo lo que sea debido en defensa de mi rey y señor, don Fernando VII, y de mi patria”.

 

El general Galluzo resta importancia a este último intento de conciliación: “Ignoro si el conde exhortó, a las 2 o las 3 de la tarde, a los alborotadores a que guardasen moderación y tranquilidad, prometiéndoles que en esta provincia se haría lo que en las demás del reino, ni tuve noticia que el difunto conde hubiera entregado el mando ni tuviera deseos de ejecutarlo”. Este último aspecto de su declaración pierde credibilidad, según el coronel Garrigó: “El conde entregó el bastón de mando a don José Galluzo y los papeles que llevaba en el bolsillo los entregó a un tal Enríquez –el ayudante que envió a disparar las salvas- ”. Parece que preveía su final y no quería dejar un vacío de poder. El objetivo del complot se acercaba.

 

3.5-Autores del crimen y arma homicida

 

            Dónde, cuándo, cómo y quienes, al menos su adscripción profesional y social, están claros. El teniente coronel Losada describe los hechos:

“La casualidad hizo que a las dos y media de la tarde de aquel día se hallase en el Campo de la Cruz, inmediato al cuerpo de guardia de la Puerta de Palmas, acompañando al excelentísimo señor marqués de Monsalud, que en el referido cuerpo de guardia se hallaba el conde de la Torre del Fresno, acosado de la multitud del pueblo, que todos clamaban porque aquel día se hiciera la salva de artillería de costumbre y gritando muera el traidor. Entre estos suceso observó que varios acometieron al conde con sables cortos y en pocos instantes lo vio muerto en el suelo. Al fin consiguen arrancarlo de aquel punto y a muy pocos pasos le vio tendido en el suelo el declarante, sin que pueda asegurar quien fue el que le mató, porque materialmente no lo vio, por el horror que le causaba tal barbarie y porque ya conoció que nada podían adelantar sus persuasiones”.

           

El teniente coronel Huertas completa la visión del último momento, además de confirmar el segundo intento de diálogo del conde con las masas:

“Que aunque no se acuerda si fue con esas mismas expresiones: hijos míos yo no quiero tener mando ninguno yo soy vuestro compañero y paisano. Es seguro decía al pueblo eso mismo, que aún lo estaba repitiendo en el momento que le dieron el primer golpe por la espalda que fue con un palo de los que forman los caballos de frisa, el cual, con la punta de hierro que tiene, se lo metieron por la espalda y casi le sale por la barriga”.

 

El coronel Garrigó añade nuevos detalles:

“A las doce del día, media hora, más o menos, en cuya hora se hallaba dicho conde en la guardia de Puerta de Palmas, donde se presentó el declarante e hizo cuanto pudo para evitar dicha muerte, conteniendo todo el ímpetu de la gente, abierto de pies y manos en la misma puerta. Hasta que vio que, por la ventana que caía al paseo, la rompió el populacho y entraron algunas personas por ella, lo que visto por siete u ocho húsares de su regimiento, que igualmente estaban ayudando al que declara para contener  la gente, le avisaron que mirara lo que hacía porque el pueblo estaba muy alborotado, hasta que viendo que por ningún estilo cesaban , los mismos húsares cogieron al que depone por cuerpo y piernas y lo llevaron junto a la misma puerta que estaba cerrada. Que, cuando esto sucedió, se acuerda que un zapador levantó el machete para darle al que depone, y uno de los húsares le dijo que mirara lo que hacía. Que luego oyó decir que aquel mismo zapador había dado un machetazo en la cabeza al conde de la Torre del Fresno”.

 

El coronel Garrigó se contradice con sus compañeros en adelantar la hora del suceso, a las 12 y media. Es el único que lo sitúa tan temprano, mientras que los demás coinciden en que ocurrió en torno a las 2 de la tarde. Incluso los testigos de oído ratifican el momento. El maestrescuela, Juan Caldera: “tiene noticias de la muerte violenta del conde, entre las 3 y las 4 de la tarde”.  El comandante Vergara, afirma que : “ No habiendo presenciado más de la ocurrencia de este día, en razón a estar empleado por sus jefes a la mira del cuartel, en donde supo, después de las dos de la tarde, que dicho general había sido muerto en aquella”. Con bastante certeza, a las dos y media de la tarde del lunes 30 de mayo de 1808, el III conde de la Torre del Fresno y capitán general de Extremadura había dejado de existir.

 

            En cualquier motín la autoría suele quedar diluida en la responsabilidad colectiva de la masa, pero en el caso que nos ocupa no es así. Para el obispo, “le dieron varios golpes y le quitaron la vida, siendo víctima de un populacho desenfrenado y ciego”. “Los hombres estaban alborotados, pero las mujeres no parecían menos que furias infernales”, percibió Blázquez, mezclado entre ellos para calmarlos. Los epítetos más completos corresponden al teniente coronel Huertas: “Desgraciadamente mataron a su lado al conde de la Torre del Fresno, pero que no le es posible citar quien en razón a que estaba allí todo el populacho alborotado, y que se componía de mujercillas, soldado y paisanos en gran número, con tambores, clarines y banderas de pañuelos, que había muchos borrachos”. Mancio también emplea estas categorías: “habiendo pedido el populacho que se hiciese la salva de artillería”. Artola muestra sorpresa por esta descripción de los amotinados, insinuando una visión de los informantes más cercana al prejuicio social que a la realidad[35]. Por el contrario, Riesco, que no presenció los hechos, trata de “arrebatos populares”. Y Monsalud se refiere explícitamente a un “motín popular”, soslayando a los soldados.

 

En cualquier caso, estas afirmaciones, con mayor o menor objetividad, delatan que, independientemente de quienes fueran los instigadores,  los participantes en el tumulto pertenecían al pueblo en general, a las clases bajas, ya fueran civiles o militares. Es reveladora la expresión de Blázquez: “una gran porción de hombres y mujeres, entre la que, por su calidad y circunstancia, no recuerdo haber conocido a persona alguna”. Es decir, ningún mando militar ni autoridad civil, se hicieron visibles durante el tumulto, lo que, obviamente, no les excluye de su participación y preparación.

 

A pesar de que, según Gómez Villafranca: “Si puede afirmarse que fueron soldados quienes descargaron los primeros y mortales golpes, no parece lícito tenerles por los principales autores de la muerte que probablemente, ni ellos ni los paisanos, premeditaron[36]”, las evidencias parecen demostrar lo contrario. Para el maestrescuela, Juan Caldera y para el propio  Blázquez los responsables estaban claros:

“Oyó decir a algunos testigos de vistas que los principales agresores fueron varios soldados que se hallaban en esta plaza y que, al parecer, debieron ser seducidos para cometer tan horrible atentado, pues que a los paisanos, sin embargo de estar mezclados con ellos, no se les vio la menor demostración que amenazase la persona del conde, cuya particularidad fue pública en toda la ciudad”. (…) “En cuya ejecución intervinieron militares más eficazmente que los habitantes de esta población”.

 

El tipo de arma empleada delata a las unidades que intervinieron en la agresión y asesinato del conde. Al cruzar los testimonios de los testigos, averiguamos que se produjo en la siguiente secuencia: le amenazaron con sables cortos, no le dejaron acabar su plática reconciliatoria porque le clavaron por la espalda un palo con punta, “al modo de los palos de frisa”, y lo remataron de un machetazo. El sable corto era característico de los cuerpos de caballería ligera, como eran los húsares[37], y, tanto el machete como el caballo de frisa[38] eran armas propias de ingenieros zapadores[39]. Por tanto, es evidente, que el capitán general murió a manos de uno de los húsares y de uno de los zapadores bajo su mando. El regimiento de Húsares de Extremadura de distinguió precisamente por su insubordinación, hasta el punto de que fue disuelto en diciembre de 1808[40].

 

Parece existir un verdadero pacto de silencio entre los militares. La mayoría se centran, en el sumario, en destacar su  papel, bastante ineficaz, por cierto, intentando contener a la multitud y evitar la muerte del conde. Es muy revelador el laconismo de Galluzo, y el detalle de guardar en su casa la bandera que portaron las tropas rebeldes por las calles, como denuncia Blázquez. Es desconcertante la escasa información que aporta Monsalud, y la poca autoridad que demuestra, a pesar de ir seguido de tres mandos inmediatamente subalternos, para hacerse respetar por sus tropas en Puerta de Palmas, cuando luego fue un gran líder militar de la Guerra de la Independencia en Extremadura. También es cierto que no es menos llamativo, como se ha dicho, la incapacidad de los oficiales para retener a las tropas acuarteladas, que hacen pensar más en una inhibición premeditada de los mismos.

 

El provisor Blázquez narra el triste fin de la historia:

“Entré en mi casa y, a la media hora, o poco más, observe que muchas personas se retiraban de prisa con la noticia de la muerte del señor conde, como si por entonces estuviese el negocio concluido. Y no lo quedó con la inhumanidad bárbara de haber arrastrado el cadáver por las calles, desde la Puerta de Palmas, hasta colocarlo en el zaguán de su casa, sino que, por haberse hallado reparo y dificultad en que se le diera sepultura, el ilustrísimo, mi prelado, y yo tratamos, después de las 9 de la noche, sobre ello, y más tarde se verificó el enterramiento, sin ceremonia alguna, en la iglesia de las religiosas descalzas”.

 

            Hay que tener en cuenta que los condes de Torre del Fresno eran patronos de este convento y, por tanto, tenían derecho de enterramiento en él. El acto de encarnizarse con el cadáver de un supuesto culpable, arrastrándolo por las calles, corresponde a la costumbre que se denominaba vigurizar. Este protocolo se utilizó en otros motines del levantamiento de mayo[41].

 

Como síntesis, se puede establecer el siguientes recorrido y secuencia horaria. 9 horas, comienza la Junta; 9-10 horas, se acuartelan las tropas y estalla el motín con el primer cañonazo; 11-12 horas, salen las tropas a la calle desde el cuartel de la Bomba; 12-13.30 horas, avance por las calles en dos trayectorias que convergen hacia la plazuela de las Descalzas: desde la puerta de Trinidad  una y desde el cuartel de la Bomba otra; diálogo con el conde en el balcón, rito de amenazas, nuevo cañonazo, e irrupción en la casa, desde la cual el conde es empujado hacia Puerta de Palmas; 13.30-14 horas: intento de refugio en el cuerpo de guardia y de segundo diálogo con la multitud y asesinato del conde, cuyo cadáver es arrastrado por la calle hasta el umbral de su casa;  21 horas, entierro del cadáver, en el convento de las Descalzas, cuando se ha tranquilizado completamente la situación.

 

 

4-Móvil aparente: carteo para entregar la plaza y honores reales incumplidos

 

            El estudio del móvil aparente, así como de los descargos que, frente a éste, se pueden aducir a favor del capitán general, nos retrotraen, por lo menos, a unas semanas antes de que se produjeran los hechos, y demuestran el ambiente de incertidumbre que se vivía en la capital, representativo de la situación en el resto de Extremadura. El temor a un asedio francés no carecía de fundamento. Baste afirmar que las tropas napoleónicas se encontraban acantonadas en Yelbes, -Elvas, Portugal-.

 

A cerca del móvil, Galluzo se limita a confesar: “Ignoro cual fue la causa que dio motivo a su violenta muerte”. Para el teniente coronel Fuentes: “Los motivos infundados que tenía el pueblo era decir que no se hacía la salva como día de San Fernando”. Sin embargo, para el comandante Vergara:  “El motivo había sido por haberle descubierto que tenía concertado, con el general francés Kellerman, entregarle en dicha noche la plaza, lo cual fue asunto de la conversación en muchos días por los paisanos, pero en opinión de las gentes sensatas no se daba asenso a estas voces y el que y el que declara tuvo siempre por cierta la acusación”. El teniente coronel Huertas compartía la misma opinión.

 

El marqués de Monsalud, tan escueto como Galluzo, aporta datos ambiguos que no ofrece ningún otro informante:

“Debo manifestar que el conde de la Torre del Fresno, fue inocente víctima de un alboroto popular, que no podía estar enterado del modo de pensar de los que mandaban,  no podía persuadirles de que las providencias dadas por Torre del Fresno en el mes de abril para el armamento general y las posteriores, y particularmente la de aquel día en la Junta que se celebró de jefes, para vestirse de gala la guarnición y la salva correspondiente, a el augusto día que se celebraba de nuestro soberano, no podían convencerles de que era decidido por la buena causa, pues tuvo el incidente fatal en el mismo día, y poco antes de su muerte, de entrar un correo despachado por el general Junot y otro de Murat para aquel general, lo que hizo fermentar más el alboroto y atribuir lo que era casualidad a considerarlo el pueblo como sospechoso”.

 

            De ser cierta la primera fecha aducida, abril, esta sería, sin duda, la primera proclama contra los franceses de toda España. Tampoco es demostrable la desconcertante afirmación de las cartas de Junot y Murat. Es también difícil aceptar que, con el clima de crispación y miedo que existía desde hacía un mes, por lo menos, el pueblo no pudiera estar enterado de la proclama del conde y de sus intenciones iniciales, sino era porque existía una evidente intoxicación de la opinión pública, fácilmente modelable, por otra parte, en una población mayoritariamente analfabeta. Ya se ha visto la opinión tajante de Blázquez sobre la escena del postillón.

 

El presbítero Romero Sequera ahonda en detalles sobre la ausencia de contactos controvertidos entre el conde y los franceses, incluso negando las cartas:

“Y por haberle visto lleno de la mayor melancolía cuando se tuvo certeza de la violencia cometida por Bonaparte en aprisionar a nuestro rey en Bayona, lamentándose amargamente de la situación tan lastimosa que le había cabido de mandar una provincia en unas circunstancias tan críticas, que sólo le restaba consumir sus rentas y hacienda y derramar su sangre por el Rey y la causa pública. Que cree que dicho señor no tendría  correspondencia alguna con los franceses, pues jamás le oyó hablar cosa alguna a favor de ellos, ni celebrar aquellas batallas, ni demás cosas ruidosas que ejecutaban, como celebraban otros, y en prueba de ello, el que habiendo hecho pedazos la cómoda en que reservaba los papeles que más le interesaban,  ninguno se halló que lo manifestase”.

 

 

5-Descargo y conducta del capitán general: fidelidad al rey, proclama y junta

 

            Los testigos justifican la conducta del capitán general basándose en su fidelidad al rey, demostrable en sus decisiones políticas, como su animadversión pública a los franceses; la convocatoria de juntas consultivas de autoridades, y la publicación de una proclama, de la que algunos adjuntan copia como prueba. Los informantes, en relación a estos temas, nos transportan a la situación de incertidumbre que se vivía en la capital pacense desde el 2 de mayo.

 

A-Fidelidad al rey y odio a los franceses

 

            Huertas deja claro en un episodio presenciado por él mismo, cuando llegaron las famosas cartas francesas:

“Muy pocos días antes de su muerte estaba el declarante en casa del general, tomando la orden como ayudante que era, llegó un oficial francés en posta, con pliegos y recibiéndolo pidió el general quien lo leyese, diciendo que ni sabía el francés ni quería saberlo, siguiéndose a esto que habiendo salido dicho oficial del corredor, porque se le trastornó la cabeza manifestó el expresado general que le incomodaban los franceses”.

 

            Mancio coincide en la misma apreciación:

 

“Cómo el más inmediato que era yo a él  por mi empleo de gobernador, tanto en cosas de oficio como confidenciales, que algunas veces hablábamos, le observé un exacto desempeño en las órdenes del soberano, un afecto y amor singular a nuestro amado Fernando VII y toda su real familia” (…) declarándose siempre a favor de la buena causa, vociferando odio a los franceses

 

Por otro lado, la información que aporta el maestrescuela, Juan Caldera, reitera, junto a  otras ya expuestas, que no hubo negativa, por parte del capitán general, a cumplimentar la onomástica del rey: “Que no solamente ofreció el conde a los amotinados que en esta provincia se haría lo que en las demás del reino sino que, contra las órdenes positivas de gobierno, mandó hacer la segunda descarga de artillerías para darles una satisfacción”. Por tanto, no puede sostenerse la opinión que ha mantenido tradicionalmente la historiografía especializada, siguiendo a Toreno, de que: “El gobernador había ordenado que no se hiciese la salva ni se enarbolase la bandera”[42]. Ese mismo día estallaba otro motín en la Coruña, con el mismo pretexto, el presunto olvido de celebrar el día de San Fernando, lo cual refuerza la idea de que se trata de un móvil aparente utilizado como coartada[43].

 

B-Proclama y defensa

 

Diversos testigos utilizan la circulación de la proclama como prueba de la lealtad del conde a la causa patriota, en cuanto tuvo noticia de los sucesos de Madrid. El deán Romero Castilla  se centra, casi exclusivamente, en este aspecto: “Hizo imprimir la proclama, se fijó en los parajes públicos, y aun como corregidor que era el conde de esta ciudad y partido, mandó que se aumentaran los verederos para que, con más prontitud, llegaran a los pueblos los ejemplares impresos de aquélla”

 

Al mismo tiempo, el capitán general intentaba contactar con el gobierno para poder decidir ante una avalancha de noticias confusas, como demuestra el precioso informe del capitán Aldana:

“El día treinta no se hallaba en esta ciudad y sí en un cortijo con toda su familia, divirtiéndose había días, y en el anterior de haber salido para él había llegado de Madrid en donde había estado nueve días. Que ha tenido y tiene al expresado general por inocente y que, ni el estar las plazas principales del reino ocupadas y mandadas por los ejércitos franceses, ni el estar tan próximos a Badajoz, poseyendo y mandando en Elvas, que sólo dista tres leguas, pudieron eclipsar por un solo momento su fidelidad y verdadero patriotismo. Y, en crédito de ello, y para combinar las operaciones más análogas al intento, hizo que el declarante saliese el día 5 de mayo, que fue el siguiente de haber llegado a esta plaza la noticia comunicada por el alcalde de Móstoles, en dirección a Madrid, encargado de conmover a los pueblos del tránsito, de estar preparados para el día que se les avisase y que permaneciera en Madrid los días que fuesen necesarios para enterarse de las ideas de los franceses y del estado en que se hallaba la Castilla, pues en esta se ignoraba por la falta de correos, lo que verificó trayendo a dicho conde las noticias más puntuales de lo que se le había encargado”.

 

La tensión era palpable a esas alturas[44]. El 4 de mayo, el día antes de publicar su proclama, Torre del Fresno aún mantenía una actitud prudente, temiendo el doble frente de los desórdenes y de la amenaza francesa. Ese mismo día le comunica, desde Medellín, el comandante de dragones de la Reina: “Avisos revolucionarios han venido a ésta, no me muevo sin orden del general, a cuyo aviso está mi escuadrón pronto aguardando a caballo”[45].

 

            Para García Pérez, la actitud contemporizadora se aprecia en el tono ambiguo y gandilocuente de la proclama, acomodaticia, según este autor,  a cualquier cambio de la situación[46]:

“Los avisos que se han recibido manifiestan que nuestro amado soberano y el gobierno se hallan en riesgo eminente, y cuando todos los pueblos se encuentran resueltos a morir antes que se haya destruido el gobierno, conviene que usted haga publicar, en los de su partido. Que, aunque las noticias no son del todo auténticas, deben ser suficientes para que los buenos españoles se armen y se dispongan a defender la patria si, por desgracia, saliese cierto que nuestros aliados correspondían con perfidias a la amistad y buena fe con que los recibimos. En su consecuencia, y siendo preciso para nuestra conservación y defensa que ésta se haga con el mejor orden, y correspondamos así a las esperanzas de la patria. (…) Yo me glorío y  me honro de ser comandante general de una provincia fiel y valiente, que en ningún momento ha desmentido su valor, y me prometo que en esta ocasión se acreditará, más que nunca, que sabemos preferir todos los contratiempos y todos los trabajos a una opresión injusta[47]

 

No obstante, y a pesar de que Torre del Fresno no hace mención explícita a los franceses, –tampoco la había en la que emitió su paisano Godoy pocos años antes- y de que todavía alberga esperanzas sobre su lealtad, se toman medidas concretas para el reclutamiento, pertrecho y transporte de un ejército extremeño, bien incorporado a los regimientos de línea, de guarnición en la provincia, o bien creando unidades de voluntarios.

 

Más allá de una declaración formal, el capitán general inició preparativos efectivos de defensa tal y como demuestra el capitán de milicias urbanas, José Rivero:

“Con motivo de encontrase en aquella época en el empleo de ayudante mayor de las milicias urbanas de esta plaza, (…) dando la orden para que, el que declara, sacase del real arsenal el oportuno armamento y se repartiese entre las catorce compañías de dicho cuerpo de milicias urbanas, pertrechándolas de fusiles, cartucheras, cartuchos y piedras de chispa y que, efectivamente se pusiesen sobre las armas, como lo empezaron a hacer desde el día seis de dicho mes de mayo”.

 

A pesar de haber dado aquel paso decisivo, el capitán general mandó, el mismo día de la proclama, un emisario a informarse a Madrid, como se ha visto. Al día siguiente retomó la correspondencia con el general Kellerman (Ver apéndice II), y otro día después, ya el 7 de mayo, remitió al concejo de Badajoz la orden del ministro de Guerra que condenaba la revuelta del 2 de mayo y llamaba a la tranquilidad. La todavía máxima autoridad de la provincia pensaba:“Está pronta esta ciudad, en general y particular, a contribuir al sosiego y tranquilidad de este vecindario y a lo demás que se ofrezca con motivo de las actuales circunstancias”[48]. Todo ello es revelador de la complicada coyuntura en la que tuvo que desenvolverse.

 

             Toreno cree tener la explicación para este nuevo giro de la situación:

“En su apuro se asesoró con el marqués del Socorro, general en jefe de las tropas que habían vuelto de Portugal. Ambos convocaron a junta militar, y de sus resultas se dio el 5 una proclama contra los franceses, la primera quizá que en este sentido se publicó en España, enviando además a Lisboa, Madrid y Sevilla, varios oficiales con comisiones al caso e importantes. Obraron de buena fe Torre del Fresno y Socorro en paso tan arriesgado, pero recibiendo nuevos avisos de estar restablecida la tranquilidad en la capital, así uno como otro mudaron de lenguaje y sostuvieron con empeño el gobierno de Madrid. Habían alucinado a Socorro cartas de antiguos amigos suyos, y halagándole la resolución de Murat de que volviese a su capitanía general de Andalucía, para en donde, en breve partió. Su ejemplo y sus consejos arrastraron a Torre del Fresno”[49].

 

 

            Los resultados expuestos confirman la afirmación de Toreno y desmienten a Gómez Villafranca, que sostiene que no hay constancia de la Junta del día 4. No obstante y, como afirma este último autor, no es segura la participación de Solano en la proclama ni en su invalidación efectiva, llamando a la tranquilidad.[50]. Testigos cualificados lo desmienten implícitamente. El coronel Garrigó afirma:

“Que, desde que llegó la noticia de lo acaecido el día dos de mayo en Madrid, todo Badajoz se volvió un alboroto, unos ofreciendo mulas para la artillería, otros ofreciéndose voluntariamente para servir y que en aquella sazón se hallaba allí el difunto marqués del Socorro, con quien se avistó el conde de la Torre del Fresno, como gobernador que era, y que no tiene presente si dieron o no proclamas con dicha fecha, pero si que aquel alboroto se sosegó un poco y se empezó a estar con cuidado por los enemigos que había en Yelbes”.

 

Entre los testimonios de eclesiásticos que insisten en la actuación autónoma del capitán general, uno de los más evidentes pertenece al maestrescuela Juan Caldera:

“Estaba decidido, como muchas veces dijo al declarante, a ser el primero en tomar las armas contra cualquier nación que se manifestase enemiga de su patria. (…) Se hallaba el general Murat a la cabeza del gobierno, la plaza de Elvas estaba ocupada por los franceses. Y ningún otro general del reino le había servido de modelo, lo que cubre de gloria al desgraciado conde, y hace ver hasta la evidencia su declarada decisión por la justa causa, y su prudente previsión en circunstancias tan difíciles”.

 

Para Blázquez, “después que tuve noticia de la terrible fiereza con que Murat y sus satélites se manejaron el día 2 y 3 de mayo en Madrid, dando muerte a innumerables inocentes de todas clases”,  la proclama es prueba esencial de que fue un adelantado y que “no sólo debió haberle preservado de su desgracia, sino que pudo haberle adquirido el título de primer patriota de la nación, pues no he visto que ningún jefe o magistrado, haya dado antes, ni al propio tiempo, ninguna señal tan decidida y tan pública de alarma contra los franceses, los que, si hubiesen al cabo dominado, no se la habrían perdonado[51]

 

            En definitiva, el análisis de los testimonios demuestra que el conde convocó una primera junta de autoridades para preparar la proclama de alarma de la provincia, que equivalía a una declaración de guerra implícita a las tropas francesas, para, en los días siguientes, neutralizarla de hecho acatando las órdenes del gobierno. Pero ni de una ni de otra iniciativa  hay pruebas contundentes de que no fueran una decisión propia. Por otra parte, no parece casualidad que los principales alegatos sobre el valor de la proclama procedan de eclesiásticos. De hecho, ningún militar la destaca. Garrigó, como se ha visto, declara que: “no tiene presente si dieron o no proclamas con dicha fecha”. Más desconcertante aun es el silencio explícito de Galluzo que ni siquiera trata el tema.  Contradictoriamente, los representantes del ejército hacen así un desprecio velado a una de las primeras medidas de carácter  tomadas en  la serie de levantamientos de mayo de 1808.

 

C-Segunda Junta de Autoridades

 

             La convocatoria de esta segunda y última juta fue decidida por el capitán general con premura, lo cual da idea de la incertidumbre que vivió en sus últimos días. El deán Romero Castilla, lo confirma:

“Llegado el día 30 de mayo, e inquietándose el pueblo, reunió el conde en su casa a las primeras autoridades y a otras personas, según así fue pública, y hallándose el declarante con otros canónigos en la casa del intendente, que entonces era el Ecxmo. Sr. don Martín de Garay, tratando un asunto de su cabildo, en la mañana del referido día 30, llegó un recado del conde llamando a dicho intendente, quien inmediatamente salió para la casa de aquél. En esta Junta, según entendió el declarante, se trató y resolvió la alarma general y defensa contra los franceses”.

 

A pesar de no ser explícito el motivo de la junta, hasta oficiales que no fueron convocados, como el teniente coronel Fuentes,  presuponían el motivo: “Medios que se habían de tomar de defensa en tan críticas circunstancias en que se hallaba la plaza y provincia”

Así lo confirma  también Blázquez. Pero el provisor dudó desde un principio de la eficacia de la junta, por culpa de los propios convocados, como si hubiera un intento premeditado de dilación que crispase aun más la situación:

 “Cómo salí de la junta con la comisión que llevo referida, observé mientras estuve en ella, que se divagaba en conversaciones sin hacerse proposiciones ni acordar, y menos ejecutar, resoluciones. Era el tiempo inoportuno para esta en medio de los cañonazos y alboroto popular sin entenderse unos a otros. Vi, según tengo expuesto, al ilustrísimo señor obispo y  a otros individuos en sala diversa de aquella en que empezó la junta, como si estuviese disuelta, sin haber entendido que se hubiese hecho, publicado y ejecutado acuerdo alguno, y fue tan extraordinario e imponderable el aturdimiento mío y de todos generalmente en aquel día y en los sucesivos, con gran peligro de ser cualquiera un gran traidor sin quererlo ni saberlo el mismo interesado nada puedo decir por no constarme de lo ocurrido en la Junta después de mi salida hasta su conclusión”.

 

No obstante, y a pesar de aquella convocatoria por iniciativa personal de Torre del Fresno, hay que recordar que se producían relaciones entre focos próximos de levantamientos, con el envío de circulares primero y de representantes después, como hizo la Junta de Sevilla, para agilizar los cambios que explican, en gran parte, la simultaneidad y rapidez de los acontecimientos[52]. Personalidades tan distintas como el general Galluzo o el obispo Moreno, resaltan la importancia de la conexión con la capital hispalense: “Me citó a Junta para las 8 o 9 de la mañana del día 30 de mayo, sin expresar la causa. Y, reunidos, manifestó que, con motivo de los acontecimientos de Madrid y oficios de la Junta Suprema de Sevilla, era necesario meditar los medios que debían adoptarse para la defensa de la provincia”[53]

 

 

El obispo expone además la difícil tesitura:“como los franceses, que estaban apoderados del gobierno, circulaban continuas y repetidas  órdenes que comprometían a los pueblos y a las autoridades, y hubiese al mismo tiempo recibido un pliego de la Junta que se formó en Sevilla, invitando esta provincia para que se uniese a ella”. Riesco es meridianamente claro al respecto, resaltando el papel impulsor de la junta sevillana en la revuelta, aunque fuera indirectamente y a última hora:

“Por no haber publicado, tan breve como deseaba la plebe, algunos pliegos de Sevilla, que anunciaban el levantamiento de aquella ciudad, se apoderó la efervescente preocupación de algunas personas de las clases comunes y atentaron contra su vida, lo cual supe más de cerca cuando pasé posteriormente a esa ciudad a servir la vocalidad de la Junta de Gobierno”

 

 Blázquez hace la interpretación de mayor alcance sobre las relaciones externas del movimiento pacense y de la vertiente política de sus motivos:

“La muerte del señor conde de la Torre del Fresno, provino, según mi concepto, por el solo motivo de tener la comandancia general de esta provincia a su cargo, de la conjuración fraguada contra él como también contra los señores Conde del Aguila en Sevilla y marqués del Socorro en Cádiz”.(…) “Fue omiso en convocar la junta o tomar por si otras determinaciones, sin la más mínima dilación desde que vino uno de Sevilla, que no conocí, con la noticia del levantamiento de aquella ciudad y de la muerte del señor conde del Águila[54]

 

            A pesar de todo ello, la teoría de que el conde de la Torre del Fresno era un afrancesado fue asumida incluso por la nueva administración al servicio del rey José que, en virtud de su sacrificio, propuso como recompensa el ascenso de sus yernos, también militares de carrera[55]. Finalmente, el conde fue exonerado, gracias a la investigación sumaria abierta por su viuda, por real resolución de 4 de agosto de 1817[56], y declarada  que, con su conducta, “logró además que la posteridad le señale entre los primeros que levantaron el grito por la independencia de la nación”[57].

 

Para su buen amigo, el provisor Blázquez, era también “un buen extremeño, que se condolía del cautiverio de la familia real y del fatal estado de la nación”.Llama poderosamente la atención que se abriera un sumario para dilucidar la conducta del conde, ocho años después de los acontecimientos y  gracias a la insistencia de la viuda del asesinado y que, por el contrario, no se investigara la autoría del crimen en su momento, máxime cuando otro motín contra las autoridades pacenses, el 16 de diciembre del mismo año, dio lugar a una investigación y a un juicio que, con presteza, condenó a muerte a los responsables[58].

 

6-¿Conspiración y pronunciamiento?

 

Las insinuaciones sobre la existencia de la conspiración son meridianamente claras, precisamente por parte de los testigos que ofrecen la narración más completa de los hechos, y que estaban más próximos al difunto: Blázquez y el obispo Moreno. A ellos se añaden los testimonios de Manuel Madera, casi idéntico al del obispo, y el del teniente coronel Huertas:

“Llamado para la junta que se había de tener en la mañana del día 30, concebí al concurrir a ella, por el dicho de alguna persona, que no me es posible recordar, que estaba en peligro la vida del señor general, por haber contra él alguna conjuración”(…)

“A pretexto de varias e infundadas desconfianzas, que fueron demasiado ordinarias y repetidas en aquella época, aun contra los más decididos por la justa causa, si es que no tuvo algunos agentes ocultos que diesen impulso a la conmoción por venganza y resentimientos particulares”.

 

El teniente coronel Huertas, “oyó decir por la mañana, a los que iban hablando por las calles, de resultas de estar algunos paisanos reunidos en complot en la plazuela en donde vivía el general”. Contamos además con la referencia clásica del conde de Toreno, seguida por la historiografía posterior que se ha ocupado del hecho[59]:

“La fermentación crecía, menguaba la confianza hacia su persona, y avivando las pasiones, los impresos de Madrid que tanto les despertaron en Sevilla, trataron entonces algunas personas de promover el levantamiento general. Se contaban en su número y eran los más señalados, don José María Calatrava, después ilustrado diputado de cortes, el teniente de rey Mancio y el tesorero don Félix de Ovalle, quienes se juntaban en casa de don Alonso Calderón. Concertóse un plan que el 3 o 4 de junio debía ejecutarse al mismo tiempo en Badajoz y cabezas de partido”[60].

 

Tenemos  pues dos asertos claros; uno, existía una conspiración; otro, se señalan unos responsables de la misma. En el estado actual de la investigación no podemos demostrar la responsabilidad directa de los tres mencionados. Desconocemos la fuente de información de Toreno en este aspecto  y su grado de fiabilidad. Resultaría chocante confirmarlo en el caso del “leal” Mancio. Sí es cierto que el testimonio de dos de ellos, Ovalle y Calatrava, se hecha en falta en el sumario, y que ambos comenzaron a partir de ese mismo acontecimiento una rápida escalada política, aun tomando caminos distintos[61]. Por su parte, tanto Mancio, como Ovalle, como es sabido, progresaron en el movimiento juntista, que tomó el poder y organizó la defensa. En cuanto a los militares, Monsalud y Galluzo, fueron ascendidos  directamente de coronel y brigadier respectivamente a tenientes generales, saltando en el escalafón. Galluzo, además, se convirtió en presidente de la Junta Suprema de Extremadura y, poco después, en jefe del prontamente formado y más rápidamente derrotado ejército de Extremadura.

 

Resulta sumamente atractiva la hipótesis de Toreno, basada en la existencia  de instigadores en la sombra que ni siquiera se desvelan como tales al final del proceso. En cualquier caso, no parece consistente, por falta de pruebas, la exculpación que esgrime Gómez Villafranca para los tres mencionados: no consta que acusasen al conde,   Mancio asistió a la junta del día 30, y Calatrava,   Félix y Ovalle, o no asistieron,

o si asistieron no mostraron disconformidad con Torre del Fresno[62]. De hecho, Mancio aclara la amplitud de la convocatoria: “Mandando recado para Junta en su casa a todos los magistrados, jefes de plaza y de todos los cuerpos de la guarnición. No contamos con la relación completa de los presentes, pero no fue excluida ninguna autoridad.

 

Lo cierto y demostrado es la existencia de la conspiración. Los motivos pudieron ser dos: uno personal, basado en rivalidades y recelos profesionales o familiares, menos demostrables, y otro, plenamente político, ampliamente documentado, como puede verse. Los objetivos del motín se cumplieron, una vez eliminado el conde de la Torre del Fresno y, como certifica Toreno, se formó, la misma tarde del motín, con el cuerpo del conde aún caliente, una Junta Central de la provincia en Badajoz, presidida por Galluzo, y otras, a su semejanza y bajo su acatamiento, en los partidos[63]. Tal rapidez en la organización sólo es posible gracias a un plan previo organizado, que buscara romper con las viejas instituciones, inertes ante la vorágine, la principal de ellas el Consejo de Castilla [64]

 

Las insinuaciones veladas del provisor Bláquez, amigo personal y buen conocedor del pasado del conde, son muy sugerentes para presuponer una conjura estimulada por motivos personales: “No pudiendo sospechar su desgracia, en medio de sus paisanos que le habían estimado, aun adulado sus flaquezas juveniles”(…) “Ni sea . regular que desconfiase el pueblo entero, como no creo recelasen sino algunos malvados asesinos, locos o borrachos”.

 

 Toreno ofrece una visión particular de la personalidad de Torre del Fresno: “Carecía de prendas que le realzasen, general cortesano y protegido como paisano suyo por el príncipe de la Paz, placíale más la vida floja y holgada que las graves ocupaciones de su destino. Sin la necesaria fortaleza aun para tiempos tranquilos, mal podía contrarrestar el torrente que amenazaba”[65]. En realidad, con esta descalificación, el ilustre historiador liberal pretende explicar y acuñar una actitud vacilante, e incluso pusilánime, que choca, como se ha expuesto, con la visión de los testigos.

 

 En otro orden de cosas, Toreno, involuntariamente, aporta una pista para entender las motivaciones del motín que acabó con la vida del capitán general: su vinculación con el antiguo primer secretario de Estado. Esta relación era familiar, de paisanaje, y puede que también política, aunque sólo fuera como favorecedor de su carrera[66]. En relación a la imagen de militar cortesano, alejado de la vida militar activa, no se debe más que a su cargo de gentilhombre de cámara[67]. El conde de la Torre del Fresno llegó a ofrecer sus bienes y rentas para las necesidades de la guerra contra la Convención, y solicitó ser destinado, junto a su regimiento, a la frontera francesa. Manuel Godoy, le traslada, de su puño y letra, el 13 de febrero de 1793, la gratitud del rey por “esta demostración de lealtad que tendrá presente en ocasión más urgente”[68]. Este planteamiento no deja de ser una mera hipótesis por contrastar, pero que, en caso de demostrase, puede explicar mejor las causas de  la conspiración de 1808, como un golpe de fuerza para cambiar viejas autoridades, en el caso del conde afín a Godoy, por otras nuevas. En este sentido, el caso de Badajoz sería tanto un motín de Aranjuez como un motín de 2 de mayo.

 

Por el contrario, para Gómez Villafranca es difícil hacerse cargo de las rivalidades íntimas o familiares como motivación. La conjura, según él, fue dirigida más contra la autoridad que representaba y las decisiones superiores que debía ejecutar, que contra su propia persona[69]. En este mismo sentido, Toreno [70] cifra su responsabilidad en los acontecimientos, primero porque, en su opinión, fue una imprudencia la proclama del día 5 bajo la amenaza francesa, sin defensa efectiva de la ciudad, y después lo fue, igualmente, su empeño en restablecer la situación anterior, acatando las órdenes del gobierno. El resultado fue el adverso, estimular involuntariamente la situación de inseguridad colectiva.

 

Es muy significativo que el mismo día 30 por la noche, cuando parecía que todo había concluido, el concejo de Badajoz convocase cabildo extraordinario para restablecer el orden público. Los regidores se muestra desbordados por la gravedad de los acontecimientos, que perciben como similares a los que ocurren en otros puntos del país y, aún a estas alturas,  por la duda sobre las intenciones de las tropas francesas: Ha ocurrido una conmoción, como las sucedidas en los cuatro reinos de Andalucia y otras poblaciones” (…)“Que se retiren a sus casas, -los vecinos- (…) en la inteligencia de que en caso, no esperado, de alguna invasión, están tomándose todas las providencias, y se tomarán todas las que corresponda, para la completa seguridad de este vecindario”.

 

 

Torre del Fresno, como buen militar y titular de una capitanía general que, con el marasmo del gobierno, eran, junto a las audiencias, las únicas instituciones con capacidad de maniobra, pagó con su vida su fidelidad al orden establecido, que en ese momento, aunque fuera una ficción jurídica, era el emanado de las abdicaciones de Bayona, celebradas, paradójicamente, el mismo día que él emitió su proclama de alarma y defensa[71]. El levantamiento de Badajoz se parece mucho al de Cádiz en su final, el asesinato del capitán general que, para más coincidencia, no fue otro que José Solano, marqués del Socorro[72]. En realidad, el motín pacense se inscribe en los episodios de “matanzas de capitanes generales” y autoridades que no consiguieron encauzar los acontecimientos[73].

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CONCLUSIONES

 

La intranquilidad era evidente tras conocerse  los sucesos del 2 de mayo. A todo ello hay que añadir la difícil situación económica y, posteriormente, las primeras derrotas y desastres de la guerra. De hecho, el del 30 de mayo no fue ni el primer ni el último motín que sufrió la ciudad durante aquel año de crisis. La evolución del levantamiento observa un primer paso de avance, con una proclama y juntas de autoridades, y otro de retroceso, siguiendo las llamadas a la calma del gobierno, como ocurrió en otros casos. En cuanto al motín, podemos asentar unas conclusiones claras.

 

1-Los móviles aparentes son fútiles. El capitán general nunca pretendió obviar las honras al rey en su onomástica, es más, estaban preparadas. La supuesta entrega de la plaza a los franceses, prometida en las cartas,  fueron bulos hábilmente utilizados, aprovechando la confusión del momento, como demuestra la escena del postillón. El móvil asemeja el motín de Badajoz al de la Coruña, producido el mismo día.

 

2-El detonante, el disparo del cañón, es más una señal convenida que un acto espontáneo. El hecho plantea el tópico del motín fortuitamente adelantado y de la heroína popular que participa en su estallido.

 

3-La evolución es muy similar a otras conspiraciones y motines del levantamiento patriótico: a) intentos previos en días anteriores; b) mensajes y enviados incitando a la revuelta de otras juntas;  c) marcha por las calles, con un recorrido fijado de antemano y con actos rituales que arrastran a la multitud  que, en el caso de Badajoz, son bastante originales:  desfile del pelotón, ritual del fajín y el sable, segundo cañonazo, escena del postillón; c) diálogo, por dos veces, entre los rebeldes y la autoridad que se pretende derribar, que intenta, ingenuamente, calmar la situación; d) inhibición de los mandos militares y participación explícita de las tropas en la rebelión; d) desenlace sangriento o impactante, que permite crear un nuevo órgano dirigente mixto entre viejas autoridades y hombres nuevos, entre ellos se encuentran los presuntos promotores. La evolución del tumulto se asemeja también al coetáneo de la Coruña, en los intentos de mediación por parte del principal afectado que, como en Cádiz, le costó la vida.

 

4-El estudio de los participantes demuestra que las tropas de húsares lideran el tumulto. La apariencia de motín popular espontáneo, al grito de “Viva el Rey, mueran los traidores”,  esconde una rebelión militar y un golpe de fuerza político, con una conspiración previa,  para eliminar y sustituir a la principal autoridad de la provincia. Se trata, por tanto, de un auténtico pronunciamiento que, organizado por civiles y militares, es ejecutado por estos últimos, si bien miembros de ambos grupos pasan a ejercer el poder.

 

La teoría conspiratoria y del aparato previo, con mayor o menor organización, amplitud territorial y claridad de fines, pensamos que  recobra fuerza  con el estudio de ejemplos como el de Badajoz[74]. El motín y el asesinato del conde de la Torre del Fresno fue resultado de una planificación exhaustiva. Ya había fracasado un primer intento de levantamiento una semana antes. Por ello, el definitivo estuvo mejor preparado, tanto que se presenta muy original en su escenificación. Y, lo más importante, surtió efecto: puso en pie de guerra a Extremadura frente a la amenaza francesa y eliminó a la máxima autoridad de la provincia. Nuevos hombres, la mayoría con viejas ideas, accedían al poder a través de nuevas instituciones  que mantendrían casi todo igual. Probablemente nos encontramos, en mayo de 1808, en Badajoz, con una de las primeras declaraciones de guerra contra la ocupación francesa, con la formación de uno de los pocos focos originales del alzamiento que derivó en la creación de una junta suprema provincial[75], y con uno de los primeros pronunciamientos de la España contemporánea.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

APÉNDICES DOCUMENTALES

APÉNDICE I. RESUMEN DE LAS DECLARACIONES DEL SUMARIO. 1816

NOMBRE Y CARGO SITUACIÓN EL DÍA DE AUTOS HECHOS QUE TESTIFICA CONDUCTA DEL capitán general
José Aldana, capitán de milicias urbanas En un cortijo en las afueras En misión en Madrid Fidelidad al rey
José Rivero, Tte coronel milicias Ayudante mayor de milicias urbanas Le encargó armar del arsenal a la milicia Fiel vasallo del rey y buen patriota
General José Galluzo En Junta de autoridades Estallido del tumulto La ignora
Gregorio Mancio, gobernador internino En Junta de autoridades Estallido del tumulto Ordenó honras al rey, ante la multitud
Manuel Madera, comerciante En la calle, junto a la casa del conde Diálogo con la multitud en el balcón Prometió la honras la rey, pero a su hora
Comandante Joaquín Vergara Conteniendo multitud en cuartel  la Bomba Multitud saca tropas del cuartel Incierto rumor de entregar la plaza
Coronel Diego del Toro En casa del conde cuando estalló motín Diálogo con la multitud en el balcón Ordenó honras al rey
Teniente coronel Laureano de las Fuentes. Comiendo en casa de  su coronel, Monsalud. Conteniendo motín Muerte del conde en Puerta de Palmas Intentó calmar a la multitud
Teniente coronel Domingo Losada Conteniendo con su coronel  Monsalud Muerte del conde en Puerta de Palmas Intentó calmar a la multitud
Teniente coronel Manuel Huertas Conteniendo a la multitud Muerte del conde en Puerta de Palmas Intentó calmar a la multitud.
General Marqués de Monsalud, Conteniendo a la multitud Cartas: Junot y MuratProclama en abril Fidelidad al rey
Coronel José Garrigó Conteniendo a la multitud Muerte del conde en Puerta de Palmas Entregó el bastón de mando a Galluzo
General Marqués de Monsalud Conteniendo a la multitud Correos franceses Fidelidad al rey
Manuel Madera, del comecio En la calle, junto a la casa del conde Diálogo con la multitud en el balcón Prometió la honras la rey, pero a su hora
Francisco M. Riesco, inquisidor de Corte En Llerena, Proclama  Fidelidad al rey,
José Romero  y Sequera, presbítero En Badajoz No hallaron papeles comprometidos Fidelidad al rey
Juan Caldera, maestrescuela Conoció la muerte sobre 3 de la tarde Asesinato cometido por soldados Proclama y defensa
Francisco Romero de Castilla, deán En casa de intendente Garay. Proclama y Junta Fidelidad al rey
Mateo Delgado Moreno, obispo En Junta de autoridades Diálogo en el balcón, entrada de multitud Fidelidad al rey.Infundios contra él.
Gabriel R. Blázquez provisor eclesiástico En Junta. En la calle, intentando apaciguar. Evolución y final del motín Fidelidad al rey.

 

 

 

 

 

 

APÉNDICE II. CORRESPONDENCIA ENTRE EL GENERAL KELLERMAN Y EL CONDE DE LA TORRE DEL FRESNO.

 

Archivo Histórico Nacional. Sección Colecciones-Diversos, legajo 136, número 36.

 

Carta primera

 

Badajoz, 6 de mayo de 1808, a las siete de la tarde.

El mariscal de campo, conde de la Torre del Fresno, comandante general de la provincia de Extremadura y gobernador de la plaza de Badajoz. Al excelentísimo señor Kellerman, comandante general de las tropas francesas en la provincia del Alentejo.

Señor general: Tengo el honor y particular satisfacción de comunicaros que, según órdenes de mi gobierno, que acabo de recibir por el correo que ha llegado, han variado las desagradables circunstancias que habían dado motivo a la interrupción de nuestra correspondencia. Así es que marcha el correo para ese reino con la correspondencia pública que trae desde mi Corte, en que no dudo irán órdenes y cartas para vos y demás generales e individuos de vuestra nación. Me apresuro con semejante motivo a manifestaros, sin embargo de lo que esta mañana os he insinuado por medio de un oficial, que se os habrá presentado, la particular complacencia que me resulta por las noticias que ha traído dicho correo, de quedar todo tranquilizado en la corte de mis soberanos, y de aseguraros con los más finos sentimientos que siempre soy vuestro más apasionado seguro servidor, que os saluda muy particularmente.

 

Carta segunda

 

Elvas, 8 de mayo de 1808

Kellerman, general de división, comandante de las provincias al sur de Tajo, al señor conde de la Torre del Fresno, capitán general de Extremadura y gobernador de Badajoz. Señor General: He leído con mucho gusto las explicaciones que vuestra excelencia me ha dirigido por su carta de ayer. Veo con placer que la efervescencia se calma, y espero que las causas que la han ocasionado no serán tan desagradables como habíamos podido temer. Os doy gracias por los cuidados que habéis tomado para seguridad de los franceses en Badajoz y para la de Martín Chegarai (sic) y del correo, que me tenía con inquietud. Os ruego le continúes vuestra petición. Pascual carretero francés que se haya preso en las prisiones de esa ciudad y tiene corte corto número de caballos y acaba de interesarme en su suerte para que se le ponga en libertad. Es un padre de familia, extraño a las disensiones políticas, que no puede experimentar sino desgracias por efecto de su detención. Os pido pues, señor gobernador, que tengáis a bien hacerlo poner en libertad, tomando disposiciones concernientes, a fin de que no le suceda ningún daño y que sus caballos y carruajes se le entreguen y no se empleen en el servicio público.

Tengo el honor de saludar a usted con la más alta consideración.

 

Carta tercera

 

Excelentísimo señor. Luego que recibí una agradable carta de antes de ayer, hice que se preguntase al momento al carruajero Pascual, sobre los males que hubiese padecido, para hacérselos reparar inmediatamente. Pero el papel que acompaña, firmado de su mano, comprobará vuestra excelencia que las quejas que le dieron carecían de fundamento. Dicho Pascual jamás ha estado en prisión ni sus caballos se han empleado en uso público alguno, por el contrario se les ha mantenido con todo esmero, y yo hubiera castigado cualquier exceso de esta clase. Lo mismo Pascual que otros varios pasean libremente por la plaza del cuartel, atienden a sus carros y presencian el cuidado que se tiene de sus caballos. No han marchado ya porque ellos mismos han querido esperar a que todo el camino esté cubierto con los piquetes de caballería que ordené repartir. Espero pues de la justicia y penetración de vuestra excelencia que no dará crédito a las voces mentirosas que sean contrarias a cuanto les tengo asegurado, y que no durará jamás que vigilaré incesantemente en que no se perjudique a francés ninguno.

Tengo el honor de saludar a vuestra excelencia con todas las muestras de la más alta consideración.

 

Certificación. Pedro Pascual, vecino de Bayona, tiene dos carros con nueve caballerías, las cuales están depositadas por disposición del señor general de Badajoz, las que, de la misma orden, se les da cebada y paja para su manutención, sin haberlas hecho trabajar, cuya disposición y requerimiento tuvo a bien dicho señor general, tanto con los franceses como con las caballerías, para evitar unas fatales consecuencias de la conmoción popular, pues del contrario hubieran podido peligrar nuestras vidas, de lo que estamos satisfechos, como del buen trato. Badajoz, 10 de mayo, de 1808.

 

Carta cuarta

 

Señor conde. No puedo mirar ya mas tiempo, con una indiferencia que manifestaría debilidad, el proceder de los habitantes de Badajoz, en cuanto a los franceses que sus negocios o las órdenes conducen a esa ciudad. Ello es inaudito, que estén continuamente expuestos a un pueblo ofuscado de la razón, no conoce respeto ni consideración, ni los derechos de la sociedad. Y que la protección vigilante que yo concedo a todos los españoles que pasan a Yelves, o a esta provincia, no pueda producir sobre los espíritus el sentimiento de una justa correspondencia. Esto pertenece a vuestra excelencia, como a los demás depositarios de la autoridad, calmar por último esta enajenación por mucho tiempo continuada. (…) Esto es lo que os requiero expresamente a hacer conocer, publicando mi carta. Tengo el honor de renovaros la seguridad de mi alta consideración. El general Kellerman. Yelves, 18 de mayo de 1808.

 

 

 

           



[1] Para la herencia de la frontera y la guerra en Badajoz en los tiempos modernos, Vid. CORTÉS, CORTÉS, F.: Una ciudad de frontera. Badajoz en los siglos XVI y XVII. Badajoz, 1990.

[2] “Memorias del mariscal Soult”. En VALDÉS FERNÁNDEZ, F.: La Guerra de la Independencia en Badajoz. Fuentes francesas. Ia.  Memorias. Badajoz, Diputación Provincial, p.39.

[3] La intendencia, principal organismo que, fruto del reformismo borbónico, aportaba cierta cohesión institucional y administrativa a toda la provincia, junto a la capitanía, ejercía amplias facultades en hacienda, guerra, justicia y policía, en competencia en las dos últimas materias con el corregidor, hasta que de dividieron ambos bloques de materias entre las dos instituciones en 1766. La intendencia fue en sus orígenes una institución surgida, durante la Guerra de Sucesión, para apoyar a la administración militar en las necesidades del ejército. Por ello se distinguían,  intendencias de ejército, como Extremadura desde 1720, junto a otras siete más, e intendencias provinciales. GARCÍA-BAQUERO, GONZÁLEZ, A.: “Las estructuras del reformismo borbónico”. Historia de España. Barcelona, Planeta, 1989, vol.7, pp.44-52.

[4]  El Badajoz un alcalde mayor servía el corregimiento, interinamente desde 1769.

Interrogatorio de la Real Audiencia. Extremadura a finales de los tiempos modernos. Partido de Badajoz. Asamblea de Extremadura, 1994, p.36.

[5] La capitanía general ocupaba el segundo nivel en la jerarquía de la administración militar,  detrás de la Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra. Hasta 1767 se denominaba comandancia, en vez de capitanía, cuando coincidía en una provincia con audiencia, desde entonces se terminó la duplicidad, aunque podía existir un comandante general como sustituto del capitán general. Además, las capitanías se acomodaron al ámbito territorial de las audiencias judiciales. En cada provincia existía un gobierno mancomunado, el real acuerdo, entre la audiencia, que actuaba como órgano consultivo  y el capitán general que la presidía. Sin embargo, en la administración de justicia, la audiencia era independiente bajo la presidencia de un regente. Extremadura era una de 13 capitanías generales existentes en España en 1808. ÁLVAREZ SANTALÓ, L.: “Restauración del prestigio: los instrumentos de fuerza y negociación”. Historia de España, cit., p.110.- GARCÍA-BAQUERO, cit., p.49.

[6] El derecho de voto en Cortes se repartía por turnos con las ciudades de Mérida, Plasencia, Trujillo y las villas de Alcántara y Cáceres. Interrogatorio, p.36.

[7]  En 1791 Badajoz contaba con 3.230 vecinos, por ello, superaba los 11.000 habitantes. Interrogatorio, cit., p.37.- RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, A.: “El número de extremeños en los tiempos modernos”. Historia de Extremadura, Cáceres, Universitas Editorial, vol. II, p.502.

[8][8] Desde la Guerra de Secesión Portuguesa, Badajoz poseía con una de las fortificaciones más inexpugnables del país, formada por ocho baluartes, tres puertas principales, tres revellines o fortines exteriores principales y otros tres secundarios, como construcciones esenciales de la defensa. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, A.: “La fortificación abaluartada de Badajoz”. Apuntes para la Historia de la ciudad de  Badajoz. Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2002 vol. I, pp.13-22.

[9] MADOZ, P.: Diccionario Histórico-geográfico de Extremadura. Cáceres, edición de la Jefatura provincial del Movimiento, 1953, vol.I, pp.238-239. Los edificios sufrieron las consecuencias de la guerra.  La mitad del parque de ingenieros fue destruida, por hallarse inmediato al principal frente de ataque francés en el sitio de 1811. El cuartel de Santo Domingo quedó casi arruinado completamente, y cuando lo describe Madoz aún no se había reedificado. Para entonces, los cuarteles eran insuficientes para las necesidades de la plaza y se habían habilitado algunos conventos.

[10] Badajoz albergaba uno de los dos regimientos de húsares que, desde la reforma de 1805, existían en la caballería española. El otro era el regimiento de Húsares Españoles. Era frecuente que los batallones de un regimiento se repartiesen entre varios destinos, especialmente los de infantería de línea, ya que un regimiento de este arma contaba, en 1808, con tres batallones de cuatro compañías cada uno. ARTOLA GALLEGO, M.: La España de Fernando VII. Madrid, Espasa-Calpe, 1999, p.109.

 

[11] Había una compañía fija de artillería en cada una de las 15 principales plazas fortificadas del país. Algunas de estas unidades habían sido destinadas aquí pocos años antes, pues no aparecen referidas en 1791, en los Informes de la Audiencia. Entonces la guarnición estaba formada, además de por la citada compañía de artillería y las milicias urbanas, por el segundo regimiento de infantería ligera de Cataluña y el de infantería de Extremadura, la bandera del regimiento de infantería de Zamora, el batallón de voluntarios de Aragón, el escuadrón de voluntarios a caballo de España y una compañía de inválidos. Interrogatorio, cit., p.46.

[12] TORENO, -conde de-.: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España. Paris, Librería de Baudry, 1838,  vol. I, p.130. -Archivo Municipal de Sevilla. Biblioteca-.

[13] Autores actuales asumen las cifras de tropas que ofrece Toreno. CASINELLO PÉREZ, A.: “La guerra peninsular de 1808: del entusiasmo a la frustración”. Revista de Historia Militar, 2005, número extraordinario.

[14] Si consideramos que cada batallón de infantería  estaba formado en esos momentos por un mínimo de 500/600 hombres, sólo de este arma debería haber contado la plaza con 1.000/1.200 hombres más. De todas formas, en vísperas de la guerra muchos regimientos  se hallaban incompletos. El mismo conde de la Torre del Fresno estuvo al frente, unos años antes, como brigadier, del regimiento de infantería de línea de Extremadura, con poco más de 700 hombres, la mitad de su plantilla efectiva.

[15] El regimiento de infantería de línea de Extremadura, cuya denominación denota su origen y reclutamiento, como era ya usual en la época, estaba destinado en Tarragona.. Para Todos los aspectos tratados de organización y uniformidad militar, Vid. GÓMEZ DE ARTECHE Y MORO, J.: Guerra de la Independencia: historia militar de España. 1808-1814. -14 vols.- Madrid, Depósito de Guerra, 1868-1903, y la web ingenierosdelrey.

[16] Las milicias urbanas a las que se refiere Toreno eran fuerzas de reserva de infantería, reclutadas y costeada por cada municipio. Badajoz contaba con 14 compañías de este cuerpo.

[17] El título fue obtenido por su abuelo, Toribio Grajera, en 1747. Hijo de don Joaquín Grajera y Roco y de doña Florencia de Argüello y Amesquida. Contrajo matrimonio en Badajoz el 8 de abril de 1.775,  con Juana Topete y Argüello, con quien tenía parentesco. Tuvieron cuatro hijas: Carmen, Florencia, Joaquina y Petra, casadas todas ellas con militares. Vid. Blasones hispanos y crónicas de Talavera, direcciones web, para aspectos genealógicos y locales.- Archivo General de Simancas. Secretaria del Despacho de Guerra, 7326, 21, fols. 281-289.

 

[18] Vid. GÓMEZ VILLAFRANCA, R.: La Guerra de Independencia en Extremadura. Memoria histórica y colección diplomática.  Sevilla, Muñoz Moya, 2004  pp. 18 y 19. Esta autor indica que fue nombrado gobernador militar y político de Badajoz el 28 de julio de 1807 y tomó posesión del cargo el 7 de septiembre. Al ocupar Toribio Grajera el puesto de capitán general, ascendió a gobernador militar y político  de la plaza, Juan Gregorio Mancio,  que era teniente de rey, o segundo jefe de la plaza, como el mismo explica en el sumario. No obstante, en diversas fuentes, como las cartas con Kellerman, Torrefresno se titula gobernador de la plaza. Probablemente Torre del Fresno abarcó éste último cargo y el de capitán general si, como afirma, Rincón, Mancio fue nombrado corregidor en septiembre de 1808. Vid. RINCÓN, J.: El regañón. Periódico extremeño de iniciativa particular, publicado en el año de 1811. Badajoz, Arqueros, 1926, p.143.

[19] GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., Para la segunda parte, la colección diplomática, que contiene el interrogatorio del juicio sumario, hemos utilizado la edición original de la Biblioteca de Extremadura, -Badajoz-, editada por Tipografía Uceda, Badajoz, 1908. Documentro nº 9, pp.7-17. Para reducir citas  no referimos la página de cada testimonio, puesto que es fácil de localizar dentro del documento.

[20] El cabildo de la catedral de Badajoz constaba de siete dignidades, por orden: deán, arcediano de Badajoz, chantre, arcediano de Jerez, tesorero, maestrescuela  y prior, detrás se situaban los canónigos. Interrogatorio, cit., p.40.

[21] Fueron miembros de a misma: el obispo, Mateo Delgado; el deán, Francisco Romero Castilla, el inquisidor Riesco que primero fue presidente de la Junta de partido de Llerena; los brigadieres, marqués de Monsalud y  José Galluzo,  o el teniente de rey Juan Gregorio Mancio Vid. RINCÓN, cit., pp.125-172.  Rincón ofrece una relación sucinta de los principales méritos de cada miembro de la Junta.

[22] ARTOLA, cit., p.468.

 

[23] Vid., GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p21. Esta autor también insiste en esta apreciación.

[24] TORENO, cit., p.129.

[25] El propio Gómez no tiene constancia segura del personaje: “podía ser media hora antes disparado por una mujer, dicen que maría Cambero, la Maricona”. GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.20. Solar y Ordóñez desarrolla literariamente el tópico como trama esencial  a lo largo de su documentada y amena novela. Vid. SOLAR Y ORDÓÑEZ, cit.

[26] “Concertóse en las diversas reuniones un vasto plan que el 3 o 4 de junio debía ejecutarse al mismo tiempo en Badajoz y cabezas de partido”.- Vid. TORENO, cit., p.129

[27] TORENO, cit., p.29.

[28] GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., documento nº 8.

[29] Colección legislativa de España. Tampoco se trataría de artilleros, pues según las ordenanzas de 1802 “El uniforme del artillero será casaca y pantalón azul turquí; chaleco, vuelta, cuello, forro y vivo encarnado Contra esta argumentación se podría oponer la trayectoria de las tropas. Si el cuartel de húsares era la Bomba, lo normal es que hubieran aparecido en la plaza de San Juan, directamente desde el Campo de San Francisco, no por la calle de San Blas, provenientes de Puerta Trinidad. Parece que este punto cobra especial interés como arranque de las oleadas del motín que lo avivan y precipitan.

[30] ARTOLA, cit., p.82

[31] Es difícil creer, con el carácter formalista que siempre ha tenido, y tiene, el Ejército, y que envuelve cualquier de sus actos, que éste pudiera ser un hecho espontáneo sin más significación.

[32] TORENO, cit., p.129

[33] GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.20

[34] El postillón era el mozo a caballo que precedía a la posta, o tiro de caballerías que, en este caso, llevaban las valijas del correo.

[35] ARTOLA, cit., p.84

[36] Toreno por su parte indica que en la muerte participaron tanto paisanos como militares. GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.22.- TORENO, cit., p.129.

[37] QUESADA SANZ, F.: “La espada del coracero”. Aventura de la Historia. Nº 118, (agosto 2008), pp.92-94. El sable de húsar era algo más corto que el de caballería de línea o pesada, pero de tendencia curva y corte en un sólo filo. El sable de artilleros y zapadores era más corto, ancho y recto..

 

[38] El caballo de frisa es un madero regular atravesado por púas metálicas que, enclavado en el suelo, servía de defensa frente a la caballería.

[39] El testimonio ocular del coronel Garrigó desmiente a Toreno, quien afirma que el golpe final lo asestó un artillero, salvo que el citado zapador se hayase encuadrado en la compañía fija de artillería, y de ahí venga la identificación. TORENO, cit., p.129

[40] El regimiento fue disuelto por Real Orden de la Junta Suprema Central, el 20 de diciembre de 1808, a propuesta del teniente general Galluzo. El entonces teniente coronel y sargento mayor del regimiento, José Garrigó, presentó alegaciones a favor de su unidad y de su conducta –menciona al capitán Manuel Huerta- que, entre otros hechos, se vio implicada en la sedición  y el asesinato del general San Juan, en Talavera de la Reina, tras la derrota de Somosierra, así como en las retiradas provocadas por las derrotas del Ejército de Extremadura ante las tropas imperiales, tanto “que por todas partes se les decía con encono el apodo de María huye” –en palabras del propio Garrigó-. Vid. GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.281-283.

[41] Vid. DUFOUR, G.: La Guera de la Independencia. Madrid, Historia 16, 1989, p.43.

[42] Toreno, cit., p.129. Artola, por ejemplo, afirma que el olvido de las ceremonias, con motivo del día de San Fernando, fue la chispa que encendió el motín. ARTOLA,  cit., p.84.

[43] Toreno señala la coincidencia, pero con el fin de destacar lo contrrio, su teoría del estampido espontáneo. TORENO, cit., p.129.

[44] Pasó pronto el regocijo de las fiestas por la coronación de Fernando VII, que comenzaron con procesión, repique de campana e iluminación general la tarde domingo 17 de abril y se extendieron hasta el día 21 con rogativas. GÓMEZ VILLAFRANCA, cit. Documentos nº 2 y 3.

[45] Archivo Histórico Nacional. Colecciones-Diversos, legajo 142, nº 5.

[46] GARCÍA PÉREZ, cit., p.662. Ayala y Alzás siguen esta opinión, el último además califica sin más la actitud del conde de cobarde. AYALA VICENTE, F.: “La Guerra de Independencia en Extremadura”. Revista de Cultura Militar, 2001, nº 15, p.53-60.- CARLOS J. SÁNCHEZ ALZÁS, “La presencia francesa en Plasencia durante la guerra de la Independencia” (1808-1812).

[47] GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., Documento nº 4. Es claro el ambiente de confusión con la expresión, “aunque las noticias no son ciertas”, si bien es evidente que ya había calado la imagen propagandística del rey secuestrado y engañado en Bayona.

[48]Ibídem. Colección Diplomática, documento nº 5. Se trataba de la circular del ministro O`Farril, de la Junta de Gobierno, que comenzó su mandato al marchar Fernando VII a Bayona, del día 3 de mayo, condenando el alzamiento del día anterior y llamando al orden.

 

[49] TORENO, cit., p.128

[50] Según este mismo autor, la junta, si se produjo, tal vez no fuera sólo militar, ya que los jefes militares que testifican en el sumario, y que deberían haber acudido a ella, no la mencionan, sino una tertulia de notables y autoridades de todos los órdenes. GÓMEZ VILLAFRANCA, p.19-20. Artola da por sentado que se celebró dicha junta, y que Solana participó tanto en ella como en la elaboración de la proclama.- ARTOLA, cit., p.86.

 

[51] Tal vez sólo el corregidor de Trujillo se adelantase, el mismo 3 de mayo, a circular la alarma general. GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.16.

 

[52] ARTOLA, cit., p.76-78.

[53] Desconocemos aún el peso real que pudieran tener esos oficios de la Junta de Sevilla para precipitar los acontecimientos.

 

 

[54]  TORENO, cit., p. 130. Se refiere al enviado de la Junta de Sevilla, el capitán Ramón Gavilanes, que tuvo gran influencia en los primeros días de la Junta establecida en Badajoz.

[55] El 17 de junio de 1808, el secretario del despacho de Guerra recibió solicitud para  agregar a Carlos Reboul, ayudante de campo de Torre del Fresno, a un regimiento de caballería, y  recomendar al marqués de Camarena la Real, coronel del regimiento de infantería de Valencia; a  Francisco Álvarez Caballero, comisario ordenador y Carlos Decombes, ayudante del regimiento de caballería de la Reina. Archivo General de Simancas. Secretaria del Despacho de Guerra, legajo 7326, número 21, fols. 281-289

[56] Colección Legislativa de España, año 1817, p.374. A pesar de todo ello, la viuda de Torre del Fresno, ofreció uno de los más generosos donativos para el ejército de Extremadura. GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.25-30.

[57] Recientemente ha sido reivindicada la memoria del conde de la Torre del Fresno por su propia ciudad. El Ayuntamiento le ha dedicado una plaza en el barrio de Cerro Gordo. Vid La crónicadeBadajoz. 18 de junio de 2008.

[58] GARCÍA PÉREZ, cit., p.667.

[59] Vid, GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.21.- GARCÍA PÉREZ, J.: “Guerra, reacción y revolución”. Historia de Extremadura. Badajoz, Universitas Editorial, Badajoz, vol.IV,  p.652.

[60] TORENO, cit., p.129.       

[61] José María Calatrava sería diputado en Cádiz y  un destacado político liberal. En 1808 era procurador del concejo de Badajoz. Bullón insinuó la vertiente liberal de la conspiración, si bien no ha vuelto a insistir en ello. Ovalle fue elegido, el 25 de mayo, representante por el concejo en las Cortes de Bayona. Vid. BULLÓN DE MENDOZA, A.: “Historia política y militar”. Historia de la Baja Extremadura. Badajoz,  Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes. 1986, T.II, p.1032.- “Introducción” a GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.10-17 y 273.

[62] Cfr. GÓMEZ VILLAFRANCA,  cit.,, pp.21-22. Para empezar, no conocemos la lista completa de los convocados a la junta del día 30 en casa del conde.

[63] GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.24.

[64] ARTOLA, cit., p.287

[65] TORENO, cit., p.129.                     

[66] El conde de la Torre del Fresno compartía parentesco lejano con Godoy, por línea materna, a través del apellido Roco. Solar sugiere diversas enemistades familiares, inevitables dentro de cualquier oligarquía, que abren nuevas líneas de investigación. Vid. SOLAR ORDÓÑEZ, J.J.: 30 días de mayo. Badajoz, 1808-1848. Badajoz, Ayuntamiento, 2003. También Rincón insiste en venganzas personales ocultas. Vid. RINCÓN, J.: “Los sucesos del 30 de mayo”. Revista del Centro de  Estudios Extremeños. 1935, vol. IX, p.79-86. IDEM.:  El clero extremeño en la Guerra de la Independencia. Badajoz, Imprenta del Noticiero Extremeño, 1911,np.17

[67] GÓMEZ VILLAFRANCA, cit., p.19.

[68] Ibídem, p.19

[69] Ibídem, p.21

[70] “Víctima inocente de su imprudencia, nunca mereció el injurioso epíteto de traidor con que amargaron sus últimos suspiros”. TORENO, cit., p.129.

[71] No hay que olvidar que el propio rey Fernando VII, antes de partir para Bayona, ordenó a la Junta de Gobierno contemporizar con las tropas francesas, que Carlos IV, cuando recuperó la corona, y antes de entregarla a Napoleón, designó a Murat lugarteniente geneal del reino y, que, Castaños fue el único militar con mando superior que tomó iniciativas por su cuenta, y se puso a disposición de la Junta de Sevilla. ARTOLA, cit., p.86.

[72] Paradójicamente también, Solano era el suegro del marqués de Monsalud.

[73] DUFOUR, cit., p.43. Fueron los casos, entre otros, del capitán general Borja en Cartagena, del conde del Águila en Sevilla, o del conde de Albalat en Valencia,.

[74] Las investigaciones de los últimos años desmienten cada vez más el tópico de motines populares espontáneos. Esta teoría ya fue asentada por Corona. Vid. CORONA C.: Revolución y reacción en la España de Carlos IV. Madrid, 1957.

[75] Se trata de ocho focos originales. Vid. ARTOLA, cit., p.78.

Oct 072013
 

Luís Vicente Pelegrí Pedrosa.

La llegada de los capitales indianos a Castuera, fruto de la emigración al Nuevo Mundo de casi un centenar de castueranos en los siglos XVI y XVII, benefició especialmente a los familiares de estos emigrantes, lo cual nos lleva a considerarlos como un grupo social diferenciado. Pero esto no significa definir el surgimiento de un nuevo grupo social apoyado en el dinero de las Indias, antes al contrario implica distinguir una facción de la oligarquía indiana que vio reforzada su posición por su vinculación con algunos de los indianos de esta localidad. Como ejemplo de esta facción indiana de la oligarquía de Castuera tratamos del linaje de los Calderón Gallego, al que pertenecía uno de los principales indianos de esta villa, don Pedro Calderón Gallego.

Para llevar a cabo este análisis es necesario atender a los factores de formación y beneficio de esta facción indiana, que son los envíos de dinero y la administración de las fundaciones que crearon los indianos, y por otro lado hay que estudiar los factores de su apreciación y consolidación, que son, en el caso de los Calderón Gallego, el poder concejil, el mayorazgo, y la esclavitud, como signos e instrumentos de poder y prestigio, ya que don Juan Calderón Gallego, hermano de don Pedro, fundó en Castuera un  mayorazgo en 1692[1], incluyendo en él dinero enviado por su hermano, además de un oficio de regidor perpetuo.

En esta comunicación nos dedicamos a los dos primeros, es decir, de los factores formativos, que se incluyen entre las facetas de inversión de los capitales indiano en Castuera, entre las que se encontraron, además de éstos, el mecenazgo a las iglesias, y la tierra[2].

El estudio de unas y otras formas de inversión lo hemos realizado en los fondos del Archivo de Protocolos Notariales de Castuera, que evidencian así la importancia de las fuentes locales para el conocimiento de la relación entre Extremadura y América, y más cuando esta es la primera investigación que se realiza con los documentos notariales de Castuera[3].

Las referencias documentales las realizamos así:  A.P.C, Archivo de protocolos de Castuera; documento y fecha, escribano, folio, -fol.- y número del legajo. Cuando el año del protocolo en el que se halla incluido el documento es distinto a éste se señala junto al nombre del escribano.

Antes de nada es necesario conocer al protagonista del beneficio económico y social de los Calderón Gallego, don Pedro Calderón Gallego. Este castuerano emigró a Cartagena de Indias hacia 1650  y retornó en 1689. En ese periodo alcanzó una notable posición social en ese importante puerto americano, pues alcanzó el prestigioso puesto de alguacil mayor de la Inquisición, y amasó una importante fortuna valorada en más de 20.000 pesos sólo en una estancia ganadera. Don Pedro Calderón, fue, además, de uno de los indianos más ricos de Castuera y uno de los pocos que regresó a su villa natal para invertir allí su fortuna[4]. Fruto de esa riqueza realizó diversos envíos de dinero para la creación de fundaciones pías y para el disfrute de sus familiares, que se beneficiaron de ello bien como administradores de esas fundaciones o bien mediante el beneficio debido o indebido de su dinero.  Para ello nombró como administrador a su hermano don Juan Calderón Gallego,  sin embargo no se distinguió con claridad un fin de otro, lo que dio lugar a complicaciones.

Don Pedro Calderón pretendió crear dos obras pías, una dedicada al Santo Sacramento y otra para el culto a Santa Ana, sin embargo, sólo la primera llegó a funcionar sin instituirse. Don Juan afirmaba en sus testamento, realizado en 1695, que tenía impuestos a censo 2.000 pesos a nombre de dicha fundación, y otros 1.000 a su propio nombre. Sin embargo, don Pedro en su testamento, fechado en 1708 acusaba a su hermano de no cumplir con sus disposiciones:  «declaro es notorio en esta villa como remití de Indias, tres mil patacones a don Juan Gallego, mi hermano, ya difunto, para que fundase en la santa iglesia parroquial de esta villa un terno de chirimías para que asistiese al santísimo Sacramento en sus salidas en forma de viático a los enfermos, y demás funciones que se ofreciese y fiestas que se celebran en dicha iglesia. Y aunque llegaron a poder de dicho mi hermano, con el indebido pretexto de que no se hallaban personas que quisiesen entrar en el ejercicio de ministriles, en que padecí engaño, pues he sabido hubo muchos pretendientes de Zalamea y de esta villa, luego que llegué a España. Y teniéndolo por muy cierto vine en que dicha cantidad, con otra porción que se agregase al vínculo y mayorazgo que dicho mi hermano y doña Isabel Cortés, su mujer fundaron. No pude tener acción ni autoridad en que se agregasen a dicho vínculo y mayorazgo, aún dado que fuese cierto el no haber quién quisiera entrar en el ejercicio de dichas chirimías, y así, conociendo el yerro que hice, que para cometerlo no me disculpa el llegar a este país con los ojos como vendados»[5].

Pero aquella no fue la única cantidad destinada por don Juan Calderón a otro fin que no fuera el estipulado por su hermano, pues como éste último denunciaba también en su testamento que: «de los ocho mil quinientos patacones que paraban en poder de dicho mi hermano, de mi cuenta quedaron  en su poder de tres partes las dos, para dicho vínculo, y para el cumplimiento del aniversario en cada un año por noviembre y celebración de la fiesta de mi señora Santa Ana»[6]

Don Juan Calderón certificaba también en su testamento el beneficio directo por parte de la familia del dinero de don Pedro Calderón, pues según él «don Pedro Calderón enviará otra remesa de plata para fundar un patronato a capellanía a favor de fray don Juan Calderón Gallego, mi hijo, religioso de la orden de San Francisco de la Calzada, ya difunto, con lo que la cantidad enviada se agregará al mayorazgo»[7].

Todos estos testimonios son elocuentes del aprovechamiento que de los capitales de don Pedro Calderón hicieron sus familiares, más allá aún de la parte que les destinó para su beneficio directo, por otra parte evidencian también la participación en el mayorazgo de don Juan Calderón Gallego de los capitales de su hermano, y que fue instrumento de consolidación de su posición social.



[1] A.P.C. Mayorazgo 22 de septiembre de 1692. Juan Gómez, fol. 79, 14.

[2]Pelegrí Pedrosa, L.V: «Los capitales indianos en Castuera (Badajoz) y sus formas de inversión en el siglo XVII». Actas de los XX Coloquios Históricos de Extremadura. Cáceres, 1994, pp. 237-261.- Pelegrí Pedrosa, L.V: «El mecenazgo de los indianos de Castuera (Badajoz) en América y en Extremadura durante el siglo XVII». Actas de los XX Coloquios Históricos de Extremadura. Cáceres, 1994, pp. 262-263.

[3]Rodríguez Sánchez, A y otros: «Las fuentes locales para el estudio de la Historia de América». Alcántara, 7, Cáceres, 1986, pp.69-81.

[4]González Rodríguez, A y L.V Pelegrí Pedrosa: «Capitales indianos en Castuera (Badajoz): censos y fundaciones, 1660-1699». Actas del IX Congreso Internacional de Historia de América. Sevilla, 1992, pp.293-319.

[5] Testamento, 21 de mayo de 1708, Juan Gómez, fol.17, 23.

[6] Ibídem

[7] A.P.C.  Testamento, 1695, Juan Gómez Benítez, fol.64, 16.A.P.C. Testamento de don Pedro Calderón Gallego, 21 de mayo de 170, Juan Gómez, fol.17, 23.

Oct 012012
 

Luis Vicente Pelegrí Pedrosa.

 

Teatro de la Real Isla de León. –hoy San Fernando- 24 de septiembre de 1810. Diez extremeños, representan a su tierra en las Cortes Extraordinarias que se inauguran esa tarde. Han llegado allí atravesando territorio enemigo en plena Guerra de Independencia.. Sus paisanos los han elegido mediante un complicado sistema de sufragio indirecto, recogido en la primera ley electoral de la España Contemporánea –la Instrucción de la Regencia de 1 de enero de ese mismo año. Aún no son conscientes, pero ayudarán a alumbrar, tras una larga gestación de tres años, una nación libre de la ocupación extranjera y del despotismo. Representan a la nobleza provincial y a las clases medias profesionales que, gracias a su formación, universitaria en unos casos, y a su cualificación profesional en otros, hicieron carrera en el Ejército, la Iglesia, la Administración del Estado o en el ejercicio de ocupaciones liberales como la abogacía.

Ninguno de nuestros disputados destacaba por su gran fortuna o hacienda, que para muchos de ellos dependía de su trabajo y de la carrera que ejercían antes de participar en la política. En este punto hay que destacar el sacrificio de dos diputados extremeños electos. Juan Capristano Chaves y Vargas, enfermó a las Puertas de Cádiz, tras el extenuante viaje que, de vuelta, le llevó a morir a la hacienda de su ciudad natal. Fue sustituido por José Chaves y Liaño, a quién le costó la ruina el intento de tomar posesión de su acta. Era una vacante que parecía maldita, pero que finalmente cubrió Gabriel Pulido Carvajal, abad de Cabañas. Estaban destinados a jugarse hacienda, carrera y hasta la vida; o en manos francesas por su rebeldía al monarca intruso entronado en las Abdicaciones de Bayona; por la peste de fiebre amarilla que asoló Cádiz en 1813, -y acabó con la vida de Luján- o después, muchos de ellos, perseguidos por la reacción absolutista, en 1814.

Ese día estaban convocados por la Regencia, depositaria de la soberanía real durante el secuestro de Fernando VII por Napoleón, para representar a los territorios de la Corona y a las Juntas de Gobierno que organizaron la resistencia, tras la invasión francesa y el colapso del Estado en mayo de 1808. Unos eran partidarios de cumplir esa misión y ganar la guerra. No era momento de ninguna reforma, pensaban. Otros, además de aquel fin veían la ocasión de transformar el decadente Estado de la Monarquía Absoluta en un nuevo Estado-Nación, siguiendo el ejemplo de las revoluciones norteamericana y francesa. De hecho, las viejas instituciones fueron sustituidas, desde abajo, por unas Juntas que sólo tenían de nuevo el nombre de algunos de sus componentes. Los primeros, formaron el grupo conocido como diputados absolutistas, entre ellos se encontraban Pedro Quevedo y Quintano, obispo de Orense; Francisco María Riesco, Inquisidor de Llerena; y Alonso María de la Vera y Pantoja, militar retirado y regidor de Mérida o el mariscal de campo Gregorio Laguna, entre otros. Los segundos, fueron tildados de liberales: Luján, relator del Consejo de Castilla; Muñoz Torrero, rector de la Universidad de Salamanca; José María Calatrava, abogado del Concejo de Mérida, o el también militar Francisco Fernández Golfín. Nacía así en Cádiz un término político que llenaría todo un siglo: liberalismo. A ambos grupos les asistía gran parte de la razón, pero el programa liberal triunfó, y el 19 de marzo de 1812 los diputados extremeños juran la primera Constitución de la España Contemporánea, la tercera escrita del mundo, y contribuyeron a colocar la piedra angular de la primera democracia efectiva y universal de este país, la que nació con la Constitución de 1978.

Ninguno pertenecía tampoco a la oligarquía gobernante, quizás el más cercano a ella fuera el obispo de Orense, incluso inician su carrera política con este cargo público y representativo. Sin embargo, forman parte de los cuadros de mando del Ejército, la Iglesia y la Administración del Estado, de la cual algunos son altos funcionarios. Provienen de las instituciones de la Monarquía Absoluta que conocen profundamente y que consideran necesario reformar o sustituir para que sirvan al bien común. Y saben cómo hacerlo, con un programa definido y una estrategia clara que desemboca en la refundación del Estado. En este sentido, y en algunos aspectos, el programa reformista liberal, que lideraron algunos de nuestros más insignes diputados extremeños, se asemeja a la Transición que condujo a nuestra actual democracia. Aunque, al contrario que en aquélla, el Rey, en cuyo nombre se hizo la Constitución, no sólo no la encabezó sino que le asestó un tajo mortal con el decreto del 4 mayo de 1814, que la derogaba y proscribía a nuestros primeros representantes electos al cadalso: Fernández Golfín en las arenas de Málaga-; o al destierro y prisión: Muñoz Torrero en las cárceles portuguesas.

Pero, recuperamos el hilo de aquella tarde de los días postreros de septiembre de 1810.

-Atención, que van a leer el papelito; -Don Manuel Luxán leyó-; -¿Se ha enterado usted, amiga doña Flora?; -¿Acaso soy sorda? Ha dicho que en las Cortes reside la Soberanía de la Nación.; -Y que reconocen, proclaman y juran por rey a Fernando VII… que quedan separadas las tres potestades… no sé qué terminachos ha dicho. Que la Regencia que representa al Rey, o sea el poder ejecutivo preste juramento. Que todos deben mirar por el bien del Estado; -Eso es lo mejor y con decirlo sobraba lo demás.(Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales: Cádiz).

El gran novelista del siglo XIX recogió así el ambiente popular de las tribunas en el Teatro de la Real Isla de León, el día que se inauguraron las Cortes de Cádiz. Aquella noche, el castuerano Manuel de Luxán, enunció, en la primera propuesta de decreto, -elaborado junto a su gran amigo Muñoz Torrero- la soberanía nacional y la separación de poderes, base de cualquier democracia. Elegido diputado por Extremadura, en julio de ese mismo año, en Badajoz, Manuel Mateo de Luxán y Ruiz de Morillo (Castuera, 1763-Cádiz, 1813),  llegó a ser un reconocido protagonista y Secretario de aquellas cortes, así como signatario de la Constitución del 19 de marzo 1812: “la Pepa”. Hijo de un escribano de número del Ayuntamiento de esta villa –similar a un notario actual-, fue ejemplo de las clases medias letradas que ascendieron, gracias a su cualificación, en la escala del Estado en el convulso cambio de siglo. Con él arrancó la carrera política de un importante linaje del liberalismo extremeño: los Lujanes de Castuera, encabezado en la siguiente generación, por el general Francisco de Luxán y Miguel Romero, destacado militar, científico y político, promotor de la primera Ley de Ferrocarriles, en 1855, como ministro de Fomento. Con Manuel Mateo de Luxán nos vamos a centrar en la trayectoria de uno de nuestros diputados más destacados, y más desconocidos hasta que recientemente hemos alumbrado nuevos datos de su biografía de la que ofrecemos un resumen1.

Manuel de Luxán, tras pasar su infancia y adolescencia en Castuera, se graduó como Bachiller en Leyes por la Universidad de Salamanca en 1782, con 19 años. Ejerció la pasantía de abogado en la misma ciudad, desde el día que salió de la Facultad, hasta febrero de 1786, a la par que impartía docencia como profesor universitario y obtenía, en 1785, el título de doctor en leyes y cánones, con 22 años. Durante esta etapa de formación, en el principal centro intelectual del país, trabó estrecha amistad y afinidad política, con su paisano de Cabeza del Buey, Diego Muñoz Torrero, que llegó a rector, y debió tomar contacto con los círculos ilustrados que conformaron el futuro grupo liberal de las Cortes de Cádiz, en el que ambos militaron. En aquel año obtuvo la licencia como abogado de los Reales Consejos, -como lo fue su paisano y diputado, el cacereño Juan María Herrera- que autorizaba a pleitear ante los máximos organismos del Estado, y también el ingreso en el Colegio de Madrid. Su carrera culminó cuando aprobó, en 1793, el ingreso como uno de los ocho relatores del Supremo Consejo de Castilla, máximo órgano y tribunal de la administración en la época. Aquellos relatores eran altos funcionarios de Justicia -equiparables a las de un secretario judicial del Tribunal Supremo-. Allí ejerció hasta la invasión francesa y el alzamiento del 2 de mayo de 1808.

Durante la Guerra de Independencia alternó estancias en Castuera, donde se alistó en la milicia comarcal, con periodos de servicio a la Junta Central, germen del nuevo Estado nacional, hasta la ocupación francesa de Sevilla en enero de 1810. Aquel año vivió en su pueblo hasta que obtuvo el alto encargo de los extremeños de representarles, junto a un pequeño grupo de diputados, en las Cortes de Cádiz, donde transcurrió los tres años más importantes de su vida, en la creación de una nueva nación. Manuel de Luxán tuvo una destacada participación en los principales debates y decretos de reforma, así como en las discusiones constituyentes, y en especial en la Libertad de Imprenta, de 1810; la abolición de la Inquisición, en 1813; así como en los decretos que abolían los privilegios sociales y de cuna en el acceso a los cargos del Estado y del Ejército. Según algunos biógrafos, Manuel de Luxán fue nombrado por las Cortes ministro de Justicia, -el primero de la historia constitucional de España- cargo que nunca llegaría a ejercer por su temprana muerte, con 50 años de edad, víctima de la epidemia de fiebre amarilla que asoló la ciudad en 1813, como se ha mencionado. Destacados diputados del grupo liberal, como el puertorriqueño Power, se atrevieron a negar la virulencia del brote. Parece que ni la amenaza de la muerte podía frenar el ansia de aplicar su programa político reformista y que a algunos, como a Luxán y al mismo Power, les costó la vida2.

Como ejemplo del pensamiento político de Luxán, formado en las ideas ilustradas que conoció en Salamanca, y que fructificaron en no pocas medidas y decretos de las Cortes de Cádiz, ofrecemos una breve selección, en relación a algunos de los problemas más trascendentales que allí se debatieron y que conocemos gracias a las actas y diarios de sesiones,3 como la libertad de imprenta, el libre acceso a los cargos públicos, el rechazo a los privilegios heredados, la igualdad de derechos y deberes ciudadanos y la necesidad de limitar el veto real como cauce hacia una monarquía limitada.

Sobre la Libertad de Imprenta, destaca el discurso de la sesión de Cortes del 25 de junio de 1811:

“Me acuerdo mucho de que, aun los señores que se opusieron al establecimiento de la ley sobre la libertad de la imprenta, no querían que la censura de las obras quedase jamás en manos del Gobierno, sino que siempre debían ser censuradas las obras por personas que ninguna relación tuviesen con él. ¿Y por qué esto?, sino porque entonces sólo se publicaría y correría lo que al gobierno se le antojase.

En coherencia a su rechazo de los privilegios políticos heredados, contrarios al mérito personal, y en defensa de la elección de los cargos municipales, en la sesión del 10 de enero de 1812, expuso:

“Cuando se presentó el primero proyecto de arreglo de provincias , dije a Vuestra Magestad que yo tenía dos títulos de regidor perpetuo, y que desde luego los renunciaba sin remuneración ni recompensa alguna. Repito ahora esta oferta, que desde luego realizo, presentando a Vuestra Majestad uno de los títulos que tengo en mi poder, sin exigir remuneración alguna”4.

Por su formación como jurista y miembro del más alto tribunal del Estado, el Consejo de Castilla, Luxán defendió en sus discursos valores que hoy sustentan la igualdad ante la ley y la independencia del poder judicial. En relación a los derechos del detenido y el “habeas corpus”:

“Señor, estoy conforme con lo que dice el artículo en la sustancia, más no en el modo: es decir, que el poder ejecutivo no debe tener a ningún ciudadano detenido ni preso a su arbitrio ni un instante, porque esto corresponde al judiciario, y cuando por una providencia gubernativa sea preciso arrestar a alguno, inmediatamente debe entregarlo al poder judiciario, sin que pare en su poder ni un instante. 3 de enero de 1811. (p.293)

Luxán rechazaba la tortura, como conocedor que era por su profesión de las cárceles madrileñas. Su participación en el debate, junto a la de otros diputados, desembocó en el decreto de abolición de la tortura del 2 de abril de 1810.

“Por un refinamiento de este inhumano y feroz vicio, se han inventado los apremios que las Cortes proscriben para siempre, indignos de ser considerados como pruebas, y mucho más falibles que el mismo tormento. En esta prueba absurda en que había de intervenir y asistir el juez, se confundían las augustas funciones del magistrado con la infame presencia de un verdugo; abatimiento que apenas se puede concebir cómo ha sido posible tolerarse tanto tiempo por una nación pundorosa y de pensamientos tan altos. Las Cortes han proveído de remedio a entrambos males con la abolición de la tortura y de los apremios que se imponían a los reos, y aun a los testigos, para arrancarles sus declaraciones en medio del dolor, el abatimiento y la infamia, restituyendo a los magistrados aquel carácter de nobleza que debe acompañarles en todas ocasiones, en la famosa sesión del 2 de abril, declaración y acuerdo que harán honor a las Cortes, a la nación generosas y sensible que representan, y al digno diputado don Agustín de Argüelles, que hizo la proposición que dio motivo a esta ley. He dicho”. 21 de abril de 1811. (p.904).

Su concepto de independencia judicial queda cristalino con el análisis de su participación en el debate del 28 de diciembre de 1810

“Señor, creo que las miras de las comisión no son más que quitar al Consejo de Regencia la arbitrariedad o influjo sobre los jueces, y dejar a éstos toda la seguridad posible que quiere la Nación y exige la justicia. Con esto me persuado que los jueces estarán tranquilos y administrarán justicia, sin intrigas y sin temer que el influjo superior les quite los destinos. Para esto basta que absolutamente no puedan ser removidos sin que proceda una causa justificada; pero en esto yo quisiera que hubiese más claridad, y se dijese que no podrán estos jueces, contra su voluntad, ser privados de sus empleos, sin que preceda una declaración en juicio”. (p.242)

En una coyuntura de crisis del Estado y de la Hacienda Pública, Luxán, como funcionario, tenía claro cómo debían contribuir los empleados públicos:

“Voy a manifestar mi dictamen aunque parezca que es extraño; pero diré lo que siento con la franqueza que acostumbro. El fin que se ha propuesto Vuestra Magestad en hacer la rebaja de los sueldos de los empleados que no estén en ejercicio, no es otro sino ver cómo podemos salir del apuro en que nos hallamos de la falta de numerario suficiente, no sólo para atender a los empleados sin ejercicio, sino para los que están en él y aun para la guerra. Aquí no se trata de castigar a nadie, sino de poner economía en esta casa. La nación es una casa donde el padre de familia debe fijar una recta administración, porque si paga a criados que no le sirven, aunque sean beneméritos, se verá en la necesidad de hacer una bancarrota: esto es lo que sucede en el día. No tratamos de atropellar a los que han servido a la Patria, sino de darles el alivio posible para que se mantengan, y poder mantener también a los que ahora le sirven y sacarla entre todos de los ahogos en que se halla”. 31 de mayo de 1811, (p.1157)

Para Luxán, la igualdad en las obligaciones, fiscales, militares y otros deberes colectivos, debía albergar la contrapartida de la igualdad de acceso a cargos públicos y a centros de formación como los colegios militares, máxime en la coyuntura bélica en la que se encontraba España:

“La conveniencia pública, las circunstancias en que se halla en Reino y la razón, exigen que se derogue el capítulo de la ordenanza que requiere nobleza en aquellos que han de entrar en los colegios militares. Este capítulo de la ordenanza del Ejército es injusto e impolítico, y en lugar de favorecer a la nobleza y al Estado, perjudica notablemente a uno y a otro. En una Monarquía moderada, como la de España, es preciso que la carrera del honor esté franca y abierta a todas las clases, porque a todas se les debe consideración; todos contribuyen al esplendor de la Monarquía, y todos tienen derecho a merecer proporcionarse y conseguir el honor. Sin este estímulo se envilecerían aquellas que, aunque honradas, no tuvieron el libre acceso a los destinos que elevan a las mismas clases; cesaría la emulación y jamás darían los españoles un paso que los sacara de la oscuridad en que se hallasen, ni los hiciese ilustres; inconveniente que pesa infinito, y es el primero que debe remover un gobierno justo”.

En el debate constitucional, del 7 de octubre de 1811, Manuel de Luxán expone el ideal de Monarquía parlamentaria que albergan los liberales, inspirado en el modelo inglés:

La ley es la expresión de la voluntad general, y luego que consta es suficiente forma de esta expresión, sería una absurdo dilatar su sanción arbitrariamente, ni conceder al Rey la facultad de hacerlo, he aquí la razón por qué en el artículo 149, aprobado ya, se establece que propuesto, discutido y aprobado por tercera vez un proyecto de ley, por el mismo hecho se entiende que el rey da la sanción: si así no fuese, se concedería un veto absoluto, y entonces la autoridad de las Cortes y de la Nación y su derecho de formar las leyes era vano, sus deliberaciones serían unas cuestiones académicas, y su dictamen no tendría otro mérito que el dicho de un perito, y la regla y la ley sería solamente la voluntad del Príncipe, escollo que debe evitarse cuanto sea posible en una monarquía moderada, cuidando de contener la propensión a semejantes extremos”.

Hoy, millones de hombres y mujeres de esta nación, la mayoría sociológica de la misma, tal vez, podemos consideramos deudores de los principios que defendieron aquellos diputados, entre otros: a) el sentido cristiano de la vida, compatible con la aconfesionalidad del Estado, pero incompatible con la intervención del mismo en aspectos básicos de la conciencia; b) la seguridad jurídica de las libertades y derechos individuales: pensamiento, expresión, circulación, empresa, comercio, trabajo, -del que hoy carecen millones de españoles-, y el derecho a la vida; c) la separación y control mutuo de poderes; d) la igualdad y la unidad ante la ley y los servicios públicos de todos los ciudadanos y los territorios del país, que sólo puede garantizar un Estado fuerte en una nación solidaria y unida, como la que proyectaron nuestros antepasados hace doscientos años.

Por ello, el Bicentenario de la Constitución de 1812 es símbolo de unidad y referencia. Incluso fuerzas políticas cuya raíz no es liberal se han sumado al mismo. Significativamente, nuestro protagonista, Manuel de Luxán, nació y vivió en la casa que existió donde hoy se halla el Ayuntamiento de Castuera. De hecho, hemos tenido la ocasión de recordar en esta villa, en Cabeza del Buey y en Campanario a nuestros ilustres paisanos, diputados en las Cortes de Cádiz, y la Asamblea de Extremadura, en pleno, y en consenso de todas las fuerzas políticas, les rindió homenaje a estos hombres que, desde dentro de un Estado que sentían caduco, alumbraron una nueva idea de nación, por la que llegaron al sacrifico personal y profesional en aras de su vocación política, y que hoy recordamos también en los Coloquios Históricos de Extremadura.

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1  El destacado papel de Luján en las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, así como su adscripción al grupo liberal, junto a otros insignes paisanos como Muñoz Torrero, Calatrava, o Fernández Golfin, fue puesta de relieve desde las primeras obras de la historiografía clásica, como las de Adolfo de Castro.- CASTRO, A.: “Cádiz en la Guerra de Independencia. Cuadro Histórico”. Revista Médica, Ayuntamiento, septiembre, 1862. IDEM.: Cortes de Cádiz. Complemento a las sesiones verificadas en la Isla de León y en Cádiz. Imprenta de Prudencio Pérez de Velasco, Madrid, 1913.- DÍAZ Y PÉREZ, N.: Diccionario histórico biográfico, crítico y bibliográfico, de autores, artistas y extremeños ilustres. Madrid, Pérez y Boix Editores, 1884, pp.528-529.- GÓMEZ VILLAFRANCA, R.: “Los Extremeños en las Cortes de Cádiz”. Archivo Extremeño (Badajoz, 1912), pp.289-377.

2  Los diputados fueron alojados en conventos y casas particulares de la burguesía gaditana. Luxán vivió durante su estancia en Cádiz en la Calle Ancha, número 137, en una de las principales vías comerciales y de la ciudad. Castro, A. Cádiz en la Guerra de Independencia, cit., p.66. Según Solís, Luxán estuvo alojado en casa de don José Vea Murguía –Muñoz Torrero también encontró acomodo con esta familia-. Vid. SOLIS, R.: El Cádiz de las Cortes. Plaza y Janés, Barcelona, 1978, p.259.

3   Diario de sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias : dieron principio el 24 de setiembre de 1810 y terminaron el 20 de setiembre de 1813 — Madrid : Imprenta de J.A. Garcia, 1870-1874. Sólo mencionamos las páginas, para abreviar citas.

4   Diario de Sesiones, 10 de enero de 1812, (p.2594).El periódico “El Conciso” recogió el ofrecimiento en su número 12 del sábado, 11 de enero de 1812.

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Luis Vicente Pelegri Pedrosa.

En el estío trujillano de 1578, Hernando Pizarro, último superviviente de los hermanos Pizarro, conquistadores del Perú, y el único que acabó sus días pacíficamente en su terruño natal, donde invirtió gran parte de su fortuna americana, se aprestaba a dejar bien atada su última voluntad, para garantizar así la pervivencia de su cuantiosa herencia y de su fama. Con una considerable parte de aquellos bienes fundó un mayorazgo, junto a su mujer y sobrina, Francisca Pizarro Yupanqui, con quién estableció un nuevo linaje de la aristocracia indiana en España, resultado del mestizaje de dos culturas. En una de las cláusulas del mayorazgo, ambos designaron como herederos a una Iglesia Colegial y a un Hospital, que debían instituirse en caso de que desapareciera su línea sucesoria. Estos son los antecedentes de La Fundación Obra Pía de los Pizarro, una de las instituciones benéficas de carácter privado más antiguas de España. En esta comunicación pretendemos contrastar las explicaciones tradicionales que han achacado siempre a la Fundación la obligación de establecer un Hospital, para dar estricto cumplimiento a la voluntad de Hernando y Francisca Pizarro, contenida en su mayorazgo.

Orígenes y evolución de la Fundación Obra Pía de los Pizarro[1].

En 1863 se cumplió la voluntad de los fundadores, pero no porque hubieran desaparecido sus herederos, sino por otras razones. Ya se habían extinguido legalmente los mayorazgos, y los descendientes de los fundadores: la familia Orellana-Pizarro, ennoblecida con el marquesado de la Conquista, había ganado un pleito mediante el cual, durante más de doscientos años, diversas ramas familiares de los Pizarro, que pretendían descender de los conquistadores del Perú, se disputaron el disfrute de la vinculación creada por Hernando y Francisca Pizarro.

En aplicación de las leyes desamortizadoras, las propiedades de este mayorazgo se dividieron en dos mitades por su último titular, don Jacinto de Orellana Pizarro y Díaz, X marqués de la Conquista. Una mitad, como bienes de libre propiedad, para su hijo primogénito y heredero, don Jacinto de Orellana-Pizarro y Avecia, marqués de Albayda, y la otra mitad para una Obra Pía, que debía crearse como interpretación de la voluntad de los fundadores. Así nacía la Obra Pía de los Pizarro, por sentencia de la Audiencia de Granada, de 17 de octubre de 1863, confirmada por otra de 13 de febrero de 1880 del Tribunal Supremo. La Obra Pía fue reconocida como fundación benéfica de carácter particular por Real Orden de 14 de agosto de 1900, de acuerdo de la Instrucción General de Beneficencia de 14 de marzo de 1899, que ha regulado su organización y funcionamiento hasta las recientes leyes de Fundaciones de 1994 y 2002. Así, una parte del mayorazgo se convirtió en una Fundación, que aplica su dote patrimonial al cumplimiento de unos fines benéficos y asistenciales, que responden, varios siglos después, a una voluntad manifiesta por Hernando y Francisca Pizarro.

Su primer patrono fue el X marqués de la Conquista, de 1863 a 1899. Éste se encargó de la administración, bajo la supervisión del Alto Protectorado, ejercido por el ministerio de la Gobernación. Inició la organización de la institución en cumplimiento de la ley y de la voluntad de los fundadores. Estableció el inventario del patrimonio, compuesto por 14 fincas que sumaban más de mil hectáreas. Saneó la situación financiera del mismo, mediante la explotación de las fincas en arrendamiento y la rendición regular de cuentas. Designó sucesor en el patronato por derecho de primogenitura de varón, tal y como se reguló en el mayorazgo, a su hijo, don Jacinto Orellana-Pizarro y Avecia. Y comenzó, por último, a aplicar las rentas al fin benéfico previsto: el sostenimiento de un Hospital. Desde entonces la Fundación ha estado administrada por la familia Orellana-Pizarro, sucesores de los fundadores y del primer patrono, y el patronato se ha trasmitido de padres a hijos

La Fundación comenzó desde sus primeros años a colaborar con el Hospital Municipal del Ayuntamiento de Trujillo, para después encargarse casi por completo de él a través de un convenio firmado en 1904, ya por el segundo patrono, don Jacinto Orellana-Pizarro y Avecia. Desde entonces el Hospital Municipal, situado en el edificio del exconvento de los franciscanos descalzos y antiguo palacio de los Chaves Mendoza, cedido por el obispado de Plasencia para ese fin al Ayuntamiento, pasó a denominarse Hospital de la Inmaculada Concepción, para atender a vecinos necesitados. Hasta 1972 la Fundación Obra Pía de los Pizarro aplicó sus rentas a mantener la asistencia hospitalaria en la ciudad de Trujillo, ampliando progresivamente el plantel de sus beneficiarios, a pesar de los avatares históricos: Guerra Civil y cambios políticos; crisis agraria y merma de sus rentas; problemas administrativos; en un largo período durante el cual se produjo la transformación de la Beneficencia como concesión hacia la Asistencia como derecho.

La Fundación ha evolucionado para conseguir una explotación eficaz de su patrimonio, y atender las nuevas necesidades de su entorno. En este sentido, los dos últimos patronatos han sido decisivos. El VI patronato, ejercido por don Antonio de Orellana-Pizarro y Dalmau, de 1949 a 1972, significó la modernización de la explotación agraria de la Fundación, orientando su dedicación hacia el desarrollo del regadío, más rentable, de las fincas situadas en la Vega del Guadiana, y dedicando a uso ganadero las propiedades de secano de Trujillo. El VI patrono consiguió aumentar considerablemente la capacidad económica de la Fundación. Todo ello a pesar de que sus principales fincas se vieron afectadas por las expropiaciones llevadas a cabo por las leyes de colonización, y por los problemas habituales en toda explotación agraria: condominios, pleitos con los arrendatarios, o retrasos en el cobro de las rentas. Con la solución de estos problemas consiguió el patrono concentrar las propiedades, aclarar la situación jurídica de éstas, y, en definitiva, mayores ingresos. Gracias a ello el VI patrono pudo ampliar los servicios asistenciales del Hospital.

Tras un paréntesis de patronato interino, ejercido por la Junta Provincial de Asistencia Social de Cáceres, de 1972 a 1984, en una situación de crisis económica y administrativa de la Fundación, que condujo al cierre del Hospital de la Inmaculada Concepción, se reanudó el patronato familiar gracias a la labor don Hernando de Orellana-Pizarro y González. El VII patrono, desde 1984, ha continuado la renovación en tres órdenes. En primer lugar, en relación al patrimonio, ha continuado la modernización de la explotación agraria, emprendida por el anterior patrono, mediante la implicación de la Fundación en una gestión empresarial, a través de cuantiosas inversiones, y, en este mismo sentido, ha iniciado una diversificación del patrimonio hacia nuevos activos. En segundo lugar, el VII patrono ha actualizado el marco jurídico de la institución mediante los estatutos de 1992 y 2004, en cumplimiento de las últimas leyes sobre Fundaciones, y, en función de las cuales, ejerce la presidencia del patronato, compuesto por un vocal, un secretario, y un consejo asesor que sirve de vínculo entre la institución y la sociedad. Este consejo asesor está formado por cinco miembros, todos ellos destacados profesionales, procedentes de distintos ámbitos, relacionados con el funcionamiento o el cumplimiento de fines de la Fundación. En tercer lugar, en los últimos años, la Fundación Obra Pía de los Pizarro, tras el cierre del Hospital, y por la necesidad de aplicar sus rentas a nuevos fines fundacionales, se ha orientado a atender diversas carencias sociales y culturales, tanto de su entorno inmediato, la ciudad de Trujillo, como de Perú, donde se encuentra su origen remoto.

Actualmente la Fundación Obra Pía de los Pizarro, en aplicación de su doble vocación extremeña y americana, recogida en sus estatutos, se ocupa de fines asistenciales, como dotación de equipamientos a otras instituciones benéficas privadas en Trujillo y en Perú, y de fines socio-culturales, como el apoyo a la investigación, financiando premios, ediciones de libros, o congresos, entre otras actividades. De acuerdo con ello, el artículo 5º de los vigentes estatutos establece que la Fundación tiene por objeto la realización de actividades dirigidas, entre otros, a la consecución de los siguientes fines:

  1. protección y asistencia a todos aquellos colectivos en situación de desamparo o necesidad, mediante la concesión de ayudas a personas físicas e instituciones dedicadas a la acción social.
  2. cooperación al desarrollo y fomento de la solidaridad a favor de los pueblos hispanoamericanos
  3. investigación y divulgación de la Historia de los Pizarro, del descubrimiento, conquista y colonización de América.
  4. Recuperación y conservación del patrimonio histórico y cultural de Trujillo, y de todo lo relacionado con la Historia del descubrimiento, conquista y colonización de América.

En definitiva, el objetivo fundamental que persigue la Fundación es convertirse en punto de referencia tanto de las relaciones culturales y de promoción de desarrollo entre España y América, como de las actuaciones de tipo asistencial y cultural en Extremadura. Para conseguirlo la Fundación realiza actividades en los campos de la cultura y las obras y servicios sociales, a las cuales aplica los recursos procedentes de la gestión empresarial de su patrimonio. En este sentido, la Fundación se encuentra actualmente inmersa en un ambicioso proyecto de modernización, entre cuyos principales objetivos se encuentra la apertura a la sociedad y su plena adecuación operativa para alcanzar sus fines.

Para cumplir mejor todos estos fines, la Fundación ha establecido su sede en el Palacio Barrantes-Cervantes, -linaje vinculado a los Orellana-Pizarro-, también conocido como palacio del marqués de Sofraga, por uno de sus propietarios, miembro de ese linaje. Esta casa-palacio, probable albergue del escritor Cervantes a su paso por Trujillo, fue remozada a principios de siglo XVII, por el cantero trujillano García Carrasco, por encargo de su propietario, García Barrantes-Cervantes, a quien debe su aspecto actual, de estilo manierista. Entre sus elementos mas característicos destaca en su exterior la fina labra de su balcón de esquina, la imponente puerta de caballerizas con su dintel labrado y timbrado por el escudo familiar, y puerta de madera original con herrajes; y en su interior, la escalera de aguja en factura de sillería. La Obra Pía de los Pizarro, depositaria de un rico legado histórico y cultural, recupera con esta sede su vinculación con Trujillo, sus raíces americanas, y un marco incomparable para desarrollar su actividad, que le permite dar cumplimiento a una voluntad benéfica que ha perdurado más de cuatro siglos

Hospital y Colegiata: la voluntad de los fundadores

Los fundadores expresaron su voluntad de fundar una Iglesia Colegial y un Hospital en varios documentos, ya mencionados, redactados en los días postreros de Hernando Pizarro, en julio y agosto de 1578[2] . A pesar de las teorías que se han sostenido tradicionalmente[3], es cuestionable que los herederos en el mayorazgo tuvieran obligación de crear y mantener un Hospital[4]. Las escrituras fundacionales originales constituyen la principal fuente para verificarlo. La Iglesia Colegial fue nombrada heredara del mayorazgo, creado el 11 de junio de 1578, por Hernando y doña Francisca Pizarro:

“Faltando los dichos herederos que por la orden que está dicha de nos, el dicho Fernando Pizarro y de doña Francisca Pizarro, mi mujer, se haga de todos juntos una Iglesia Colegial y Hospital, por la orden y de manera que por una escritura en forma, ante escribano público ordenaremos, o por testamento, o de la manera y condiciones que por la dicha escritura y testamento será contenido. Y que la dicha escritura o testamento esté y se ponga con este dicho nuestro mayorazgo en un arca de dos llaves, como en este dicho mayorazgo se contiene, y que de la dicha escritura se saquen dos traslados y se ponga con el dicho mayorazgo como está dicho”.

El 8 de julio del mismo año fundaron de hecho la Iglesia Colegial estipulando con todo lujo de detalles su edificación, administración y dotación económica, sin embargo entonces no dejaron nada establecido sobre el Hospital[5]. Según el testamento de Hernando Pizarro, de 20 del mismo mes, el patrono debía ser siempre el sucesor en el mayorazgo, y en caso de extinguirse la línea sucesoria para éste, el descendiente de Fernando Pizarro, hijo de doña Francisca Pizarro Mercado y de Hernando de Orellana, y, por tanto, nieto de Hernando Pizarro[6]. Hasta el codicilo de ese testamento, de 8 de agosto de 1578, no se estableció en realidad el Hospital, y sólo en caso supletorio del mayorazgo:

“Cuando fuere caso que faltaren los herederos y subcesores de nuestro mayorazgo, conforme al llamamiento que en él tenemos hecho, que toda la hacienda del dicho nuestro mayorazgo del dicho Juan Pizarro se junte y haga un cuerpo y venga y subceda en la Iglesia Colegial que tenemos mandada hacer, y así mismo se haga junto de ella un Hospital para que se reciban e curen los pobres y conforme a la cantidad de la renta así se haga el dicho Hospital y se distribuyan en él y en la dicha Iglesia Colegial”[7].

Finalmente, por otro codicilo de 8 de agosto se estableció la pensión de 100.000 maravedíes anuales para el patrono de la Colegial y del Hospital, además de la obligación de tener que rendir cuentas antes el corregidor de la ciudad y el guardián del Monasterio de San Francisco de Trujillo[8].

En realidad, Hernando Pizarro intento cumplir la voluntad de sus hermanos Francisco y Juan de fundar una iglesia colegial en Trujillo que ambos habían expuesto en sus respectivos testamentos. Así lo reflejó Juan Pizarro en su testamento, realizado en Cuzco, en 1536, como es sabido:

“Porque al presente los dichos Don Gonzalo Pizarro, y Doña Francisca Pizarro, mis hijos, son niños e de poca edad, y el dicho Comendador Hernando Pizarro, mi hermano, al presente no es casado y está en estas partes para seguir en España, e por tanto podría serlo, que Dios no quisiera, muriere sin dejar hijos ni herederos ni subcesores legítimos, quiero y es mi voluntad, e sostituyoles a cualquier de ellos en quien posteramente viniere a subceder y heredar los dichos mis bienes, a Gonzalo Pizarro, mi hermano, con tanto que a la erección que yo dejo y mando hacer de la Iglesia de la Concepción, según y en la forma asi va dicha, cesare en defecto de yo haber gastado los dineros y rentas que para ello tengo señalados, el dicho Gonzalo Pizarro venga y subceda en el dicho mayorazgo por virtud de la sucesión que le hago, con cargo que haga e cumpla todo lo contenido en la dicha erección, bien y tan cumplidamente como lo dejo dicho, puesto de mandado e después de él a su hijo mayor varón legítimo”[9].

Francisco Pizarro, por su parte, así lo indicó su intención de crear el establecimiento religioso en su primer testamento de 1537, cuatro años antes de ser asesinado por los almagristas:

“Item mando que, por cuanto, el gobernador don Francisco Pizarro, mi hermano, mandó hacer una iglesia en la dicha ciudad de Trujillo, la cual dota de capellanes, para nuestro enterramiento, quiero y es mi voluntad que de mis bienes se compre renta para dos capellanes más, a los cuales se les de el mismo salario que a los demás que el dicho gobernador tuviere en la dicha Iglesia. Los cuales quiero estén debajo de los vínculos e patrón e sucesiones y firmezas, e debajo del patronazgo que el dicho don Francisco Pizarro, mi hermano, nombrare. Los cuales digan cada uno de ellos cuatro misas cada semana por mi ánima y de las personas de quien yo soy en cargo, perpetuamente, los cuales dichos capellanes quiero estén y sean obligados a estar a las horas cantadas conforme a los que los otros capellanes fueren obligados”[10].

Por tanto, de los testimonios anteriores podemos deducir que los sucesores del mayorazgo de Hernando y Francisca Pizarro deberían haber cumplido la voluntad de aquellos fundar una Iglesia Colegial, que fue efectivamente dotada con medios económicos. Sin embargo, no queda claro que tuvieran la misma obligación respecto al Hospital, ya que éste no fue explícitamente instituido por los fundadores ni, menos aún, lo dotaron de renta propia. Su fundación sería tan sólo eventual y supletoria, es decir, se convertiría en realidad en caso de que se extinguiera la sucesión del mayorazgo y el mayorazgo mismo, como así ocurrió trescientos años después, pero adaptando la interpretación de las cláusulas fundacionales a las posibilidades y necesidades del momento, es decir, aplicando las rentas de las fincas que pasaron a formar parte de la dotación de la Fundación Obra Pía de los Pizarro, sólo una parte del patrimonio inicial del mayorazgo, al sostenimiento del Hospital Municipal. La Fundación cumplió este fin durante casi setenta años, desde su creación hasta que fue cerrado este centro asistencial.


NOTAS:

[1] Presentamos un avance de los resultados obtenidos en el proyecto de investigación que, durante más de tres años, hemos realizado para la Fundación Obra Pía de los Pizarro, pronto a publicarse bajo el título: “Fortuna y Beneficencia Indiana. La Fundación Obra Pía de los Pizarro. 1578-2005”. El presente resumen procede del estudio de documentos que conforman el propio fondo documental histórico de la Fundación.

[2] Estos documentos son lo siguientes: Mayorazgo fundado por Hernando Pizarro y su mujer doña Francisca Pizarro, 11 de junio de 1578, -del cual existe una copia original en el Archivo de la Fundación, como se viene indicando; Escritura de Fundación de una Iglesia Colegial, 8 de julio de 1578; Escritura de agregación al mayorazgo, 19 de julio de 1578; Testamento de Hernando Pizarro, 20 de julio de 1578; Codicilo, 8 de agosto de 1578; Última escritura de agregación al mayorazgo, 29 de agosto de 1578. Se puede consultar una transcripción íntegra en: MUÑOZ DE SAN PEDRO, M: “Las últimas disposiciones”, cit.

[3] GARCÍA DE GUADIANA, J.: Mis recuerdos al azar. Trujillo, 1994

[4] CANILLEROS Ya apuntó esta intepretación que aquí defendemos. CANILLEROS, “Las últimas disposiciones”, pp.408-409. VARÓN GABAI, en la misma línea, sostiene que Hernando no demostró especial interés en regular con cuidado la fundación y dotación del hospital. VARÓN GABAI, “Los dueños del Perú”, p.220.

[5] En concreto dotaron a la Iglesia Colegial con 627.000 maravedíes de rentas anuales de varios juros. El 20 de julio del mismo año, Hernando Pizarro, en su testamente, estableció que la renta comenzase a correr a favor de dicha iglesia desde el día mismo en que se había fundado. En el mismo testamento se validaron las cláusulas de sucesión en el patronato, al cual adjudicaron, los cargos de teniente de la fortaleza, con 200.000 maravedíes de renta y alférez mayor del Concejo, sacando ambos cargos del mayorazgo. Estas rentas supondrían dedicar en torno al diez por ciento del capital del mayorazgo a este fin. CANILLEROS, “Las últimas disposiciones”, p.528-537, 543.

[6] Este sería el autor de “Varones Ilustres del Nuevo Mundo” y alto funcionario de los Reales Consejos.

[7] Muñoz de San Pedro, “Las últimas disposiciones”, p.555.

[8] Por último, en la definitiva agregación al mayorazgo, estipulada el 29 de agosto de 1578, concedieron de salario, cada vez que se rindieran cuentas, doce mil maravedíes al patrono y seis mil al corregidor y al guardián del monasterio respectivamente. En esta misma escritura de agregación al mayorazgo vuelven a supeditar la fundación del Hospital a la extinción de la descendencia del mayorazgo. Ibídem.p.556 y 560.

[9] Francisco Pizarro deseaba que la Iglesia Colegial se construyera en la plaza mayor o en las proximidades de las casas que en ella poseía su padre y que había heredado su hermano Hernando. Así lo indica en su primer testamento limeño de 1537. PORRAS BARRENECHEA, R.: El testamento de Pizarro. 1936.

[10] AFP. Pleito y Ejecutoria. “Testamento de Juan Pizarro”, fols.27v-73v.

Oct 012004
 

Luís Vicente Pelegrí Pedrosa.

Durante el primer tercio del siglo XVII, de forma paralela a los agobios de la Hacienda Pública del rey Felipe IV por las guerras del Imperio, menudearon las ventas de jurisdicciones por parte de la Corona[1]. Se trataba de la cesión del derecho de cobro de determinados impuestos, e incluso del ejercicio de la administración y de la justicia en las poblaciones afectadas. Con ello se formaron señoríos jurisdiccionales. Entre los diversos señoríos creados en Trujillo y su Tierra en esta época nos centramos en uno muy significativo: el de la Zarza, adquirido el 22 de noviembre de 1627 por don Juan Hernando Pizarro, primer marqués de la Conquista. Presentamos en esta comunicación un significativo caso más de un proceso que puede ponerse en relación con las nuevas fortunas de la aristocracia indiana en España.

Juan Hernando Pizarro era hijo de don Francisco Pizarro y Pizarro y de Francisca Sarmiento y Castro, y, por tanto, nieto del conquistador Hernando Pizarro y de la sobrina carnal de éste, doña Francisca Pizarro y, por tanto, bisnieto del gobernador, adelantado y capitán general del Perú, Francisco Pizarro. Juan Hernando heredó, tras el fallecimiento de su padre, la cuantiosa fortuna vinculada en los mayorazgos de los hermanos Pizarro, cuya dispersión evitó hábilmente Hernando mediante el matrimonio con su sobrina carnal. Este hecho se produjo en torno a 1622, momento para el cual tenemos documentada la muerte de su progenitor[2]. A pesar de que en la misma escritura de compraventa de la Zarza figura como vecino de Trujillo y alférez mayor de su concejo –cargo vinculado en el mayorazgo fundado por sus abuelos en 1578-, Juan Hernando Pizarro alternaba su residencia entre Trujillo y Madrid, donde murió en diciembre de 1645[3]. Desgraciadamente, los esfuerzos refundadores de su linaje no se vieron acompañados por el azar biológico, ya que su hija, Juan Agustina Pizarro, falleció sin descendencia y el título pasó poco después de su creación a la rama de los Orellana-Pizarro u Orellana Pizarro, sucesores de Hernando Pizarro y de Isabel de Mercado[4].

Juan Hernando Pizarro amplió el poder económico y político de los Pizarro en Trujillo mediante dos pasos más, al conseguir el título de marqués de la Conquista y el señorío jurisdiccional sobre el lugar de la Zarza. El marquesado fue el resultado de una transacción con la Corona, en 1631[5]. A cambio de renunciar a todo derecho sobre antiguas posesiones peruanas, Juan Hernando Pizarro, obtuvo una renta, que tras diversos forcejeos legales quedó fijada para sus sucesores en 9.000 pesos anuales, cobrados de las Cajas Reales de Lima.[6]

Pero este marquesado era un mero título sobre rentas americanas, sin ninguna vinculación solariega. Precisamente, creemos que ésta fue una motivación esencial, además de razones de prestigio social y afectividad familiar, para que Juan Hernando Pizarro comprara la Zarza, que permitiría así al titular del marquesado de la conquista convertirse también en señor jurisdiccional donde ya era el principal propietario[7]. Esta teoría se confirma si tenemos en cuenta que la compra se realizó en 1627, cuando aquél se encontraba presentando memoriales para acreditar los derechos reconocidos a su bisabuelo el «marqués gobernador», Francisco Pizarro[8]. Además, significativamente, desde su tatarabuelo, el coronel Gonzalo Pizarro, su familia adquirió importantes propiedades en esta población. No en vano esta población recibiría desde entonces, junto a su antigua denominación, el de Conquista.

Ofrecemos el extracto de las principales cláusulas del documento de compraventa de la jurisdicción de la Zarza, a partir del original que obra en el Archivo de la Fundación Obra Pía de los Pizarro. La operación supuso para Hernando Pizarro un desembolso de 3.200 ducados, ya que la Real Hacienda estimó que el lugar de la Zarza tenía por entonces 60 vecinos en media legua de término legal, unidad de referencia para la venta de jurisdicciones que, por entonces, se tasó en 6.400 ducados. La forma de pago no pudo ser más ventajosa, porque el futuro marqués de la Conquista pagó con uno de los títulos de juro que su abuela, doña Francisca Pizarro, había vinculado en 1578 en su mayorazgo, y que ascendía a un valor de 2.891 ducados de principal, el pago del resto, 309 ducados, se aplazaba por un año. Con ello Juan Hernando Pizarro se deshizo de un título de deuda, adquirido en su momento a la Corona, y cuyos intereses, aunque fijos, se devaluaban con la creciente inflación, mientras que con la compra de las rentas y jurisdicción de la Zarza aumentaba el poder de su linaje en la comarca de Trujillo, y obtenía un referente territorial para el título de marqués de la Conquista que obtendría pocos años después.

LA COMPRA DE LA ZARZA

«En la villa de Madrid, a veinte y dos de noviembre de mil y seiscientos y veinte y siete años, ante mi, el escribano y testigos infraescriptos, parecieron presentes el señor Bartolomé Espinosa, caballero de la Orden de Santiago, factor general de Su Majestad, de la una parte, y don Baltasar Rissel de Zúñiga, en nombre de don Juan Fernando Pizarro, vecino y alférez mayor de la ciudad de Trujillo, y en virtud de su poder, dado y atorgado en su favor en esta de Madrid, a veinte y tres días del mes de octubre de este presente año, ante Juan Ruiz de Heredia, escribano residente en ella, que originalmente queda asentado en los libros de la secretaría de la Real Hacienda. Y dijeron que, por cuanto Su Majestad, por una cédula fechada a 22 de septiembre de ese dicho año de 1627, dio poder a Bartolomé Espinosa, como su tal factor general, para que en su nombre pueda vender y pueda proseguir y continuar la venta de los 20.000 vasallos que de consentimiento en Cortes tiene Su Majestad acordado» (…)

«Que el Rey, Nuestro Señor, haya de ser servido vender y traspasar por la presente, y el dicho señor Bartolomé de Zúñiga, en su nombre, como su tal factor general, en virtud de la facultad que le tiene dado, por la dicha cédula y traspaso, perpetuamente por juro de heredad a don Juan Fernando Pizarro, el dicho lugar de la Zarza, para él y para sus herederos y sucesores, y para la persona que de ello hubiere título o causa para siempre jamás, y aunque no está hecha la tasación ni relación de los vecinos y términos que tiene el dicho lugar de la Zarza, se presupone tendrá hasta sesenta vecinos y media legua de término, y se lo vende con sus vasallos que al presente ha y tiene, y con las demás que luego se acrecentaren, en él y su término, con jurisdicción criminal, alta y baja, mero y mixto imperio, señorío, vasallajes, penas de cámara y de sangre, calumnias y escribanías si fueren anexas a la dicha jurisdicción, y con todas las demás rentas jurisdiccionales de su señorío y vasallaje, jurisdicción del dicho lugar, anejas y pertenecientes en cualquier manera, desde la hoja del monte hasta la piedra del río, desde la piedra del río hasta la hoja del monte». (…)

Por cada vasallo de los que hubiere en el dicho lugar de la Zarza haya de pagar y pague el dicho don Juan Fernando Pizarro, a razón de 6.400 ducados por legua legal de término que dicho lugar tuviere, por ser el distrito de la Chancillería de Granada, lo uno o lo otro a elección de Su Majestad o del dicho Consejo de Hacienda (…).


NOTAS:

[1] Vid. DOMINGUEZ ORTIZ, A.: Instituciones y sociedad en la España de los Austrias. Ariel, Barcelona, 1989.

[2] Para la biografía de Francisco Pizarro y Pizarro se pueden consultar las comunicaciones que nosotros mismos hemos presentado sobre él en los XXII y XIII Coloquios Históricos de Extremadura.

[3] Realizó testamento el 18 de diciembre de ese año, y fue abierto el uno de enero del siguiente. Vid. VÁZQUEZ, L.: Tirso de Molina y los Pizarro. Fundación Obra Pía de los Pizarro, 1993.

[4] MUÑOZ DE SAN PEDRO, M. (Conde de Canilleros): «La total extinguida descendencia de Francisco Pizarro». Revista de Estudios Extremeños, 1964, II, pp.467-472.

[5] Archivo Histórico Nacional. Diversos. Legajo 35, documento 21. «Minuta de Real Orden de Felipe IV al obispo de Solsona, ordenando despache a Juan Fernando Pizarro el título que le había concedido de marqués de la Conquista». 32 de diciembre de 1630.

[6] Archivo General de Indias. Sección Patronato, legajos 90 B y 91. En esta renuncia se incluía, en primer lugar, el derecho de encomienda sobre 20.000 vasallos que fue concedido al conquistador Francisco Pizarro, su antepasado.

[7] Para las propiedades de los Pizarro en la Zarza, desde las primeras inversiones de Hernando Pizarro.Vid. VARÓN GABAI, R. y A. PIETER JACOBS: «Los dueños del Perú: Negocios e inversiones de los Pizarro en el siglo XVI». Histórica, vol.XIII, nº 2, 1989.

[8] El título concedido, justo un siglo antes, a su bisabuelo carecía de asignación solariega y consistía en un título genérico de marqués sin más denominación. Las rentas y vasallos reconocidas, pero no concedidas de hecho, son el origen de los pleitos que durante tres generaciones mantuvieron los Pizarro con la Corona y que se resolvieron con la transacción de título de marqués de la Conquista. MUÑOZ DE SAN PEDRO, M. (Conde de Canilleros): Un memorial del I marqués de la Conquista. Diputación Provincial de Badajoz, 1969.

 

Oct 012003
 

Luís Vicente Pelegrí Pedrosa y Juan Luis de Orellana-Pizarro.

En una comunicación ofrecida en los anteriores Coloquios Históricos de Extremadura nos ocupamos de las rentas y los bienes heredados por don Francisco Pizarro y Pizarro, eslabón de la saga de los Pizarro-Inca que mantendría vivo el recuerdo y la fama durante varias generaciones de los conquistadores del Perú[1]. Hijo de Hernando y de doña Francisca Pizarro y Pizarro, recibió un importante patrimonio que a partir de él comenzó a debilitarse, probablemente por la inversión en nuevas fuentes de rentas y por los costes y dispendios requeridos por la vida cortesana que comenzó a frecuentar a partir de su matrimonio con una noble madrileña, hacia 1580, la hija del conde de Puñonrostro, y del asentamiento allí de su madre, doña Francisca, casada con el heredero de este título. La defensa de sus bienes por los embargos y pleitos que les acuciaban, ante las más altas instancias de los tribunales, también explicaría sus estadías en Madrid y Valladolid. Ofrecemos una selección de documentos que profundizan en esta hipótesis, y cuyo análisis revela aspectos de la vida de un noble de la nueva aristocracia indiana reasentada en España[2]. Los documentos examinados se extienden de 1574 a 1622, es decir desde la más antigua referencia documental que tenemos de un actuación de don Francisco reflejada en los protocolos notariales, hasta un poder para testar en su lecho de muerte en diciembre de 1622. Los tipos documentales abarcados son: emancipación, carta de cuentas, y poder.

Emancipación

El acta de emancipación, era el primer paso para que el individuo, mayor de edad legal, pudiera actuar e iniciar negocios propios fuera de la tutela paterna. Contamos con el acta de emancipación de don Francisco Pizarro de su padre Hernando Pizarro. El acto se celebró en Trujillo en 23 de octubre de 1574. Es el primer documento en el cual nuestro protagonista acude al notario. Por aquel entonces debía contar con 21 años, si aceptamos que nació hacia 1553.

“En la ciudad de Trujillo, a veinte y tres días del mes de octubre de mil e quinientos e setenta e cuatro años, ante el muy magnífico señor doctor de la Cámara, teniente de corregidor en la dicha ciudad por Su Majestad. Y ante mi, el presente escribano y testigos infraescritos, pareció presente el señor Hernando Pizarro, vecino de la dicha ciudad y don Francisco Pizarro, su hijo legítimo, y de la señora doña Francisca Pizarro, su mujer y del dicho señor Hernando Pizarro. Dijo que, por cuanto su voluntad era y es de emanciparlo y sacar de su poder al dicho don Francisco Pizarro, su hijo, por ser, como dijo que es, persona idónea y capaz y suficiente por otras muchas cosas e respeto que a ello le mueven. Por tanto, que efectuando dicha emancipación, tomaba y tomó por la mano al dicho don Francisco Pizarro y lo apartó de si, y dijo que lo emancipaba e había por emancipado, y que lo sacaba de su poder paternal y le otorgaba e otorgó entero poder paternal, y le otorgaba e otorgo entero poder, cumplido, libre llenero e bastante, según que de derecho en tal caso mejor y más puede y debe dar, para que por si propio, sin licencia ni mandado ni consentimiento del dicho señor Hernando Pizarro, su padre, pueda entrar en juicio, y hacer testamento, e cualesquier escritura, posturas y cualesquier contrataciones, y seguir e fenecer cualesquier pleitos y causas, que bien visto le fuere, y hacer todas las otras cosas que el don Francisco Pizarro, su hijo, quisiere y por bien tuviere, así como cualquiera hombre emancipado que no está en poder de su padre lo podía y pueda hacer. Y sea parto y quito de todo y cualquier derecho que las leyes de estos reinos conceden de los padres para poder tener para si por galardón en los bienes de los hijos cuando los saca de su poder, y prometió y se obligó de haber por firme y guardar y cumplir lo contenido en esta escriptura de emancipación, so expresa obligación de su persona, y pidió del dicho a la dicha emancipación. Y el dicho don Francisco Pizarro, dijo aceptaba e aceptó y consintió del dicho. Siendo presentes por testigos, Jerónimo López, Pedro Martín Casillas y Alonso Ronquillo”.

Hernando Pizarro. Don Francisco Pizarro. (firma y rúbrica)[3]

Administración de bienes y deudas cortesanas

Gracias a dos cartas de cuentas, firmadas por don Francisco Pizarro en 1620 y 1622 en Trujillo, conocemos diversos aspectos de la administración de sus bienes, por parte de los encargados y apoderados que nombró al efecto, así como, sobre todo, detalles sobre su vida cortesana en Valladolid, donde radicó la corte unos años al comienzo del siglo y en Madrid, y los costes con que gravó su hacienda. Estas estancias eran obligadas para un noble que comenzaba a estar endeudado y rodeado de pleitos que tenían que ventilarse en la Chancillería o en Madrid, y para un noble que quería hacer ostentación de posición. Estas cartas de cuentas se desglosan en las partidas de ingresos: cargos; y de gastos: descargos, cobrados o librados respectivamente por el apoderado o administrador y expresan su valor en moneda de cuenta: maravedi o ducado. Al final se establece un plazo para que el apoderado para abone el alcance, o balance que en ambos casos es favorable para don Francisco Pizarro. Ambos documentos delatan prolongadas ausencias de Trujillo, tras las cuales don Francisco supervisó la actuación de los encargados de sus bienes.

El 9 de marzo de 1620 don Francisco Pizarro, obtenía la rendición de cuentas del encargado que dejó, seguramente por una ausencia prolongada en Madrid o Valladolid, durante los tres años anteriores, del oficio de receptor de alcabalas y rentas reales, cargo que heredó del mayorazgo de su padre. De los ingresos aportados por estas rentas se descuentan otras deudas pagadas con las rentas de alimentos que don Francisco tenía señaladas en su mayorazgo, y los envíos de cantidades al titular que revelan el coste de sus estancias cortesanas[4]:

“Cuentas entre el señor don Francisco Pizarro, tesorero perpetuo de las alcabalas y rentas, y Fernando Ximénez, que por su nombramiento ha servido el oficio los años 1617, 1618, 1619. Cuenta de los 600.000 maravedíes de alcance que por Ejecutoria de Su Majestad tiene don Francisco Pizarro señalados en los juros que tiene sobre las alcabalas.

Cargo

1.800.000 maravedíes de cobro de juro de alcabalas

Descargo

200.000 maravedíes, pagados a Felipe Díaz Carrasco, en virtud de un poder dado por don Francisco, el 29 de marzo de 1617, del tiempo que su merced hubo de haber de los dichos sus alimentos de fin de abril pasado del dicho año.

422.450 maravedíes, de redimir un censo a favor del doctor Andrés Rodríguez, médico, marido de María de Cervantes. 19 de febrero de 1619.

50.000 maravedíes, que pagó a Juan de Camargo, difunto, vecino que fue de Trujillo, en virtud de poder dado por don Francisco Pizarro, para cobrar de los dichos su alimentos 190.910 maravedíes, como consta de la carta de pago que le otorgó el dicho Joan Camargo en Trujillo, a 7 de enero de 1618.

21.200 reales que Fernando Jiménez ha dado y pagado a don Francisco para el fasto ordinario de su casa, en ciento y seis semanas que hay desde jueves cuatro de mayo de seiscientos y diecisiete, hasta jueves nueve de mayo de seiscientos y diez y nueve, a razón cada una de las dichas semanas de doscientos reales, como consta de la carta de pago que esta en un libro firmada del dicho don Francisco. Que valen setecientos y veinte mil y ochocientos maravedíes.

324.644 maravedíes que ha dado para el gasto de la casa del dicho don Francisco, desde jueves veinte y seis de diciembre del año próximo pasado de seiscientos y diez y nueve, de que tiene firmadas treinta y tres cartas de pago en el dicho libro. Y es declaración que aunque dichas treinta y tres cartas de pago es cada una de once mil y quinientas y treinta y ocho maravedíes, y en ellas se montan trecientas y ochenta mil setecientas y cincuenta y cuatro maravedíes, en realidad de verdad no recibió el dicho señor don Francisco ni el dicho Francisco Ximénez el pago más de las dichas trescientas y veinte y cuatro mil seiscientos cincuenta y cuatro maravedíes, porque los cincuenta y seis mil y sesenta restantes se quedaron en poder del dicho Fernando Ximénez por el efecto contenido en la partida siguiente.

Ytem se le descargan al dicho Fernando Ximénez ciento y cinquenta ducados, que valen cincuenta y seis mil y ciento maravedíes que el susodicho dice haber pagado a doña María de Guevara, viuda, residente en Madrid, por provisión sobre carta de relación de Contaduría Mayor de Hacienda de Su Majestad, por cuenta de los alimentos del dicho don Francisco, lo cual y la carta de pago que dice tiene de la dicha se quedan en poder del dicho Fernando Ximénez, por no lo querer recibir el dicho don Francisco.

Montan las seis partidas que da por descargo el dicho Fernando Ximénez, como de ella consta, 1.774.004 maravedíes, que restados de 1.800.000 maravedíes de cargo, parece alcanzado Fernando Ximénez por 25.996 maravedíes. Se obliga a pagar “para el de la feria de mayo que se hará en esta ciudad de ese presente año de seiscientos y veinte”.

(firma y rúbrica de ambas partes).

En las cuentas del trienio 1617-1619, rendidas en 1620, aparecen los derechos y rentas heredados por don Francisco del mayorazgo fundado por sus padres, Hernando y Francisca Pizarro en 1578: las emanadas de los cargos de tesorero y receptor de rentas reales de Trujillo, y los juros situados sobre sus alcabalas. Igualmente cobró el titular las rentas de alimentos señaladas en el mayorazgo.

El 5 de febrero de 1622, ajustaron cuentas ante notario “el señor don Francisco Pizarro y don Hernando Rodríguez de Monrroy”. Algunas de las partidas se remontan incluso al año 1600.

Cargo

“Primeramente se le echa el cargo al dicho don Fernando de Monrroy de doce mil ducientos y diez reales que su merced, el señor don Francisco Pizarro, le ha dado, por mano de Joan Calderón Casco, en cuatrocientas y siete semanas que hay desde jueves veinte y cuatro de abril de año pasado de seiscientos catorce hasta jueves veinte y siete de enero de seiscientos y veinte y dos, a treinta reales cada una, en que monta la dicha cuantía que como dicho e va recibido el dicho señor don Fernando, de que dio carta de pago ante Alonso Leonardo, escribano del número e ayuntamiento de esta ciudad, en veinte y nueve de enero pasado de este presente año de seiscientos y veinte y dos.

Mas se le hace cargo de setenta y ocho mil y veinte maravedíes que el señor don Francisco Pizarro pagó como fiador del dicho don Hernando de Monrroy, en el oficio de depositario general de esta ciudad, los cuales le tocaron a pagar las quinientas e cuarenta y seis mil ciento y cuarenta y cuatro maravedíes que, por provisión del Consejo de Contaduría Mayor de Hacienda de Su Majestad, se mandaron cobrar del cargo del dicho don Fernando de Monrroy, de los dos mil y tantos ducados que en él se depositaron de la cuenta del dicho don Francisco Pizarro, de la redención de un censo que pagaba a la dicha hacienda Tristán de Morales, vecino de la ciudad de Mérida. Los cuales pagó a quien le fue ordenado y mandado por el señor don García de Sotomayor, juez y administrador por Su Majestad de la dicha hacienda del dicho don Francisco Pizarro.

Yten se le cargan otros setenta y ocho mil y veinte maravedíes que tocaron pagar de la dicha partida a don Alvaro de Escobar Sotomayor, como fiador del dicho don Fernando de Monrroy en el dicho oficio de depositario general, los cuales pagó el dicho don Francisco Pizarro por el dicho don Alvaro de Escobar, a quien por el dicho y don García de Sotomayor le fue ordenado y mandado.

Mas se le hace cargo de mil reales que se dieron al dicho don Fernando de Monrroy la última vez que su merced fue a Madrid. Los cuales fueron de los trescientos ducados que el señor don Gonzalo Pizarro, que esté en gloria, hijo del señor don Francisco, tomo a censo de la hacienda de la señora doña María de Cuevas.

Más ducientos reales que el señor don Francisco Pizarro dio al dicho don Fernando de Monrroy para enviar a la ciudad de Granada con ciertos papeles.

Iten cincuenta reales que debía el don Fernando de Monrroy al dicho don Francisco de cierta cuenta.

De manera que suma y monta el cargo que le va fecho al dicho don Fernando de Monrroy, como consta de las seis partidas de suso, seiscientos y trece mil seiscientos y ochenta maravedíes. Para lo cual el dicho don Fernando da el descargo siguiente.

Descargo

Primeramente da por descargo el dicho don Fernando de Monrroy, mil ducados que valen trescientos y sesenta y cuatro mil maravedíes, que por orden del señor don Francisco Pizarro dio a Joan Martín Gamonales, clérigo, vecino de esta ciudad, para que se los enviase a la de Valladolid, donde a la sazón su merced estaba.

Mas seiscientos reales que el dicho don Fernando dice haber prestado a su merced el dicho señor don Francisco Pizarro.

Iten ciento y seis fanegas de cebada que, estando en Valladolid el señor don Francisco Pizarro, dice haber entregado a Alonso Moreno y Juana de Tapia, criados de su merced, para dar de comer los caballos que en esta ciudad tenía en veinte y cuatro, veinte y cinco y veinte y seis de agosto del año pasado de mil y seiscientos. Que a siete reales cada una, conforme era la tasa, montan setecientos y cuarenta y dos reales, de los cuales se bajan y descuentan doce mil y seiscientos maravedíes que el dicho don Fernando dice haberle tomado en cuenta a Lorenzo de Montesanos, juez que fue, para hacer pago de la acienda del dicho señor don Francisco y sus acreedores, de la parte que su merced tiene en la heredad de la Talaya, de que es mayor particionero el dicho señor don Fernando, los cuales el dicho juez le tomó en cuenta para que pagase la dicha cebada, y así no se le debe cargar de esta partida mas de doce mil e seiscientos y veinte y ocho maravedíes que restan.

Más cien reales que dice haber cobrado el dicho don Francisco de Ribas Serrano, arrendador que a la sazón era de la heredad de los Tercuelos, del dicho don Fernando, por cuenta del dicho arrendamiento.

Monta el descargo que da el dicho don Fernando de Monrroy, como consta de las cuatro partidas de suso, cuatrocientos y diez mil cuatrocientos veinte y ocho maravedíes, que restados de las seiscientas y trece mil seiscientos y ochenta maravedíes, de que le va fecho cargo, parece es alcanzado el dicho don Fernando de Monrroy por doscientas y tres mil doscientas y cincuenta y dos maravedíes.

Y es declaración que otra partida de setenta y ocho mil y veinte maravedíes que tocó a pagar a Alonso Leonardo, escribano del número e ayuntamiento de esta ciudad, como a uno de los fiadores del dicho don Fernando, de las quinientas y cuarenta y seis mil ciento y cuarenta y cuatro maravedíes que, por provisión del Real Consejo de Hacienda, se mandaron cobrar de el dicho don Fernando, de los dos mil ducados que en el se depositaron de la hacienda del dicho señor don Francisco, de un censo que le pagaba Tristán de Morales, que el dicho don García de Sotomayor, juez administrador de la dicha Hacienda, mandó se pagasen a don Juan de Herrera, difunto. Dice el dicho don Francisco Pizarro haber dado libranza, para que se cobrasen del tesorero que a la sazón era de las alcabalas de esta ciudad, por cuenta de sus alimentos, y por decir el dicho don señor don Fernando de Monrroy no se han pagado, no se puso esta partida en el cargo que le va fecho.

En la dicha forma fueron fechas y fenecidas y acabadas las dichas cuentas, salvo yerro que cada, y cuando que parezca, se a de deshacer, y los firmaron de sus nombres. En Trujillo en cinco de febrero de mil y seiscientos y veinte y dos.

Don Francisco Pizarro. Don Hernando de Monrroy. (Firma y Rúbrica).

En la ciudad de Trujillo a cinco días del mes de febrero de mil y seiscientos y veinte y dos años, ante mi el escribano y testigos, parecieron presentes los señores don Francisco Pizarro y don Fernando Rodríguez de Monrroy, vecinos de esta ciudad, y dijeron que ellos han hecho las cuentas de suso que tienen firmadas de sus nombres, por cuales pareció que el dicho don Fernando de Monrroy es alcanzado en doscientos y tres mil doscientos y cincuenta y dos maravedíes. (…) se obligó apagar al dicho señor don Francisco Pizarro, o a quien por su merced haya de haber en esta manera, sesenta y siete mil setecientos y cincuenta mil maravedíes para fin de marzo del año venidero de mil y seiscientos y veinte y tres, y otros sesenta y siete mil setecientos y cincuenta mil para fin de marzo del año venidero de seiscientos y veinte y cuatro, y los restantes para fin de marzo del año venidero de mil y seiscientos y veinte y cinco[5].

En una de las partidas se menciona a su hijo Gonzalo, fruto de su segundo matrimonio con Estefanía de Orellana y Tapia, el cual murió, como se ha dicho sin dejar descendencia. Por otro lado, otros documentos nos completan la visión que ofrecen estas cartas de pago de un hombre cuyas propiedades, heredadas de la fortuna indiana de su padre el gran conquistador del Perú comienzan a estar amenazadas por la dispersión y las mermas A este respecto es significativo el poder dado en Valladolid el 20 de septiembre de 1604 por

“Don Francisco Pizarro, vecino y alférez mayor de la ciudad de Trujillo. Poder a Pedro de Alcántara y a Juan Rodríguez de Arellano, mis criados, para que puedan usar y usen de una Real Provisión de Su Majestad, librada en mi favor, y firmada de los señores presidente de su Real Consejo de Justicia, y sellada con su real sello, su data en esta ciudad de Valladolid a tres días del mes de septiembre del año de mil seiscientos y cuatro. (…) “En virtud de ella me den y paguen de cualesquier maravedíes procedidos de mi hacienda, o alcen los embargos fechos sobre ella. Para que yo pueda cobrar y cobre los mil ducados que por ella su Majestad me manda dar y pagar para mis gastos”[6].

Ultimas voluntades

Un poder para testar, del 19 de diciembre de 1622, y un traslado de cláusula de testamento, obtenido del notario por el hijo de don Francisco, don Juan Hernando Orellana Pizarro, su heredero y futuro I marqués de la Conquista, del 18 de mayo de 1623. Ambos ofrecen una fecha aproximada de su muerte. En ellos aparece un hombre ya casi moribundo que trata de dejar atadas sus últimas disposiciones para preservar el rico legado que heredó de sus padres, e incluso que se cumplan las últimas voluntades de éstos. Es significativa la preocupación por dotar de rentas a la Orden de la Merced que por entonces planeaba la construcción de su nuevo convento en Trujillo, donde se asentó bajo el mecenazgo de su madre, doña Francisca Pizarro. En el convento mercedario además esperaba encontrar reposo eterno don Francisco. Deja como herederos a sus dos únicos hijos vivos, fruto de su primer matrimonio con la hija del conde de Puñonrostro, doña Francisca Sarmienta y Castro. Estos eran don Juan Hernando, su heredero y futuro I marqués de la Conquista, como es sabido, y doña Francisca que moriría sin herederos,

“Sepan cuantos esta carta de poder vieren como yo, don Francisco Pizarro, vecino de esta ciudad de Trujillo, estando como estoy enfermo en cama, aunque en mi juicio y entendimiento natural, digo que, por cuanto la gravedad de mi enfermedad no me da lugar a poder hacer mi testamento ultima e postrimera voluntad, porque algunas veces e comunicado con don Juan Pizarro, mi hijo, y don Francisco de Hinojosa mi sobrino, y porque tengo de ellos confianza que le harán cual convenga al descargo de mi conciencia. Por tanto otorgo y conozco que doy todo mi poder cumplido, como le tengo y de derecho más puede valer, y en tal caso es necesario con libre e general administración a los susodichos don Juan Pizarro, mi hijo, y don Juan Francisco de Hinojosa, mi sobrino, ambos juntos a cada uno y cualquier de ellos insolidum, especialmente para que en mi nombre, y como yo mismo lo pudiera hacer, hagan y ordenen mi testamento, última y postrimera voluntad, y en él hagan las mandas y legados que quisieren e les pareciere que según por ellos fuere fecho otorgado y dispuesto. Yo desde ahora y para entonces, y desde entonces para ahora, lo apruebo y ratifico y quiero que valga y se cumpla y ejecute en todo y por todo, como mi hijo mismo lo otorgara y a su otorgamiento fuere presente, que el poder que tengo y es menester tal y tan cumplido se les doy y les relevo en forma, y nombro por mis testamentarios, a los dichos don Juan Francisco y don Juan Pizarro, y a cada uno insolidum. Y mando se entierre mi cuerpo en el convento de frailes de nuestra señora de la Merced de esta ciudad. Y nombro por mis únicos y universales herederos al dicho don Juan Pizarro y doña Francisca Pizarro, mis hijos legítimos y de doña Francisca Sarmiento mi legítima mujer que fue ya difunta. Y revoco y anulo otro cualquier testamento, codicilo, mandas o legados, o poder que para hacerlos antes de él haya hecho, dado y otorgado, para que no valgan ni hagan fe en juicio ni fuera de él, porque solo quiero valga este poder y este testamento que en virtud del fuere fecho y otorgado por los dos don Juan Pizarro, don Juan Francisco y cualesquier de ellos. En testimonio de lo cual lo otorgué ante el escribano público y testigos yuso escritos, que fue otorgado en la ciudad de Trujillo a diez y nueve días del mes de diciembre de mil y seiscientos y veinte y dos años. Siendo testigos don Hernando Rodríguez de Monrroy y Juan Calderón Cascones y Gabriel Díaz, vecinos de la dicha ciudad. Y el otorgante que yo el escribano doy fe conozco no firmó por no poder por la gravedad de la enfermedad, y a su ruego lo firmo[7].

“Sepan cuantos esta pública escritura de testamento, última y postrimera voluntad vieren como yo, don Juan Hernando Pizarro, alférez mayor de la ciudad de Trujillo, hijo legítimo y natural de don Francisco Pizarro, su padre, difunto. Usando del poder que me dio por ante el corregidor de esta ciudad para testar. Estando yo ausente en la villa de Madrid, y el dicho mi padre, enfermo y cercano a la muerte, de la enfermedad de que murió en esta dicha ciudad de Trujillo.

(…) Por tanto, poniendo en ejecución la voluntad de dicho mi padre y en virtud de dicho su poder mando al dicho convento de nuestra señora de la Merced, cuatro mil ducados que valen un cuento quinientos mil maravedíes. Los cuales y puedan librar de los dichos réditos que al dicho mi padre se le quedaron debiendo por Su Majestad de los dichos once cuentos, novecientos y tantos mil maravedíes, y se les mando por la mejor vía e forma que puedo y a lugar de derecho como tal.

En testimonio de lo cual lo otorgué en la ciudad de Trujillo a diez y ocho días del mes de mayo de mil y seiscientos y veinte y tres años ante el presente escribano, siendo testigos Antonio de Paredes y Gabriel Díaz y Gonzalo Hernández Vaquero, vecinos de la dicha ciudad, que firmelo e otorgué, al cual yo el escribano doy fe que conozco. Vale tres reales.

Don Juan Hernando Pizarro. (Firmado y rubricado)”[8]

En este trabajo hemos analizado varios documentos inéditos que completan la visión que tenemos de don Francisco Pizarro en diversos momentos y facetas de su vida, como heredero de un importante patrimonio familiar que intenta mantener y administrar, pero que ya está afectado por embargos y pleitos, debidos a sus gastos y actuaciones económicas, en los cuales debieron de ser importantes los que llevó a cabo en sus prolongadas estancias en la corte, donde debía hacer ostentación de su posición nobiliaria y donde intentaría ocuparse directamente ante los tribunales de los embargos y pleitos que afectaban a su hacienda.


NOTAS:

[1] Pelegrí Pedrosa, L.V.: “Las rentas del heredero: don Francisco Pizarro y Pizarro”. XXI Coloquios Históricos de Extremadura, (Trujillo, 2003), pp.347-356. Para más detalles de la biografía de don Francisco y para la bibliografía básica nos remitimos a este artículo.

[2] Todos los documentos referidos han sido encontrados en los protocolos notariales, custodiados en el Archivo Municipal de Trujillo, y han sido transcritos gracias a la colección de microfilm de la Biblioteca IX marqués de la Encomienda. En todas las citas se da el tipo de escritura, fecha, nombre del escribano, número de microfilm de la Biblioteca IX marqués de la Encomienda y folios de su protocolo. Hemos modernizado lo indispensable la grafía en la transcripción de los documentos originales y hemos añadido signos de puntuación para facilitar su comprensión.

[3] A.M.T. Acta de Emancipación. Trujillo, 23 de octubre de 1574. Francisco Villatoro, 769, fols.188v-189r.

[4] A.M.T. Carta de Cuentas. Trujillo, 9 de marzo de 1620. Bartolomé Zorzo, 800, fols.118-119v.

[5] Carta de cuentas. Bartolomé Zorzo, Trujillo, 5 de febrero de 1622, 801, fols.81-83v.

[6] A.M.T. Poder. Juan de Lucio, Trujillo, 779. 1604.

[7] A.M.T. Poder. Trujillo, 19 de diciembre de 1622. Bartolomé Zorzo, 801, fols.727-728r.

[8] A.M.T. Traslado de cláusulas de testamento, Trujillo, 18 de mayo de 1623. Bartolomé Zorzo, 802, fols. 234 r -235 r.

Oct 012002
 

Luís Vicente Pelegrí Pedrosa.

Madrid, 22 de noviembre de 1598. Don Francisco Pizarro y Pizarro se dirige a la escribanía de Pedro de Prado para redactar inventario de sus bienes, sobre los que imponer los dineros que obtuviese prestados a censo. Como la mayoría de esos bienes se encuentran vinculados en el mayorazgo que heredó de sus padres, fundado en 1578, para hipotecarlos debía obtener facultad o autorización Real[1]. Los obligados dispendios de la vida cortesana llevaban con frecuencia a la nobleza a endeudarse para mantener su tren de vida en la Villa y Corte. Gracias a esta circunstancia podemos contar con la lista de bienes de uno de estos nobles, peculiar sin duda: era el único heredero del más importante linaje conquistador de las Indias, los Pizarro[2].

Don Francisco Pizarro y Pizarro, o Pizarro Inca, era hijo de Francisca Pizarro Huaylas, hija a su vez del conquistador del Perú y de la princesa indígena Inés Huaylas Yupanqui, y de Hernando Pizarro, hermano del mismo conquistador del Perú, que, por tanto, casó con su sobrina carnal para mantener unida la fortuna del clan familiar. Don Francisco Pizarro, unía sangre inca y española y la riqueza que sus progenitores lograron salvar de los pleitos con la Corona, además de la nobleza que le proporcionó la gesta americana de sus antecesores. Signo inequívoco de ello es el uso del don que siempre antecede a su nombre en los documentos.

En este trabajo, que forma parte de un proyecto más amplio que estamos realizando para la Fundación Pizarro, tratamos de acercarnos al estudio de los bienes de uno de los hombres más ricos de Extremadura en su época, en cuyas manos recayó la fortuna labrada por el último Pizarro de la conquista, Hernando Pizarro. Nos centramos en el análisis de cada una de las partidas de inversión de estos bienes, así como en las vicisitudes familiares que favorecieron su concentración en este singular personaje, del cual aún lo desconocemos casi todo, y su posterior zozobra e incluso dispersión en la generación siguiente.

RENTAS DE HIERBA

RENTA anual en maravedíes FINCAS-HEREDADES TÉRMINO Y LINDES
414.933 Ivanejo de Cerro Verde
La Fuente
Morenos
Ocecilla
Suerte de los Miniodos
Trujillo
Linderas en Pizarrales
283.286 Magasquilla
Ruigilejo
Trujillo
Linderas en Aguijones
156.208 Mengalozanas
Asperilla de Alvarnegas
Trujillo
Linderas en Aguijones
85.945 Gamas Trujillo
Lindera con Mengalozana en Aguijones
85.000 Mengabril el Largo Trujillo
Linde con heredad de Malpartida
66.640 Labrados de Tozo Trujillo
Linde con heredades Pero Blasco y Malpartida
56.000 Serrezuela, mitad Trujillo
Linde con Magascona
54.400 Balderresolla Trujillo
Aguijones
40.000 Solanilla de Aguijones, cuarto Trujillo
Heredad Sorda y Río Tozo
30.000 Boticojo(era de Francisco de Galte) Trujillo
Boticojo de Juan Casco
16.000 Atalaya de Francisco de Monroy Trujillo
Atalaya Diego de Vargas
Río Almonte
20.400 Boticojo de herederos Trujillo
Linde con demás Boticojos
18.360 Orrezillos de los Canarios Trujillo
Aguijones. Heredad Sanctiespíritu
14.182 Mariansolo Trujillo
Ejido de ZoritaHeredad Marivela
13.220 Aldea del Obispo Trujillo
Heredad de BurdallosHeredad Río de Toro
13.088 Sorda Trujillo
Aguijones. Solanilla. Valderresolla.
11.000 Guijarral de Marta Trujillo
Ejido. Saboyal
10.660 Mudionzilla Trujillo
Pizarrales. Heredad Herradero
10.000 Palazuelo Trujillo
Pizarroso y Palazuelo de don Pedro Calderón
8.333 Tomilloso de la Umbría Trujillo
Aguijones. Tomilloso de la Solana
9.000 Presas y Maleznas Trujillo
Pudraitilla y Alcairía
8.752 Malpartida Trujillo
Mingabril
12.000 Miguel Gómez Trujillo
Umbría. Capellanía de la Encarnación
6.000 Portera Trujillo
Dehesa de GarcíazHeredad de Valmesado
8.000 Galocha Trujillo
Heredad Rivilla. Torrecilla de la Tiesa
6.375 Ruigil de Aguas Viejas Trujillo
Ruigilón
7.600 Azuquen de los Hierros Trujillo
Hocino Álvaro de Escobar. Suerte Iglesia
8.500 Azuquen de Villasviejas Trujillo
Tierras frailes Santiseteban de Salamanca
6.800 Guadalperal Trujillo
Linde con Guadalperales
7.246 Campillo Trujillo
Dehesa de Ibahernando
5.000 Casillas de Cristóbal Pizarro Trujillo
Perales y Aldegüela
3.400 Solanilla de los Cabos Trujillo
Solanilla Cabos. Morenos
2.244 Encinahermosa Trujillo
Caballería de IbahernandoValhondo de Diego Vargas
6.700 Marivela Trujillo
Marialonso
5.000 Magasquilla de Rueda Trujillo
Magasquilla. Aldeanueva
5.100 Don Lucas Trujillo
Arroyo Bermejo
85.202 Helechoso Montánchez
Dehesa Boyal
124.822 Cuadrado
111 vacas y cuarto de hierba
Medellín
Linde otros Cuadrados
88.332 Cabeza Caballo
108 vacas, cuarto y octavo
Medellín
Dehesa lugar de la Oliva
84.000 Novillero
60 vacas y cuarto
Medellín
Novillero de Gonzalo Torres
73.500 Sierra Ortiga
100 vacas
Medellín
Río Ortiga
52.220 Jarilla
64 vacas
Medellín
Jarilla de don Juan Ibáñez. Tierras de Villanueva de la Serena
40.800 Torvisca
l40 vacas
Medellín. Torre Virote. Tierras de Medellín
37.400 Casillas de Remondo
33 vacas, dos quintos y diezmo
Medellín
Dehesa Boyal
28.200 Don Llorente
23 y media
Medellín
Río Guadiana. Vacas de la Casa de Guadalupe
26.833 Caballería
23 vacas
Medellín
Novillero de don Alonso Mexía
28.152 Cuadrado de Gómez Solís y Cañada de la Zarza Medellín
Linde demás Cuadrados
24.000 Casilleja de Toribio Moreno Medellín
Dehesa Boyal lugar de Don Benito
9.911 Torre Virote
18 vacas y tercio
Medellín
Torviscal. Tierras Casa de Guadalupe
9.500 Casas del Campo
9 vacas
Medellín
Dehesa Boyal del lugar de Miajadas
5.000 Aguijón de Contreras
5 vacas
Medellín
Dehesa del Aljibe
24.107 Casas Blancas de Abajo Cáceres
Casas Blancas de Arriba
359.623
Total en maravedíes: 2.257.351
Total en ducados: 6.019

Las rentas de hierba eran, como es sabido, participaciones del valor de arrendamiento de una dehesa, expresadas en maravedíes al millar. Esta era la forma más frecuente de la propiedad de la tierra en la penillanura cacereña y trujillana hasta el siglo XIX, cuando las desamortizaciones implantaron la tendencia a la plena propiedad privada de los usos de la tierra en coto redondo o cerrado.

CASAS Y TIERRAS EN TRUJILLO
SITUACIÓN LINDES VALOR CUALIDADES
Plaza D. Francisco AltamiranoCarnicerías 30.000
ducados
Casas principales con otras “que él compró y edificó”
Plaza Unas con otras y con otros linderos 12.000
ducados
8 pares de casas
Ejido de la Zarza 30.000
ducados
Casas principalesCon tierras de pan llevar, viñas, huertas, olivares, cercas
Sierra de Herguijuela Viña herederos de Felipe Díaz, mercader.Viña Antonio Méndez CarvajalCapellanía de Carrasco 3.000
ducados
Dos viñas con sus olivares

La lista de inmuebles nos muestra los bienes raíces vinculados por sus padres que él mismo acrecentó, como permite suponer la afirmación de otras “que él compró y edificó”, refiriéndose a las casas linderas con el palacio de la plaza mayor.

OFICIOS
OFICIO VALOR INTERÉS PRINCIPAL
Alférez Mayor perpetuo y dos regimientos 12.500 ducados
Tesorero perpetuo de alcabalas y rentas de Trujillo y su partido 400.000 mrs salario al año
(1.066 ducados)
42.400 mrs el millar
(2,39%)
16.960.000 mrs
(44.522 ducados)
Tesorero y receptor perpetuo, del servicio ordinario y extraordinario 177.281 mrs el millar
Tenencia perpetua de la fortaleza de Trujillo, situada sobre alcabalas 200.000 mrs
salario al año
(533 ducados)
30.000 mrs el millar
(3,33%)
6.000.000 mrs
(16.000 ducados)

Los cuatro oficios que disfrutaba don Francisco Pizarro le convertían en el receptor y tesorero de los principales impuestos cobrados por la Corona en Trujillo, como en cualquier otra población castellana. Los cargos de alférez, alcaide de la fortaleza y la posesión de dos regidurías, aseguraban una clara preeminencia en el Concejo y el manejo de sus asuntos. Con estos derechos perpetuos los Pizarro garantizaban junto a su patrimonio el control de importantes resortes del poder económico y político de la ciudad por parte de su linaje.

JUROS
SITUACIÓN PRINCIPAL RÉDITOS INTERÉS
Maravedíes el millar
Alcabalas de Cáceres y su partido 15.000.000 750.000 20.000
Alcabalas. Partido de Llerena 45.000.000 2.250.000 20.000
Alcabalas. Partido de Llerena 15.000.000 750.000 20.000
Alcabalas. Partido de Llerena 7.500.000 375.000 20.000
Alcabalas de Llerena 4.776.180 159.206 30.000
Alcabalas Fuente del Maestre y su partido 13.750.000 687.500 20.000
Alcabalas Fuente del Maestre y su partido 7.500.000 375.000 20.000
Alcabalas Guadalcanal y su partido 5.000.000 250.000 20.000
Alcabalas Guadalcanal y su partido 3.750.000 187.500 20.000
Alcabalas Trujillo y su partido 15.000.000 750.000 20.000
Alcabalas Trujillo y su partido 3.867.180 193.359 20.000
Alcabalas Trujillo y su partido 1.803.440 90.172 20.000
Alcabalas Trujillo y su partido 1.482.040 74.102 20.000
Alcabalas Trujillo y su partido 480.080 24.004 20.000
Almojarifazgo mayor de Sevilla 13.501.440 450.048 30.000
Almojarifazgo mayor de Sevilla 9.000.000 500.000 18.000
Almojarifazgo mayor de Sevilla 4.866.192 270.344 18.000
Almojarifazgo mayor de Sevilla 1.600.000 100.000 16.000
Alcabalas de Sevilla 4.946.100 164.870 30.000
Alcabalas de Sevilla 1.000.000 100.000 10.000
Tercias de Plasencia 421.200 23.400 18.000
Total, maravedíes 175.243.852 8.524.505
Total, ducados 467.316 22.732

Los 21 títulos de juros detentados por don Francisco Pizarro demuestran en la localización de las rentas de percepción el interés de éste y de su progenitor, Hernando Pizarro, por amortizar capitales en Extremadura. Los juros, como modo de participación en la deuda pública, eran garantía de renta segura, aún a un aceptable interés medio del 5%, veinte mil el millar, aunque ya se encontraban por debajo de la tasa moral y legal de los intereses de censo, que, por tanto, eran en esos años más rentables. En cuanto al riesgo, las quiebras de la Hacienda Pública, por los crecientes costes de las guerras del Imperio, se harían notar precisamente a partir de entonces, al comienzo del reinado de Felipe III.

CENSOS
CENSUALISTA PRINCIPAL RÉDITOS INTERESES
MARAVEDÍES EL MILLAR
D. Luís de Chaves Sotomayor, su mujer e hijos. Vecinos de Trujillo. 18.750.020 133.930 14.000
Don Diego de la Rocha, su mujer y suegra, vecinos de Trujillo 14.280.000 102.000 14.000
Gómez de Solís, su mujer e hijo mayor, vecinos de Trujillo 937.510 66.965 14.000
Pero Martínez Calero y Miguel Hernández Calero, su hermano, vecinos de Trujillo 937.510 66.695 14.000
Tristán de Morales, vecino de Mérida 777.112 53.508 14.000
Total maravedíes 34.744.642 423.098 14.000
Total ducados 92.652 12.444

Los cinco censos demuestran que los préstamos de don Francisco y sus progenitores buscaron prestatarios solventes entre la nobleza y la oligarquía cacereña. Como es sabido el censo al quitar es una forma de crédito hipotecario sin plazo fijo de amortización que en la época que nos ocupa, finales del siglo XVI, tenía un interés del 7%, es decir, una sustanciosa renta para una inversión segura y de poco riesgo.

Fortuna total de don Francisco Pizarro y Pizarro
(DUCADOS)
partidas Valor % sobre valor Rentas Interés
HIERBAS 240.784 20% 6.019 2,5%
JUROS 467.317 40% 22.732 4,8%
CENSOS 92.652 8% 12.444 7%
OFICIOS 73.022 6,3% 1.599 2,8%
CASAS Y FINCAS 75.000 6,5%
JOYAS 30.000 2,6%
VASALLOS 170.666 14,8%
Total 1.149.441 100% 42.794 4,2%

Como puede apreciarse en el cuadro anterior la fortuna de don francisco Pizarro consistía en 7 partidas de bienes: hierbas, juros, censos, oficios, casas y fincas, joyas y rentas de vasallos. Este panorama de inversión es, por cierto, muy parecido al practicado por el de otros ricos indianos cacereños, como Cristóbal Ovando Paredes, Juan Cano Saavedra, o Francisco Godoy[3].

No cabe duda que la mayor parte de estos cuantiosos bienes fueron heredados de sus padres, resultado del titánico esfuerzo desplegado por Hernando Pizarro, el último gran capitán de la Conquista, por salvar de las garras de la Real Hacienda los restos de un gran imperio económico peruano, repatriado e invertido en su mayoría en su Extremadura natal. Aunque aún no estamos en condiciones de afirmar que parte fue adquirida o acrecentada por don Francisco si tenemos algunas noticias por el inventario de sus bienes:

“Las joyas de oro piedras, plata blanca y dorada, que tiene, así de la que Hernando Pizarro, mi padre, quedó vinculadas en su mayorazgo, como las que él de nuevo ha comprado, que uno y otro vale más de treinta mil ducados”

“Sesenta cuentos de maravedíes de principal que se le dieron en el asunto que hizo con Su Magestad, en vasallos de iglesias” (en diversos lugares de obispados de Ávila, Burgos, Astorga, Toledo, Oviedo, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Mondoñedo).

Especialmente relevante resulta esta cuantiosa inversión en rentas de vasallos que le garantizaron a don Francisco y sus sucesores cuantiosas rentas en derechos jurisdiccionales. Esta práctica fue continuada por los Pizarro en la adquisición de señoríos sobre pueblos del alfoz de Trujillo.

Como ya hemos dicho don Francisco fue el heredero de los cuantiosos bienes de Hernando y Francisca Pizarro, pero no fue el único de sus hijos. Tuvo dos hermanos más: Juan, e Inés, la más joven, casada con don Diego Mesía de Prado, un noble trujillano establecido en Montánchez. Posiblemente nació hacia 1553. Sus padres se casaron el año anterior, y Hernando Pizarro tenía prisa en dejar descendencia que garantizase la continuidad de su linaje. A pesar de ser don Francisco el primogénito no fue llamado a la sucesión inmediata del mayorazgo de sus padres, como era habitual. Hernando Pizarro hizo preterición de él en beneficio de su hermano Juan, sin que sepamos aún bien el porqué, tal vez las relaciones entre don Francisco y su heroico padre no fueron tan cordiales como parece que lo fueron con su madre.

Sin embargo, la fortuita muerte de sus hermanos y la temprana desaparición de su descendencia le convirtieron en heredero único. Inés había muerto en agosto de 1580, al poco de casarse, y su única hija, Aldonza, debió morir poco después. Juan, el mayorazgo, ya había desaparecido en diciembre de 1581, al poco tiempo de las bodas de su madre y de su hermano. Juan no llegó a contraer matrimonio, si bien su madre menciona en su testamento, realizado en 1598, a un posible hijo natural de éste, Hernando. [4]

Este azar biológico permitió la concentración del patrimonio de los Pizarro en una sola persona. Pero los cuantiosos gastos de don Francisco, posible causa del inventario que analizamos, y de su madre, mermarían sensiblemente la herencia. Habida cuenta de las atenciones que tuvo doña Francisca Pizarro con su esposo y suegros, venidos a menos por los pleitos que azotaban las propiedades de su condado.

Don Francisco tuvo una azarosa vida sentimental y matrimonial, como era frecuente en un noble que pretendía garantizar la continuidad de su estirpe. Casó con Francisca Sarmiento y Castro en 1581, meses antes de que su madre, doña Francisca Pizarro hiciera lo propio con el hermano de ésta, don Pedro Arias Dávila Portocarrero, hijo de los segundos condes de Puñonrostro. Con ello la nuera de doña Francisca se convirtió en su cuñada. Ambos matrimonios demuestran el interés de la nueva oligarquía indiana, representada por los Pizarro, por entroncar con la nobleza castellana, encarnada en los Puñonrostro, aunque en éste caso no muy antigua en cuanto a título y no muy boyante en cuanto a rentas[5] que así conseguían sanear.

Fruto de este primer matrimonio fue Juan Hernando Pizarro, que conseguiría el título de marqués de la Conquista, y otra hija llamada Francisca que no dejó descendencia. En segundas nupcias matrimonió nuestro protagonista con Estefanía de Orellana y Tapia, con quien tuvo un hijo, Gonzalo. El azar del destino y la alta mortandad de la época hizo que los hijos de estos matrimonios, o en el caso de Juan Hernando la hija de éste, murieran sin descendencia, y quedase como heredera de su fortuna, e incluso del título de marqués de la Conquista, Beatriz Pizarro, hija natural legitimada, nacida hacia 1606, fruto de su unión con Micaela Manrique con la cual convivió en Trujillo en la última etapa de su vida, tras haber enviudado dos veces.

Parece ser que don Francisco alternó su residencia en la Villa y Corte, donde fijó su residencia su madre tras su segundo matrimonio, con estancias en Trujillo, en los palacios construidos y remozados por sus progenitores de la plaza mayor y la Zarza, donde, según las crónicas de la época vivió con el fasto de una pequeña corte. Aquí se estableció para cuidar directamente de sus propiedades e intereses. En 1598, año de la realización del inventario de sus bienes, figuraba como vecino de Trujillo, y tal vez en esas fechas, tras la muerte de doña Francisca Pizarro, dejase definitivamente Madrid.

No es mucho más lo que sabemos de la vida privada de este personaje. Lo poco que traslucen los protocolos notariales, reflejo ante todo de actividades económicas y contratos. Sin embargo, contamos con una fuente inestimable, el Memorial de Tenuta de los mayorazgos de los Pizarro que, aunque redactado más de un siglo después de su muerte, en relación a la legitimidad de su hija, nos describe, en boca de varios testigos, rasgos de su personalidad[6].

Por testimonio del comendador Fray Francisco Vélez, de oídas al licenciado Huñez, cura de la parroquial de la Veracruz, de Trujillo y al padre Fray Rodrigo de Herrera, religioso de su convento: “don Francisco era un hombre muy grave, áspero y de terrible condición, y los caballeros más principales de aquella ciudad le veneraban y respetaban”.

El doctor Valverde, que le atendió en sus últimos momentos afirmaba: “si yo le voy con ese mensaje echárame con los diablos, y le temo tanto que cuando le tomo el pulso tiemblo, de manera que aún le juzgo de las calidades de él”. Y otro día, “estando el testigo instando a don Francisco para que tomase un poco de substancia, habiendo tomado dos cucharadas de ella, asomó la cabeza el doctor Valverde por entre los que se hallaban presentes, y viendo que dicho don Francisco había reparado en él, dijo: mucho me huelgo, señor don Francisco, de haber visto el buen ánimo con que vuestra merced ha tomado esa sustancia, y él respondio: ¿huélgase mucho?, pues porque no se huelgue no quiero tomra más, vayase de ahí” (Memorial: párrafo 166).

En 1621 aún vivía, pues con su hija, doña Beatriz, ingresó como hermano de la Cofradía de la Concepción de Trujillo, (Memorial: párrafo 157). Probablemente murió al año siguiente.


NOTAS:

[1] INVENTARIO DE PROPIEDADES DE DON FRANCISCO PIZARRO Y PIZARRO. PARA SERVIR DE HIPOTECAS DE CENSOS. Madrid, 22 de noviembre de 1598. Archivo Histórico de Protocolos Madrid. Escribano Pedro de Prado. Protocolo 1.359. Usamos la transcripción de VÁZQUEZ FERNÁNDEZ, L.: Tirso y los Pizarro. Aspectos históricos documentales. Cáceres, 1993, pp.323-334.

[2] VARON GABAI, R.: La ilusión del Poder. Apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú. Lima, 1996.

[3] PELEGRI PEDROSA, L.V.: Los Cano-Moctezuma. Un Linaje indiano entre Cáceres y México. Cáceres, 1998.

[4] ROWSTOWROSKY, M.: Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza. 1534-1598. Lima, 1989, pp.73-75.

[5] No sabemos si doña Francisca conoció a su futuro marido antes del matrimonio de su hijo o después. Para M. Rostworowsky tal vez fue una imposición de los Puñonrostro que Francisco se casara antes que su madre para asegurar una ventajosa boda a su hija, dada su débil situación económica. Y don Francisco pudo acceder a la voluntad de su madre de entablar esta política matrimonial, pues no puso ningún obstáculo ni a éste ni a otros de sus deseos, como sus cuantiosos gastos en Madrid. Rowstowrosky, cit. pp.68-70.

[6] Memorial Ajustado hecho con citación de las partes del pleito que pende en el Consejo. Publicado en Madrid en 17 de octubre de 1742. Recoge los argumentos y las consiguientes pruebas genealógicas de todas las partes en litigio. Archivo de la Fundación Pizarro, Trujillo.

Oct 012001
 

Luis Vicente Pelegrí Pedrosa.

La apicultura y la explotación de las colmenas era un complemento importante de la economía agropecuaria en la Extremadura del siglo XVIII, situada a medio camino entre la ganadería y los aprovechamientos forestales[1], abastecía de miel y de cera, indispensable esta última para la iluminación y para las funciones religiosas de los numerosos templos, a la vez que proporcionaba excedentes comercializables, siendo la primera, además, el único medio seguro que tenían los extremeños de “endulzarse la vida.”

En esta pequeña comunicación intentamos acercarnos a la realidad de este aprovechamiento, aparentemente secundario en la Extremadura moderna, a través del ejemplo de la comarca de la Serena, compuesta entonces por 19 poblaciones bajo maestrazgo de la Orden de Alcántara, y cuya situación hemos comparado con los escuetos resultados que conocemos para el resto de la región. Para ello nos hemos servido de dos fuentes esenciales para ese periodo, las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada y los Interrogatorios para la creación de la Audiencia de Extremadura, confeccionados en esa comarca en 1752 y 1791 respectivamente[2].

La producción y rendimientos del colmenar están recogidos en la pregunta diecinueve del Catastro y en la cincuenta y cuatro de los Interrogatorios. En la primera fuente se dan los rendimientos de enjambres, miel y cera, por colmenas, expresados en producción por arrobas y en reales, y en los mapas generales se ofrece el número de colmenas existentes en cada localidad. El Interrogatorio de la Audiencia, por su parte, indica el número de colmenares, colmenas, arrobas de miel y cera producidas, y sus correspondientes precios. Cotejando ambas fuentes podemos conocer la trayectoria de los rendimientos, además de la evolución global del número de colmenas. Así, la información para 1791 se detiene menos en detalles de los rendimientos, pero contiene cifras globales de producción de las que carece el Catastro.

El Interrogatorio era explícito, en la pregunta cincuenta y cuatro, a cerca de los rendimientos y la utilidad de las colmenas, y cuales eran sus problemas:

“si hay colmenas, su número, poco más o menos, como se crían y conservan, y la cosecha de miel y cera, de que flores se alimentan, y si dejan de aplicarse los naturales a esta industria por los robos que sufren, o por otro motivo, y como se cree que se podría adelantar este importante ramo”

La respuesta de Castuera puede ser demostrativa del tipo de información ofrecida:

“que tienen estos vecinos veinte y cuatro colmenares, que compondrán, a juicio prudente, mil y cuatrocientas colmenas, que, como va dicho en la pregunta treinta y cinco, producirán unos años con otros ciento y cincuenta arrobas de miel, y de cincuenta a sesenta de cera, alimentándose de la flor del romero, tomillo, jara, cardo y árboles, y de las menores yerbas comunes. Y aunque es ramo de útil producto no se fomenta más porque los turones, gatos, topos y otros animales las matan y aminoran, y son difíciles de precaver”

La apicultura estaba extendida por toda la comarca, pero con especial concentración en las áreas montuosas, donde era más factible la explotación de flores y pólenes que favorecían la creación de la miel y de la cera. No en vano las poblaciones con sierras cercanas eran las más destacadas en este aprovechamiento, como Cabeza del Buey, Castuera, Esparragosa de Lares, Zalamea, Sancti Espíritu, aunque también despuntaba Campanario que no tenía terreno montuoso. El número de colmenas aumentó sensiblemente de 1752 a 1791, pasando de algo más de 7.000 a 9.600, muestra del auge que adquirió esta explotación en la Serena a lo largo del siglo XVIII.

A pesar de la tendencia general al crecimiento del sector apícola hubo localidades con un comportamiento regresivo. Las poblaciones con más colmenas en 1752 eran Cabeza del Buey y Esparragosa de Lares, que superaban las 900, seguidas de Castuera con 853, y a continuación Magacela que tenía más de 500, y Valle e Higuera que se aproximaban a esta cifra. Sin embargo, en 1791, mientras que en la primera localidad apenas aumentaron y en la segunda descendieron en una tercera parte, en Castuera casi se duplicaron, al igual que en Valle, y en Campanario casi se triplicaron, hasta llegar a tener 1.500 colmenas, la mayor abundancia del partido. Los aumentos más espectaculares se dieron en Monterrubio que pasó de tener 19 colmenas a poseer 600 y Villanueva de sólo 40 a 400.

Independientemente de las cifras absolutas, las poblaciones en las cuales la apicultura tenía mayor peso proporcional en el conjunto de sus ganados eran el Valle, con el diez por ciento de su cabaña en 1752 y la cuarta parte en 1791, y en Zalamea y Sancti Espíritu que llegaba al seis por ciento, y en Castuera y Esparragosa de Lares en donde se situaba en torno al cuatro por ciento.

En contra de la trayectoria común del partido se produjeron descensos en localidades con serranías destacadas, Sancti Espíritu, Higuera y Peraleda. En concreto en Higuera se redujeron a la mitad. Por tanto, parece detectarse una evolución hacia el crecimiento del sector apícola basado en su extensión por el llano en detrimento del monte, como demuestran los cuadros que se adjuntan sobre producción y rendimientos.

En 1752 la producción de miel se expresaba en cuartillos, es decir, medio litro, o una vigésima tercera parte de arroba, mientras que la de cera se indicaba en cuarterones, o un cuarto de libra. En 1792, por el contrario, tanto la producción de miel como la de cera se expresaba en arrobas de 25 libras, como se indicaba explícitamente en las respuestas del Valle: “y veinte arrobas de cera que hacen quinientas libras”[3].

Los rendimientos más usuales en 1752 para todo el partido de la Serena eran de dos cuartillos de miel y un cuarterón de cera por colmena. –un kilo de miel y 115 gramos de cera, aproximadamente-. En 1791 cada colmena producía casi tres libras de miel y tres cuartos de libra de cera –1,3 kilos de miel y 322 gramos de cera-. Por tanto, se produjo un notable incremento en el rendimiento de las colmenas, sobre todo en la producción de la cera. La intensidad de la explotación era de dos enjambres por colmena, y sabemos, además, que en 1791 los colmenares contenían un promedio de 50 colmenas, o 25 enjambres.

Los precios habituales eran de 3 reales los dos cuartillos de miel, y de real y medio el cuarterón de cera en 1752, es decir, a 34 reales y medio la arroba de miel y a 150 la de cera, o seis reales la libra, salvo en la Haba que los dos cuartillos de miel costaban cuatro reales, y en Zalamea, Quintana y Magacela donde el cuarterón de cera costaba dos reales, sin que se den más explicaciones sobre esa diferencia. En esas mismas fechas el valor de los enjambres variaba de 12 a 9 reales, es decir, una media de 5 reales por colmena.

En 1791 el precio de la arroba de miel oscilaba desde los 75 reales en la Haba, o los 50 reales de Castuera, a sólo 24 reales en Peraleda, en el resto de localidades ascendía a 40 reales. Y el precio habitual de la cera se situaba en 200 reales la arroba, u ocho reales la libra, excepto en Castuera que sólo se cotizaba a 60 reales la arroba, tal vez por ser de peor calidad. Por tanto, se produjo un sensible incremento del 50% en el precio de la cera, pero tan sólo del 17% en el precio de la miel. Tal vez la inflación en el sector apícola se viese amortiguada por el mismo aumento de los rendimientos, a pesar de la expansión de la demanda.

La producción global de miel y de cera podemos calcularla para 1752 con reservas, por las discordancias que existen entre las respuestas generales y los mapas generales, en 621 arrobas de miel y 72 arrobas de cera para 7.135 colmenas. Y en 1791, con mayor fiabilidad, podemos fijar la producción total de las 9.600 colmenas existentes en 1.114 arrobas de miel y en 270 arrobas y media de cera. Ello demuestra que la producción de miel se duplicó, y que la de cera se triplicó con creces, por encima del crecimiento del número de colmenas, lo cual, de nuevo, nos advierte sobre el aumento del rendimiento bruto.

Así pues, los rendimientos globales para todo el partido de la Serena pueden fijarse 1752 en algo más de 21.400 reales de vellón de miel y 10.800 reales de cera. En 1791 puede aceptarse un valor de 46.160 reales de miel y 54.100 reales de cera, siendo este último producto, por tanto, mucho más rentable que la miel, por su mayor precio y escasez.

Por tanto, los rendimientos brutos por colmena expresados en metálico, según las indicaciones desglosadas en cada localidad, ofrecen una media de 10 reales en 1752, de los cuales la mitad eran de miel y cera, y el resto del valor del enjambre. En algunos pueblos se especifica solamente que la producción es de cinco reales de miel y cera, y en algunos casos “por mitad” ambos productos[4]. En 1791, en cambio, si dividimos el producto bruto en metálico por el número de colmenas, obtenemos una rentabilidad de 10 reales por cada una de ellas, sólo de miel y cera y sin contar el valor de los enjambres que desconocemos para esa fecha. Las respuestas de Monterrubio certifican este rendimiento:

“aunque al presente están aminoradas por los años contrarios, rendirá cada una once reales, los seis de miel y los cinco de cera”.

Desconocemos, eso sí, los rendimientos netos resultantes de descontar los costes de explotación, aunque según Melón Jiménez éstos no eran elevados[5]. Por tanto, hay que concluir que el valor de la producción de cera y miel se duplicó de 1752 a 1791, como muestra evidente de la expansión del sector apícola en la segunda mitad del siglo XVIII en la Serena. Este crecimiento de la apicultura está en consonancia con el que se produjo en otras comarcas de Extremadura, como fue el caso del ducado de Feria, aunque parece que los rendimientos allí fueron mayores, por lo menos para 1752[6], o con el auge que tenía en las economías serranas de la Alta Extremadura[7].

A pesar de esta expansión del sector los ricos testimonios recogidos en el Interrogatorio de la Real Audiencia matizan esta impresión que ofrecen las cifras, explicando las trabas para su auge, e incluso cayendo en algunos casos en un pesimismo que hace pensar que los rendimientos deberían de haber sido mayores, o que la demanda de protección para el sector empuja a los informantes a describir un panorama poco halagüeño.

En 1791 coinciden todas las poblaciones de la Serena en señalar la utilidad y los rendimientos de las colmenas. En Zalamea el Interrogatorio sugiere incluso un esplendor perdido del sector, al afirmar que “no discurren medida de animar a este tan útil ramo que prevaleció mucho en lo antiguo”. La pujanza de la explotación, debidamente atendida, de la que se llegaban a comerciar excedentes, como ocurría en otras comarcas de Extremadura[8], queda reflejada en el testimonio de la Haba:

“en que queda dicho, de veinte arrobas que se consumen en el pueblo, igualmente se vende, es su precio el de setenta y cinco reales, y el fruto de cera tres arrobas, y si alguna se vende el precio es de ciento setenta y cinco reales”.

En Cabeza del Buey los informantes abundan en el factor humano como freno al desarrollo del colmenar:

“y aunque se considera ramo de mucho producto, no se amplía porque los dueños de las dehesas resisten la fábrica de colmenas para el resguardo, y sin ellos padecen mucho daño de turones y otros animales nocivos, y allanándose los permisos se fomentaría este útil granjería.

En la Coronada la situación, sin embargo, era más caótica que en otras poblaciones de la comarca:

“que sólo tendrán estos vecinos cien colmenas, situadas la ciencuenta en las cercas contiguas al pueblo, que se alimentan de las yerbas menores, de las sementeras y cortos frutales, y las demás en la Real Dehesa de la Serena, que se alimentan del tomillo, cardo, argamula y candelita, y hay poca inclinación en los naturales, huyendo de robos, incendios, y no discurren modo de adelantar este ramo”

Otro de los grandes problemas de la explotación apícola es referido por los peritos de Esparragosa de Lares:

“que aunque no hay colmenares cerrados (…) y se alimentan de las flores (…) y no hay aplicación a este ramo por estar muy dañados de ganados que estropean la flor de todo el término, y no hallan modo de adelantarle”.

Uno de los testimonios más completos sobre los delitos contra la propiedad de colmenas en la Serena, es, sin duda alguna, el ofrecido por la Haba:

“sin alcanzar medio alguno que pueda aumentar dicha especie de colmenas, siendo práctica que se ha experimentado en esta villa la de condenar a un robador de ellas, que se aprehendió, en la pena de doscientos azotes que se le dieron, y después fue conducido por diez años al presidio de bombas de Cartagena, que actualmente está cumpliendo”.

Ante tantas adversidades los informantes de Monterrubio “no discurren otros medios para aumentarlas mas que el de buenos años y primaveras que penden del Todopoderoso”. En Peraleda, o Villanueva del Zaucejo, eran también de la opinión del clima como elemento principal: “y se fomentarán siguiéndose buenas otoñadas y primaveras, por falta de las cuales está tan reducido su número”.

En Sancti Espíritu, por el contrario, los peritos locales hablaban de fomento directo “para cuyo aumento no hallan otro remedio que el de la persuasión u obligarles a que cada uno tenga cierto número”. La opinión del intervencionismo y el fomento directo es especialmente clara en Villanueva, donde exponían:

“y hay poca aplicación por medio de continuados robos difíciles de evitar, pero es ramo de mucho producto, corriendo años regulares, y para su aumento no hallamos otro remedio que el débil de la persuasión a los pudientes, o que por justicia se obligase a estos a establecer un cierto número cada uno, y situarlas en varias porciones de a trescientas o menos, compuestas entre varios de compañía, guardando las debidas distancias en su situación”.

Gracias también al Interrogatorio de la Audiencia tenemos diversas referencias sobre las técnicas de laboreo de las colmenas y sus aprovechamientos. Las respuestas de Benquerencia añaden matizaciones en las especies de flores aprovechadas, sobre lo que ya sabemos de Castuera, tal vez por su posición serrana:

“que hay poco celo por las colmenas (…) que se alimentan de las flores de tomillo, jara, retama, algamula, encina y otros arbustos, y de la menores hierbas”

En Higuera se amplía la información sobre las flores añadiendo la “abulaga” –aulaga-, y la “madroña”, y contando entre los depredadores a la “patialbilla”. En Magacela añaden “azahar de encina”, “pan y quesillo”.

En Campanario los informes completan la visión del sector, a la vez que nos recuerdan la dualidad entre monte y llano en este tipo de explotación

“se crían y conservan poniéndolas en parajes amenos y no castigándolas en las castras, la cosecha de miel (….). Las flores de que se alimentan son todas las que produce la tierra, excepto la de la adelfa, que en esta no labran (…) y de no ser tierra poblada de montes, que por ello aumentan poco”.

En Esparragosa de la Serena fueron más explícitos en las referencias sobre los métodos de elaboración de los colmenares:

“y se conservan en corchos con cobijas de lo mismo, aseándolas los asientos y tapándolas con barro las hiendas y agujeros”.

Las respuestas de la Guarda complementan estos datos sobre las técnicas:

“que el modo de conservar las colmenas es castigándolas poco en las castras y que estén situados los colmenares en partes abundantes de flores y montes. (…) Que los naturales se inclinan a su conservación y aumento, pero por la escasez de primaveras se aumenta poco este ramo”.

Las respuestas de Magacela matizan los datos sobre la factura de los colmenares añadiendo que:

“se crían y conservan en corchos, con que surten los vecinos de Valdemorales y otros que tienen el trato de venderlos, por criarse en sus tierras alcornocales, de que carece ésta”.

Las técnicas de laboreo del colmenar nos sugieren, en suma, que se criaban y conservaban los enjambres en cajas de corcho, situados bien en las propiedades particulares de los apicultores o en los terrenos comunales, preferentemente en montes donde hubiera abundancia de flores, como las poseen las sierras de la Serena, y preferiblemente cercadas y agrupadas, para evitar las invasiones del ganado y de los depredadores, animales o personas, que a través del hurto dañaban la producción de miel y cera. Estos métodos eran, por otra parte, comunes a otros territorios de Extremadura[9].


NOTAS:

[1] Alvarado Corrales, E: El sector forestal en Extremadura. Ecología y Economía. Cáceres, 1983, p.269.

[2] Para el Catastro referimos en el texto las preguntas utilizadas. Archivo General de Simancas, Sección Contadurías, Catastro, legajos 137 a 152. Para los Informes de la Audiencia hemos utilizado la edición realizada por la Asamblea de Extremadura en 1995 Nos hemos ocupado de este tema con más detalle en nuestro libro La economía ganadera en la Serena, a finales del Antiguo Régimen. 1752-1791. Ceder-La Serena, Junta de Extremadura, 1999.

[3] Calculamos la producción con las siguientes medidas. Arroba 11,5 kilogramos, libra 460 gramos. Cuarterón 115 gramos, y cuartillo 0,5 litros.

[4] Sin embargo, si dividimos el valor bruto en metálico por el número de colmenas obtenemos una rentabilidad de la mitad, lo cual nos indica las distorsiones que pueden producirse por los fallos en la contabilidad general de las colmenas ofrecidas por los mapas generales y en las desviaciones producidas en las conversiones de las unidades de peso y medida.

[5] Melón Jiménez, M.A: Extremadura en el Antiguo Régimen. Economía y sociedad en tierras de Cáceres. Cáceres, 1989. p.179.

[6] Gómez, Sánchez Coronado, M: El ducado de Feria a finales del Antiguo Régimen. Mérida, 1995,p.61. Los rendimientos medios de cada colmena eran de 14 reales anuales, de venta de cera, miel y enjambres.

[7] Melón Jiménez, cit.p.179

[8] Ibídem En Ceclavín y Zarza la Mayor se elaboraba la cera y la miel para exportarla a Portugal.

[9] Sánchez Gómez-Coronado, cit. p.62.

Oct 012000
 

Luis Vicente Pelegrí Pedrosa.

Universidad de Cádiz

Los aprovechamientos comunales fueron esenciales en la comarca de la Serena a lo largo del Antiguo Régimen, sin ellos no puede entenderse ni la distribución de la propiedad de la tierra ni la economía ganadera. Estos aprovechamientos se distribuían en tres jurisdicciones: los bienes de propios contenidos en los respectivos términos privativos de cada población, los baldíos comuneros, disfrutados junto a otras villas, y, por último, los pastizales aprovechados en la Real Dehesa de la Serena. Todos ellos configuraban la propiedad amortizada, o de manos muertas, que estaba excluida del mercado de la tierra e incluía a las grandes dehesas.

El último territorio mencionado constituyó la denominada Real Dehesa de la Serena, situada en su mayoría en el terreno “estepario” de la comarca, de suelos pizarrosos y poco profundos, pero dotada de finos pastos codiciados por los ganados trashumantes. Su historia es la síntesis de la dialéctica entre intereses y ganados trashumantes de la Mesta y ganados riberiegos o autóctonos, y la necesidad secular de tierra y pasto de las dieciocho villas del partido. Ambas partes se disputaban el arrendamiento que la Corona efectuaba de dicho territorio.

En 1791 el magistrado visitador de la Serena, Agustín Cubeles y Rodas, se refería, en su Informe General del Partido, a cerca la Real Dehesa de la Serena, en estos términos, en una cita ya conocida:

“En el centro del partido está situada la Real Dehesa de la Serena, que como abraza doscientos y cincuenta millares de tierra y muchos de ellos poblados de robustas encinas, ofrece un dilatadísimo espacio en que se halla un cuadro de más de seis leguas y media por cada costado, que certifican cuarenta leguas cuadradas sin una población, en cuyo ámbito pudieran situarse siete u ocho, descargando a los pueblos del partido de vecinos que les sobran, y no pueden fomentarse ni ejercitar su inclinación a la labor y plantíos por la estrechez de sus términos, y de cuyo descargo resultaría a los demás algún desahogo y posibilidad para ampliar sus ganados y labores, perosólo se ofrece la dificultad de estar enajenada dicha Real Dehesa”

El magistrado recogía así en su informe las limitaciones que la estructura de la propiedad y el régimen de explotación de la tierra imponían al desarrollo general de la comarca, a la vez que proponía una solución colonizadora de típico corte reformista e ilustrada. En 1752 los peritos comisionados para la elaboración del Catastro se reunieron para definir la Real Dehesa de la Serena:

“Que el número de tierras que ocupará el término de dicha Real Dehesa será el de doscientas sesenta mil, en esta forma: las doscientas cincuenta y cinco mil de pasto, que de ellas las doscientas mil serán de primera calidad, treinta mil de segunda, y veinte y cinco mil de tercera. Cuatro mil novecientas y noventa fanegas de sembradura de secano, que las dos mil serán de primera calidad, mil de la segunda, y noventa de la tercera. Cuatro fanegas de viña de primera calidad, y seis fanegas de regadío de hortaliza: las cuatro de primera calidad, y dos de segunda”.

En 1791, en los informes de la capital del partido se trataba también de su extensión:

“Aunque de toda la Real Dehesa de Serena, que abraza doscientas cuarenta y tres mil y quinientas cabezas de hierba, es delegado de su Magestad, juez peculiar y privativo, un señor ministro del Supremo Consejo de Castilla, y subdelega en el caballero gobernador que es o fuere de este partido para ciertos casos y cosas, por la condición veinte y una que a los compradores les fue aprobada, e no obstante, se señaló a cada villa un trozo de jurisdicción acumulativa”

A pesar de las aparentes discordancias en la definición de la superficie de este territorio existía unanimidad en sus dimensiones y su despoblamiento, como demuestran los informes de la Coronada, Sanctiespíritu, o Malpartida, por ejemplo:

“No hallan por ahora arbitrios para adelantar el estado más que el de poderse fundar poblaciones en el vasto terreno despoblados, que en el centro del partido ocupan cerca de doscientos y cincuenta millares de tierra de la Real Dehesa de la Serena, (…) ofreciendo margen, aguas, y terrenos útiles para dichas poblaciones que serían ventajosas al Estado y comodidad para los tránsitos”.

“Ansiosos de llenar las ideas del Soberano consideran que en el espacioso ámbito de la Real Dehesa de Serena, que promete tierra muy útil para labores y ganados, y en que se anotan cuadros de más de seis leguas a lo ancho y otras tantas a lo largo sin una población, siendo el vientre del partido, pudieran establecerse algunas que descargaran estos vecindarios sujetos a sus ceñidísimos términos privativos, con el gran beneficio a la Corona, además de acompañar los tránsitos y dulcificarlos, reduciendo a más producto los términos que se les señalaran para labores y pastos, a bueyes y caballerías”.

“Ni hay noticia de despoblado ni proporción para nuevas poblaciones, como no sea en el espacioso desierto ámbito de la explicada Real Dehesa, que es el centro de todas las villas del partido, con doscientos cincuenta millares de hierba y muchos poblados de monte de encina”.

En 1570 las villas de la Serena consiguieron una real provisión para garantizar sus necesidades de labor y pasto. Este derecho se concretó en el baldiaje, que, independientemente de los bienes de propios y baldíos, les permitía el disfrute de 102 millares de pasto mediante la libre entrada de los vecinos para que pudieran pastar sus ganados, del 15 de marzo al 28 de septiembre, y desde esta fecha y hasta el 18 de octubre, pagando cierto canon a la mesa maestral. Es decir, quedó asegurado para los ganados locales el veranadero y el agostadero, mientras que los mesteños siguieron optando libremente, y en competencia ventajosa respecto a los ganaderos locales, al arrendamiento del invernadero cuyo disfrute lestraía a estas tierras.

Felipe V, como maestre de la Orden de Alcántara, decidió enajenar la Real Dehesa de la Serena para sufragar los gastos de la guerra de Italia. Como la autorización del Papa, necesaria por tratarse de propiedades de una orden religiosa y militar, obligaba a respetar el derecho de baldiaje, y éste impedía lograr un precio de venta elevado, se llevaron a cabo negociaciones con las villas interesadas. El resultado fue una Concordia en 1744 que obligaba a los compradores a contribuir a las villas con una tercera parte para que los vecinos pudieran pastar sus ganados y cultivar en las proximidades de sus poblaciones, una vez hubiesen rebasado la capacidad de sus términos, dándoles además preferenciaen los arrendamientos sobre los forasteros –condición ya estipulada previamente una década antes-. A cambio las villas renunciaban a un mes de baldiaje, que comenzó desde entonces el 15 de abril. En 1760 se dictó un reglamento para disfrutar de esta asignación de tercera parte.

La propiedad comunal de la tierra de los Concejos se distinguía, al igual en que en resto de Castilla, entre baldíos, ejidos, y dehesas boyales, destinados generalmente al aprovechamiento colectivo y gratuito de los pastos, y en algunos casos repartidos en parcelas o suertes para su cultivo entre los vecinos. En concreto, los baldíos eran territorios de monte incultos y de escaso aprovechamiento agrícola que se destinaban a pasto y a explotación forestal. En la Serena estos terrenos comunales se organizaban en comunidades de villa y tierra. Las dehesas boyales, por su parte, permitían pastar al ganado, principalmente de labor, y los ejidos eran terrenos explotados tanto a pasto como a labor. Dehesasboyales y ejidos estaban formados en la mayoría de los pueblos de la Serena por encinar de monte hueco

La tercera pregunta general del Catastro es fundamental para conocer la configuración jurisdiccional del territorio de la Serena, y en especial de sus baldíos. Los accidentes geográficos, y en especial los ríos, eran guías esenciales para el trazado de los territorios de términos privativos y baldíos. En Esparragosa de Lares las Respuestas Generales del Catastro señalan:

“Y (Sanctiespíritu) linda por el sur con el río Guadalemar, que divide la jurisdicción de Sanctiespíritu con el término de la Puebla de Alcocer, de los estados del señor duque de Béjar, por poniente con el río Guadalemar, que divide la jurisdicción de esta villa y la de Esparragosa de Lares. Al sur con el río Sújar, que divide la jurisdicción de esta villa con la de Cabeza del Buey”.

En Malpartida se describía así el territorio:

“Y en cuanto a la figura y demás circunstancias de dicho término comunal se remiten a lo que dijere la villa de Castuera, como cabeza de todas ellas, quien lo manifestará con la más puntual expresión y claridad”. (El término privativo de esa villa)(…) “Linda por levante con tierras comuneras de Tierra de Benquerencia, de las cuales es esta villa, y divide el término un arroyo llamado Guadalefra, por norte linda con baldíos comunes referidos, y por poniente con término de la de Zalamea, y por el Sur con el Sesmo, que es de la encomienda que goza el serenísimo señor real infante don Felipe, y es también jurisdicción de la dicha de Zalamea”.

La tercera pregunta de Castuera delimita los baldíos de Tierra de Benquerencia. De este a oeste, tres leguas, de norte sur, dos leguas “donde más con gran irregularidad”. Al este figuran como límites las dehesas de Artobas, de la encomienda de Cabeza del Buey, y la de Palazuelo, de la encomienda de Zalamea, y al oeste, la Dehesa de las Matas, del término de Zalamea. Al sur limitaba con la dehesa del Bercial y encomienda de la Peraleda y al norte con la Real Dehesa de la Serena.

Todo el término privativo de Benquerencia lindaba con los baldíos, menos por levante que lo hacía con la dehesa del Bercial, en principio adscrita a la Real Dehesa. La configuración de su término privativo se explica en relación a su situación central en dichos baldíos:

“El término peculiar de esta villa es muy reducido y está en dos retazos el uno que se comprende la población, y los ejidos ansareros que llaman de San José, y de la villa con algunas heredades particulares (…) una dehesa boyal con jurisdicción privativa en ella y separada del término a distancia de medio cuarto de legua”.

Monterrubio estaba rodeado también por los baldíos comunales:

“Al norte y poniente con el baldío llamado de nueve pies, común de las cinco villas de Benquerencia (…) y por el sur con baldío llamado de Roncadera, y Raña, y jurisdicción de Fuenteovejuna, que las divide el río Sujar”.

Los baldíos de Tierra de Magacela, o de las siete villas, se refieren en Campanario:

“Y que esta villa tiene comunidad de pastos en un pedazo de tierra llamado de las Matas, con las de la Coronada, Quintana, Magacela, Haba, lugar de la Guarda, y la capital de Villanueva de la Serena, cuyo pedazo de tierra se sitúan en el centro de los términos de la referidas villas”.

La pregunta cincuenta y uno que trata sobre despoblados y castillos, aclara algo sobre los límites entre las comunidades de Zalamea y Magacela:

“A la de otras dos –leguas- sobre una sierra, otro llamado Azicucos, que deslinda este término con el baldío comunero de las siete villas de tierra de Magacela”.

Las respuestas de la Haba demarcaban en 1791 su término con los baldíos de las siete villas: “por el mediodía tiene una legua de término privativo, extensiva su jurisdicción otra legua hasta la cumbre de la Sierra del Ortiga, en que media parte de la Real Dehesa de Serena”. Probablemente esa extensión se debiera a los derechos en los baldíos. En 1752 también se trataba de sus derechos comunales al mencionar su término: “y que en la comunidad de dicha dehesa comunera, distará dos leguas y media, en que tiene jurisdicción esta villa a prevención con las demás”. Y se diferencia su jurisdicción de “la Real Dehesa de la Serena,cuya jurisdicción hoy está subdelegada en el señor gobernador de este partido, por Su Magestad, confina por levante con Guadiana, a distancia de legua y media de esta villa, cuyo río divide el término con el Estado de Medellín”.

De los baldíos de Tierra de Zalamea, y de las tres villas se decía en la tercera respuesta del Catastro del Valle:

“Esta villa tiene su término común e indiviso con las villas de Zalamea e Higuera, sobre cuya división está recurso pendiente en el Real Consejo de Castilla, y que gozan estos vecinos promiscuamente con los de las otras villas, los aprovechamientos de sus baldíos y comunidad, por lo cual se refieren a lo que por dicha villa de Zalamea se haya declarado sobre la cabida del término”.

En 1791 tanto Zalamea como las otras dos villas referían los límites y extensión de los baldíos:

“Y por la parte norte se comprende hasta la cruz de piedra inmediata a Quintana, no obstante de tener sus vecinos el aprovichamiento en una dehesa llamada Rehierta de ésta y aquella”.

En 1752 se afirma que la jurisdicción común de las tres villas abarcaba seis leguas de levante a poniente y tres leguas de norte a sur. La delimitación de los términos privativos de las tres villas de Tierra de Zalamea ya era compleja entonces, pues además de los usos comunales existía la complicación del señorío jurisdiccional adquirido en Valle e Higuera por un vecino de Castuera, y que era discutido por el Concejo de Zalamea:

“Declaran que el término de esta villa, y pasto de él, es común con las de la Higuera y Valle, cuyas poblaciones están dentro del término que llevan deslindado, por haber sido aldeas de esta villa, y cuya jurisdicción se vendió en el concurso de acreedores a don Juan Morillo Velarde, vecino de la de Castuera, en el año pasado de mil setecientos veinte. Y aunque por el dueño de la jurisdicción ejerce la que le corresponde a dicha villa, no tiene señalado término alguno, y sobre su división está pendiente litigio en el Real Consejo de Castilla. Y por ejecutoria de la Real Chancillería de Granada, está declarado que, en el interim que se haga la separación de términos,conozca la jurisdicción ordinaria de esta villa de las denunciaciones y causas que ocurran”.

En 1791 el Interrogatorio redunda en ello:

“Los pueblos de Higuera y Valle, que siendo aldea de ésta vendió con facultad real su señorío y jurisdicción, en los términos que dominaba aquellas pedanías don Juan Murillo Verlarde, de Castuera, representada hoy por su hijo don Rodrigo, de la misma, y se ignora porque se titulan hoy villas dichos pueblos”.

En el Valle trataban de explicarlo:

“Está enajenada su jurisdicción por la de Zalamea, de quien fue aldea, a don Rodrigo Murillo Velarde, (…) con la condición de que se había de dividir su término, que no ha tenido efecto, por lo que se mantiene gozando en comunidad con la de Higuera, que también se vendió al mismo, y la de Zalamea”.

El informe final aclara que:

“Es de notar que uno y otro pueblo se titulan villas, habiéndose vendido como aldeas, y que ésta de la Higuera ha tenido horca, en señal de serlo hasta que se ha arruinado pocos años hace. Y aseguran unos y otros que en la escritura de venta que otorgó Zalamea se pactó que se había de señalar a cada uno de éstos dos pueblos término jurisdiccional privativo”.

Los baldíos de las comunidades de villa y tierra de la Serena constituían, como los bienes de propios, una reserva esencial de tierras de labor, aunque su principal uso era el pastoreo. En 1752 en Benquerencia se informaba que:

“en los dichos baldíos comuneros de esta villa sus vecinos tienen cuatrocientas fanegas de tierra para labor. Estas de segunda y de tercera calidad de por mitad, que se siembran un año y descasan otro la mitad de ellas, y las demás con intermisión de dos años”. (…) Y aunque en relacionado baldío comunero de cinco villas, en que está como una de ellas tiene jurisdicción acumulativa y goze, contribuye para la manutención de cabras y descanso de cerdos y algunas reses vacunas, no teniendo el ganado de labor y el estimable de lana más hierbas que la dicha Real Dehesa”.

Algunas tierras de los baldíos eran aprovechadas como privativas por determinadas villas. En la Higuera en 1791 “la Hoja de la Pedregosa, -de 200 fanegas- que para siembra del centeno es privativa de esta villa, y alzado el fruto común a todas”. Por otra parte, el disfrute de los baldíos rebasaba los límites de las respectivas comunidades de villa y tierra en el caso de Quintana con las villas de tierra de Zalamea:

“La dehesa Reyerta es tierra baldía para el pasto común de los vecinos de las tres villas con la de Quintana Y, sin embargo de la dicha comunidad, tiene esta villa facultad de repartir en hoja de labor el dicho baldío”.

En 1791 continuaba el uso comunal de esta finca: “hay otra dehesa llamada Rehierta, que disfruta de comunidad con la villa de Quintana y la Higuera, y el Valle, y cada tres años se siembra de por mitad con la primera” (…) “alzado el fruto es común al ganado de todos cuatro pueblos”. Otro ejemplo aparece en Esparragosa de la Serena, donde, en 1752, se afirmaba que la Rejertilla era común de Tierra de Benquerencia con Zalamea.

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